Partida Rol por web

Rosalind Franklin abre los ojos lentamente para verse rodeada de cientos, miles, millones de gatos flotando en la inmensidad del espacio vacío. ¿Qué es este lugar?. Nadie lo sabe con exactitud si no ha tenido el valor de verlo. Por desgracia para Rosalind, esta aún teniendo las capacidades de verlo con sus propios ojos no sabe con exactitud qué es lo que pasa, ni siquiera si ella está viva o muerta... o en un estado de superposición entre la vida y la muerte.

La científica parpadeó sorprendida. Aquel lugar no cabía dentro del razonamiento lógica de Rosalind, por lo que probablemente estaría soñando, o alucinando.

- ¿Se habrá colado parte de la cocaína de Freud en mi vino? - se llevó la mano a la cabeza y después miró alrededor, preocupada por lo que pudiera estar pasando con los científicos.

- Querida colega, me alegro de que esté aquí, espero que haya tenido buen viaje. Seré franco, no voy a hacerle perder el tiempo. Sospecho de usted, por eso he querido ligar su destino al mío. Sé de buena tinta que estoy señalado tanto por los nazis como por los científicos de bien, pese a no haber dado razones para ello. Usted es una de las primeras que ha votado por lincharme, pero no me queda clara su motivación.

- Hagamos una cosa, hágame rendirme a la evidencia. Demuéstreme que no es usted una infiltrada dispuesta a acabar con todos nosotros, que no es una nazi redomada y no tendré problemas en liberarla. De lo contrario se quedará aquí conmigo hasta que un nazi me ataque, yo muera y entonces usted jamás pueda salir de aquí.

- Más que un buen viaje, resultó extraño...

El rostro de Rosalind no mostró mucha sorpresa al ver a Schrödinger. Con rostro serio escuchó al científico con toda tranquilidad.

- Tras mi voto y los gatos aquí presentes tenía mis sospechas sobre el dueño del lugar - hizo un ligero gesto a su alrededor - como dije, me dejé guiar por su procedencia a falta de una mejor opción.

La inglesa volvió a mirar a su alrededor con cierta desconfianza antes de volver a mirar a Erwin.

- No sé si puedo confiar en usted señor Schrödinger, pero supongo que no tengo otra opción. Pero antes, me gustaría asegurarme de un par de cosas. Este lugar... nadie más puede escucharnos, ¿verdad? Y, si le revelo mi poder, ¿puede prometerme que no se lo revelará a nadie de quien no esté seguro que es un científico de bien?

- Mi mayor interés es terminar con la amenaza nazi, señora Franklin, puede estar segura de eso. Por ello no haré nada que pueda suponer una amenaza para los colegas de ciencia. Respecto al tema de la intimidad, le diré una cosa: después de años de ardúa investigación metafísica-cuántica-filosófica conseguí abrir el portál del espacio gatuno, es imposible que ningún otro pueda acceder aquí ni escuchar lo que decimos. En ello reside mi poder. Nadie de ahí fuera sabe dónde estamos ni puede rastrear nuestra presencia. De hecho no se habrán dado cuenta ni de que falto yo, pues puedo entrar y salir a mi antojo. Así que, Rosalind, éste es un buen momento para hablar... ¿o no?

- Señorita, si no le importa - puntualizó Rosalind casi automáticamente antes de entrar en el tema principal - nos movemos entonces por los mismos intereses.

Con las manos en las caderas miró alrededor de nuevo.

- Debo reconocer que este lugar impresiona, por un momento pensé que había ingerido la droga de Freud... bien, señor Schrödinger, supongo que no tengo más remedio que confiar en usted. Mi poder me permite revivir a compañeros, pero es un poder muy limitado por lo que debo elegir bien con quien usarlo. Comprenderá que con este poder no quiera que se enteren los nazis. Para demostrarlo, ¿qué le parece si yo revivo a una persona de su elección? Pero le pido que sea prudente, no me gustaría revivir a un nazi. Tenía intención de usarlo mañana con Socrates o el señor Servet si los atacaban esta noche, pero supongo que cualquier persona que mañana pueda amanecer muerto por los nazis también puede ser inocente.

- Está bien, señorita. Debo plantearme algunas cosas, pero siga atenta porque nuestra conversación no ha terminado. NO quisiera que usted muriera por mi culpa siendo inocente. Aquí es inmune a los ataques nazis, pero depende de mi supervivencia para volver. De momento sólo desconfío del señor Heim, ya que ha sido marcado posiblemente por el uso de algún veneno desconocido para nosotros pero de cierto agrado entre los nazis. 

- Bueno, señorita, la noche está terminando. Si es usted una nazi oculta y me asesinan esta noche, me llevaré conmigo a una enemiga de la ciencia. Si por contra es usted una científica de bien, puedo duplicar las pérdidas de nuestro bando en caso de fallecimiento... Voy a soltarla antes de que termine la noche, pues si alguien me asesina eso conllevaría la muerte de dos brillantes científicos. Con esto le hago saber que se ha ganado mi confianza, espero no haberme equivocado - dijo el doctor mientras iba dando vueltas a la estancia con las manos cruzadas tras la espalda, y era complicado saber cómo dar vueltas en un espacio fuera de las leyes dimensionales de la física. 

- Respecto al uso de su poder -continuó-,  le haré algunas sugerencias pero es usted libre de actuar. No debe resucitar a Alan, Richard ni Heim en ningún momento. En caso de caer Servet o Sócrates o yo mismo, opte por uno de los tres. No confío en muchos más. Así que dígame ¿desea usted volver esta misma noche o prefiere arriesgarse a pasar aquí el resto de la noche?

- Mi querido señor Schrödinger, si yo fuera nazi matarlo no tendría sentido ya que me quedaría aquí atrapada. Le aseguro que si por mala suerte esta noche muriera no sería por mi mano, algo que espero que no suceda - dijo con toda sinceridad - me alegra haberme ganado su confianza, de igual modo, se ha ganado la mía. 

Tras sus sugerencias, asintió, pensando en las opciones que le había dado.

- Supongo que su desconfianza sobre los señores Stern y Feynman se debe a que votaron por usted, podrían haber votado más por casualidad que por maldad al igual que yo, pero no está de más un poco de prudencia. Respecto al señor Heim yo misma sospecho sobre él, esos hongos en sus extremidades pueden ser el indicio de que ha estado metiendo la mano donde no debía.

Después, se quedó un largo rato pensando sobre si volver o no. En aquel lugar se encontraba a salvo, mas se arriesgaba a poder quedarse encerrada para toda la eternidad si de casualidad atacaban al señor Schrödinger. Mientras pensaba en todas las posibilidades se puso a contar gatos de manera inconsciente.

- Si no le importa, me gustaría volver - dijo tras un largo rato - a estas alturas no creo que nadie me atacara y si estoy allí puedo revivirlo si muere.

- No me refería a que usted me asesinase aquí sino que hablaba del caso en que los Nazis acabaran conmigo, allá fuera. De cualquier forma, la intentaré devolver allí de nuevo. Espero encontrar el camino. Aunque sea por cuestiones estadísticas, es más probable que sea usted inocente, espero no errar. 

- Se lo agradezco, señor Schrödinger, si está en mi mano ayudarlo más adelante, cuente con ello. Espero que podamos volver y no se confunda en este espacio gatuno. ¿Podría ser, tal vez, el segundo gato a la derecha?

Y entonces, Rosalind Franklin se desvaneció... ¿O quizás no?.

Alan Stern abre los ojos lentamente para verse rodeado de cientos, miles, millones de gatos flotando en la inmensidad del espacio vacío. ¿Qué es este lugar?. Nadie lo sabe con exactitud si no ha tenido el valor de verlo. Por desgracia para Alan, este aún teniendo las capacidades de verlo con sus propios ojos no sabe con exactitud qué es lo que pasa, ni siquiera si el está vivo o muerto... o en un estado de superposición entre la vida y la muerte.

- Buenas noches, señor Stern. Bienvenido a mi humilde morada, espero que haya tenido buen viaje. Dígame ¿qué siente al saber que ya no podrá matar a nadie? - dijo sonriente Schrödinger.

Alan miraba a los gatos hasta que escucho las palabras del loco científico que tortura animales, o no.

-¿Matar? Digame, ¿Cuando he matado yo a alguien? -Esa era una acusación muy grave y falsa y ademas no entendía nada. -Donde estoy, ¿Que se supone que quiere hacerme? -Se abrocho el botón de la camisa. -A mi me gustan las mujeres... creo.

- Oh, no... tranquilícese, mi única fuente de placer es la ciencia... y bueno, quizás los gatos -admitió el gatófilo-. Está usted en mi laboratorio. Después de muchos años de ardua investigación he conseguido llegar al punto de realidad intermedio, todo está pasando y no a la vez. Para mí, como mente superior que soy, es fácil comprenderlo y manejarme entre ambos planos a mi antojo. Usted, sintiéndolo mucho está aquí condenado a quedarse mientras yo lo desee. 

Erwin se dejó fluir por entre los gatos un rato, flotando como una mota de polvo en la inmensidad girando sobre sí mismo antes de proseguir.

- Le diré una cosa, Alan, honestamente se lo diré. Esta usted aquí porque sospecho de su lealtad a la ciencia y creo que podría haber sido captado por esos nazis, por eso he unido su existencia a la mía. Si yo sobrevivo, usted también, si yo soy vilmente asesinado, usted se quedará aquí atrapado para siempre. O hasta nunca, creo. Por ello, le recomiendo que si tiene alguna prueba de su inocencia, la muestre aquí y ahora, o me iré al otro lado y le dejaré aquí con sus pensamientos.

-¿Una prueba? -Era una respuesta con múltiples preguntas. Respondiendo a su incertidumbre sobre donde estaba, respondía también sobre los gustos del señor de los gatos, esperando que no lo hubiera confundido y respondía también a la necesidad de aquel hombre que darle una respuesta.

-Que prueba puedo darle, mas que mi palabra. No soy un nazi, al igual que usted soy un científico reputado que busca librarse de ellos. Con mi encierro no conseguirá nada. Si me cree culpable porque lo tengo entre mis sospechas, le diré que no me gusto como se burlo de Copernico. -Pareció ponerse serio. -Como director en jefe de la próxima expedición a Pluton me ofendieron sus palabras, supongo que ahora solo es un hombre despistado y no le creo Nazi, aunque sigo sin perdonarle el confundir al Padre de la astrofísica.

-Como puedo demostrar mi inocencia... Podría preguntar a Miguel Servet, le entregue la habilidad de recargar habilidades. -Fue directo y conciso, igualito a como pensaba llegar al noveno planeta.

-Por cierto, supongo que tu raptaste ayer a quien luego fue liberada. ¿Y los otros dos? -Busco a su alrededor, pero a no ser que fueran gateques...

- En efecto, Alan. La señorita Frankiin estuvo aquí anoche y sus palabras fueron convincentes para mí. De hecho confío en ella, no así en usted, ¿Qué es eso de recargar habilidades? Mientras usted me da una explicación mejor, iré a hablar con Servet, no se mueva mientras tanto - bromeó Erwin.

-Eso mismo amigo científico, que recargo la habilidad de alguien, pero dudo que sepan quien lo hace, ¿No cree que si lo supieran seria peligroso para mi? Después de todo lo hago a ciegas. Así que si quiere preguntarle algo ha Miguel igual es mejor que pregunte si alguien le ha recargado su poder por ejemplo o meterlo aquí y preguntarlo directamente. -Quiso ayudarlo porque veía que en otro lado no se le daba muy bien disimular las cosas.