Partida Rol por web

Mientras el grupo dialoga sobre los siguientes actos, fijas la atención en el pequeño niño.

Te concentras, pendiente de cualquier rastro o signo de magia... Y te parece ver algo... Sutil, sobre la piel del pequeño... Un pequeño rastro multicolor. Es algo muy leve, casi imperceptible, pero lo ves. 

Aquello significa que aquel niño poseía un Don natural para la magia, aunque esta aún no está desarrollada. Por lo que ves, era bastante probable que ni siquiera supiera que poseía aquella capacidad. 

Observas con atención al grupo y no te parece ver ningún rastro de magia o matrices psíquicas en ninguno de ellos. 

Sí te parece ver algo raro en el niño... Con algo a su alrededor... Aunque no tienes muy claro si se trata de un hechizo, magia en estado natural o, simplemente, nada. 

Tras hablar entre vosotros, el grupo se empieza a mover.

Valdemar y Jormun se quedan en su sitio.

Sir Henry y Kaithel se ocultan.

Mientras que Sumirea agarra su arma y empieza a avanzar hacia el grupo de secuestradores. 

Cuando la Jayán se aproxima al grupo unos tres metros, algunos de los secuestradores parecen verla. 

Sir Henry hace un leve gesto con la mano y, casi al instante, notáis como el guardia del mandoble se lleva una mano a la cabeza. La mueve de un lado para otro, como si se quisiera sacar algo de la cabeza. Este gesto hace que se de cuenta de la Jayán.

-¡Atención! -grita uno de los arqueros.

Ambos colocan una flecha en los arcos y, el resto de sus compañeros, desenfundan sus armas y se giran hacia la Jayán.

-¡Quieta! -te grita el del mandoble.

Me tenso totalmente al ver como le gritan a Sumirea. Esto va a acabar mal, muy mal, al menos para uno de los dos bandos.

Al escuchar esas palabras, Sumirea se queda inmóvil, aunque sólo de cuerpo, pues con una atronadora voz intenta comunicarse con el niño a la espera de ver si sus aliados descargaba algún poder que mejorará aquella situación de estar sola contra todos. 

- Niño, ¿te haces llamar Timmy? - Preguntó ignorando a los soldados. - Si es así, vengo a buscarte. Si no, me marcharé por donde he venido ya que lo que estéis haciendo no me interesa lo más mínimo. 

Lo cierto es que si tuvieran comida a la vista sería otro cantar pero bien podrían tener una explicación para aquello. Nunca está de más no enemistarse con desconocidos por motivos que no eran de su incumbencia. 

Henry no le gustó nada fallar al intentar dejar ciego a su enemigo, “si quieres ver, hare que te arrepientas de ver” pensó y comenzó a concentrarse listo para cambiar la percepción de su rival.

Lo dicho por Sumirea me llena de rabia. ¿Cómo que no nos interesa si no es el niño que buscamos? Cualquier niño, sea quien sea, si está en un problema así debemos rescatarlo, ¿qué no siente compasión? ¡es sólo un niño!
—Pienso rescatarlo a como de lugar, sea o no Timothy.
Con total seriedad y concentración apunto a uno de los bandidos que lleva un arco. Cuando me parece que enfoqué lo suficientemente bien, suelto la cuerda.

Bueno, pues parece que ha llegado el momento... que la fuerza de Mbili nos acompañe a todos.

Desenfundo mi arma en una mano, y saco mi libro sagrado en la otra.

Sonreí ante  los comentarios de mi hermana y luego escuché el comentario de la elfa.

---En fin, pues vamos a pasarnoslo bien...- digo mientras saco una piedra con una runa inscrita- Que tú voluntad se corte cual hilos de un muñeco- digo mientras me asomo y  lanzo la runa a los pies de uno de los arqueros.

El niño, en cuanto ve a los bandidos movilizarse, mira a su alrededor.

-¡Vaya! ¡Que mujer tan, tan, tan grande! ¿Es amiga vuestra? -pregunta mirandoles. Pero cuando Sumirea empieza a hablar, el niño asiente-. ¡Sí! ¡Hola! ¿También venís a jugar?

Pero el hombre del mandoble se interpone en la línea de visión entre la Jayán y el niño.

-¿Qué quieres de...

Pero, antes de que pudiera terminar, una flecha elfa sale del bosque y se clava en el centro del pecho de uno de los arqueros.

Este, a causa del impacto, cae al suelo.

-¡Nos atacan! -grita el del mandoble.

Los bandidos, si ya estaban preparados, les veis flexionar aún más las piernas y prepararse para el combate.

Al ver que el niño responde al nombre que ha mencionado, sonríe de comprender que no había perdido el tiempo y, como si sus compañeros leyeran su mente, una flecha golpea a uno de los bandidos desde su espalda.

Al ver que los bandidos empiezan a revelarse ante la idea de morir, el principal interés de Sumirea es evitar que los bandidos que empuña armas cuerpo a cuerpo crucen su posición y se dirijan a donde están sus compañeros, intentando golpear a cualquier que esté a rango de su hacha, sin contemplaciones. 

Al ver que atacan a Sumirea, y que no puedo atacar desde lejos ya que una bola de fuego podría golpear directamente en el crío, guardo mi libro y blando la espada, listo para atacar a uno de los enemigos que lleva espada, ya que prefiero que Sumi se encargue del del espadón, y parece que Jormun y Kaithel se están encargando de los arqueros.

Hago lo dicho en mi post anterior al tuyo xD

Viendo que no puedo llegar a golpear a los enemigos por la distancia, voy a cambiar mi acción si aun me lo permites. Me voy a mover unos pocos metros en dirección a ellos, para quedar a unos metros de uno de los enemigos con espada (como para poder golpear en el próximo turno) usando mi acción activa.

Por otro lado, ya que la pasiva si no voy mal se puede usar en cualquier momento, en el momento en el que vea que nos atacan a Sumi o a mi voy a invocar un Escudo Real de Grado Base (500 puntos de resistencia, requiere 20 de Zeon al usarlo con pergamino). Si no nos atacan a ninguno de los dos durante el turno, me lanzo el Escudo a mi al finalizar el turno.

¿Es correcto? Imagino que si nos atacan antes de que sea mi turno no tengo tiempo a lanzar el hechizo ya que no habré tenido capacidad de concentrar Zeon. Tampoco tengo claro si puedo acumular Zeon y moverme a la vez. Si todo es correcto ya le pondré un poquito más de fantasía a la creación del escudo XDDD ¿Hace falta que tire algo?

La flecha disparada por la elfa indica el inicio del combate entre ambos grupos.

A una velocidad sorprendente, el primero en moverse es uno de los que porta una espada que, convirtiéndose casi en un borrón, se acerca hasta la Jayán y lanza una estocada, torpe, desequilibrada y poco profesional.

Ella intenta interponer su arma pero es demasiado lenta y la hoja del bandido la produce un largo corte que la cruza todo el muslo. Y lo que podría haber sido un golpe peligroso, en aquel espadachín es apenas un roce para la mujer. 

El siguiente en actuar es el hombre dragón.

---En fin, pues vamos a pasarnoslo bien...- dijo mientras sacaba una piedra con una runa inscrita- Que tú voluntad se corte cual hilos de un muñeco- continúa mientras se asoma entre la maleza y lanza la runa a los pies de uno de los arqueros.

Para aquellos capaces de ver la magia, detectáis una niebla multicolor que sale de la runa y, como si estuviera viva, se mete por la nariz y la boca del arquero. Este, al instante, empieza a hacer movimientos mecánicos, incluso poco naturales, que te recuerdan a un títere que es movido por unos hilos.

El particular hombre de barba, sin perder su oportunidad, acorta la distancia que le separa de los bandidos, aunque sin lograr llegar hasta ellos. Al mismo tiempo, mientras susurra unas palabras inteligibles, mueve las manos y, ante él, empieza a formarse un escudo de color verdoso, casi translúcido.

El extraño de las vendas apenas se mueve, apenas hace un gesto y, en realidad, apenas hace nada. Solo se dedica a mirar al enemigo del mandoble.

Este, de nuevo, gira la cabeza como si tuviera algo y, de nuevo, la sacude como si quisiera quitarse un pensamiento de encima. 

Tras aquello se mueve el otro espadachín enemigo que, al tener a la Jayán cerca, se acerca hacia ella para atacarla, en un movimiento directo, torpe y predecible. De manera que, a pesar de la herida sufrida por Sumirea y el estar enfrascada con el otro espadachín, es capaz de alzar su hacha y defenderse de la arremetida del enemigo. 

Su otro compañero, el del escudo, no se acerca a la Jayán, pero al ver moverse a Valdemar, decide acercarse hacia él, aunque sin llegar al cuerpo a cuerpo*.

Y, en último lugar, arrastrando el gran mandoble, toca actuar al que parece el líder del grupo.

Sin vacilación, se acerca a la mujer Jayán y, alzando su gigantesca arma (no tan gigante al lado de la mujer), descarga una inmensa estocada con todas sus fuerzas. Ella alza el hacha, pero los ataques de los otros dos espadachines no la han dejado en una buena posición, por lo que sus piernas flaquean y pierde un instante el equilibrio; pero esto es suficiente para que el gran mandoble caiga sobre su armadura, encontrando un leve resquicio por el que herirla. Por suerte, es solo un rasguño.

Mientras la batalla se sucede, Timmy se encuentra callado, con una expresión de pura concentración.

No parece asustado, ni nada parecido. Es solo como si lo observase todo con tremenda curiosidad. Ni siquiera la herida de flecha del primer arquero, la cual sangraba de forma profusa, parecía alterarle demasiado.

Son todos brujos... son todos brujos... Me salí de casa para no querer saber nada de ellos y vengo a parar a un grupo donde la mitad hacen magia ¿por qué? Uriel, ¿por qué me odias?

Como sea, debo olvidarme de mis tonterías y ayudar a ese niño, pobrecito. Encima todos son unos avaros de porquería, pensando sólo en el dinero.
Tanteo entonces la cantidad de flechas que me quedan y saco otra, preparándome para disparar. Viendo lo visto, no parece que vaya a ser una pelea complicada, son bandidos de muy poca monta, aunque uno haya conseguido herir a Sumi.

—¡Wah! —y suelto.

Decido tirarle al que está siendo afectado por la niebla rara del turak, para que no sufra más.

El humor de Henry estaba empeorando aún más, el hombre parecía tener una mente muy fuerte como para poder atacarla, entonces decidió tomar otro enfoque.

Sumirea había cumplido con su objetivo de frenar al mayor número de oponentes posible y ahora se encontraba frente a tres de ellos y pese a que no había recibido daños severos, esperaba una ayuda de sus compañeros que no llegaba y se preguntó si ya la habían abandonado a su suerte o estaban demasiado ocupados luchando contra los demás bandidos.

Dispuesta a mantener aquella posición sin dejarse rodear por los bandidos, retrocedía poco a poco para lograrlo mientras intentaría sufrir el menor daño posible parando los ataques con su gran hacha. De todas maneras, sabía que aún contaba con sus garras y cuernos si su arma cedía ante las presiones de sus atacantes.