Partida Rol por web

Holloc hizo caso de inmediato a Aura. Aquella mujer parecía saber de lo que estaba hablando. Los seres que contactan con lo divino en muchas ocasiones, perciben cosas que a gente más mundana se le escapan. Aquella mujer estaba envuelta en un aura de santidad que la convertía en uno de esos sujetos. Por ello, era imperioso no tomar a la ligera sus corazonadas.

El humano desenfundó sus dos estoques. Con ellos se sentía completo; no como sucediera en aquel extraño sueño donde acabó ensartado por aquel ser de horrenda apariencia. Contar con sus fieles espadas le daba cierta confianza, aunque lo cierto era que en aquella situación, no bastaba para que su corazón no latiera desbocado por el miedo.

- ¿Qué has visto? – Le preguntó mientras se acercaba a su posición sin dejar de posar su mirada fija, en la pila de cadáveres. - ¿Algo raro? – Le dijo al posicionarse en paralelo con ella.

Holloc y Aura se acercan a la montaña de cadáveres en busca de algún cuerpo sospechoso. Quizás la sádica practicante se hubiera camuflado o transformado en alguno de ellos con la avisa intención de sorprenderles en el momento menos oportuno. Richard aprovecha para iluminar la estancia con su saeta, mientras Mequetrefe termina de inspeccionar la pared del sur en busca de más puertas secretas.

No parece que ninguno de ellos localice nada sospechoso, ni doppelgangers camuflados entre la macabra amalgama de cadáveres mutilados, ni puertas o pasadizos ocultos. Cuando ya casi habían terminado de inspeccionar los cadáveres, Aura repara en que uno de los cuerpos, sepultado por los restos mortales de lo que parecen dos hombres de mediana edad con  terribles heridas en el torso, aferra con fuerza una pequeña bolsita de cuero en su mano. Sea lo que sea lo que contenga en su interior, parece que a la “doctora” y a sus colegas se les pasó por alto retirarla.

Mientras el grupo continua con su búsqueda, Theo inspecciona la parte superior de las salas, en busca de algún conducto. No localiza ninguno hasta que vuelve a la sala de las celdas y el horno. La puerta metálica del horno continúa entornada, pero la gigantesca estructura de metal asciende a través de la pared de la sala hasta lo que debería de ser el piso superior. El conducto es estrecho, pero tal vez una persona menuda pueda ascender a través de las paredes metálicas. 

Tras examinar todo concienzudamente Richard empieza a sentir las primeras punzadas de la frustración al no encontrar una ingeniosa salida a este embrollo, las opciones son dos: que la salida es demasiado ingeniosa y no la ve o que no existe. Ninguna le agrada pero tampoco parece que vaya a conseguir nada intentando perforar la pared con la mirada, así que se gira hacia los demás y dice con sequedad -alguien menudo podría subir por el conducto metálico y después ayudarnos al resto, no se me ocurren muchas más opciones si queremos movernos de una vez.

Como arqueólogo tener prisa era una receta para el desastre, pero de hecho no recordaba mucho de su etapa de arqueólogo así que podía justificarse fácilmente ante si mismo, especialmente cuando el "menudo" no era él.

Él y Richard habían tenido la misma idea y habían mirado lo mismo, después de que dijera lo que había dicho habían pensado lo mismo después de todo. Era bueno estar con gente que estaba en la misma onda que uno: te hacía sentir menos solo.

"...oh"

-M-mequetrefe y yo... -tragó saliva- somos los que medimos menos de todos.

...

...

-Deberíamos ser nosotros los que subiéramos para asegurar al resto.

Hubiera quedado mucho más heroico sin esos segundos traicioneros antes de decirlo, pero aun así estaba convencido. Se preciaba de ser un pensador objetivo incluso con todo el miedo y el pavor que siquiera estar existiendo allí le producía, y lo que decía era cierto.

-S-si nadie encuentra otra forma de subir... Mequetrefe, tú y yo... ¿est-estás preparado?

Esa había sido su idea desde un primer momento. Subir por el único sitio por el que parecía posible hacerlo. No obstante, que se hubieran ofrecido para hacerlo los dos miembros más pequeños del grupo, en parte le reconfortaba. No sabía si tenía demasiada lógica o no que lo hicieran ellos, pero desde aquel extraño sueño en el que moría a manos de un ser de apariencia dantesca, todo lo relacionado con vísceras y fluidos le echaba atrás.

- Está bien… - Dijo entonces Holloc. – Si creéis que es lo mejor, que suban lo más pequeños… - Dejó entonces su mochila en el suelo y desató una cuerda que portaba en un lateral. – Tengo esta cuerda. Cuando lleguéis arriba atadla a algún sitio y descolgadla para que subamos el resto. – Hizo una pausa. – Al menor problema avisad y regresar con nosotros. ¿De acuerdo?

La frustración de Aura iba en aumento a pasos agigantados. ¿De verdad la doctora se había marchado por ese conducto? ¿Sin hacer ningún ruido? No parecía una subida sencilla. Además estaban sus inmaculadas ropas, sin ninguna mancha… ¿Cómo había bajado? No le cuadraba, pero tampoco es que fuera lo único extraño en lo que estaba envuelta. Si se ponía a hacer un recopilatorio nada de sus últimas experiencias tenían sentido: el sueño compartido, la onírica pero real muerte, el encierro, la amnesia, la sensación de conocer a los desconocidos que eran sus compañeros…

—Está bien—concedió ante la evidencia de que el conducto era su única opción—. Pero como ha dicho Holloc no os arriesguéis. Juntos tendremos más posibilidades.

Entonces la Sierva de Irori se fijó en la bolsita de cuero.

—¿Eh? ¿Qué es esto?—preguntó en alto mientras se agachaba.

Mequetrefe asintió a Theo.

No es que me ilusione demasiado la idea de subir por ese conducto yo sólo, no señor. Pero hasta ahora es la única salida que hemos sido capaz de encontrar, así que imagino que vale la pena seguir explorando esa idea.  Eso sí, tanto mi querido amigo Holloc como la señorita Aura tienen razón, al menor atisbo de peligro deberíamos volver, es mejor estar encerrado y vivo que morir, o eso creo yo, sí señor.

Chasquea la lengua con irritación hasta que escucha las palabras de Aura, entonces se vuelve hacia ella y se acerca en silencio, observando lo que sea que la mujer haya encontrado.

No había sentido urgencia en su voz, así que seguramente no fuese algo directamente peligroso, a pesar de ello mantuvo dos razonables pasos de distancia por si acaso. 

Tomó la cuerda que le ofrecía Holloc. No necesitaba que le dijeran dos veces que si había algún problema salieran corriendo de allí, pero aun así agradecía la idea. Agradecía que se estuvieran preocupando por él, que mostrara que no querían que acabase allí tirado con los otros cuerpos: necesitaba ese valor en ojos ajenos después de haber visto cómo le miraban otros.

"s mejor estar encerrado y vivo que morir"

-Mmmmm.

Miró a la sábana bajo la que se encontraba el hombre al que habían rescatado. No estaba tan seguro de que eso fuera la verdad, después de todo lo que estaban viendo allí.

-De acuerdo. Subamos.

El grupo abre la compuerta del horno sin dificultades. Dentro, los restos calcinados de… tal vez fuera mejor no pensar a qué (o a quién) pertenecían las cenizas del interior del horno. Desde dentro, un pequeño conducto asciende hacia lo que debería de ser el piso superior.

El gnomo es el primero en entrar en el interior de la caldera, relegada ahora a horno crematorio. La ceniza parece impregnar el interior del horno, adhiriéndose a las ropas, el sudor y a las fosas nasales de quien allí dentro se asomase.  Con la ayuda de Holloc, Mequetrefe consigue alcanzar sin muchas complicaciones el conducto por el debería de circular el calor en los momentos en los que la caldera hubiera estado operativa. El hechicero comienza a deslizarse por el conducto y pronto desaparece de la vista del resto de sus compañeros.

Theo es el siguiente. Con la ayuda de Holloc intenta llegar hasta la estrecha abertura del conducto. El erudito consigue introducir su cabeza a duras penas, pero la maniobra parece complicarse a medida que intenta introducir los brazos y el resto de su cuerpo sin éxito. Enseguida queda claro que la abertura del conducto, así como el interior de los canales del circuito de calor, son demasiado estrechos para que quepa incluso el escuálido cuerpo de Theo. Sólo una criatura mediana, de proporciones similares a las de Mequetrefe, podría arrastrarse por ahí.    

Mientras tanto, junto a los cadáveres, Aura abre el contenido del saquito bajo la atenta mirada de Richard. Dentro parece haber unas monedas y un anillo de plata.

Mequetrefe emprende el ascenso por el circuito de circulación del calor. La abertura discurre horizontalmente hasta que los conductos comienzan a ascender de forma vertical hacia arriba.  El gnomo se desliza por el conducto sin mucha dificultad hasta que alcanza la nueva abertura.  Para trepar por esta parte del circuito tiene que ir asegurando su peso con las piernas, al tiempo que busca a tientas las juntas del conducto para utilizarlas como asideros con los que poder ir ascendiendo. Al principio la tarea resulta sencilla, hasta divertida, pero a medida que el gnomo asciende en completa oscuridad el cansancio comienza a hacerle mella.

Pero el hechicero no se deja amedrentar. El cansancio y el esfuerzo son sensaciones conocidas, no es nada que no pueda manejar con paciencia y respiración. Poco a poco el gnomo consigue alcanzar lo que parece una abertura, ocluida por una pequeña loca metálica. Al empujar la losa, ésta cede, y unas bisagras chirrían abriendo lo que parece una pequeña puertecita.

Mequetrefe se encuentra ahora en una habitación rectangular con lo que parecen dos calentadores (de uno de ellos es, precisamente, de dónde acaba de emerger). Una pila de madera, dispuesta de manera muy ordenada —lo cual no dejaba de resultar sorprendente en un lugar como aquel—, reposa en la pared norte de la estancia. Debía de utilizarse para alimentar los calentadores de la estancia. Al lado oeste parece haber una puerta cerrada, de madera y a priori bastante corriente. Además de las dos calderas, la estructura del horno, la madera y un carrito de lona vacío, de unos cuatro pies de altura, típico de instalaciones sanitarias, no parece haber mucho más en esta sala.

Mequetrefe consiguió ascender por los conductos, no sin esfuerzo. Una vez salió a una habitación respiró profundamente.

Vaya, parece que al final me he quedado solo. Espero no encontrarme ningún peligro, subir por los conductos ha sido complicado, no me cabe duda de que bajar sería aún más difícil, no señor.

El menudo gnomo miró alrededor, se sentía bastante solo. Echaba de menos tener alguien con quien hablar, o quizás, sólo quizás, echaba de menos el sonido de su propia voz. Sin embargo estaba solo, en un lugar que hasta ahora se había revelado muy hostil, y no quería llamar la atención de seres indeseables.

Tras un rápido vistazo a la habitación y comprobar que el carrito de lona estaba, efectivamente, vacío, se acercó a la puerta intentando no emitir ningún ruido y apoyó la oreja contra la madera, tratando de escuchar algún indicativo de lo que pudiera encontrarse tras ella.

Sigiloso como un gato, el gnomo inicia su incursión en solitario… y en silencio. El pequeño Mequetrefe atraviesa la sala hasta la puerta. Se apoya sobre la superficie de madera y agudiza sus sentidos.

Sólo se escuchan los latidos de su propio corazón y la respiración del gnomo. Parece que todo está en silencio al otro lado de la puerta...

Vaya, no se escucha nada, no señor. Espero que sea porque no hay nada peligroso detrás, claro está... pero... ¿Y si está la macabra psicópata torturadora? En ese caso tendría que huir... aunque nunca he sido demasiado rápido. Bueno, sea como sea, no puedo permanecer aquí, mis compañeros, mi gran amigo Holloc y ese señor tan simpático al que han estado torturando dependen de mí.

El menudo gnomo siempre había estado más cómodo con los sonidos que con el silencio, pero era consciente de que la situación podía empeorar considerablemente para él si la extraña criatura que había visto torturando a aquél pobre hombre andaba rondando por los pasillos. Armándose de valor, Mequetrefe intentó abrir la puerta sin hacer ruido.

Mequetrefe entorna ligeramente la puerta y echa un vistazo al otro lado del umbral. Ante él se extiende un largo y oscuro pasillo. Pero la oscuridad no es un impedimento para los ojos del pequeño hechicero, acostumbrados a tratar con semejantes entornos. El pasillo parece en buenas condiciones, algo sucio y con alguna fea grieta en el yeso de las paredes. Pero a todas luces parece funcional.

Frente al gnomo, apenas a unos pies de distancia, hay una puerta. Por la disposición del edificio, esa puerta debe de estar más o menos encima de las celdas. Puede que encima de la habitación de los cadáveres. Un escalofrío recorre el cuerpo del hechicero al recordar semejante estampa. Quizás abandonar aquel lugar en solitario no fuera tan mala idea. Al menos allí no había moscas.

El pasillo se extiende hacia el norte, aunque desde la posición de Mequetrefe es difícil ver más allá de unos cuantos pies. Al sur… la estampa es algo más inquietante. Alguien parece haber apilado un montón de muebles, mesas y tablas para formar una barricada que llega hasta casi los seis pies de altura. Y junto a la barricada parece haber una puerta.  

¿Qué hará el avezado Mequetrefe a continuación?

Aura miró el contenido de la bolsita y se quedó observando el anillo. No parecía tener ningún recuerdo asociado a él. Tras enseñárselo a sus compañeros, guardó el contenido de nuevo en la bolsa y siguió a los demás hasta el horno. Tras asomarse no tardó en comprender que no podrían subir por ahí.

—¿Por qué le hemos dejado subir?—preguntó consternada—¡Encuentre lo que encuentre mequetrefe no podremos subir por ahi!

Quizás tendrías que haber dejado a Holloc subir por la rampa—pensó para sí misma.

Pero ahora no iba a pedírselo.

—Richard, acompáñame. Voy a subir por la rampa.

Con que una barricada eh... interesante... ¿Será obra de la psicópata doctora? ¿O quizás eso ya estuviera ahí antes? En el poco tiempo que ha pasado desde que salió huyendo de la habitación es imposible que haya hecho una barricada de ese tamaño. Bueno sería imposible para un humano, un enano o un gnomo pero... aquella criatura no era normal, no señor. ¿Quién sabe si sería capaz de hacerlo?

Los pensamientos se acumulaban en la mente de Mequetrefe, que parecía divagar ante la extraña barricada. Sin embargo, tras unos segundos se quedó mirando a la puerta que tenía frente a él.

¡Céntrate Mequetrefe! No es momento para dilucidar si aquella horrible y extraña criatura es capaz de semejante hazaña, no señor. Ahora tienes que ayudar a tus amigos, no puedes dejarlos aquí a su suerte. Esa habitación parece dar a las celdas, sí señor. Veamos lo que se esconde tras la puerta, quizás encuentre una forma de ayudar a mis compañeros a subir aquí, conmigo. Aquí no se está tan mal, aunque me siento un poco solo. Sí, definitivamente si pudiera hacer que mis amigos estuvieran conmigo todo será maravilloso. Bueno quizás no maravilloso, pero seguro que sería mucho mejor, eso seguro, podríamos hablar mucho y... ¡Céntrate Mequetrefe!

El pequeño gnomo de verdosos cabellos se acercó a la puerta despacio, intentando no emitir ningún sonido, y pegó su oreja contra ella. Trató de escuchar con atención, intentando descubrir si detrás de aquella puerta le esperaba algún peligro.

Trató de hacerlo, pero no hubo suerte y tuvo que rendirse: era escuálido, pero no era tan escuálido al parecer, y tuvo que acabar bajando con algo de ayuda, frotándose los brazos magullados por elo avance y el hollín pegado en su cuerpo.

"¿Por qué le hemos dejado subir? ¡Encuentre lo que encuentre mequetrefe no podremos subir por ahi!"

Tosió, agachándose un poco donde se había sentado junto a la caldera para sacarse todo el polvo de combustión de pecho.

-Era... *¡COFFFF! ¡COUGH!* buena idea. Puede encontrar algo arriba para que salgamos, y si no puede volver.

Explicó. Claro que había sido él el que se había presentado voluntario para la situación, sólo que había resultado no haber sitio suficiente y le habían tenido que ayudar a salir de ahí para poder hacerlo rápido.

-Si no encontramos nada... las escaleras. Trataremos de subir por las escaleras rotas.
 

El intrépido Mequetrefe atraviesa el pasillo a toda prisa en dirección a la puerta. Por un instante cree ver un foco de luz al sur, detrás de la barricada, pero el gnomo consigue abrir la puerta a tiempo de que nada le ilumine.

Mequetrefe se encuentra ahora en un patio abierto. A su siniestra, una nueva puerta por donde entrar de nuevo al interior del edificio. A su diestra, y frente a él, se alzan algunos arbolillos sueltos, matorrales  y arbustos junto a bancos y… hasta una pequeña fuente.

Pero si hay algo que llama enseguida la atención de Mequetrefe y que es capaz de ponerle los pelos de punta es… la misteriosa niebla amarilla que envuelve y rodea al patio.

Si, había sido una completa estupidez y una temeridad dejar subir solo a aquel pequeño gnomo. Más teniendo en cuenta la locuacidad habitual de aquel pequeñín. A saber que haría él solo frente a un problema serio. Siempre cabía la posibilidad que lo matara de aburrimiento en uno de sus habituales discursos que no llevaban a ninguna parte. No obstante ya estaba hecho y sólo cabía esperar a que Mequetrefe regresara con noticias.

Fue entonces cuando la mujer, Aura parecía que se llamaba por lo que había oído en boca de otros, decidió emprender los pasos que no le había dejado llevar a cabo a él unos pocos minutos atrás. Subir por aquella infesta rampa de muerte había sido para Holloc la opción más clara desde el primer momento, aunque ahora no parecía que escalarla fuera la decisión más adecuada.

- ¿Aura te llamas, verdad? – Preguntó el guerrero y sin esperar la obvia respuesta continuó. – Creo que separarnos todavía más no es la mejor de las opciones. – Observó. - ¿Por qué no esperamos a que Mequetrefe regrese con datos? Para esa demente doctora será más fácil acabar con nosotros si cada uno acaba en una punta de este complejo de túneles… - Dejó caer.