Partida Rol por web

Viendo que ahora Daebeg ha decidido ser quien vigile y guarde nuestras espaldas, dándome algo de descanso entonces, decido viajar en el seno del grupo. Así pues, tras beber un poco de agua, me uno a mis compañeros de viaje ocupando una posición por el medio, aunque no por eso descuido mis sentidos pues sigo manteniéndome en alerta, con ojos y oídos bien abiertos. Nos ponemos en marcha de nuevo, siguiendo a nuestro guía por estos peligrosos caminos. 

Para borrar rastros, voy a tirar oculto rastrear (os están buscando, no os han visto, pero han oído el cuerno y los orcos olfatean bien) y tu haces un tirada enfrentada de sigilo, sin dificultad con una penalización de -2 porque sois un grupo 5 personas.

Cuando inician una marcha rápida, Annienor procura alcanzar a Saelh y le ofrece a ayudarle a encontrear la mejor ruta.* No conoce la región, pero está acostumbrado a cazar bestias y orcos en los bosques pantanosos del Nan Tathren, y al fin y al cabo cuatro ojos ven mas que dos. Karel y Ehödil marchan a poca distancia, mientras Daebeg cierra la marcha ocultando nuestro paso como mejor puede.

Mantiene el arco en la mano y otea inquieto el horizonte. Sobre todo en la dirección que sigue el viento, y que podría delatar su presencia al odioso enemigo. El río discurre a su derecha, y busca levantando la barbilla, un lugar donde pudiera ser cruzado, por el enemigo o por ellos mismos...

Tras unos días de marcha forzada, borrando las huellas y haciendo varios cambios de ruta, llegáis a la conclusión de que los habéis despistado. En algunos momentos, al cruzar posiciones elevadas, veis a los orcos rastreando en direcciones opuestas a vuestra marcha. Parece que ya no pueden seguir vuestro rastro, por ahora.

Al subir a una pequeña elevación, encontráis a lo lejos la planicie guardada. Los rumores no pueden confirmarse, todo parece despejado a la distancia, sin embargo aún estáis a un día de camino de Nargothrond y pueden ocurrir muchas cosas. El camino que recorréis parece en desuso, la hierba ha empezado a ocultarlo y no se ven huellas de pasos. Todo indica que marcháis por una senda segura.

Pasaron días tensos, en los que apenas hablaron y escuchaban cualquier sonido cercano con aprensión, temiendo una emboscada orca. Se veían poco y descansaban menos todavía, en paradas cortas e inquietas. Buscaban amparo entre los riscos y la raquítica vegetación, y cuando debían marchar a la descubierta lo hacían a paso ligero y curvaban involuntariamente las espaldas.

Ahora, apenas distinguían la larga línea brumos de Andram al otro lado del río, y las oscuras colinas boscosas de Taur-en-Faroth se cernían sobre ellos, al oeste, ominosas en su silencio. El río Ringwil discurría entre ellas, y ansiaban encontrarlo, pues significaría que habían llegado a su primer objetivo: la vieja ciudad oculta de Finrod Felagund.

Annienor intentaba atisbar cualquier signo de la fabulosa ciudadela subterránea en la distancia, aunque lo suponía inútil; de todos era sabido que pasaba inadvertida aún en la proximidad, fruto de la discrección y las artes mágicas de los arquitectos que la levantaron. Pero no podía dejar de lado, incluso con el peligro que los acechaba, cierta expectación por adentrarse en la mítica ciudad.

Miro al horizonte y observo largo rato la planicie Guardada. "Más allá, cruzando la planicie esta mi hogar" pienso apesadumbrado. No puedo evitar pensar en mi hermano "espero que este bien y que el bástago de Glaurung no halla dirigido sus pasos hacia Neldoreth". Me atormenta esa idea, así que la aparto como puedo y me centro en lo que tengo delante. 

— Abrid bien los ojos amigos, pues sin son ciertas las nuevas que trajeron los exploradores, en la planicie aguarda un gran ejercito de orcos y peor aún, los comanda Gathdog el Balrog, criatura del infierno — digo en voz baja.  

No le extrañaba que estuviera silencioso el lugar. ¿Balrogs, dragones? Incluso los orcos temían y evitaban a este tipo de jefes, suponía. Las historias que había oído eran como para poner los pelos de punta a cualquiera.

Pero el miedo era la mejor de sus armas, ahora lo comprendía en sus carnes. Y no solo el miedo a cosas horripilantes que a uno le podían hacer, sino a la simple molestia por luchar. El no sucumbir a la tentación de hacer de la discreción un cómodo lugar, y alejarse por las extensas tierras de Arda, alejándose del dominio del enemigo. Sacrificarse aun a sabiendas de que se podía perder mucho más de lo que se ganara.

Y es que, por primera vez había matado, y la tensión se había ido resolviendo a base de concentrarse en sus tareas para con el grupo: borrar huellas, y mantener la cabeza gacha, y estar atento sobre todo a las groseras señales dejadas por el naugrim: cuidar las debilidades de sus camaradas para que no fueran un peligro, aportando su sabiduría.

Durante los descansos se cuidó de reparar las heridas que hubieran podido sufrir en la refriega o durante el viaje: rozaduras, heridas o, sencillamente, el cansancio de las prisas y los lechos a la intemperie.

El éxito le estaba animando. Incluso se había decidido a cantar (a muy bajo volumen) de cuando en cuando.

Suponía que la Planicie Guardada no estaría sin vigilancia, pero no fue capaz de observar nada significativo. Eso le hizo desconfiar aun más. Tenía que haber algo.

Pues yo, al menos, no veo movimiento, contestó a Ehödil, y eso me escama y me preocupa mucho. Yo me detendría, y no seguiría avanzando hasta no descubrir más. ¿No tendrá pájaros vigilando? Podrían no ser simples orcos, ni hombres.

El viaje había resultado mucho mejor de lo que esperaba. Los caminos habían cambiado y el enemigo acechaba por doquier... pero habían logrado avanzar haya llegar a menos de un día de Nargothrond. Después de su apresurada huída tras el encuentro con los orcos, Saelh temió en cada momento ser descubiertos o emboscados. Hasta ahora, habían tenido suerte.

Sin embargo, la tensión provocada por viajar siempre alerta y ocultando sus huellas empezaba a hacer mella en el grupo. Ojalá esto no provocara que cometieran algún error, fruto de la fatiga.

En la planicie todo parecía tranquilo, nada se movía fuera de lo normal, quizás era demasiado normal. En el centro de la misma se distinguía un camino adoquinado abandonado donde la hierba tapaba los adoquines. El camino parecía dirigirse hacía unas formaciones calcáreas, frente al margen del río Narog, en ellas se distinguía los restos de un puente en ruinas.

El puente, una fuerte obra de cantería, estaba fortificado en su tiempo, contaba con bastiones y cortaduras para salvaguardar el paso del mismo, pero restos calcinados marcaban los matacanes de las torres. Parecía haber soportado una ardua batalla contra el fuego y fuerzas poderosas. Frente a vosotros, en una pequeña loma, tres esqueletos insepultos que visten cota de malla, yacen en el suelo sobre la hierba fresca.

Pareciera que os encontráis frente a las ruinas del antiguo reino del malhadado Finrod Felagund que luego gobernara su pariente Orodreth y donde sucedieron parte de los hechos que se cantan en el Narn i hin Hurin. Una parte de vuestro viaje parece próxima a su conclusión.

Daebeg negó con la cabeza. Yo no avanzaría más con todo el grupo hasta no saber más. Algunos de vosotros os movéis haciendo demasiado ruido.

Como vacas en una cacharrería, pensó en realidad, pero no lo dijo aunque, muchas veces, su expresión traicionaba sus pensamientos.

Si no sabemos dónde está el vigía, nuestra única esperanza es ser como sombras.

Me podría adelantar para explorar. A estas alturas ya sabía quién se movía mejor, así que les miró: ¿quién vendría?

Observo maravillado al mismo tiempo que apenado el puente en la distancia — He aquí Nargothrond, nuestro destino, la que fue casa de Finrod Felagund hijo de Finarfin — Avanzo unos metros con cuidado pues tanto silencio y quietud no me gusta, y hace que entre en un estado de alerta permanente. Me agacho junto a los esqueletos, apoyando una rodilla sobre la fresca hierva y los examino cuidadosamente.

- Yo te acompañaré, Daebeg. - dijo Saelh, mientras examinaba el terreno que se extendía entre ellos y las puertas de Nargothrond. - Espero que la zona esté abandonada, pero no podemos descartar que haya algún espía o guardián. - O algo peor. No sería el primer palacio abandonado que es ocupado por... seres oscuros. 

Vale, tú conoces el terreno. Dime cómo lo cubriremos y vamos cuanto antes...

Ante la entrada a Nargothrond, Annienor se queda absorto un buen rato. Admira la delicada factura de la piedra tallada, todavía visible a pesar del daño sufrido por el fuego y el hierro. Posa una mano en una columna ennegrecida. Evoca cómo debieron ser los últimos días de la ciudadela. Mira los tres caídos, todavía armados; ¿elfos? Observa la hierba creciendo entre ellos, pronto sobre ellos.

Cuando se quiere dar cuenta, Daebeg y Saelh se aprestan a explorar el terreno. Debería haberse ofrecido, pero ha vuelto a la realidad demasiado tarde. Mira alrededor, a Ehödil y a Karel. Vuelve a aferrarse a su arco.

-Os cubriremos. Hacednos una seña si todo está tranquilo. Si entráis en la ciudadela y en un rato no tenemos noticias de vosotros... os seguiremos.

Llegamos por fin a nuestro destino. A lo lejos se veía un puente semiderruido, con torres que lo defendían. También vimos, cerca, tres esqueletos tendidos en la hierba. La caminata hasta el puente nos haría salir a descubierto y cualquier criatura que estuviera en el puente nos vería llegar. Daebeg y Saelh se adelantan para investigar, mientras que Annienor los cubre con su arco. Yo me dirijo, junto a Ehodil, a ver los esqueletos y mirar si tienen algo que nos sirva.

El silencio reinante no me gusta nada. Es un silencio tenso, como el que precede a una tormenta. Estoy atento a los alrededores...

Mientras discutíais, Ehödil observaba los esqueletos con expresión ceñuda, sus ropajes estaban raídos y destrozados y no tenían nada salvo las cotas de mallas, semi-cubiertas por la hierba. En uno de esos momentos, el elfo gritó y en unos segundos estaba en el suelo y convulsionando mientras espuma salía de su boca. Fueron unos segundos apenas, hasta que quedo quieto, inerte y casi rígido en el suelo. Vuestro compañero había partido hacía los Salones de Mandos más allá del Gran Mar.  

Todo fue muy rápido, en un santiamén Ehodil estaba tirado en el suelo muerto. Su cara denotaba agonía, algo le había ocurrido mientras estaba agachado observando los cuerpos, algo doloroso. Yo no había visto nada extraño, pero por si acaso, no iba a acercarme a esos cuerpos. Quizás había algo en el aire, algo ponzoñoso. Saqué un pañuelo y me lo até en la cara. Acabábamos de llegar a las puertas de Nargothrond, después de muchas vicisitudes,  y ya había una baja. Ehodil era un guerrero y no pudo morir haciendo lo que mejor se le daba, luchar. Ni su armadura, ni su arma, ni siquiera todo su entrenamiento le había salvado de esa horrible muerte. Rezaría por su alma.

-Que Aulë le acoja en su seno y su espíritu more en las estancias de Mandos hasta el día en que todos nos encontremos.

Me aparté de su cuerpo y me acerqué a Annienor. Le relaté lo sucedido y le indiqué que avanzáramos hacia el puente. Los otros ya lo habían pasado y no habían vuelto para darnos alguna señal. Iba ojo avizor, intentando escuchar algo, más allá del sonido que hacía mi armadura.

Al acercaros al puente, os dais cuenta de que resultará complicado cruzarlo. Las piedras que lo sustentan están sueltas y las traviesas de madera y hierro que sirven de estructura requieren de extremo cuidado para pasar al otro lado. Para un elfo puede parecer poco problemático, pero para el enano puede resultar imposible cruzar. En el suelo hay rastros de armas carbonizadas, escudos rotos y algunos restos. También hay un campamento orco vacío junto a la puerta, parece pequeño, como un puesto avanzado, semi-oculto por las rocas de entrada del antiguo Reino de Finrod Felagund.

El montaraz examinó la entrada con atención. Aunque su rostro no lo evidenció, le preocupaba la situación. - No será sencillo cruzar ese puente, parece que esté a punto de venirse abajo en cualquier momento. - hablaba bajo, casi en un susurro, porque sabía que los finos sentidos del laiquendi captarían sus palabras. - ¿Se te ocurre alguna entrada alternativa? - Miró al fondo del abismo sobre el que se tendía el puente, ¿cabría la posibilidad de bajar hasta allí y trepar después por el otro extremo...?