Partida Rol por web

Por si no lo hubiese conseguido la réplica de Morton, la resolución de Picahielos y Juárez de entrar a Spundie en ese mismo dormitorio me deja a la altura del betún delante de los rehenes. Ya no me cabe duda de que estoy lidiando con unos auténticos besugos sin una pizca de delicadeza. Me paso la mano por el rostro y resoplo fastidiado. “Tranquilo, Updike, o te volverán los gases”, me aconsejo.

Observo a Picahielos bajar por las escaleras y ahora me dirijo a nuestro anfitrión, que insiste en permanecer callado (“¿No será él el juguete?”, se me ocurre):

-Uder. ¿De dónde es usted?

Y le indico que sigamos a su esposa y Morton.

La confusión asoma a los ojos del anciano durante el concierto improvisado de la niña, y varias veces sus labios tiemblan, como si intentara interrumpir los acordes de la criatura con una palabra que sin embargo no pudiera recordar. En la vasta inmensidad de sus humedecidos ojos grises, las pupilas se mueven inquietamente hacia la derecha, como en un esfuerzo inútil para recordar. Porque la música, la música es tan bella...

-Yo... sólo recuerdo las botas. Las botas golpeando en la madera, los escalones. No sé si hace tanto frío, pero ahora que él... pero él ¿es... usted? -la mirada se fija en Updike como una fauce metálica y el gesto se endurece en una mueca de terror y esfuerzo- Ya basta, Bors, ya basta. Sal... sal de aquí.

Uder se desploma en la cama, junto a Spundie, con la mirada perdida.

Picahielos baja a la cocina subiendo al instante el vaso de agua que Donna había pedido. Jack se incorpora con ayuda de ésta y se toma la medicación, mientras a su lado, Uder continúa tumbado y murmurando algún tipo de palabras sin sentido aparente, con su mirada absorta en algún punto indeterminado del techo.

La niña continúa junto a la silla, con su violín y su arco apuntando al suelo. Permanece impávida ante la presencia de todos aquellos desconocidosa su alrededor. Su mirada pasa de uno a otro sin moverse de su sitio.

Tristán permanece en todo momento fiel al lado de su ama. No ha vuelto a ladrar, pero aún se le nota nervioso y desconfiado.

Trato de encajar el desconcierto situando a los presentes en aquella habitación concurridísima, hasta que mi mirada reposa en la de aquella cría un punto siniestra, y esto me decide a sumarme a la excusión por el resto de la planta, porque yo sí quiero saber si hay más inquilinos, porque es menester tenerlo todo atado y bien atado.

-Sé que sabréis echarle un ojo a estos –señalo a Juárez y Picahielos antes de desaparecer.

Morton y Updike se van con Ella a ver el resto de la casa. Tristán continúa sin separarse de su ama acompañándoles.

-Tranquilo, esto tardará un rato en hacerle efecto... ¿cómo se llama?- Donna trataba de sonreir y aunqeu se veía cierto miedo en su rostro parecía que la sonrisa era sincera. Quería ayudar a aquel hombre y quería que todos salieran vivos de allí

Se cruza con el otro grupo al subir con el vaso de agua. Viene con una cara de fastidio al no poder saquear la nevera como esperaba, ni una sola cerveza y está casi vacía... ¿Vive esta gente del aire?

Acerca el vaso de agua a Donna, la cual atiende al policía rehén.

Tras desaparecer Updike de su vista remuga como para sí. -¿Quien le hizo jefe a este? Ah, claro, tiene la pistola.-

La frase Pcahielos despierta de nuevo a Donna y vuelve la vista hacia el hombrecillo. Que frase tan peculiar- piensa aunque no se atreve a decir nada

Sin duda, este hombre tiene que ser su segundo punto de apoyo. Donna reza para que sea así mientras trata de penetrar los secretos de su aura.

Parece que no es oro todo lo que reluce. Lo ves bastante más inofensivo de lo que creías en un principio. Trata de aparentar ser un tipo duro, pero en el fondo ves que siente miedo de que los demás sepan que no es así... tiene que mantener su reputación para sentirse respetado.

Picahielos se acerca a la ventana de forma precavida, pone su espalda contra la pared y retira con desconfianza las cortinas intentando atisbar algo fuera. Por lo que a él respecta, afuera podrían haber miles de SWAT escondidos entre los matorrales, aguantando la granizada, esperando con rifles de francotirador a que uno cometiera un error, asomará la cabeza y así abatirlo. En verdad la sospecha era producida más bien por las miles de películas y series que se había tragado a lo largo de su vida, en las que ese cuerpo de policía aparecía como invencible, consiguiendo siempre en el último momento salvar a los rehenes y capturar a los malos. Muchas veces esos mismos malos acababan con una bala entre ceja y ceja.

Sin embargo la oscuridad y la tormenta no permitía ver mucho más. Y eso estimulaba la imaginación de Leyner. Al final optó por alejarse lo más posible de la ventana, porque contra más miraba afuera, más paranoico se volvía...

El anciano, cuyos ojos se mueven en frenéticos espasmos de un lugar a otro del techo, parece de pronto despertar de su inopia. Con voz trémula se dirige a la niña, ahora inmóvil:

-Toca, pequeña. Tócanos algo que nos levante el ánimo. Está... lloviendo. Pero es sangre lo que empapa estas sábanas.