Partida Rol por web

Tras media hora de caminata llegáis a Faverstram. Ya es pasado el mediodía, el cielo se ha despejado y hay sol. La aldea de Faverstram es decepcionante. Hasta la Isla Serena tiene más gente que este pequeño poblado en el que vivirán, con suerte, unas cien personas. La aldea está rodeada por bosques y está al lado de un estanque. Los campesinos os miran con suspicacia. Escucháis algunas de las cosas que murmuran a vuestro paso.

—Ha regresado Herr Otto... y trae gentes de lejos —comenta uno.

—Son mercenarios, os digo —dice otro—. Mira la pinta de ese, el de las cicatrices en la cara —y señala disimuladamente a Bjorn—. Ese viene buscando problemas.

—¡Y esa mujer! —y hace un gesto con la cabeza en dirección a Valerie—. Una mujer que maneja armas, como Hulda. ¡Eso es pecado! Vaya gentuza... a saber para qué los ha traído.

Comadreja Oleg se despide de vosotros y se va a la aldea a buscar un lugar donde pasar la noche. Otto, Hulda y los soldados os escoltan hasta el castillo de los Faverstram, ubicado en el centro del pueblo. Que de castillo tiene poco. En realidad es un viejo torreón que ha visto tiempos mejores. Está mohoso y algo sucio. Los Faverstram son nobles pobres, después de todo.

Dentro del torreón pareciera que están preparando el salón principal para una fiesta o algún evento importante. Hay sirvientes barriendo, preparando las mesas y colgando guirnaldas de colores en los techos. Sentado en una silla y mirando a los sirvientes con mala cara está quien solo puede ser el padre de Otto, el Barón de Faverstram, señor de estas tierras. Otto saluda a su padre con una reverencia.

—¡Mi señor padre! He hecho lo que me has encomendado y he vuelto con los reclutas para combatir a los bandidos —y le cuenta también de los ataques piratas que habéis sufrido.

El Barón Marcus von Faverstram lo escucha en silencio. Tiene una pata de pollo en la mano y la come con un sonoro chomp, chomp. La grasa le cae por la barbilla. No se ve feliz.

—Hijo, ¿eres TONTO? ¡Quince reclutas! ¡Te pedí que traigas quince reclutas! ¡Me has traído solamente cinco! —que sois vosotros cuatro más Sophia, la hermana de Valerie—. Ah, por Fenre... Tendremos que arreglarnos con vosotros. Os doy la bienvenida a mis tierras, plebeyos. He enviado a mi hijo a buscar gente para combatir contra un grupo de bandidos que nos está amenazando. Son gente peligrosa. Mañana por la mañana os enviaré junto a algunos de mis mejores hombres para darles caza en el bosque, donde se han ocultado. Quince piezas de oro para cada uno que ayude en la misión, como recompensa.

>>Karla, mi copa está vacía. Sírveme vino. ¡MÚEVETE, RÁPIDO! —le grita a una sirvienta—. ¡Y acomoda esa mesa! Sabréis disculpar el desorden. Estamos preparando un banquete para recibir mi señor, el Conde de Osterhaus, que vendrá a visitarnos hoy o mañana. Karla, el vino que me has servido está agrio. Tráeme el vino bueno, ¡RÁPIDO! He ordenado que os preparen paja fresca en el establo para que podáis dormir tranquilos. Mañana será un día de batalla.

- Mira, Sophi. Éstas son las grandes aventuras que estamos corriendo. Perdiendo gente y tirados en un establo como el ganado. Cuando volvamos, si no te mata padre, te mato yo misma.

Siente una profunda melancolía. Aquí no hay mar, sólo un charco grande. Les trataban como escoria y les despreciaban. El noblucho y su cachorro seguro que les querían como carnaza para sus intereses. El diablo se los lleve.

Hoy no hay fiesta. Mañana vamos a buscar al bandido, aunque sigo pensando que él nos encontrará primero.

Tenía que buscar la forma de dejar a Sophia en el castillo, quizás como criada. En la pelea sólo estorbaría y no quiera  el cielo que la hieran.

Para que saldría de Serena.

Finalmente llegaron a destino de una forma que quizás Annalise jamás imaginó, pero tras ponerle buena cara a la situación misma avanzó a paso tranquilo junto a los demás con tal de comenzar esta nueva vida que ella misma de alguna manera había elegido. A medida que fueron pasando los minutos, mantuvo su silencio habitual e intercambiaba las miradas entre Bjorn, como los alrededores quizás con la intención de habituarse al menos. 

La gente de allí comentó alguna que otra cosilla, sin perturbar la tranquilidad de la alquimista y una vez cuando llegaron hasta el lugar indicado, se mantuvo atenta a la conversación que tenía Padre e hijo. Tal vez no se imaginó ese tipo de queja, pero era normal ya que estaban en una situación de emergencia y básicamente todos los presentes eran aldeanos. No obstante ya tenía un valor ese primer trabajo, cuestión que le permitió a Annalise alzar una ceja llena de sorpresa. 

Al parecer dormirían en establos, sólo esperaba que sean cómodos al menos. Si su Padre supiera la vida que tendría su hija de ahora en más, estaría en desacuerdo, pero algo en el corazón de la joven le impulsaba a que las respuestas estarían en este lugar. Ningún destino se escogía por azar, eso era sabido. 

—Soy Annalise, alquimista. Si necesitan mis servicios aquí, puedo ayudar—dijo en ese tono suave, propio de ella

Y miró a su amigo, sólo para susurrar:

—. Bjorn, podemos ir a recorrer los alrededores. ¿Te apetece?

Vaya si aquello era decepcionante. Aquella... ¿aldea? Pueblucho más bien. ¡Hasta Serena era más grande que... eso! Andrei carraspeó nervioso y miró a sus compañeros de reojo. Todos tenían en el rostro la misma expresión. El espadachín se encogió de hombros, al menos tenían trabajo. Sólo quedaba esperar que la paga fuera, por lo menos, decente.

Los lugareños tampoco son muy receptivos, señalando a Bjorn y a Valerie principalmente, pero lanzando comentarios contra todos. Andrei no les hizo mucho caso, la gente de pueblo siempre era bastante recelosa de los forasteros, en Serena solía pasar lo mismo. Ya tendrían tiempo de ganarse su confianza si terminaban por quedarse ahí el tiempo suficiente.

El torreón, si bien viejo y mohoso, no dejaba de ser... aunque sea ligeramente impresionante. En Serena no habían construcciones de piedra, y aquella parecía aunque sea un poco resistente. El barón, por otra parte, tenía la misma pinta que su hijo, y Otto era cualquier cosa menos extraordinario. Definitivamente aquella no era la bienvenida que esperaba, pero al menos ya tenían un valor establecido para el pago de sus... servicios. De algo había servido aquello.

— Muchas gracias, barón —le respondió Andrei, cortés—. Mi nombre es Andrei, y mi talento es con la espada. Bastante más mundano que el talento de Annalise, pero sólido también. Una vez más, gracias por la bienvenida y el hospedaje.

Estaba claro que si quería contratarlos estaba en la obligación de darles hospedaje, pero había gente que se saltaba aquello. De todas formas, Andrei había decidido que no se quedaría mucho, por lo que lo mejor era ser lo más cortés posible y quedar en las buenas por si le tocaba volver en algún momento.

— Creo que iré a entrenar un poco. Una cosa es practicar con tu padre y otra pelear a muerte con otra persona... necesito calmar los nervios un poco. Si me necesitáis, estaré donde estén los guardias, probablemente.

Una vez terminadas las presentaciones, el espadachín buscó el sitio donde los guardias entrenaban, si lo había. Nunca había estado en un combate real y sinceramente estaba nervioso, y agitar la espada siempre le ayudaba a calmarse.

Una vez instalada en sus aposentos o como parecía por aquí, tiradas las cosas en un montón de paja, Valerie cogió su arco y su arpón y fue a ver los entrenamientos.

No estaba de más ver el modo de pelear de la zona.

Tirar con el arco se hacía igual en todas partes, así que seguiría el consejo de Andrei y practicaría un rato. Empezaría con el arco.

—Una espada siempre es bienvenida, plebeyo —le dice a Andrei, mirándolo de arriba a abajo—. Sí, eres un guerrero, no hay dudas. Seguro que nos darás un buen servicio. ¿Y una alquimista? —los ojos se le agrandan un poco—. ¿Sabes convertir el agua en oro?

Que Annalise sepa, no existe forma posible de convertir el agua en oro. Es una creencia de iletrados e ignorantes. Entre los cuales, al parecer, se cuenta el Barón de Faverstram.

Andrei y Valerie se despiden, yendo primero al establo, y luego al patio de armas, dejando a Annalise y Bjorn solos con los Marcus y Otto.

Dando la vuelta al torreón llegáis a un diminuto patio de armas, ubicado junto al rústico cuartel donde viven los soldados Faverstram. No parece mucho más cómodo que el establo que os funge como provisional dormitorio. En el patio hay siete soldados hablando entre ellos.

—Parece que mañana partemos en busca del bandedo —dice uno.

—Pues yo no veo razón para ir a cazarle, si nunca nos ha atacado —responde el otro.

—No nos habrá atacao porque está asperando el meior momento para hacerlo. Los bandedos son ansí, astotos como zorros.

—Eh, mirad, estos son los isleños, los nuevos reclutas.

Os saludan con un gesto de cabeza. Andrei se pone a practicar con la espada. Hay tres espantapájaros a los que puede ir golpeando. Por su parte, Valerie le da con el arco a un costal relleno de paja al que le han pintado unos círculos concéntricos para hacer las veces de blanco.

Mientras, escucháis a una de las criadas del torreón que pasa por el patio cargando unos cuencos. Se queja por lo alto.

—Ay, ay, ay... qué suerte tenéis los soldados. To'l día holgazaneando. Y nosotras aquí preparando el banquete para el Conde. Si es que ya no me dan las caderas para tanto trabajo.

Sophia os ha seguido hasta el patio.

—Oh, Valerie, nunca me había dado cuenta de que Andrei maneja tan bien la espada. ¡Y qué músculos! —intenta sonreírle seductoramente a Andrei, pero el resultado es algo tan sensual como la expresión de una oveja degollada—. Mañana vamos a darle a esos bandidos, ¿eh, Val? Al bandido jefe le podemos cortar la cabeza y enviársela a madre para que se lleve un susto. Qué risas se echarán los demás.

Uno de los soldados Faverstram se acerca a vosotros. Es Dutch, que viajó en el barco. Andrei no llegó a hablar con él pero Valerie sí: fue el que agarró de las pelotas y le advirtió que no se acerque a Annalise ni a Sophia.

—Bienhallado, buen hombre —le dice a Andrei—. Bienhalladas, señoritas —dice a Sophia y Valerie, aunque cuando saluda a Valerie se lleva instintivamente la mano a las pelotas para protegerlas—. En nombre del resto de la tropa quería agradeceros por haber salvado a Renke. Si no hubiera sido por vosotros, le habrían cortado los dedos. A Renke le gusta el vino pero no es un mal hombre, y mucho menos un asesino. Ese Grigori amigo vuestro... ¡vaya bribón! Asesinar al pirata y no querer hacerse cargo. Y cuando vino el barco pirata... ¡menudo valor habéis demostrado! Si hubiera habido batalla yo te hubiera seguido sin dudarlo —le dice a Andrei—. Pues eso, isleños, gracias por haber salvado a Renke. ¿Hay algo que podamos hacer para devolver el favor?

- No hay favor que pagar. Era lo justo. No deseaba el final que túvo Evgeni, siempre fue un mal bicho. Como parece que es ese bandido. ¿Ha hecho muchas fechorías por la región?

Espera, va a resultar que Otto es el simpático de la familia, pensó Bjorn cuando escuchó la conversación entre padre e hijo y, más que nada, la forma en que el padre von Faverstram demandaba vino a grito pelado. Él quería quince reclutas y su hijo sólo había traído cinco... por eso estaba disgustado. A favor de Otto había que decir que originalmente había traído dos más, pero uno murió y otro les traicionó. Y el pirata capturado seguramente hubiera aplacado un poco el disgusto de su padre, pero... oh, bueno. Las cosas que sucedieron no se podían evitar ya.

Al parecer les iba a tocar dormir en el establo, como los plebeyos que eran en aquel lugar. En Serena Bjorn tenía su propia casa y una cama donde dormir. Poca cosa, sí, pero al menos no tenía que compartir su lecho con animales de cuadra. Empezaba a preguntarse si aquello no había sido un gran error.

— Mi nombre es Bjorn, Barón vor Faverstram. — se presentó Bjorn con una leve reverencia. Mientras la hacía, pensaba en lo que podía decir a continuación. Él no sabía usar la espada, ni hacer alquimia... — Mi talento con las espadas es limitado, pero soy ágil y sé utilizar bien las dagas y los puñales. — Armas de cobardes y matarifes, resonó una voz en la cabeza de Bjorn. Al final se había decantado por decir la verdad.

Cuando el Barón les diera permiso para irse, Bjorn asentiría y acompañaría a Annalise.

—Hm, ágil, dagas... Me da igual qué armas uses, mientras seas un hombre sano. De huesos fuertes. Mientras no seáis tullidos, con eso me alcanza. Os podéis ir, plebeyos. Mañana será un largo día. Otto, dile a los soldados que formen un perímetro en torno a la aldea. Para que no haya... sorpresas desagradables. Y dile a Hulda que venga aquí y rápido. Tengo que hablar con ella. En privado —dice poniéndose muy serio—. Karla, se me antojan manzanas. Ve a buscarlas, ¡APÚRATE!

Habiendo sido excusados por el Barón, salís del torreón y os dirigís a la aldea.

El pueblo de Faverstram está animado (tan animado como puede estar un lugar tan pequeño como este) a causa de vuestra llegada. Los exóticos isleños sois la comidilla del pueblo. Os dirigen miradas, algún que otro comentario por lo bajo y algunos pocos saludos amistosos. A primera vista podéis divisar una herrería donde hay unos tres hombres hablando, un grupo de niños correteando por ahí y jugando entre ellos y un par de ancianas cotilleando.

—No sé para qué han contratado a estos mercenarios —dice el herrero sin darse cuenta de que estáis cerca—. Esta es una aldea pacífico, nunca hemos sufrido ataques. 

—Pues por algo les habrán contratado, ¿no? —responde su amigo—. Ese bandido podría atacar en cualquier momento.

—Hombre, si no ha atacado hasta ahora... no va a atacar nunca. Ni siquiera sabemos si realmente está ahí en el bosque.

—He oído que una de las mercenarias es bruja —dice el tercer hombre—. Un soldado me dijo que todos la vieron creando monstruos de agua. Luego los envía por el mar a que maten gente.

Uno de los niños que están jugando se acerca a vosotros.

—¡Holaaaaa! ¡Hola! ¡Soy Klaus! ¿Cómo os llamáis? ¿Estáis casados? ¿Tenéis hijos de mi edad? ¿Puedo ser amigo de vuestros hijos?

También, cerca de allí, y hablando con otro aldeano, veis a Oleg, el capitán del barco que os trajo hasta Faverstram, aunque no sabéis de qué está hablando.

—¿Un cargamento entero? ¿De plata? Joder, vaya suerte. Está forrado. A saber por qué quiere seguir siendo bandido.

No le respondió a Marcus von Faverstram con respecto a su pregunta porque sintió que quizás le decepcionaría en demasía conocer la verdad, así que simplemente le dedicó una agradable sonrisa y se despidió en cuanto aquel hombre se los permitió. Así que rápidamente comenzó a caminar por las calles de aquel lugar junto a su amigo, prefería conocer un poco a la gente y quizás donde vivirá por un tiempo. 

—Parece animado esto, aunque no creo que estén contentos... Ya los escuchas.

Aquello susurró a su amigo mientras lo miraba a los ojos. Es un pueblo pequeño y las habladurías siempre correrán a la orden del día. ¡Sucede en Serena! No era un mal evitable, al contrario. Pero yendo con pies de plomo, sin meterse en donde no los llaman significaría cero problema. Ya tras un poco más andado, entre miradas y murmullos, un niño se nos acercó para hablarnos siendo sus preguntas muy incómodas.

—Nos llamamos, Annalise—se señaló—, y Bjorn. No, no estamos casados y no tenemos hijos. Encantada de conocerte Klaus.

Luego desvío la mirada hacia Oleg, de algo hablaba pero no quería que el niño se sintiera ignorado. 

—Somos nuevos aquí. ¿Qué lugares podemos visitar que te gusten?

—Ah, es que aquí somos pocos niños, pensé que ibais a traernos más amigos —dice con decepción—. Para hacer por aquí, pues a mí me gusta visitar a Wilbur. Es un caballero retirado, sirvió como castellano de Fuerte Sombrazul durante muchos años y tiene mil historias de guerra interesantes para contar. Vive en esa casa de ahí, ¿la veis? —señala a una pequeña vivienda a unos cien metros—. Ah, y a veces me gusta ir a visitar a Spangler, el cazador. Vive en el bosque, en esa dirección. A veces me deja jugar con su perro y también le ayudo a desollar los conejos que atrapa. Aunque ahora que lo pienso hace varios días que no le veo. Señorita Annalise, dicen que una de las mujeres que vino en el barco es bruja. ¿Es usted o es la otra mujer, la del arpón? ¿Las brujas pueden hacer que mi casa se convierta en un castillo?

Fuerte Sombrazul era el castillo de la familia de tu madre.

—El bandido tiene fama de mal bicho, ea, pero todavía no atacó esta aldea. Está oculto en el bosque. Nosotros no le hemos visto. Hace cuatro meses tuvimos noticias de que saqueó un pueblo al este del reino. Y antes de eso una pequeña aldea al norte, muy lejos de aquí. Es un tipo sanguinario, por lo que dicen los rumores. Dos semanas atrás el Barón lo avistó en el bosque, mientras andaba de caza. Luego le encomendó a Herr Otto que viaje a vuestra isla a buscar reclutas, porque nosotros somos pocos.

>>En mi opinión los rumores están exagerados —dice, encogiéndose de hombros—. Seguro es un grupo de campesinos sin tierra que anda buscando un lugar donde asentarse. Por algo no nos han atacado... a lo mejor ni siquiera son gentes de armas.