Partida Rol por web

Annienor se inclinó sobre el arcón del orco y se puso a forcejear.

-Tiene una trampa. Una cuchilla. Tal vez pueda...

Click.

Ante las palabras del moribundo, puse mucha atención. ¿Un tesoro? ¿Belegost y Nogrod? Mis ojos se encendieron con un fuego interior que se iba extendiendo hasta mi corazón.

-"Bien, compañeros, ahora tenemos doble misión. Pero recordar que la más importante es por la que hemos venido hasta aquí. No podemos pasar mucho tiempo aquí, sino tarde o temprano nos descubrirán. Escondamos el cadáver del orco y vayamos a cumplir nuestro cometido. Tenemos que encontrar la sala del trono y coger lo que veamos que nos puede servir para nuestra misión, además de ese pergamino. Al salir, intentaré sellar la entrada para que no se pueda volver a abrir. Después, vayamos a las forjas y encontremos esa puerta secreta. ¿Qué me decís?"

Un sonoro click, vino acompañado del inconfundible sonido de un resorte al soltarse. La cuchilla salió disparada, era una hoja pequeña, apenas dos dedos de longitud y fina como una espina de caballa clavándose en el antebrazo de Annienor. El elfo sintió un leve escozor acompañado del dolor de la punzada, no era profunda pero bastante incómoda.

Daebeg se levantó sobresaltado con el sonido y el salpicón de sangre. ──¿Qué ha pasado?

Una vez lo supo, reaccionó sacando sus hierbas y preparando un ligero emplaste curativo que sujetó con una venda bien puesta, tras lavar muy bien la herida.

El montaraz había estado examinando la sala, pero no encontró nada de interés (*). Cuando regresó junto a sus compañeros escuchó las palabras del Naugrim y asintió. - Maese Drûm tiene razón. Me encargaré de meter al trasgo en un rincón de una de las celdas. - Después de realizar la ingrata labor y de ocultar el cadáver con una sucia tela que encontró tirada en el suelo, volvió de nuevo al lado del grupo... solo para encontrar a Daebeg curando al Falathrim. Sin duda este era un lugar peligroso, y sentía que no podía aportar demasiado al grupo, más allá de estar atento a la presencia de más trasgos. En las profundidades de Nargothrond, sus habilidades de montaraz no eran demasiado útiles.

- Escuchad, compañeros. - dijo, mostrando un pequeño objeto. - El orco tenía una llave herrumbosa colgada en el cuello. Quizás sirva para abrir ese cofre. - señaló al arcón que había al lado de los dos Elfos y les ofreció la llave.

Se echó la mano al antebrazo, maldiciendo, los ojos fijos en la cerradura. Agradeció a Daebeg su ayuda, casi sin atreverse a mirarlo. Sí levantó la vista cuando Saelh mostró la llave. Su rostro enrojeció al momento.

-Claro -murmuró-, debí haberlo pensado dos veces antes de... Gracias, Saelh.

Tendió la mano con aire derrotado, cogió la llave y abrió el cofre que, seguramente, contendría la porquería que podría atesorar un orco.

-Lo bueno es que la trampa ya ha saltado.*

Me quedé vigilante, por si venían los compañeros del orco. No quería que nos sorprendieran mientras Saelh escondía el cadáver y Daebeg curaba a Annienor, que había hecho saltar la trampa que contenía el cofre.

-"Daebeg, esas trampas suelen estar envenenadas. Trata de limpiarle bien la herida."

Ante la aparición de Saelh trayendo una llave, una sonrisa vino a surcar mi cara.

──Envenenadas, si──. Era de primero de Aventurerismo. ──Y los malos suelen... Suelen... ── Le faltaba el aire, porque la risa le estaba ahogando, siguió diciendo, claro, pero junto con el resto de las palabras salían carcajadas liberadoras de tensión: ...vee-e-e-eeeeniiir cooo... ...ooon su llaaveeehahahahahahahahaaaaa.

No podía dejar de partirse la caja. Cada vez que miraba a Annienor y el careto que se le había quedado al ver la llave. Le daba cachetitos en la espalda, le miraba y volvía a partirse de la risa.

El montaraz simplemente carraspeó ante la hilaridad mostrada por Daebeg. Después, miró a Maese Drûm y vio que éste también sonreía. Al fin, optó por mirar al suelo y evitar la mirada de Annienor: no consideraba correcto reírse de un Primer Nacido. Pero no pudo evitar... sonreír.

Tras un leve momento de hilaridad, que sirvió para aliviar la tensión del momento, Annienor se aprestó a abrir el cofre con cautela y cuidado. Ante sus ojos aparecieron telas putrefactas, ropajes de orcos, pero entre ellos asomaban centelleantes objetos metálicos finamente labrados, quedando claro que no era obra de orcos a simple vista.

El inventario de objetos es diverso:

Hay un anillo en plata con engaste en forma de águila.

Una cota de mallas de mithril.

Un yelmo mascara dorada, claramente parece haber sido diseñado por enanos.

Una maza de armas

Tenéis claro que son objetos excepcionales, fruto del saqueo y del pillaje de los orcos por Nargothrond y las tierras aledañas, pero no sabéis que cualidades pueden tener.

Annienor no pudo evitar unirse a la sonrisa general mientras levantaba la tapa con un quejido. Removió los trapos como quien rebusca en un cubo de pescado podrido del puerto, y dejó de sonreír cuando vio brillar el fondo del cofre. Comenzó a sacar los objetos valiosos y los dispuso en el suelo, ordenadamente.* Luego volvió a alzarlos, uno por uno, y se los fue pasando a los demás. Tendió la máscara a Drûm, que sabría apreciarla mejor que nadie. Ofreció la maza a Saelh, y levantó el anillo en dirección a Daebeg. Por último, acarició los anillos de la cota.

-Esta armadura estaba aquí aguardando a Ehödil.

Se levantó y miró a los demás interrogante, mostrádola a los demás para que pudieran apreciar la magnífica pieza, inquiriendo si alguno podía saber o decir algo más de todo aquello que habían hallado.

El montaraz cogió la maza que le ofrecía el Elfo y sopesó su peso. Era sorprendentemente ligera para lo que uno esperaría de un arma contundente. No estaba especialmente entrenado en su uso, pero no debía ser demasiado difícil de utilizar. En cualquier caso, sería más útil que la lanza que llevaba ahora: un arma poco apropiada para luchar en túneles estrechos como los que podían terminar atravesando en Nargothrond. 

El comentario de Annienor sobre Ehödil lo apenó. Todavía le parecía irreal que el poderoso guerrero hubiera muerto por algo tan banal como la picadura de un escorpión. Y con él, probablemente habían perdido a su mejor guerrero. Bien, tendrían que hacer lo que pudieran los que quedaban aún. Se ató la maza de armas al cinturón lo mejor que pudo, mientras hablaba: - Sería conveniente elegir a uno de nosotros para llevar esa cota de malla. Parece de excepcional calidad, y Ehödil ya no la necesita.

Daebeg examinó el anillo. Su gente no hacía este tipo de trabajos. O no lo hacía a menudo, al menos. ¿Tendría alguna virtud, o era un simple anillo?