Partida Rol por web

-No creo que pueda ayudarme. Tengo que hacer mediciones electromagnéticas. ¿Sabe usted algo de eso? 

La doctora miró a su compañero, pero éste no parecía contento de contar con aquel intruso. En ese momento, algo pitó a lo lejos y ambos se miraron.

-Eso es... que se ha producido un aumento súbito de la radiación en algún punto de la isla.

Vaya.

Se lamento Sextus, pues efectivamente, no tenia mucho mas que hacer. No tenia ni idea de qué elementos estudiaban aquellos dos extraños personajes.

Era completamente ilógico que no hubieran dicho nada sobre la supuesta cuarta guerra mundial. Es más, no parecían afines a ninguno de los dos bandos.

Cuando la alarma extraña sonó, y hablaron sobre electromagnetismo quedo claro que lo que hicieran allí quedaba muy lejos de su campo de conocimiento.

Así que se hizo a un lado y empezó a buscar cosas útiles. Sobre todo libros, que pudiera ojear.

¿Es algo grave?

Pregunto, un poco por seguir un poco la situación, que por qué realmente le preocupara. Sí habían sobrevivido a las bestias gigantes dudaba mucho que un poco de radiación en algún otro lugar pudiera ser peligroso.

El doctor Brolin miró a Sextus con gesto preocupado.

-Sí, lo es. Una subida de energía significa que algo en la isla va a desaparecer... o aparecer y si no me equivoco, no está muy lejos de aquí.

La última vez que lo detectamos fue cuando Kildare desapareció.

Sextus cambio el rictus inmediatamente.

Aparecer o desaparecer….

Y no hay manera de saber exactamente cuál de las dos opciones….

¿Es seguro estar aquí entonces?

La doctora miró a Sextus y negó con la cabeza.

-Ningún lugar en la isla es seguro.  Estamos intentando descubrir una forma de realizar predicciones, pero por el momento... no hemos podido hacerlo.

Sextus medito durante unos segundo.

Y bien, que puedo hacer para echar una mano. Sé que no tengo los conocimientos adecuados. Pero, será posible que os ayude en algo. Algo que yo pueda hacer.

Espero con cuidado la respuesta. Pues contaba con que el doctor no quería que nadie estuviera en su coto particular, ni qué rondaran a la única hembra cercana.

-Usted no puede...

El doctor no terminó la frase. De repente, un extraño sonido inundó la estancia y las paredes vibraron como si se estuviese acercando un tanque.

-¡Está aquí! ¡Hay una anomalía! -exclamó, asustado. 

Efectivamente, algo extraño se estaba produciendo en uno de los muros. Era como si de repente aparecieran miles de cristales y formaran un embudo incandescente flotante.

Tan pronto hubo aparecido, todo a su alrededor empezó a ser succionado hacia el interior, como si fuese el desagüe de una piscina, empezando por objetos pequeños, como lápices, peines, pasta de dientes, etc, y continuando con los muebles, que se veían arrastrados hacia él... y finalmente, vosotros. 

La doctora gritó y se agarró como pudo a la mesa. El doctor se vio lanzado al suelo y consiguió cerrar su mano entorno a la puerta que comunicaba con el resto de la estancia y tú... tú ibas a pasarlo mal si no hacías algo parecido.

A pesar de todos nuestros esfuerzos no tuvimos otro remedio que seguir avanzando, la lluvia por fin habia parado y se podia decir que ahora era mas facil moverse pues la visibilidad era mejor pero claro... la cosa, como venia siendo normal en aquella maldita isla, no podia ser tan facil.

Nos habiamos metido de lleno en un cenagal y no solo eso sino que uno de los nipones, al parecer el jefe, de aquel grupo comenzo a chillar y es que aquel cenagal no era nada seguro pues lo estaba engullendo y como era normal el resto de sus hombres fueron a su ayuda olvidandose por completo de nosotros; me acerque lo mas rapido que pude en aquella situacion al medico.
Desateme le dije mientras le ponia las manos delante ahora es nuestra oportunidad, debemos liberarnos y escapar

Solo esperaba que los demas hicieran lo mismo, mientras aquellos nipones estuvieran ocupados nosotros tendriamos una oportunidad.

Qué clase de brujería era aquella.

Todo paso muy rápido. Justo cuando Sextus había decidido que no debía seguir allí, y que sabia suficiente para escapar de la tranquilidad de la guarida, la isla, la isla infernal volvió a atacar.

Las piernas le fallaron, y cayo con el culo al suelo, intento sujetarse a lo que veía, pero todo era móvil. No había nada que estuviera anclado. Qué falta de previsión por parte de aquellos científicos de medio pelo.

Tus manos no consiguieron aferrarse a nada que te sujetase, pero al ser arrastrado, alguien consiguió agarrarte al menos durante un segundo. Era la doctora, que había alargado la mano para cogerte, aunque fuese el extremo de la camisa. Con un grito, miró hacia ti pero también hacia su otra mano, que poco a poco parecía ir soltándose.

-No... puedo... aguantar más.

Eea tu oportunidad, pero también la última. O conseguías cogerte a la mesa y ayudar a la doctora, o ambos, o uno de los dos al menos, caeríais sin remisión hacia la anomalía.

Sextus veía la cara de su salvadora. Una cara de tensión, una cara de horror.
Si seguían así, terminaría con ella. Y no había venido para ello. Si fuera el botarate del doctor, no le importaría.

Pero ella había sido muy amable.

Sextus se movió y se soltó del agarre de la mujer al tiempo que le decía.

Gracias. Es usted un encanto…

Ya sus pies llegaban a la singularidad. Aquello era el fin. El fin de una vida que hubiera sido más segura vivir desde el interior de una biblioteca.

Sus últimos pensamientos viajaron hasta su pueblo natal. A su dulce y anciana madre. Solo esperaba, que no muriera del disgusto de perder a su único hijo.

Nuevamente, Zenji fue ignorado por el suboficial y aunque los soldados nipones dudaban, las palabras de su líder tenían prioridad, por lo que asintieron e hicieron avanzar a la comitiva hacia la costa, teóricamente para llegar a una barco. Viendo que poco más podía hacer, intentó avanzar en silencio un tanto resignado, pensando en su fuero interno que hasta entonces, los que eran supuestamente sus enemigos se habían preocupado más y le habían ayudado en cierta medida, en comparación con sus compatriotas japoneses, que ni si quiera habían atenido a razones y le habían tildado de espía. El mundo al revés.

Sumido andaba en sus pensamientos, atado con una soga por las muñecas y siguiendo a unos de los soldados, cuando de improviso, el suboficial empezó a gritar causando el caos en la dotación. Al parecer se estaba hundiendo en arenas movedizas y cuánto más se movía, más y más iba descendiendo su cuerpo, quedando ya a la altura del pecho y suplicando al resto por su vida. Zenji vio dudas en el japonés que estaba delante, el cual se había quedado paralizado mirando la escena sin saber que hacer, y aprovechando la distracción, Abe tomó el cuchillo del pantalón del soldados con suma destreza, y disimuladamente empezó a cortar la soga. Tenía claro que el suboficial merecía morir por acusarle por traidor, y dificilmente aquellos soldados iban a obedecer sus órdenes, por !o que quizà la mejor opción era buscar una escapatoria. ¿Qué hacían el resto del grupo en aquellos instantes? ¿Podría de alguna forma echarles una mano en cuanto se liberasen de las ataduras?

Aprovechando la distracción, Zenji robó un cuchillo y empezó a cortarse las ataduras. Al mismo tiempo, los siete soldados se dirigieron corriendo hacia su líder, que se hundía cada vez más en aquel fango.

Pero no todo iba a ser tan sencillo.

Al lado de las arenas había lo que parecían ser rocas, pero todos estaban equivocados. De una de esas rocas salió como una especie de tentáculo con dientes, que serpenteó hasta encontrar una presa, que no fue otra que Carter. Sus dientes se adhirieron al pie, la lanzaron al suelo y empezaron a succionarla.

Eso provocó la histeria general. Los soldados se olvidaron entonces de su capitán, alzaron sus armas y empezaron a disparar contra aquella cosa, amenazando con darle, de paso, a cualquiera que estuviese por allí cerca.

Olvidado por todos, el capitán japonés se hundió irremisiblemente en las arenas, para no  salir jamás.

Las cosas podían mejorar o por el contrario irse finalmente del todo a la mierda y es que, que la tierra de tragara a aquel japonés que ejercía de líder podía ser una muy buena noticia o una nefasta. Todo dependía de la reacción de los soldados japoneses que estaban a su cargo. Una vez descabezados podía soltarlos, podían ejecutarlos o bien alto totalmente inesperado.

El primer impulso que le vino a la mente a Claire fue el de agarrar un fusil o mejor, una ametralladora despistada por alguno de los soldados que habían acudido en ayuda de su líder y acabar con todos. No obstante, en las condiciones en las que se encontraba, lo tenía muy difícil para conseguirlo. Herida y dolorida no era la mejor opción. Así que simplemente esperó.

- Igual son tan estúpidos compara acabar todos engullidos por las arenas... - Pensó para si misma. - Al fin y al cabo son malditos amarillos...

Y salió esa cosa, agarró a la morena y los japoneses empezaron a disparar. De nuevo el caos se desataba en aquella isla. Lo cierto era que todo se estaba desmadrando rápidamente y era en ese tipo de momentos cuando debían aprovacharse de la situación. La idea era la escapar y llevarse consigo a las dos mujer y al médico.

- O'brian, salve a la morena... - Le susurró. - Yo desataré a la rubia...

Y dicho aquello se acercó a Diana y trató de desatarla sin que los japoneses fueran conscientes de sus intenciones. Por alguna razón ni a ella, ni al médico les habían maniatado y eso le daba cierta ventaja. La misma que me quitaba su lamentablemente estado médico.

- Voy a intentar desatarla, Diana... - Le dijo muy bajito.

Sextus desapareció en medio de un grito que nadie oyó, hacia un lugar que no esperó. En lugar de caer en algún lugar, romperse el cuello o hacerse papilla, sus pies tocaron suelo con rapidez y todo el ruido provocado por la anomalía, la aspiración y distorsión del sonido y el caos, desaparecieron.

Estaba en una zona segura, un bosque, que además le resultaba muy familiar. Mirando en todas direcciones, creías reconocer el sitio pero no acertabas a identificarlo... hasta que oíste un ruido que te obligó a mirar hacia arriba.

Un avión como el vuestro parecía estar cayendo y dirigiéndose hacia ti directamente... Ahora, lo entendías. Estabas en el claro en donde habíais aterrizado y aquel era... ¿vuestro avión?

Pero entonces...la anomalía te había succionado y enviado... de regreso al momento en el cual habías llegado a la isla, aunque no ibas a durar mucho si no te quitabas de allí. Ese avión iba a caer encima tuya y dejarte como una tortilla.

Sextus sabia de manera intuitiva hacia donde correr, y correr mucho. Pues recordaba partes del fuselaje tiradas por todos lados.

Había un árbol de cierto tamaño que lo protegería, que era por donde habían aparecido los lagartoides con esteroides.

Así que como si de un plusmarquista corrió y corrió y su culo a salvo poso, al lanzarse al suelo detrás del árbol.

Allí, mas de un biólogo, y mas de dos, hubieran coincidido en que se trataba de un avestruz, pues la cabeza se entero rápidamente hacia el suelo.