Partida Rol por web

Rápidamente Grimm dirigió sus pasos hacia el lugar donde había dejado caído el ídolo. En cuanto salió de la cueva, pudo ver que Bauer y Müller habían encontrado a Soren por lo que él se dirigió inmediatamente hacia la selva. En cuanto las plantas le envolvieron, también lo hizo el silencio. Otra vez ese silencio opresivo que parecía rodearle. De nuevo, las sombras parecían revolverse a su alrededor y siempre parecía atisbar algo con el rabillo del ojo, para un instante después ver que no había nada.

No tardó en encontrar el claro donde había encontrado al negro acurrucado, al fin y al cabo, no se había ido tan lejos. Encontrar el ídolo le costó algo más pues la maleza parecía querer tragarse cualquier cosa que llegara hasta el suelo. Pero entonces, tras una rama, lo vio, tirado en el suelo, medio hundido en barro. El recuerdo de la última vez que lo tomó en su mano lo detuvo.

Tras dar la orden al soldado, este se fue para buscar a Bauer. Entonces, los dos oficiales se quedaron solos en la sala con cinco negros que insistían para abrir la puerta. Sin embargo, sus esfuerzos parecían vanos. Dos de ellos intentaban hacer mella en la roca, otros dos excavaban bajo la puerta y el último parecía empujar la roca en busca de alguna debilidad.

¿Qué narices pasaba en aquella jungla que todos iban y venían hacia ella corriendo? Pero no había tiempo para pensarlo, sino para cumplir órdenes.

-¿Dónde demonios ha estado metido todo este tiempo, Soren? El capitán le ha estado buscando por todas partes. Coja la dinamita y llévela al interior de la mina. Han encontrado una extraña puerta en su interior y quieren abrirla como sea.

Aunque si lo que dicen los nativos es cierto, tal vez lo que deberíamos volar sería la entrada de la montaña...

Fuchs llegó cansado junto a Bauer y Müller y, cuando escuchó que un soldado lo llamaba por su nombre de pila, puso cara de enfado:

—¿Qué diablos de nueva costumbre es esa de llamar a un teniente por su nombre de pila, soldado? Para usted soy teniente Fuchs. Veo que la vida en la jungla está convirtiendo a más de uno en salvaje —dijo irritado.

Después, mientras guardaba de nuevo la pistola en la funda, miró con cierta molestia a Bauer, quien se dirigía a él con un tono completamente fuera de lugar y también lo llamó por su nombre de pila.

—Es Fuchs. Mi apellido es Fuchs, teniente. Y la pregunta no es «dónde demonios» he estado, pues es obvio que vengo de perseguir a un salvaje amotinado que ha logrado escapar, sino ¿qué está pasando en esa cueva? He escuchado muchos disparos, salen negros corriendo despavoridos y ahora hablan de... ¿Una puerta?

Finalmente, contestó el requerimiento que, según decían, hizo el capitán.

—¿No hay en este pelotón algún experto en explosivos? —preguntó extrañado de que le ordenaran a él encargarse de ese tema—. Uno podría suponer que, viniendo a explorar una mina...

Él ni siquiera sabía dónde guardaban la dinamita.

-Yo solamente traslado las peticiones del capitán, "teniente". Fue el capitán el que quería saber dónde ha estado y fue el capitán el que nos envió a buscarle. Así que si tiene alguna queja del comportamiento de la oficialía, háblelo directamente con el oficial superior y cumpla las jodidas órdenes.

La tensión de lo ocurrido dentro de la cueva empezaba a pasarle factura a Bauer.

-Lo que ha ocurrido es que los negros se han amotinado al encontrar en el interior de la mina una puerta. Hablan de supersticiones, de que nos espera la muerte tras ella y se han vuelto locos. Han atacado a nuestros soldados y hemos tenido que abatir a algunos.

-¿Alguna otra pregunta más, teniente Fuchs?

Se hizo el silencio entre los dos oficiales y Hoffmann observó como los negros que quedaban junto a ellos trabajaban inútilmente en abrir la puerta. No lo conseguirían sin la dinamita, pero tampoco tenía pensado detenerles. Le preocupaba que pudieran dañar la estructura de la puerta, pero a fin de cuentas la iban a volar por los aires así que tanto daba.

—No sé qué les pasó —dijo rompiendo el silencio—. Con los otros negros, me refiero. Les ordenamos que abrieran la puerta y se volvieron locos. Espero que el soldado esté bien.

- Si... - Dijo Rambert mientras asentía a las palabras de Bauer. - Eso es lo que ha pasado. Y ahora... vamos a por esos explosivos. - Comentó temeroso.

Aunque no creía en supersticiones y menos de negros salvajes, todo lo que estaba sucediendo en aquel recóndito lugar de la arcaica África, era realmente preocupante. Todo el mundo parecía haberse vuelto loco e iba de un lado para otro como pollo sin cabeza. Ya no sólo los nativos, sino también los propios alemanes. Por otra parte, las explicaciones del teniente Fuchs, tampoco acababan de convencerle. ¿Qué ocultaba ese hombre? No lo sabía, pero tenía muy claro que no era trigo limpio y que el capitán había hecho bien ordenando que fuera él quien hiciera detonar los explosivos.

- No es tan difícil Fuchs. - Comentó Müller. - Colocar los explosivos, la mecha y bueno... - Negó con la cabeza. - Sabe tan bien como yo como hacerlo...

Y tras ese último comentario se puso en marcha. Tenían que volar esa maldita puerta y ver que se ocultaba tras la misma de una vez. Quizás si revelaban que nada raro había del otro lado, los negros se tranquilizaran y pudieran volver al trabajo sin más queja, aunque después del tiroteo y las bajas entre los suyos, lo veía altamente improbable.

Apretó los dientes reprimiendo una maldición.

¡Se estaba comportando como aquellos nativos supersticiosos! ¡Él era un soldado del Reich! ¡Un superhombre! ¡La encarnación de todo lo válido! No podía rendirse ante unas estúpidas visiones.

La mano seguía a medio camino hacia la estatuilla. Estaba sudando y no era por el calor.

Haciendo el mayor esfuerzo de su vida aferró la figura y se dispuso a regresar a la mina.

—Negros de mierda —refunfuñó Fuchs como respuesta a las explicaciones de Bauer—. La muerte es lo que les espera a ellos. Demonios de piel negra. Seguro que detrás de esa puerta esconden los diamantes, los salvajes, y por eso inventan alguna historia supersticiosa.

Después de que los oficiales insistieran con los explosivos, encogió los hombros.

—Por supuesto, si son órdenes del capitán, se cumplen. Vamos a por la dinamita y terminemos con esto de una vez. Luego ya arreglaremos cuentas con estos animales.

Me da que esto es cosa de supersticiónes.  Ya sabes que estos seres son analfabetos perdidos y creen mucho en brujerias y hechizos. Seguro que alguno de ellos conoce algun brujo o chaman y les mete cosas raras en la cabeza, pero nada que deba preocuparnos. Eso si la proxima vez habra que intentar encerrarlos y no  matarlos para no quedarnos sin mano de obra. Ahora a esperar que venga pronto esa dinamita. 

Decidido a que su orgullo no se viera mancillado por algo tan estúpido como una superstición, alargó la mano y cogió el ídolo. Pero cuando lo hizo, de pronto era de noche y las estrellas brillaban exageradamente en el cielo. Sobre todo una constelación, Tauro y las Híades ¿Cómo sabía eso Grimm? Lo desconocía, pero estaba claro que eso era cierto.

De pronto, a su alrededor parecía levantarse entre la maleza una ciudad, una ciudad de enormes paredes de piedra, las esquinas parecían combarse en formas imposibles, los arcos y minaretes se retorcían y volvían a su posición y entre sus calles, gente con máscaras, máscaras siniestras de color blanco con enormes bocas dentadas. Tenían algo en la mano. Platos de carne, carne sin cocinar. Y se la llevaban a la boca y la máscara la mordía. Entonces la carne del pato se terminaba y comenzaban a lanzarse unos contra otros. La sangre manaba de los mordiscos, pero no se oían gritos. Algunos caían, pero los que devoraban, parecían cada vez más grandes, más impresionantes.

Entonces el mismo encapuchado que vio la primera vez, le habló a la oreja.

- ¿Lo entiendes ahora? –

Y al pestañear, todo se había disipado, la ciudad, los enmascarados, el encapuchado, las estrellas. Solo estaba Grimm con aquel ídolo en la mano, su respiración acelerada y el sudor resbalando por su frente. De pronto, de entre la maleza apareció Bauer.

Y es solo un oficial, un chupatintas que se cree mejor que tú y tus hombres. Pero el rango no da poder. La carne da poder. Porque así ha sido siempre. El fuerte devora al débil ¿Tu eres de los débiles?

Siguiendo las órdenes, Müller acompañó a Sören al almacén y cogieron varios cartuchos de dinamita antes de ponerse rumbo a la cueva. Bauer, se despidió de ellos indicando que iba a buscar a Grimm por si necesitaba ayuda.

Y así se introdujeron en la cueva llegando hasta lo más profundo donde llegaron a la enorme sala circular en la que en el extremo sur se encontraba la enorme piedra. Fuchs que la veía por primera vez comprobó que era muy grande y que un símbolo de oro parecía grabado en él. A su alrededor los negros, usando picos, palas y otros utensilios intentaban romper la roca para abrir la cámara.

Y a un lado, Hartmann y Hoffmann los miraron al verlos llegar. El capitán tenía un rostro severo cuando dirigió su mirada a Sören.

Los trabajos seguían demasiado lentos. Empezaban a pensar que tal vez no se estaban esforzando lo suficiente cuando dos figuras irrumpieron en la sala. Müller apareció seguido de Sören que llevaba varios cartuchos de dinamita consigo.

Tras ver que todo estaba controlado, en cuanto Sören tuvo los explosivos, Bauer se despidió de ellos y se dirigió hacia el soldado que había acompañado la primera vez a Grimm y tras conocer un poco hacia donde había ido, se adentró en dicha dirección a fin de darle apoyo.

En cuanto la selva lo rodeó, también lo hizo el silencio, como si el campamento hubiera desaparecido. El calor sofocante se mezclaba con una humedad que hacía que la ropa se pegara al cuerpo. Estaba pensando que tal vez no había sido tan buena idea cuando tras apartar unas hojas lo vio. Grimm estaba plantado al lado de un árbol, con el ídolo del que había hablado, en la mano. Pero lo que atrajo más la atención de Bauer era el aspecto del oficial. Estaba sudando más de lo normal y jadeaba como si hubiera estado corriendo durante horas. Tenía la mirada perdida.

Toda aquella situación era ya demasiado extraña para Bauer y parecía estar relacionada con los extraños ídolos. Sacando de nuevo su pistola, pero sin apuntar a Grimm, dio dos pasos hacia él.

-Sargento... ¡Sargento! ¿Qué demonios está haciendo? ¡Suelte eso ahora mismo!

Cuando entró con Müller en la cueva portando los explosivos, Fuchs vio una escena muy peculiar. Aquello no parecía una mina común, pues había signos de construcción humana.

Miró a los presentes y detuvo sus ojos en el capitán Hartmann, quien lo miraba con reprobación. Tras dejar los explosivos en el suelo, le hizo un saludo militar:

—Capitán. Siento la tardanza. Estaba en mi tienda cuando escuché disparos y gritos. Tuve que salir persiguiendo a uno de los salvajes por la selva, pero se escapó. ¿Dónde instalamos los explosivos?

Mientras hacía todo esto, Fuchs estaba pendiente de Hoffmann, de forma disimulada. Seguía pensando que aquel hombre podía acabar con todos ellos en cualquier momento. Mantendría el rabillo del ojo siempre atento a aquel hombre, listo para desenfundar y disparar si llegara a ser necesario.