Toma, dásela tú. Dice mientras tiende una poción de Curar Heridas Leves a Elnora. Si dices que está de nuestro lado no tengo problema en dársela.
Y dime, qué es eso en lo que te puedo ayudar.
Elnora tomó la poción de las manos de Enya y sopesó la posibilidad de quedársela, al final decidió que le resultaría más útil Etelimas que el néctar mágico que contenía el frasco y se acercó al mismo para verter el contenido dentro de su boca mientras respondía a la niña. Preferiría hablar de mis necesidades en privado, no es algo que deba ser conocido, incluso a mí me repugna mi condición.
Elnora bajó la voz para que nadie la escuchara. Necesito recuperar mi alma, un desgraciado me la arrebató sin perdir permiso, y aunque esta muerto no sé cómo conseguir lo que es mío.
¿Y por qué debía yo de saber como ayudarte? ¡No me dedico ni a entregar ni a arrebatar almas a la gente! Tan solo a eliminar a aquellos que no son gratos para mi.
Es muy sencillo, si sabes manejar la magia debes saber algo sobre el tipo de energías que puede lograr esos efectos, si te ayuda sé que debe estar en alguno de los planos inferiores, prometiste ayuda a quienes te apoyaran, si no eres capaz de dármela no tengo ninguna obligación contigo, así que para que quede claro, si no me proporcionas una pista, un nombre o algún objeto que pueda ayudarme en mi objetivo no dispondrás de mis habilidades para asaltar la aldea.
Gabriel, al ver cómo las dos mujeres se acercaban para hablar, dio unos pasos en su dirección y se puso a susurrar con ellas.
Siento haber escuchado la conversación, pero estoy interesado en tus palabras dijo mirando desde la profundidad de su capucha a Elnora.
¿Quién te arrebató el alma? ¿Reconociste el ritual? ¿Algún componente?
Elnora se sobresaltó al escuchar a Gabriel el cual acababa de irrumpir en la conversación, no le agradaba en absoluto que hubiera espíado la conversación, sin embargo el interés que mostraba indicaba que podía saber algo. No, no lo hizo en mi presencia, sin embargo tenía algo que ver con demonios, ese pacto es el que me proporcionó los poderes que ahora poseo, pero no sé nada más.
Etelimas abrió los ojos lentamente, sus peores heridas habían dejado de sangrar, pero aún estaba muy débil. Se incorporó levemente y miró a su alrededor.
-¿Qué ha ocurrido? -preguntó, confuso, antes de levantarse.
Motivo: Poción de curar heridas leves
Tirada: 1d8
Resultado: 5(+1)=6
Gabriel, es importante que ayudes a Elnora, es una buena pieza en todo este asunto. Y mi magia se basa en la naturaleza, no sé nada sobre magia arcaba y quizá tú puedas ayudarla más que yo. Necesitamos a Elnora de nuestro lado.
Si estáis dispuestos a ayudarme cumpliré mi parte del trato, espero que esta alianza resulte lo bastante fructífera para ambos.
Gabriel metió las manos entre las mangas mientras escuchaba a Elnora, asintiendo levemente.
Nunca se lee la letra pequeña... Como supongo que habrás pensado, la forma más sencilla de recuperar tu alma es renunciar a tus poderes. Puede que tenga alguna consecuencia por romper un pacto de ese tamaño, pero nada que una mujer fuerte como tu no pueda resistir.
Gabriel rió siseando como una serpiente.
Hay, claro, otra manera. Más compleja. Buscar en los siete planos infernales y encontrar al demonio. Desafiarlo por tu alma. Derrotarlo. Come su corazón y tu alma se unirá a ti.
Gabriel, que estaba hablando con Elnora y Enya, se giró ante las palabras de Etelimas.
Ha pasado, joven inconsciente, de que la oposición ha sido aplastada señaló con la mano el cuerpo de Sarita, que parecía que algo muy pesado le había caído encima.
Ahora es el momento. Debemos partir y enfrentarnos al pueblo. La decisión está en vuestras manos. Si os unís, seréis bienvenidos. Si no, ya conocéis el camino. Y tranquilo, brujo, si te unes, podremos restablecerte.
Etelimas miró el cuerpo de Sarita sin mostrar ninguna emoción.
-¡Pues claro que iré con vosotros! No me he puesto de vuestro lado para rajarme en la mejor parte. -dijo con media sonrisa pese a que aún sentía muchos dolores por el cuerpo.
Se miró.
-¿Quién me lanzó el conjuro de curación? Aún falta bastante trabajo. -dijo tratando de no perder la sonrisa pose valiente- Un poquito más de ayuda por aquí y estaré listo para asaltar cuantos pueblos sean necesarios.
Elnora dijo dejando de susurrar y hablando en voz alta. Ayúdame y haré todo lo que está en mi mano para cumplir tu objetivo. Si tú me ayudas con la invasión, tendremos dinero, tierras y esclavos suficientes como para poder ayudarte en todo aquello que necesites. Alguien sabrá lo que te sucede y alguien podrá ayudarte.
Únete a nuestra causa, y Gabriel y yo nos ocuparemos de ayudar a la tuya.
Elnora meditó las palabras de Gabriel, tomara la decisión que tomara debía dejarla para más adelante, puesto que ahora debía cumplir la tarea que tenían por delante, nada del otro mundo, pero les llevaría al menos un par de días más, después ya decidiría la opción que más le convendría. Esta bien, podemos esperar a mañana y trazar un plan mientras tanto, después estaré lista para el asalto.
La decisión estaba tomada. Los supervivientes que habían llegado al castillo decidieron apoyar a Enya, por propia decisión o siendo obligados.
Trazaron un plan de ataque. El señor del Castillo iría sólo con su ejército de animales, mientras que los compañeros, guiados por Gabriel, atacarían por detrás. Nadie se esperaría que los supuestos héroes de la Aldea del Loto fueran a traicionarles. Enya saboreaba la victoria, sabía que nada podría detenerles.
Pasó la noche y amaneció con los sonidos de los animales. Muchas de las criaturas del bosque fueron convocadas, otras habían llegado por su propia voluntad. Marcharon todos juntos hacia la Aldea.
Pero había quién sí se había enterado del ataque del Señor. Los elfos salieron de su bosque para enfrentarse a él. Querían hacerle razonar, evitar el enfrentamiento todo lo que fuera posible. Enya les pidió a los compañeros que no se metieran en ese combate.
Fue una lucha desigual desde el principio. Los elfos, con la poca magia que les quedaba, levantaron un escudo protector mientras otros lanzaban flechas hacia Enya. El Señor del Castillo, todavía disfrazada con una dulce apariencia, no dudó en destruir a su antigua familia. No dominaría la magia como ellos, pero los animales la obedecían. Ella mismo se convirtió en un rinoceronte que cargó contra los elfos. El escudo no tardó en caer y la sangre de los elfos baño las garras y los dientes de los animales. Enya clavó a muchos de ellos en su cuerno, desgarrándolos como si se tratara de un cuchillo.
Volvió a su forma, sin haber sufrido daño alguno.
Llega el momento de la batalla dijo mirando hacia la aldea. En ese momento, se dividieron. Los dirigidos por Gabriel tomaron un camino por el bosque mientras Enya dirigía a los animales de manera directa, hacia las puertas de madera de la Aldea del Loto.
En lo alto de la muralla se encontraban Bell, Lis y Meca. Apenadas por la muerte de los que creían sus amigos, se prepararon para el combate.
Una lluvia de flechas empezó a reducir el número de animales que la pequeña Enya llevaba a la batalla, pero éstos sólo rugían amenazadoramente. Esa era su batalla y los aldeanos morirían en sus garras. Los animales más grandes atacaron la muralla de madera de manera violenta. No resistió muchos ataques, se destrozó y los animales consiguieron entrar.
Los gritos comenzaron. La pequeña armada que quedaba, dirigida por Meca, hicieron frente a sus enemigos mientras los ciudadanos intentaban huir por la puerta trasera. Pero un ataque de Gabriel hizo que saltara por los aires. Los primeros en morir fueron los civiles que sólo querían huir, cazadores, leñadores que buscaban refugio para su familia.
Morgana se mantenía al margen siempre que Enya no le daba órdenes directas de acabar con la vida de alguien. Elnora y Etelimas conjuraban sus poderosas manos atrapando a hombres y mujeres, niños y niñas, y aplastándolos con violencia mientra sus rayos destrozaban el cuerpo de esas personas.
Kalehid se mantenía al margen, disfrutando del combate que sus zombies y esqueletos luchaban contra la armada.
Bell, Meca y Lis rodearon a Enya. La pequeña convirtió su cuerpo en un poderoso oso negro, que se levantó sobre sus cuartos traseros y superaba en altura a las tres. El combate fue duro e intenso. Enya sufrió cortes y golpes por todos lados, pero su afán de venganza era mayor que las heridas que le provocaban. La primera en caer fue Bell tras un corte en la garganta, seguida de Lis, a la que atravesó con una zarpa en el estómago. Meca, llorando de la rabia, golpeó y golpeó hasta que perdió su espada. Enya le agarró del cuello y se lo partió.
Nadie quedó vivo en esa aldea. Todos se convirtieron en alimento de los animales mientras los demás se encargaban de destrozar el pueblo, de hacerlo desaparecer. Jamás había debido levantarse, así que ese era su final más justo.
FIN