Partida Rol por web

Guerrilla

Echarse al monte (Escena I)

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12/01/2017, 23:37
Director

Éste solía ser un buen sitio. Quizá no el mejor sitio del mundo, aunque es cierto que los españoles nunca se conformaron con poco. ¿O quizá si? Durante largos siglos en los que bailaron dinastías, pretendientes y partidos políticos, que lucharon sin tregua entre ellos, los españoles habían aprendido a mantener un perfil bajo. "Mientras tenga mi fútbol, mi paella los domingos y una cruzcampo en la nevera...".

Con esa filosofía se aguantó todo lo que se pudo. Se aguantaron cambios de gobierno, manifestaciones, crisis económicas, impuestos crecientes y una policía que cada vez más apretaba la correa. En el bar, en las gradas del campo de fútbol o en la piscina de la casa del pueblo, el español era auténticamente libre para hacer lo que mejor sabía: vivir la vida, a su manera.

Aquellos tiempos parecen ya lejanos, a pesar de que ésta situación dura solo desde el comienzo del año. Pero el invasor ha hecho que cada día sea más largo que una legislatura de Rajoy. ¿Quien se acuerda ya de él? Quizá esté, como otros muchos políticos, refugiado en Francia o escondido en el búnker nuclear de Madrid. La invasión había sido la puntilla, lo único que faltaba para que un país maltrecho, lleno de gente progresista que abominaba el nacionalismo, la violencia y lo militar, se terminara de desgajar. ¿Había estado España unida alguna vez? Quizá era una pregunta legítima, en vista de lo convulso de su historia.

Y sin embargo, en el peor momento, brotó la solidaridad. Una cosa es pelearse por que yo soy de Bilbao y tu de Madrid, y otra muy diferente que las cosas llegaran a ese extremo. Hasta Cataluña, formalmente independiente, ayudaba a lo que quedaba del estado español para evitar que toda la Península se convirtiera en el sueño mojado del Gran Muftí de Estambul. Los españoles se peleaban, si, pero ahora se pondría a prueba su temple.

¿Donde están todos aquellos bienpensantes que respondían siempre siguiendo a las consignas de la progresía más ciega? La respuesta era descorazonadora, y como suele pasar en España, te helaba el corazón. Algunos, habían seguido llenando las redes sociales y los medios con palabrería barata. "Éste es el justo castigo por el colonialismo pertinaz en Ceuta, Melilla y Canarias". Otros, de hecho la mayoría, había optado por callar y cambiar el discurso. De cualquier manera, ellos siempre habían cambiado de chaqueta y de discurso cuando los tiempos cambiaron, y eso es algo que los españoles compartían como rasgo en general. Otros, los menos, se habían convertido en pertinaces resistentes, mártires de una forma de ver y entender la vida que ahora estaba proscrita en los territorios del nuevo y "glorioso" Al-Ándalus ocupado.

Los primeros en caer, como siempre, fueron los intelectuales. Las nuevas universidades, madrasas de estudios coránicos y ciencias prácticas, se deshicieron de los elementos más "subversivos". Todos recuerdan hoy como fueron sacados a la fuerza seis profesores de las universidades de Córdoba, Granada y Sevilla, para ser fusilados en la Plaza de la Corredera de Córdoba. Su pecado había sido el de "revisionismo", pues sus trabajos, sus opiniones sobre lo que había sido Al-Ándalus, no gustaban para nada al nuevo régimen. Aquí no había existido nada parecido a una sociedad abierta, tolerante o poco observante de los preceptos coránicos, dispuesta a pactar con los cristianos. No. Atónitos, los españoles que fueron enseñados en el discurso de "las tres culturas" vieron como aquel profesor de universidad, apellidado Peinado, entonaba aquella antigua canción del siglo XV mientras se leía su sentencia. Cuando cerró los ojos, las balas silbaron y, cual nuevo 3 de mayo, su imagen en internet se convirtió en un símbolo de aquella guerra, de aquella ocupación.

Triste España sin ventura,
todos te deven llorar.
Despoblada de alegría,
para nunca en ti tornar.

Tormentos, penas, dolores,
te vinieron a poblar.
Sembrote Dios de plazer
porque naciesse pesar.

Hízote la más dichosa
para más te lastimar.
Tus vitorias y triunfos
ya se hovieron de pagar.

De Huelva a Alcoi, los dominos de la Yihad Islámica en España estaban trufados por pequeñas islas de resistencia en la costa: Gibraltar, Algeciras y la Línea de la Concepción, ocupadas por los ingleses y Cádiz, donde los norteamericanos habían puesto una cabeza de playa para asegurarse el paso por el estrecho. Málaga, que había sido liberada durante dos meses, fue abandonada de nuevo a su suerte. Pasó así a engrosar la lista de "territorios ocupados", donde la vida de sus habitantes había cambiado para peor.

La negra bandera ondeó en los viejos símbolos, como la Alhambra de Granada, y se procedió a la destrucción de algunos símbolos cristianos. La catedral dentro de la mezquita de Córdoba fue destruída a pico y taladro, e inumerables obras de arte del barroco andaluz fueron quemadas, vendidas al mejor postor en la deep web de Internet o deshonradas para escarnio público. Sin embargo, las violaciones de monjas, crucifixiones de sacerdotes y fusilamiento de adscritos al Opus y los Quicos no bastó para hacer latir la bilis de la sociedad, pues ésta se había vuelto fuertemente anticlerical. Sin embargo, en éstos tiempos de persecución, la salvación a menudo venía de la mano de una partida de bautismo o de la primera comunión: los ateos y los descreídos ni siquiera tenían un lugar como "dimmi", si no que directamente pasaban a ser esclavos en la nueva sociedad. Hubo que desempolvar los rosarios y volver a aprender los rezos, pues solo así se evitaba un destino aún más cruel.

La Autoridad Califal Provisional, que era la que gobernaba aquellos territorios, actuaba con mano dura. Previno la huida de la gente hacia el norte obligándoles a permanecer en las ciudades o dar media vuelta en las atestadas carreteras. Algunos fueron arrancados de su barrio, su ciudad, y obligados a trabajar en otra parte, allí donde al nuevo poder le fuera necesario. Se necesitaban permisos para todo y la palabra, aunque fuera falsa, de un "confesor" yihadista o un oficial militar valía mucho más que la suya. Las vejaciones y malos tratos eran constantes. Muchas tropas, aburridas por la falta de combates, se daban a las violaciones o incentivaban las denuncias entre vecinos para evitar "malas prácticas". Eran jóvenes sin esperanza en sus países de origen, reclutados por el ahora triunfante yihadismo internacional, que creían que el futuro era suyo. Un futuro donde la media luna ondeaba en las fachadas de los ayuntamientos y edificios emblemáticos.

Muchos cambiaron de chaqueta, como siempre han hecho muchos españoles para sobrevivir. Para las nuevas generaciones, que no habían obtenido trabajos ni salarios dignos, la conversión era una opción atractiva. El régimen necesitaba profesionales cualificados para los más diversos puestos de trabajo, gente dispuesta a explotar, vigilar o administrar los bienes de sus antiguos conciudadanos. El odio aumentó, y con él, la violencia. Pero cualquier conato de rebelión espontánea, mal organizada y armada, solía terminar bajo una abrumadora fuerza militar.

Y así vivía el sur de España, atemorizada tanto por los bombardeos aliados como por la nueva policía adepta al poder, cuyos inquisidores vigilaban con celo y no daban tregua al españolito de a pie. Nunca un gobierno había exprimido tanto, ni interferido tanto en la vida de puertas hacia adentro. El español perdió su cerveza, su brillante liga de fútbol y la paella de los domingos. Ahora tenía, como en los años 40, cartillas de racionamiento, miseria y palizas gratis si mirabas como no debías o no mostrabas respeto al hablar con alguien de uniforme.

¿Donde estaba el mundo?, ¿Dónde estaban sus aliados? Pelaban, sin duda, aunque no obraban milagros. Nadie llegaba tañendo las trompetas y liberándoles de aquel yugo, pues tenían asuntos más urgentes que atender. España, como en su guerra civil más reciente, era cosa de los españoles, y a nadie parecía interesarle especialmente, más allá de llenar portadas con las fotografías de la barbarie. Una nueva Siria, una guerra que estaba volviendo larga, incómoda.

¿Cuando acabaría todo aquello? Esa era la pregunta que muchos se hacían todos los días al salir de su casa, al fichar en el trabajo y cuando unos ojos malvados se fijaban demasiado en su madre o en su hermana. Andalucía, una tierra de alegría, de fiesta, de jolgorio, vestía ahora el manto negro de una viuda. Unos solo querían cerrar los ojos muy fuerte y desear que todo aquello fuera un sueño. Otros, trataban de sobrellevarlo y conservar lo poco que podían de sus antiguas vidas, ahora siempre de puertas para adentro en sus casas.

Pero unos pocos, solo unos pocos, sabían que a España no iba a salvarla nadie si no hacía nada por salvarse a si misma. Gente rota por la invasión, ultrajada, harta o de principios sólidos como el Pico de El Veleta. Todos tenían sus motivos personales, pero el resultado era siempre el mismo: la guerrilla. Plantar cara al invasor mediante la puñalada trapera, el juego sucio, la guerra irregular. Esa era la única defensa que podía plantearse en los territorios ocupados. La gente susurraba en las colas del pan, en la intimidad de los bares. Algunos les llamaban "locos" y decían que su entusiasmo les saldría caro a todos. Otros, sin embargo, aunque inmóviles por la situación, no podían evitar admirarles.

Una vez más, España estaba ocupada, y los guerrilleros eran su única esperanza.

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13/01/2017, 00:30
Director

Cuatro Vientos, 20 de diciembre de 2025

Aquella guerra podía ponerte de los nervios. Después de los primeros meses, de las grandes explosiones y los combates en todo el frente, la situación se había estancado bastante. Solo el reciente y fallido ataque a Ciudad Real había hecho despertar a los maltrechos restos del ejército español que, junto a sus aliados, controlaban las zonas fronterizas y mantenían una dura lucha por los cielos de la Península.

La guerra en el aire estaba estancada. Y no por falta de ganas, si no por falta de aeronaves. El heroico sacrificio de muchos pilotos había mantenido razonablemente libres los cielos de la Meseta, aunque en una suerte de juego similar al de la Segunda Guerra Mundial, las incursiones aéreas de uno u otro bando eran frecuentes. Había quien lo llamaba "las nuevas razzias", pero el título era pretencioso. En realidad, lo que pasaba es que las aeronaves enemigas estaban ahora más concentradas en asegurar el paso de sus convoyes por el estrecho y la anulación de lo poco que quedaba de la flota española en Cartagena que otra cosa. Se rumoreaba, sin embargo, que uno y otro bando estaban preparando grandes operaciones militares cuando acabara el invierno.

Por que el invierno estaba siendo particularmente duro. Tras unos años de inviernos suaves, casi otoñales, el cambio climático estaba regalándoles el primer invierno gélido del siglo, con nevadas en cotas tan bajas como los 600 metros sobre el nivel del mar. Más que España, aquello parecían los bosques de las Ardenas en el año 44.

El coronel Mendiola había estado tocándose un poco los huevos, muy a su pesar, después de que la batería de NASAMS y misiles Mistral que mandaba en Ciudad Real fuera reorganizada después de la batalla, donde sufrieron fuertes bajas. No había en España artillería antiaérea suficiente para tanto mando que pretendía mandarla, así que había pasado tres meses de rutina de despacho en Cuatro Vientos, la FOB de la defensa española de cara al "sector central sur". Él era un hombre de acción, y pasarse el día entre papeles, atendiendo la radio y entrenando a nuevos reclutas era algo que le tocaba muchísimo la moral.

La teniente y piloto Daniela Irigoyen también se sentía frustrada. Tras perder su F-35 en el estrecho y pasar una temporada con la familia, se había presentado para que le adjudicaran una misión. Pero había pilotos suficientes para las naves en servicio, y hasta que el gobierno no comprara (en esa guerra nadie estaba dando a España ningún préstamo/arriendo ni regalo) el lote de F-16 y Panavia Tornados que habían encargado a Estados Unidos e Inglaterra, no sentaría su culo en la carlinga de un caza. Se entretenía haciendo ejercicio, ayudando a las reclutas femeninas (en aquella guerra las mujeres se estaban alistando en gran número) y, básicamente, haciéndole de secretaria a los jerifaltes del Ejército del Aire. Estaba cansada, harta. Quería hacer algo, pero no la dejaban.

El alférez Esquivel, médico militar en la especialidad de ayudante de cirujano, había tenido trabajo de sobra. Los refugiados y los soldados que volvían del frente hechos trizas por la metralla y el fuego enemigo necesitaban de su buen hacer. Formaba parte del equipo de médicos del hospital de campaña, pero había solicitado repetidas veces un traslado a otra unidad "en el frente". La muerte de Andrés, su compañero de promoción, amante y pareja sentimental, le había dejado con sed de sangre. La guerra se alargaba y él, con el bisturí en la mano, creía que no estaba haciendo una mierda para que acabara antes.

Algunos antiguos barracones e instalaciones, que habían caído en desuso después de los recortes militares de pasadas legislaturas, se habían vuelto a poner en funcionamiento fruto de la más vil necesidad. Les habían citado en uno de ellos, que no pertenecía administrativamente al ejército del aire, si no al de tierra. Dentro de aquellos pasillos había una covacha, un despacho pequeño y bastante cutre que servía de enlace con el CIFAS, la inteligencia militar conjunta de los tres ejércitos.

Sabían, habían escuchado, que allí trabajaba un oficial de alto rango de aquellos que, milagrosamente, el desmoche de la cúpula militar no había rebajado o jubilado. A veces se preguntaban que hacían tipos como él, en despachos tan minúsculos como aquel, aparte de tocarse bien los cojones y pasear la cartera. Ahora estaban a punto de averiguarlo.

Habían sido convocados allí, y la verdad es que en tan reducido espacio era difícil abstraerse de la presencia de los demás. Mendiola saludó, protocolario, a la piloto y el chaval andrógino que tenía distintivos de medicina militar. Él, por su parte, iba con su uniforme de servicio con el que tenía que trabajar en el despacho, lleno de medallas (mérito aeronáutico con distintivo blanco y rojo, cruz de San Hermenegildo, medalla de la OTAN e incluso una estrella de bronce americana) y con la corbata algo floja.

Allí dentro olía bastante a tabaco, y eso que nadie estaba fumando. Pero el oficial que normalmente trabajaba allí si lo hacía, como un carretero, y no abría la ventana demasiado para ventilar. Estaban algo nerviosos, mirando los mapas de la pared (actualizado de la línea del frente y zonas ocupadas), la casi inexistente decoración, el cenicero rebosante y el portátil Mac cerrado sobre la mesa. Las órdenes habían sido presentarse allí, a esa hora.

Finalmente, tras unos largos minutos de charla insustancial, sobre el tiempo, la guerra y el último partido de fútbol, el oficial de inteligencia militar entró con una carpeta llena de documentos, y pidiendo permiso (se tenían que apartar para que pudiera acceder a su propia silla) pasó entre ellos.

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13/01/2017, 01:26
General Pitarch

El viejo general tenía su barriga, así que para pasar uno debía salirse del despacho y los otros dos pegarse un poco a las paredes. Venía algo apurado por la tardanza, pero saludó con mucho protocolo estrechando sus manos. Colgó la boina de un gancho que había en la pared y dejó la carpeta de documentos junto al portátil.

-Disculpen, pero me han entretenido en la asamblea de oficiales. Les diría que se sentaran, pero solo tengo una silla más y... ésto es un desastre.

Su acento era neutro, educado. Los generales, como otros oficiales, rotaban tanto en sus destinos que se volvían nómadas, itinerantes que no eran ni de un sitio ni de otro. El propósito era hacerlos "españoles" en general, pero para cualquiera con un arraigo medianamente normal a su terruño, las maneras arcaicas y relamidas resultaban como salidas de un viejo telefilm. Él si se sentó, desabrochando la chaqueta del uniforme para que el botón no sufriera con la presión de su honorable bartola.

-Bueno, espero que ya hayan hecho las presentaciones. Para los que no me conozcan, soy el general Pitarch, ahora encargado de la división del CIFAS para la coordinación de operaciones paramilitares. Una guerrilla, para entendernos.

Se atusó su bigote cervantino, mirándoles con una expresión afectuosa parecida a la de un abuelo cuando te va estraperlar un billete de 20 euros "para que te compres lo que tu quieras, pero que no se entere tu madre". Atendió a posibles reacciones en sus rostros.

-Si, han oído bien, guerrilla. Se que hay rumores... de actividad insurgente no-organizada en los territorios ocupados. Me ha costado convencer al mando de que es preciso, necesario de hecho, apoyar y coordinar esa insurgencia para que se adapte a nuestros fines. Todos sabemos lo que pasa cuando las agencias de inteligencia de otros países meten sus manazas en la insurgencia de un país en conflicto: nada bueno. Como no hay mal que por bien no venga, la directriz del Califato para que se planten amapolas en España nos favorece. Hemos conseguido... pasar por la frontera parte de esa droga en potencia, y así obtener un medio de financiación no-oficial... los presupuestos están bajo mínimo. Hemos recibido fondos también de otras potencias a las que les interesa que la liemos gorda. Les sorprendería la de pasta que nos dan los chinos... En fin.

Carraspeó, sacando una botella de whisky Dyc de uno de los cajones y unos vasos de chupito. Sirvió sin preguntar si querían o no, o si preferían el licor "on the rocks", mezclado con cocacola o alguna mariconada semejante para un hombre como él, de los que se toman gin-tonics en copa balón y todavía llaman a los botellones "guateques".

-Hemos comprado armas y material decente, pero van a tener que agudizar el ingenio con otras cosas. En ésta época es mucho más útil un portátil y un teléfono móvil que una radio de honda corta y unos prismáticos. Pero hay que ponerle una vela a Dios y otra al Diablo.

Se rascó la nariz.

-Como ya habrán deducido, queremos coordinar a la guerrilla por un método que ya nos funcionó cuando lo de Napoleón. Los entusiastas carecen de formación militar, de buen armamento y de un mando competente. Y eso es lo que les vamos a suministrar a través de ésta oficina.

Cruzó los dedos con las muñecas apoyadas en el portátil.

-Tengo aquí unos documentos para ustedes. Identidades falsas, varias de ellas, y visados en regla para los territorios del Califato. Sin embargo, necesitarán un buen falsificador, y ya hemos pensado en ello captando a un buen elemento que les esperará en su primer destino. Mantendrán su empleo y sueldo militar, para figurar técnicamente en sus actuales puestos, pero tendrán un nuevo trabajo. Y en ese nuevo trabajo, nada de uniformes, "señor" ni saludar. Trabajarán codo con codo con los civiles, los instruirán, los aconsejarán, se encargarán de hacer que la bola de nieve crezca. Recluten, sitúen en posiciones de confianza a los que lo merezcan y pongan a pelar patatas a los que se porten mal. Les doy plena potestad en todos los asuntos concernientes a su célula... insurgente. Vamos a llamarla, "Guerrilla 1", para distinguirla de las otras células que, Dios mediante, vamos a ir creando.

Parpadeó, mirándoles.

-Seré franco. Será una misión difícil. Pasarán hambre, frecuentarán sitios poco recomendables, se codearán con lo peorcito y vivirán con el arma en vilo, escondiéndose, moviéndose para no ser detectados. Frecuentarán bosques y despoblados donde guardarán alijos de armas, serán odiados por parte de la población local, perseguidos por la contrainsurgencia enemiga, señalados por la prensa, amiga y enemiga, ridiculizados incluso...

Respiró hondo, llenándose el pecho de aire.

-Pero tendrán la acción que han estado pidiendo, y mucho más. Podrán hacer daño al enemigo, fastidiar sus suministros, sus comunicaciones, sus redes de delación, destruir sus parques de vehículos, sabotear sus armas, envenenar su comida... Lo que se les ocurra, joder. Ésto es España, y si algo sabemos aquí es improvisar sobre la marcha.

Sonrió, afable.

-Antes de darles más detalles, y siendo ésta como es una misión difícil, que va a apartarles de sus actuales empleos y destinos, me gustaría que me dieran su opinión. Que me dijeran si o no. Nadie va a llamarles cobardes por salir por esa puerta y volver a su puesto de trabajo, donde también son necesarios sus servicios. Sin embargo, creo que todas las personas que viven en esos territorios que antes llamábamos Andalucía, Murcia y Valencia... todas esas personas, por mucho que puedan horrorizarse por lo que la propaganda enemiga les atribuya, les estarán secretamente agradecidas. Y yo también.

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13/01/2017, 02:01
Director

Llovía y hacía un frío del copón. La lluvia había disuelto parte de la nieve, convirtiéndola en una molesta aguanieve que ni siquiera la cadenas que había puesto a su coche salvaban con la suficiente solvencia. Allí estaba él, Julián Romero, un profesor de la Universidad de Granada a punto de perder su empleo ante el nuevo rector marroquí, que malvivía dando clases de español a los soldados enemigos mientras se le llevaban los diablos, conduciendo hacia Fuencaliente, en lo más alto de Sierra Morena, por un puto email.

Había sido uno de sus compañeros del departamento de historia, uno de esos "purgados" que fusilaron en Plaza Nueva, el que le había dejado una nota escrita con zumo de limón. Una mierda muy a la vieja escuela, a lo James Bond, que le entusiasmó como un niño. "Tor", un programa para entrar en la deep web, el nombre de una plataforma de correo electrónico secreto y una dirección de correo. Todo jodidamente misterioso, la verdad.

Tras cruzar unos correos con alguien que decía pertenecer al ejército español, le habían lanzado un desafío. Se habían enterado, a través de su finado amigo, que algunas personas desesperadas le estaban usando para falsificar estampillas de racionamiento y documentos para moverse de zona en zona. El curso de diseño gráfico que hizo en su día estaba rindiendo buenos frutos, y la verdad es que los documentos de la yihad, que eran bastante cutres, se podían falsificar sin mucho esfuerzo. "Necesitamos a alguien como usted", le dijo el misterioso hombre del correo electrónico.

Él quería luchar. Era así de entusiasta. Había tenido suficiente, y estaba en la cuerda floja desde hacía meses. De hecho, su contrato como docente de filología española iba a terminar por mandato del rector, que sin embargo le había ofrecido un puesto en la Escuela de Idiomas para seguir enseñando español a "aquellos que lo necesitan", fundamentalmente recién llegados que además del árabe hablaban francés. Él no quería, no soportaba tener que estar dando clases a aquellos hijos de la gran puta. Gente que, lo sabía o lo sospechaba, eran responsables de matanzas, violaciones y la más vil represión de la cultura que más amaba: la suya.

El militar le había dado pasta, y supo que aquello era de verdad. Un giro postal hecho desde Málaga, de una persona que no conocía. Suficiente pasta como para dejarlo todo en Granada e irse a vivir su particular aventura en la sierra. "Es temporal", pensaba en ese momento, pero sabía que quizá no lo fuera. Las instrucciones del último correo eran claras: "Vaya al balneario de Fuencaliente, el día 20 de diciembre, a las 6 de la tarde. Allí le estarán esperando y le darán más instrucciones. Haga la maleta y abríguese, le va a hacer falta". Falsificar el salvoconducto fue fácil, pero los militares enemigos eran suspicaces y le retuvieron mucho tiempo hasta dejarle pasar. La excusa era "ir de vacaciones de navidad con un familiar". Obviamente, a algunos no les gustaba que se siguiera celebrando tal cosa como era la navidad. Pero él era un "dimmi", un protegido, y pagaba sus impuestos a la yihad para poder seguir siendo cristiano. Así que torciendo el morro o haciendo burla, le dejaron pasar.

Iba tarde y la lluvia no ayudaba una puta mierda. En una curva, tuvo que estar atento para no perder el control del vehículo y caer por un barranco. Aquel lugar, aquellas sierras enmarcadas por un doble parque natural, a caballo entre Jaén y Ciudad Real, era un paraje salvaje que remitía a una España ancestral... y un sitio cojonudo para partirse la crisma con un accidente de tráfico.

Finalmente, a las 18:45 y bajo un aguacero considerable, llegó al pueblo, paso natural de Sierra Morena hacia el frente de Ciudad Real, no muy lejano. Había presencia militar yihadista en la zona, aunque no era tan fuerte como creyó en un principio: solo vio un control con una tanqueta y un par de patrullas. Sin embargo, en un pueblo de unos mil habitantes, eso podía ser mucho. La lluvia les mantenía dentro de sus vehículos y garitas, así que en aquel último tramo nadie le detuvo ni hizo preguntas.

El balneario era un lugar de dudoso gusto arquitectónico "moderno", algo cutre y pretencioso, muy español. Después de todo, estaba en un pueblo pequeño en medio de la naturaleza más salvaje. Detuvo el coche en la puerta, viendo como ésta estaba cerrada, a pesar de que había luces dentro. Un par de soldados marroquíes salieron de dentro, antes siquiera de que él bajara, charlando animadamente. Claro... se alojarían allí. Un sitio para descansar, cerca del frente. Era lógico. La gran pregunta ahora era... ¿Que cojones hacía él allí? Quizá se había creído el nuevo 007 o se había flipado mucho. Pero tampoco parecía lógico que le hubieran hecho ir tan lejos para tenderle una trampa. Conocía a los yihadistas y sabía que ellos preferían llevarte a una tapia y pegarte un tiro en la nuca. Les iba lo rápido, no se complicaban demasiado.

Entonces, un hombre entró en el coche, en el asiento del copiloto. Era español, aunque uno de esos españoles que son tan cetrinos que dudas por un momento de si es o no un cabeza de toalla. Pero no llevaba una toalla en la cabeza, y si una cadena de oro con lo que se adivinaba una Vírgen de la Cabeza colgando. Era lógico, su santuario estaba a un tiro de piedra de allí.

Notas de juego

En el siguiente mensaje marca a Miguel Sánchez.

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13/01/2017, 03:24
Director

Fuencaliente, ocupada.

Había querido huir de la ocupación, pero la ocupación había llegado hasta ellos. El estancamiento del frente junto a Ciudad Real había convertido al pueblo en pieza clave, dado que era un paso natural hacia el norte a través de Sierra Morena.

Su tío no vivía allí, propiamente, si no en Ventillas, una pedanía cercana y en el valle del Río Montoro. La gente solía tener allí sus casas de verano, pero su tío habitaba permanentemente debido a que era el guardés de un enorme coto de caza privado que había pertenecido (o pertenecía) a nosequé figurón de la nobleza más rancia. Ahora cazaban en él, entusiastas, los oficiales norteafricanos.

Fuencaliente era un pueblo de montaña de unos mil habitantes, en su mayoría mayores de 50 años. Estaba enmarcado en lo más agreste de Sierra Madrona, rodeado de bosques debido a que dos de los más grandes parques naturales de la zona lo rodeaban por ambos lados. El lugar, que se había rejuvenecido a causa de la guerra, no había tenido presencia del enemigo hasta septiembre. Muchos jóvenes que en las ciudades eran obligados a trabajar para la yihad, habían decidido volver al pueblo. La España Rural era respetada siempre y cuando fuera útil suministradora de materias primas. Al diezmo se le sumaban otros impuestos, y el más conocido era el del tercio. Un tercio de todas las tierras de labor particulares debía destinarse al cultivo de la amapola, que los yihadistas usaban para vender drogas a todo el mundo.

La vida en Ventillas no era ajena al horror de la ocupación. Aunque su tío, que normalmente trabajaba en una explotación avícola familiar, le mantenía entretenido empleándole en las más diversas labores, debían bajar al pueblo casi todas las semanas. Al pasar por las casas de verano, podía ver a los oficiales enemigos usándolas como sus chalets particulares, donde contra las prohibiciones islámicas había fiestas con alcohol y chicas. En el pueblo, habían ocupado el ayuntamiento, y a pesar de que la presencia armada era ligera, siempre pasaban por la carretera convoyes hacia el frente, tanques o camiones que traían heridos o soldados de permiso.

El balneario del pueblo, uno de sus mayores atractivos turísticos antes de la guerra, no era ahora si no un gran prostíbulo. Un autobús lleno de esclavas veladas, desdichadas chicas que habían sido señaladas por el dedo de los yihadistas, llegó al pueblo hacía un mes. Ahora, el balneario de Fuenclara no era más que un burdel lleno de chicas forzadas, que antes habían sido españolas libres. A veces las escuchaban llorar o chillar en la lejanía, y el asunto le hacía morderse el labio de rabia e impotencia.

Había soñado una y mil veces entrar allí, a tiro limpio, salvarlas para ir hacia el norte y volver al territorio no-ocupado. Pero él era un hombre solo, y a pesar de que su tío le apoyaba, cualquier flipada por su parte terminaría con su familia enterrada en una fosa poco profunda y ellos puestos en la picota para ejemplo de los demás.

Había que ir pasito a pasito, y los primeros pasitos eran el contrabando. Con la excusa de hacer de transportistas a los moros, pasaban la frontera para traer suministros del otro lado y aliviar un poco las vidas de las personas en el Al-Ándalus ocupado, así como vender “cosas de lujo” a los oficiales enemigos. Fue en uno de éstos viajes cuando un oficial militar le dió un teléfono satélite, y con él tuvo una conversación con un jefazo de Madrid. Necesitaban gente dispuesta, con dos cojones y los medios necesarios para liarla parda en Sierra Morena. El oficial que iba con él le dió un fajo de billetes de 50 euros, “para que vaya adecentando unas instalaciones”. Él aceptó, por supuesto. Le encantaba cazar, y la sola idea de ponerse a cazar yihadistas le hacía un hombre feliz.

En teoría, iban a formar una célula insurgente, una guerrilla, allí mismo. Fuencaliente sería el punto de partida, dada su excepcional posición estratégica como lugar de paso de la vital línea de suministros del enemigo. Era lógico, claro, pero él estaba entusiasmado como un niño pequeño. Le dijeron que usara un programa de ordenador para entrar en la “deep web” y comunicarse con el mando, y él recibió instrucciones. Debía adecentar un sitio lo suficientemente discreto como para acoger a unas personas que iban a llegar. Para él no había ningún problema, por que podía alojarles en una antigua casa de la familia que tenía las paredes en pie. Solo tuvo que cambiar los cristales, alguna puerta y revisar la vetusta instalación eléctrica. “Unos colchones de casa de la Paqui”, “leña para que puedan pasar el invierno” y ese tipo de cosas. Cuando la gente preguntaba él decía que se iba a ir de casa de su tío, que quería tener la suya propia y quedarse a vivir en el pueblo. Y la gente no hacía muchas más preguntas.

En teoría, en torno al día de nochebuena llegaría gente “interesante”. Unos militares, le habían dicho, para entrenar a los guerrilleros y coordinar las operaciones. Se suponía que Fuencaliente iba a ser solo la primera parada, y que después de eso tendría que dejar el pueblo e ir a otros sitios, contactar con otros miembros de la resistencia, hacer cosas chulas.

La verdad es que aquello parecía una peli de espías o algo parecido, y no podía evitar emocionarse. La vida en un pueblo pequeño de España suele estribar entre la monotonía y la mala leche, así que cualquier novedad siempre era bienvenida. Ahora le habían encargado terminar de prepararlo todo, y recibir a otra persona el día 20, a las 6 de la tarde, en la puerta del balneario.

Los jefazos habían dado pocos datos, pero decían que “sería alguien muy útil para ellos”. Una especie de traductor, que además falsifacaba documentos que era cosa de ver. Sonaba muy pro, la verdad. Le dieron un nombre y una foto. Era un tío de su edad, con aspecto de pijo y unas gafas de pasta. Profesor de universidad, decía el correo que era. Debía recogerle en la puerta del Balneario y llevarle a la base de operaciones.

No quería llamar la atención, y supuso que el tipo vendría en coche, por que ya no subían autobuses de pasajeros no-islámicos al pueblo. Le dijo a su tío que le dejara en el pueblo para hacer unas compras, y se lió una lluvia que no era ni normal. Lluvia, sumada a la nieve que había caído, esperaba que el tipo no se estrellara de camino a allí.

Esperó en la puerta de aquel lugar. El lugar al que le gustaría entrar a tiros sin ningún tipo de miramiento, viendo como entraban y salían soldados moros riéndose y diciendo guarradas en su idioma. El balneario, un puti lleno de esclavas españolas. Joder...

Esperó y esperó, perdiendo el tiempo en un bar cercano, a resguardo de la lluvia, siempre atento a la puerta del lugar, con ganas de entrar y tomarse la justicia por su mano. Se ralló, se cabreó, le pudo la impaciencia, cagó en el váter y leyó el periódico dos veces. Y, finalmente, cuarenta y cinco minutos después de la hora señalada, un coche que parecía de alguien de ciudad, que paró en la puerta del balneario.

Tenía buena vista, así que vió a quien iba dentro del coche. Era el tipo con las gafas, el profesor. No quería que entrara dentro del balneario y preguntara por nadie, por que la gente de recepción y las “madamas” islámicas, guardesas de látigo fácil, hacían muchas preguntas y eran unas hijas de puta muy astutas. Así que caminó hasta el coche, ignorando la lluvia, y entró en el asiento del copiloto.

El tipo se giró a mirarle, extrañado. Si había que hacer las cosas a lo James Bond, las harían bien. Había que disimular, como si fueran colegas de toda la vida. Además, él solo tenía que guiarle hasta el cortijo, que iba a ser su nuevo hogar.

Notas de juego

En el siguiente mensaje marca a Julián Romero.

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13/01/2017, 05:25
Daniela Irigoyen

Estaba todo tan mal que estar harta era el menor de sus problemas realmente, su cabeza le daba vueltas a lo mismo uno y otra vez, estaba empezando a sentirse obsesionada con hacer algo y es que: la ociosidad es la madre de todos los males o al menos lo era en algún momento. Ya en esos tiempos, las cosas eran diferentes y la madre de todos los males no era sólo la ociosidad. Por momentos pensaba en volver a la casa pero luego se acordaba lo mal que lo había pasado los últimos meses que se le quitaba esa opción de la cabeza en un tris. No, lo que tenía que hacer era prestar servicio pero en algo en lo que sirviera y si no podía volar técnicamente era como si le hubieran cortado las piernas. Aún así se mantenía activa y alerta, nunca se sabía por dónde iban a venir los tiros y ella estaba siempre dispuesta por lo cual cuando fue llamada a la ratonera, no se dilató ni un minuto. Había dos personas más con ella, realmente aquello era una ratonera así que aunque no fuera muy sociable, tenía que saludar, ambos militares, hombres, aunque del rubio no estaba muy segura qué era pero tampoco era que le importara mucho, la teniente hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo, sobrio, simple, iba a decir su nombre y rango pero entonces apareció el papá de los pollitos, casi que mejor. La joven mujer miró a su superior, al parecer el superior de todos y lo siguió en todo lo que pudo que no era cosa sencilla, porque finalmente no sólo les daban una misión, sino que era una putada de misión. ¿Qué es mejor, morir en tu vaina o darle con todo y coger al toro por los cuernos? Su padre le había enseñado que lo mejor era lo segundo, que estar sin hacer nada era para cobardes aunque el general dijera que nadie los iba a tachar de nada. Había estado esperando demasiado, inactiva y sin un caza que pilotar, Irigoyen ya no podía más: necesitaba acción de la buena y fuera como fuera. Ella no necesitaba pensando, en su mente ya estaba diciendo que sí mientras él iba contándoles lo malo que iba a ser, no había sido entrenada para ser espía pero eso no importaba, sabía hacer cosas, era inteligente y por la patria era capaz de morir, pecho a tierra o no. Huir tampoco sería problema, convencer a otros suponía que tampoco, tal vez lo más difícil sería adecuarse los unos a los otros, tal vez pero si todos eran inteligentes, encontrarían la manera. -Yo estoy lista para partir, general. Le hubiera gustado decirle que no se lo perdería por nada, que era lo que estaba esperando desde hacía mucho pero le parecía demasiado para la situación y los personajes a los que ésta infería. Respiró profundo y esbozó una media sonrisa, casi nunca lo hacía pero estaba tan contenta que habría podido bailar si la apuraban un poco. Marcharse y hacer algo por fin era una cosa que había esperado demasiado. Miró a los dos que estaban en la estancia esperando su respuesta, aunque suponía que si no eran ellos, serían otros. -Sólo una pregunta, General: ¿Vamos sin rango o alguien encabeza esta Guerrilla? Seguro tendría más dudas pero primero lo primero.

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13/01/2017, 12:51
Ciriaco Mendiola

Ciriaco mira durante un poco más de lo estrictamente necesario al tipo de la melena, probablemente recordando tiempos pasados en los que a alguien con esa pinta de "frágil muñequita" no le dejarían ni poner un pie en el cuartel. Tarda en responder, el asunto de financiarse con opio le ha dejado bastante frío y lo medita unos segundos que se hacen eternos.

- Mi General... este asunto del opio... comprendo la necesidad de financiación, pero... ¿Opio? Por supuesto, acepto la misión, me estaba oxidando en ese maldito despacho, y si me lo ordenan cultivaré el opio yo mismo, pero, la verdad es que preferiría que me ordenasen tomar la Meca armado con un pelapatatas antes que favorecer en lo más mínimo en tráfico de opio.

Mira y sonríe cuando habla Irigoyen:

- Juventud divino tesoro, no le queda nada que aprender a la pobre...

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13/01/2017, 14:36
Julian Romero

Sabía que era una situación extraña aquella de quedar con alguien que no conocía en medio de la nada atravesando una zona ocupada con una excusa un poco rarita para e tiempo de guerra. Era sorprendente que lo de las vacaciones de navidad colara... Pero no se iba a quejar a sabiendas del resultado.

Y por ello, aunque fuera una situación rara, le siguió chocando que entrara alguien como si nada en su coche.

-Emmm... Hola... ¿tú eres...? Ya sabes... Con quien he quedado...

Le daba miedo hablar demasiado, no fuera a ser un agente de la inteligencia marroquí, un cuerpo bastante mejor de lo que uno podía suponer de primeras. Aunque claro, tampoco nadie creía de primeras que fuera a ocurrir lo que ocurrió.

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13/01/2017, 15:48
Israel Esquivel

Israel habá estado teniendo trabajo de sobra aquella temporada, atendiendo refugiados y soldados que llegaban con horribles heridas del frente. Tenía muy buena mano y cierto era que salvaba muchas vidas, pero también las perdía.

Una muerte tras otras y tras otra y el saber que ahí si bien su ayuda no era inútil si que no era lo que esperaba hacer. El joven estaba sediento de sangre y con esa actitud tan “echá pa'lante” que tenía el estar ahí de “brazos cruzados” solo le cabreaba más y más y más. Había llegado a tener una insubordinación que había sido pasada por alto por el hombre al que había faltado al respeto básicamente por ser amigos desde hacía mucho y porque entendía su enfado, pero la cosa empezaba a llegar a los extremos y Mario (así se llamaba el hombre) ya le había avisado que o se relajaba o iba a acabar teniendo problemas. Que él era un amigo, pero también un superior, y que otros superiores no se lo hubieran consetido.

Tras un tiempo que a Esquivel le había parecido una maldita eternidad, finalmente había sido convocado. El muchacho sintió adrenalina desde el momento en el que le pasaron el mensaje, viendo que, por fin, su pequeña venganza personal parecía acercarse muy lentamente a él. La muerte de Andrés no iba a caer en saco roto aunque tuviese que quitar vidas a base de mordiscos, vaya.

Así pues y tan rápido como pudo fue al lugar citado, con aquel rostro serio y con clara ansia de combatir en él. Siempre le habían dicho que era un chico muy decidido y que se le notaba, que a pesar de esa apariencia suya (con la que se había llevado bastante críticas e insultos que, la verdad, se la sudaban lo más mínimo) parecía tener una fortaleza inquebrantable. Y era cierto que al joven Esquivel si algo se le metía en la cabeza no paraba hasta finalizarlo, y aquel que le conociera lo sabía. No se achantaba, no temía cuando tenía un motivo para seguir adelante. ¿Por qué tener miedo cuando uno está haciendo lo que debe hacer? ¿Morir? A todos les llegaba la hora. La diferencia es que a Andrés le habían “adelantado” esa hora aquella escoria, como él los consideraba, y quería que pagaran.

Cuando llegó, un hombre que ya parecía estar en sus cincuenta ya estaba allí, y tras él mismo llegó una muchacha. Al igual que ella, saludó con un gesto simple de cabeza antes de que el general se les acercase. Fue Israel quién se salió un momento y volvió a entrar al segundo para dejar pasar a su superior.

La explicación de la misión se reducía a, básicamente, tocarle los cojones al enemigo a dos manos. Fastidiarles, dañarles, matarles de forma silenciosa y reclutar a más para que jodieran al enemigo con ellos. Sinceramente no era lo que esperaba, pero la idea no le echaba para atrás ni mucho menos. La gente no sabía lo que se podía hacer con una jeringa llena de simple aire. Cuando el general preguntó, no se lo pensó dos veces:

- Listo para partir, general. - Su voz salió con la misma firmeza y decisión que destilaba cada uno de los poros de su cuerpo. Escuchó a sus compañeros atentamente, parecía que los tres irían hacia delante.  

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13/01/2017, 15:16
Miguel Sánchez

Miró fijamente a su interlocutor, realmente no era el momento ni el lugar para hablar. Justo en la puerta del balneario, decidió ponerse en marcha.

-Arranca el coche y ponganomos en marcha. No deberíamos hablar aquí, en cuanto estemos en la "casa". Trató de disimular la emoción que sentía pero era bastante complicado después de todo.

Justo antes de salir echó un vistazo al balneario. -Este debería ser uno de nuestros objetivos proritarios. Pensó para sí mismo

Tras esto indicó a su contacto las direcciones, mientras con un ojo en la carretera observaba que no les siguieran.

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13/01/2017, 17:50
General Pitarch

Ya tenía los síes que necesitaba, pero venían las primeras preguntas y, era normal, tenía que contestarlas cumplidamente. Cuando estuvieran allí abajo las posibilidades de comunicación se iban a reducir a lo esencial, y aquel era sin duda el momento para comentar todos los dimes y diretes.

-Yo tampoco soy muy amigo de drogas. Pero si la vida te da limones... Y con ésto me refiero a que los yihadistas han ordenado a los campesinos que se plante. Otros medios de financiación, bueno -se volvió a atusar el bigote- Si los encuentra, que sean bienvenidos. Pero esos cabrones están vendiendo todo lo de valor: el arte, el mobiliario público, los coches... Incluso el oro que tiene la gente en sus casas. En fin. De momento, a los chinos les interesan esas flores, y a cambio nos dan muchas cosas, incluso crédito contante y sonante. No obstante, cuando estén allí abajo será decisión suya, su prerrogativa.

Contestó a la pregunta de la teniente seguidamente.

-En lo tocante a la parte militar y a todos los efectos, el coronel Mendiola mandará la célula centro y desde ésta oficina coordinaremos las actividades con el resto de las que se vayan creando. Dicho ésto, tengan en cuenta que dada la naturaleza no-militar de la misión, y como ya he dicho, la cadena de mando no será estrictamente militar del coronel para abajo. A él compete decidir quien se encarga de cada área, o quien designa como lugarteniente, sea o no miliar de profesión. No se envaren, por que una guerrilla no es la milicia. Lo que funcione, adelante. Lo que sea superfluo, por el váter sin pensárselo dos veces.

Parpadeó, abriendo el portátil y la cartera de documentos. Llegaba el momento de entrar en materia.

-Tenemos un primer objetivo. Un objetivo concreto en el que concentrar las energías e ir haciendo pruebas. Tengo bibliografía para ustedes, documentos de inteligencia que deberían leer, manuales útiles de insurgencia y contrainsurgencia, algunos en idioma extranjero. Pero no se preocupen, tendrán traductor -les pasó un lápiz de datos USB, junto a un fajo de billetes que dió al coronel para que él lo administrara, y sus identidades falsas- Su primera base de operaciones será en Fuencaliente, un pueblo de Ciudad Real enmarcado en lo más agreste de Sierra Morena. Su situación estratégica como uno de los pasos a través de la cordillera que controla el enemigo hace al pueblo, de no más de mil habitantes, un lugar estratégico tras las líneas enemigas.

Les enseñó el mapa de la zona. Era precisa cartografía muy actualizada.

-Tenemos fichajes locales, que se encargarán de la parte logística. La familia Sánchez, dueños de una explotación avícola en las afueras del pueblo, una pedanía llamada Ventillas. Nos consta que son buenos cazadores, y la información que han suministrado ha sido esencial. El enemigo está usando Fuencaliente como lugar de paso para sus convoyes de sumistros y armas, así como "zona de recreo" para soldados y oficiales. Nos consta que algunas de las casas rurales son utilizadas por oficiales norteafricanos como viviendas particulares, y que han transformado el balneario del pueblo en una suerte de lupanar con chicas esclavas traídas de varias ciudades andaluzas...

Suspiró, dejando al márgen las apreciaciones personales.

-En el propio pueblo hay un control militar de carretera para impedir el paso al frente de los que no tengan permisos en regla, pero las fuerzas en él son ligeras. Una tanqueta y un 4x4 de patrulla, con lo que imaginamos son unos 10 o 15 soldados con funciones de guardia y control operando con el ayuntamiento como base de operaciones. A eso se suma los militares que están allí "descansando", pero que tendrán la guardia baja.

Tamborileó los dedos sobre el mapa.

-La misión es relativamente sencilla, pero esperemos que marque un hito para el comienzo de todo éste asunto. Deben proceder hasta la región y llegar allí en torno al día de navidad, para no levantar demasiadas sospechas. Tienen papeles para pasar los controles, pero si lo desean pueden evitarlos atajando a través del parque natural y el coto de caza del que los Sánchez son guardeses. Cuando estén en la base de operaciones, les mandaremos un mensaje dándoles unas coordenadas. Es allí donde se hará un lanzamiento nocturno de sus armas y municiones, que deberán esconder convenientemente. Les daremos minas y material anticarro, así como armas cortas y otro equipamiento necesario.

Carraspeó.

-Tenemos "chivatos" en Sevilla y Córdoba, de donde parten muchos de éstos convoyes, que nos avisarán cuando vaya a pasar material sensible o refuerzos significativos. Será en ese momento cuando deberán tender sus emboscadas y eliminar el mayor número de material posible. Hasta que eso no suceda, no destruyan infraestructuras clave para no alertar al enemigo, ni llamen demasiado la atención. Objetivos secundarios son capturar a alguno de esos oficiales para tener prisioneros al tanto de todas las novedades en sus operaciones militares y planes concretos, así como el asunto del balneario y las chicas prisioneras, que queda enteramente a su criterio.

Se rascó de nuevo la nariz. Era la abstinencia del tabaco.

-En todo lo demás, aprendan por la vía rápida el credo del guerrillero: ocultarse, ocultarse y atacar. Háganse pasar por lo que gusten, pero no levanten sospechas y háganse unas coartadas coherentes. Escondan bien todo el equipo militar y el equipo sospechoso, por que apenas comiencen a hacer travesuras el enemigo investigará y revolverán cielo y tierra para encontrarles. Traten de no fastidiar demasiado a la población local, aunque es inevitable que sufran como parte de sus acciones. Por eso, tienen que hacer que ese sacrificio merezca la pena, haciendo cosas buenas. Cosas que les hagan ser "famosos" en el buen sentido. Liberar a las esclavas sexuales puede ser un buen punto a nuestro favor.

Notas de juego

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14/01/2017, 00:19
Julian Romero

No podía negar que estaba nervioso de cojones. No parecía que les siguier nadie, pero estaba atento a la conducción mientras su compañero no paraba de echar vistazos a todos los lados a la vez ue no decía nada.

Bueno,- pensó para sí -bonita forma de conocer a un compañero de trinchera.

Le costaba callarse con la situación. Normalmente cuendo estaba nervioso, le tranquilizba hablar, así que finalmente se atrevió.

-Por cierto, me llamo Julián...- No pareció importarle mucho a su compañero, era obvio que estaba en otras cosas y hasta ahora sólo le había dado indicaciones -Encantado...

 

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14/01/2017, 00:53
Director

Miguel, que así se llamaba, no estaba muy locuaz. Para él todo ésto de guerrillear era algo nuevo, peligroso. Veía peligros en cada esquina, y eso que estaban en un sitio muy tranquilo. Pero él, que era cazador, sabía que en la calma del campo te confías y la puedes cagar con la capa puesta. "Nadie escucha tus gritos en lo profundo del valle, los árboles los tapan", le dijo su tío una vez que se torció el pie cuando estaba aprendiendo a seguir el rastro del ciervo.

Siguió sus indicaciones y salió del pueblo. Solo entonces habló un poco más con él. A pesar de ello, estaba pendiente del camino y las malas condiciones en las que se hallaba a causa de la nieve y la lluvia. Pasaron cerca de un desvío que indicaba "Ventillas", la pedanía de la que había oído hablar al documentarse un poco sobre el sitio. Pero no cogieron ese camino, si no una pista de tierra a través de un impresionante bosque de pinos.

-Parece el típico sitio donde te secuestran los extraterrestres -dijo Julian, con su acento manchego.

A Miguel la broma le pilló desprevenido, pero le entró la risa tonta con la referencia. Si, era verdad. Él, que también había sido un tío de ciudad, a veces pensaba cosas así. De hecho, siempre había pensado en que el pueblo era un buen sitio en caso de apocalipsis zombi. Las vueltas que da la vida...

El camino ascendía, aunque tuvieron que hacer una parada. Al parecer, aquello era un coto de caza privado, y había una cadena puesta para que la gente no pasara en coche por el camino. Su acompañante tenía la llave de la cadena, así que no tardaron más de un minuto en quitarla, pasar y volver a ponerla. Luego, ascendieron entre los pinos pasando por unas quebradas de aspecto impresionante. Al coche le costaba subir por allí, pero las cadenas agarraban mejor en nieve sobre hielo que la caía sobre el asfalto. De cualquier modo, para transitar por allí era mejor un 4x4 y no un coche de urbanita, como el que él tenía.

El coto de caza era grande, enorme. Miguel le contó que pertenecía a una casa nobiliaria española, de esas de rancio abolengo emparentadas con la monarquía y con un apellido mitad español y mitad inglés. Ahora mismo, con la invasión, no quedaba muy claro a quien pertenecía todo aquello. Ellos, como guardeses, siempre habían tenido el usufructo del lugar, así que para la gente del pueblo era sencillo.

¿Cuanto tiempo estuvieron circulando por lo más profundo del bosque? No se. Quizá veinte minutos o más. Finalmente, llegaron a un lugar enmarcado en un pequeño valle con un riachuelo festoneado de zarzas y sauces llorones. El camino que habían tomado les llevó a un caserío, oculto por el bosque, que era grande de pelotas*.

-La batcueva -dijo Miguel, bajando del coche.

Le abrió la puerta de lo que parecía y era un garaje grande, y también trastero lleno de algunas cosas que tenían más años que el sol. Cosas oxidadas y generalmente inservibles, pero también los típicos objetos que se quedan viejos y uno se los lleva al terreno para ver si les da algún uso o para sacarlos de en medio.

Allí dentro hacía frío, pero menos que en el exterior. No por que no hubiera calefacción, no, si no por que las paredes eran gruesas y de obra antigua. Aquello parecía el típico caserío agrícola que había perdido con el tiempo su función, convirtiéndose en una casita de vacaciones allá por los 50 o los 60, pero posiblemente desaprovechada desde los 70, a juzgar por lo vetusto de sus instalaciones.

Todo dentro era jodidamente viejo o estaba amueblado con sobras. Los típicos muebles que pasan de moda y te los llevas allí, mayormente rústicos: sillas de enea y madera, mesa maciza con mucha guerra encima (pero que aguantaba dignamente), cuartos esenciales con una cama con somier viejo, una mesita de noche y un armario, cristos colgados en las paredes y viejas fotos de familia. La casa no tenía un fluido eléctrico constante, pero habían tenido el acierto de comprar durante la era Zapatero unas placas solares que servían tanto para calentar el agua del depósito como para hacer funcionar los cacharros. Había estancias de sobra para un grupo relativamente numeroso, de unas diez personas, con una cocina antigua que iba a gas, unos trasteros y un viejo pozo de donde todavía se podía sacar el agua para rellenar el depósito.

Rústico, aunque razonablemente cómodo. Espartano, para un tipo como él, acostumbrado a ciertas comodidades. Un lugar apartado de todo y de todos donde poder tramar cosas de aquel calibre. La versión española, y rural, de un piso franco para unos cuantos terroristas. Insurgentes, era la palabra. Aunque imaginaba que los moros les iban a tachar de terroristas en la prensa.

De cualquier modo, para que les tacharan de algo primero había que hacer algo. Y de momento, aparte de disfrutar de un ambiente bastante gélido, no habían hecho nada digno de mención.

Notas de juego

*Lo que hay al fondo no es un olivar, como en éste caso, si no el bosque en la montaña.

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14/01/2017, 01:19
Koko

Un coche sonó afuera, en la puerta principal. Miguel se asomó, pero no parecía nada alarmante. De hecho, era alguien que tenía llave, por que abrió la puerta de la casa. Las patas de un perro trotón entraron como Pedro por su casa hasta el salón, donde habían llegado ambos hombres.

La perra miró al recién llegado con cierta desconfianza, aunque reconoció de inmediato a Miguel y se subió sobre sus patas traseras para que la acariciara. Cuando Julian fue a hacer lo mismo, el animal le gruñó.

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14/01/2017, 01:23
Beatriz Suárez

Una mujer de treinta y tantos o cuarenta y pocos llegó detrás de la perra. Iba vestida con un chaquetón grueso con camuflaje de bosque, de los que suelen usar los cazadores, y unos leggins térmicos gruesos como si fueran de lana, bajo unas botas algo sucias. No era fea, ni tampoco una belleza. Tenía, eso si, un buen par de razones y un culo bastante grande, que en esa generación de españoles era algo que se había revalorizado. Por lo demás, era una mujer bastante del montón, algo estropeada por el trabajo en el campo y la edad.

-Koko, estate quieta. Es amigo, ¿eh?

Miguel la conocía bien. Era la prima del pueblo, compañera de trabajo desde hacía meses, amiga, casi hermana, confidente y muchas cosas más. Cuando vives con un viejo, tener acompañándote a alguien de una edad similar es algo que se aprecia, y eso que su relación nunca fue del todo buena cuando había paz. Él había caído en el error de mirarle con lástima, como otros chicos del pueblo, por que "se había quedado sola" y "era algo histérica". En momentos duros como aquel, personas sencillas y trabajadoras como su prima se apreciaban en su justa medida.

-¿Os habéis instalado ya? -preguntó con desparpajo.

Su primo hizo un gesto bastante ambiguo, mientras ella miraba a Julian con el descaro propio de una pueblerina. El chaval estaba de buen ver, eso había captado su atención. Por eso se mostraba más simpática que de costumbre, y eso era algo que sorprendió a Miguel.

-Soy Bea, su prima -dijo, dándole dos besos en sendas mejillas- No te preocupes, que estamos en el ajo toa la familia. Mi papa no quiere que baje mucho al pueblo, por que les pasas cosan a las chicas en edad de merecer. Ya sabes... los moros son unos guarros y unos violadores. Habrás oído lo de las chicas del balneario. ¿No? -si no era así, le informó de cualquier modo- Un autobús lleno de chicas que iba pal frente. Todas españolas, de esas que toman prisioneras por cualquier mierda. Las tienen en el balneario, pa usarlas cuando les apetece. Esos hijos de la gran puta...

Parpadeó, cambiando de tema con una breve sonrisa.

-Ésto no es muy acogedor en invierno pero os hemos traído cosas. Llevo el remolque lleno de leña y unas mantas gordas para calentarse. Las estufas viejas funcionan con butano, como el brasero, pero tendréis que ahorrar que está muy caro últimamente y es un coñazo traer las bombonas de tan lejos. Pa ducharse y cuando apriete mucho el frío. Pero la leña sirve, y si estáis en el salón no pasaréis mucho fresco.

Se frotó la nariz, que moqueaba un poco a causa del frío. Luego sacó un cleenex usado y hecho una bola, muy al estilo femenino, que desenrolló para volver a sonarse.

-Bueno, mocico. Encantado de conocerte. Os hemos traído algunas de cosas de comer que están en la despensa, pero ya haré más viajes. Según me dijo el primo, tiene que venir más gente para el día de navidad. Acomódate donde quieras, hasta que lleguen y eso.

Les miró tras unos momentos de silencio, como si estuvieran cometiendo un crimen de lesa majestad. Ellos, como hombres, debían arrimar el hombro. Era la ley inexcusable de la vida rural.

-¿Me vais a ayudar a meter la leña en la cochera o la voy a tener que bajar yo sola?

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14/01/2017, 20:45
Miguel Sánchez

-Flacucho ven pa' ca' que esto entre los dos lo hacemos en un peo'. 

A veces cuando estaba en el pueblo durante mucho tiempo se le pegaba el acento pero no le agradaba la idea de parecer un pueblerino ante los militares que les entrenarían. De inmediato se dispone a descargar la leña con brío. A penas se aseguró de que Julián le siguiera en tan pesada labor.

-Por cierto me llamo Miguel aunque me llaman "Pasos Largos", ¿Imagino que eres uno de esos del CNI o algo así?

Otra vez su prima hablando de ese maldito balneario desde luego aquel sería uno de sus primeros objetivos, menudo rebote pillarían los sarracenos.

-Prima, tranquila con lo del balneario que será lo primero que vamos a apañar.

Estaba realmente ansioso por destruirlo hasta la última piedra si allí pensaba que estaban a salvo y no les pasaría nada allí es donde golpearían.

 

 

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15/01/2017, 02:47
Daniela Irigoyen

Era demasiada información para asimilar, hizo lo que mejor sabía: aguardar y escuchar lo mejor que pudiera para quedarse con los detalles. Aquello iba a ser realmente importante cuando salieran de alla y empezaran con lo ordenado. La verdadera fiesta apenas iba a dar inicio. La teniente se cruzó de brazos, no iba a ser sencillo pero no estaba para echarse atrás y prefería morir peleando. Incluso estaba ya pensando en un nombre distinto, en una profesión y oficio pero sobre todo en el armamento que les fueran a facilitar.

-Pues ustedes dirán cuándo nos pondremos en marchar.

Si, estaba ansiosa por irse y quería que sus compañeros lo estuvieran también pero es que había estado inactiva durante mucho tiempo. Miró a los dos hombres, si Mendiola estaba a cargo al menos hasta que tuvieran que fingir no ser lo que eran, ella obedecía como siempre había hecho. Llegado el momento habia que ver de que curro salían más correas. Una cierta adrenalina le recorría el cuerpo pero se controló, después de todo aún seguían en aquel pequeño habitáculo.

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15/01/2017, 14:48
Julian Romero

Julián se sorprendió sinceramente con lo del CNI.

-¿Del CNI yo?- Soltó unas risas -¡Qué va! Ójala. Soy profe de filología hispánica en la universidad... Bueno, lo era. Pero ya sabes, joden todo en lo que crees, no sabes qué ha sido de tu familia y a la mínima oportunidad... Bueno, quieres hacer algo que no sea estar sentado esperando vete a saber qué.

Le gustaba el lugar. De hecho estaba gratamente sorprendido. Él ya se esperaba una cueva o algún campamento camuflado entre los pinares. Aunque de alguna manera le preocupaba... ¿No sería muy visible? Si los moros comenzaban a sospechar y mandaban algún drone o un helicóptero, sería cuestión de tiempo que encontraran el lugar y enviaran un grupo de infantería a inspeccionar el sitio. Si algo había demostrado la invasión en España, es que serían unos fanáticos, pero no tenían un pelo de tontos.

-Eso sí, sea como sea, me gusta el lugar... Este pinar me recuerda a mi casa, en La Mancha.- Bajó un poco la mirada. -Desde que ocurrió todo esto no sé cómo está mi familia y no he podido salir. Espero que estén bien. Espero que lo que hagamos aquí ayude a que puedan estar bien, de alguna manera.

Atacar el balneario desde luego era algo que tambien deseaba hacer, rescatar a esas pobres muchachas... Pero se preguntaba si era lo más adecuado. Si algo había aprendido leyendo libracos antiguos es que las decisiones militares basadas en el corazón suelen fallar contra enemigos sin corazón... No, lo primero debería ser conseguir informadores y colaboradores. Pero se lo calló. Después de todo, el misterioso jefe de ambos que no conocía debería tener más idea...

¿O no? Después de todo, eran los militares, los agentes del CNI... Todos los que les deberían haber protegido, les habían fallado, se habían mostrado incompetentes.

Pero no, debía confiar. Era una oportunidad de empezar algo. Algo con lo que no tendría que apartar la mirada para sobrevivir, sino con lo que tendría que mirar de frente todos los días. Seguramente en menos de un mes estarían muertos, pero moriría satisfecho.

La labor de coger leña no le costó demasiado... Como se dice por La Mancha, "cuando haces la vendimia, se te quita la tontería" y él había vendimiado mucho. No era algo que le gustara precisamente, pero aguantaba los trabajos físicos sin queja, quizás a disgusto, pero sin queja.

Ya había decidido que cuando tuviera un rato libre, se fabricaría un par de hondas para practicar el tiro que le había enseñado su abuelo. Sería un arma primitiva, pero ¿quién sabe? quizás mostrara su utilidad en el futuro y tirar con honda siempre le había gustado... Hacía ya muchos meses que no practicaba, desde que trabajaba de profesor, y era u nbuen momento para retomar la antigua costumbre.

Mientras cogían leña, le preguntó a Miguel:

-Oye. Y antes de todo esto, ¿a qué te dedicabas?

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16/01/2017, 10:59
Ciriaco Mendiola

- A mis años metido a bandolero, para lo que hemos quedado...

Ciriaco parpadea un par de veces con incredulidad, pero asume con presteza la nueva situación.

- Bien ¿cuando empezamos?

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16/01/2017, 20:48
Miguel Sánchez

Después de todo parecía que el listo sabía cargar madera y no se quejaba.

-Yo trabajaba en una gestoría en Madrid, ya sabes mucho papeleo y numeritos. Paro un segundo y limpia el sudor de su frente con la manga de su suéter.  Aunque he venido aquí de vacaciones durante muchos años, me aficioné a la caza y bueno espero cazar a alguno de estos cabrones. Con bueno han ido a dar, a hostias cruzan el estrecho si hace falta.

Nunca había sido racista ni xenófobo, pero se habían pasado ocupar España con todo eso de Al-Andalus, para hacer barbaridades como lo del balneario o crucificar a gente. De hecho el mismo intento aprender algo de árabe antes de todo esto, aunque sabía algunas palabras no las usaba se negaba a hablar el idioma del invasor.

-Es que mira que son idiotas venir a España. ¡Coño mira Napoleón! Al subnormal se le ocurrió entrar aquí y salió rapidito. La gente en cuanto vea movimiento se levanta y la lía. A veces pensaba que no lo harían pero se lo guardo para sí mismo. Se volvía a encender hablando de la invasión, debía evitar el tema.

-Joder lo que más echo de menos es una cervecita fresca. ¿No te tomarías una ahora? Se le hacía agua la boca sólo de pensar en ello.