Partida Rol por web

El mozo cayó al suelo tal y como pretendía. Parecía que no había sufrido daño grave, pero al menos, tampoco lo haría durante un buen rato.

Al ver al compañero caído, dos pordioseros más van a por la joven y bella qaina, pero esta vez con cuchillos en la mano en lugar de sus sucios calzones. Uno sólo corta el aire, pero el otro consigue rasgar la cara interior del muslo izquierdo de Yamila.

Fidela estaba aterrorizada, aunque mantenía un porte serio que quizás transmitiera seguridad, y es que seis bandidos eran mucho rival para tres pobres busca vidas. Ella no solía utilizar el cuchillo para matar a decir verdad, y confiaba plenamente en el varón del grupo, Julián, pero éste al ser herido, provocó que la mujer supiera que su final estaba cerca, dándolo por perdido todo al ver a Yamila asediada por dos repulsivos atacantes.

La mujer intentó clavar el cuchillo sobre uno de los atacantes, el más cercano a ella, pero no era muy ducha con las armas, así que sucedió lo evidente, falló en intentar cortar carne.

Mientras Antón observa protegido por sus hombres, tres de ellos se lanzan a por Julián, que en un ágil movimiento puede zafarse sin dificultad de los tres filos de navaja, pagando por ello un pequeño corte en el pecho. Es tu turno, Julián.

Julián era muy ducho con las navajas, a la hora de cortar pelo a un cliente. Para defenderse, no tanto. Y empezaba a lamentarlo

Los forajidos se cebaban con él. Aunque esto no dejaba libres y seguras a sus compañeras. La mora sufría las agresiones de otros dos. 

Como hombre que era, debía defender sus vidas. No podía caer. No sin dar guerra. Trató de volver hincarle la navaja a uno de los agresores. Con menos éxito, si cabe, que en su anterior intento.

Con un nuevo requiebro, Julián evita el tajo.

La mora sintió el filo en su pierna y no contuvo un grito de dolor. Cogió el estuche del rabel e intentó golpear con él al rufián más cercano, aunque sin mucha fortuna.

El vientre de Yamila estrena una herida que se convertirá en una cicatriz en el futuro. La delicada tela de sus ropajes se tiñe de carmesí.

Definitivamente las habilidades de la curandera no se basaban en hacer daño a las personas. Fidela había fallado con el cuchillo al intentar atacar a uno de los bandidos y tras intentar dar de nuevo un tajo, no tuvo mayor éxito en tocar la carne de los enemigos. Aquella confrontación era un desastre y los del pueblo temían al diablo ¡Había que tenerles miedo a los vivos!

- ¡Eh! - Grita alguien en mitad de la noche, iluminando con una antorcha los árboles y arbustos de alrededor. Fidela reconoce el rostro de Liborio, y también las figuras de atrás: Don Pedro Ramales y Ángel Muros, seguidos por detrás de una asustada Inés.

Antón camina unos pasos hacia ellos, desafiante.

- ¡Marchad! ¡Nadie os ha dado vela en este entierro! - Grita éste.

Don Pedro Ramales responde con un silbido, apareciendo una docena más de antorchas portadas por mozos, los mozos de bullas.

- ¡No volveré asustado de esta torre por segunda vez! - Grita Don Pedro, con el filo de un cuchillo en su mano.

- ¡Bendito sea el cielo! - exclamó la curandera que estaba pensando en sus últimas voluntades, y es que aquel grupo que conformaba Julián, Yamila y ella misma, estaba incapacitado como para actuar de guardias o soldados, siendo heridos sus compañeros y ella intacta casi de milagro. Una suerte si no quería perder al niño que en su vientre portaba

- Julián, no os mováis, os atenderé de vuestras heridas - dijo la fémina procediendo a cuidar del barbero, limpiando y vendando sus heridas con mucho esmero, el mismo que posteriormente le pondría a Yamila, intentando que las cicatrices que quedasen sobre su cuerpo, fueran un mero recuerdo de aquel incidente.

- ¡Don Pedro!... ¡Qué alegría verles esta noche señores míos! - y es que ella dejaría inmediatamente de pelear, lo suyo era sanar.