Partida Rol por web

[ELdG]El Viaje del Miseria

- La cena con el capitán -

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16/05/2012, 13:23
Director

Notas de juego

Esta escena es especial. No esperaremos a que termine para continuar con la partida. Podéis postear cuando podáis/queráis.

La cena transcurre en la primera noche a bordo del Miseria, antes de que los turnos de guardia y las muertes tengan lugar, con lo que todos los marineros, mercenarios, el mercader y sus tres ballesteros están presentes.

A lo largo de la cena se van sucediendo las últimas risas del viaje y los primeros relatos escabrosos. Los personajes, tanto pjotas como pnjotas contarán una historia de su pasado, dentro de las siguientes directrices:

-La historia es personal. Debe contar el pasado de vuestro personaje o ser una historia familiar que ocurrió a un antepasado y ha sido contada de padres a hijos.

-La historia puede haber ocurrido de verdad o ser falsa. Pjotas con un oscuro pasado podrán inventarse la historia para que los demás no conozcan cosas que no quiere que se sepan.

-La historia debe de ser veraz. Nada de sueños, drogas o alucinaciones en el desierto que puedan poner en duda si ocurrieron o si solo fueron fruto de la mente. Tampoco valen las intervenciones de seres superpoderosos: ni dioses, ni dragones sierpes, ni demonios...

-La temática debe de ser truculenta. No necesariamente una historia de miedo. Puede tener partes gore, mutilaciones, maltratos, violaciones, incesto, tragedia, muerte, horror, sufrimiento, tortura...

Espero que, a parte de los puntos de experiencia, estas historias sirvan para pasar un buen rato y sobretodo como una ocasión para dar mayor profundidad a los personajes.

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11/06/2012, 11:42
Alegre Cortapiés

La cena transcurría en silencio. Los normalmente alborotados marineros se veían arrinconados por culpa de un numeroso grupo de desconocidos, y el ambiente no era el mismo que el de otras noches.

¿Nadie se arranca con una historia? Pues yo voy a contar la leyenda de Cortapiés.

En el bando de los marineros se alternaban los vítores y las quejas. Era un relato que les gustaba a algunos y que otros ya habían escuchado demasiadas veces.

Comenzó con el primero de mi familia, que sin duda alguna antes vendría de su propia rama y de su propio clan, pero no hay testimonio que se remonte tan atrás. Su nombre era Gibbs, por aquella no se había ganado el mote de Cortapiés...

Gibbs llegó a la ciudad de Pínzpitier, desde su antigua y aburrida vida en el campo. Las grandes urbes pueden llegar a ser deslumbrantes para un campesino, como el tintineo de la cola de una serpiente de cascabel. En unos días perdió todos sus ahorros en los prostíbulos y en las casas de apuestas. Durmió en la calle hasta que la ronda nocturna de los guardias le empujó hasta un callejón. Durmió en el callejón hasta que las peleas de borrachos le obligaron a dormir en las alcantarillas.

En su enésima noche, los mordiscos de ratas le invitaron a no volver más allí. Hambriento y sin saber cual sería su lecho tras caer el sol, tal vez una tumba en el cementerio como vivo o como muerto, empezó a vagar por la calles de Pínzpitier. En el mercado se sintió tentado de robar una manzana y aplacar su hambre... ¿pero porqué conformarse con una manzana? Por allí pasaban muchos engreídos con bolsas repletas de oro, ¿porqué no ser ambicioso...?

Y los ojos de Gibbs se posaron de nuevo en una manzana... Pero esta tenía facetas y brillaba. Un rubí grande como una pieza de fruta, y transformado en colgante gracias a una cadena de oro. Aquel gordo flatulento y adinerado no se merecía lucir algo tan hermoso en el pecho. Gibbs no llegó a contar a sus descendientes los detalles de cómo se hizo con el rubí. A mi me gusta pensar que saltó hasta la barriga y el peso de un mediano y un pedrusco bastaron para que el cierre de la cadena se soltara de una nuca rolliza y con pliegues.

Huyó con el rubí, pero el rubí no le daría de comer. Tampoco podía venderlo, porque en todas las casas de empeño había guardias apostados. Cosas de ser un gordo influyente en la ciudad, que movilizan todos los soldados para recuperar tu colgante. Gibbs se vió forzado a salir de la ciudad. Aprovechó la salida de una caravana, y se mezcló con los viajeros.

Por supuesto, buscaban a un mediano, y los centinelas de la puerta de Pínzpitier le registraron. Guardó tan bien el rubí que no le descubrieron, y marchó con la caravana. Al cabo de las horas, el hambre le hacía desfallecer. Temiendo que se tratara de alguna enfermedad contagiosa, los viajeros lo abandonaron en la primera posada. Y allí conoció a mi tatarabuela, una bailarina cómica, o visto de otro modo, una mediana orgullosa que dedicó su vida a la danza, pero que por su estatura provocaba la risa de los clientes.

Mi tatarabuela lo cuidó y dió de comer pero, a pesar de estar mejor alimentado, Gibbs seguía guardando cama, al borde de la muerte. ¡Bendito moribundo, que su última petición fue acostarse con aquella bailarina y engendrar la siguiente generación de mi familia!

Y tras el polvo de su vida, nunca mejor dicho, Gibbs confesó todo a su concubina, como suele ser habitual en los varones. Todo. Incluso dónde guardó el rubí para que nadie lo encontrara. Y antes de exhalar su último aliento, Gibbs tiró de las mantas y descubrió la punta de sus botas.

Al descalzarlo, la mediana vació una bota llena de sangre. A Gibbs le faltaba medio pie, el que se tuvo que cortar para lograr un escondrijo para el rubí. A la joya le faltaba la cadena, y la bailarina siguió buscando. La otra bota guardaba un pie entero. Registro la ropa. Introdujo la mano en el culo de mi tatarabuelo sin resultado. Lo rajó y comprobó el interior de su estómago. Mirase donde mirase, la cadena no estaba.

Tal vez el rubí se desprendió de la cadena cuando Gibbs logró robarla de aquel ricachón, pero por si acaso, mi tatarabuela hizo una comprobación... Volvió a guardar el rubí y a poner la bota, y vió que había hueco de más. Gibbs se cortó pie suficiente como para meter el colgante entero, pero al caminar la cadena tintineaba y hacía ruido. Mi antepasado tuvo que abandonar la valiosa cadena de oro para poder pasar por delante de los guardias de Pínzpitier y salir de la ciudad.

¿El resto de la historia? La mediana usó el rubí para comprarse una granja y abandonar su desagradecida carrera de mofas y desprecios. Y de allí a seis meses nació mi bisabuelo. Como Gibbs murió sin decir su apellido, mi tatarabuela quiso que sus descendientes luciésemos un nombre apropiado para el recuerdo de Gibbs. Y por eso me llamo Gubinz "Alegre" Cortapiés.

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16/06/2012, 04:30
Flame

Flame permanecía callada escuchando la historia de Cortapíés. Ella era una mujer especial y muy suya, y jamás contaría sus intimidades a un atajo de desconocidos. Jamás desvelaría el orígen de su poder, la razón de su escama y el porqué de su brillo. Todo eso solo sería revelado a quien Flame considerase oportuno y hasta ahora, muy pocos sabían la verdad sobre aire. Tan solo Ayash que siempre había estado a su lado, desde hace mucho tiempo.

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07/07/2012, 12:08
Mofeta

¡Venga, que alguien cuente otra historia!

¡¡¡MOFETAAAA!!! Nunca nos has contado porqué hueles tan mal. JAJAJAJAJA...

Desde una mesa aparte, solo, Mofeta levanta la vista de su plato. Es la primera vez que le permiten estar con los demás, pues desayuna, come y cena en su cocina. Aún ahora el enano está lo suficientemente apartado como para que la peste que exuda su cuerpo se convierta en un leve hedor. Mofeta se levanta y empieza a hablar timidamente...

Huelo así porque...

¡MÁS ALTO!

HUElo así porque, hace unos sesenta años, mi gente fue expulsada de su hogar por unos gigantes... Entonces comenzó el éxodo: mujeres... niños... ancianos... Todo enano en una milla a la redonda descendió las montañas con las pertenencias que buenamente pudieron llevar. Descendió y descendió... hasta las tierras pantanosas que había abajo.

Un número grande de enanos que se movían lentamente por los marjales. Durante días. Semanas. Os lo juro, aquel pantano no parecía tener fin. Los más débiles caían. Los más fuertes... los más fuertes desaparecían sin dejar rastro. Al principio no nos dimos cuenta de eso... Éramos demasiados como para notar las ausencias... o suponíamos que se adelantaban para explorar... o para salir de aquel infierno abandonando a los de su raza por ralentizar la marcha y sus posibilidades de supervivencia.

Luego me tocó a mí desaparecer... Abrí los ojos en la mitad de mis horas de sueño. Mi boca estaba amordazada y mis manos atadas. Mis músculos estaban paralizados por quién sabe qué veneno. Y en ese estado, flotaba. Algo me arrastraba por las aguas fangosas.

Os juro que si aquella cosa se tomaba la molestia de llevarme vivo, solo era para facilitar la tarea de transportarme. Mientras mis pulmones tuviesen aire, flotaría y sería una carga liviana. Si estuviese muerto, mis pulmones se vaciarían de aire, yo me hundiría y mi cuerpo se restregaría contra el fondo.

Llegamos a terreno seco. Todo lo seco que puede estar un pantano. Y desde allí todo fue más difícil... para los dos. Ella tiraba de mí a trompicones, y yo recibía los arañazos de las rocas y las ramas cada vez que era arrastrado.

El viaje terminó, y pude verla... Ojos blancos... piel verde... Una mujer lagarto. Se inclinó hacia mí y empezó a olerme. Y comprendí por el extraño color de sus córneas que estaba ciega. Por eso fingí estar recién muerto. El veneno hacía un gran papel, yo solo tuve que contener la respiración...

En realidad... en realidad no me dí cuenta de que era ciega hasta tiempo después. No fingí aposta... tan solo me faltó la respiración por el miedo que me atenazaba. El miedo es un gran aliado.

La última frase sonaba a premonitoria, y anunciaba los terribles sucesos que estaban por ocurrir.

Me abandonó en una especie de nido... ¿Habéis oído hablar de que las madres de los hombres lagarto se comen a sus crías? Es mentira. Nunca veréis un progenitor más dedicado. El nido estaba lleno de cadáveres enanos, algunos ya descompuestos. Reconocí a algunos, otros simplemente no fueron compañeros de viaje de los que me quedara con su cara... y otros ni siquiera tenían ya cara.

Había tres crías de lagarto en aquel nido... Hasta les puse nombres... Sí, sí. Goloso era la cría más fuerte. Siempre iba a la comida más fresca, y dejaba a los cadáveres pudrirse. Era un despilfarrador. Flaquito, por su parte, estaba enfermo. Se limitaba a estar en el suelo y retorcerse. No tenía fuerzas para arrastrarse hasta la carne y comer, pobrecillo. El tercero se llamaba Callado. Era al que cogí más cariño, porque ya estaba muerto cuando yo llegué. Callado tenía mordeduras, supongo que de Goloso, pero no eran graves. Y es que Callado había muerto de lo mismo que había exterminado al resto de tribus de hombres lagarto de aquellos pantanos, y que ahora estaba matando a Flaquito: el mal de la ceguera.

Las primeras horas fueron las peores. Goloso me escogió para sustituir a su comida menos fresca. Era aún muy pequeño, así que se arrastró hasta mí y empezó a mordisquear mi pierna. Cuando me acostumbré al dolor de estar siendo comido vivo, reaccioné. Me retorcí como un gusano por el suelo y dejé junto a las fauces de Goloso mis manos atadas.

Jeje... le costó lo suyo, pero junto a unos trozos de carne de mis muñecas, también se llevó la liana que enroscada me aprisionaba. Asustado, aparté a Goloso y me recluí en un rincón. Permanecí allí durante horas, antes de que el hambre me obligase a comerme crudo a Callado.

Y con la barrigota llena, por fin me atreví a salir del nido, con valor renovado. La mujer lagarto me olió una docena de pasos después, y el valor renovado se fue tan pronto como llegó. Me vi obligado a recular hasta el nido, perseguido por aquella mamá vigilante. Me arrinconó. Tuve sus mandíbulas a un palmo de mi cara. Entonces me olió de nuevo. El olor de Callado había impregnado mis barbas. Pensó que era uno de sus hijos y se fue.

Tras aquella, no me atreví a volver a salir del nido en días. El hambre se hizo más atenazante, y Goloso se encargaba de devorarme un poco cada vez que intentaba conciliar el sueño. Las carencias me obligaron a enfrentarme a mis temores. Y el primer paso para superar mis miedos fue registrar los cadáveres de mis congéneres. Busqué un cuchillo, un arma... algo. Pero no hubo suerte.

El segundo paso fue comer, y para entonces el hambre y el sueño ya había hecho mella en mis fuerzas, mis golpes de bota no fueron lo suficiente para matar a Flaquito. Solo le hicieron chillar como un cerdo el día de su matanza. Así que tuve que bajar el listón. Mi siguiente plato, uno que no tuviera fuerzas para resistirse, fue un cadáver enano. Uno tan descompuesto que ya no recordaba la forma de uno de los míos. Llamadme exquisito, pero ni muriéndome de hambre pude comer una carroña tan deshecha.

Volví a bajar el listón... Carne más fresca, un enano más reconocible como tal. Empecé por los brazos, y cuando quise darme cuenta mi boca iba hacia la cara. ¡Qué cosas! Resultó que era mi hermano. Debió ser capturado por la mujer lagarto después que yo, pero el veneno paralizante fue demasiado para su cuerpo. Una dosis demasiado alta. O quizás se encharcó de agua mientras lo arrastraban hasta aquí y murió ahogado.

Necesité mucha carne para recuperar fuerzas. Los últimos días ya le disputaba la comida a Goloso y pude optar a los enanos más frescos. Mientras tanto seguí registrando las ropas de los que iban llegando. ¡Al fin! ¡Al fin encontré un cuchillo de cazador!

Así fue cómo cogí mi olor. Abrí en canal a Flaquito y rebusqué dentro de él hasta dar con la gónada con la que esos lagartos desprenden su característico mal olor. Por si acaso no era suficiente, usé también la gónada de Goloso. ¡Cómo se resistió, el mal bicho!

Cuando salí oliendo a mofeta, la mujer lagarto pensó que uno de sus hijos ya era lo suficientemente fuerte como para abandonar el nido, así que me siguió. Me siguió por el pantano adelante. La maté mientras dormía, y usé sus gónadas para potenciar mi olor, solo por si acaso me encontraba con más hombres lagarto.

No encontré la salida del pantano por mis propios medio, pero tuve la suerte de encontrarme con unos aventureros que volvían de saquear unas ruinas. Les debo la vida.

Todo el comedor quedó en silencio. Un silencio largo e incómodo tras escuchar la historia de Mofeta. Un silencio que no se rompió hasta que uno de los oyentes no se arrancó a contar otra historia...

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28/08/2012, 19:15
Capitán Joss Bauhauer

Debo reconocer mi simpatía hacia el relato que ha contado nuestro cocinero-comenta el capitán posando la copa de vino sobre el mantel-. Supongo que se puede decir que es un caso paradigmático. Mofeta creció al lado de su hermano, pero terminó manchando su memoria con esas prácticas caníbales. ¿No es esa la esencia de la familia? La traición... el agravio... la decepción...

Mofeta se arruga en su mesa, avergonzado por sus propias acciones. Es por ese tipo de cosas que prefiere estar solo.

Sí os gustó la historia de los lagartos de pantano, la mía os va a encantar... Sobretodo a todos esos idólatras de mi padre. ¡Qué grande era el auténtico Capitán Bauhauer! ¡Qué decepción es su hijo!

El marinero al que tanto veneráis cometió su primer error al dejar embarazada a mi madre. La abandonaba en puerto para pasar largos periodos en alta mar, no se puede decir que fuese un marido ejemplar... A saber en cuántos puertos ponía los cuernos a su esposa... pero supongo que eso es hasta aceptable. Es lo que cabe esperar de un auténtico lobo de mar.

Económicamente teníamos los gastos cubiertos. Solo hubo dos años malos en toda mi infancia en los que pasamos hambre. Una fue por un cargamento muy valioso que los piratas robaron a mi padre y del que tuvo que responder compensando al mercader con todos nuestros ahorros. El otro fue por un dragón tortuga... Emergió en el peor momento y golpeó el casco de la nave. El Miseria quedó en dique seco durante medio año, mientras lo reparaban. Creo que el actual mascarón de proa se añadió en esa reparación. Aquí hay marineros que vivieron esa época. Seguro que lo podríais contar mejor que yo.

Se podría decir que tuve una infancia feliz. Ya de adulto, pagué la matrícula en la Escuela de Bellas Artes y seguí mi vocación. Yo quería ser pintor-dice lentamente, recreándose con una sonrisa al recordarlo-. Mi padre quería que yo fuese marinero. Por supuesto, los padres son así. Quieren que sus hijos sigan sus pasos.

En esa época de nuestra vida, nuestra economía empezaba a ser boyante. Mi padre empezó a tener delirios de nuevo rico. Encargó un autorretrato, para que presidiera el salón y le recordara a mi madre y a los hombres que pudiese llegar a traer a casa, que su marido podía estar en alta mar... pero que seguía vigilándola.

Yo pude haberme ocupado del cuadro... Mi padre prefirió encargárselo a un profesional. No era de extrañar, ¿cómo iba yo a dibujar un rostro al que apenas había visto? Si tan solo hubiese confiado un poco más en su hijo...

Me estoy yendo por las ramas, disculpad...

El hombre que pintó el cuadro se llamaba Iácomo Ilpintuore. Tenía muy avanzado el cuadro, y la cara de mi padre fresca en su memoria cuando el Miseria y su capitán abandonaron puerto. Entonces aprovecharon Iácomo y mi madre para intimar.

El Miseria... ah, divisó nubes de tormenta en la lejanía. Lástima. El capitán pudo encarar la tormenta, bordearla... Pero por cosas del libre albedrío, estando tan cerca de la costa, su decisión fue volver a tierra. Así fue cómo Irwin Bauhauer sorprendió a su infiel esposa y mató a Ilpintuore.

¿No decís nada, tripulación mía? Quizás pidió ayuda a alguno de vosotros para deshacerse del cadáver.

Yo me enteré durante las vacaciones. Volví del internado y por curiosidad artística quería ver la obra de Ilpintuore. Fue entonces cuando mi madre me contó qué había ocurrido. Encontré el cuadro, sin terminar, oculto tras una sábana en el desván. Tenía salpicaduras de sangre resecas en el lienzo. En las Bellas Artes tienen un nombre para eso... lo llaman pintura vívida. Si usas sangre para el rojo y el ocre de las pinturas, el cuadro queda impreso con la energía vital... Claro que lo normal es usar sangre de vaca, no de hombre.

La historia no termina ahí. Digamos que esta es una de esas fábulas con doble final. El capitán Bauhauer murió en su siguiente viaje. En la lectura de testamento, legaba toda su riqueza al gremio de marineros. La fecha de modificación del testamento databa un día después del de la muerte de Iácomo. Nos dejó a mi madre y a mí en la calle. ¿No es genial? Miento. A mí me dejó una cosa... El Miseria. Con la condición de que lo capitanée hasta la fecha de su venta. Y una cláusula a continuación diciendo que no podré vender este estúpido barco hasta que mi madre haya muerto.

Hay que ser retorcidos para disponer todo eso después de tu muerte...

Mi madre quedó en puerto. La dejé en una posada de mala muerte, con algo de calderilla que conseguimos sacar en secreto de la casa. Yo no puedo seguir pagando la matrícula. Mi padre me ha obligado a renunciar a mi sueño y me ha separado de mi madre. ¡Un brindis!-exclama levantando la copa mientras se pone en pie-¡Por el capitán Irwin Bauhauer! El mayor hijo de la gran puta que ha llegado a navegar por los siete mares...

Nadie acompaña a Joss en su brindis. El capitán se excusa de la mesa y se retira de la cena después de haber arruinado la noche con semejante escena.

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30/08/2012, 16:17
Vaati

Vaati, como de costumbre, en silencio pero sin perder detalle, esperó a que la cena se calmara después de la última historia para comenzar a hablar. Raro en él, se decidió a seguir con la sesión de cuentos, que hasta ahora le habían parecido cautivadores. Carraspeo levemente, poniendo educadamente la mano delante de la boca, para llamar la atención.

Siendo yo muy pequeño, con no más de 8 años, mi abuelo adoptivo por parte materna, me contó la historia de su infancia. Seguramente ficticia, solo para asustar a un niño pequeño, por desgracia mi memoria es buena y aún no la he podido olvidar.

Cogió su copa de vino para dar un breve sorbo, más que nada para tranquilizar sus nervios por hablar delante de tanta gente desconocida.

Una vez mi hermano me dijo: “Lo único malo de la muerte, es que no puedes vivir para disfrutarla.” - así comenzó la historia.

Aquel recuerdo de mi abuelo se remontaba a una húmeda mañana de otoño, donde Isis, su hermana mayor, Theodor su hermano mellizo y él, jugaban a las máscaras del caos. A sus hermanos les gustaba pintarse símbolos religiosos representando caras de los diferentes dioses oscuros que su caótica madre les había enseñado.

Isis estaba pintando la máscara que representaba el alma de Theodor, el vacío, él a ella, la destrucción. Mi abuelo miraba asustado las horrendas caras pintadas de sus hermanos, desde muy pequeño había sufrido sus continuas bromas macabras, y hasta cierto punto se había acostumbrado, pero no por ello dejaba de tenerlos respeto, y sobretodo un atenazante miedo. Su madre detuvo el juego, su juego, para mandarles algo, mi abuelo no recuerda bien que encargo les hizo, pero aunque él se levantó para cumplir la orden, sus hermanos ni se inmutaron, por seguir jugando.

Cuando la mano de su madre se descargó sobre la cara de Isis, vio la rabia en el rostro de su hermana. Theodor recogió del suelo una piedra y atacó a su madre, no con intención de matarla, su muerte no era mas que otro juego para él, buscaba que la conocida locura de Isis la embriagase.

Su madre de un puntapié tiró al suelo a Theodor, y la loca destrucción poseyó a Isis cuando lo vio lastimado.

Isis golpeaba a su madre una y otra vez, mi abuelo quedó petrificado, por miedo, por terror, ver a una hija matando a su madre, como la muerte se acercaba poco a poco. Theodor se levantó, parecía extasiado por el momento, por el gozo de empezar a golpear a madre, por el hecho de golpearla, no por la violencia, nunca fue agresivo hasta entonces, solo por el hecho que desencadena, la muerte.

Regocijo de sensaciones, dolor y terror, parecía que sus hermanos se sintiesen por primera vez vivos realmente. Cuando todo finalizó, con la sangre aun caliente que brotaba del maltrecho cuerpo, continuaron pintándose las mascaras, pero para su sorpresa, la sangre de la sacerdotisa que era su madre, pigmento sus caras como si fuese un tatuaje y nunca más desapareció de su piel.

Mi abuelo observaba las escena aterrorizado, acurrucado, en posición fetal, sin poder dar crédito a lo que sus ojos observaban. Pero ahí no acabó la cosa. Isis llevó a cabo un ritual con el cuerpo de su madre, al que había arrebatado la vida sin pestañear. La desnudó por completo, la peinó como a una muñeca, y pintó símbolos extraños con su propia sangre por todo el cuerpo. Cuando terminó se fue dando saltitos, como si tal cosa. Theodor, con pasos muy pequeños se fue aproximando, sin poder apartar la vista del cuerpo inmóvil. Conforme se acercaba, recorrían leves espasmos por todo su cuerpo, como si ver el cascaron vacío que tenia a pocos metros, le produjera una extraña curiosidad, un extraño placer.

Cuando estuvo a su altura, muy despacio, disfrutando del momento, alargó su mano y sus dedos tocaron el cadáver, respiró hondo, notando el cuerpo que no respiraba, aun caliente y enfriándose poco a poco. Dejó su mano apoyada en el, esperando seguramente el rigor mortis. Su madre antes de que la asesinaran, les leía pasajes de uno de sus libros para que se fueran a dormir, en el mencionaba que cuando un alma va al sitio que le corresponde y abandona el cascaron mortal, el cuerpo se endurece paulatinamente.

Parecía que Theodor estaba esperando esa sensación, ese endurecimiento. No tardo en llegar, y la rigidez hizo mella en el cuerpo de su madre, con mi abuelo observándolo horrorizado. Cuando los dedos de Theodor lo notaron, no puede evitar subir su mano a la altura de su boca, para chupar sus finos dedos, para aun si cabe, notarlo mas, notar de nuevo aquella terrible visión de como el cuerpo se endurecía.

Cuando terminó de embriagarse con su mano, se puso flexionado casi a ras de suelo, nariz contra nariz, sus ojos estaban lo mas cerca de los vacíos ojos, cruzando la mirada con la otra mirada inerte y muerta.

Pero él quería más, la locura penetraba más en su vacío interior, su cuerpo reanudo los espasmos, más fuertes, su respiración se acelero, más y más. Poseído por la locura, le dio la vuelta al cuerpo, sacó una daga del cinturón, y lo abrió en canal, sacó su corazón sin la ayuda de la daga, solo con sus manos y su caótica locura, con ambas manos sujetó el corazón, que debido al éxtasis había apretado en demasía y se deshacía en sus manos, lo puso en su boca y lo devoró.

Vaati hizo un breve silencio, como reponiéndose de lo que acaba de contar.

Esa es la historia que me contó mi abuelo. Solo añadió que después de ver aquello corrió durante horas hasta que cayó agotado, para no ver a sus trastornados hermanos nunca más.