Partida Rol por web

Fuera lo que fuese esa cosa no parecía interesado en recordarle que la vida real no era como las películas, y que cargar un peso muerto con una complexión como la suya iba a ser complicado. ¿Y qué era ese zumbido? ¿Un mosquito? No. Tardó dos largos segundos en darse cuenta que era la vibración de un teléfono móvil. ¿Por qué cojones no había pensado en el teléfono de la mujer? Si la policía intentaba localizar el cuerpo, sólo tendría que triangular su posición et voilá. Mierdamierdamierdamierda. Tenía que darse prisa, guardar todo en el coche y largarse de allí.

¿Esa cortina estaba así antes? Se estaba volviendo loco. No le des más vueltas. Aquí hay más gente y seguro que es un pajero aburrido de ver porno y quiere ver qué se mueve en el aparcamiento. De nada servía que se obsesionara con cosas que no podía arreglar. ¡El puto zumbido! ¿No se callará nunca?

Entró una última vez en la habitación y revisó con cuidado que no se dejaba nada. Luego podría irse.

Y tocaba la parte de esconder el cadáver por ahí.

Nathan estaba nervioso. Muy nervioso. Esconder un cadáver en estos tiempos era algo complicado.

Las opciones que pasaron por su cabeza eran los alrededores de la mina, donde había algunas corrientes de agua parecidas a riachuelos, el terreno seria blandito y fácil de palear. Pero estaba la policía y los equipos de investigación por allí.

En la jungla de asfalto que era Silver City, no había muchos lugares…

Salía del aparcamiento ya y nadie le había dado el alto, eso al menos era algo.

También pensó que abandonarla en un bosque para que la devoraran las alima-No, la encontrarían.

Había pocas opciones.

-Fuego.

La voz somnolienta acudió a la mente de Nathan una vez más.

-El fuego lo arregla todo.

Arrancó el motor y empezó a enfilar hacia la negra boca que era la noche de Silver City. Alejarse del Motel que se había convertido en su lugar menos favorito del universo le sentó bien. Una sensación que le duró aproximadamente cinco minutos, cuando se detuvo en un semáforo en rojo y la pregunta sobre qué hacer con el cadáver se iluminó en su mente como una bombilla.

¿Fuego? Le pareció tan simplista que casi se pone a reír de forma histérica. ¿Me estás vacilando? 

Empezaba a acostumbrarse a esa tenebrosa voz en su cabeza que parecía querer su bienestar. Eso sin contar el cadáver que tenía en el maletero y que, empezaba a sospechar, había sido cosa suya. ¿Sabes lo que es un crematorio? Necesitaría más de tres horas y casi... no sé, ¿mil grados? Para calcinar el cadáver. ¿Cómo cojones voy yo a...?

Esperaesperaespera. ¿Hay crematorio en Silver City? Cogió el móvil, seleccionó la navegación de incógnito y buscó en Internet.

En el navegador salieron dos opciones viables.

La primera era la página de Facebook de un negocio de servicios funerarios. Entre el catálogo de ataúdes y demás, venia la opción de recoger las cenizas in situ, lo cual significaba que sí, que disponía de un crematorio. La oficina central se encuentra en el centro de Silver City como era de esperar, pero no decía nada de donde se trasladaban los cadáveres para ser cremados.

La segunda opción era el hospital veterinario de Silver City, el cual era conocido por ofrecer las cenizas a los dueños de las mascotas de tamaño más pequeño en cuestión de horas. Debían tener una versión pequeña. El Hospital veterinario se encuentra en un discreto complejo vallado entre varias fábricas que han caído en desuso, en los exteriores de Silver City.

Parecía que algo de suerte le había caído encima, porque había dos incineradoras por falta de una. Aunque estaba clara por cuál de las dos optaría. ¿Una funeraria en el centro de la ciudad? No gracias. Además, seguro que tiene más seguridad. No, el hospital veterinario... alejado... sin mucha vigilancia... Esa es la opción ganadora. Espero que el cacharro sea grande... Bueno, joder, que seguro que se incineran también caballos y vacas, ¿no?

Miró el mapa y enfiló hacia el extrarradio, lo que le daba cierta tranquilidad. Alejarse del núcleo urbano, de la gente, de los curiosos, y permitirse algo de silencio durante unos minutos. Ni siquiera encendió la radio, él, que se ponía los cascos incluso para cruzar la calle. Después de lo que había pasado en las últimas horas, necesitaba silencio. Pensar en lo que había hecho, estaba haciendo, y estaba por hacer. ¿Y luego? Eso, ¿luego qué? Porque había ido a Silver City para trabajar en la puta mina. ¿Seguiría eso en pie? Apuntó mentalmente que tendría que llamar a algún teléfono. Si no, tendría que buscar trabajo.

Qué puta mierda.

Al llegar a la clínica veterinaria desde la distancia se veían las luces encendidas. El cartel de 24hr aclaraba el hecho de que estuviera abierta a estas horas, posiblemente tenían un servicio de urgencias. El edificio constaba de dos plantas, todo el exterior contaba con unas paredes compuestas de losetas de mármol de color negro con trazas de blanco, y aunque se encontraba en un lugar alejado, brillaba por la luz que emanaba de la recepción, pese a que las demás ventanas del lugar no reflejaran luz alguna. Seguramente no tenían tantas urgencias y encendian las salas a demanda. El recinto también tenía un patio trasero vallado y con alambre de espino en la parte alta, y había lugar para una chimenea en este, seguramente estuviera ahí o cerca, pero antes había que pasar por la entrada…

-¿Cuál es el plan genio?, vas a entrar, darle un palo a quien este en recepción y quemar un cadáver…Quizá terminemos quemando dos. ¿No crees? Y luego la policía y tu cara en los periódicos. ¿Se siguen haciendo periódicos?... ¿Qué coño has usado antes que has visto este sitio? Bueno es igual. Tú aférrate al volante, voy a enseñarte un truco. Aparca lejos, y eso.-La voz parecía más centrada que otras veces, como su hubiera descansado lo suficiente como para urdir planes también.-Pero no me respondas, que lo harás hablando y eso canta mucho.

Me cago en mi vida. ¿24 horas? ¿En serio? Esta puta ciudad no tiene un centro comercial decente pero tiene una funeraria para bichos que encima abre las PUTAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA? Nathan estaba a punto de explotar en un arrebato de rabia, y sólo la certeza de que llamaría demasiado la atención sobre el coche le impidió desatarse. Así que agachó la cabeza, inspiró y respiró profundamente mientras aferraba el volante con ambas manos, y dejó que la ira se disipase.

Y la puta voz que no se callaba.

Lo que más le llamaba la atención es que parecía... como fuera de onda, desactualizado. En algún momento se había hecho con una cámara Polaroid aunque ya eran toda una reliquia, y no sabía lo que era un teléfono móvil. Si fuera una alucinación de su cabeza, no sería tan específica. O eso quería pensar él. Porque ahora soy loquero, parece ser. Manda cojones.

El caso es que parecía que el otro tipo tenía una idea, y como quedarse ahí delante de la entrada como un pasmarote no parecía la mejor solución, decidió hacerle caso y pasar de largo, buscar un sitio lejos de las farolas y apagar el motor. Ahora parezco un pervertido a la espera de su siguiente víctima.

Tal y como había dicho, esa voz tenía un plan. Un plan que incluía el uso de aquel volante para algo.

Las manos de Nathan se tensaron y aferraron a ese volante como si estuvieran pegadas, y su piel empezó a oscurecerse y cambiar de textura, era un proceso ligeramente doloroso el que tu cuerpo se convirtiese de pies a cabeza en una estructura semigomosa pero a la vez dura, pudo ver en el reflejo de su rostro en aquel coche como ahora parecía un ser extraño y ligeramente hinchado. Nadie le reconocería así.

-Listo colega-Dijo esa voz en su cabeza- Ya puedes darle de leches a quien esté en recepción y luego nos colamos. Nadie te reconocerá, pareces un cara neumático.-Joder, se estaba riendo y todo. De hecho Nathan fue consciente de que su mandíbula se batía riéndose también él.- Yo creo que no te costará noquearla así, como si fuera la porra de un poli, ¿sabes? Y luego barbacoa en el jardín, nos quitamos de problemas y a seguir nuestras vidas.

La sensación era extraña, ahora mismo era un ser gomoso y de color oscuro, una sombra casi en la noche de Silver City, y aunque conservaba su tacto, ahora todo era diferente, como si debajo de su piel no hubiera musculo y luego hueso, si no directamente una muy dura estructura de plástico forrada con una goma espesa y acolchada.

Allí estaba él, en la más absoluta oscuridad, esperando vete-tú-a-saber-qué, y de repente, se sintió fuera de su cuerpo. No, si era completamente sincero, esa no era la sensación. Era como si su cuerpo no fuese suyo y alguien lo estuviera manejando por él. No podía mover las manos y los brazos. Están... ¿pegados? Sí, efectivamente. No podía despegarlos─ Eh─quiso decir, pero antes de pedir explicaciones, empezó a cambiar, lenta y dolorosamente─ Eh-eh-eh. Euh. Oh. Bleh.

¿Estaba teniendo una embolia? Por momentos perdió la visión, y cuando volvió a mirar, todo se veía raro. Y peor fue cuando se miró en el retrovisor. ¿Qué cojones? ¿QUÉ MIERDAS? Pero ahí estaba el otro, explicándoselo todo como si fuera lo más normal del mundo. Y lo sería si al otro lado del reflejo no hubiera un amasijo gomoso y negro que se asemejaba MUY DE LEJOS con su cara. ¿Qué mierdas me has hecho? ¿Qué me has hecho? ¡TIO! 

Pero se la sudaba. Estaba muy satisfecho consigo mismo, explicándole lo que parecía un plan maestro que pasaba por convertirle en una versión adulta de La Pandilla Basura. Lenta y temblorosamente, se tocó la cara ─ su preciosa cara, esa cara que había llevado decenas de bellezas a su cama ─ y comprobó que era similar a tocar la funda del volante. Como si hubiera copiado el material. Pe-pe-pero... ¿esto es permanente? Joder, ¡QUE NO ME QUIERO QUEDAR ASÍ! La otra voz le dejó claro que las explicaciones vendrían más tarde con un exabrupto que le puso los pelos de punta.

Vale Nate. Respira. Estás alucinando. O no. Piensa en lo que dijiste antes... ¿esto tiene que ver con la mierda de la mina? Osea... ¿algo salió de allí y se metió en ti? Jodido, sí. Pero parece que te ayuda. Jodidamente, pero te ayuda. Y quiere que te salves el culo. Volvió a mirarse en el espejo y ladeó la cabeza. Lo que fuera que le hubiera hecho, cambiaba sólo su cuerpo. La ropa seguía ahí. Curioso.

Torpemente, se quitó la chaqueta, la camisa, y la corbata, y los dejó en el asiento de al lado. Sólo faltaba que diera más detalles de quién era. La verdad era... que podría ser cualquiera. Y así... de noche, de lejos, incluso parecía afroamericano. Un negro más. Nadie le iba a reconocer. El otro tema era zurrar al pobre diablo que estuviera de guardia. Si ya era jodido tener que trabajar de noche... Bueno, es tu culo o el suyo. Intentaré no joderle mucho.

Miró a todos lados para saber si había alguien, salió del coche y se preparó para asaltar el lugar. Primero dejaría KO al tipo de la entrada, buscaría dónde estaba la incineradora y llevaría al cadáver y todo lo que allí le relacionara con ella. Fácil.

Fácil mis cojones.

Tras la recepción había una mujer joven, más cercana a la treintena que a la veintena, con ropas normales y un batín de color ligeramente azulado, en aquel momento estaba tecleando algo en el ordenador de la recepción, pero en seguida desvió su vista al hombre y su mirada se ensanchó como si hubiera visto un horror. Y no era para menos, porque lo que había entrado solo llevaba pantalones y parecía sacado de alguna serie de televisión como Stranger Things o algo peor.

-¿Wuaqué?-Ni capaz de articular una palabra era.

La sala de la recepción hacía las veces de sala de espera y tenía una hilera de esos asientos incomodos de plástico pegada a una pared junto a una puerta, y pegada a lo que era el escaparate de la tienda tenía dos bancos de madera recia, que por su peso, no estaban ni anclados al suelo (como solía ser tradición…). Tras la recepción un taco de papeles publicitarios, un teléfono fijo y a un lado un monitor para los turnos, ahora apagado.

Nathan, convertido en una versión low cost del muñeco de Michelin, entró en el edificio rogando a los Siete Dioses Antiguos y Nuevos que todo saliera bien. Sí, acuérdate ahora de Juego de Tronos que te va a venir bien. De un rápido vistazo, comprobó que el único obstáculo que había entre él y poder dormir relativamente tranquilo era una pobre muchacha ─ con la suerte que tenía últimamente, esperaba encontrarse a un ejército en recepción ─ que no daba crédito a lo que estaba viendo. Mira que lo siento, nena. Mira que lo siento de verdad.

Tragó con dificultad, una sensación repugnante considerando que ahora todo su ser era algo parecido al caucho, y cargó hacia ella preguntándose cómo debía hacerlo. En las películas todo era fácil: el héroe llegaba, hacía pap en la cara del malo y caída redondo. Pero esa era la vida real, y él no recordaba haber tenido una pelea en condiciones en su puñetera vida. Y sin embargo, se sentía cómodo avanzando, recortando la distancia que les separaba, dispuesto a saltar sobre el mostrador y reducir a la mujer. En los escasos segundos que pasaron desde que abrió la puerta hasta que llegó a ella, se le ocurrieron varias opciones: tirarle uno de esos bancos a la cara, por ejemplo, pero podría darle mal y cargársela ─ y no tenía muy claro que quisiera seguir añadiendo cadáveres a su lista personal ─ o asfixiarla con su propio cuerpo. Pero esto último, aunque tenía un toquecito morboso a lo 50 Sombras de Grey que le llamaba la atención, no le terminaba de convencer. Una hostia a tiempo soluciona todo.

Paf. Cronk. Ñieck.

La mujer recibió un golpe en la cabeza, que mandó sus gafas hacia una mesita tras el mostrador, y su cuerpo a caer sobre una silla con ruedas de manera estrepitosa, arrastrando esta hasta chocar contra un archivador de esos metálicos con cajoneras. La mirada le daba vueltas e intentaba desesperadamente ponerse en pie, hacer algo con su vida antes de perderla, desesperada, pero el golpe la había dejado grogi por ahora, aunque no parecía que fuera a estar así mucho tiempo cuando logró ponerse en pie de nuevo, aun con las manos aferradas a la silla de ruedas pegada al archivador.

Qué triunfada, Nathan. Como no se había peleado en su puñetera vida y aún tenía que adaptarse a lo que fuera aquello que podía hacer con su cuerpo, la bofetada-puñetazo que le había propinado a la tipa de recepción no había conseguido más que dejarle la cara como si la hubiera golpeado con una pelota de beisbol a toda velocidad.

Y le jodía. Le jodía porque en el pasado él lo habría solucionado todo tirando de labia. Habría deslizado un billete disimuladamente en la mano de la chica, o la habría camelado con sus ojos azules y su sonrisa de tiburón. Pero no estaba en su mejor forma, y eso de tener un algo dentro de su cabeza que le estaba bombardeando con las peores ideas cada cinco minutos, tampoco ayudaba. Así que, aprovechando que estaba ya en el mostrador de recepción, descolgó el teléfono ─ no supo bien por qué, pero en ese momento le pareció una buena idea ─ corrió hacia la mujer

Qué asco de tía, si parece un adolescente pajillero de los recreativos. La voz en su cabeza volvió a sonar cuando Nathan ya había golpeado dos veces más a esa mujer y la había dejado por completo inconsciente, un silencio incomodo se hizo en la sala, solo interrumpido por el “TUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU” del teléfono que acababa de descolgar.

La mujer ahora se había desliza por la silla y había caído como un muñeco inerte con los brazos cruzados en una posición un tanto rara, pero no parecía magullada más allá de una marca en la frente y otra donde debía estar la patilla de una gafa, el cambio en su cuerpo había sido efectivo para noquear gente, eso desde luego. Las ideas que se le podían pasar a Nathan de cómo lo que sea que tuviera dentro aprendió esto no eran ninguna buena conociendo su historia de drogas y atar mujeres bonitas a camas…¿O eso había sido el mismo?

En la recepción había un juego de llaves bajo el mostrador, en un hueco, cada una etiquetada. Radio, B.Vet1, B.Vet2, B.Vet….y finalmente una con BBQ, que se traducía como barbacoa. Esa debía ser.

No sabía en que momento había golpeado uno de los dos la pantalla del monitor de la recepción, pero ahí estaba con el Candy Crush abierto en un simulador para app de móviles, torcida pero sin dañar.