Partida Rol por web

Oh reflejos confusos,

Seres sin alma,
Sombras son y sólo son,
Figuras que se mueven,
Que parecen un ejército sin paz,
Pueden ser una o pueden ser más,
pero figuras poderosas son,
las ves, pero se transforman,
las ves, pero no las ves.
¿quién esta detrás de las sombras?
¿qué garra hambrienta está esperando por ti?

La muerte del hermano Leovigildo parece dejar cierta duda, pues aunque miembro de la iglesia y loco no se sabe quien era él, no se sabe si se acabó con una amenaza o simplemente todavía esta viva.

Las votaciones fueron en su mayoría en su contra, y otros votaron por quienes creian eran amenaza, pero, era claro el sentimiento de confusión del pueblo.

¿Realmente merecia esto el hombre?... o simplemente murió por ser insoportable.

Ya no importa realmente, ya no esta entre ustedes.

Se ha reunido en el bar del pueblo a conversar, antes de irse a dormir, esperan que por la mañana tengan la misma suerte.

Todo había sido muy extraño. Su cerebro aún estaba como embotado, asumiendo las cosas que acaban de pasar.
Tras la marcha de los niños todos se habían congregado en la plaza del pueblo. Había sido un momento tenso. Se empezó a discutir, aunque por suerte no acabamos en las armas. Alguien aplicó un poco de cordura y decidió que, después de tantas acusaciones e insultos cruzados, deberíamos votar para que la mayoría decidiese quién era el culpable y quién debería dejar este mundo de los vivos.
Mucha gente levantó su mano para condenar al Hermano Leovigildo, incluso él mismo, Gonzalo. Ahora se sentía un poco culpable, a pesar de todo lo que había pasado, y de lo que estaba sucediendo, Quienes somos nosotros, simples mortales, para decidir sobre la vida (y el alma) de otro ser humano.

Entonces se acordó de que el hermano había levantado, junto con de Córdoba, su mano contra él. Acusándole de esas atrocidades. Con el recuerdo aún se le revolvían las tripas, y el sentimiento de frío que recorrió su espalda. De miedo. De pavor. Le volvió y le hizo dar un escalofrío. No entendía porque alguien podía pensar eso de él cómo pueden pensar que yo haya hecho esas atrocidades... Yo... Pero si nunca he odiado a nadie de este pueblo... se lamentó un poco, y pensó que tal vez su aspecto de bonachón pudiese ser para algunos una máscara. Ese pensamiento le dejó estupefacto. ¿Si ya no podemos ni ser buenas personas, si hasta siendo bueno serás sospechoso de algo horrible, que nos queda?

Su taberna empezó a llenarse de la gente del pueblo, que fueron entrando justo tras él. Parecían estar todos. Nadie hablaba mucho, alguien bebía algo por aquí o por allá. Aunque no le importaba que en aquellas circunstancias hubiese gente dentro sin consumir.
Poco a poco se le pasó la culpabilidad, al menos una gota. Tal vez, a fin de cuentas, estemos mejor sin él. Aunque yo al menos no tengo muy claro quien era realmente... Tal vez sí que fuese el el culpable. Como un loco al menos sí se comportaba.

La atmósfera estaba tensa, y la chimenea crepitaba. Decidió hablar un poco, tanto para dejar de pensar como para intentar que la gente se calmase un poco.
Habló hacia los que tenía más cerca, los que estaban apoyados en la barra.
Bueno, hoy será una noche larga en nuestros camastros- les dijo con una sonrisa no muy sincera, intentando iniciar conversación.

Nuestras manos están manchadas... ¿cómo vamos a poder descansar?

Pregunto, mirando incrédulo a Gonzalo.

Entro a la taberna, un poco apesadumbrado al bar. Sobre sus hombros se notaba el peso de haber recibido tres votos para ser ejecutado. No quería buscar razones, simplemente asumió la tristeza en silencio.

Sus pasos, eran ligeros, a pesar de todo. Se dirigió a la barra, y pidió a Gonzalo una cerveza caliente, de forma educada. No mostró rencor alguno por el voto que fue dirigido hacía su persona por parte de aquel a quién ahora le vendería una cerveza. Mientras esperaba, soltó un chiste para bromear un poco. - Hombre, con que me la des sin veneno esta bien... - Rió un poco, de forma un tanto nerviosa. 

Los niños estaban a salvo... pero ellos no. Ayer por la noche habían caído dos, y hoy habían decidido ajusticiar a Leovigildo. Si era un masón o un inquisidor no lo sabían, por desgracia, con suerte habían acertado. Pero no era el momento de mostrarse optimistas, si la amenaza era real, no sería solo uno el implicado. 

-Desconozco si hemos acertado o no con nuestras sospechas. Solo espero que ésto no vuelva a repetirse muchos días más.

Aquél era un día triste, y todo apuntaba a que no sería el último.

Pedro estaba abrumado por la situación. Cuatro muertos en dos dias. Era mucho, demasiado. Y si el pasado se repetia, como una rueda que nunca deja de andar, sabía que el sepulturero tendría mas trabajo del que había tenido en mucho tiempo. Lo miró y lo vio resuelto, pero con el mismo espíritu que todos los demás. La muerte era una sombra que sobrevolaba la taberna esta noche.

Escuchó a Christopher bromear con quien hacia solo un rato lo había acusado de asesino. Reflexionó y quiso seguir su ejemplo. Buscó al hombre alto, dudó pero se encaminó hacia él, Francisco de Leyva, el cazador.

- Don Francisco, espero me perdone, no se que me ocurrió cuando lo señalé como el culpable de este desastre, supongo que le tengo algo de miedo, Ud. se la pasa cazando en la campiña y no pensé que fuera alguno de los otros vecinos, que conozco desde hace tanto tiempo y ..  no se que me pasó, le ruego disculpe a este viejo torpe, nunca mas volveré a acusarlo sin razón.

Gonzalo frunció el entrecejo mientras le servía la cerveza a Christopher Elias. Me parece una broma un poco fuera de contexto. Pero quizás este hombre tenga un humor extraño.
Así que decidió hacer como que no pasaba nada.
- No, caballero, claro que no. La mejor cerveza que probará en muchas millas a la redonda. ¿porque iba a envenenarle? dijo, terminando la frase en un susurro, para que nadie interpretase mal lo que estaba ocurriendo.

Entré en la taberna con los pies de plomo. Todo se había salido de las manos muy rápido. Aún recordaba cuando me señalaron con el dedo para preguntarme a quién votaba, cuando no sabía ni los nombres de estas personas. Lo único que pude hacer fue señalar a alguna cara conocida, que en ese momento no recordaba dónde la había visto: en la taberna. El buen hombre que me había dicho qué estaba pasando, cuando todavía no había muerto nadie.

Ahora que entraba en la taberna estaba agradecido que solo yo haya votado él, pues no habría sabido que hacer si mi voto conducía a un hombre a la muerte. Lo único que pude hacer fue sentarme en la taberna y pedir un vaso de vino a Gonzalo, sin dejar de mirarme los pies. Todavía recordaba a la multitud que levantó al hombre de Dios y lo mandó a la horca, cuando su único crimen fue estar loco. Pecadores. Pensé. Somos todos pecadores. No nos salvamos ninguno.

El jesuita tenía la misma expresión de siempre, severa y adusta. No obstante, se mantenía firme. No sabemos si era el culpable, pero no debemos sentirnos culpables. La tarea de castigar a los emisarios de Satán nunca es fácil. Si era inocente, Dios lo acogerá en su seno. Si no lo era, será condenado al fuego eterno. En cualquier caso, el señor nos recompensará si llevamos a cabo su tarea y limpiamos el pueblo de seres malignos. Es por ello que no debemos fracasar.

Torció el gesto y miró al suelo. Después susurró entre dientes: enviaré a todos esos herejes al lugar que les corresponde aunque tenga que reducir todo el pueblo a cenizas. 

Las pesarosas alas del angel de la muerte se han cernido sobre el pueblo. Y evidentemente tardaran un tiempo aun en levantar el vuelo de nuevo.

Con un profundo suspiro abandono la escena del cadalso del que aun pende el cuerpo inerte de Leovigildo.

Froto mis manos en el viejo delantal a modo instintivo pues no estan mas sucias de lo habitual. Sigo caminando, cabizbaja, en direccion a la alcoba de paja que aguarda mi descanso por esta noche pues, al alba, toca la vuelta a la rutina para esta pobre sirvienta.

Toca hacer limpieza...

Tras la muerte del hermano Leovigildo Olwyn se queda en silencio, meditabundo y sombrio por lo ocurrido y por lo que ha de ocurrir a continuación. Se siente culpable, aunque no le haya votado todos han tomado parte en este linchamiento "el señor nos perdone"

Considera irse a su casa a pasar la noche, pero la congoja y su hogar vacio cuando siempre ha estado tan lleno de vida le hacen dudar, finalmente entra en la taberna

-un vaso de vino-

Francisco entra en la taberna luego de un día muy pesado. Una buena cerveza por favor.

Luego se sienta en una mesa y se pone a mirar a todos a estudiarlos, quienes pueden ser.

A pesar de de ser repulsivo para la mayoría del poblado, el hermano leovigildo era un miembro de la iglesia, por lo que merecía respeto de los pueblerinos y ser enjuiciado por parte de sus superiores, en caso de que se hubieran encontrado pruebas como para acusarlo, por lo que Martín Alfonso pensaba que algo no iba bien, tarde o temprano sus hermanos de la iglesia preguntarian por el e indagarian su suerte, entonces vendrían a buscar a los culpables y si que estarían en el pueblo los inquisidores o algo peor. Rezó por que el pobre loco no trajera mas problemas que los causados en vida y que nadie se acordara de el, conservandose así la tranquilidad en el pueblo.

AlaAlegre había asistido silencioso a la muerte de los dos principales dirigentes del pueblo. Como forastero, sólo estaba de paso y no tenía ninguna afinidad por ninguno. Pero aún así, era duro que hasta en este pequeño rinconcito del Nuevo Mundo, las viejas rivalidades europeas se hubieran abierto paso.

Llego a la taberna y igual que muchos de los presentes y busco un lugar para sentar. Ahorcar a un cura no era algo agradable. De hecho podríamos ir al infierno por hacerlo. Me persigno de solo pensarlo.

Señor dadme una cerveza por favor. Le digo al tabernero.

Alejandro entro a la taberna con el solo deseo de darle un poco de alivio a tan abrumador día -Gonzalo es tu nombre, cierto? traerme un poco de lo mas fuerte que vendas por favor- aun tenía en su mente aquellas imagenes y quería tratar de borrarlas por lo menos para dormir tranquilo.

Mientras le sirven el licor, pasa la mirada por varios de los presentes, algunos votaron junto al el por aquel monje perturbado, pero al igual que él se encontraban intranquilos ante la idea de haberse equivocado, pero en realidad nadie sabía de lo que era capaz aquel hombre, una mente perturbada da para cometer cualquier locura, auque eso no cambia el hecho de que lo mas correcto hubiese sido encerrarlo.

- Vamos hombre, que solo era un chiste... Los ánimos están algo bajos... -

Tomó la cerveza, y le dio un largo trago, antes de dejar la jarra sobre la mesa, a 3/4. 

Se giró para ver al resto de las personas, todos con la misma expresión apesadumbrada, todos confundidos, y deprimidos por sus decisiones, sin poder negar que él se encontraba igual. Negó con la cabeza, un par de veces, para volver a mirar a Gonzalo, sin tener mucho que decir.

- Dudo mucho que salgamos de esto... Y así como van las cosas, probablemente seré el próximo en caer a la horca. - Miró al suelo, sonriendo, tratando de no mostrar mucho desánimo. Tomó de su bolsillo un reloj dorado a cuerda, para ver la hora, como si estuviese contando cuantas le quedaban de vida.

- ¿Sabes? Había pensado en hacer negocios contigo, hace unas semanas... Quería darte un par de botellas de vino que tenía en la bodega, para ver si te interesaba comprar los barriles en donde lo hice... Pero bueno, al parecer, los tiempos no son favorables para pensar en aquellas cosas.

Vuelve a la taberna tras la ejecución, mira a Gonzalo con un encoger de hombros y dice:

-Creo que vamos a acabar haciéndonos amigos, tabernero - el pirata suelta una ligera carcajada y se sienta en la barra.

-Póngame algo de ron si tiene, si no me llega con un whisky o una cerveza - pide, con una ligera sonrisa - y quería preguntarle... ¿tiene alguna habitación libre? Es que me estoy cansando de dormir en ese maldito banco.

Pese a tratar de ser amable se le nota algo cabizbajo, no es la primera vez que ve morir a un hombre, ni tampoco la primera que muere alguien por su culpa, en este caso de su voto, sin embargo esta ha sido una muerte muy fría, que no le ha gustado nada.

El cojo quien llevaba ya tiempo en la tazca y bebiendo de una botella cercana a su mano derecha, observo entrar al forastero que le había votado, bufo y negó con la cabeza. Observo la botella y echo un trago a su vaso, antes de volver a mirarlo.-Que demonios yo he echo lo mismo con el granjero.

Por raro que fuera en él, recogió la botella, su vaso y se dirigió a la mesa del solitario Berenguer.
A un paso de él, de pie, le sirvió en su vaso el contenido de la botella y se sento a su lado.
-¿Que locura verdad? Obligarnos a votar a quien no conocemos, ya sean del pueblo o forasteros, ¿Y porque? Por que así lo manda la ley. Es de locos.-Bebio de su copa y se la lleno de nuevo.-La noche va ha ser dura y el día aun mas. -