Partida Rol por web

No hay tiempo para presentaciones. El trio escucha entonces como unos pasos avanzan a toda velocidad hacia su posición desde la retaguarda.

La niebla amarilla parece disiparse, y de ella, a unos 40 pies de Holloc, Mequetrefe y Richard, surge desde el centro de la avenida una figura humanoide que, por lo demás, no tiene nada de humano. La figura va ataviada con una especie de túnica rasgada, compuesta por tiras y más tiras de una tela añeja y mortecina. Fragmentos de carne, vísceras y piel desollada se entremezclan con los mechones de tela macilenta. Allí donde debería de encontrarse el rostro del ser, se halla una máscara de piel viva, repleta de vendaje y unas fauces repletas de colmillos.

La sola visión de este engendro les pone a todos los pelos de punta. Un ser cómo este no debería de existir. Y, sin embargo, la máscara del ser forma un extraño rictus, contrayendo los colmillos en los que parece la versión más perversa y deformada de una sonrisa.

El ser avanza hacia el trío.

—Os veo —una voz gutural y desgarrada resuena en la mente de cada uno de ellos. La criatura mantiene su macabro rictus y no debería de ser posible que algo así sea capaz de articular habla humana. Sin embargo parece que eso se dirige hacia el grupo. 

Y de pronto el ser se mueve a una veloz endiablada. Las tiras de piel, tela y vísceras ondean y remueven los jirones de niebla a su alrededor mientras recorta la distancia que os separa.    

Cuando vio al engendro Aura se quedó bloqueada de tal forma que hasta se olvidó de respirar. ¡Por Irori! ¿Qué demonios era esa cosa? A la joven le habían hablado de los muertos vivientes, no tenía el recuerdo de cuando pero su existencia le era conocida. Eso sí, nadie la había preparado nunca para el hecho de ver a uno. El monstruo era mucho más horrible de lo que jamás había podido imaginar.

Entonces la mujer recuperó la respiración y disparó la ballesta casi sin querer. El virote salió volando muy desviado. La sierva de Irori sintió el impulso de salir corriendo pero una parte racional de su cabeza se esforzó por frenarla. No era tan rápida con su armadura, ¿de verdad huir era una opción?

La ansiedad volvió a aparecer.

Mequetrefe soltó un grito de terror.

¡Oh no! ¡Vamos a morir todos! ¡Lo sabía, sabía que iba a tener un montón de colmillos! Por Desna, ¿tenías que ser tan feo? ¡Eres el ser más grotesco y repungante que he visto en mi vida!

Tranquilo, Mequetrefe, no estás solo. Piensa, algo podrás hacer contra esta criatura. Además tus compañeros parecen hábiles combatientes. Holloc tiene un trasero realmente duro, eso tiene que significar que está en buena forma. Sí, tenemos que estar tranquilos.

¡Tranquilos compañeros! ¡Podemos con este horrible y asqueroso ser, sólo tiene una cabeza!

Alejándose de la criatura Mequetrefe empieza a decir unas palabras arcanas, parece que está lanzando un hechizo.

- ¡Cierra el pico! - Le gritó Holloc a Mequetrefe, pues no pudo evitarlo ni un segundo más. 

Acto seguido se arrepintió de haber sido tan brusco, pero al fin y al cabo tenía razón en el porqué de aquella reprimenda. Le duró poco el remordimiento, no obstante. Problemas más importantes se acercaban a la carrera y a un velocidad inusitada. Apretó la mano entorno a la empuñadura de su espada y rezó para que aquellos afilados colmillos no hincasen su piel.

Lo cierto era que el solo hecho de encontrarse frente a un ser al que se le veían las entrañas y se le intuían las vísceras, le provocaba pavor. Nunca antes le había pasado, pero en aquel momento estaba más decidido a salir corriendo que a intentar acabar con aquella bestia. Puede que se quedase a pelear, pero no por valentía o responsabilidad, sino porqué huir tan solo le podía conducir a la soledad que había sufrido hasta toparse con aquellos dos individuos que parecían buena compañía y a eso si que no estaba dispuesto de poder impedirlo.

Por desgracia no quedaba otra que luchar por su vida. Era matar o morir y de esa encrucijada, Holloc sabía bastante, pues su oficio era la guerra. Armándose de valor cargó contra aquel engendro, combatiendo toda la repulsión y aversión que su naturaleza le provocaba.

Pronto ya no hay Aura, ni hay pasos alrededor: lo único que recuerda es un gañido de la ballesta al dispararse (¿disparándole a él?) y nada más. Todo el mundo es eclipsado rápidamente por el estruendo de sus pasos y los latidos retumbantes mientras continúa huyendo, sin poder calmarse, sin poder pensar, sólo lejos, lejos, LEJOS.

Te veo

Las carreras no disminuyen, ni cambia su objetivo, cuando oye esas palabras. En aquellos momentos, sólo se trata de huir: de la niebla, del artífice de las palabras, de la ballesta, de la ciudad, de todo.

El virote sale despedido y se interna en la niebla. No se le escucha caer.

La cosa desvía la mirada un momento en dirección hacia dónde acaba de desaparecer el proyectil, como si estuviera… sorprendido. Si un engendro de semejantes características es capaz de sorprenderse, claro.

Entonces el ser de trapos avanza a toda velocidad hacia la sierva de Irori, lanzando un aullido gutural al tiempo que carga contra ella con sus dos garras.

Notas como las garras del engendro penetran tu armadura. Un dolor indescriptible te sacude de arriba abajo, y sientes cómo un líquido cálido y rojizo comienza a fluir por tu vientre. El ser retira las garras y se ensaña con la herida. Sangre, vísceras y dolor, sobre todo dolor, comienzan a ser las únicas ideas que maneja tu mente.

El engendro profiere entonces una sonora y macabra carcajada. Aúlla extasiado a continuación, llevándose las garras a sus monstruosas fauces y deleitándose con el sabor de tu sangre.

Pero eso ya no importa. Como tampoco no importa la niebla. Ni tampoco importa la ciudad. Y por supuesto, ni siquiera importa Theo, ese granuja cobarde que te ha dejado a merced de semejante engendro.

Instintivamente das un paso atrás y te llevas las manos a la mortal herida. Tu vida comienza a escaparse entre ellas. Sientes que esto no puede estar pasando y… sin embargo, nos dejas de ver cómo tus intestinos caen al suelo.

Algo llama tu atención, probablemente fruto del deliro de quienes están a las puertas de la muerte. Observas cómo tu sangre forma un patrón al verterse sobre el adoquinado de la plaza formando las siguientes palabras:

“Despierta. Sálvame”.   

Parece un tanto aturdido por la verborrea del gnomo, durante varios instantes le mira con los ojos entornados como si estuviese preguntándose si se está burlando de él o no. No parece llegar a tiempo de sacar una conclusión que se encuentra la mano del tal Holloc y llega a decir -un refugio si, te cogería la mano pero eh...- va a señalar su arco y flecha que dadas las circunstancias no quiere soltar cuando el ser innatural aparece.

Oh mierda, ese no tiene tentáculos así que hay mas- llega a pensar antes de que el zumbido del pánico ahogue cualquier otro pensamiento y sólo quede el shock y la duda. De forma casi casual ve como primero el gnomo parece alejarse y lanzar un hechizo, seguido del otro que cargó espada en ristre.

Aún tuvo un segundo antes de conseguir recobrarse lo suficiente. Él también decide imitar al enano y empieza a lanzar un hechizo, cuando éste termina un gran círculo de líquido marrón cubre el suelo bajo los pies de ese ser y los alrededores. Con alguien en combate limitando su visual termina guardando su arco y la flecha preparando para apoyarle en combate en cuanto sea posible.

Presa de la desesperación, continúas con tu frenética marcha entre las calles de la ciudad. Perdido, desorientado, y con los nervios a flor de piel, atraviesas la plaza de enormes proporciones y te internas en lo que parece una amplia avenida, flanqueada por una especie de galería de arcos colosales a tu derecha, y a tu izquierda por los muros de un enorme edificio. Parece que la inclinación del adoquinado ha cambiado, adivinándose ahora una ligera pendiente.

Pero no hay tiempo para mirar a tu alrededor.

Sigues a toda velocidad, con el corazón latiéndote a mil por hora, sintiendo como un sudor frío se desliza por tus sienes palpitantes. Aunque tu mente quiere creer con todas sus fuerzas que has dejado atrás a lo que sea que te veía, tienes la inquietante sensación de que cada vez se encuentra más cerca.

Escuchas voces y pasos acelerados a tu alrededor, pero la niebla, insidiosa e inclemente, te impide distinguir nada con claridad a tu alrededor. Hasta que de repente de te encuentras de bruces con una escena inesperada…

El guerrero lanza una estocada contra el engendro descarnado y cree estar seguro por un momento de que su filo desgarra la piel del su aberrante adversario. Sin embargo, como repelida por un campo invisible, el estoque  se desvía unos milímetros de su enemigo, rasgando su túnica de trapos y pieles desolladas.  

Lo que debería de haber sido un tajo certero acaba de dejar expuesto a Holloc ante el ser de pesadilla.

Richard lanza entonces un hechizo contra el engendro de trapos, con tan mala suerte que este consigue apartarse en el último momento. El suelo alrededor del engendro se llena de una pátina resbaladiza.

El engendro lanza entonces un aullido gutural al tiempo que la emprende a golpes contra el guerrero con sus monstruosas y sangrientas garras. El zarpazo desgarra la armadura de Holloc y comienza a manar sangre de una fea herida en su torso.

No das crédito a lo que acaba de pasar. Tu compañero acaba de recibir una herida mortal y, sin embargo, reparas en cómo la sangre que salpica el suelo comienza a moverse y a formar un patrón distinguible:

“Sal”. 

De entre la niebla amarilla emerge una figura humanoide, a unos 20 pies de donde se encuentra Holloc (el cuerpo marchito de). Se trata de un hombre de grandes ojos que corre a una velocidad endiablada, presa del miedo y la desaparición. Tanto Mequetrefe como Richard reparan en él, y aunque, de nuevo, no recuerdan su nombre, hay algo en esta persona que les resulta terriblemente familiar.

Lo que se encuentra Theo es bien distinto. Sí, hay un grupo de tres personas, un humano de cabellos castaños con un arco a su espalda y la mano derecha en alto, un gnomo de espesos cabellos verdecinos, y un hombre de complexión atlética que sostiene la espada en alto. Y sí, el singular trío le resulta a su vez inquietante familiar.

Pero  lo que produce mayor conmoción en el mestizo es el ser que se encuentra frente al hombre atlético. Se trata de una figura humanoide ataviada con una especie de túnica rasgada, compuesta por tiras y más tiras de una tela añeja y mortecina. Fragmentos de carne, vísceras y piel desollada se entremezclan con los mechones de tela macilenta. Allí donde debería de encontrarse el rostro del ser, se halla una máscara de piel viva, repleta de vendaje y unas fauces repletas de colmillos.

La sola visión de este ser causa una gran conmoción en Theo. Una criatura de semejantes características no debería existir. Y, sin embargo, el ser aúlla con una voz gutural y desgarrada que el semielfo ya había escuchado antes… en su cabeza.

Mequetrefe miró horrorizado como esa horrible criatura atacaba con fuerza a Holloc, causándole graves heridas.

Sólo le impactó con una de sus garras, y aún así, lo ha dejado en ese estado. Esto se está poniendo muy peligroso. ¿La sangre de Holloc me está diciendo que me vaya? ¿Me lo habré imaginado?

De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por la visión de un hombre que emerge, corriendo y despavorido, de la niebla amarilla. Este hombre también le resulta familiar. Mequetrefe está cada vez más confundido.

Eh, amigo, necesitamos ayuda. ¡Esta horrible criatura intenta matarnos!

¿Qué puedo hacer? A este paso Holloc, no, no sólo Holloc, todos vamos a morir. Deberíamos huir, quizás la criatura no nos alcance aunque... correr no es una de mis virtudes. Además no puedo dejar a Holloc sólo, se ha lanzado valientemente a por la criatura.

Entonces recordó uno de los libros que había visto hace un tiempo. Un criatura a la que se le cae la piel, con grandes colmillos.

Claro, tiene que ser un zombi, no puede ser otra cosa. Por favor, que esto funcione.

Empezó a decir unas palabras arcanas, y un rayo blanco surgió de la punta de sus dedos en dirección a la horrible criatura.

¡Holloc! Tu sangre me está diciendo que nos vayamos de aquí. ¿Alguien más lo ha visto o son imaginaciones mías?

Tras esto siguió alejándose de aquella criatura horrenda que parecía tan mortífera.

Había dejado atrás a esa mujer. ¿Habría intentado apuñalarle, a traición? No lo sabía, pero podía verlo en sus ojos, llenos de pensamientos paranoicos, acechando en la sombra del daré antes que me den por el que ella se había puesto a su espalda, desarmado como estaba. Y ahora...

"Eh, amigo, necesitamos ayuda. ¡Esta horrible criatura intenta matarnos!"

"...¿Bwuh?"

Más gente. También les conocía, pero, de nuevo, no sabía decir de qué, o quienes eran, siquiera, sólo que eran rostros familiares. Que estaba a salvo. Y sin embargo. Sin embargo. También había pensado lo mismo de la anterior y había tratado de dispararle cuando había salido huyendo.

-¿Qué? ¡ESTOY DESARMADO! ¡HUID! ¡HUYAMOS TODOS!

La mente de Theo había conseguido combatir el pernicioso influjo de lo sobrenatural, de lo que no debía existir. Sin embargo, este control sólo le había servido para elevar un simple y racional pensamiento: tenían que poner todo el terreno posible de distancia entre ellos y aquella abominación cuya voz podía susurrar en sus cabezas.

Aquel hombre que había aparecido de la nada atravesando la niebla, acababa de darle a Holloc el mejor consejo que le habían dado en toda su vida. Visto como aquel monstruo podía rasgar la piel de un hombre como él con un mero arañazo, era evidente que lo mejor que podía hacer era correr y salir de ahí cuando antes. Quedarse frente a aquel monstruo era desde luego una locura. Más cuando el resto de víctimas, pues sin duda todos aquellos mortales que habían ido apareciendo eran presas de aquel extraño lugar, no hacía ademán alguno por acercarse a ayudarle.

- ¡Huyamos! – Gritó Holloc poniendo los pies en polvorosa y alejándose del monstruo regresando tras sus pasos. No deseaba para nada seguir internándose en aquella avenida, sino que su intención era la de huir en la dirección del lugar donde encontró por primera vez a aquel molesto gnomo.

- Gracias a los dioses que llevo una armadura ligera. – Pensó aliviado. – Si estuviera embuchado en una pesada nada habría que hacer…

Un pálido haz luminiscente sale despedido de los dedos del mediano e impacta de lleno contra la criatura, recorriendo su desvencijado atuendo y envolviendo al ser durante unos instantes. La cosa levanta entonces la cabeza y contrae las fauces en una espantosa mueca.

Holloc aprovecha entonces para tratar de retirarse. Pero el engendro es rápido, y el guerrero siente como un dolor intenso y lacerante perfora su espalda. Se escucha el crujido de las costillas. Una indescriptible agonía le recorre el cuerpo, y Holloc comienza a perder el sentido.

La garra del ser de pesadilla atraviesa al humano, rasgando carne, hueso y lanzando trozos del pulmón perforado sobre el suelo.

—Tú serás el siguiente —la misma voz horrorosa resuena en las cabezas de Mequetrefe, Theo y Richard.

El gnomo continúa en pie, observando petrificado como el cuerpo de su compañero cae al suelo y comienza a perder sangre a alarmante rapidez. El mestizo no se lo piensa dos veces y pone pies en polvorosa. ¿Qué  hará Richard ante semejante estampa? El suelo a los pies del engendro sigue cubierto de la pátina de su hechizo, pero eso no parece que le haya supuesto un gran contratiempo para acabar con el espadachín.

Reparas en cómo, de nuevo, la sangre que mana del cuerpo de tu compañero comienza a formar otro patrón distinguible entre el adoquinado de la avenida:

“me”.  

Notas como las garras del engendro penetran tu endeble armadura de cuero como si fuese un folio de papel. Un dolor indescriptible te sacude de arriba abajo, y sientes cómo un líquido cálido y rojizo comienza a fluir por tu torso. El dolor es insoportable, hasta que comienza a remitir paulatinamente, al tiempo que se enturbia tu visión.  

Pero eso ya no importa. Como tampoco no importa la niebla. Ni tampoco importa la ciudad. Y por supuesto, ni siquiera importan tus compañeros, esa panda de cobardes que te han dejado a merced de semejante engendro.

Te precipitas contra el suelo. Una cálida alfombra carmesí comienza a acumularse debajo de ti. Sientes que esto no puede estar pasando y… sin embargo, no dejas de ver tu vida se escapa de tu control con cada bocanada de aire.

Algo llama tu atención, probablemente fruto del deliro de quienes están a las puertas de la muerte. Observas cómo tu sangre forma un patrón al verterse sobre el adoquinado de la avenida formando las siguientes palabras:

“Despierta. Sálvame”.  

Hay ciertas cuentas que todo hombre debe hacer por lo menos una vez en su vida, cuando un hombre con armadura cae de dos golpes lo correcto es sentir temor, pero aún mas cuando un pequeño gnomo con cortas patas puede servir de carnaza la huida se antoja como la mejor opción posible.

Su mano se detiene en el proceso de desenrollar su látigo y en vez de eso no dice nada ni mira a nadie, se da la vuelta y sale corriendo como alma que lleva el diablo, no tiene nada en contra de esos que parece conocer, pero ya desentrañará el misterio si sobreviven.