Mangel, no cometeria la osadia de proponer, ni siquiera de matizar, habiendo tan distinguidos caballeros cerca. Seria obediente escudero y hará lo que le digan e ira donde le manden.
Lo ví pasar a mi lado. Me había visto, estaba claro.
Sin embargo por algún motivo no parecía querer entablar combate.
Lo dejé pasar, eso sí, pero cuando fui capaz de reaccionar, salí de mi escondite, con la espada en la mano, gritando
¡Al ladrón! ¡Al ladróon!! grité a pleno pulmón procurando atraer la atención de los defensores del castillo, después dirigiendome a Peris le dije:
Ríndete, sir Peris. No compliques más las cosas y entrega el arco que has robado.
Pues Rodric no podía esperar. Tenía iniciativa, y como buen caballero cristiano, estaba siempre dispuesto a ayudar.
- ¿Y si nos dividimos, quedando aquí un par, y otro, yendo a ver si precisan de nuestras armas? No podía quedarse parado, mientras un malhechor podía matar o herir a cualquier persona de bien, profanar cualquier lugar ... o mujer.
- No, no ha pasado por las Caballerizas. Tal y como acordamos, tenemos que ir a las Armerías.
Giro con mi caballo y me dispongo a galopar hasta allí.
- ¡Me adelanto!
Aquél crío estaba jugando con su vida. Se la había perdonado, pero ahora no podía impedir nadie que la perdiera en mis manos. Mire a mi alrededor, por suerte, los guardias que había, habían sido presas de mi espada y yacían muertos. Desenfundé el Arco, cargué una flecha y apunté a Drest.
- ¡Drest! ¡No te metas en esto o tendré que matarte!
Sabía que no podía perder mucho tiempo, ya que sus voces seguro que alertaban a alguien. Era una hora donde los sirvientes trabajaban y los soldados paseaban, por lo que no era descabellado que alguien pasara por allí y escuchase sus gritos de auxilio.
De repente, la voz de Rodric interrumpió mi despedida. Mi cara de pocos amigos se dirigió hacia el escudero. Tenía razón aquél mocoso, pero no era razón para interrumpir.
- ¡Corre tras él!
Mi orden fue seca y directa. Luego me giré hacia Mangel, que había permanecido callado.
- Tenemos que ir tras Sir Tnicomi, pero Rodric tiene razón. ¡Joder! ¡Deberíamos de esperar!
No sabía cuál era la mejor opción. Pero estaba claro que Sir Peris estaba en la armería, estaban tardando mucho en regresar y en los demás lugares no habían encontrado rastro de él. Negué con la cabeza varias veces sin saber muy bien que hacer.
- ¿Los seguimos?
Fue algo intermedio entre una orden y una pregunta. Ni yo mismo sabía que entonación quería darle a la frase.
Nadie ha acudido a mis gritos. Tengo que conseguir más tiempo.
Voto a brios... me está apuntando. Si ese arco es la mitad de poderoso de lo que nos han dicho, puede matarme de un sólo flechazo.
Levanto las manos. Pero no suelto la espada.
Peris... cálmate. ¿Qué pretendes hacer? Si robas el arco serás un proscrito toda tu vida...
No avanzo hacia él. Avanzar es el error que le haría dispararme. Me mantengo quieto y con las manos en alto, pero la espada en mi diestra. Esperando a ver como reacciona. No soy una amenaza, pero no me rindo.
Sólo espero que no me dispare...
¿Hay algo que tirar para convencerlo o distraerlo?
El escudero, sin dudarlo, salió disparado. Temía que su demora pudiera haber sido suficiente como para dar tiempo a escapar al "enemigo". Lo destrozaría si tenía la más mínima oportunidad. Le daba igual atacar por delante que por detrás. Quería ensartarlo, y tenerlo en su espada, pinchado como una oliva.
Aquel intento insensato de detenerme o ganar tiempo no serviría de nada. Tensé más aún la cuerda del arco, pero cuando iba a soltar la flecha, una espada golpeó mi espalda, haciendo que mi cuerpo se arrastrara por el suelo, dejando caer el arco a varios pasos de mi, en dirección a las puertas de la armería. Mis ojos, desorbitados, miraron hacia los lados para ver quien había sido capaz de golpearme de manera tan brusca, y mis ojos vieron a Sir Tniconi a lomos de su caballo. ¿Como era posible? ¿Como es que no le había oído llegar?
- ¿Que...?
La sangre brotó de mi boca y el dolor intenso de mi espalda produjo un encogimiento de mi cuerpo. Estaba seguro que me había roto algo. Me giré para quedar boca arriba sobre el suelo de arena amarillenta. Y vi llegar detrás del caballero a Rodric. Estaba acabado.
Rodric llegó todo lo deprisa que pudo. El caballero al que seguía, era bastante más rápido.
Nada más quedar a unos pasos, el escudero desmontó, y al tocar el suelo empuñó su arma y amenazando al caballero tirado en el suelo le preguntó: - ¿Te rindes? Si no lo hacía de inmediato lo ensartaría sin dudarlo.
Levante los brazos con las pocas fuerzas que me quedaban. El dolor de la herido producida por el duro golpe que me había propinado Sir Tniconi, me estaba matando.
- No hagáis ninguna locura. Estoy desarmado. Me rindo.
Era evidente que el arco estaba a varios pasos de mi e imposible de recuperar. Y en las condiciones en las que estaba, atacado por la espalda de manera traicionera y poco caballeresca, me habían impedido llevar a cabo mi plan. No tenía otra opción que rendirse.
Miro alrededor de mi, girando mi caballo con fuerza. Rodric estaba controlando la situación, aquel miserable de Sir Peris no tenía posibilidades de hacer ninguna locura, pues lo había dejado malherido. Así que mi atención se fijaba en Sir Lewma, que no lo veía por ninguna parte. Escudriñe los cuerpos de los caballeros tendidos en el suelo desde mi altura. Estaba claro que estaban muertos, pero más claro aún era que ninguno de esos cuerpo pertenecía a mi amigo. Agito las riendas de mi caballo para acercarme al escudero Drest.
- ¿Donde se encuentra Sir Lewma? ¡Tenía que estar contigo!
Mi preocupación se hacía evidente en mis palabras. Intento sujetar a mi caballo, que al parecer, le estaba contagiando mi nerviosismo.
No cejó en su amenaza, y aunque ya se había rendido, no sabía cuando una acción traicionera podría suceder. Había que someterlo a la justicia, y esta decantaría por ejecutarlo, cortándole la cabeza.
- La justicia se hará cargo. Ahora sólo hay que evitar que la lie más.
Sabiendo eso. Sabiéndose el preso que sería reho de pena capital, estaba claro que intentaría algo imprudente, temerario y desesperado.
Gracias al Señor.
Me sentí muy aliviado de ver llegar la ayuda que tanto necesitaba. Una vez fuera de peligro, atendí a las preguntas de Sir Tniconi.
Sir Lewma está en la armería. Se enfrentó a Peris, pero este lo derrotó. Me temo que esté malherido, señor. Lo dejamos allí con vida, pero incapaz de levantarse por sí mismo.
Si ambos caballeros eran amigos, sin duda querrá ir a ver como se encuentra, así que me ofrecí a tomar las riendas de su caballo.
¿Tenemos algo con que atarlo? pregunté a Rodric refiriéndome a Peris. Aquel hombre era como una anguila y no deseaba tener que perseguirlo otra vez esta noche.
Dejo que Drest sujete mi caballo y desmonto rápidamente. Una vez en el suelo, corro hacia dentro de la armería.
- ¡Sir Lewma! ¡Sir Lewma!
- Todos los caballos tienen sus correas y atalajes. Le comentó informando que las cuerdas de las riendas y demás podrían servir. Tras eso le ordenó sin quitarle instante alguno al derrotado Perris la vista y sin dejar de amenazarle. - Úsalos.
Lo atarían con cintas de cuero, como si fuera una cabra. Una humillación para un caballero, que será ajusticiado si no antes, después.
Tomo las riendas de manos de Sir Tniconi. Acaricio el cuello del animal antes de escuchar la sugerencia de Rodric. Poco a poco, retiro el bocado de entre los dientes del animal y lo libero del cabezal.
Entonces, me acerco a Sir Peris con las riendas en la mano.
Si es tan amable... le indico para que me extienda las manos y me permita atarlo. Espero que la humillación y la derrota sean suficientes. Si no, estoy seguro de que Rodric sabrá como convencerlo.
¿Sabemos algo de Mangel? pregunto mientras ató las muñecas de Peris con el cuero.
Llegas corriendo a las puertas de la Armería. Allí puedes ver a Rodric, atando a Sir Peris, que anda sangrando de rodillas en el suelo. A su lado se encuentra Drest. El caballo de Sir Tniconi está amarrado en la entrada.
Llego corriendo junto a Mangel. Mis ojos ven la situación controlada por los escuderos, sin lugar a dudas, Sir Tniconi y Sir Lewma han conseguido parar a Sir Peris. Y eso me alegra, pero... ¿donde están? Me paro justo al lado de los dos escuderos.
- ¿Donde están Sir Tniconi y Sir Lewma?
Ahora ya no importaba Sir Peris. Lo que quería saber es donde y como estaban mis amigos.