Partida Rol por web

Uuuummmffff.

Sin duda, había dicho la verdad. Si venía atado, no tendríamos posibilidad alguna de pasar, pero aquel bicho asqueroso no iba a ponérnoslo fácil y de seguro que nos traicionaría a las primeras de cambio.

No. No vamos a pasar con él libre. Nos bastará con acercarnos y acabar con ellos, pero si confiamos en este gusano, seguro que nos tiende una trampa. Así que en mi opinión, lo mejor será que nos guíe, que nos diga lo que necesitamos saber para intentar pasar los controles y con eso tendrá que bastar. Pero lo que veáis. En todo caso, será mejor que lo lleve yo. Tengo más fuerza y puedo ahogarlo cuando quiera -dije, apretando el nudo y asfixiándolo.

-Por mí vale.. no me fío una mierda de este tipo, pero parece lo más práctico en este momento

Acerco mi cara a la suya, para dejar claro lo que pienso

-... pero a la menor sospecha, antes de que la cuerda te haya empezado a estrangular, tu cabeza estará dando botes por el suelo, y ojito, porque entendemos lo suficiente de tu asquerosa lengua

... bueno, es un poco farol.... si tenemos un encuentro, ya es problema suyo inventarse algo, o es trago muerto...

Miro inquieto a ambos lados del largo pasillo... las detonaciones del trabuco no parecen haber provocado alerta, lo cual quiere decir que estamos lejos del puesto de guardia siguiente..., pero no podemos descuidarnos.

-No perdamos tiempo

Comenzaron a avanzar a través de aquel largo túnel. Nada parecía cambiar demasiado. Ni la anchura ni la altura del túnel en continuo descenso hacia el centro de la tierra. Quizás lo que si cambió un poco fue la temperatura y la humedad, que a medida que descendían hacia el submundo, eran cada vez más elevados. Todos sin excepción sudaban bastante. No era el caso de Gargjar, quien evidentemente estaba más acostumbrado que ellos a esas condiciones ambientales.

- ¿En zerio no me vaiz a dezatar? - Preguntó. - ¡Ze oz tirarán enzima en cuanto me vean atado! - Se quejó amargamente. - La verdad no ze que ezperáiz que haga atado... - Refunfuñó de nuevo.

Lo cierto era que el camino a través del túnel era bastante sencillo de seguir. Una simple línea recta. Ahí no necesitaban guía alguno. Quizás si lo necesitarían más adelante, cuando lograran pasar el último de los controles que les quedaban por delante y entraran finalmente en el reino de Grulb III. Angarkok se abriría ante ellos como un laberinto en el que fácilmente se perderían.

Fue entonces cuando Gorbagog recordó la figura de Jargar. El carcelero que se convirtió en su liberador, más tarde en su guía y finalmente en su amigo, no era muy diferente de ese tal Gargjar. Aunque eso no quería decir que pudiera fiarse de éste. Daito mató al pobre Jargar confundiéndole con una amenaza. Eso era algo que no había olvidado, no podría hacerlo nunca. ¿Pero había perdonado realmente al norteño?

Gargjar... y Jargar. No podía haber nombres más parecidos para referirse a seres tan diferentes. Sin darme cuenta, me abstraje y miré a Daito que se encontraba a mi lado. Tuve que contener la ira que empezaba a acumularse en mi interior, por lo que apreté los puños, esperando que nadie se diese cuenta de eso.

Mi mente retrocedió durante lo que me pareció una eternidad, a cuando las manos de mi carcelero y las mías se unieron en un sincero agradecimiento. No fue solo un apretón de manos, sino la promesa de que su alma estaría a salvo, al hacer todo lo posible por ayudar a la mía.

Y después de eso... la muerte, innecesaria, inesperada, y cruel.

Pero en las guerras, aun cuando las empiezan los culpables, siempre las pagan los inocentes. El miedo es un poderoso aliado que empuja a correr más que nadie, matar más que nadie y rezar más que nadie. Daito era tan víctima como Jargar y como yo, solo que resultaba más difícil de aceptar.

Lentamente, mis dedos fueron relajándose, y yo fui regresando a la realidad.

- ¿En zerio no me vaiz a dezatar? Ze oz tirarán enzima en cuanto me vean atado!  La verdad no ze que ezperáiz que haga atado.

Mi mano se movió con rapidez para agarrar del cuello al trasgo.

-Escucha, basura inmunda. Vives para servirnos. Dejar de sernos útil, y morirás más rápidamente de lo que puedo matar a una mosca.

Después miré a los demás.

-Está bien, soltadlo. Yo iré a su espalda y al menor movimiento o gesto que no me guste, lo mataré y pasaremos por las malas. ¿De acuerdo? 

Las cosas en principio iba según lo planeado, habían tenido que librar una pequeña batalla, pero ahora tenían guía y parecía que salvoconducto para pasar sin hacer mucho jaleo, aunque era normal que ninguno se fiase de ese personaje, después de todo era un trasgo, no merecía ninguna confianza, hacia todo esto para salvar su miserable vida y era lo único que le importaba, si sabía lo que le convenía no enfadaría a Gorbagog, que lo tenia bien vigilado y bien cerca.

Asintió a las palabras de Gorbagog, si había que pasar por las malas, pues por las malas se pasaría, lo que no había duda que entrar entrarían, lo que no sabía era si todos saldrían con vida de allí. Los trasgos no le preocupaban  en exceso, había algo mucho peor en el interior de aquello, y sin duda tendrían que enfrentarse, por instinto se acaricio el vientre.

Tulius se encogió de hombros ante las palabras de Gorbagog de liberar al trasgo. El joven escudero ya se había hecho ilusiones de poder llevar con ellos a trasgo atado como si fuera un perrillo, aunque respetaría la decisión de su gran amigo de piel verdosa.

-Solo espero que no nos traicione -declaró, desatando la cuerda que habían colocado alrededor del cuello de Gargjar-. Parece cobarde, pero podría ser peligroso...

- Solo te aconsejo que no nos la juegues... - Le dijo Daito a aquel trasgo, en un tono calmado. Demasiado calmado para tratarse de él en referencia a un piel verde de hecho...

Nadie tenía más ganas de estampar a aquella sabandija contra el suelo, estrellando su cabeza contra la dura roca y hacer una papilla de materia gris de trasgo, si es que tenían de eso... Pero se contuvo. Seguiría el plan que sus compañeros habían establecido. Al fin y al cabo, lo importante era tratar de pasar desapercibidos y hasta el momento no lo habían hecho demasiado. Dejaban a sus espaldas infinidad de trasgos muertos y eso tarde o temprano llamaría la atención de alguien.

Y así fue como en pocos minutos, una vez Gargjar fue desatado, llegaron al siguiente punto de control. Se trataba como antes de una pequeña caseta, esta de piedra adosada a un muro. En el puesto se encontraban una serie de grandes trasgos apostados contra el muro. Lucían armaduras y portaban diferentes armas, incluidas alguna de fuego. Sin duda se trataba de un grupo bastante má profesional que con el que se habían topado en el anterior puesto de vigilancia.

De buenas a primeras miraron con mala cara a los recién llegados. Acto seguido se miraron los unos a los otros con cierta alarma. Era evidente que la presencia de humanos y enanos no les cuadraba ni por asomo. Se pusieron en pie y tomaron sus armas adelantándose unos pasos con claras intenciones hostiles. Aunque por otra parte, parecían dispuestos al menos a escuchar antes las mentiras que tuvieran que decirles.

En ese momento, el pequeño trasgo que había permanecido a su lado desde la pelea en el puesto anterior, salió al encuentro de aquellos vigilantes y mostró las palmas de sus manos descubiertas. Se había adelantado para mediar muy posiblemente, aunque también cabía otra posibilidad y esa era que les vendiera, lo que parecía más probable. El combate estaba listo para empezar.

- ¡Amigoz, amigoz! - Dijo entonces el pequeño trasgo. - ¡Zon amigoz! - Desveló. 

Los grandes trasgos al ver al pequeño Gargjar salir de entre las piernas de Gorbagog, se relajaron un poco. Parecía que le conocían. Sin embargo, al ver a aquel grupo de fornidos guerreros con las ropas harapientas y llenas de restos de sangre, no parecieron creer demasiado al vigilante del puesto superior.

- Ezte ez Ham... - Señaló a Scipio. - Hamham... - Tragó saliva. - Ez Hamham, zi, azí ze llama. - Concluyó. - Le ezperan en... allí en... le ezperan...

- ¿Qué diablos dices? - Le preguntó uno de los grandes trasgos a Gargjar. - ¿Estás borracho? - Olfateó en buscar de olor a alcohol en el aliento o la ropa del trasgo.

Al no olor a brebajes espirituosos, apartó de un manotazo a Gargjar y agarrando una lanza se acercó a Gorbagog y le apuntó ligeramente con ella. 

- ¿Hamham? - Le preguntó. - ¿Qué clase de nombre es Hamham? - Entonces lanzó un gargajo por la boca junto a los pies del gran trasgo. - ¿Quien eres? ¿Quienes sois? ¿Qué diablos queréis?

Lo que yo quiero no es importante. Lo que nuestro señor ha pedido, sí -le respondí, agarrando con cierto salvajismo a Nadja y atrayéndola hacia mí -. Está esperándola... con mucho interés, y ya sabes que no tiene demasiada paciencia.

La verdad es que prefería abrirme paso a golpes que con palabras, pero entendía que el peligro era mayor y que no todos iban a salir bien parados de una pelea, sobre todo con aquel grupo, mucho más peligroso que el anterior.

Así que ahogué mi rabia y mis penas y hablé como si supiese lo que estaba diciendo.

Total, en el peor de los casos, íbamos a terminar igual.

Mientras tanto, mi mano derecha asió el mango de mi hacha... por si acaso.

.. no es mal plan, me digo.. y hasta tendría sentido. Si ahí dentro quieren a alguien de fuera... qué mejor modo que contratar a unos mercenarios que conozcan su oficio... el ardid, puede funcionar.
De todos modos, por si acaso, tengo el trabuco listo, pero no en una posición agresiva, sino aferrada manteniendo cara de cabreo... lo cual no es que me cueste demasiado.
Y ya de paso, me fijo en qué trasgos portan armas de fuego. Si hay tiros, serán los primeros en visitar el Infierno

Para darle más credibilidad a a escena, forcejea sin mucha fuerza contra Gorbagog -¡¡Suéltame cacho de mierda!!- miro a los dos grandes trasgos y escupió a uno de ellos -¡¡asquerosos pieles verde!!-

Las palabras de Gorbagog no parecieron acabar de convencer de sus intenciones a aquel gran trasgo que les había salido al encuentro. Acto seguido se giró hacia sus compañeros y empezó a murmurar algo entre dientes. Los intrusos empezaron a pensar que no se librarían de un nuevo combate y echaron mano a las empuñaduras de sus armas. No obstante, tras la intervención de Nadja, algo pareció decantar la balanza.

Los trasgos observaron la escena que aquella hembra de pelo rojo estaba protagonizando y enseguida cabecearon de forma afirmativa y con gestos de complicidad. Finalmente les abrieron la puerta y les dejaron pasar a través de ella, saltándose así el último control antes de entrar en el gran reino de Angarkok. Por fin lo habían logrado y en ésta ocasión gracias principalmente a la fuerza bruta y a los embustes, ayudados por aquel pequeño trasgo traicionero llamado Gargjar.

Ante ellos se abría paso una gran urbe subterránea. Los edificios que la conforman, no parecían otra cosa que enormes termiteros distribuidos por toda la planta inferior de aquel aberrante lugar. Dichos edificios presentaban oberturas cerradas por rudimentarias puertas fabricadas con un material similar a la madera pero con un aspecto mucho más endeble. Unos extraños mohos amarillentos que resplandecían con una tenue luz propia, estaban presentes en todos los edificios y sujetos en todos los termiteros iluminando las callejuelas de aquella ciudad subterránea.

Se encontraban a las afueras de la ciudad y las calles estaban repletas de individuos que deambulan de un lado para otro cargando con pesados fardos, tirando de carretas, pidiendo limosna o tratando de vender al resto de transeúntes sus extraños productos. La mayor parte de ellos eran trasgos y grandes trasgos, pero también se contaban entre los habitantes de aquella ciudad, criaturas pertenecientes a otras razas, como eran osgos, gnolls, enanos grises, trolls de las profundidades, eslizoides, extraños humanoides con el color de piel grisáceo y carentes de ojos, no por haberlos perdido sino porque nunca los habían tenido, incluso algún ilícido, así como una gran variedad de seres de inverosímiles descripciones. Al fin y al cabo, se trataba de un maloliente núcleo urbano plagado de seres dedicadas a sus propios asuntos y a nada más.

Nadie se fijaba demasiado en el resto de habitantes de Angarkok, aunque un ellos, procedentes del mundo exterior si destacaban bastante y eran rápidamente divisados por aquellas gentes. Sin duda su extraña apariencia podría ser rápidamente objeto de robos, insultos o violencia gratuita. A medida que callejeaban acercándose al centro de la ciudad, ésta empezaba a volverse más transitada y las calles ya estrechas de por sí eran más retorcidas y estrechas todavía. En el centro los edificios eran más altos que en las afueras e incluso se podía decir que su arquitectura era más refinada, aunque era difícil que un extranjero se percatase y de hacerlo, definir el porqué.

- Ya habéiz llamado la atención mucho. - Dijo entonces el pequeño trasgo que les acompañaba. - ¿Qué pretendéiz hacer aquí? Zi no lo zé no oz puedo ayudar... - Alcaró entonces.

Por extraño que pareciera, aquel trasgo parecía dispuesto a colaborar. Fuera por salvar su vida o en agradecimiento a que los extranjeros hubieran cumplido su palabra, parecía que en efecto él también pretendía cumplir la suya. Aunque claro está, que podía tratarse de una simple estratagema para tenderles una trama. Nunca podían fiarse de un ser como aquel.

Gggmmmmmffff -farfullé, fastidiado por tener que aguantarme para no cortarle la garganta allí mismo y delante de todos. Su sola presencia me irritaba, pero podíamos necesitarlo. Ahora bien, de ahí a confiar en él... iba todo un mundo.

-El templo. ¿Dónde está el templo? Recuerda lo que te dije, solo vives mientras seas útil y no necesito un arma para matarte. Me basta con colocar mi mano sobre tu cuello -y así lo hice, apretando ligeramente -... y no detenerme hasta escuchar el chasquido de tu cuello quebrándose bajo mis dedos.

En mi fuero interno, sospechaba que tarde o temprano tendríamos que matarlo, pero ahora mismo, estábamos bastante más vulnerables de lo que podíamos reconocer y su ayuda, nos podía convenir.

-Así que venga, habla ya. Mi paciencia con los trasgos se agotó hace mucho tiempo.