Partida Rol por web

Despertaron en un suelo herboso, rodeados de bosque, junto al sonido claro y límpido de un arpa de mano y el calor de una hoguera. Las notas eran suaves y melodiosas, aunque escondían una cierta melancolía en su ritmo. Una barda, quien se encontraba algo alejada del grupo, dejó de tocar al ver que comenzaba a haber movimiento a su espalda, y girándose en el tronco que había usado como asiento, se los quedó mirando sin decir nada, esperando a algo quizá por parte de ellos.

Las llamas se reflejaban en las pupilas de ellos mientras lentamente se iban reconociendo. La ciudad de Tafeld se recortaba a lo lejos, visible a través de lo que parecía la entrada al bosque. Estarían a un par de kilómetros de la ciudad, la cual tenía un brillo extraño recortado en la noche. Un brillo anaranjado que delataba las llamas que consumían los edificios de la ciudad floral. 

Saphir miró a su alrededor, reconociendo al resto de los que estaban allí con ella.
—¿Sois...? —Del gesto de extrañeza pasó al de realización al sentir la hierba entre sus dedos, la cual apretó con cierta fuerza, como si aún estuviese insegura de la veracidad de lo que veía. De la barda solo sacó una duda en mente, pero de alguna manera creyó poder anticipar que su presencia no era casual, ni tampoco ajena a la experiencia etérea de antes. Por último, la destrucción en la lejanía, que hizo que ella saltara, recordando a Baadu y los demás. Y la visión.— ¡¡Mi-Mi gente!! —Se intentó poner de pie solo para descubrirse aún sin fuerzas— ¡¿Dónde?! —Miró a la barda, empezando a lagrimear— ¡¿Por qué esta matanza?! —No dejaba de agarrar la hierba con fuerza rabiosa.

La mente de Kallista era tan confusa como la situación en la que se encontraba, en su sueño vio a una niña y su primer impulso fue ayudarla como solía hacer, sin embargo la niña, la ciudad y todo aquello en lo que se encontraba sumergida desapareció siendo remplazado por el campo cubierto de hierba. Observó a su alrededor reconociendo a quienes la rodeaban (incluso a la bardesa). Por un momento pensó que el ataque había sido una pesadilla provocada por beber más de la cuenta hasta que vio las llamas a lo lejos.

Dio dos pasos en dirección a la ciudad pero sus piernas temblaban al igual que su voluntad. Solo la voz de Saphir pudo hacerle recuperar la compostura aunque eso no evitaba que sus mejillas estuvieran marcadas por las pesadas lágrimas que ahora las surcaban. Miró alrededor comprobando que a simple vista nadie parecía herido.

- no lo sé - exclamó con la voz quebrada- yo ni siquiera debería estar viva, no es justo toda esa pobre gente... Dron...

La imagen de su maestro siendo decapitado frente a sus ojos se marcó en su consciencia.

- Tengo que volver a la ciudad, no puedo abandonarlos... yo debería estar muerta. ¡TU! Bardesa que sabes sobre el ataque- su voz sonaba más demandante de lo que hubiese deseado y se podía notar su desesperación por darle lógica a los acontecimientos.

Hace un tiempo que ya todo volvía a estar oscuro pero ahora habían unas suaves notas musícales de un arpa que cosquilleaban en mis oídos haciéndome reaccionar al instante sentándome en la hierva y mirando en dirección a la bardo mientras mis manos buscaban mi arco y mis flecha.

- . . . Dónde?. . . Más que estar alerta estaría exaltado por el cambio de lugar en el que se encontraba, aún no sabía que era esa cosa tan mística con la que había entrado en contacto y ahora el encontrarse en un lugar remotamente diferente al que se encontraba antes y después de caer inconsciente.

Frunciría el ceño al ver a las personas que se encuentran a mi alrededor, no porque me parezca mal que estén ahí, sino porque a todas las conocí en aquella taberna y no recuerdo haberlas visto en otro lugar. - (Por qué estamos nosotros aquí?)

Me levantaría lentamente mirando a mi alrededor para solo ver a la bardo fuera del patrón que noté y luego ver la luz anaranjada en el lugar donde estaría antes la pacífica ciudad de Tafeld... 

- . . . Un largo suspiro saldría de mis labios y lentamente me quitaría mi venda que oculta mi pelo para ponerla en mi pecho con mi puño y cerrar los ojos en señal de dolencia hacia todas las inocentes victimas que en este momento perdían o perdieron la vida en la ciudad.

No... Dejadme salir. ¡¡¡Dejadme salir!!! 

Los hombres de túnicas negras querían hacer algo conmigo. Y yo no quería. Era horrendo. Malo. ¡Muy malo! Es entonces cuando escucho el arpa. Me levanto, cubierto de sudor frío. Observo a mi alrededor. La mujer rata maga blanca, la guerrera, Raven, Lavinia... 

Espera... ¿Por qué nosotros? 

Es en ese momento que observo a lo lejos Tafeld, rodeada de llamas. Me levanto como puedo, caminando hacia Lavi y Raven. A todo esto, busco con la mirada de dónde procede el sonido del arpa. ¿Era la misma que la de la taberna? 

- Raven, Lavi. ¿Estáis bien? - pregunto ambos, aunque Lavinia no había despertado aún. Luego me tiro hacia las otras dos - ¡Eh, vosotras! ¿Qué vísteis antes de encontratos aquí? 

¿Y por qué sigue tocando...? Sabes qué. 

Me tiro hacia la barda, con cara absolutamente furiosa. 

- ¡¿Qué demonios haces tú aquí?! ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué eres?! 

Ojalá nunca hubiera abierto el ojo.

A pesar de la intensidad del sueño anterior, Lavinia lo prefería mil veces a lo que estaba viviendo entonces. Aunque, ¿era cierto o era otro sueño más? ¿Otra ilusión? Los colores, el viento, la música... todo parecía artificial. O quizá era ella la que no formaba parte de todo aquello...

Pero el fuego en la familiar silueta de la ciudad la golpeó de lleno con un bofetón de realidad. 

Tio Amet. 

Sentada de rodillas, Lavinia sintió que un peso que tenía dentro del pecho acababa de caer a plomo al suelo, dejando un hueco en su lugar. Bien podría haber un terremoto, que Lavinia no se enteraría de nada. Aquella sensación no era nueva, le resultaba tan familiar como el olor a pan recién hecho, o al de la cerveza recién servida. Pero, al contrario que estas, no sabía ubicarlo. Se cerró en sí misma, en un trance. Solo un hilo de realidad llegaba hasta ella, conformado por las voces de sus compañeros y la música de la barda. 

La bardesa no se amilanó ante los gritos de desesperación, y en su lugar mantuvo su gesto impenetrable. Dejó de lado el arpa, que había dejado de tocar nada más vio movimiento, y dejó que los sentimientos y las emociones del grupo afloraran antes de responder a nada. 

— Sé tanto como vosotros. Salía de la ciudad cuando olí el humo de la ciudad, y apreté el paso para alejarme lo máximo posible de la batalla. Entonces, cuando me asenté aquí para descansar, de repente aparecisteis de la nada. Más bien debería preguntar yo quiénes sois, pero omitamos ese detalle por el momento - dijo, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.

— ¿Habéis visto algo? Parecéis consternados, no solo por Tafeld. ¿Tenéis alguna idea de quién os puede haber traído hasta aquí?

Escuchó los lamentos y reproches de los demás, así como la contestación de la barda, de quien no podía evitar sentirse desconfiada, más aún cuando era ella quien les preguntaba. Y es que a veces — de acuerdo a lo que le habían dicho desde su tierna niñez — las preguntas podían ser una herramienta con mayor potencial que la búsqueda de información; algunas criaturas retorcidas, que se alimentaban de las desgracias y tomaban formas afables, ataban la voluntad de los cuestionados a un destino terrible si contestaban, solo para luego ir consumiéndolos poco a poco, bebiendo de sus miedos y sufrimientos. No sabía por qué iba a acordarse de algo así en estos momentos tan extremos, pero incluso si era una bobería de los adultos para asustar a ratoncillos de leche, lo tendría en cuenta. Así pues decidió no responder, y enfrió el carácter para no demostrar estar exaltada, aunque no dejó de mirar con la vista atravesada a la barda de cuando en cuando, para asegurarse de que no cambiaba de forma.
—Un vacío infinito —dijo al lalafel. Se aferró a su báculo para empezar a ponerse en pie.— Casi dejé de existir, y lo único que me mantuvo consciente fue nuestra Madre.
Miró alrededor y vio a la camarera fuera de sí, callada. La observó un instante para luego girarse cara a la ciudad y compartir en silencio su angustia.

La respuesta de la bardesa no sirvió para calmar los animos de Kallista y no resolvió ninguna de sus dudas, tampoco fue capaz de intervenir ante la furia del Lalafell.  Con sus ojos clavados en la ciudad camino para alejarse apenas unos metros del grupo. Le costaba respirar, sus ojos bañados en lágrimas no le permitían ver con claridad y no tenía cabeza ni corazón para atender al resto del grupo o interrogarlo. No les conocía más que de haberse cruzado en la taberna y aún así no desconfiaba de ellos, nunca se había permitido desconfiar de nadie hasta que las pruebas demostraran lo contrario por lo que se reprochó su comportamiento con la Bardesa.

Secó sus lágrimas respirando grande bocanadas de aire hasta volver en si misma y solo entonces se volteó para volver con el grupo. Aún tenía la idea de volver a la ciudad pero no sin antes asegurarse que estas personas estuvieran seguras. 

- Un vacio infinito es una buena forma de describirlo- dijo al escuchar a Saphir quien como siempre se mostraba completamente seria o al menos eso le parecía a ella.  Dio algunos pasos hacia Lavinia y se maldijo así misma por el ruido que su armadura hacía al andar, era completamente anticlimatico. Sacó su pañuelo y se lo ofreció a quien parecía más afectada de todos ellos.- Lo lamento mucho...

Y se le quebró la voz, sabía que Lavi llevaba tiempo trabajando en la taberna porque la había visto allí cuando iba a buscar a Dronn o cuando iba por su vino blanco despues del trabajo.

- Yo estaba en la taberna cuando comenzó el ataque, intentamos proteger la taberna pero...- otra enorme bocanada de aire evitó que rompiera a llorar nuevamente.- pero no pude hacer nada, el enemigo nos superaba en numero y fuerza.

Miré  a la Bardesa sin saber como responderle, después de todo no tenía conocimiento de que había sucedido, una especie de milagro que solo podía atribuirse a algún dios, lo que la hacía preguntarse quien más habría tenido esa suerte.

- Todo lo que puedo imaginar es que hay magia poderosa involucrada. Tu debes saber de eso Lalafell, intuyo que tu atuendo no es solo decorativo- no hubo ni un rastro inquisitivo o un tono acusatorio en su voz, nuevamente solo era ella tratando de ordenar todo.- unos enormes hombres con armaduras y un lenguaje extraño aparecieron  de la nada, los atacaron a todos y justo cuando creí que me matarían fui llevada muy lejos o no lo se, era un lugar oscuro con un enorme cristal, si eso no es algo mágico entonces no se que sea.

No podía fiarme de la bardesa. No era normal. Era mucho decir que probablemente fuese algo más allá del entendimiento humano. Pero no me podía fiar. 

Dejé que el resto hablasen mientras iba hacia Lavinia, con gesto preocupado. Entonces, le cojo la mano con delicadeza. Mi rostro era una mácula de preocupación. Probablemente... Casi seguro, lo había perdido todo. Su taberna. Su tío. La única familia que tenía. Si me pasase a mi. La otra mano la aprieto en un puño. Es entonces cuando la mujer soldado me habla. Giro la cabeza sin soltarle la mano a Lavinia, con rostro preocupado. 

- Eran del Imperio de Ballonde. Los "supuestos" aliados de Tafeld. Ya veís que las alianzas se pueden romper en un santiamén - pero, en ese momento, la mujer menciona el cristal. Frunzo el ceño. 

¡Desgraciada! ¡No sabemos si nos podemos fiar de ella! ¡¿Cómo se te ocurre hablarle del cristal?! 

Lavinia se había escondido muy al fondo de sí misma y todo le llegaba en forma de eco. Sus pensamientos se habían quedado igual de encallados. Se incorporó su cuerpo, no ella, y la mano apenas acarició la del Lalafell, no ella. Solo una cosa había conseguido abrirse camino hasta su escondite, llamando a la puerta con violencia y sonoros golpetazos:

— ...intentamos proteger la taberna pero... no pude hacer nada...

Por mucho que se tapase los oídos, esas palabras ya habían enquistado. Se habían vertido a su sangre como un veneno y la había obligado a salir de su refugio y retomar las riendas de su cuerpo y la realidad. Notó sus labios temblar, pero no porque fuera a llorar. El veneno se había convertido en fuego, más virulento que el que asolaba la taberna a lo lejos. Fuego incapaz de contener y que emanó chispas de su único ojo, centrado en la guardia. 

Apretó los puños. Su trabajo era proteger a la gente de la ciudad, proteger al tio Amet. A sus vecinos, a los parroquianos. Y allí estaba, tan tranquila, viva. Y su tio, seguramente, no. 

Lavinia empezó a conjurar entre dientes, pero la mención del cristal y el contacto de la mano del Lalafell, que no había soltado, la detuvieron y consiguieron volcar su atención en la barda. 

Su interior era un caos de fuego y de hielo. 

«¿Qué vas a hacer, niña perdida? ¿Lanzar estacas de hielo a la ciudad desde aquí? ¿Regresar corriendo a la ciudad a buscar tu muerte? No. Quédate, escucha. A los bardos se les escucha.»

La voz procedía del hielo. Sentía los bordes cicatrizados de la cuenca ciega replegarse sobre sí mismos por el frío que emanaba de su interior. Ese pensamiento sonaba con su voz, pero estaba afilado, desmejorado por unos años que no tenía. Sonaba con la misma sabiduría con la que le hablaba tio Amet. 

Así que Lavinia le hizo caso. Bajó la cabeza y, con un gesto que quizá fuera un poco brusco, deshizo el contacto con Mortimer. 

— Yo... también he soñado con ese cristal —dijo en voz muy queda.

La bardesa dejó que se explicaran a su ritmo, entendiendo la ira y la confusión de algunos y algunas. Miraba a cada uno con gesto críptico, especialmente al mencionar el cristal. Se llevó la mano al mentón, mirando al cielo durante un segundo. Un cielo estrellado, coronado por dos lunas, Ilea y Edea, roja y blanca respectivamente.

— El cristal de este mundo se ha puesto en contacto con vosotros... La historia se repite - mencionó de pasada, levantando las manos antes de que nadie le hiciera preguntas obvias. — Contar leyendas y cuentos es mi trabajo, así que algo entiendo de este tema. Si estáis aquí entonces es por obra y gracia del Cristal de este mundo. Solo unos pocos elegidos tienen ese privilegio, y por ello estáis vivos ahora mismo. Que sea de agradecer, o no, es vuestra decisión - explicó, reclinándose sobre su asiento apoyando las manos en el suelo.

— Por cierto, dónde quedaron mis modales. Mi nombre es Elentari. Aunque poco importa, dado el caso. No tengo las respuestas a muchas de vuestras dudas, siendo una cuentacuentos itinerante, pero diría que sois los protagonistas de una historia común. El caso es... ¿queréis formar parte de ella realmente? ¿O lucharéis en contra de los designios del destino que os depara?

"¿Protagonistas de una historia?" Los samhín¹ no tienen la costumbre de medir su existencia en relatos; más bien la entienden como un fenómeno nacido de la voluntad de sus dioses. Cuando ellos partan y les dejen, no habrá más mundo. Una idea le sobrevino a la mente: poder escapar de esta interpretación tan ligada a sus deberes si se unía a esta misión. Porque, ¿y si era una señal? Nunca había recibido un mensaje tan claro como aquel, ni siquiera de la divina Dásil. Meditó un rato mientras los demás hablaban sobre los comentarios de la barda. ¿Qué destino hay fuera de lo que determina el servicio? ¿La abandonarían sus habilidades si flaquease su fe? Si aceptaba, ¿estaría sometiéndose a otra entidad? ¿Y si surgiera un conflicto cósmico? ¿Y si después debía responder ante la Madre? Esas y otras decenas de preguntas le asaltaron en aquel momento.
—¿Qué cuentas tus historias de los Cristales? —Se acercó como pudo a la barda y le preguntó en alto.— ¿Qué debemos saber, ahora que nos han elegido? —Se la quedó mirando con una expresión reservada, pero en sus ojos podía verse una mezcla de horror y anticipación por conocer sus respuestas.

Siento cómo Lavinia suelta mi mano. Es comprensible. Lo ha perdido todo. Yo en esa ciudad no tenía nada. Pero ella tenía toda su vida. Y muy probablemente la había perdido, sin poder volver atrás. Aprieto los puños, esperando que todo fuese solo un sueño desagradable. Pero que las uñas te hagan daño en las manos no era un sueño.

Me percato de que todos le hablan a la barda del cristal. Seguía sin fiarme de ella. Su cara era sospechosa. No sabía porqué. ¿Quizás había visto demasiado mal? Probablemente. Pero esta situación no lo arreglaba. Agarro mi bastón con firmeza, mientras miro a la ciudad en llamas, escuchando a Elentari.

Habla como si supiese algo que nosotros no. En fin.

- Yo estoy dispuesto a hacer lo que sea. Mientras haya magia de por medio, yo me apunto. Quiero demostrar al mundo de lo que soy capaz.

Luego de presentar sus respetos a la posible ya no más ciudad pacífica de Tafeld volvería a recoger mi pelo bajo mi bandada y la amarraría lentamente mientras mis ojos vislumbran las llamas en la lejanía, leer en los libros el surgimiento y la caída de pueblos, ciudades e imperios puede ser simple, común o en algunos casos emocionantes... sin embargo presenciarlos era otra historia. ¿De cuántos cuerpos hablamos en cada acontecimiento histórico? ¿En cada conflicto? ¿En cada guerra? Si los libros de historia se escribieran con sangre ¿No estaría el mundo lleno de personas cultas y hasta en las rocas no habría conocimiento porque las páginas de este mundo no serían suficientes? Sin duda la historia es... dolor.

- Yo también tuve la visión del cristal, cuando lo toqué se sintió... indescriptible.

Sería lo único que contaría de su encuentro con el cristal del mundo, aunque a su parecer sin duda era más profundo que algo tan simple con ¨Un mundo¨ pero no habría forma posible de que el entendiera aún lo que pudo llegar a ver y menos especular.

- (¿Entonces un poder... divino  nos salvó? ¿Por qué?) Se cruzaría de brazos mientras la señorita que se hace llamar Elentari relataba aquello que conocía sobre el cristal y lo que implica.

- Destino eh?... Aún cruzado de brazos miraría hacia el suelo, era difícil imaginarse algo como el destino cuando se podría de si que su trabajo era algo como el que tenía, sin embargo tenía una vida y una forma de vivirla... ¿Realmente debería dejar todo para hacer algo así como esto? En primer lugar ¿Qué era esto?

Lavinia se abrazó a sí misma. Estaba ahí, pero a la vez no. Su mente se sumergió en un pozo embarrado de oscuridad, así que le iba a trompicones. Era incapaz de apartar el ojo del suelo. No había manera de quitarse el olor a quemado que parecía venir de la ciudad. Era un tufillo sutil, pero que le recordaba a los días de barbacoa en la posada, y eso le descomponía el estómago. 

Luchar contra el destino. Como si existiera esa opción. A sus espaldas no había nada, un recorte en una página de un libro. Frente a ella, una página en blanco que esperaba que moviera un solo dedo para arrugarse.

Permaneció callada, a la espera. 

Kallista podía notar perfectamente los sentimientos negativos que provocaba tanto en el lalafell como en Lavinia. Su pañuelo no había sido aceptado y el pequeño mago no dejaba de fruncir el ceño, lo que le daba una apariencia adorable, un tanto divertida que en otro contexto habría provocado que la joven guardia tuviera que reprimir su risa. Sin embargo como se habían dado las cosas lo único que podía pensar era en el hecho de que no había nada que pudiera hacer para ayudar a las personas que tenía enfrente.

- Nuestros aliados- repitió cual automata masticando lo que acababa de escuchar con un temblor en su pecho que se convirtió en ira la cual reprimió apretando los puños. Las palabras de Elentari no hicieron más que profundizar el caos mental que amenazaba con devorarla.

Escuchó las dudas de los demás, repitió en su mente las palabras de todos como queriendo darles forma. Si el destino los había elegido porque no antes, antes de que la ciudad pereciera bajo la mano de hierro de aquellos asesinos sin alma.

- Que sentido tiene nadar contra la corriente. Cinco personas estamos aquí y ahora, no nos conocemos más que de vista, jamás cruzamos más que dos palabras, pero aquí estamos relatando la misma historia, la que dices ya ha sucedido antes. - Observó a sus acompañantes sopesando sus diferencias.- Quizás algunos estén asustados, enojados, tristes o confundidos... sin embargo si nos han salvado, si el corazón de este mundo ha elegido mantenernos con vida quiero creer que es por algo bueno. Quiero pensar que podemos evitar que el sufrimiento que Tafeld ha vivido esta noche se expanda a otras ciudades.

"tengo que creerlo" se dijo a si misma "porque si por un momento dudara de que todo lo que sucede tiene una razón de ser entonces no creo que pudiera siquiera seguir respirando"

Elentari asintió ante las palabras de Kallista, aparentemente satisfecha. Sin embargo, alzó un dedo como queriendo puntualizar algo. — Es cierto que sois elegidos, pero el destino es caprichoso. Habéis presenciado el corazón del mundo, y sin embargo por cómo habláis no sabéis qué tipo de misión se os ha encomendado. ¿O sí lo sabéis? - preguntó la bardesa, más de forma retórica que como una verdadera pregunta. — Llegado el momento, quizá debáis afrontar una dura decisión: seguir los designios de vuestro destino, o intentar moldearlo a vuestro antojo. Si es que podéis...

Sacudió con la cabeza mientras se giraba hacia la hoguera, dando la espalda al grupo. La pregunta de Saphir la hizo sonreír, aunque no parecía una sonrisa graciosa. Tampoco irónica. Parecía más bien como si algo en esa pregunta le hubiera traído recuerdos.

— ¿Qué debéis saber? Nada que no os haya contado ya, samhín. No puedo ayudaros en esto, ojalá pudiera hacerlo, pero sois vosotros los elegidos, los que tenéis la información y la gracia del cristal, al parecer. Puede que en la capital descubráis más cosas, a fin de cuentas es el eje central del reino. - Hizo una pausa, rotando de nuevo sobre su asiento para encararos una vez más, esta vez con algo parecido a un plato de setas y verduras asadas entre sus manos. — No es mucho, pero es lo poco que tengo para compartir. Comed si tenéis hambre, deberíais recuperar fuerzas, pues es muy probable que tengáis que marcharos pronto. Dudo que los ballondon se queden más tiempo del necesario intramuros - añadió, mirando con pesar la ciudad de Tafeld en la lejanía. No parecía disfrutar precisamente de la vista que ofrecían las llamas alzándose sobre los edificios.

— Podéis estar tranquilos, no está envenenada ni nada por el estilo - dijo finalmente, sonriendo mientras miraba directamente a Mortimer, ofreciendo el plato con un gesto amable.

Mientras la bardesa hablaba, Mortimer estaba tratando de ver algo distinto, algo peculiar en ella. Al principio le costó verla como algo más que una mujer con una lira y una personalidad sospechosa, pero tras mucho escrutinio y, por qué no, algo de su sentido para la magia, descubrió que irradiaba una suerte de aura mágica. Y esa aura, desde luego, era poderosa. Estaba ante quizá la persona con más poder mágico que había conocido hasta ahora, pero estaba muy bien escondido en su interior, casi imperceptible para cualquiera sin afinidad con lo arcano.

No fue una respuesta que satisficiese su curiosidad, pero qué demonios, el misterio divino ya la había curado de espanto desde hacía años; siempre con la sombra de la duda en sus estudios y oraciones. Si este iba a ser el único mensaje que iban a recibir, pues adelante. Además, el resto del grupo parecía estar ya por la labor. Miró a Elentari con una mueca desencajada, algo resentida. Negó con la cabeza al recibir el ofrecimiento.
—Os lo agradezco, pero no tengo hambre —Pasó a sentarse cerca del resto, sin soltar su báculo en ningún momento.— La capital, ¿la conocéis? —Observó a los demás— Aunque a decir verdad, esta sierva está por hacer noche aquí antes de partir... si es que estáis de acuerdo —El cansancio era evidente en la ratona. Todas aquellas emociones ya resultaban de por sí carga suficiente como para hacer resentir su cuerpo.