Partida Rol por web

Historias de Ultratumba: El Ritual

I. El Paseo de los Reyes.

Cargando editor
10/10/2021, 01:15
Director

Prue hizo un mohín ante las palabras de Remo, frunció el ceño, se le encendieron las mejillas y enmudeció. No se atrevió a contestarle aunque las ganas hervían en su joven corazón de adolescente. El hombre era rudo y portaba un hacha. Ella no dejaba de ser una niña asustada moviendo piezas en un juego de adultos. Von Haus no había terminado y arremetió una vez más contra ella. La barrió, literalmente, igual que un huracán de categoría cinco, lanzado todos los esquemas, argumentos y defensas de Prue por los aires. La hizo llorar.

Las lágrimas de Prue no eran como las de Clark. Clark despertaba en ellos ciertos desprecio, cierto desdén que iba unido a su mal olor corporal, a su debilidad. Ver llorar a Prue era como ver llorar a un ángel. Una niña con lágrimas de adulto. Sabía que la habían herido y mucho, pero no dónde o cómo.

—Confié en vosotros. Os conté mi sueño. Tenía miedo. Mucho miedo…yo estuve ante él. No había más opciones. Y ahora debo cargar con esto…—se palpó la frente, de abrazó como si un frío terrible se hubiera colado entre ellos —…no me quería a mí, no me quería dar caza. Era algo más íntimo. Más terrible…quiere algo que yo tengo, pero no sé qué es. Y aun así se lo di…—farfulló algo más, pero ya no se la entendió.

Se apartó de ellos, no mucho, para llorar en silencio. Los hombres decidían. Clark estaba más relajado. Decidió dormir con Von Haus, rechazado a Remo directamente. Le daba miedo dormir solo. Intentó ayudar al alemán a montar la tienda, pero era torpe, nada ducho. Se aplastó un dedo al tratar de colocar uno de los clavos que aseguraban uno de los vientos de la tienda e hizo un pequeño rasguño a la lona al arrimarla a una rama baja.

—Perdón, perdón.

Tuvieron que quitarle las herramientas de las manos para que no se hiciera más daño.

—Haré la segunda guardia con Tak , de todas formas no creo que vaya a dormir mucho—dijo Prue, más calmada, sin mirarles a la cara.

Clark no dijo nada. Se metió dentro de la tienda, con Von Haus. Daba la impresión de que iba a dormir a pierna suelta.

Se escuchó un trueno en la distancia. Una pequeña llovizna caía sobre ellos. Habían elegido un llano para colocar las tiendas, al abrigo de árboles frondosos que les protegían mayormente de la caída de agua. El frío no era tan agresivo como la última noche. Remo y Rainer se quedaron fuera de sus tiendas, las linternas encendidas, la oscuridad a su alrededor. Lo primero que escucharon, más allá del arrullo de la tormenta, fueron los ronquidos de Clark.

 

Tak cayó rendido por el sueño, y por su herida. Prue daba vueltas en su saco. Von Haus dormitaba gracias a la ayuda de sus medicamentos. Clark se despertó varias veces a su lado. No había pasado ni una hora cuando salió de la tienda. Remo le enfocó con la linterna, acusador.

—Tengo que hacer pis.

Se alejó un poco de ellos, le engulló la oscuridad. La lluvia era ligera y el viento suave. Escucharon como se bajaba la bragueta y orinaba. Y luego las pisadas.

No era como las de su sueño, las cuales habían resultado imponentes, llamativas, como si el cielo fuera a desplomarse sobre ellas. En esa ocasión fue algo leve, furtivo. Ramas rotas, pies grandes al posares sobre una maraña de hojas secas. Porque era algo grande, algo que chocaba con las ramas de los árboles y los hacía combarse a su paso. La madera gimió, se quejó, crepitó. Rainer despertó a sus compañeros, Remo enfocaba la linterna aquí y allá, pero los sonidos le confundían. Todo estaba oscuro. El bosque entero parecía moverse a su alrededor. Había algo, pero no supo identificar de que dirección venía.

Von Haus asomó su cabeza entre la tienda, aún aturdido por la medicación. Prue saltó fuera de su saco al momento. Estaba sudando, su corazón palpitaba con fuerza. Tak, también fuera, se había unido a la búsqueda con su linterna. Prue volvió a por la suya, sus manos temblorosas fallaron dos veces hasta que consiguió activar el interruptor.

—Hay algo afuera —susurró, acercándose a los demás —. Un animal…

—Uhhhh…—un quejido, un suspiro.

Los haces de luz convergieron en la tambaleante figura que se encontraba a menos de veinte pasos de ellos. Era Clark, la bragueta bajada, mocos secos debajo de la nariz. Su mirada estaba totalmente perdida. Estaba abrazado a si mismo, no dejaba de temblar.

—Ha venido por mí.

Les miró, sin ver. La luz le hizo daño a los ojos pero él caminó hacia ellos, muy torpe, muy lento.

Dos manos surgieron de la nada, por arriba, y tomaron a Clark por los hombros. Fue un parpadeo, Clark desapareció. Le escucharon gritar. Primero sorpresa, luego miedo. Más pasos, algo grande en la espesura. Un árbol se movió. La linterna de Tak captó algo; los cuartos traseros de un ciervo. O eso creyeron. Clark sollozaba como un niño. Rezaba, llamaba a su madre. Luego lágrimas. Solo lágrimas. Las pisadas se alejaron, en la distancia, varios árboles temblaron.

Escucharon un sonido horrible, de algo fresco y lozano, de algo vivo y grasiento, que se rasga, que se rompe. Una zambullida de algo líquido, un gorgoteo. Un grito. Clark, aullando brevemente, de dolor. Sus llantos se apagaron en mitad de la noche. Y, de nuevo, silencio. La lluvia deslizándose sobre las hojas de los árboles, el suave correr del viento. El galope de sus corazones, la respiración entrecortada de Prue. Miraban a su alrededor, a la senda por donde había desaparecido Clark. Todos recordaban las manos, de seis dedos, y los brazos oscuros a los que estaban unidas, anormalmente grandes, y como la oscuridad parecía un entorno natural para ellos. Prue estaba temblando, había olvidado su chaqueta en la tienda.

Silencio, salvo por su propia presencia. Puede que pasaran diez segundos. O veinte. O un minuto. Les llegó entonces, una voz lastimera, rota, agotada.

—Ayudadme —les pedía Clark, sus palabras gorgoteaban en su garganta como si un líquido espeso estuviera encharcándole los pulmones — ayudadme…

Y cuanto más hablaba, más débil se volvía su voz.

Notas de juego

Continúo para que la partida no pierda ritmo. Dewey, no pasa nada. Puedes hacer turno doble, aunque en el anterior ya estaba casi todo definido. En este tenéis algo más en lo que pensar.

Cargando editor
11/10/2021, 18:23
Remo Williams

Remo bajó la vista cuando Prue comenzó a llorar. No quería hacerla sentir mal, pero ella se había portado horrible con ellos también. Aún pensando que tenía razón en haberla tratado así, no le había gustado verla llorar.

- Lo siento -murmuró. Pero no se acercó, no la consoló más. No sabía como hacerlo. 

Intentó relajarse un poco cuando los demás se fueron a dormir. Descansar sus piernas, mirar al cielo, como cuando descansaba en las gasolineras o al costado del camino. Probó si los cigarrillos que había traído y había tratado de secar se podían fumar bien. No había soltado la linterna y mantenía el hacha bien a mano. No intercambió palabras con Rainer a menos que él lo hiciera primero. Se le antojaba un poco místico o filosófico para aquella hora de la noche, y lo que menos quería era pensar. No más. No entendía del todo lo que estaba pasando, no le gustaba no encontrar la salida ni la solución a aquel embrollo y sólo quería distenderse.

Clark fue a descargar su vejiga y escucharon los pasos. Remo se levantó y tomó el hacha. Buscaba casi con desesperación quien o qué estaba cerca de ellos. Finalmente enfocó a Clark.

- Ven aquí -le gritó o susurró, ni siquiera supo cual de las dos, antes de que las manos lo llevaran hacia la nada de donde habían salido. Los ojos de Remo se abrieron a la par que su boca.

No lo pensó. Si lo hubiera pensado seguramente hubiese actuado muy distinto. De 100 veces, sólo una hubiera hecho lo que finalmente hizo.

Se lanzó  a la carrera hacia donde había estado Clark, hacia donde escuchaba los ruidos, sus gritos, las ramas rotas, lo que fuera. ¿Que haría si los encontraba? ¿Que haría contra aquellos brazos no humanos que salían de la nada? ¿El hacha que tenía en la mano sería suficiente? Seguramente no. Pero no lo había pensado. Su linterna buscaba en un lado y en otro, su puño se apretaba contra el hacha. Pero no pensaba. Sólo corría.
 

- Tiradas (1)
Cargando editor
12/10/2021, 10:18
Rainer Maria Holtzmann

Finalmente, la noche se les echó encima de forma inmisericorde. Rainer hizo la primera guardia con Remo, ambos en un silencio que al alemán le pareció algo inquietante. La noche era inquietante. El bosque era inquietante. Y Rainer lo miraba con temor. Aunque su delirio matutino había pasado, la noche hacía que esa herida en su cordura supurara lentamente. Cada sonido del bosque le parecía una señal inminente, una presencia espeluznante.

Pero aquellas pisadas... Aquellas pisadas eran algo más. Rainer despertó al resto. Pero lo que vino a continuación dejó al alemán congelado. No fue capaz de moverse mientras Clark era engullido por el bosque. Los espantosos ruidos que se escucharon sólo podían significar una cosa y Rainer no se atrevió a moverse, paralizado como estaba. Imaginó a Clark despedazado por el ciervo o lo que fuera y vio a Remo adentrándose en la oscuridad.

Rainer boqueó varias veces, como si quisiera decir algo, pero no llegó a salir una sola palabra de su boca. En ese momento, se concentró en la llovizna que bañaba su cara, como si hiciera un esfuerzo por no pensar en el estado de Clark, a quien debían quedarle muy pocos segundos de vida.

Miró a sus compañeros de viaje con un gesto interrogante en la cara y con los ojos muy abiertos. ¿Saldrían vivos de allí?

Cargando editor
13/10/2021, 00:44
Albert Von Haus

No vi nada. No había nada que ver en ese bosque, salvo oscuridad. Una oscuridad que amenazaba con entrar en mi alma. Pero de todo lo que pudo sacarme de aquello, fue Prue quien lo logró. Seguramente me había pasado con ella, no lo sentía. No porque le había dicho la verdad y lo que sentía.

Pero fui padre una vez y mi hijo, de haber vivido, ahora tendría su edad, un par de años más. Verla así y sentir lo que una vez fui y había olvidado tras la muerte de mi familia, me hizo dar un paso hacia ella y extender mi mano para darle consuelo. Pero en ese momento me detuve y bajé la mano, aún lejos de ella y me alejé. Me seguiría llamando por lo que era, un viejo sátiro, sin darse cuenta de que aún diferenciaba una cosa de otra, cosa que ella no hacía.

Había despertado en mí mis más bajos instintos, como todas las mujeres desde el día que la mía falleció y pude alzar la cabeza de nuevo. Pero también podía, de hecho ya lo había conseguido, despertar al padre que murió hacía años en aquel supuesto accidente. Solo dependía de ella que al final tomase un camino u otro, pero estaba claro que por su actitud, seguiría siendo el viejo sátiro, porque jamás vería al aliado en mí y lo peor era que no podía contárselo porque no me creería y mis acciones siempre serían mal vistas por ella.

Cuando Clark dijo que dormiría en mi tienda, me cagué en todo lo cagable en alemán para no escandalizar a todos. Solo Rainer supo lo que decía y dudaba que hiciese una traducción literar de mis grotescas palabras. Pero tras ver lo estúpido, inútil y llorón que era, fijo que no nos dejaría dormir en toda la noche si le dejábamos solo en la tienda de Remo.

- Iestä bien. Ieste es el tgrato. Niada de lliantos. Niada de tiocagrme ni tiocagrte piorg la noche y yo nein te mietegre el biastön piogr ese agujegro que nunca ve la luz. - Y con eso dejé claras las normas para que descansanse conmigo. Eso sí, el saco de dormir ya lo podía buscar por ahí, porque solo tenía uno y no lo iba a compartir con él.

Compartí algo de cena con aquel tipo y esta vez me metí tres vicodinas en el cuerpo a parte del chupito tradicional antes de dormir de Killepitsch. Nuevamente ofrecí a todos salvo a Clark. - Iesto es piagra hombgres. - Le dije muy claramente. Entré en mi tienda, coloqué mis cosas en ella y me desvestí por completo para dormir en el saco, lo habitual para obtener más calor. Pero esta vez dejé la ropa fuera de la tienda. Estaba sucia y olía mal. Se iba a quedar en el bosque, menos peso. Me pondría la otra muda de ropa y algo aligeraría la carga. Y con el efecto de las pastillas, caí KO enseguida.

Rainer me sacó de mi sueño y asomé la cabeza por la tienda de campaña. Todos parecían estar en pie, por lo tanto algo pasaba. Cogí la ropa sucia y me la puse de nuevo, la tenía más a mano que la limpia y salí de la tienda, con la linterna en la mano, sosteniendo también el cuchillo y el bastón en la otra. Caminé hacia donde todos miraban y me encontré al hombrecillo, con la bragueta bajada y asustado, como siempre. - ¿Piagra esto tü despiertas a mï? - Le pregunté a Rainer y de golpe oí la vocecilla del hombre y como unas manos fantasmales se lo llevaban consigo.

Los sonidos que comenzaron a escucharse no eran nada alentadores y la imagen que nos mostró la linterna de Tak era la de una figura salvaje, animal... pero un ciervo no tenía manos. Instintivamente, por aquella parte del padre que una vez fui, me coloqué delante de Prue en todo aquello. Ni la miré, solo la hable. - Nein migres. Nein iescuches, Pgrue. - Yo tampoco quería mirar ni escuchar, pero si no lo hacía, podía ser el siguiente.

No había sonrisa en mi cara, ni palabras malintencionadas. El mensaje era claro hacia ella. No iba a tocarla, no iba a hacer nada que pudiese comprometernos más y mi mirada seguía pendiente de aquellos sonidos y mi imaginación me mostraba aberraciones en mi cabeza peores que sin duda alguna, lo que estaba ocurriendo a unos metros de allí.

Me apoyé en mi bastón, coloqué la linterna en la mano que sostenía al mismo y sostuve aquel cuchillo en dirección a los gritos. Mi corazón estaba a mil por hora y tenía miedo, mucho miedo. Aquel hombre misterioso dijo que respondería a mis preguntas en aquel lugar, no que viviría una pesadilla peor incluso que la muerte de mi familia.

Y tras todo aquello se hizo el silencio. Aquella cosa no vino y sentía la respiración agitada de Prue a mi espalda. Me giré y estaba desarropada. Como pude me quité la chaqueta y se la puse en silencio sobre los hombros... y volví a oír a Clark y vi a Remo perderse entre la espesura del bosque.

Estaba cansado, pero aquello no me dejaría dormir, estaba seguro de eso. Al menos la vicodina me tenía medio drogado, de lo contrario no hubiera corrido tras el camionero, siguiendo la voz de Clark. - ¡Quë alguien se quiede con Prgue! - Exclamé mientras mi cojera y mi bastón, guiados por la luz de la linterna y aquel pequeño gorgojeo del pequeño hombre me hacían apresurar más el paso. Dudaba que llegásemos a ayudarle... al menos como a él le gustaría que hiciéramos.

En mi cabeza solo había una manera de ayudar a aquel hombre. Aquella que había usado mil veces con mi padre y con mi hijo cuando atropellábamos a un animal o le encontrábamos herido y moribundo, viéndole sufrir en el suelo, sabiendo que no se salvaría: rematándole para que no sufriese más.

Ese era el único acto de piedad que podría tener con Clark. Acabar con su sufrimiento para siempre.

Aunque otros lo llamarían asesinato.

Cargando editor
15/10/2021, 02:18
Director

Prue ni siquiera se percató de que Von Haus había colocado una chaqueta sobre sus hombros. Estaba temblando, pero no de frío. Rainer estaba paralizado, atenazado por sus miedos, paralizado por sus vivencias. El bosque era un lienzo oscuro en el que recrear sus delirios. Lo llamaban, le susurraban. A la vez, no oía nada más que ha sido mismo y la voz de la cordura dentro de su cabeza. Seguía manteniendo el control. Pero no sabía hasta cuándo.

El primero en actuar fue Remo. Si lo hubiera pensando mejor no lo habría hecho. Si alguien le hubiera preguntado sus motivos, Remo no habría sabido que responder. Si la lógica o la razón hubieran imperado en el pensamiento del camionero, hubiera corrido en la otra dirección. No era un necio idealista, tampoco un místico que creyera en la providencia. Era un tipo que destapaba las botellas de bourbon con los dientes, que fumaba una cajetilla de tabaco al día y que olía a colonia barata, sudor y goma quemada. Corrió para salvar a Clark. Clark, un hombrecillo triste y patético que intentaba escapar del tedio de su vida en unas vacaciones en las que acabaría o demasiado bebido o un burdel de mala muerte. Clark, a quien había conocido hacía solo unas horas. Pero corrió para salvarle.

Quizás porque el ser humano era algo más que razón, carne y sentimiento. Quizás el ser humano poseía una fuerza interior que le impelía a pelear, incluso cuando sabía que la batalla estaba perdida. Esa fuerza le instaba a alzar sus puños contra lo desconocido, a gritar cuando todos callaban, a ponerse delante de una hilera de tanques en la plaza de Tiananmen o a correr hacia el reactor nuclear de Chernóbil para tratar de salvar los muebles. Esa fuerza desconocida, irracional, esa luz, intensa, cegadora, que todo lo llenaba y que, durante un breve instante, daba sentido a la existencia, no solo de un solo hombre, sino de toda una especie.

Von Haus salió corriendo detrás de él. Torpe por el bastón, torpe por los medicamentos, torpe por tratar de emular a Remo adentrándose en la oscuridad a una velocidad nada aconsejable para un cojo. Sus intenciones no eran tan románticas, él era más pragmático. Había cogido su cuchillo y no dudaba en que lo usaría.

Rainer se quedó atrás, tan congelado como Prue. Tak quería correr pero la herida en el pecho se le había vuelto a abrir y creyó conveniente quedarse con Rainer y la muchacha. Al salir de la tienda solo había dos cosas que había llevado consigo, su arma y su sombrero.

 

Remo. El hacha en la mano, pesada, preparada, el corazón palpitando, sangre en las sienes, la linterna loca, girando en su  mano, espantando la oscuridad, buscando. Los gritos, la sangre, el goteo, las pisadas. Ya no importaban, el miedo, tras él, mordiendo su oreja, la muerte, tras su nunca, cabalgando, sonriente. El camionero al frente, cargando, como cargaron los hombres muertos en la Fortaleza de Osowiec, corriendo, como corrió Filípides hasta Maratón, sin mirar atrás, sin pensar en consecuencias. Buscando solo un resquicio en aquella locura, una brecha por la que pudiera colarse y ayudar a alguien. Demostrando que a pesar del miedo, del pánico, era más importante salvar una vida que arriesgar la propia.

Lástima que llegase tarde.

Cargando editor
15/10/2021, 02:19
Director

Se detuvo en seco ante un gran árbol. La mayoría de las ramas estaban partidas. La recortada silueta parecía más un descomunal objeto de tortura que un árbol. Encontró lo que buscaba.

Clark, o un bulto sombrío que se parecía mucho a Clark. El rostro hinchado, amoratado y quebrado, como si le hubieran lapidado la cabeza. Su chaleco rojo rasgado, destrozado, su torso abierto de forma precisa pero brutal, como una flor que se abriese al sol. Las costillas, quebradas, retorcidas, en ángulos imposibles. Sus tripas, desparramadas por el suelo; intestinos, estómago, riñones, vísceras que brillaban cuando las apuntaba con la linterna. El vientre, atravesado por una gruesa rama de árbol que se había teñido de rojo y que lo sostenía. Igual que al ciervo, a diez metros de altura.

Cuando llegó ya estaba muerto, sus mirada, tan rota como sus gafas, estaba puesta en la oscuridad donde había depositado todas sus esperanzas.

Algo se movió no muy lejos. Todo el nervio de Remo se disolvió. Retrocedió en silencio, cauto. Aquella imagen, aquel nuevo sacrificio, le perseguiría en sus pesadillas hasta el fin de sus días.

Cargando editor
15/10/2021, 02:19
Director

Remo estuvo a punto de descargar el hacha contra Von Haus. El camionero retrocedía, aturdido. Von Haus le sorprendió por detrás y el hacha por poco voló de sus manos hasta su cabeza. Ambos se miraron durante unos instantes. Cerca, demasiado cerca. Remo negó con la cabeza, no había nada que hacer. Clark había muerto. No lo dijo, se podía leer en rostro; pálido, hundido. Asustado. Todo el arrojo del camionero se había ido por el sumidero.

Retrocedieron juntos. Remo quería correr, pero tampoco quería dejar atrás solo a Von Haus. No era solo por humanidad. Tenía miedo. No quería quedarse solo en la oscuridad con esa…cosa. El miedo les impelía, les guiaba, les confundía. Apareció Rainer, al lado de las sombras. Estaba temblando, de frío. Quizás. Les estaba buscando. No había nadie más. Prue se había marchado. Asustada, había corrido hacia la oscuridad sin siquiera una linterna. Tak la había seguido tratando de darle alcance.

Escucharon disparos a unos veinte metros a su izquierda. Un arma de mano, destellos en la oscuridad. Prue gritó, miedo pero no dolor, Tak soltó una maldición. Los árboles crujieron, el suelo tembló. Los hombres corrieron hacia el ruido. Prue volvió a gritar, más débil. O más lejos. Un trueno resonó, lejano, en la distancia. La tormenta parecía encontrarse en otro plano, en otra dirección, como si ya nada tuviera que ver con ellos. Las poderosas pisadas se alejaban, la intensidad remitía. Las linternas danzaban en sus manos como faros enloquecidos. Buscaban, rasgaban la oscuridad, llamando a un pedazo de cordura.

Las linternas, luciérnagas artificiales azotadas por una mano nerviosa, encendidas, zumbando de un lado a otro, tratando de arrancar un rostro, una chepa, una garra, de la oscuridad, tratando de buscar, de retirar el velo, de resolver el misterio.

Sudaban, corrían, se detenían y miraban a su alrededor. La noche se cerraba sobre ellos como una prisión. La lluvia les recordaba que aquel era su mundo a pesar de haber sido transportados a una dimensión de horror, sombras y muerte. El aroma de la tierra era dulzón, agradable, salvo por un hedor que les llegaba en ocasiones. Algo muerto, podrido, que les provocaba arcadas y un sabor a boca a bilis.

Habían abandonado el campamento con lo puesto*, ligeros, fugitivos.

Las pisadas eran como campanadas que presagiaban un nuevo entierro. No escucharon a Prue. Tampoco a Tak. Su pistola había quedado muda. De vez en cuando se apuntaban entre ellos con sus linternas. Remo, encorvado, tenso como un arco, el hacha en la mano, la mandíbula cuadrada apretada, dispuesto a saltar. O a romperse. Rainer, calmo, sereno, salvo por sus ojos que se sacudían de un lado a otro como moscas encerradas en un tarro, con miedo, mirando afuera y dentro de su cabeza. De vez en cuando balbucía algo que no se entendía. No se daba cuenta de ello. Von Haus, siempre atrás, apoyado en el bastón, inclinado como una torre a punto de derrumbarse. La expresión severa, de dolor en la pierna y miedo en su corazón. También había decisión, desafío, una ira seca que dejaba traslucir.

Se movieron, perdieron todo punto y noción. No recordaron donde quedaba el campamento. Todos los árboles parecían iguales unos a otros, macabras copias que se repetían incesantemente y que susurraban mentiras y amenazas. Estarían allí para siempre, decían, recorriendo sus negros pasillos salvajes, hasta que se acabasen sus fuerzas y se uniesen a la oscuridad. El sonido parecía venir de todos lados. Las pisadas, los árboles, quejándose, gemebundos, alertándoles de que algo se acercaba. Entonces torcían el rumbo, se alejaban. Ya no sabían hacia donde corrían.

Remo se detuvo en seco cuando el haz de luz de su linterna encontró algo; el sombrero de Tak. Sufrió un deja vu que lo dejó helado. La tierra estaba húmeda pero era imposible discernir si era agua o sangre. El terreno estaba removido. Von Haus tuvo tiempo de ver un agujero de más de treinta centímetros en la tierra húmeda; una pisada. Rainer vio arañazos en un árbol, como si algo grande hubiera chocado con él. También una bala pérdida.

Volvió el cazador. Se encontraba a sus espaldas. Algo pesado e inclemente rasgó una tela en la distancia, parecía una de sus tiendas. Mirando atrás, a la oscuridad, empuñando las linternas y las armas de las que disponían, vieron que algo se acercaba a gran velocidad. Voló por entre los árboles, quedándose enganchado en una de las copas; una de las tiendas. En la distancia, dos ojos brillantes se abrieron en mitad de la nada. A doce o trece metros de altura. Los ojos destilaban inteligencia y crueldad. Eran como soles, naranjas, prendidos en llamas. Sin pupilas. Algo dentro de la mente de Rainer se torció, patinaron sus neuronas. Le escucharon gemir y mascullar algo sobre una mujer y un ciervo. El alemán logró mantener el control de sí mismo; no aflojó sus esfínteres, ni dejó que sus piernas, ni su cordura, escapasen libres. Otra prueba de voluntad de la que salió airoso.

Le escucharon, por primera vez. No era como en los sueños. Era peor. Una voz cavernosa, podrida pero potente, igual que una montaña de cadáveres que se desmoronada. Un rugido, horrible, furioso. La criatura cargó contra ellos.

Notas de juego

*Podéis elegir que lleváis encima siempre y cuando se razonable, 3 objetos como mucho y la ropa. Entenderé que Von Haus coja su medición en cuanto sale de la tienda, por ejemplo, pero no el puchero. La brújula de Remo está perdida, por cierto.

Cargando editor
16/10/2021, 17:45
Rainer Maria Holtzmann

Finalmente, Rainer se había aproximado a los dos hombres que habían acudido a la llamada de lo salvaje, a la llamada de un Clark que obviamente ya era sólo un cadáver informe cuando llegaron. Temblaba. No estaba seguro de que fuese de frío. La oscuridad parecía cernirse sobre él y susurrarle algo al oído, rodearlo con una viscosidad repulsiva pero, al mismo tiempo, atractiva.

Rainer vio salir corriendo a Prudence, presa de un pánico indescriptible, pero de Tak sólo vio una sombra, que corría tras ella. Rainer no entendió el sentido de aquellos disparos, no entendió el sentido de los gritos de Prudence, no entendió el sentido de aquella oscuridad y de aquel silencio que los rodeó después. Levantó su linterna, sin saber muy bien a dónde apuntar y dijo tímidamente:

¿Prudence? ¿Tak?

Miró a Remo y a Von Haus con los ojos vacíos y muy abiertos. Fue entonces cuando empezaron a correr, pero Rainer no sabía si estaban huyendo de la bestia que había despedazado a Clark, si estaban buscando a Prudence y Tak o si estaban lanzándose a un suicidio no planeado.

Mientras corría, Rainer llevaba su linterna firme en la mano, aunque seguía sin saber hacia dónde apuntarla. De vez en cuando la dirigía hacia los lados, para asegurarse de que Remo y Von Haus seguían junto a él. Sus labios se movían y de su boca a veces salían palabras, pero lo raro era que él se daba cuenta de eso sólo como si lo estuviera haciendo otra persona. Se veía a sí mismo en tercera persona, en mitad de aquella oscuridad absurda y, en ese momento, le dieron ganas de pegarse unas buenas bofetadas a sí mismo para despertarse de su letargo onírico.

¿Adónde vamos? —dijo, sin embargo, aunque no estaba seguro de que sus dos compañeros lo hubieran escuchado.

Miró a su alrededor, sin saber ya dónde habían dejado las tiendas. Pero, entonces, una de las tiendas apareció volando llevada por el rugido de aquella cosa que los perseguía inclemente. Rainer vio los ojos, aquellos ojos, y sintió un aleteo en el interior de su cráneo, como si se le hubiera metido un gorrión en el cerebro y hubiera empezado a pugnar por salir de allí, por liberarse. Como respuesta, Rainer rio: soltó una enorme carcajada, seca, un simple «¡Ja!», como si se estuviera riendo del mundo, del sinsentido, del vacío.

Pero, entonces, sintió (o quizá vio o escuchó, ya no estaba seguro acerca de cuál de sus sentidos estaba usando) a la criatura volando hacia ellos. Mientras eso ocurría, se arrojó de rodillas al suelo y le gritó, con un grito que quizá era humano, pero que quizá no lo fuese, pues no surgía únicamente de su garganta, sino de lo más profundo de un espíritu que estaba a punto de romperse en mil pedazos:

¡Dime dónde está Bianka! ¡Muéstramelo! ¡Llévame con ella!

Notas de juego

Rainer lleva la linterna en la mano y, en los bolsillos, una navaja multiusos y un mechero. Esos son sus tres objetos.

Cargando editor
18/10/2021, 17:44
Remo Williams

La visión de aquellos ojos o lo que fueran hizo que Remo viese la muerte demasiado cerca. Mucho más de lo que había estado nunca. Dicen que toda tu vida pasa en un instante en estas situaciones, y algo similar le sucedió a él, aunque por un eterno segundo pareció detenerse todo. Lo que repasó en su mente fueron los últimos eventos. De hecho la vida antes de llegar a aquella cabaña se le antojaba de ficción, como algo que había visto en la tv.

Luchaba por unir los fragmentos de pesadilla que había vivido desde la tormenta hasta ahora. El río desbordado, el encuentro con aquellos extraños, la ausencia de alguien (ya ni recordaba quién), el muñeco, los sueños, el sacrificio. Todo culminaba con aquel encuentro. No habían encontrado a Tak ni a Prue. Clark estaba fuera de cualquier ayuda. La noche los engullía, en forma de espectro siniestro del bosque. Ya no tenían las tiendas, ni el mapa.

No tenía sentido seguir dudando, buscar soluciones racionales. Estaba en un mundo de pesadillas donde el único destino era morir. Rainer fue el primero en comprenderlo. Dejó escapar una risa demente, y luego una demanda que Remo dudaba que fuera respondida.

Cargó hacia ellos. El camionero reaccionó por puro instinto de supervivencia, empujó sin violencia a Von Haus, "¡Corre!" E intentó quitar del camino de la bestia a Rainer, tomandolo del brazo hacia el lado opuesto. No lo arrastraría, pero intentaría que quedase detrás de algún árbol grueso.

Él mismo correría. Si aquello quería alcanzarlo, al menos que le costara. Correría haciendo zigzag. Entre árboles, tratando de recordar dónde estaban sus compañeros, pero no haría frente a aquella cosa, salvo como última opción, en cuyo caso utilizaría el hacha y la linterna, intentando cegarlo. 

Recordaba el crujir de las ramas y que al menos algunos árboles se partían a su paso, tal vez los más grandes aguantaran y sirvieran de obstáculo. Cuando era pequeño jugaba con Brian a perseguirse, y cuando el perseguido encontraba un obstáculo, se quedaba allí detrás. Si su compañero iba hacia un lado, él iba hacia el otro, y si volvía, lo imitaba como espejo, del lado contrario. Tal vez aquella técnica funcionase con una bestia grande, si es que no derribaba el árbol. Mientras corría Remo se había decidido a vender cara su piel.

Notas de juego

Remo lleva hacha y linterna, y el encendedor en el bolsillo.

Cargando editor
18/10/2021, 21:10
Albert Von Haus

Jamás creí tener la muerte tan cerca cuando sorprendí a Remo por la espalda y vi mi hacha partiendo mi cabeza cual melón. Por fortuna todo quedó en un susto y el único que pudo lamentar algo fue Clark. Aquella cosa, aquella criatura del bosque se había ensañado con él con ganas.

Tuve que apartar la mirada para no vomitar y es que mi cuerpo y mi estómago no estaban hechos para ciertas cosas. Había hecho barbaridades en el laboratorio con las ratas y cobayas, incluso con mamíferos más grandes. Pero ver un cuerpo humano así era otro nivel y, a pesar de saber que la vicodina hacía efecto en mi cuerpo desde hacía tiempo ya y no iba a expulsar nada de ella, el sabor a bilis nunca me resultaba agradable.

De camino al campamento nos encontramos con Rainer. Yo cojeaba, el muslo me dolía por la carrera, pero el efecto de la vicodina lo mantenía en su línea. Lo importante ahora era no correr, sino todo lo contrario, no forzar más el cuerpo o no lo contaría. Pero escuchar disparos no entraba en mis planes ni en los de los dos hombres que me acompañaban. Corrí lo que pude, siguiendo la estela de los demás. Mi pierna se quejaba, pero Tak y la estúpida engreída e inocente niña estaban en peligro y lo peor era que mi instinto protector, el de aquel padre que perdió a su hijo, parecía haber salido a flote y buscaba redimirse encontrando y salvando a Prue.

Pero nada, ni rastro de ellos salvo el sobrero de Tak. La lluvia empapaba mi rostro y me devolvía a una realidad que era imposible de creer salvo para los que la estábamos viviendo. Una que jamás hubiese pensado que existía... o puede que sí, pues el accidente donde murió mi familia no tuvo nada de natural, como lo que estábamos viviendo. Perdidos en medio del bosque por correr sin rumbo no teníamos donde ir. No había cabaña y el campamento era imposible verlo bajo la lluvia que, a pesar de estar frenada por las copas de los árboles, dejaba entre ver poco tras la oscuridad.

Asustado y cansado, me apoyé en un árbol. No llevaba ni dos segundos cuando algo sonó a nuestras espaldas. Trataba de recuperar el aliento cuando le vi. Enorme, magestuoso, terrorífico y sin duda nuestro asesino. Miré a Remo y a Rainer. Tak debió de dispararle, pero parecía que solo le había enfadado más... quizás acabó con ambos y ahora venía a por quienes quedábamos. Remo no lo dudó, sentí como me empujaba y oí claramente su voz al tiempo que Rainer se arrodillaba ante aquella bestia, como si fuese a responderle a sus preguntas.

De no ser un maldito tullido, de poder correr bien, de no tener dolor, hubiera tirado de aquel pobre loco. Pero el instinto de supervivencia era siempre más fuerte que la ayuda altruísta y más de alguien que parecía querer morir en aquel momento. Así que no lo dudé desde que sentí como Remo me impulsaba a correr y eso hice. Huir. Intentar salvar mi vida aún siendo consciente de que esa bestia me daría alcance tarde o temprano, pues yo no podría correr toda lo noche y ni sabía a donde iba ni hacia donde me llevaban mi doloridos y cansados pasos.

Notas de juego

Inventario:

- Vicodina.
- Bastón.
- Cuchillo.
- Linterna.

Cargando editor
19/10/2021, 01:02
Director

Rainer Maria Holtzmann se arrodilló en mitad de la tormenta, mártir de la verdad, incansable buscador de una realidad que no podía existir. Su mente había sufrido un desliz, toda su jerarquía mental se había precipitado por un agujero dentro de su cabeza, cayendo hasta el final de un pozo que no sabía que existía en su interior. Todo eran sombras y certezas, todo era oscuridad y vacío. El alma se helaba. La Verdad era cruel, despiadada, una piraña que arranca la carne tierna de un infante de sus huesos. Se arrodilló e hizo su petición. Porque necesitaba saber. O, quizás, porque ya sabía demasiado y quería que todo terminase.

El suelo temblaba. Así también sus corazones. El trueno petardeó. Un relámpago en la distancia iluminó el interior del bosque. Los gigantes verdes mostraron entre ellos un intruso, una forma colosal y cuadrúpeda, peluda como un ciervo. También humana. Remo y Von Haus trataron de enfocar sus linternas, pero solo arrancaban pedazos de información, nada que pudieran unir dentro de sus cabezas para descubrir que era aquella cosa.

Estaba galopando. Los árboles se combaron a su paso. Le escucharon gruñir; un carroñero, un animal rabioso, un jadeo que rozaba lo humano. Pero no era ninguna de las tres cosas. A la vez, era mezcla de los tres. Hombre, animal, muerte.

Remo reaccionó primero. Empujó a Von Haus lejos, animándole a correr. Tiró de Rainer hacia las sombras, hacia ninguna parte. No había camino, no había retorno al hogar, no había lugar al que escapar. Solo oscuridad.

Cargando editor
19/10/2021, 01:03
Director

Escuchó como algo se desligaba del suelo y se precipitaba hacia el suelo. Un árbol, pensó Von Haus, uno de esos imponentes colosos, derribado por el paso de la criatura. Se estremeció cuando lo escuchó caer, no muy lejos de su posición.

Se encontraba envuelto en sombras. Trataba de enfocar su linterna en una dirección de escape, pero todas presentaban dificultades para él; subidas, descensos, barro, pasos estrechos, raíces traicioneras que le ponían las zancadillas. El agotamiento a sus espaldas, el dolor en su pierna, el miedo dentro de su cabeza, martilleando incesante como un motor de combustión.

La lluvia escupía sobre sus pensamientos. Pasos, nada. Se había quedado solo. El viento corría entre los árboles igual que un fantasma aullador. Entonces la vi. Una figura de piel lechosa, bien formada, atrapada debajo de una pesada rama. Prue trataba de pelear contra la pieza del árbol que había dejado atorada su pierna. Arrugó su frente, lisa, inmaculada, mientras sus músculos se tensaban. Se encontraba a oscuras, sola, con aquella cosa cazándoles por las inmediaciones. Su rostro era la viva estampa del terror.

Había perdido la chaqueta que Von Haus le había prestado y se habóia desgarrado parte de la camiseta interior. Tenía un feo corte en el hombre, cerca de la banda del sujetador negro que llamó poderosamente la atención de Von Haus. Enfocó con la linterna, ella se protegió los ojos, asustada.

—Tak —su llamada era casi una plegaria. Sus ojos se aclararon, reconociendo a Von Haus —. Ayúdame. Estoy atrapada —trató de mover la pesada rama, la hizo tambalearse, pero solo un poco —. Ayúdame.

Von Haus no tardó en comprender que el agua que caía por sus mejillas no eran gotas provenientes de la tormenta, sino lágrimas.

—No me dejes morir, por favor. No me dejes morir como a tu hijo…

Cargando editor
19/10/2021, 01:04
Director

Los brazos abiertos. Le esperaba. Le necesitaba. Quería una respuesta. No, la había exigido. Bianka. Todo eran sombras. Estaba desnudo. Sentía el suelo virgen bajo sus pies; el barro, la hierba fresca, la tierra húmeda. Corría. Al menos, una parte de él estaba corriendo. El destino (Remo) tiraba de él. No había camino por el cual correr. No había nada. Un muro oscuro, desaparecer. Su corazón se encogía. A la vez, palpitaba con furia.

Ella apareció. Bianka. Su cuerpo voluptuoso como nunca antes le había visto. Desnuda, hermosa, sudando. Danzaba, sensual. No podía apartar su mirada de ella. Bianka también le miraba. Sonreía, pícara. Se acercaba a él. Su cuerpo se contoneaba como el de una concubina real. A veces la imagen perdía consistencia. La cabeza de ella desaparecía, engullida en las sombras. En su lugar aparecía la de un ciervo. La mujer ciervo. Su ama. Su señora. La guardiana de la puerta. Al menos, de una puerta. Un parpadeo, volvía a ser Bianka, seductora, arrebatadora, un objeto sexual. El sudor hacía brillar su cuerpo. Sus senos, abultados, desbordantes, estaban llenos de vida. Su sexo prometía placer y olvido. A veces su rostro desaparecía. Otras veces era el rostro de la mujer ciervo el que era engullido por la oscuridad. Entonces el cuerpo de su esposa también desaparecía y creía ver algo más allá del velo. Algo horrible que torcía su mente. Algo que no podía asimilar sin ser destruido. Una verdad tras la Verdad.

—Tómame, Rainer. Hazme tuya, aquí. Nunca te he abandonado —su voz era la de Bianka, pero sonaba poderosa, henchida de poder, de vitalidad —. Te he estado buscando. Durante todo este tiempo. Mi amado. Ahora volvemos a estar juntos, por fin.

Tomó sus manos. Su piel era seda. Olía a algo dulce y natural, a flores y campo, a almizcle y sudor. Rainer descubrió que estaba excitado. Miraba sus ojos. Eran huecos. Eran sombras. Eran los ojos claros de su esposa. Eran la nada. Eran soles, ardientes, capaces de consumir almas. Bianka acercó sus labios a los de él.

—Bésame —pidió, anheló, deseó.

Un llanto rompió la escena. Rainer sabía que no estaba allí. Una parte de él estaba corriendo por otro lugar, sudando. El destino (Remo) tiraba de él. Era el río que le llevaba a alguna parte. Necio ¿No veía que no había sendero? Igual que no había comienzo, no había final. No había significado, ni sentido, ni…el llanto, volvió. Giró su rostro. Había alguien más.

Una vaporosa figura, una mujer envuelta en un sudario negro que revoloteaba a su alrededor como humo blanco. Se encontraba sentada sobre algo que él no podía ver. Era Bianka, menuda, pulcra, un ángel, sin el tono soez y vulgar de la otra. Su voz era más suave, más real. Lloraba desconsolada. Su llanto era lo que había tenido a Rainer. Aquí, allá, dentro de su cabeza. Una bofetada con una mano helada.

—¿No ves lo que te está haciendo? ¿Por qué le dejas que te haga esto? —entre el sudario, sus ojos, mirándole con reproche, con cariño; el ser querido que ver como su amado se entrega a las drogas, a un pozo de miseria en el que se hunde cada vez más.

El llanto, desconsolado. Apartó la mirada, no quería verlo. Él tendió su mano hacia ella. Sabía que no podía tocarla. Demasiado lejos. Detrás de una…Puerta. Puerta. Su mano estaba pegado a algo viscoso y áspero. Otra mano. Bianka, seductora, volvió a ganar su atención. Pegó sus generosos pechos contra el torso de él. Le dijo algo peor Rainer no la escuchó pero si oyó a su esposa.

—Ella es el alma del mundo. Ella es la puerta. Ella es el ángel. Tienes que salvarla, no dejes que nos la arrebaten.

Rainer entendió. No hacían falta más explicaciones. Prue. Ese fue el nombre que acudió a su mente.

—Tienes que salvarte.

Un sollozo. Nada. Desapareció. Volvían a estar solos. Amor en el aire, sexo en el ambiente. Estaba excitado, su corazón bombeaba sangre con furiosa rabiosa. Quería tomarla. Un beso. Ella pedía solo un beso. Bianka. O, al menos, una cosa, puerta, dios, muerte, que se parecía a ella. Un beso. Ella abrió sus carnosos labios para besarle.

Olía a cadáveres, a cientos de ellos en descomposición.

Cargando editor
19/10/2021, 01:05
Director

Rainer era un peso muerto. Sabía que, de soltarlo, se quedaría atrás, en las sombras. Von Haus estaba cojo, pero al menos había echado a correr cuando le había empujado, renqueando en la oscuridad. Ahora les tocaba a ellos. Y debían darse prisa porque todo indicaba que la criatura corría detrás de ellos. El suelo temblaba, el sonido enmudecía los latidos de su corazón. Los árboles se agitaban a su alrededor. Las ramas se quebraban, la corteza era arrancada. La criatura era ágil. Pesada pero ágil. Conocía el terreno, el bosque, cada palmo, cada brizna de hierba. Era su hogar. Remo iba dando tropecones. El miedo, al prisa, Rainer. Todo jugaba en su contra. La lluvia, el barro, la oscuridad. La linterna daba vueltas en su mano, el hacha, acoplada en el cinto, se le clavaba. Rainer estaba ido. Sus ojos parecían mirar a otro punto, distante. Estaba solo.

Algo se echó encima de ellos, pesado, gemebundo. Remo miró arriba, le pareció ver un enorme brazo que descendía para agarrarle. Entonces lo arrastraría a la oscuridad como había hecho con Clark. Y lo partiría en dos. Tardó unos momentos en comprender que la sombría que caía sobre ellos era un árbol. Trató de correr, tropezó. Se llenó el rostro de barro. Rainer no le ayudó a levantarse. Cuando lo hizo, supo que tenía un instante para pensar en qué dirección correr y no ser aplastado. Pero no veía una mierda.

Un hombre en gabardina le señaló una dirección. Una figura familiar, puede que una sombra entre el barro y la noche. Imaginaciones suyas. Brian.

Corrió hacia allí, tiró de Rainer. El árbol cayó sobre el lugar que él y el alemán habían ocupado un instante antes. Todo el suelo tembló. Siguió corriendo. ¿Hacía dónde? La tenían encima. Podía oler su aliento a carroña, a cuerpos en descomposición, a promesas de muerte. Rainer tropezó, se detuvo, le puso en pie. Estaba ido del todo. Balbucía algo. Bianka. O Prue. Ya no podía entenderlo. Estaban solos. El trueno rugió. El cielo se oscureció más aún. Estaba sobre ellos. Tras ellos. Algo rozó su cabeza, áspero, frío. La muerte.

Un gruñido, animal. Se alejaba. Siguió corriendo. Solo se detuvo cuando perdió todo su fuelle. Se recostó contra un árbol. Rainer respiraba con dificultad, estaba agotado, pero se mantuvo rígido, de pie. Era un autómata. No había soltado la linterna. Remo trató de pensar con claridad. Podían huir, alejarse. Sería fácil. Para él. Podía soltar lastre. La criatura había dado media vuelta. Iba a por Von Haus. El cojo no tenía ninguna posibilidad. Había que ser rápido, eso era todo. Y él era lo bastante rápido. Si dejaba a Rainer, si abandonaba a Von Haus, podría conseguirlo. Correr hacia su salvación. Él podía lograrlo.

Pero tendría que hacerlo solo.

 

Notas de juego

En tu siguiente turno, aunque estés con Rainer, ponte a ti solo como destinatario.

Ahora, si puedes comunicarte con Rainer. Si quieres decirle algo, puedes hacerlo. Entonces le citas, pero solo podrá ser diálogo, nada de otro tipo de aclaración.

Cargando editor
20/10/2021, 14:14
Rainer Maria Holtzmann
Sólo para el director

Ella. Allí. Al fin. Se le ofrecía, tentadora, como una Salomé danzante. Y Rainer parecía sucumbir ante esa imagen, pero su imagen iba y venía. ¿Era realmente ella? No, era la mujer ciervo. Y de nuevo ella, tentadora, fértil, esperando ser fecundada de nuevo. Sintió cómo se le acercaba y lo rozaba, ¿qué estaba pasando?

Pero el llanto rompió el encanto. Bianka. Ellla sí era Bianka. Esa Salomé, esa puta de Babilonia no era más que una imagen del bosque, tratando de arrastrarlo hacia el abismo. Pero el llanto, el llanto era de verdad Bianka. El corazón de Rainer se estremeció y se quebró al verla, al escucharla, al sentir el cariño que brotaba de sus ojos y de sus labios: ella era de verdad su Bianka.

Alargó sus manos hacia ella, la Bianka ángel, no el demonio tentador, y entonces escuchó las palabras: ¡el alma del mundo! ¡Prue! El espíritu de Rainer dio un brinco, resucitó.

La puta de Babilonia, la Salomé danzante, la falsa Bianka se le volvió a aproximar tentadora, pero su Bianka había roto aquel hechizo: «Tienes que salvarte», retumbaron esas palabras. Tienes que salvarte, tienes que salvarte, tienes que salvarte. ¡Por ella! ¡Tienes que salvarte! ¡Despierta!

¡No! —le gritó a la puta de Babilonia, dándole un empujón a su cuerpo desnudo, seductor, pero luego también fétido—. ¡No! ¡Aléjate de mí!

Cargando editor
20/10/2021, 14:19
Rainer Maria Holtzmann

¡No! ¡Aléjate de mí! —había gritado Rainer antes de ponerse a correr para huir.

Sus pies se agitaban, estaba corriendo. Sí, estaba corriendo. Salió de su ensimismamiento. El brazo de Remo lo había arrastrado y, sin darse cuenta, había empezado a correr desesperado. ¿Había visto realmente a Bianka o lo había imaginado? ¿Acaso importaba? ¿No fue también real el sueño de la noche anterior?

Tienes que salvarte. Tienes que salvarte. Tienes que salvarte —jadeaba mientras corría huyendo de aquel espeluznante bicho—. Ella es el alma del mundo. ¡Ella es el alma del mundo! Ella es la puerta. Ella es el ángel. ¡Tenemos que salvarla! ¡Prue! ¡Prue!

Gritaba desesperado mientras sus pies seguían corriendo, sin dejar de moverse un segundo. Ein jeder Engel ist schrecklich, pero esta vez no era terrible, ¡ella era el alma del mundo! Todo el rato la había tenido junto a él, pero el bosque había intentado arrebatarle la cordura para que no la viera, el bosque era el demonio, pero ella era el ángel.

Pero, ¿cómo escapar de aquel monstruo del Averno? Mientras corría, Rainer miró a Remo y a Von Haus. Este último cojeaba, pero aun así corría casi tan rápido como ellos dos.

Prue debía estar viva. Debían encontrar a Prue. Dónde. Dónde estaba ella. Dónde. «Dime, Prue, dime dónde estás: tú eres el alma del mundo, tú eres la puerta, tú eres el ángel. Dime dónde estás». Sus pies seguían moviéndose, pero por un momento le pareció que se elevaba, que su espíritu salía de sí mismo, al encuentro de ella. De Prue. Pero también de Bianka.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Hago una tirada de Meditación (Poder), en la ilusa idea de que quizá sirva para invocar a Prue. Veamos...

Cargando editor
21/10/2021, 00:09
Albert Von Haus

No sabía donde estaba. Había buscado el camino más sencillo para mí para huír y eso me hizo separarme de los demás. No sabía si esa bestia me buscaba a mí ahora o si iba a por Remo, porque sin duda, Rainer ya debía haber caído. La lluvia no me lo ponía fácil y el suelo era cada vez más peligroso para mí, no solo por las engañosas raíces, sino por las traicioneras piedras que me hacían patinar o el mismo suelo, que hundía mi bastón más de lo que debía.

Aún así, corría sin detenerme casi ni a respirar. Mi corazón se agitaba con fuerza en mi pecho y con suerte moriría antes de un infarto que bajo la aterradora mirada de aquella criatura. - El bosque es su hogar. - Recordé en mi cabeza y de golpe aquel árbol o lo que pareció ser un árbol tronchado por un relámpago, sonó en la espesura del bosque.

Por desgracia o por fortuna, aquel árbol estaba en mi camino y mientras huía, me acercaba a él, sabiendo que en cualquier momento me tocaría bordearlo. Pero no esperaba encontrarme a nadie allí y menos aún a Prue.

La miré, la lluvia me dejaba ver sus lágrimas. Me confundió con Tak inicialmente, por lo tanto el oriental podría estar vivo aún. Miré la rama que la aprisionaba y como de pronto su prepotencia y soberbia se esfumaron para pedirme ayuda. Miré hacia atrás, debía dejarla allí pues no me fiaba de ella. Capaz era de empujarme, quitarme el bastón y dejarme allí tirado. Pero ese sentimiento paternal seguía allí y yo era un cabrón, pero no tan cabrón.

- Buscagrë uno piedgra ggrande y una griama. ¿Conioces el dicho "diame un piunto de apoyo y miviegrë el mundo"? Pues ieso es lo que yo hiagrë. Nein te pgriocupes, prionto segräs libgre de nuevo.

Y mientras buscaba la piedra, escuché aquellas palabras que llegaron a lo más profundo de mi corazón y cerré los ojos. Jamás le dije a nadie que mi hijo había muerto. Jamás les conté que le había matado yo, pues fue culpa mía. Pero lo que más me dolió, es que no le dejé morir, simplemente lo hizo en el acto. Jamás tuve ocasión de salvarle a él o a mi mujer.

- Nein Pgrue, yo le matë. El accidiente fue mi culpia. Muriö en el acto. - Le dije de espaldas, sin ver mi rostro y encontré la piedra que buscaba, robusta y grande. No estaba muy lejos de Prue y dejé el bastón con la linterna en el suelo para poder llevarla con las dos manos. Me iba a costar, pero no estaban tan lejos. Al llegar a la altura de Prue me detuve con la piedra un instante. - Y nunca os lo he contiado a ninguna. - Mis ojos brillaron en la noche y un relámpago iluminó mi rostro. Mi mirada no era normal, estaba como ida y mirando con odio a Prue.

Aquello había dolido demasiado.

- Nein te pgreocupes. Nein es la pgrimegra vez que lo hago. Pgrionto segräs libgre como te dije. - Dicho esto, dejé caer la piedra sobre la cabeza de Prue. Oí como su craneo se partía con el peso de la misma después de escucharla gritar algo. Me daba igual el que. Estaba claro que se había vendido a esa bestia.

Vi su cuerpo convulsionar y mientras terminaba de morir me acerqué a por la linterna y el bastón. No podía perder más tiempo allí. Regresé a su lado. Sabía que jamás se separaba de aquel mapa y lo busqué por su cuerpo. Tenía que llevarlo encima... y alumbré de nuevo mi camino a seguir, alejándome de la bestia. Ahora que había matado a su amada, sin duda vendría a por mí. Pero él era un animal y yo tenía algo de inteligencia aún. Recordé como se enganchó con su cornamenta en los árboles y eso busqué, árboles frondosos donde meterme, donde dificultarle mi persecución...

Cargando editor
21/10/2021, 20:31
Remo Williams

La carrera en la noche fue caótica, sólo iluminada por la luz de la linterna, algún relámpago aislado y su propio miedo. Al cabo de algunos momentos, aún sostenía el brazo de Reiner como si aquello fuera lo único que lo anclaba a la realidad. Lo miró por un momento, como si nunca lo hubiera hecho. Estuvo a punto de preguntarle "¿Qué haces tú aquí?", pero claro, se le hubiera reído en la cara, llamandolo Bianka, o peor.

La bestia parecía que no los había seguido, sino que había preferido una presa más fácil de alcanzar. Von Haus. El crujir de los árboles hacia la zona donde calculaba que estaba el hombre del bastón hacía no muy difícil adivinar su ubicación. Otra ancla. Esta vez moral. Remo había visto una vez un documental que hablaba de las manadas que dejaban al eslabón más débil para que se lo comiesen los depredadores, las hienas o leones, para que el resto pudiese escapar. Veía la lógica de aquello, era parte de la naturaleza, no tenía nada de malo.

Creía que sabía, finalmente, cómo salir de allí. Al menos como escapar temporalmente de su cornudo perseguidor. Vive y deja morir. Como la canción, como aquella película de James Bond. Escuchó el estribillo en su mente y casi se convenció.

Casi.

Pero no.

- Quédate aquí -le dijo a Rainer tomándolo por ambos hombros y gritándole a centímetros de la cara. ¿Me oyes? Espérame aquí, salvo que estés en peligro. Miró hacia la espesura, como si pudiera ver dónde estaba Von Haus y no sólo adivinara por los sonidos que dejaba escapar la noche. Regresaré enseguida -quiso convencerlo y a la vez a si mismo, sabiendo que no era demasiado probable que cumpliese con su palabra.

Y volvió sobre sus pasos, tomando nuevamente el hacha, como si fuera a ayudarle mucho.

Cargando editor
23/10/2021, 21:10
Director

Remo dejó a Rainer atrás. De nuevo hablaba, pero solo incoherencias. Ni siquiera sabía si había escuchado sus palabras. No podía volver atrás con él. Era un peso muerto, un zombi atrapado dentro de su propia locura. No había nada sólido a lo que agarrarse. Salvo al hacha. El hacha era real, su tacto frío, su cabeza afilada. Encajaba muy bien en su mano, con su personalidad. Remo decidió volver atrás, a por Von Haus. Como si él pudiera hacer algo. Él y su hacha. Había retrocedió diez pasos cuando se detuvo.

Silencio. El agua deslizándose por la oscuridad como escurridizas lagartijas. Un relámpago, lejano, iluminó el bosque del macabro bosque. Todo parecían caras y ojos, cuernos y manos, ocultos en la noche. Solo eran ramas, decía la razón. En su cabeza era difícil distinguirlos. Remo descubrió que estaba desorientado, había perdido la noción del lugar. No sabía dónde estaba el campamento, cuál era el camino que había tomado, no había camino de hecho, ni donde encontrar a Von Haus.

Pasó unos segundos mirando la oscuridad, sin saber qué hacer, hasta que una mano se apoyó suavemente en su hombre. A Von Haus casi le había clavado el hacha, esta vez  ni se movió. Aquella presencia no era amenazadora. Al contrario, era…reconfortante. Era Rainer. Sus ojos se habían aclarado, tenían un brillo especial, una píldora de sabiduría. Su linterna ya no temblaba en la mano. Le indicó una dirección. La dirección correcta.

La gente no creía en lo que podía ver. Sus propios sentimientos eran formas extrañas que crecían en el interior pero que debían ser ignorados. Todo era cosa del cerebro, de la electricidad entre neuronas, de la química. Rainer creía en algo más. Rainer tenía fe. No sabía dónde encontrar a Von Haus. Pero sabía dónde encontrar a Prue.

Ambos hombres se movieron en silencio a través de la espesura.

Cargando editor
23/10/2021, 21:10
Director

Prue se encontraba atrapado debajo de un árbol caído. La linterna de Von Haus iluminaba su rostro y parte de su torso. Rainer y Remo lo vieron todo desde la distancia, entre la espesura. El bastón de Von Haus, caído al lado de la linterna, indicaba que el doctor había llegado hasta allí. Vieron la escena mientras corrían, jadeando, peleando contra la maleza, sin poder hacer nada.

Una sombra de alzó al lado de Prue. Al principio se pensaron que era un gigante de dos metros. Al mirar mejor vieron que era Von Haus, tambaleándose por el peso de una gran roca que había cogido entre las manos y subido por encima de su cabeza.  La dejó con caer con violencia sobre el rostro de Prue. La muchacha emitió un grito que murió pronto en su boca. Escucharon un gorgoteo. Sangre o agua. Von Haus recuperó la piedra, a punto estuvo de caer. Volvió a alzarla y la volvió a dejar caer. Vieron el cuerpo de Prue, aún vivo o con espasmos, dando manotazos. Su cara partida en dos, los dientes perdidos, la mirada perdida, asfixiada por la luz intensa de la linterna. Von Haus descargó un tercer impacto antes de que Rainer y Remo llegasen ante él.

Rainer apartó a Von Haus de Prue, forcejeó con él. Lo tiró al suelo, le agarró de su chaqueta y lo zarandeó. Gritaba algo incomprensible sobre una puerta, un ángel. Sobre Bianka.  Maldecía, lloraba, había ira, rabia, tristeza en cada una de sus palabras. Von Haus se mantuvo impertérrito mientras se dejaba llevar por la corriente Rainer. Su pierna le impedía ponerse en pie. Remo intervino después de examinar el cuerpo, metiéndose entre ambos.

—Es un ciervo —dijo —. ¡Es solo un ciervo! —gritó, y Rainer se detuvo.

Los tres hombres se acercaron al cuerpo. Von Haus había roto la cornamenta y el cráneo de un animal de buen peso, esparciendo sus sesos y sus dientes entre la maleza. No era Prue aunque a todos les parecía haberla visto. ¿O sí que era ella y la muerte había revelado su verdadera naturaleza?*

 

Contrariados, se miraron los unos a los otros. El bosque volvió a rugir, no muy lejos, poderoso, intenso. Un árbol de agitó, la corteza crujió. Escucharon las pisadas. Von Haus tembló apoyado sobre el bastón. No podría mantener una carrera. No contra esa cosa. Antes de que decidieran escucharon algo más rasgando la noche. Una detonación. Un arma grande, no como el arma de Tak. Algo que hizo callar al trueno durante unos momentos. Escucharon una voz, retadora. Solo gritos. Un nuevo disparo. Demasiado lejos para que pudieran ver el fogonazo. Las pisadas se alejaron, seguramente atraídas por esa nueva amenaza. Aprovecharon para moverse.

Lo cierto era que no sabían muy bien a donde ir. Trataron de buscar el campamento. La oscuridad les impedía ver si estaban a cien pasos de él o a un metro. Todo el lugar les parecía igual. Húmedo, irregular, con ramas que parecían cuernos por todas direcciones. De vez en cuando una corriente de viento mecía las ramas que chocaban unas contra otras y les ponía en tensión. No volvieron a escuchar pisadas.

La tormenta se recrudeció durante una hora. Quedaron empapados y más desorientados. Estaban helados. No había refugio posible. El bosque parecía haberse abierto y el agua caía en tromba sobre ellos. Pisaron charcos y barro, Von Haus tropezó varias veces, se cayó dos. En una de sus caídas se partió el labio. El sabor de su sangre le resultó amargo. Remo iba delante, apartando ramas, hacha en mano, viendo como una infinidad de árboles y arbustos clónicos y sofocantes pasaban delante de sus ojos, una y otra vez. Rainer trataba de ver, de intuir, pero estaba demasiado tenso, demasiado cansado.

Se detuvieron un par de veces para que Von Haus pudiera descansar. Una de las linternas se apagó**. Tenían mucho en lo que pensar. Había miedo en sus expresiones, pero también decisión. Dudas bullendo, el miedo sobando sus cuerpos, sus mentes, tratando de penetrar, de tomar sus seres. Pero se negaban a ello. Unos por decisión o cabezonería, otros porque tenían una misión.

Un haz anaranjado se filtró entre las copas de los árboles. Estaba amaneciendo.

Notas de juego

*Tirada de percepción con un bonificador de -20, para ver si véis lo que debéis ver.

**Tirar 1D10 todos, el que saque la tirada más baja es al que se le apaga. Si dos resultados resultan ser los más bajo, serán dos linternas las que se apaguen.

A  partir de ahora, y dado el desgaste físico y mental de vuestros personajes, cada tirada que hagáis tendrá un penalizador -10  salvo aquella que tenga que ver con vuestro atributo estrella: Remo (Fuerza), Von Haus (Inteligencia), Rainer (Poder)