Partida Rol por web

La muerte a veces viene por dos,

por tres y por cuatro,

a veces no sabe contar, y se lleva a más de los necesarios.

¿qué son las personas muertas más que números?

Lápidas sin visitantes hay en el cementerio,

porque al final de cuentas, con el tiempo,

Los muertos, tienen amigos muertos, y familiares muertos,

que luego de mucho tiempo,

nadie recuerda.

Nadie comprende porque este día hay tantos muertos, el doble de lo que usualmente aparece, el doble de todo.

El la misma habitación y acuchillados hasta de manera  brutal esta Ocho dedos, jack el galeno inglés y a su lado completamente muerto esta Pedro "Una oreja diaz"

En la pared esta escrito en sangre:  "Nadie escapa a la Ira de Dios el Todopoderoso"

Tal como lo habia dicho el galeno, su muerte estaba escrita, pero la de Una Oreja era una sorpresa.

Cruzando el pueblo, al otro lado del rio, hay otros dos muertos, esta vez es  Martín Alfonso de Cordoba y Francisco Nuñez.

Ciertamente ha sido una masacre, una masacre terrible.

Quedan muy pocos,

muy pocos quedan.

Pedro se levanta temprano, como siempre, y como los últimos días, baja al pueblo para enterarse de las novedades. 

Al llegar lo recibe la pestilencia de la muerte, la soledad y el silencio. La plaza del pueblo es un cementerio al aire libre, ya que ahí han traído a los muertos, que esta vez, son cuatro. 

Pedro busca con la mirada al Sr. Vasiliev, para saber si entre los caídos ha muerto alguno de los monstruos que estaban asolando al pueblo. También se acerca a la taberna de Gonzalo, a ver si ha abierto las puertas de su posada, que se ha convertido en asamblea del pueblo.

Me levanto temprano, junto con el sol, totalmente cansado y perdido. Salgo a la calle y no logro dar con nadie así que comienzo a deambular por el pueblo, aún conmocionado por la muerte de los enamorados y de esa rata traidora que nos hizo creer que era uno de los nuestros pero al parecer no respetaba ni sus propios principios.

Llego al río y encuentro los cuerpos del señor Córdoba y del señor Nuñez. Los dos masacrados sin contemplación. Los masones, furiosos por las bajas que les hemos ocasionado han redoblado sus esfuerzos. ¡Malditos! ¡Malditos sean!

Corro de regreso al poblado, buscando a alguien que me ayude a traer esos cuerpos para darle cristiana sepultura pero sólo encuentro más muerte y desesperación.

La iglesia también se ha dado un festín. El pobre galeno, nuestro angel guardián no ha podido protegerse a sí mismo ni tampoco ayudar a Don Pedro Diaz, el pirata que, a pesar de todo, era una persona honrada.

No me importa ya lo que piensen los demás. Las lágrimas de rabia e impotencia lavan mi cara, sucia por la mugre de estos últimos días aciagos donde la higiene personal ha quedado relegada al olvido.

Sin saber que hacer, sintiéndome totalmente solo, me dirijo a la plaza del pueblo y me dejo caer junto al lugar donde solían colgar los anuncios antes de que la pesadilla comenzara. Estamos perdidos. Estamos totalmente perdidos.

Mientras entierro la cabeza en mis manos, Pedro Borrel se acerca hasta donde me encuentro. Al menos no estaré solo.

Ensimismado en las muertes, Pedro no reparó a la figura de Don Santiago, que lloraba la masacre. Pedro esperó un tiempo prudencial para no avergonzarlo, y luego se acercó a él y le puso la mano en el hombro.

- Don Santiago, sobran las palabras, esto se ha convertido en un erial maldito. Dentro de poco el pueblo se verá poblado de cuervos, que se alimentarán de nuestros vecinos. Tantos buenos hombres y mujeres han muerto, que me invade la impotencia de que sus crímenes, aunque los atrapemos, ya no será a tiempo. 

Luego de decir esto, se sienta a su lado a observar el patético espectáculo, y a esperar al Sr. Vasiliev para que cuente si al menos algunos de ellos eran enemigos del pueblo...

Al igual que otros en la aldea, yo también me levanto temprano y empiezo una caminata por el pueblo, deseando no encontrar a los dos muertos de hoy. Lamentablemente, encontré eso y más: no solo habían aparecido muertos Martín Alfonso y el otro Francisco, sino también el Unaoreja y el Galeno, dos muertes que golpeaban duramente al poblado.

Al leer el mensaje en la escena de estos dos pienso para mi mismo. -Esto no es obra de Dios. Es del demonio. Si en esto se ha convertido la iglesia, entonces casi prefiero el infierno.- La brutalidad de los inquisidores me sorprendió enormemente desde el comienzo.

Al retirarme de la escena, veo a Pedro Borrell cerca de Santiago Álvarez y decido acercarme a ellos yo también.

Si el día anterior estuvo abatido por la muerte de los amantes, hoy tenía un rostro aún más lúgubre.

-Todos... todos inocentes. Esto se nos escapa de las manos. Solo nos queda seguir luchando... aunque quedamos pocos y muchos de ellos son villanos. Solo nos queda esperar que se maten entre ellos antes de que nos condenen.

Sin duda las perspectivas de salir impunes eran poco menos que imposibles, pero rendirse era de estúpidos y cobardes. Y Nikolai no era ninguna de las dos cosas.

-Al menos yo seguiré la última voluntad de mi amigo galeno. Yo votaré a AlaAlegre.

-Amigo Nikolai, la gente no hace más que seguir sus consejos y lo único que consiguen es ahorcar a inocentes y dar palos de ciego. Es usted la auténtica lacra de este pueblo y el que tiene que ser eliminado.

-Eso le gustaría, ¿verdad? Pues no, puede que me maten por la noche, pero al menos quiero ver morir a otro masón o Inquisidor, que ya toca.

-Claro que me gustaría, la gente muere a su alrededor, señor Vasiliev y usted sigue ahí, entre los cadáveres... 

Gonzalo estaba sentado en el suelo, delante de la puerta de su taberna cerrada.

Que masacre, Dios Santo. Que horripilante todo. dijo mientras hacia círculos en la tierra del suelo.
En una noche había muerto dos de los hombres con los que más trato había tenido. El Galeno y Unaoreja. Además, la muerte de Jack era más traumática si cabía, ya que era uno de los pocos que sabía moverse sin temor en estos momentos horribles.

Al menos nos quedaba Nikolai pensó mientras este explicaba que todos eran inocentes.
El pueblo se vía tan vacío, ya casi no quedaban aldeanos. Lo malo es que quedaban aún unos cuantos asesinos.

Entonces apareció Alalegre.
Callese estúpido despreciable. Hoy morirás, y si la votación no lo logra.. A Dios pongo por testigo que lo haré con mis propias manos.

AlaAlegre desenvaina la espada.

-¡Pues hagámoslo ahora mismo, maldito bastardo! ¿¡Para qué esperar a un juicio amañado!?

El cazador prepara su arma, apuntando a AlaAlegre, mientras le dice con voz profunda.

-"A cada cual le llega su hora, no te apresures, pronto estarás reunido con los otros bastardos de tu calaña, malnacido"- Y no deja de apuntarle con el arma recostada en su hombro. 

-Un arma de fuego... cobarde... -dice envainando su sable-. Matar a distancia no es honorable...

- Tampoco lo es desenvainar frente a un posadero desarmado siendo experto, don AlaAlegre -interviene Pedro, que había visto la escena conteniendo la respiración.

- Seguramente todo ha sido fruto de los nervios, que tenemos todos, vecinos -continúa. En este maldito pueblo reina la desconfianza y quedamos pocos, las pasiones nos invaden a todos, tal vez a mi no tanto, que ya he vivido mucho, pero tengo miedo de morir como todo el mundo, y mas tratándose de las muertes horrendas que han tenido lugar últimamente. Yo mismo os he votado a vosotros dos, y no los culparia si me votasen a mi, pero creo que debemos mantenernos unidos para descubrir al o a los culpables, aunque sea alguno de nosotros. Con violencia no lograremos nada.

-No, la violencia no ayuda, solo tenemos que votar como hemos estado haciendo hasta ahora. Estos dos últimos días hemos votado bien... no voy a mentir, lo tenemos difícil. Pero no nos vamos a rendir porque la cosa se complique.

Terminó mirando a AlaAlegre.

-Tiene usted razón, sigo aquí, entre los cadáveres. Básicamente porque me han querido cadáver al menos un par de veces para que me callara y no revelara mis conocimientos.

Las palabras de Borrel no suponen ningún consuelo para mí. El contador de historias ha confirmado lo que temía, todos inocentes, ninguna de esas alimañas ha caído durante la noche. ¿Como es posible, Dios, que consientas estos crímenes?

Escucho a Gonzalo exaltarse. Lo entiendo, esa víbora no tiene derecho a decir nada, si realmente fuera un hombre, enfrentaría su suerte con honor y asumiría la culpa que carga. Pero sería pedirle demasiado a un masón, si después de todo se regodea en el sufrimiento ajeno y en el asesinato.

Sin embargo no sé si será tan fácil enjuiciarlo. En este momento de dolor es que mi mente se aclara. Debo dejar de callar.

"Gonzalo no vale la pena. No ensucies tus manos al igual que lo ha hecho esta rata inmunda. Sí, AlaAlegre, conozco tu naturaleza pérfida. El galeno estaba en lo cierto al acusarte como parte de todo el complot para acabar con San Palmaquio, es hora de que tu máscara caiga y asumas de una vez por todas, que tus manos están manchadas con la sangre del señor Córdoba y del señor Nuñez, la de Moreno, la de Íñigo Gonzales y si no fuera por la gracia de Dios, también la de Nicolai. Si conservas algo de honor, admitirás lo que has hecho. Si no, más vale que calles, perro, pues quedan horas todavía para la puesta del sol y tal vez haya tiempo de hacerte probar tu propia medicina antes de que bailes colgado de un árbol."

La sangre me ha ido subiendo. Siento la adrenalina correr por todo mi cuerpo. He empezado a decir lo que sé y se siente liberador. Sé que si aún hay un día después de hoy, yo ya no estaré entre los vivos, pero estamos solos, nadie nos protegerá ni nos vengará, así que debo dejar la mayor cantidad de armas posibles a mis vecinos para que al menos ellos puedan salvar su cuello.

"Pero esto no termina acá". Mi garganta se seca, pero el valor no me abandona. "AlaAlegre no es la única lacra que anida en nuestro pueblo. Amigos, vecinos... hay algo que debeís saber. Cuando todo esto comenzó... luego de que encontráramos al alcalde y al obispo muertos, decidí que no podía quedarme de brazos cruzados sin hacer nada mientras mandábamos a nuestros vecinos a la horca. Necesitaba reunir pruebas para emitir mis votos, así que comencé a salir por las noches y furtivamente me fui colando en las casas de algunos de vosotros, intentando averiguar si erais o no buenas personas." Ya está, lo he dicho. Sé que aquellos que son buenas personas se sentirán heridos por mi desconfianza, pero aquellos que han asesinado a los nuestros sabrán que los hemos cercado de una buena vez.

"Durante la primera noche seguí los pasos del galeno. Vivo relativamente cerca de la que era su casa, así que cuando iba rumbo a su morada para investigarlo, descubrí que abandonaba su hogar y se dirigía hacia otro sitio. Lo seguí y comprobé que sólo estaba velando por su amada, lo que me dio la pauta de que él era uno de los nuestros." Sigo con el relato, es importante que los demás sepan el orden en que se dieron las cosas.

"La noche siguiente me colé en la casa de Isabel y la encontré en una sesión de espiritismo. Aunque esas prácticas están condenadas por la iglesia, también lo están por la masonería por ser consideradas supersticiones, de ahí que me convenciera de que no era una asesina. De poco me sirvió saberlo, ya que no pude hacer nada por ella. La noche siguiente, me dirigí tras los pasos de Unaoreja, para descubrir que sólo se tiraba en su cama a dormir y roncar a pata suelta. Al otro día me encargué de seguir a Pister Vitorius, pues hasta el momento venía desconfiando de él sin motivo alguno y como parecía que al día siguiente podríamos llevarlo a la horca, quise asegurarme para no cargar con su sangre en mis manos. Tal como ha dicho el señor Vasiliev, era un soldado honrado."

Ya falta poco. Estoy llegando al final de mis pesquisas, pero se vuelve difícil admitir lo que sigue. "La noche anterior a ésta, me quedé escondido en un rincón dentro de la taberna. Quería asegurarme de que Gonzalo no ocultaba nada. Comprobé que así era -o al menos así lo parece- al ver que era atacado. Reconozco que me dio miedo intervenir, quería continuar con vida para seguir investigando al resto de la población, por eso lo dejé librado a su suerte. Gracias al cielo, el tabernero pudo sobrevivir al ataque, aunque no sé qué precio habrá tenido que pagar" mis palabras suenan temerosas. Sé que estoy volviéndome paranoico, no hay otra explicación para el temor que siento, pero no estoy seguro de que el tabernero haya salido vivo por las buenas.

"Por último, anoche, tras la muerte de Pister y Alba, no pude dormir. Eran demasiadas cosas las que habían pasado esta noche, así que estuve deambulando hasta el amanecer, yendo de un lado al otro sin saber bien hacia donde apuntar. Mi indecisión, mi falta de coraje es lo que hoy nos da como resultado que cuatro buenas personas hayan pasado a mejor vida. Si hubiera sabido hacia donde dirigir mis pasos ni bien comenzaba la vigilia, podría haber impedido que AlaAlegre cometiera sus últimos dos asesinatos. Porque sí, sé que él es el masón que cargó contra Francisco y contra Martín, sus manos estaban muy manchadas de sangre. Pero mi horror no acaba aquí. Reconozco que no sabía que hacer, a quién acudir, así que me dirigí hacia la casa de Pedro Borrel, alguien a quien creía sensato y capaz de darme un buen consejo" mi mirada se posa en él, el odio que siento es patente. "A punto estuve de tocar su puerta, pero algo me retuvo. En vez de eso, espié por una de las ventanas laterales y para mi consternación, vi como el señor Borrel, ese que se las da de comprensivo y preocupado por nosotros, guardaba en una trampilla debajo de su cama, elementos de tortura, hierros para marcar la piel, cuchillos afilados y una enorme cruz. Sí amigos, ese hombre es un Inquisidor y no estoy seguro de que sea el último que queda".

Por fin termino de decir todo lo que sabía. Me siento liviano, liberado de una gran carga a pesar de que acabo de traer un nuevo dilema al resto de nosotros. Estoy convencido de que casi hemos acabado con los masones. AlaAlegre se ha quedado sin aliados. Pero no puedo decir lo mismo de Borrel. Podría ser que esté solo o que alguien más se haya unido a sus filas. El problema está en que, si matamos ahora a AlaAlegre, quedaremos a merced de la Inquisición. Si matamos a Borrel y resulta que no tiene más amigos infiltrados, los masones serán quienes se hagan con el pueblo. Si al final resulta que tiene un compañero más entre nosotros, he firmado mi sentencia de muerte al contar lo que sabía y alguien más morirá conmigo, dejando a los supervivientes la tarea de desenmascarar a este último y otra vez encontrarse con el dilema de a quién ajusticiar. Es triste, pero parece que para los que sólo queríamos una vida tranquila en el nuevo mundo no habrá salvación.