Partida Rol por web

Exaltado. - Episodio Uno: Los veintidós demonios.

Relatos.

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19/02/2011, 23:32
Director

Narraciones entregadas por los jugadores.

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20/02/2011, 16:08
Dulce Loto.

HISTORIA DE DULCE LOTO:

               Cuchichean. Les escucho mientras camino. Pero no les hago caso. No saben nada. Son unos ignorantes estúpidos. SÍ. Eso es. Da igual qué intente explicarles. No lo entenderían.

 

No entenderían por qué. No entenderían que yo no quería esto. Ni siquiera se por qué estoy huyendo. Porque eso es lo que estoy haciendo. Huir. ¿Pero de quién? Supongo que de mí misma. De lo que ha pasado.

 

Aprendí de pequeña que la vida no es justa. Los siervos nacen siervos, y los señores nacen señores. No es culpa mía ser hija de mi padre. Lo que está pasando ahora no es justo, y eso me hace plantearme muchas cosas. No me gusta que las cosas no sean justas. No me gusta nada.

 

Siguen cuchicheando. Voy a tener que abandonar la única seguridad que he conocido. Ahora que padre y madre están muertos. Es todo culpa de Bambú. Pero son solamente criados, no puedo hacerles entender que yo no he sido, que no, no soy un demonio. No he hecho nada malo. Sólo he sobrevivido a eso.

 

La verdad, desearía haber muerto, me duele el corazón, me duele tanto que me siento agarrotada. Pero no voy a llorar. No delante de ellos, ni delante de nadie. No les daré esa satisfacción. No lo hice ayer, cuando vi sus cuerpos desmembrados, ni toda la sangre, ni cuando volvió, ni siquiera cuando salí de entre las llamas de lo que hasta ese momento había llamado hogar.

 

Ya no me queda nada. Cogí algo de dinero apresuradamente. Les escucho mientras camino. Me acusarán y entonces tendré más problemas. A lo lejos veo las primeras casas de la Capital. ¿Cuándo fue la primera vez que vine aquí? Madre quería comprar algunas cosas, y me dejó acompañarla, era tan sólo una niña, pero era más grande que nuestra aldea, un día de viaje, eso para mí era muy lejos, tan lejos que no podía ni creerlo. Las casas allí son diferentes, no demasiado, pero algo sí. Y lo mejor, nadie me conoce. Sí. Eso es. Nadie susurrará historias sobre lo que pasa. Nadie me mirará de reojo.

 

Sólo ha pasado un día, pero parecen mil años. He intentado limpiar mi cuerpo de la sangre que lo cubría, y aún así, sigo sintiéndome sucia, como si la esencia de mis padres siguiera en mi piel, su sangre, no la mía, da igual que haya frotado y frotado, no parece irse, no en mi mente, aunque haya recobrado ese aspecto suave y pálido que tanto me gusta, o me gustaba, ya no lo sé.

 

Por eso estoy envuelta en el manto, por eso no quiero dejar ni un centímetro de mi piel a la vista, porque lo verán, lo verán y me señalarán, como lo hacen los criados, los que han quedado, no, yo no he sido, pero da igual, ha sido Bambú, quiso matarle, lo vi en sus ojos, no sé qué pasó, no lo sé, pero no pudo, ¿huyó? Creo que sí. No lo recuerdo demasiado bien. Sólo la sangre, los cuerpos de padre y madre, sus cuerpos... no, mejor no pensar en eso, pensar en otras cosas, como que se han ido de viaje, como aquella vez, cuando todavía era niña y Bambú jugaba a tirarme de las trenzas, y yo a subirme al almendro del patio para que no lo hiciera, para ver las mariposas y comer sus frutos maduros, escuchar el canto de los pájaros, mirar el cielo azul a través de las hojas.

 

Sí, ese es un buen pensamiento. No los otros, no la casa donde nací totalmente calcinada, ¿eso lo hice yo? No lo sé, creo que no, no lo recuerdo, no quiero hacerlo. Pero siguen cuchicheando, mientras entramos en la ciudad, por la calle principal, creen que no les escucho, pero lo hago. No se qué hacer. Estoy sola. Me siento sola. Duele tanto que me gustaría tumbarme en algún sitio y olvidar. Sí. Eso mismo. Toco la bolsa con las monedas que he podido sacar de entre los restos de mi casa. Miro detrás. Me miran, todos me miran, no puedo seguir con ellos, lo siento, porque son lo único que queda de mi familia, de mi vida anterior.

 

Me entretengo, mirando las sedas brillantes, preguntando precios, tocando esa tela que no creo que nunca más pueda volver a hacer, o quizás sí, pero ahora no puedo pensar en volver a mi casa, a las tierras de mi familia, no, no puedo pensar en ello. Giro, me muevo entre la gente, otro giro, me agacho, me escabullo. Llego a un callejón lateral, me pierdo entre la gente, entre todo.

 

Ahora sí, estoy sola, total y absolutamente. Siento el aguijón del hambre, una posada, sí, creo que había una por esta zona, limpia, cómoda, no me importa el precio, sólo necesito descansar, para ver qué hacer. Un día, dos. Un té, un poco de arroz, nada más. Sí, es esta. Me cubro mejor el cabello y la ropa con el manto. Ojalá no me encuentren.

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21/02/2011, 21:37
Patán Sabio.

Historia de Patán Sabio.

¡Oh, aquellos días de la Primera Edad! Eran maravillosos. Servía a la Emperatriz Celeste y eso era algo que no podía compararse a ninguna otra cosa de nuestros días. Era tan joven y hermosa, mi ama. Doy gracias a Sol Invicto por mantener mi matriz de memoria intacta hasta que Riqueza Efímera me encontró y me reparó. Ahora él es mi amo.

En aquellos días yo sólo me dedicaba a servirla fielmente. La ayudaba a vestirse, la acompañaba a sus audiencias y le recordaba los detalles de esos cientos de nobles que le hacían regalos y le pedían los favores de la Corte. También a veces jugaba con los Niños Dorados, y los vigilaba para que no se hicieran daño.

Pese a los problemas que ocurrían en otros lugares del Reino, la Corte era un lugar donde vivía en paz y tranquilidad. Los sirvientes de la Emperatriz me mantenían lustroso y engrasado. Estaba recubierto de incrustaciones de oro y piedras preciosas, pues qué menos para la Emperatriz. Y ojalá la historia hubiera seguido así y habría servido a la Emperatriz y a su Dinastía durante mil años.

Pero el destino y los dioses querían que los Anatema llegaran hasta el Palacio de la Corte. Allí vi por primera vez la monstruosidad a la que se enfrentaba el Reino, aberraciones indescriptibles que sólo conocía por las canciones, leyendas y grabados de los artistas, pero que eran incapaces de reflejar el horror que desprendían esos seres.

La Guardia de la Emperatriz caía ante el avance de esos seres y empezaron a matar a los mismos sirvientes y cortesanos, según avanzaban a las dependencias reales. Cuando llegaron a las dependencias de los Niños Dorados, estaba con ellos. Y sólo mi programación más básica y elemental de lealtad a la Emperatriz y la Dinastía me hizo mantenerme firme ante las monstruosidades que nos atacaban, pues sino habría huido junto con los Niños en vez de intentar en vano darles tiempo para huir.

Mis preciosas inscripciones e incrustaciones no sirvieron para nada cuando sus aguijones perforaban mi fina piel de bronce, y mi fuerza sólo servía para impulsar golpes ciegos que silbaban en el aire sin encontrar a las criaturas. Poco después estaba tendido en el suelo, despedazado e incapaz de moverme, medio enterrado bajo una montaña de escombros, pero aún escuchando los gritos ocasionales de algún sirviente cuyo escondite había sido descubierto. Así estuve varios días hasta que me quedé sin energía.

Cuando desperté ni siquiera estaba en el Palacio. Estaba siendo reparado por Riqueza Efímera, quien me encontró y me recompuso. Pero mis hermosas decoraciones habían sido arrancadas hace mucho. Buena parte de mi piel de bronce se había descompuesto por el efecto del óxido, y el resto estaba bajo una oscura pátina que en la Corte nunca habían permitido que se formara.

Ahora Riqueza Efímera es mi amo. Desde entonces le obedezco y le acompaño, aunque no me guste el nuevo nombre que me ha dado, o sólo me quiera para llevar sus cosas de un lado a otro, o no quiera escuchar mis historias de la Primera Edad. Por lo menos me arregla. Ya puedo moverme con normalidad, y mi piel ahora es más gruesa aunque sigue siendo de bronce viejo y oscurecido. Riqueza Efímera es un buen amo. Pero nunca podrá ser como la Emperatriz Celeste.
 

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21/02/2011, 23:06
[RIP] Mazo.

Prólogo.

Mi trabajo me lleva a muchos lugares y eso tiene sus desventajas.

Duermo solo, como solo, y sobretodo, bebo solo, pero ya estoy acostumbrado.

Quisiera tener compañía, pero no es fácil cuando vives con la bolsa de viaje en la mano.

Voy a donde me dicen, hago lo que me mandan. No tengo ninguna queja, el trabajo es estable, la paga está bien, pero no es algo que pueda hacer cualquiera.

Nadie sabe quién soy, nadie sabe donde estoy.

 
Trabajo para el mejor postor.

Me enseñaron de pequeño cuatro normas…

La primera, no hagas preguntas, ni el bien ni el mal existen.

Desde el tejado puedo ver muy bien lo que hace. Ahora ha llegado el momento en que se recuesta sobre su sillón, se quita el calzado y se queda completamente dormido hasta que el sol que entra por la ventana del cuarto lo despierte la mañana siguiente.

Segunda, fuera del trabajo no te relaciones con nadie, la confianza tampoco existe.

No me es muy difícil abrir el pestillo de la ventana con cuidado, unas monedas a un criado y asunto arreglado, entrada solucionada. Después tendré unas palabras con él, claro está. Lentamente, me cuelo dentro de la casa, evitando por sobretodos las cosas, realizar cualquier sonido, pero la cara alfombra hace la mitad de mi trabajo. Mis pies pasan por el suelo casi arrastrándose, acercándome lentamente a él. Despacio, muy despacio.

Tercera, borra todo rastro, llega siendo anónimo y vete sin dejar huella.

No es difícil matar a alguien, pero hacerlo con arte, eso es otra cosa. Pero… ¿quién necesita arte teniendo una maza en la mano? El arte son los dibujos que se forman en las paredes cada vez que golpeo a alguien con ella.  La maza se eleva por encima de la cabeza de mi víctima y cae sobre su cuero cabelludo haciendo que sus sesos salpiquen hacia todos lados.

 
Cuarta, aprende a saber cuando tienes que irte, pensar en ello supone que ha llegado el momento. Antes de perder esa ventaja, antes de pasar a ser un objetivo.

Mi víctima no se mueve, está muerto. Lo he cogido por sorpresa y, por primera vez no he tenido ningún reparo en machacarle la cabeza a alguien. Sus pulmones dejaron de moverse hace rato, y su corazón aún latía hasta hace unos segundos. Es lo que tienen las muertes traumáticas, el cuerpo no se entera hasta pasados unos minutos que está realmente muerto.

 
Uno siempre busca la ocasión perfecta, nada demasiado arriesgado. Cobrar y desaparecer para siempre.

Me llamo Mazo, y esto es a lo que me dedico: hago cosas que la gente normal no haría simplemente por dinero.

 
También podéis llamarme mercenario, si os apetece.
 
Capitulo 1.
 
Llego a mi habitación, mirando hacia todos lados, buscando espías, escondites o cualquier otra cosa que me llame la atención. Está claro que la posada está un poco descuidada, pero no es cuestión de confiarme. Los enemigos pueden estar esperando en cualquier parte, en cualquier sitio.
 
¿Desconfiado?
 
¿Paranoico?
 
Por supuesto, nunca está de más y siempre es bueno para mantenerte con vida.

Dejo mis cosas, mi armadura y mi gran maza, y dejo mi macuto a un lado de la cama. Creo que es hora de trabajar y de acabar con esta farsa de Peleps Urban.

Coloco varias mantas enrolladas en mi cama, y las cubro con las sábanas de la cama. Espero que esto despiste a cualquier curioso. Me coloco mi indumentaria nocturna y con mucho sigilo, abro la ventana que da al tejado y salgo por ella.

Por fin... aire puro...

Mis pensamientos parecen más claros ahora, el aire baña mi cara y me hace estremecer, por lo que levanto mi capucha y cubro mi boca y mi cara con mi túnica. Es hora de trabajar y de descubrir cómo está la cosa por aquí. No he visto guardias y eso me incomoda... ¿qué esconderán las paredes del edificio de al lado?

 
Nunca he sido un hombre muy sigiloso, más bien mis pasos resuenan por toda la estancia, sin embargo, esta vez tiene que ser así, por lo que hago un esfuerzo sobrehumano para que no se detecte mi presencia.
Por lo visto todo está saliendo de maravillas. No era de esperar que mi recorrido nocturno me encuentre con el chofer del carro de mi víctima durmiendo tan plácidamente en su cama. Me pregunto si alguien lo echará de menos si de repente… desaparece sin dejar rastros. Abro su ventana con cautela, sin hacer ruido, como me han enseñado durante años y sin que se escuche absolutamente nada... mis pies se apoyan con lentitud en el suelo.

Mis pies se arrastran por el suelo hasta que me encuentro a tan sólo un metro del chofer y en ese momento, veloz como un rayo, una de mis manos cubren su boca mientras otra apoya el filo de mi cuchillo a un lado de su ojo derecho. El tío se despierta sobresaltado pero rápidamente se da cuenta que no puede hacer nada. Lo supero en fuerza y lo supero en inteligencia, es imposible que pueda zafarse de mi presa.

- Voy a decirlo una vez, sólo una vez y si no respondes, pues bien, tendré que obligarte. No me gusta obligar a la gente, soy un tipo pacífico, así que tal si empiezas a hablar por esa boquita… Está claro que si gritas o das la alarma, te mato. ¿Ves? Por lo menos soy sincero. –

Lentamente separo la mano de la boca y lo único que recibo es un escupitajo en la cara.

Veo que voy a tener que esforzarme mucho más…

Mi mano coge el cuello de mi víctima, y lo levanta de la cama, tumbándolo sobre la alfombra y me coloco encima de él, aún con el cuchillo a un lado de su ojo. Con rapidez, mi mano cubre su boca, mientras mi cuchillo va haciendo un pequeño surco, poco profundo, sobre el pómulo de su ojo derecho…

- Puedo presionar un poco más y después, tu ojo se saldría de la órbita… claro que también puedes hablar… y tener la oportunidad de salir de este lugar para no volver… hum… veamos si le tienes tanto cariño a tu ojo… -

 
 
Bueno, por lo menos ha cantado antes de desmayarse. Así que el "hermanito" está haciendo de las suyas... menos mal que estoy yo para arreglar todo esto... Lo que no entiendo es como la cría no se ha dado cuenta. ¿Tanto es el amor que siente por su hermano? Si es que los sentimientos no sirven para nada...

Levanto el cuerpo desmayado del tuerto, y lo deposito con cuidado sobre el suelo, justo al lado de su cama. Hay cosas que nunca cambiaran, y los avariciosos mucho menos. Aunque sus palabras me han dejado perplejo... si me pongo de parte de Urban hará que mis bolsillos se llenen...

Avaricia... gran pecado...

 
Ya tengo quien me pague el sueldo, amigo.

Mis anchos brazos cogen su cuello y con un rápido movimiento rompo el cuello de mi nueva víctima. Nunca dejes testigos, y este era uno de ellos. Un sonoro "crack" me indica que el trabajo está bien hecho, y con el cuerpo inerte, lo acomodo tirado en el suelo, manchando un poco con sangre uno de los hierros del cabecero de la cama, donde el pobre hombre se ha golpeado en el ojo, perdiéndolo con el golpe...

Cojo su lámpara de queroseno, y la rompo contra el suelo, justo en el sitio donde se ha resbalado. Pobre hombre, que muerte tan tonta. Resbalarse al querer juntar la lámpara rota...

 
Benditos sean las posadas cutres de esta ciudad… ¿lámparas de queroseno? La bendición de un pirómano.
 
Cuando la pantomima está preparada, salgo por la ventana nuevamente, cerrándola a mi paso y regreso a mi habitación, para continuar durmiendo tranquilamente. Hay que guardar las apariencias.
 
Capitulo 2.

La puerta se abre con un estrépito ante el golpe de mi mazo... hay cosas que no me gustan... la injusticia es una de ellas...

Pero si hay algo que aborrezco... algo que realmente me saca de mis casillas... es que le peguen a una mujer... eso es algo que no puedo soportarlo... una mujer inocente.

La puerta parece bloqueada por algo... el cuerpo de la criada...

Mi maza se desplaza lentamente hacia atrás mientras mis pies comienzan a correr hacia la puerta, sacándola de los goznes de un empujón. Me quedo un segundo de pie allí, junto a la puerta abierta, mirando el cuerpo de la criada de la niña, tumbado contra la pared, con la cabeza abierta debido al golpe que le acabo de propinar a la puerta, pero rápidamente, mis ojos se depositan en Urban, el buen hermano de Catrina.

Mis ojos se entrecierran para no fallar el golpe, cosa que casi nunca hago, pero nunca está de más tomar precauciones. Me lanzo como un tigre hacia su presa, llevando mi arma a un lado de mi cuerpo para que el golpe sea lo más certero posible, sin embargo, el ansia de matar todavía no es tan fuerte...

Giro mi arma, dejando la parte plana de la misma fuera del lugar del golpe y con todas mis fuerzas, golpeo con el canto de mi arma sobre el brazo del hermano Urban. El sonoro ruido que produce el golpe me indica que el brazo acaba de partirse en dos, pero esto no será su herida mortal... primero tendrá que explicar muchas cosas antes de decir adiós a este mundo...

Movimiento...

La criada parece querer escapar. La veo moverse por el rabillo de mi ojo mientras pateo el cuerpo de Urban, que cae al suelo justo a mis pies con el brazo en un ángulo malsano. La mano que tengo libre extrae un hacha arrojadiza de dentro de mi armadura y con una celeridad impresionante, lo arrojo hacia la criada, impactando de lleno en la base de su cráneo, dejándola sin vida en el mismo lugar...

El peso de mi arma se apoya ahora sobre el cuello de Urban, esperando el momento indicado para decapitarlo por el simple peso de mi cuerpo...

- Es hora de que hables, malnacido. -, le digo levantando el tono de mi voz.

 
Me ofrece cinco mil… cinco mil por protegerlo… calderilla.

- ¿Has dicho cinco mil? -, le digo pensativo mientras veo como coge con fuerza la muñeca de su hermana. - Es una oferta tentadora... pensaba que no tenías dinero... pero si en cambio me pagas mejor que mi jefe... no veo porque no ser tu protector. -

Su cara deja de mirar a Catrina y me mira a mí, ahora, sonriente, pensando que tiene todo ganado.

Mi arma deja de estar apoyado en el cuello, y se desplaza rápidamente por el aire hasta partir en dos el brazo que tiene cogida a la niña, dejando todo perdido de sangre.

- La avaricia es un pecado, ¿lo sabes, no? -, le respondo mientras apoyo una de las puntas de mi arma sobre su abdomen, justo sobre su pubis.

Coloco mi pie sobre su garganta, así evito que se mueva. Sus gritos seguramente hayan alertado a los soldados, pero en este momento deben estar escondiendo el cuerpo muerto del chofer, así que tengo unos minutos para él.

El peso de mi cuerpo, pasa lentamente a la empuñadura de mi martillo, clavándolo en su abdomen, unos diez centímetros para después, sentir como la piel se desgarra por el peso llegando casi a su columna. Sus ojos me miran pidiendo explicaciones, pero poco a poco la vida se va escapando de su cuerpo. En el último momento, levanto mi arma hacia arriba, y atravieso su corazón con un certero golpe, haciendo que las costillas se doblen hacia dentro, llenando más de sangre la habitación.

Se escuchan unas pisadas por el pasillo... rápidas, de botas... uno de sus guardias...

No le doy tiempo a que se asome por la puerta y mire lo ocurrido, porque mi arma vuela rauda por el aire hasta impactar en su pecho, haciendo que el cuerpo del soldado salga volando hacia atrás y con su cuerpo completamente destrozado.

Camino hasta su posición y cojo mi arma que ha caído al suelo y abro su garganta de un lado a otro con un pequeño cuchillo, dejando que su cabeza penda sólo de sus vértebras.
Mi cuerpo se encuentra lleno de sangre, de arriba hasta abajo, pero aún así, no desisto en mi carrera de muerte. No dejarás testigos... nunca lo harás...

Miro de reojo a la niña, que se encuentra sollozando entre sus rodillas, junto al cuerpo de su hermano... maldita sea... Esto no debía terminar así... ¿por qué la muerte me persigue donde paso?

No puedo dejar de matar ahora... todos sabrán que he sido yo... no puedo dejar testigos...

La voz de mi cabeza no deja de espolearme mientras avanzo por el pasillo. A lo lejos puedo escuchar las botas de los otros dos soldados, que vienen a paso rápido subiendo una de las escaleras. Empieza el baile...

Como un bailarín de ballet, de un ballet mortal, comienzo a danzar con mi mazo entre los dos guardias del puñetero Urban. El primer golpe alcanza a uno de ellos en el cuello, lo cual hace que se lleve sus manos a la garganta, soltando la espada que tenía en sus manos, el segundo, alcanza al otro soldado en la ingle, justo donde las arterias están más a flor de piel...

 
¿Quién dijo que una maza no puede cortar? Es tan sencillo como golpear con fuerza.

Los chorretones de sangre salen hacia todos lados, mientras yo continúo poseído mi danza mortal. Una vuelta y mi maza atraviesa la armadura del soldado, en el centro de su pecho. Sus ojos se abren como platos, pero aún sigue en pie, sostenido sólo por mi arma metida dentro de su tórax y la fuerza de mi brazo.

Con otro movimiento, extraigo el mazo de su pecho, y aplasto la cabeza del otro soldado que aún no sabe muy bien que estaba haciendo ni quién lo acaba de atacar.

La sangre mancha más mi cuerpo y más aún las paredes. Todo esto esta mal... lo sé... pero es para un bien superior. Soy un mercenario, me han entrenado para esto...

Bajo las escaleras dando saltos, sin hacer ruido, de a tres o cuatro escalones a la vez. Abajo, puedo ver las dependencias de los criados... todos cortados por el mismo cuchillo, todos metidos en el bolsillo del hermano de Catrina, que ahora yace muerto entre los brazos de la niña.

Dos de los criados que salen al pasillo, parece que están semidesnudos, más eso no me incomoda. Mi maza salea en su búsqueda y ambos, que viendo a la muerte a la cara tratan de escapar, caen muertos de boca al suelo, con sus columnas destrozadas...

Camino entre ellos y pisoteo sus nucas, justo por debajo de la cabeza, finalizando los estertores en el mismo momento que rompo sus médulas espinales.

Sigo avanzando por el pasillo, hasta llegar al patio exterior, en el cual aún se encuentra el carromato donde acababa de llegar. No han pasado más de dos horas desde mi llegada a la maldita posada y ya he dejado la muerte a mi paso...

El aire golpea mi cara y el olor a sangre comienza a entrar por mis orificios nasales... esto hace que mi mente vuelva a la realidad y en ese momento pienso en Catrina.

Subo lo más rápido que puedo por las escaleras hasta llegar a la puerta de la habitación y allí está ella, llorando abrazada al cuerpo del idiota de su hermano... por lo menos ahora, ella sabe la verdad...

 
Capítulo 3.
 
Sangre...
 
No es mía.
 
Me han encontrado.
 
Nos han encontrado.
 
Corro por la casa como si el diablo fuera detrás mío intentándo llevarme. Ya iré cuando sea mi hora. Esta no ha llegado todavía. Sigo corriendo. El rastro de sangre se va haciendo cada vez más denso a medida que me acerco a su habitación... Catrina.
 
No es como lo esperaba. No. No pensé que sería así.
 
Ver a mi hermosa Catrina muerta, abierta en canal sobre su cama, no produce en mi ningún sentimiento de ira en contra de su padre. Simplemente, un dejo de pena y culpa. Si yo hubiera estado aquí. Te habrían matado. Tal vez.
 
Me acerco a su cuerpo. A su frágil cuerpo ahora sin vida. Ya no respira, ya no rie, ya no juega conmigo ni me llama papá. Ya no pide que la cuide. Ya no hace nada. Simplemente está allí, con los ojos en blanco, mirando el cielo como pidiendo ayuda. Como llamándome para que la salvase.
Pero yo no estaba aquí. Estaba trabajando. Ganándome el pan con el sudor de mi frente. Matando.
 
Atando cabos. Para su padre. Para su padre...
 
El mismo que ahora ha matado a su hija. El mismo que ahora irá a por mí. Si es que no lo encuentras primero. Lo dudo. Me estará esperando.
 
Salgo corriendo sin pensarlo de la alcoba de Catrina, con las manos húmedas, con mis ojos húmedos...
 
Una gota cae de mi rostro hacia el suelo.
 
No. No son lágrimas.
 
Sangre.
 
Esta vez si es la mía.
 
Mi cuerpo comienza a caer lentamente al suelo, golpeando primero el mismo con las rodillas, luego el abdomen, la palma de mis manos y por último mi rostro. Intento abrir los ojos pero no puedo. Siento la humedad de mi sangre. Siento como se acumula debajo de mi rostro... aún así, intento abrir los ojos.
Una risa me saca por unos segundos de mi ensoñación... pero rápidamente, vuelvo a caer en el más dulce de los sueños.
 
¿Es así como termina la vida?
 
¿Hay algo después de esto?
 
Mi corazón se empeña por seguir bombeando, mientras que mis pulmones intentan llevar oxigeno a mis células.
 
¿Es esto la muerte? ¿Es esto lo que sentían mis víctimas?
 
El sopor llega a mi cuerpo y en ese momento, esbozo una sonrisa.
 
Al final, el diablo me ha cogido bien cogido.
 
Hoy has ganado tú, demonio.
 
Capítulo 4.
 
El fin no iba a estar cerca, eso lo tenía claro después que un alma caritativa lo recogió del arrozal en dónde su cuerpo estaba tirado y lo curó con una medicina que Mazo no conocía. Esta vez, fue rescatado por alguien justo, honesto, al cual le agradeció entregándole una bolsa con varias monedas y con un favor debido.
 
No era la primera vez que salvaban al bueno de Mazo.
 
La vez anterior, lo hicieron unos mercenarios.
 
Gente que se divertía golpeándole, hiriéndole, haciéndolo trabajar. Pero su espíritu era mucho más fuerte como para que unos simples golpes lo rompieran. Y Mazo trabajo para ellos, recibió sus golpes sin rechistar y así, logró ser uno más de ellos.
 
Lo entrenaron, convirtiendo a un niño débil en una maquina de destrozar armaduras con su mazo pesado y completamente blanco. Pero ahora había vuelto a nacer una vez más. Los hombres para los que trabajaba, los mercenarios, mataron a la única persona que amaba, a la única persona que cuidaba como si fuera su hija…
 
Por que para él, era su hija.
 
La relación con esa gente estaba completamente rota, y no iba a esperar mucho tiempo para devolverles el golpe de manera contundente. Sabía que actuar por venganza estaba mal, que era muy probable que ese sentimiento lo hiciera cometer un error, pero era un asunto que tenía pendiente desde hace mucho tiempo.
 
Ahora, vaga por los caminos buscando un sitio dónde beber un poco y pasar desapercibido, lejos de sus antiguos pagadores, lejos de sus muertes, masticando lentamente su venganza que no estaba muy lejos de llegar.
 
Capítulo 5.
 
Esta posada es una verdadera basura, pero por lo menos, este brebaje parece bastante bueno. Creo que me pediré otra copa…
 
*DM: ¡Shhhhhhh! Ahora no te toca hablar a ti*
Cargando editor
27/02/2011, 21:25
[RIP] Maestro Garra de Halcón.

"Padre, ¿recuerda los años antes de que llegasen? Los pasillos de la escuela llenos, repletos de estudiantes que correteaban inquietos buscando a alguien al que contarle las cosas nuevas que aprendían. Cómo, llegada la tarde, todos corríamos para bañarnos en aquel recodo donde las aguas del rio Hu permanecen en calma cerca de la casa del señor Shu. Era un buen hombre padre, igual que usted. Murió achacoso hace unos días.

¿Sabía que en su juventud participó en la guerra contra el Imperio Escarlata? A él le encantaba contarnos historias sobre sus años de servicio. Nos enseñaba recuerdos de uno y otro sitio, pero a nosotros lo que realmente nos gustaban eran los pastelitos de arroz que su esposa nos daba mientras él charlaba.

Sé padre que decían que yo era su estudiante más aventajado pero hoy en día sigo creyendo que no le llego ni a la suela de los zapatos. Soy, por ello, el único estudiante que queda, porque no pudo enseñarme todo lo que supo en vida. Ahora los pasillos permanecen en silencio, un silencio solo roto de vez en cuando por el viejo Cho que continúa con su rutina barriendo día tras día los ahora ruinosos patios.

Y pensar que lo que durante generaciones ha permanecido en pie se ha desmoronado al llegar a mis manos. Aún recuerdo con pesar el día en el que los primeros guerreros del Templo de los cinco Dragones pisaron estas tierras, cómo orgulloso se enfrentó a ellos y cuán maltrecho le dejaron. Todavía me afecta recordarle dolorido, tullido y postrado. Porque para un guerrero ¿qué honor hay, padre, en morir tumbado? Ninguno, por ello nunca mereció aquello. Pero a ellos igual les daba y les sigue dando lo que es justo, pues arrastran un rencor nacido hace siglos y en su cruzada castigan por los pecados de los padres a los hijos.

Padre, siento tener que preguntarle esto: ¿hizo bien escogiéndome como su sucesor? No es que cuestiene su decisión, pero conmigo y tan solo conmigo se ha manchado el nombre de la escuela porque no he podido defenderla.  De vez en cuando bajo al pueblo y allí me miran con una mezcla de rencor y pena.  Pena, padre, pena… Sienten lástima de mí porque ellos también recuerdan cómo eran las cosas cuando usted estaba, sienten lástima porque al final he tenido que recurrir a una demanda contra el Templo no pudiendo defender la escuela por mis propios medios.

Por suerte aun queda alguna amistad leal que usted fraguó hace décadas. ¿Se acuerda de Niom Ong Yu? Yo no lo conocía más que de oídas pues por aquel entonces era un joven polluelo, fíjese que todavía ni me había puesto usted ese apodo.  

Él fue uno de sus estudiantes y vino hace unos meses para descubrir cómo estaba la escuela. Ha decidido prestarme algo de ayuda cuando llegue a la capital, aunque a regañadientes, ya que dice que con mi demanda no conseguiré nada más que acabar con el poco dinero que nos queda. De vez en cuando recibo una carta suya aconsejándome de nuevo que cambie de parecer, pero es mi última esperanza de obtener la justicia que merece la escuela. Confío en este reino y sé que la sentencia será la adecuada a nuestra demanda.

Pero se hace tarde, padre. Me tengo que marchar, mañana parto hacia la capital y un largo viaje me espera. En cuanto vuelva vendré a verle con las buenas noticias."

Cargando editor
17/01/2012, 12:37
[RIP] Ojos Rojos.

Relato Ojos Rojos.

 

La lluvia cae sobre mi rojo cabello, aplastándolo contra mi cuerpo y dándole el aspecto de una cascada de sangre que cae sobre mis hombros, nada demasiado alejado de la realidad, pues realmente cargo con la sangre muchas personas que murieron por mi culpa. No he hablado de esto con nadie, y no tengo ningún humano con quien compartir, pero te tengo a ti, mi querido Garra Ósea y estoy seguro de que me escucharás, aun cuando no entiendas de qué hablo:

 

 - “Garra Ósea, déjame que te cuente sobre mi. Hace años, en la Republica de Chaya una poderosa guerrera Sangre de Dragón de Aspecto de Fuego llamada Cathak Melara, era una guerrera muy temida y respetada, que dirigía un ejército de mercenarios en las tierras del Sur. Luchó mucho con su ejército durante la guerra civil de esa nación y llevó siempre a sus hombres a la victoria. Ante su paso todos temían y jamás fue derrotada en combate, ni en batalla ni en duelo, por lo que se decía que ningún hombre podía derrotarla. Sus hazañas fueron heroicas, pues transformó a unos bandidos en sus hombres y comenzaron a luchar por el bien el resto de sus días junto con ella, instruyéndolos hasta transformarlos en tropas disciplinadas como las Imperiales. Dicen que la misma Emperatriz la designó para ir a ese lugar y poner orden a los bárbaros y bandidos que provenían del Sur.” -

 

Miro hacia delante, cuidando de que nadie venga por el camino que sigo, pues los humanos nunca reaccionan bien ante mi visión. Después de asegurarme, continúo hablándole a mi cuervo:

 

 - “Bueno, sus hombres la querían y la respetaban mucho, pero siempre hay alguien que no está de acuerdo y que quiere el poder de otros. Así sucedió con Asunno Kone, un brujo que viajaba con los mercenarios. Era un hombre oscuro reservado y muy poderoso, tanto que los hombres le temían como a un demonio. Yo jamás lo conocí, murió el día de mi concepción, pero no lo olvidaron por mucho tiempo, pues aun diez años después de su desaparición seguían diciendo que volvería. Resulta que por lo que escuché y por lo que me contaron, un día desafió a Cathak Melara y ella lo derrotó fácilmente, humillándolo. Él, resentido comenzó en secreto a investigar las conjuraciones demoníacas para poder llamar a un demonio lo suficientemente poderoso como para derrotarla y darle a él el poder que tanto deseaba. Él tipo era hábil, hay que reconocerlo, pues después de meses o años de estudio solitario, logró llamar a un Demonio del Tercer Círculo, algo imposible para la mayoría de los taumaturgos. ¿Cómo lo logró? Nadie lo sabe, pues se llevó su secreto a la tumba. Su convocación trajo al mismo Ligier, el Sol Verde eterno de Malfeas. Dicen que con sólo aparecer sus llamas acabaron con el idiota de Kone. La gente del campamento aseguró que en su tienda se vio un terrible resplandor verde y que de ella salió un hombre alto de cabello rojo como el fuego a quien nadie podía decirle que no. Entró en la tienda de Melara y nunca volvió a salir. Ella misma me contó que el hombre le aseguró ser un espíritu poderoso del bien que debía tener un hijo con ella para engendran al próximo Emperador Divino en la tierra. Ella me dijo que no podía resistirse a sus palabras ni a su voluntad, pero que logró sacarse su influencia de encima y vio bajo el manto de mentiras e ilusiones la verdadera forma de Ligier, pero que él era mucho más poderoso y la violó mientras le decía que ni siquiera ella no podría evitar lo se avecinaba. Su tiempo se acabó antes del alba y fue devuelto al Malfeas, dejándola al fin.” -

 

Unos hombres se acercan por el camino, rápidamente salto a un lado del sendero, ocultándome entre las plantas y el lodo. Parecen ser mercaderes. Los dejo pasar hasta asegurarme de que todo está despejado y poder continuar con mi viaje y mi relato:

 

 - “Cathak Melara condujo a su compañía a un pequeño poblado sin nombre aledaño a un arrozal. Una vez ahí, no salió de su tienda en todo el tiempo de su embarazo y las parteras tuvieron que entrar en ella para asistir mi nacimiento. Pienso que lo hizo para tener parteras cerca, lo que no llevaba con los mercenarios y darme un lugar para vivir. El punto es que no me mostró a nadie más hasta que fui capaz de caminar y salir de la tienda por mi mismo. Las primeras cosas que recuerdo son esa infinidad de símbolos sagrados que mi madre tenía un su tienda, pergaminos, estatuas, todo lo necesario para mantener alejados a los demonios. También recuerdo que nadie me apreciaba ni en el campamento ni en la aldea, los niños me golpeaban y huían e incluso sus padres me ahuyentaban, sin golpearme por miedo a represalias de los mercenarios, pero incluso estos me evitaban y no me hablaban. Mi vida fue una soledad absoluta desde su inicio.” -

 

Me alegro de que la tarde se vuelva tardía y de que la noche se avecine, pues siempre me es más fácil moverme durante la noche que bajo la luz del sol. La oscuridad es mi amiga y no temo a lo que en ella se oculta, pues yo soy uno más:

 

 - “Unos años después mi madre volvió a salir con los mercenarios, pero a mi me dejaba en la aldea con algunos para que me cuidaran. Mi madre no me quería, pensaba yo, pues nunca compartía mucho conmigo. Muy pocas veces me contaba acerca de los Exaltados y los Dragones y esas cosas, yo no le ponía atención, pues sólo quería verla hablar y oír su voz, lo que siempre era breve. Cuando llegaba de un viaje, me acariciaba la cabeza revolviendo mi rojo cabello. Por eso nunca me lo corté, pues estaba seguro de que cuando lo hiciera ella no volvería a acariciarme. Fue durante esas noches de soledad que conocí a Svok, cuando apareció junto a mi cama por primera vez. Lo recuerdo claramente, pues me dio un susto de muerte el ver a un pequeño demonio parado junto a mi cama observándome mientras dormía. Me contó que su misión era instruirme para el momento en que mi padre decidiera que estaba listo. Me enseñó a hablar el idioma del Viejo Reino, pues mi padre no se rebajaría a pronunciar palabras en un sucio idioma mortal. Me dijo que era hijo del gran Ligier, el Sol Verde de Malfeas, el más poderoso de los demonios. Me dijo que fui concebido para ser la criatura más poderosa que caminase sobre el mundo mortal, que todos se arrodillarán ante mí y gobernaría en nombre de Malfeas. Me dijo que el día de mi cumpleaños número trece él vendría a llevarme para completar mi desarrollo y que yo debía estar listo en ese momento para continuar. Durante años se me apareció todas las noches y me enseñaba de mí mismo, de mi condición y del mundo demoníaco. Me dijo que mi padre se dejó convocar porque supo que mi madre estaba cerca e imaginó el plan que pondría en marcha su dominio absoluto. Me dijo que yo viviría mucho más que un humano, lo que me daría tiempo de elevarme todo lo que necesitaba y que si obedecía a mi padre quizás podría vivir por siempre. También me dijo que ninguna criatura sería capaz de poseerme, pues la esencia del gran Ligier vive en mí y que fui concebido bajo la mejor estrella, que me aseguraba la suerte del más afortunado de los hombres, la que necesitaría en mi camino a la gloria. Me dijo que yo con el tiempo iría desarrollando mis poderes y habilidades reales, que todo iba a ser según los designios de mi padre.” -

 

Me detengo un momento, veo luces a un lado. Parece ser un poblado, me vendría bien algo que comer, pues las pequeñas criaturas del camino ya me tienen un poco aburrido. Camino hacia el poblado evitando miradas indiscretas mientras continúo con mi narración:

 

 - “El tema de los demonios me atraía porque me prometían respeto y un lugar en el mundo, algo que nunca tuve, pero yo oía a los humanos hablar de los demonios como algo maligno en lo que no se debía confiar. Un día le conté a mi madre que mi padre vendría a buscarme para mi cumpleaños número trece, pero ni siquiera se inmutó. Imagino que sabía que sucedería y yo sólo le había confirmado fecha. Mi madre transformó la tienda en un santuario, lleno de símbolos sagrados y protecciones. A mi no me importaba, pues eran decorativas, pero con el tiempo entendí que era el intento de mi madre de evitar que mi padre me llevase. Con los años fui entendiendo que yo era corrupto y comprendí la verdadera naturaleza de mi concepción. Comencé a odiarme a mi mismo y a entender por qué las personas se alejaban de mí, complementándolo con mis propios intentos por evitar a los humanos. Me fui alejando y me volví aun más solitario por voluntad propia, aprendiendo a no ser visto ni oído, para así no causar temor en las personas. Me alejaba del poblado por las noches cuando fui mayor y aprendí a vivir de lo que cazaba y pescaba, evitando contacto con la humanidad dentro de lo posible. A veces peleaba con los adolescentes del pueblo, pero con los años sus golpes dejaron de ser efectivos en mí, ya que era capaz de recibir enormes palizas sin siquiera inmutarme. Luego mi fuerza creció para compararse a la de guerreros experimentados y veteranos. No volví a enfermar nunca, ni a sentir las inclemencias como lo hacía el resto de los adolescentes. Un día no pude entrar en la casa de un soldado para avisarle que mi madre lo llamaba, no pude hacerlo hasta que él me invito a entrar. Noté que cambiaba, que me volvía más poderoso y no me gustó, pues sabía que era la cuenta regresiva para el día en que conocería a mi padre y debería tomar la decisión fatídica.” -

 

Llego al poblado y noto que tienen aves en un corral, por lo que me subo de un salto al tejado de una choza, lo más silencioso posible, y desde ahí observo que no haya nadie cerca ni observando. Rápidamente capturo a un par de ellas y huyo del lugar. Las mato con mis garras y comienzo a comerlas crudas, pues sé que si prendo un fuego, me encontrarán y me perseguirán. Mientras como, no dejo de hablar:

 

 - “Mi cumpleaños se acercaba y mi madre veía los cambios que habían en mi. Decidió que no saldría en la próxima campaña, dejando a su Capitán al mando. Estoy seguro de que lo hizo para quedarse cuidando de mí para cuando llegara la fecha. En esas semanas estuvo más lejana que nunca, entrenaba y ponía protecciones en toda la tienda para evitar a los demonios, pero me ignoraba. Pensaba que el demonio aparecería para llevarme y ella lo mantendría a raya o lo mataría, salvándome. ¡Cuánto se equivocaba!” -

 

Ya acabé de comerme a esas aves y aunque no sabían bien, han calmado mi hambre y han renovado mis fuerzas, las que día a día gasto en mi marcha sin final:

 

 - “El Capitán y su Teniente guiaron a los mercenarios hacia el Oeste, pues un terrateniente había pagado para acabar con unos bárbaros de las tribus de la jungla que amenazaban sus tierras. Cuando la compañía llegó a su aldea, no había bárbaros y la gente los recibió como héroes, diciéndoles que sólo los rumores de su llegada habían sido suficientes para espantar a los invasores. Los hombres fueron atendidos como a reyes y las mujeres se ofrecieron para pasar la noche con ellos mientras sus maridos les servían vino y comida a los soldados. El Capitán y su Teniente eran veteranos y nunca habían visto un recibimiento así, por lo que desconfiaron y no yacieron con mujer alguna, ni bebieron ni comieron. Sus sospechas se acrecentaron cuando a la mañana siguiente las personas del pueblo los vieron marcharse sin despedirse, mirándolos como a desconocidos. Los soldados actuaron extraño todo el camino de vuelta, demasiado disciplinados y demasiado felices, lo que motivó al Capitán a ordenarle al Teniente a correr con su caballo rápidamente donde mi madre a avisar de que algo extraño había sucedido. El hombre no sabía los secretos de mi madre y míos, pero no era tonto y siempre sospechó que mi nacimiento fue más que un desafortunado error, por lo que también llenaba su tienda de salvaguardas. Los hombres los oyeron y mataron al Teniente, pero el Capitán logró huir con el caballo más veloz. En pocas jornadas llegó a nuestra aldea y avisó a mi madre, quien intentó levantar guardias físicas y espirituales pero ya era tarde, porque el ejército de posesos no se fatigaba y corrieron detrás del Capitán por días sin detenerse momento alguno. Yo estaba dentro del campamento, por lo que vi al ejercito detenerse ante las salvaguardas puestas por mi madre y me acerqué a la entrada para mirar de cerca, pero en ese momento el primero de los demonios, que había poseído a un respetado soldado me miró a los ojos, me saludó y me dijo que era el momento. Sentí que un fuego crecía dentro de mi pecho y me quemaba, fue rápido, violento y poderoso pues antes de que cayera de rodillas, todos los símbolos sagrados que estaban a mí alrededor comenzaron a quemarse con un fuego verde que provenía de mí. Los demonios gritaban felices viendo como mi poder abría el paso para las huestes infernales, las que pasaron por mi lado mientras yo yacía mirando el suelo. La batalla fue breve y los aldeanos fueron capturados vivos mientras los soldados aun fieles eran masacrados. Mi madre se abrió paso por entre las hordas de demonios hasta llegar a la seguridad de su tienda, donde no pudieron seguirla. Yo estaba atónito y los demonios me quisieron capturar, pero huí hacia la tienda. Lamentablemente no pude entrar, pues las salvaguardas que mi madre había puesto ahí eran demasiado poderosas. Los poseídos me tomaron y me llevaron al centro del campamento, donde tenían a los aldeanos indefensos. El demonio que me saludó se presentó, diciéndome que era Svok, y que él llamaría a mi padre para que viniese por mí. El muy desgraciado mató a todos los aldeanos en un terrible ritual de sangre y muerte que duró horas, hasta que finalmente mi padre apareció detrás de un enorme y terrible portal de fuego verde y sombras. Era terrible mirarlo a los ojos y su presencia hizo que todos los soldados se arrodillaran ante él. En ese momento mi madre salió de su tienda vistiendo su armadura de jade rojo y su enorme espada de jade rojo, se acercó al centro y desafió a mi padre a duelo por la libertad mía y de sus hombres. Ligier es muchas cosas y una de esas es arrogante, pero viendo la situación, aceptó. La batalla fue épica, jamás podré luchar así, pero finalmente mi padre demonio se impuso, hiriendo de muerte a mi madre. Se acercó a mí y me dijo que mi destino era mucho más grande, me dio unos guanteletes de hueso, que cuando me los puse se fundieron a mi carne, volviéndose garras óseas. Me dijo que las habían forjado en el Malfeas de los huesos de los héroes caídos, que eran para mí, para complementar mi cambio progresivo. Me dijo que mi destino era irme ahora con él a completar mi desarrollo en el Malfeas donde usaría cosas desconocidas para investirme de un poder inigualable para que cuando vuelva a este mundo logre devolverlo a lo que era antes de que se dieran cuenta de las cosas los Cinco Dragones y enviaran a sus Exaltados, que crearía un Nuevo Reino aun más glorioso que el Viejo Reino. Me dijo que probara mi lealtad y que terminase con mi madre moribunda con mis nuevas garras. Creo que en ese momento no sabía de lo que era capaz, pero sí sabía de lo que no era: No era capaz de vencer a mi padre, no era capaz de vencer a ese ejército, pero tampoco era capaz de acabar con mi madre. Salté hacía atrás y corrí. Esquive demonios, salté hacía un tejado y desde él a otro, salí de los limites de la aldea y recuerdo haber desgarrado a uno de los demonios que me interrumpió el paso. Corrí más rápido de lo que lo había hecho en toda mi vida. Corriendo y saltando de esa forma, como hasta hace unos minutos no era capaz, me di cuenta finalmente de que soy un ser sobrenatural, que no soy humano. Los dejé atrás y me oculté, tan bien que jamás pudieron encontrarme.” -

 

Me mantengo recostado, mirando las estrellas mientras recuerdo esos momentos como si hubiera sido ayer. Las imágenes y las palabras vuelven a mí como un torrente de información que no puedo esquivar:

 

 - “Aun recuerdo lo que me gritó mi padre mientras huía: Me dijo que podía huir todo lo que quisiera de él, pero que no podría huir de mí mismo. Que con el tiempo iría cambiando, que iría siendo cada vez más poderoso, distinto de los humanos y más parecido a él, hasta el día que mire a mi alrededor y entienda que no pertenezco a este mundo, que no debo esconderme de los humanos, sino estar a su lado y gobernar a los hombres. Pero al día siguiente, te encontré a ti, mi pequeño amigo, mi único amigo y ahí termina la historia.” -

 

Me pongo de pie mientras comienzo a caminar nuevamente, pues debo aprovechar la noche, que es cuando más rápido avanzo. Llevo más de un año caminando hacia el Norte, pues el Sur me atrae. He viajado a la orilla del Río Arenoso mientras busco calmar la furia de mi alma y alejarme de mis fantasmas. Recuerdo la mirada de mi madre cuando yacía moribunda y como cambió cuando decidí huir. Siempre desconfió de mi linaje y de la suciedad de mi sangre, pero nunca perdió las esperanzas de que en mí haya bondad, de que puedo elegir lo correcto. Quiero ser como ella fue y no como la oscuridad que porto en mi interior. Quiero ser una buena persona, pero el mundo no me permite demostrarlo. Aun así, haré lo mejor que pueda y lograré, contra viento y marea, ganarme el lugar que quiero entre las personas.

Es la única esperanza que tengo, borrar mis huellas pasadas para abrirme un nuevo camino. Recuerdo cuando decidí realmente dejar todo atrás. Casi tres meses después de huir, encontré una choza solitaria en medio de un campo pequeño. En ella un hombre me escuchó y se acercó a mí. Cuando estaba frente a mi, yo estaba asustado pues recién había sido expulsado de un pueblo a punta de lanza y le dije que no me dañara, que no le atacaría. Él me preguntó extrañado la razón por la que habría de atacarme y noté de inmediato que era ciego. Me invitó a pasar a su casa, por lo que fue la primera casa a la que entré en mucho tiempo. Me dio de comer comida cocida y me ofreció una cama para dormir. Él cultivaba la tierra a su alrededor guiándose por tacto, sonido y olores. Era un hombre excepcional y muy bueno. Esa noche, mientras dormía, escuché una voz desagradablemente familiar que me hablaba en el idioma del Viejo Reino. Era Svok, que nuevamente aparecía frente a mí en su forma de pequeño demonio miserable. Me dijo que no debía haber huido, que mi padre estaba enojado por mi estrechez de miras y que debía volver. Me dijo que yo siempre haría daño a las personas que me rodeaban. Me contó que cuando me fui, mi padre mató a todos los mortales poseídos y a mi madre antes de volver al Malfeas y que sólo Svok fue al poblado vecino a avisar que el niño demonio de ojos rojos había masacrado al pueblo, por lo que me perseguían también los mortales. Me dijo que mi único camino era ir al Malfeas con él y cumplir mi destino. Me dijo que debía atender a la llamada de la oscuridad dentro de mí y matar al ciego, disfrutar de sus bienes y su carne y luego irme. Le respondí que por primera vez haría daño a alguien de forma consciente. Mi garra mató al pequeño demonio mientras aullaba terriblemente. El hombre despertó y me excusé antes de huir en medio de la noche.

Sigo viajando como lo he hecho desde hace tantos meses. Hace algunos comencé a seguir al río Amarillo hacia este reino, que al parecer no tiene tanto ejercito como otros donde me han ahuyentado enormes cantidades de soldados. Caminé cerca de Hsien-Wu, pero no me atreví a acercarme a sus murallas protegidas, por lo que huí al sur para bordearla. Después de un par de días llegué a un arrozal, donde robé una gallina y mientras la devoraba, me fijé en una mansión fuera del pueblo que tenía todo el piso superior incendiado hace poco y con guardias armados. A pesar de mi curiosidad, lo más sensato es lo que hice: Irme.

 

Ahora amanece y después de días, llego por fin a otro arrozal:

 

 - “Veamos que es lo que me espera aquí, mi buen Garra Ósea.

 

Me muevo sigilosamente para entrar en la zona y ver qué es lo que tiene para ofrecerme.

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06/02/2012, 16:11
Lao Tse Huong.

Era una agradable tarde de primavera en el pueblo de Chou. Los cálidos rayos de Sol de la tarde se filtraban entre las hojas de los cerezos del jardín, hojas plagadas de flores rosadas que llenaban el paisaje con sus destellos de color. Una leve brisa mecía los árboles haciendo caer pétalos que formaban un rosado manto sobre la hierba. Se respiraba calma y armonía, los pájaros cantaban y su canto se fundía con el croar de las ranas del estanque. En medio de aquel bello paisaje una delgada figura estaba sentada en la hierba. Meditaba, llenaba su cuerpo de la energía de la naturaleza, se preparaba para algo.

Una hermosa melodía interrumpió de repente el sonido de la naturaleza, los árboles se pararon un segundo para escuchar, las ranas y las aves dejaron de cantar para admirar la perfección de lo que estaban escuchando, incluso los pétalos de las flores de los cerezos parecieron quedarse suspendidas en el aire. La delgada figura había dejado su pose de meditación para compartir con la naturaleza su nueva creación. Los acordes volaban a través del aire y acariciaban las plumas de los pájaros, lamían la corteza de los árboles y recorrían la superficie del estanque como una veloz ráfaga de viento. Su mano derecha sostenía el arco y se movía de un lado a otro como empujada por una fuerza sobrenatural, pero tan fina y frágil que arrancaba las notas musicales como dos amantes que se acarician antes de hacer el amor. 

El instrumento no sólo estaba perfectamente afinado sino que estaba en completa resonancia con el entorno. El tiempo se había parado en el jardín de la mansión, aquel hombre se había fundido con su entorno como si fuera un animal más, un árbol más, como si fuera parte del agua del estanque, parte de la brisa, parte de la tierra, parte de la vida. Y cuando sintió que podía tocar el cielo con las manos, que había ascendido a lo más alto, recordó que aquel privilegio estaba reservado únicamente para los más grandes. Su condición humana se le antojó un lastre, su cuerpo le hizo sentir pesado, una envoltura que no dejaba salir la esencia de su espíritu, que luchaba por salir, por volar.

" Siempre lo mismo, rozando el límite - pensó. - Quizás en otra vida..."

Y enterrando en lo más hondo su pesar, dejó de tocar y abrió sus ojos para contemplar lo que había creado. Apenas un instante bastó para que todo volviese a la calma original, la brisa volvía a mecer los árboles, los pétalos rosados volvían a caer, las aves y las ranas continuaban con sus cantos, todo estaba exactamente igual que antes de que expusiera su creación a la naturaleza. Pero le había bastado ese ínfimo instante para comprobar que todo aquello se había parado para escucharle.

Y entonces, arropado por la calma de la naturaleza, Lao Tse Huong sonrió satisfecho.

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22/02/2012, 18:28
Lao Hu Ren Xia Tian.

El Pasado borrado.

Mi madre me llamaba:

- ¡Cao Re! ¡Cao Re!

Jugaba en la pradera que estaba enfrente de nuestra casa, había un riachuelo cerca y era un lugar ideal para pasar el tiempo. Intentaba coger los peces con las manos, pero si alguna vez había conseguido tocar uno se me había escurrido por las manos.

Mi madre era joven y muy guapa. Se encargaba de mantenerme. Nunca hablaba de mi padre. Cuando yo preguntaba por él solía mirar hacia el cielo y decirme:

- Algún día lo conocerás. Es alguien extraordinario.

A mí no me lo parecía, nos había dejado allí solos y nunca venía a jugar conmigo. Cuando otra persona le preguntaba por mi padre se limitaba a encogerse de hombros y quedarse en silencio. En aquel momento no comprendía qué pasaba, pero sí tenía la sensación que a la gente no le gustaba estar con mi madre, como si hubiera hecho algo malo. Nuestra casa quedaba un poco apartada del pueblo y mi madre tan sólo se acercaba cuando necesitaba comprar algo, así que tampoco nos importunaban mucho los vecinos.

A mi madre le encantaba contarme historias. Mis favoritas eran las que salían dioses, con sus grandes poderes y que siempre estaban por encima de todo.

  • A veces. - Me decía. - Estos dioses bajan a la tierra y se emparejan con mortales. Como resultado de su amor resultaban seres humanos extraordinarios llamados Sangre Divina.

Crecí con estas historias, incluso de vez en cuando me imaginaba que era el mismo hijo de un dios, un Sangre Divina y que gracias a mis poderes salvaba al mundo. Un sueño que un humilde niño sin padre no podría alcanzar. Fue una infancia feliz junto a mi madre y a pesar de nuestra difícil situación nunca nos faltó nada, era como si alguien cuidara de nosotros, aunque eso no podía ser así porque nunca recibíamos visitas.

Un día cuando volvía de pescar vi a mi madre hablando con un hombre en la puerta de nuestra casa. No era nadie del pueblo, aunque mi madre parecía conocerlo por la forma en la que hablaba, pero yo nunca lo había visto antes. Lleno de curiosidad decidí rodear la casa para intentar escuchar lo que decían, me puse detrás de unos troncos apilados en un lateral de la casa desde donde podía escuchar sin ser visto, aunque tampoco podía ver nada desde allí.

  • Se te advirtió que esto pasaría, no tenías que encariñarte de él. –
  • Pero por favor déjame que me despida al menos. Tiene derecho a saber quien es y quienes son sus padres. –

Tras un profundo silencio el hombre volvió a hablar.

  • Volveré dentro de dos días. –

Dicho esto no volví a oír nada más hasta que la puerta de mi casa se cerró. Me quedé quieto en el sitio sin saber qué hacer, la conversación había sido muy confusa y tan sólo había escuchado las últimas frases. Cuando me atreví a asomar la cabeza no había rastro del hombre, debía haberse marchado corriendo a toda velocidad o se había escondido en algún sitio. Esa idea me inquietó. Volví a esconderme detrás de los troncos y me quedé allí sentado durante mucho tiempo, hasta que me pareció que nadie seguía alrededor.

Mi madre estaba triste cuando entré en casa, aunque intentaba disimularlo. Yo sabía que todo era por culpa de aquella conversación con el extraño.

Los dos días siguientes fueron extraños. Mi madre resultó ser mi tía. Mi verdadera madre había muerto al darme a luz y mi padre era un dios, un verdadero dios. Nara'O se llamaba y al parecer era alguien muy importante entre las divinidades. Él me había dejado a cargo de mi tía hasta que creciera, a ella a cambio no le faltaría de nada mientras viviera.

Pasado ese tiempo el mismo hombre al que había visto de lejos regresó a por mí. No se trataba de mi padre, como pensé en un principio, sino de uno de sus servidores. Desde aquel día mi vida y destino estuvieron ligados a la Ciudad Celestial.

Los confusos primeros milenios.

La Ciudad Celestial no se parecía a nada que yo hubiera conocido o simplemente imaginado. Todo era grandioso y brillante. Las vestiduras eran de una riqueza de colores y materiales como nunca había visto. El hombre que me acompañó se convirtió en mi tutor, aunque allí no era un hombre sino un espíritu. Me enseñó las costumbres y la organización básica de como funcionaba todo allí, pero ante todo me obligó a aprender algo que no debía olvidar nunca jamás.

  • Da igual quien sea tu padre. Olvídalo por completo. No intentes buscarlo ni hablar con él. A partir de ahora no te faltará de nada, pero tienes que ignorar por completo tus orígenes de aquí en adelante. Quizá goces de su favor o protección, o quizá no, en todo caso eso no marcará la diferencia. Tendrás que valerte por ti mismo. –

Desde el día siguiente comencé mi trabajo celestial. Me preguntaron qué es lo que más me gustaba de todo lo que había visto al llegar y contesté que las nubes, así que me asignaron a su mantenimiento. Había mucho trabajo que hacer con ellas. A los dioses les gustaba que las nubes lucieran un buen aspecto y que siempre se mantuvieran limpias y acolchadas. Había nubes de todo tipo: grandes, pequeñas, las que se usaban como base para edificios o estructuras, incluso algunas se utilizaban de vehículos por los mensajeros celestiales, siempre para servicios allí en la Ciudad Celestial o sus alrededores.

Con el tiempo mi experiencia me permitió encargarme de arreglar las nubes de transporte, que eran las más delicadas de todas debido a su volatilidad y ligereza. Así me pasé mucho tiempo, más de mil años seguramente.

Una de mis tareas con las nubes de transporte era probarlas después. Era muy divertido hacer carreras por el aire, aunque de vez en cuando me llevaba alguna reprimenda. Esa habilidad hizo que me convirtieran en uno de los mensajeros celestiales, fue todo un honor para mí.

Primero llevaba sencillos recados o mensajes entre casas de dioses particulares, para después ir haciéndome cargo de mensajes más importantes y oficiales entre diferentes oficinas burocráticas. Durante ese tiempo fui uno de los mensajeros más rápidos y eficaces de toda la Ciudad Celestial. Se me confiaba prácticamente cualquier mensaje o tarea hasta las más importantes, como transportar los melocotones de la inmortalidad, uno de los mayores manjares para los dioses. Gracias a todos estos cometidos llegó uno de los momentos más importantes de mi vida.

La Investidura.

Un día me anunciaron que no seguiría transportando mensajes, que al día siguiente tenía que prepararme para una ceremonia especial concedida por la Diosa Júpiter, la Doncella de los Secretos. Sería investido como un dios menor, algo que no se concedía a muchos y que era raro de ver. Los dioses eran reacios a estas ceremonias porque en ellas traspasaban parte de su poder a alguien que tenía la chispa de la divinidad, pero ese poder lo perdían para siempre, o al menos durante muchos siglos si conseguían recuperarlo con el tiempo.

Yo no sabía porqué se me había concedido este honor inesperado. Aunque había trabajado con ahínco no era el único que lo hacía. Al preguntar quien presidiría la ceremonia me dijeron que estaría a cargo de Nara'O. Mi padre. Eso explicaba muchas cosas.

A esas alturas pocos en el Cielo conocían nuestra relación, aunque jamás había oído a nadie ir más allá de pequeñas insinuaciones y nunca jamás afirmaciones abiertas. Yo por mi parte había seguido el consejo que me habían dado y nunca había mencionado nada de ese asunto, ni tampoco había buscado a mi padre, aunque sentía curiosidad. Al día siguiente lo conocería.

Mi tutor había preparado unos ropajes especiales para la ocasión y se había encargado de hacérmelos llegar, eran más fastuosos de lo normal y apropiados para la ocasión.

La ceremonia tuvo lugar en la Morada Prohibida de Hiedra, en el más absoluto secreto y sin testigos, algo propicio al venir de alguien que es llamado Mantenedor de Secretos.

Como se me había indicado me abstuve de hablar ni antes ni después. La verdad es que estaba tan impresionado con todo aquello que las palabras hubieran salido con dificultad. Era la primera vez que veía a mi padre, o más bien lo intuía pues tan sólo distinguía un montón de capas de tela superpuestas unas a otras que no dejaban adivinar la figura que ocultaban debajo. Me arrodillé a sus pies y con sus dos manos posadas en mis hombros comenzó el traspaso de poder. No sé cuánto duró la ceremonia, en la que permanecí con los ojos cerrados por la sensación tan extraña que sentía, pero cuando dejé de sentir y los volví a abrir mi padre ya no estaba allí. Tan solo mi antiguo tutor.

  • Ahora no sentirás nada, pero con el tiempo podrás desarrollar distintos poderes. Vamos, tengo que llevarte a un sitio. –

Cogimos una nube y marchamos a una zona apartada del centro de la ciudad, llena de pequeñas viviendas.

  • A partir de ahora vivirás aquí. Dentro hay un sirviente vinculado a ti y a tu casa. Mañana preséntate en el Buró del Destino, comenzarás a trabajar allí a partir de ahora. –

No había articulado palabra en todo el camino, todo aquello era tan impresionante y nuevo para mí que tampoco sabía qué decir. Entré en la casa, pequeña, pero acogedora y mi sirviente se acercó para ver si necesitaba algo. Lo despaché, necesitaba asimilar todo aquello.

Al día siguiente fui hasta el Buró del Destino. Gracias a mi anterior trabajo como mensajero conocía bien los edificios de la ciudad e incluso el funcionamiento básico de alguno de los Burós, así como a alguno de los que allí trabajaban.

Mi misión sería la de mensajero, pero esta vez no iría en una nube sino en un carro celestial y los mensajes tendrían que ser llevados a la Creación. Pasé en este empeño cerca de un milenio, sino más.

Poco a poco fui ascendiendo dentro del Buró del Destino, aunque cuanto más ascendía, mas difícil era conseguir un puesto de mayor responsabilidad y más tiempo se tardaba. No era algo que me importara demasiado. Me gustaba ascender, es cierto, pero disfrutaba con cada trabajo que se me asignaba y lo cumplía siempre a la perfección.

Así llegué a ser el Octavo secretario del supervisor del destino de tercera clase para el reino de Wu-Chia, un puesto muy importante ya en el que no tenía muchas esperanzas de progresar, al menos en varios siglos.

Mas el Destino a veces nos guarda sorpresas, agradables o desagradables. La destitución del supervisor y los otros siete secretarios que me precedían por corrupción dejó el puesto vacante. Yo conservé mi puesto al no haberse encontrado pruebas, porque no las podía haber, de corrupción hacia mi persona. Pensé que aquella sería una gran oportunidad, que podría adelantar algunos puestos en el escalafón, quizá convertirme en el quinto secretario cuando ocuparan las vacantes.

Para mi mayúscula sorpresa fui nombrado supervisor de tercera clase, al cargo del reino de Wu-Chia. Y tendría que hacer frente a todo en solitario, por el momento no tenían intención de incorporar a nadie en mi sección. Me enfrentaba a todo un reto y el papeleo acumulado era mucho, ya que todas las supervisiones se habían paralizado durante las investigaciones de corrupción.

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31/03/2012, 16:36
Riqueza Efímera.

Tumbado en la cubierta del sampang, Riqueza dormitaba a ojos de quien curioso pudiera estarle observando. Una leve sonrisa parecía augurar que disfrutaba de un sueño agradable. Y quien así pensara, erraría, al menos en parte, pues el Lord Carroñero no soñaba, ni siquiera dormía. Simplemente recordaba mientras el calor del sol abrazaba agradablemente su cuerpo.

Sus recuerdos lo habían llevado quinientos años atrás, a la primera y única vez en la que tuvo el privilegio de ver a la Doncella de los Secretos, una experiencia breve y a un tiempo inolvidable, pero que exigió hacer caso de un consejo, aprovechar su momento de esplendor personal y hacer gala de una paciencia infinita hasta conseguir le fuera concedida la audiencia solicitada con aquel extraordinario ser.

Todo había comenzado con un final, el de los Yomas que habían infestado el Templo de la Iluminación. Una actuación rápida y sangrienta, con ilustres compañeros como Sun Wu Kong, había determinado la destrucción de los seres demoníacos y consecuencia de ello, Trueno de Jade gozó del favor de Júpiter, pues su fulminante y destructiva intervención le había satisfacido. Fueron muchos los que se acercaron en aquella época para felicitarle, para alabar su trabajo, su disposición, su espíritu. Había envidia, había orgullo, había amistad, no siempre en iguales proporciones, en las palabras dirigidas, pero solo en la de Nara´O hubo verdadera inteligencia, interés y reconocimiento. Con las sutiles formas que le caracterizaban, en medio de una conversación intranscendente, susurró a su oído las ventajas de escapar del tapiz cuando se buscaba la victoria. No dijo más, perdiéndose en un marasmo de cotilleos, pero cuanto había de decir lo había dicho y Trueno de Jade tomó el regalo hecho, le dio forma y actuó en consecuencia.

Las cosas de palacio, van despacio. El viejo dicho era real, tanto como el aire que se respira. La burocracia era un animal lento pero implacable, dispuesto a devorar a quienes no supieran amoldarse a su ritmo y exigencias. Trueno de Jade lo sabía y durante un año se dedicó a aquella otra forma de batalla, más lenta e incierta, por obtener una audiencia que el augurara mantener su brillante presente. Misivas de excelente caligrafía acompañadas de sutiles y elegantes regalos fueron el primer paso de un proceso que parecía no iba a culminar. Prometió favores y exigió la devolución de otros. No desesperó, pues sabía que ceder a la desidia, no cejar en su empeño tan solo le conduciría al fracaso. Pasaban las semanas, los meses, las estaciones. La vida y la muerte continuaron su eterno baile y de igual modo, Trueno de Jade se movía en la corte burocrática con la habilidad de un sofisticado funcionario, manejando su pluma y su lengua con la misma pericia demostrada a la hora de emplear su espada.

Y finalmente llegó la ansiada carta. Un papel de excelente calidad, una tinta negra como la noche y una sola frase fueron el premio a un año invertido. La audiencia le había sido concedida. La espera fue sin duda mucho peor que la expectativa anterior. Pero como todo, concluyó. Y a día de hoy apenas recordaba aquel único minuto, postrado ante la Doncella de los Sueños, exponiendo su petición y las razones de la misma. Apenas fue consciente de cuando ella le pidió que se levantara. Apenas sintió el breve tacto de su dedo en su frente, bendiciéndolo y concediéndole su favor. Pero sí recordaba a los burócratas exigiendo su marcha, sus rostros ceñudos ante el don concedido. Se vio una vez más en las puertas de salida, sintiendo el calor del sol sobre su rostro y la íntima satisfacción de haber sido tocado por un ser único.