Partida Rol por web

No estaba orgulloso de haberla zurrado pero era su culo o el de ella. Cállate que no ayudas, ostias. Con cuidado, movió a la muchacha en su silla junto al mostrador, de espaldas a la calle, como si estuviera dormida. No sería raro: un turno nocturno, una chica joven que seguro ha dormido poco... También se aseguró de si había cámaras de seguridad, lo que sería extraño en un lugar como aquel, pero con su suerte cualquiera se arriesgaba.

Una vez que había asegurado el escenario, procedió a localizar el incinerador antes de cargar con el muerto, y nunca mejor dicho. Dejaría el camino libre, las puertas abiertas, y luego saldría, cogería el cuerpo, luego la basura y lo quemaría todo. Y joder, que salga bien para que pueda dormir un poco sin temer que la policía llame a mi puerta.

Y aunque no tenía muy claro cómo desactivarlo, prefirió quedarse en modo muñeco negrata de Michelín por si se cruzaba con alguien. No le interesaba que nadie le reconociera.

Aquella pantalla de ordenador le reveló que efectivamente había cámaras vigilando el perímetro del lugar, el aparcamiento, etc. La muchacha ahora inconsciente seguramente no se había dado cuenta de su llegada porque estaría mirando el Candy Crush u otra cosa. Aunque no había grabado como aparcaba el coche, seguramente llevar el “muerto” sería grabado…salvo que hiciera algo, claro. No había quedado registrado como zurraba a la muchacha, pero si como entraba al lugar.

Tienes que estar de PUTA broma. Nathan se llevó las manos a la cabeza y quiso tirarse de los pelos. ¿Por qué todo tenía que salir mal, una maldita cosa detrás de otra? No podía tener un poquito, NI UN POQUITO de buena suerte. Cada decisión que tomaba, cada paso en su vida desde que se había convertido en un sumidero de mierda, le hundía más y más en la miseria. 

Quiso acabar con todo. Buscar un puente, tirarse de él y romperse el cuello contra las rocas. Eso estaría genial. Dejaría de sufrir, de tener ese constante dolor de cabeza, de preocuparse por todo, y podría descansar en paz. Pero algo le decía que esa cosa que estaba dentro no le dejaría. Seguramente cogería el volante y se encargaría de violar a otra pobre muchacha. O algo peor.

Venga Nate, piensa. Es un veterinario de mierda en un pueblo de mierda. Seguro que no se pueden permitir contratar una empresa para que les lleve la seguridad y lo están grabando en un servidor local. O incluso en un ordenador viejo. Si, sí, sí. Seguro que es eso.

Cogió el teclado y empezó manos a la obra: sólo tenía que saber dónde se estaban grabando esas imágenes y borrarlas. Y después detener la grabación. No podía quedar ningún registro en imágenes de que él había pasado por allí aquella noche para deshacerse de un cadáver.

Enseguida encontró el método de grabación y era un servidor local, que además purgaba sus archivos de video con bastante frecuencia por falta de almacenaje, lo que era seguridad, no brillaba para nada en este lugar, al contrario que el aspecto aséptico de la clínica.

Borrado, detenido, bloqueado, encriptado. Hizo todo lo posible por ocultar su rastro, aquel curso de seguridad informática antes de venir a Silver City había dado sus frutos.

“¿Qué pollas haces?” Dijo aquella voz en su cabeza “No entiendo una mierda, venga, mueve el culo y quemamos el cadáver. ¿Qué piensas hacer después? Podíamos ponernos hasta el culo de nachos y gritar a algunos idiotas en un partido de béisbol.”

Momentos depues Nate estaba cargando un fiambre por el lugar, arrastrándolo una vez llegó a esas baldosas pulidas que hasta facilitaban la tarea. Empujó con su culo gomoso unas puertas dobles y llegó a donde tenían aquellas incineradoras. Había una muy grande que seguramente se usaba para caballos y otros animales grandes, llena de cartelitos de peligro, cuidado con quedarse trabado, temperatura alta…Y luego había otra más recogidita, más sencilla de usar, y como la muchacha tampoco es que fuera enorme podía hacer el apaño.  Bueno, había una que se usaba para perrillos pequeños y gatos ¿pero quien iba a apostar por lo pequeño?

La grande.

La mediana.

La pequeña. 

Se sentía muy orgulloso de sí mismo por haber sido capaz de encargarse de las grabaciones de seguridad. Considerando que la mitad del curso la había dedicado en conseguir invitarle a una copa esa cougar potentorra que se sentaba en la fila de atrás ─ y que había resultado ser una aficionada a los juegos de sumisión, lo que le descubrió algunas cosas maravillosas acerca del cuero ─ el deshacerse del sistema de seguridad le parecía algo impropio de él. ¿Tendría algo que ver el COÑAZO de tío que tenía ahora metido en su cabeza?

─¿Sabes? ─estaba seguro de que allí no había nadie más, así que se permitió responderle en voz alta para que no fuera sólo él quien usara sus puñetera boca ─Si me ayudaras un poco en vez de meterme prisa, habríamos terminado con esto hace tiempo. ¿Crees que tengo tiempo de ponerme a pensar ahora en un partido?

Afortunadamente, la sala de la incineradora estaba donde imaginaba, y había llegado el momento tan temido: ponerla en funcionamiento. ¿Y cómo coño funcionaban esas cosas? ¿No había un botón de encendido y... ya? Venga Nate, que tú puedes.

Su primera opción fue, por supuesto, el monstruo que seguramente podría deshacerse del cadáver en cuestión de segundos. Pero allí había un panel de mandos sin ningún manual de instrucciones a mano, reguladores de presión, botones neumáticos y algunas cosas que ni siquiera sabía qué eran. Por no hablar de que le ponían nerviosos tantos indicadores de emergencia. Como decía un antiguo compañero de la Universidad, "si hay un cartel, por muy estúpido que sea el mensaje, es porque han considerado necesario avisar". Y no dudaba que en ese pueblo de mierda seguramente algún estúpido se habría quedado encerrado dentro del horno y le habían dado un buen susto. Qué cojonazos.

Al menos el que parecía el más usado, de tamaño medio, parecía más asequible. Perros grandes, de caza y cosas así, seguramente sería lo más habitual, y por lo que pudo ver, estaba todo preparado para que sólo fuera necesario meter el cadáver, las bolsas y los restos, cerrar la portezuela y pulsar el botón. 

─Al lío ─suspiró. Y pulsó.

Bip.

Un display en un pequeña pantalla, de esas que solo sirven para mostrar números mostraba un 2:30, pasado el minuto bajó a 2:29.

Eso significaba que tardaría la friolera de calcinar el cuerpo en 2 horas y media, y ya estaba empezando a oler raro en el lugar.

Una rápida comprobación le permitió saber que era la 1 de la madrugada, y que la pizza que había dejado en el horno estaría lista en torno a las 3 y algo de la madrugada. Podía notar el zumbido de la maquinaria trabajando en el lugar, y las luces en las paredes blancas casi eran incomodas para la vista. La voz volvió a su cabeza.

“Pues yo tengo hambre”.

Dicho y hecho, el estómago de Nathan rugió como si no hubiera comido en todo un día…Y quizá lo había hecho, y el bajón de adrenalina se lo había indicado así.

Oh, dos minutos y medio qué rápi... ¡Ah, DOS PUTAS HORAS! Por supuesto. ¿Qué se pensaba? ¿Que eso sería tan fácil como meter el fiambre ahí dentro, darle al botón y que se calcinara en un par de minutos? Si era sincero consigo mismo, nunca había usado ─ ni visto utilizar ─ una máquina de esas en realidad, sólo en el cine. Puto Hollywood.

¿Y ahora qué hacía? Su nuevo compañero de habitación parecía estar hambriento, lo que significaba que él también estaba hambriento. De brazos cruzados mientras deambulaba por la sala de cremación, meditó acerca de las implicaciones de ese descubrimiento. Si yo no como, esto tiene hambre. Así que no está sólo en mi cabeza. Lo que encaja con mi teoría de que no fui yo quién estuvo follando con la pelirrosa ni quien la mató. Bueno, era mi cuerpo, pero no era yo.

Fuera lo que fuese ─ un parásito, por ahora ─ también le había dado cosas. Siempre había sido un tipo atlético, pero ni en sus mejores días habría podido hacer lo que en la recepción: en apenas segundos había corrido hacia la mujer, había saltado sobre el mostrador como un especialista de cine y la había mandado al otro lado de la habitación de una ostia. Y por supuesto, estaba la movida de que ahora parecía un muñeco de goma. ¿Cómo es posible? Chasqueó la lengua, que sonó amortiguada y pastosa, y se palpó las manos. Sí, efectivamente era del mismo material que el volante de su coche. ¿Serviría para cualquier otra cosa? Se acercó al primer horno y tocó suavemente con los nudillos: metal. Seguramente acero.

─A ver, colega. ¿Cómo funciona esto? ¿Puedo tocar cualquier cosa y volverme igual? ¿Por qué? ─cabeceó un poco. Él era un hombre de negocios y sabía que no podía pedir cosas gratis ─Y después vamos a por una pizza cuando terminemos con esto.

Pues es fácil, tocas una cosa, y hago magia. Pero la magia da hambre y una pizza suena “chachi”.- ¿Quién coño decía “chachi” en estos tiempos?- Es un talento mío, como la magia, pero de esa me encerraron antes de que supiera mucho más. Una pena…-Hubo una pausa más o menos larga.- ¿Nos follamos a la recepcionista mientras?, ¿tenía un poco así como cara de John Wayne no crees?, bleh…Que la den. ¿Sabes quién estaba bien buena? Lauren Bacall. Decían que era rumana o algo así, ¿la viste en Sex and The Single Girl? Ya no las hacen así. ¿Y los cines tío? ¿Qué les ha pasado a los cines? Se han echado a perder…Con esos niñatos…

Magia. Si no fuera porque estaba completamente lúcido mientras hablaba con una voz en su cabeza, hubiera dicho que era una absoluta estupidez. Además, en las últimas horas habían sucedido demasiadas cosas como para descartar la idea de la magia tan rápidamente: el tema de la mina, con ese ángel, la armadura de ciencia-ficción, la chica convirtiéndose en lobo, y él mismo, que acababa de transformarse en esa cosa...

Alejó la mano del horno y se mesó la barbilla. Cada conversación que mantenía con él le daba más pistas. Como por ejemplo, que no supiera qué era un teléfono móvil. Eso le llamó la atención, pero que mencionara cosas tan de hacía... ¿cuánto? ¿cincuenta años? ¿Ochenta? Él no era muy aficionado al cine pero sabía quién era John Wayne y al menos le sonaba que Lauren Bacall era actriz. O modelo, algo así. "Me encerraron".

─Así que tú ya habías estado por aquí hace tiempo ─se arriesgó a afirmar ─¿En otro cuerpo? Y alguien te descubrió y te metieron... sospecho que en la mina. ¿Ando muy desencaminado?

Magia. ¿Qué más cosas podría hacer? Porque no se sentía más fuerte ni más inteligente, pero la idea de poder copiar cualquier material era una baza muy jugosa. Sólo tendría que asegurarse de mantenerse bien alimentado, y si tenía una fuente regular de ingresos eso no era un problema. Pero, por supuesto, debía ser discreto. Si a su nuevo inquilino le habían dado pasaporte, quizás fuera porque había alguien que no le gustaba que anduviera por ahí.

O quizás se volvió demasiado peligroso para el anterior huésped.

-Algo de eso.-La voz parecía sonar perezosa repentinamente.

El tiempo pasó en aquel lugar, media hora según el temporizador del horno, durante las cuales Nathan pudo conocerle a Él. Aunque tenía hambre y a veces bostezaba en vez de responder, pudo averiguar que durante años habitó otro cuerpo, también de hombre, y vivió la época del cine a color muy de cerca. Sobre la mina le contó que estaba allí encerrado desde que los “dioses” les cogieron. Alguien tocó lo que no debía y por eso apareció la “fulana con alas”, pero por suerte él se las ingenió para ponerse a salvo, es decir, ocultándose en el cuerpo de un mortal. En algún momento Nathan volvió a ser él, y no caucho-man, cosa que agradeció porque volvió a sentir las cosas tal y como debían ser.

Todo iba bien aunque algo sucedió. Por uno de los ventanucos de la sala de cremado se pudo ver la característica luz de la policía, rojo/azul, reflejándose en la superficie metálica del horno más grande. Le acompaño el sonido de “wiuwuq” corto que suele hacer la policía para llamar la atención de alguien. El sonido de un megáfono retumbo por los pasillos de la clínica hasta llegar levemente distorsionado a las puertas dobles que conformaban la entrada de la zona de cremado.

-¡Salga con las manos en alto y no dispararemos!

La voz resonó en su cabeza.

-Mierda, la carahombre, ¡tanto hablar de nuestras penas y nos hemos olvidado de ella!… ¿No te habías cargado el teléfono? Mierda, mierda. Y yo sin comerme un perrito siquiera.-Una súbita migraña azoto la cabeza de Nathan, el flujo de información fue brutal para sus sentidos, pero cuando se recuperó de este, recordaba de algún modo un cierto ritual mágico y sabia perfectamente como imitar cualquier material con solo tocarlo.-Putos maderos.

Gilipollasgilipollasgilipollasgilipollas. ¿Cómo es que no se le había ocurrido maniatar a la tipeja de la entrada? ¿Es que se pensaba que iba a estar inconsciente toda la maldita noche? Eres un puto gilipollas, Nathaniel Faust. Se llevó las manos a la cabeza y notó cómo su corazón, nuevamente de carne, empezaba a bombear a toda velocidad a causa del miedo. Piensa joder, piensa. No podía salir simplemente ahí fuera y liarse a bofetadas con la policía. No podía. ¿No podía? Nonono, venga, piensa alternativas. Eres un tipo listo.

Ya le explicaría en otro momento a él lo que era un teléfono móvil y por qué la mujer había sido capaz de llamar a la policía sin moverse de allí. O incluso algo peor, habría salido echando ostias del crematorio y ahora estaría prestando declaración. Esperaba, de todo corazón, que no pudiera reconocerle. ¿Y su coche? Joder, el puto coche. Estaba a su nombre, y si lo encontraban y cotejaban la matrícula, todo el maldito pueblo sabría quién era él.

Con la frente perlada de sudor, anduvo de uno a otro lado de la sala intentando encontrar una salida. Al menos no estaba pasando frío por no ir sin camisa. Tenía que deshacerse de ellos. Y rápido, porque aún le quedaban dos horas de estar ahí esperando a que las pruebas se calcinaran.

Tenía que ser sigiloso y silencioso. Salir por alguna ventana, usar esa... magia que estaba instalada en su mente de alguna puñetera manera para moverse sin ser visto y pillarlos por la espalda. Algo que no llamara la atención en mitad de la noche. 

Agua.

Daba asco. Deslizarse como agua que había sido concebida pura y ahora se movia por el asfalto y cemento de Silver City daba puto asco. A veces se te metia una colilla dentro, y otras veces había que hacer de tripas corazón para que aquel otro fluido no fueran los restos de un condón usado.

Fuera como fuera, el ahora acuoso Nathan Faust se desplazaba a ritmo lento por un lateral del edificio y poco a poco detrás de dos coches patrulla con las puertas abiertas, con dos hombres apostados en cada uno y otros dos bordeando el edificio, armados con pistolas. Habian salido dos, cubiertos por los de los coches, para rodear el edificio y hacer una detención que estaba avocada al fracaso puesto que buscaban a un hombre y no había hombre que detener.

El del megáfono, desde el coche, repitió.

-¡Salga con las manos en alto y desarmado y no sufrirá daños, somos la policía de Silver City!

Podia ver su coche aparcado pasado el coche del policía que estaba apostado, y quizá más atento que nadie a los alrededores, y un policía acercándose sigilosamente hacia el lateral del edificio. Seguramente la parte trasera tenía una puerta pero Nathan había salido directamente por una de las ventanas del despacho del veterinario jefe.

Su plan había salido a la maldita perfección, aunque no estaba muy convencido de que hubiera sido una buena idea. En su cabeza era espectacular: Se subió a la ventana con esa agilidad felina que el otro le había concedido, tomó un pedazo de papel del suelo y ejecutó el ritual que, de alguna manera, siempre parecía haber sabido. Por supuesto, no era tonto y entendió que era el efecto de esa relación simbiótica que mantenía con él. Cuando había mencionado "la magia", casi se había echado a reír, pero ahora era como si hablara de enviar un correo electrónico o cómo cocer un huevo. Si sabía cuál era el hechizo, podía ejecutarlo rápida y eficazmente.

El hechizo. Una semana atrás se habría reído de quien le hubiera hablado de cosas así. Y ahí estaba, convertido en una especie de limo transparente y repugnante que no dejaba de recoger todo lo que se encontraba por el patio del crematorio. ¿Es que no había allí algún puto conserje que barriera el suelo?

Desde su posición privilegiada, por llamarla de alguna forma, echó un vistazo a la situación y la contaba pintaba mal. Seis policías. SEIS. ¿Tanto se aburrían en ese maldito pueblucho que habían enviado a seis tíos armados con sus tres coches patrulla para un caso de allanamiento? Qué cojonazos.

A ver, piensa Nate. Lo fácil es... bueno, dejarse llevar y repartir estopa. Pero la verdad era que, por muy cojonudo que fuese el otro tipo, no le había hecho especialmente fuerte. Y si no tuviera un cadáver a medio quemar en el horno, se marcharía sin más y a Dios gracias. Así que tenía que deshacerse de ellos, a poder ser sin matarlos. No joder, matarlos no. Tenía que ir primero a por los que estaban rodeando el edificio, tomar una forma algo más sólida y dejarlos KO. Y esposarlos, ostias.

El policía al que seguía iba con cuidado extremo, empuñando su arma. Los otros se mantenían vigilantes desde los coches, Nathan se podía contar con suerte porque no estaban empuñando la escopeta que solían llevar algunos policías, si no sus armas de mano.

-Informe.-Se escuchó desde la radio al hombro del policía que seguía Nathan.

Este presionó con la mano zurda el comunicador- Alcanzada puerta lateral, procedo a entrar.

-Aguarde, el agente Thomson no ha encontrado entrada aun.- Recibió en su radio en el hombro.

-Aguardando.- Dicho aquello se situó junto a la puerta y tanteo con la zurda el manillar de esta, para ver si estaba abierta o no. Si lo estaba o no, era algo que Nathan no sabía, pero desde luego el policía no abrió.

Un último vistazo antes de voltear la esquina le confirmó que se había equivocado y que en realidad sólo eran cuatro policías. Que por lo menos no son media docena, pero son cuatro policías más de los que me hubiera gustado encontrarme esta noche. Bueno, céntrate.

Su idea original era usar esa forma de baba que había adoptado para reducir al uniformado sin matarlo ─ aunque el otro parecía inclinarse por una aproximación más rápida, fácil y directa, que implicaba absorber las propiedades del acero y convertir al pobre hombre en un pincho moruno. Pero Nathan seguía avergonzado por todo lo que había sucedido con la pelirrosa y, por muy poseído que se sintiera, quería seguir intentando hacer las cosas bien hechas. Ya tendría tiempo de complicarse la vida. Así que, ¿cómo lo hacía? ¿Lo asfixiaba? ¿Se convertía en tierra y le enterraba vivo?

La respuesta le vino sin darse cuenta, simplemente observando el equipamiento del agente. Llevaban una de esas pistolas que disparaban unos cables y te electrocutaban. Estaría de puta madre poder sacarme una de esas cosas de la manga. Pero ahora que sabía los conjuros que habían aflorado en su cabeza, sabía que estaba lejos de sus capacidades. Pero había otro tipo de arma aturdidora, una de esas del tamaño de una cajetilla de tabaco y que sí podría manifestar.

Sólo tenía que colocarse detrás suya, convertir cualquier piedra en el arma y dejarlo aturdido. Luego con dejarlo amordazado y esposado a un lado, tendría uno menos del que preocuparse.

El agente recibió la confirmación para entrar y con un par de enérgicas patadas desvencijó la puerta y se abrió paso, arma en mano. Momento en el cual Nathan aprovechó para realizar su ritual mágico, una piedra se había convertido en uno de esos pequeños tasers y estaba lista para dar un calambrazo en cualquier momento.

El Agente se comunicó con su compañero y parecía que ambos iban a hacer una entrada al lugar, algo coordinado, lo que no contaba es que Nathan ya había salido.

Muy bien, paletos, coordinaos como fuérais los SWAT. ¿Dónde os creéis que estáis? Completamente desnudo a la luz de la luna y con un aparatito que tenía la capacidad de disparar 2M de voltios en un momento, Nathan estaba seguro de que ofrecía una imagen bastante peculiar. Pero afortunadamente nadie estaba allí para grabarlo, o fotografiarlo, ni siquiera recordarlo. Para él aquella noche sólo sería una anécdota, y con el paso de los años lo irá maquillando hasta convertirlo en algo bastante más emocionante y que le dejara en mejor lugar. La historia la escriben los ganadores.

Esperó a que dieran la orden de asaltar para que el otro policía no se preguntara qué había sido de su compañero, y le pegó una sacudida en el cuello para dejarlo inconsciente. Esperaba no matarlo.

Luego lo esposaría, lo amordazaría y lo arrastraría hasta un lugar no visible. ¡Y le quitaría las pilas a su comunicador!

El recién creado taser de Nathan zumbo en el aire antes de impactar sobre el comunicador del hombre y rebotar a lo largo de la hombrera de su uniforme de policía. No era una protección per sé, pero lo suficientemente gruesa como para mitigar el calambrazo que le llegó de refilón, inutilizándole ese brazo, que por la posición era el que empuñaba la pistola.

-¡AH JODER!-El tipo no se la esperaba, pero reaccionó lo justo para arrebatarse el arma de su propia mano, ahora inútil, y colocarla en la zurda encarando a Nathan.

Le vio cara a cara, un muchacho joven, quizá recién trasladado a Silver City, seguramente con ideales de limpiar las calles y demás. Parecía tener miedo en aquella situación, con sus pupilas dilatadas en mitad de la noche, mirando directamente al desnudo que empuñaba un taser.

Se había precipitado y la había cagado, pero al menos le había inutilizado el brazo del arma. Un poco más de tiempo, unos preciosos segundos mientras su cabeza empieza a entender qué hace un tipo desnudo con un taser. Lo sentía. No mucho, pero tenía una ligerísima punzada de remordimientos por atacar a un chico inocente que lo único que hacía era defenderse. Y me ha visto la cara. JODER ME HA VISTO LA CARA. Eso cambiaba las cosas porque no podría dejarle con vida.

¿Acababa de pensar en matarlo?

Cada cosa a su tiempo, tenía que derribarle.

Esta vez el taser le dio en plena cabeza, el policía se tensó durante unas milésimas de segundo, el dedo del gatillo presiono este con fuerza y disparó al suelo entre las piernas de Nathan, quien sintió cerca de su paquete la presión del disparo.

Los ojos se volvieron en su cabeza, y el chispazo recibido lo dejo fuera de combate inmediatamente, cayó a plomo al suelo entre convulsiones espasmicas y con espuma formándose en su boca, un tic en ambas piernas y la mano aferrada a la pistola como si estuviera recibiendo una descarga eléctrica por parte de esta, con todos los musculos en tensión, incluidos los de la cara y el cuello. Parecia que fuera a explotar en cualquier momento, y emitía un leve gruñido parecido a un gorgoteo. Probablemente Nathan lo había desgraciado de por vida.

Se hizo un silencio tras aquel disparo.

Nathan, de pie, con un taser en la mano y aquel lateral del edificio, con un policía inutilizado a sus pies, y una puerta abierta dando a un pasillo de la clínica veterinaria. Podía ver las luces de los dos coches patrulla estacionados fuera en los muros que rodeaban su situación. Y aún tenía el pollo en el horno. La radio del policía abatido emitía un ruido constante, pero no parecía recibir señal tras los miles de watios que habían recorrido esta, seguramente cargándose varios componentes electrónicos en el camino.