Partida Rol por web

Ígneas profundidades

Vidas finitas

Cargando editor
14/12/2008, 22:08
Master Indio

 

Cargando editor
14/12/2008, 22:09
Master Indio

Aquel había sido un duro día de trabajo. En realidad todos lo eran. No podía negar que le encantaba su trabajo, pero eran demasiado los enfermos y muy pocos los empleados del hospital, por lo que las fuerzas se agotaban tras los maratonianos turnos que tenían que realizar en ciertas ocasiones, y esta había sido una de esas ocasiones.

Al parecer se había derrumbado uno de los viejos edificios del sector norte y los escombros habían atrapado a dos docenas de personas. Sólo quince de ellas habían necesitado de los servicios hospitalarios……el resto, por desgracia, ya no necesitaría otro tipo de servicio que no fuese el funerario.

 

Ahora ya le tocaba volver a casa y descansar, pudiendo dejar atrás todo lo que había visto en los box que le había tocado atender…..¡como si fuese tan sencillo hacerlo! Hijos que no volverían a ver a sus padres y padres que no verían más a sus hijos.
Por suerte, si se le podía llamar así, el edificio se encontraba deshabitado en su mayor parte pues se encontraba en tal estado que sólo aquellos que no podían permitirse otra cosa vivían allí.

Ella misma podía haber sido uno de los desafortunados si su vida no hubiese transcurrido de la forma que lo había hecho. Hubiese preferido que sus padres siguieran vivos, claro, pero ya apenas los recordaba, aunque sí los valores que inculcaron en ella cuando era pequeña. Por eso se había hecho enfermera.

 

Caminó por el amplio garaje hasta donde se encontraba su vehículo. Nada ostentoso. Lo prefería así, pues ya era bastante complicado que sus compañeros la vieran a ella y no el apellido con el que cargaba.
Le había costado un par de años que la tomaran en serio, pero finalmente se había ganado el respeto que merecía y ahora era uno más entre todos aquellos que se dejaban la piel para salvar la de algún desafortunado.

Abrió la puerta del conductor y se sentó en su asiento, dejando el bolso en el lugar contiguo.

 

Se tomó unos segundos antes de arrancar el motor, respirando profundamente como si eso le sirviera para dejar atrás un día de intensa actividad.
Bueno, al menos tenía un par de días libres por delante, por lo que podría descansar disfrutando de los rayos ultravioleta junto a la piscina.
Le habían hablado de lo que era el sol, pero allí abajo se tendría que conformar con el calor producido por la máquina que se encontraba instalada en casa de los Hansen.

 

Puso la marcha atrás, quitó el freno de mano y comenzó a hacer retroceder el vehículo mientras controlaba por el retrovisor y……unos golpes en su ventanilla la hicieron frenar en seco, mirando en dirección a los sonidos.
Sus ojos se encontraron con otros que la miraban detenidamente, acompañados por una sonrisa que hubiese reconocido en cualquier parte, pues estaba acostumbrada a verla casi a diario.

 

John Hunter, el médico adjunto de traumatología, le había estado tirando los tejos los últimos seis meses, pero ella había conseguido mantenerle a distancia sin que resultara ofensivo, puesto que él tampoco se había propasado en ningún momento.
Era guapo sí, pero ella no estaba segura de querer dar ese paso, ni con él ni con ningún otro, por el momento.

El traumatólogo le hizo un gesto para que bajara la ventanilla.

Cargando editor
15/12/2008, 00:18
Isabella DeWood

-¡Por Dios, John, menudo susto me has dado...!

El corazón le latía absurdamente deprisa. Era verdad, se había asustado. Quizá el día de nervios y tensión tratando de hacer sobrevivir casi a la fuerza, casi sin fuerzas, a esos pobres atrapados bajo toneladas de cascotes en ese edificio ruinoso había sido más de lo que su habitual talante tranquilo había podido catalizar, y ahora, cuando ya esperaba un regreso relajado, esos golpes en la ventanilla la habían cogido por sorpresa.

Había hablado más para sí misma que para el traumatólogo, que la miraba a través del cristal de la ventanilla cerrada, y no podía oírla. Isabella accionó el pulsador para bajarlo, y repitió su frase, esta vez sí para que fuera escuchada por el médico.

--¡Por Dios, John, menudo susto me has dado...!

Sus ojos azul clarísimo, casi irreales de tan claro, se clavaron en los de él. Si Isabella hubiera vivido en otro mundo, sus ojos habrían sido celeste, azul cielo. Pero aquí, sus ojos eran azul Aguamarina, el azul de Neptuno, según la leyenda...

-¿Ocurre algo...? No lo parecía, no por la expresión risueña de su compañero. Probablemente sólo quería saludarla, la habría visto marchar, y... -Estaba a punto de irme a casa, a disfrutar del fin de semana. ¡No me digas que me necesitan de nuevo en urgencias!

Aunque sus palabras decían una cosa, su mirada la desmentía. No, por cansada que estuviera, por ganas que tuviera de llegar a la serena paz de su casa, con sus padres, pues los Hansen eran eso para ella, por mucho que la atrajera la idea de la piscina tras una sesión de bronceado... se debía a sus pacientes. No era un trabajo para ella, era una pasión.

Con la cabeza inclinada, medio por fuera de la ventanilla, el coche aún en marcha esperando en punto muerto que su dueña se decidiera a arrancar o a aparcar de nuevo, la pregunta quedó flotando entre ambos, a la espera de la respuesta.

La pregunta, y la mirada. Azul Aguamarina.

Cargando editor
16/12/2008, 22:43
John Hunter

Vaya, lo siento. No pretendía asustarte - y al parecer, por la expresión de su mirada, decía la verdad. Sus ojos oscuros se perdían en el azul de Isabella, mientras que su sonrisa había desaparecido por arte de magia, mostrando un rostro más madura de lo que era habitual en él.
Se mantenía inclinado sobre la ventanilla, con las manos apoyadas en ambas rodillas para mantener aquella incómoda posición - Sé que has tenido un día terrible....en realidad todos lo hemos tenido. Realmente ha sido horrible lo que ha sucedido con ese edificio, pero tranquila, que por el momento creo que no nos necesitan.

Eso era decir mucho, porque el hospital andaba bastante justo de recursos y cualquier médico que decidiese hacer jornadas de veinticuatro horas sería bien recibido por el resto.
Alguna que otra vez, uno u otro, se habían visto obligados a realizar aquellas extensas jornadas laborales debido a emergencias imprevistas.
No podía negarse que ser médico en Hoffnung era algo que se era por vocación, puesto que para ganar más dinero y de una forma más tranquila, había otro tipo de trabajos.

Había pensado que podría invitarte a cenar antes de que vayas a casa - prosiguió mientras dejaba que la sonrisa volviera a aparecer. Se mostraba bastante seguro, pese a que no era la primera vez que lo intentaba y siempre había recibido una negativa por respuesta - Así nos podemos relajar, y a ser posible hablar de otros temas que no tengan nada que ver con el hospital ni con enfermedades.

En aparcamiento se encontraba desierto en ese momento. Tan sólo se encontraban Isabella y John, por lo que el silencio que reinó tras su proposición se convirtió en algo ligeramente molesto.

Cargando editor
17/12/2008, 17:12
Isabella DeWood

El primer impulso fue decir "no, gracias". Como otra veces, como realmente John debía esperar que dijera. Estaba cansada, empezaba un fin de semana, le esperaba la comodidad de su casa, y el cariño de los Hansen.

Pero cuando su cabeza rubia ya había empezado a negar, extrañamente, se encontró a sí misma dudando. ¿Por qué no? No representaba ningún compromiso, ninguna promesa. Era una cena, sin más. Un buen rato distendido, charlando amigablemente con un compañero. De trabajo, claro, pero... ¿qué otro tipo de compañero podía tener...? Era una mujer solitaria. No es que fuera antipática, o que no disfrutara de la relación con las personas. No, de hecho esta era la parte de su profesión que más le gustaba. Pero toda su vida, todo su tiempo giraba alrededor del Hospital, de sus pacientes, de las guardias.

Le miró de nuevo, esta vez de un modo distinto, casi como si le viera por primera vez. Allí estaba él, incómodamente aguardando una respuesta que ya presuponía. Isabella levantó las cejas, se mordisqueó el labio ligeramente, y convirtió ese principio de negativa en un gesto indefinido, casi cómico.

-A cenar, ¿eh? ¿Y dónde has pensado? ¿Vas a quedarte por aquí cerca...?

No era una aceptación aún... era... un impasse. Le daba una oportunidad que debería redondear. Ahora era su turno... vería si realmente valdría la pena replantearse su actitud habitual de negativas.

El silencio incómodo se había roto. Ahora, en su lugar, flotaba una nueva mirada incómoda...

Cargando editor
18/12/2008, 22:28
John Hunter

La pregunta de Isabella le había tomado completamente por sorpresa y eso quedó claro en la expresión que apareció en su rostro, congelando la sonrisa que ya había comenzado a desaparecer en respuesta a la segura negativa que iba a recibir.
La había invitado a cenar con él por pura rutina. Simplemente porque era lo que se esperaba de él....aunque fuese el único que lo esperase.

La situación resultaba algo extraña. Él, un apuesto médico al que no le faltaban posibilidades para encontrar pareja con la que compartir una cena o incluso un desayuno, notaba cómo el estómago se le había encogido y unos extraños nervios habían hecho presa en él.
Reacciona John, no te quedes callado como un gilipollas. Pero la verdad es que no sabía a ciencia cierta qué podía responder, pues ni siquiera tenía en mente un lugar donde cenar.

Estooo...¿por aquí cerca?....Uhmmm, no, mejor que no. Este barrio no tiene una gran variedad de lugares apropiados para cenar - en eso tenía toda la razón. El hospital se encontraba en el sector norte de la ciudad, inmerso en el barrio más desfavorecido de todo Hoffnung. Precisamente ese era el motivo por el que no disponían de grandes recursos para ejercer su labor, y también por eso habían llevado allí a los heridos del edificio derrumbado. Simplemente porque era el hospital más cercano y el único que acogería a aquellos que la vida parecía haber dado de lado.
Por las noches era un barrio bastante peligroso. Donde la miseria surgía de detrás de cualquier esquina.

Había pensado..mentira...que podríamos ir al Lodneus, en el sector oeste, o al Neibelung del sector sur, que es algo menos lujoso - entonces recordó que ella no tenía problemas de dinero, por lo que, en ese aspecto, no le importaría gastar un poco más e ir al primero de los indicados. En cuanto a él....bueno, una cena con Isabella no era una situación como para escatimar, así que.... - Elige tú a cual te apetecería ir.

Cargando editor
19/12/2008, 07:38
Isabella DeWood

En su mente Isabella se rió, pero no de John, sino de su expresión asombrada. No, no esperaba una aceptación por parte de la enfermera, ni tan sólo esperaba el impasse que ella le había dado. Estaba muy atractivo, y, también, muy gracioso, así, perplejo, y buscando ansiosamente una respuesta bien hilvanada a su pregunta. Casi que podía oír chirriar los engranajes de su cerebro mientras iba buscando rápidamente opciones para convencerla de que debía acompañarlo a un lugar que fuera idóneo, lejos del barrio conflictivo, lo suficientemente agradable. Hasta lujoso. Los encontró, y dejó caer un par de ellos.

Después de todo, el médico no era un pardillo, eso seguro. En lo que se equivocaba era en pensar que ella tampoco lo era. Ella sí era una ingenua inexperta en las artes de la seducción, aunque su aspecto pregonara lo contrario. Amplió su sonrisa. Ya había decidido...

-Ajá... así que el Lodneus, o el Neibelung... me gustan tus sugerencias, sí. Parpadeó, tratando de escoger, deprisa, y hacerlo sin seguir comprometiéndose. John era conversador, y seguro que sería un acompañante inmejorable. Pero... no quería que creyera... que pensara que había aceptado algo más que su compañía cenando. -Te diré lo que haremos. Vamos a cenar juntos, de acuerdo, pero no acepto tu invitación, sino que cada uno se hará cargo de lo suyo, ¿de acuerdo?. Prefiero el Neibelung, si no te importa. No me apetece nada una cena formal, sino un lugar tranquilo, donde charlar y reír, sin camareros estirados que estén llenando nuestras copas mientras vigilan constantemente nuestros cogotes...

Se rió con una risa breve, tan cristalina como sus ojos. Sus mejillas se volvieron ligeramente rosadas, y aunque no fue consciente de ello, ninguna escuela de seducción habría podido superar el encanto que irradiaba en ese momento.

-Bien, ¿te sigo entonces con el coche? Has venido con el tuyo, supongo, ¿no...?

Cargando editor
20/12/2008, 00:37
John Hunter

¿Mi coche?...Oh sí, sí. Lo tengo ahí mismo. - respondió señalando un vehículo cercano que se encontraba a espaldas del de Isabella - Sígueme.

John se volvió y caminó rápidamente hacia su coche, un modelo de hacía ya varios años y que pronto pediría a gritos que lo cambiaran por otro más moderno.
Pero por el momento todavía aguantaba bien y arrancó en cuanto el médico hizo girar la llave, poniéndose en marcha un para de segundos más tarde.

El Neibelung se encontraba a unos cuantos kilómetros de donde se encontraban, pues aunque pertenecía al sector sur, podría decirse que se encontraba en el centro de la ciudad, allí donde confluían los cuatro sectores y las diferencias entre ellos se hacían menos patentes.
Ya se sabe, las puertas pueden ser parecidas, pero lo que marca la diferencia es aquello que guardan en su interior.

Fue un trayecto de apenas unos veinte minutos, pero ese espacio de tiempo podía hacerse casi interminable cuando se transitaba por las calles del sector norte. Un lugar donde daba igual hacia dónde se dirigiese la mirada, pues lo que se encontraba era casi siempre lo mismo......ruina y pobreza.
El resto de la ciudad parecía hacer oídos sordos a los que allí ocurría. Simplemente era un lugar que había que intentar evitar mientras se miraba para otro lado.
Pero antes o después habría que hacer algo con aquel sector, pues la tensión aumentaba a cada instante, y estallaría cuando menos se lo esperasen.

El trayecto transcurrió sin problema alguno, y por fin llegaron a su destino. Allí estaba el Neibelung, un restaurante con grandes ventanales que permitían observar el interior a través de unas finas telas que intentaban darle un aire algo más acogedor.
Era un buen lugar para cenar, y no solía haber demasiados problemas para encontrar mesa, aunque eso también dependía bastante de la suerte.
Por lo que se podía ver, hoy no deberían tener complicaciones para conseguir una de ellas.

El coche de John se dirigió hacia un estacionamiento que se encontraba unos metros a la derecha de la puerta de entrada, justo al lado del cual había otro hueco libre.

Cargando editor
20/12/2008, 12:06
Isabella DeWood

Isabella había arrancado con suavidad justo después de que John lo hubiera hecho. Sabía ya el camino, pero aún así se amoldó al ritmo que el traumatólogo le marcaba, y que se ceñía a lo poco que el sector daba de sí. Mientras cruzaba la ciudad en dirección sur, iban desfilando a lado y lado las paredes de los edificios de la maltrecha zona. El norte era lo que parecía un barrio marginal. Pero no era un barrio, ¡era un sector! ¡todo un conjunto de barrios! Cada vez que lo cruzaba se daba cuenta de la pobreza, del desamparo, de la decrepitud en la que miles de personas no tenían más remedio que vivir, y mal trabajar. Hacinadas, descontentas, descuidadas. Se sentía avergonzada. No es que ella pudiese hacer nada por cambiarlo, por lo menos no directamente, claro. De hecho ya contribuía a su modo, con su profesionalidad, a intentar poner su grano de arena para nivelar la situación ni que fuera un hilillo. Pero estaba avergonzada por su suerte, por el hecho de llevar el apellido que llevaba, de disfrutar de la vida que disfrutaba, y sólo porque su padre había muerto...

Suspiró.

Apartó de su pensamiento el pasado, incluso el presente. Prefería imaginar un futuro prometedor, misterioso pero gratificante, y al hacerlo, a solas, sonrió. Habían ya llegado ante el restaurante, las ventanas mostraban el interior cálido, apenas tamizada la luz por las cortinillas, y no estaba lleno. ¡Perfecto! John le hacía señales, había un hueco para aparcar allí mismo, y otro para él. Maniobró y dejó el coche impecablemente alineado. Apagó el contacto, cogió su bolso, su chaqueta, y salió del coche con un movimniento fluído.

Se acercó a él con pasos elásticos, los tacones de sus zapatos repiqueteando ligeramente, la chaqueta en el brazo, sin ponérsela, y colgó su bolso del hombro. El pelo suelto onduló a su alrededor, y la luz del local lo hizo brillar como el oro. Sonrió aún más. Se alegró de haberse puesto vestido, y no pantalones. Parecía que hubiera adivinado que saldría a cenar...

Cargando editor
21/12/2008, 12:59
John Hunter

Parece que tendremos suerte. - comentó John al acercarse Isabella hasta donde él se encontraba - Temía que fuera complicado encontrar mesa sin haber hecho ninguna reserva, pero al parecer tienen sitio de sobra.

El muchacho abrió la puerta y se apartó a un lado, en un alarde de caballerosidad, para dejar que ella pasase primero al interior del restaurante.
Caballerosidad.....si, eso resultaba realmente irónico. Unas reglas de educación que ocultaban algo mucho más oscuro. ¿Acaso las mujeres no se daban cuenta que, cuando se les cedía el paso era para poder admirar su figura tranquilamente?
Y eso hizo John en ese momento, observando cómo el vestido se amoldaba a la figura de Isabella al atravesar la puerta.
No se consideraba un pervertido ni nada de eso, pero le causaba verdadera admiración el esbelto cuerpo de la enfermera.

Se apuró a seguirla al interior, donde un maitre salió a recibirlos con una sobria sonrisa en el rostro, acompañándoles hasta una mesa para dos que se encontraba cerca del ventanal, el cual les permitiría observar el exterior mientras cenaban.
No es que fuesen unas vistas impresionantes, pero a John le pareció mejor idea que una simple pared al fondo de la sala.

El maitre se retiró con la promesa de que un camarero vendría en unos mimutos para tomar nota de sus peticiones, lo que les daba un cierto tiempo para revisar la carta y así decidir qué era lo que más les apetecía.
Por otro lado, al traumatólogo le importaban poco los platos que sirvieran. Se hubiese conformado con un simple bocadillo, pues lo que le importaba realmente era la compañía.

¿Quieres algo de vino o prefieres agua? - preguntó John para intentar romper el hielo. Debía comenzar una conversación, aunque fuese con algo tan trivial como aquella pregunta.

Cargando editor
21/12/2008, 14:12
Isabella DeWood

Había cruzado el espacio del interior del Neibelung como una reina. Así se había sentido, no podía evitar notar la admiración que despertaba su juventud y su elegancia, acompañadas de una figura que realmente era de privilegio. Aunque la azoraba un punto, no dejaba por eso de gustarle. Como el gesto caballeroso del médico, al dejarla pasar primero. Era algo que se estilaba poco, pero ella era de esas mujeres a las que, sin por ello dejar de sentirse tan válidas como los hombres, les encantaban esas pequeñas cortesías que les deparaba su feminidad.

Le sonrió con complicidad cuando se sentaron a la mesa, me está gustando haber aceptado tu invitación, John, es curioso que no lo hubiera hecho nunca antes...y tomó la carta que el maitre le tendía con la naturalidad de quien tiene ya costumbre. Cuando se fue la dejó de lado y le miró a él directamente, con los ojos brillantes.

En ese momento John estaba preguntándole si prefería vino o agua, y la pilló lejos de lo que le decía. Parpadeó, y se centró. Vino... o agua... ¿qué respuesta esperas? ¡Oh, vamos, Isabella, sé tú misma! No estás aquí para gustarle, niña, ¿recuerdas...? Movió la cabeza con un movimiento de chiquilla, y amplió la sonrisa. Se apartó un mechón de pelo que le caía insistente sobre la mejilla, y respondió con voz juguetona.

-¡Ah, pues, un poco de todo! Me gusta el vino, pero con mesura, sólo para saborearlo, y para que acompañe a la buena comida. Pero no lo bebo en exceso, así que siempre pido también agua, para refrescar entre plato y plato. ¡Nunca los mezclo, claro está! Aunque...
Se dio cuenta de que nada sabía de él. Después de todo, podía ser que él SI mezclara, y en ese caso había metido la pata hasta el fondo. Pero, ¡qué diablos! ¿y qué importa si he metido la pata? ¿tanto te importa lo que él piense de ti, Isabella? Quizá sí que le importaba, después de todo, descubrió con asombro... aunque no quiero decir con ello que no deba hacerse. Cada cual es distinto... Un poco avergonzada, no supo como salirse de su propia trampa, y se hundió en la lectura de la carta, arrebolada y mordisqueándose el labio.

-Mmmm... Un entrante ligero... y después...

Cargando editor
27/12/2008, 20:25
John Hunter

Jajajaja - John no pudo evitar reirse tras ver los apuros a los que se enfrentaba su compañera de trabajo para contestar. Aquella era una risa clara y alegre, no la típica que se utiliza para burlarse de otra persona, sino de esas que demuestran cuando uno se encuentra a gusto pese a lo incómodo de la situación - pues yo sí que lo mezclo, aunque no con agua normal, sino con gas. Sé que muchos dirían que es una afrenta contra el buen gusto, pero a eso yo respondo que para cada cual el buen gusto es aquello que le hace sentir bien, independientemente de lo que les parezca a los demás.

Pongamos un ejemplo - continuó al tiempo que dejó que la vista recorriera el local - Mira aquella pintura. - señaló levemente hacia su derecha, donde se encontraba un marco que envolvía un lienzo que mostraba una figura en forma de S, de color rojo, sobre fondo negro. Justo debajo de la "S" aparecía un semicírculo de color amarillo - Muchos dirían que eso es arte, pero a mí no me transmite nada en absoluto. Quizá es porque no lo entiendo, pero sólo me parece una combinación de colores llamativos que en realidad no quieren decir nada, por mucho que el autor le ponga nombres como "La decadencia de una sociedad" o "El nacimiento de un nuevo mundo". Para mí sólo son colores.

La miró fijamente, recreandose en cada uno de los finos rasgos de Isabelle. Acariciando con los ojos todo el contorno de su rostro para terminar deteniendose en la profundidad de aquellos maravillosos ojos claros que podían incluso quitarle la respiración, pero se forzó a continuar - ¿Quiere eso decir que no tengo buen gusto? No, yo diría que tengo muy buen gusto.....el mío. - guardó silencio un instante, dudando de si debía completar la frase o dejarla pasar, pero no tenía ya dominio sobre sus palabras, por lo que dejó que fluyeran, aceptando que debía afrontar las consecuencias, fuesen estas las que fueran - Para muestra, la compañía que tengo la suerte de tener esta noche.....soy la envidia de todo el local.

Aquella última frase la había dicho casi en un susurro, como queriendo compartir un secreto con su compañera de mesa.
El rostro de John se iluminó con una franca sonrisa, pues le había resultado más sencillo de que le había supuesto, ya que, aunque nunca se le habían dado mal los piropos, no sabía el motivo de por qué con Isabella le resultaba tan difícil expresarlos.

Sí, un entrante ligero estaría bien - dijo tras parapetarse tras la carta durante un instante - Y despues....el pescado en salsa dicen que está para chuparse los dedos.

Un cambio radical en la conversación, aunque sus palabras anteriores aún flotaban en el aire.

Cargando editor
29/12/2008, 19:15
Isabella DeWood

Parpadeó. Como una cría, como una colegiala quinceañera, parpadeó confusa, y sintió como el rubor subía por su cuello, erizando el fino vello casi albino a medida que iba tintando la curva bajo la barbilla, los pómulos, la frente.

Por suerte John estaba sumergido en la lectura de la carta, y no se dio cuenta. Se enfadó consigo misma. No era una cría. Era una mujer, una enfermera con experiencia, que las había visto, y las veía, de todos los colores cada día. Y como mujer, estaba acostumbrada a que los hombres la piropearan, con toda clase de estilos, algunos realmente castizos, otros sin gracia ninguna. Pero lo usual es que su reacción fuera de diversión callada, y, desde luego, de indiferencia más o menos complacida.

Pero eso me está alterando. ¿Será que he pasado demasiado tiempo sola, demasiado tiempo sin relacionarme con nadie...? Dilo, Isabella. ¿Con nadie...? ¿Estás segura que esa es la palabra...? ¿No será...? ¿con... un hombre...?

-El... ejh, perdón. El pescado con salsa estará perfecto, sí. Gracias.

Dejó la carta de nuevo sobre la mesa, ante ella, y juntando todo su autocontrol y su savoir fair le miró, sonriendo con encanto.

-Me ha gustado que me hayas pedido que cenáramos juntos. Es curioso, hasta me preguntaba por qué razón nunca antes había tomado en serio tus propuestas para salir a tomar algo, o a charlar. Quizá... estamos demasiado inmersos en nuestro mundo hospitalario. Porque si algo tenemos en común, y eso no es necesario que nos lo diga ningún especialista en psicología, es nuestra vocación... nuestro amor por lo que hacemos. Clavó sus pupilas aguamarina en las de él, esta vez sin rubor ninguno. Con aprecio, una nueva pátina que él no había vislumbrado nunca antes en ella. -No sabemos casi nada de nosotros fuera de esas cuatro paredes, eh? Ni aficiones, ni familia, ni nada de nada... Por lo menos, yo no sé nada de ti...

Cargando editor
30/12/2008, 22:45
John Hunter

John dejó a un lado la carta, en espera de recibir nuevamente la visita del maitre o del camarero al que le fuera asignada su mesa.
Se inclinó un poco hacia delante, lo justo para poder apoyar los codos sobre la mesa y la barbilla sobre sus manos entrelazadas, dejando que sus ojos quedasen fijos en los de Isabella.
Su rostro podría haber sido catalogado como un remanso de paz, pero la sonrisa que aparecía en sus labios, en aquel mismo instante, se encontraba cargada de cierta tristeza.

Mi vida.....la verdad es que no hay demasiado que contar. - respondió finalmente, aunque parecía estar buscando las palabras con cuidado mientras dejaba que su mente volviera atrás - Crecí en el sector norte, que ya entonces se encontraba en tan mal estado como ahora mismo. Podría haberme convertido en uno más de los que allí malviven, y no fueron pocas las ocasiones en que pensé que no me quedaría otra salida....un vulgar delincuente, el único medio de vida posible para poder subsistir.

Aunque miraba a Isabella, casi se podría jurar que, en aquel momento, no la veía a ella, sino lugares y personas que no se encontraban en el interior de aquel restaurante.
Por un momento pareció que no iba a continuar, pero finalmente lo hizo - Supongo que tuve suerte al conseguir acceder a aquella beca, porque me permitió finalmente abandonar la pobredumbre que domina ese sector y trasladarme a otro lugar mejor.
Incluso me planteé trabajar en la rama privada, pero algo me decía que tenía que intentar mejorar las cosas en aquel lugar.....y pedí el puesto en traumatología del hospital del sector norte, el cual, no tuve ningún problema en conseguir. No hay muchos que deseen trabajar allí.

Se esforzó por volver al presente, alejando de sí los malos recuerdos para permitir el paso al momento actual, mucho más gratificante. - La verdad es que no sé si estoy haciendo lo suficiente, porque no veo que las cosas mejoren. Cada día me voy a casa con la impresión de que el sector se hunde un poco más, y que las horas de trabajo no ayudan en absoluto.

Cargando editor
02/01/2009, 20:55
Isabella DeWood

Como lo habría hecho una pitonisa, John había dejado sobre la mesa todas las cartas, bocarriba. Pero no describían el futuro, sino el pasado.

Por los ojos de la imaginación pasaron ante Isabella los distintos cuadros descritos, vio al niño que jugaba entre raterillos y futuros delincuentes, a unos padres luchando por subsistir, a un muchacho que se hacía hombre procurando mantener la esperanza y la ilusión. Y esa esperanza haciéndose realidad en forma de una beca. Si bien el traumatólogo la miraba sin verla, ella sí que le estaba viendo. Le veía ahí, delante, pero transformado en ese estudiante voluntarioso que mantiene su beca con esfuerzo, trabajando con ahínco para mejorar sus notas... y consiguiéndolo. Veía al hombre que se estaba licenciando ante el orgullo de los suyos, y que, a pesar de haber conseguido su objetivo, no se detenía por ello. Le vio entonces en el Hospital, tal como ella le conocía, pero con una nueva luz en las pupilas. La que daba el conocimiento, el reconocimiento.

Era verdad, no era difícil darse cuenta de que las cosas en la ciudad, y más en el Sector Norte, eran complicadas, incluso injustas, muy duras. Había, sin embargo, gente como John, incluso, por qué no admitirlo, como ella misma. Personas que a pesar de todo no claudicaban, no se hundían, y seguían aportando su grano de arena, su esfuerzo, para que las cosas mejoraran. Calladamente muchas veces, anónimamente siempre, sin aspavientos, sin heroicidades.

-Te entiendo, y comparto tu desencanto. Por eso estamos ambos en el Hospital, por eso trabajamos sin horarios, sin restricciones, más que las que nos ponen. Tampoco yo veo que las cosas mejoren... pero no podemos permitir que empeoren, y sólo podemos aportar nuestro tiempo para ayudar. No soy nadie, ni entiendo de política, tampoco soy una mujer de iniciativas atrevidas... soy una enfermera que se ha hecho a sí misma, aunque ayudada por la suerte. Sus ojos se velan, extrañamente, incongruentemente. ¿Por qué ese comentario que debería ser alegre, lleva atada la tristeza...? -La suerte a veces pasa factura, a veces es maligna. Mi vida cambió gracias a la muerte de mi padre, siendo yo ya huérfana. A partir de eso me vi envuelta en algodones, y nada me faltó, nada se me negó. Aún así... creo que yo soy fruto de algo más que ese momento.

Ahora hablaba más para sí misma, era una reflexión hecha mirando su alma, una confesión susurrada a su propio oído. Aunque audible para su compañero. Le miró de nuevo, y sonrió.

-Debes encontrarme muy rara, ¿verdad? Y debes pensar que soy una consentida, cabeza hueca. Una chica de escaparate, que sólo se ha preocupado de sí misma. A veces... yo misma... no sé qué pensar....

Cargando editor
04/01/2009, 16:37
John Hunter

¿Consentida? ¿Tú? - consiguió pronunciar con tono incrédulo. Conocía la historia de Isabella, como muchos de los trabajadores del hospital, pues a su llegada había sido un tema bastante controvertido. Todos la veían como una niña pija que trabajaba como un acto de rebeldía, simplemente para fastidiar a aquella familia que le había dado todo despues de arrebatarle una parte importante de su infancia.
Sin embargo, día a día, la joven había demostrado que lo daba todo para poder sacar a cualquier paciente adelante, por lo que se fue ganando el respeto tanto de enfermeras como de médicos. Nadie trabajaba tanto, sin queja alguna, simplemente para fastidiar a sus familiares.

De ningún modo. - continuó - Muy pocas personas trabajarían en ese sector si tuvieran oportunidad de hacerlo en otro sitio. No le debes nada a esa gente, y sin embargo te esfuerzas por hacer soportable su vida, dentro de lo posible.

La mano derecha de John se había extendido sobre la mesa hasta las cercanías de la de Isabella, pero finalmente pareció pensárselo dos veces y la retiró nuevamente hacia él.
Hasta ahora disfrutaba de la conversación y no quería hacer nada que estropease aquel momento. No importaba que su intento de contacto no llevara dobles intenciones, era mejor que no hiciera nada que pudiera violentar a Isabella.

Para su fortuna, el camarero se acercó en aquel momento, creando un momento de respiro para él y sus pensamientos.....al menos durante el tiempo que permaneció tomando nota de su pedido, que finalmente contenía agua y vino para acompañar al pescado que habían decidido tomar.
Al marcharse, el momento de intranquilidad de John había pasado, lo que le permitió continuar con la conversación.

¿Cómo es que tienes ese concepto de tí? - preguntó, interesado por las últimas palabras que había pronunciado la joven.

Cargando editor
10/01/2009, 18:49
Isabella DeWood

Ese concepto... de mi...

La mente de Isabella naufragó en un mar de recuerdos, en un paisaje de momentos, instantes de niñez, apariciones que la alejaron del restaurante, de la mesa, de el atractivo médico que la estaba mirando, que le preguntaba realmente interesado.

Una calle, un hombre a su lado, ella, una niña. De la mano del hombre, de su padre, melancolía. Solos los dos, la madre no está, no está en la escena, no está en la vida. Un bólido se acerca, ella le ve con el rabillo del ojo, su padre no. Quiere gritar, pero ya no hay tiempo, esa masa de metal rojo se abalanza sobre él, que sólo atina a lanzarla hacia atrás, aterrado, cuando ya su cuerpo es aplastado, destrozado bajo la muerte veloz. Entonces el grito que se ha helado en su garganta estalla, y el frío que lleva dentro se extiende, la alcanza, la invade. Su corazón se detiene, pero solo un segundo, el de su padre se detiene también. Para siempre.

Un antes y un después.

La gente corriendo, la calle llena de manos, de ojos, de sangre. Alguien, una mujer, perfume. Todos quieren atenderla, ella la levanta, llorando. Isabella la mira, mira sus pupilas, a través de ellas. Una muralla de frialdad, ¿suya o de la mujer...? Una muralla de dinero. Una montaña de dinero.

"No te preocupes, pequeña, yo me encargo" "¿cómo te llamas...?"

La voz aterciopelada acaricia, ella no la escucha, sus oídos están atrapados por el grito que no ha llegado a sonar, aún allí, aún anclado todo su mundo en el pasado, en esa familia que habría podido ser y no fue. Una madre que derramaba cariño, y que atrajo a la enfermedad como solo las almas nobles saben atraerla, allí se instaló. Una madre que se marchitó en plena primavera, que se difuminó como rocío en la mañana, su rostro transparente, sus manos de madre, de madre muriendo. Muriendo. Ahora la madre es otra "Yo seré tu madre y tu padre, pequeña". Mentira. El dinero y el poder, la voz de terciopelo, el bólido rojo, el hielo en el corazón, esas son las realidades, allí están, allí se quedan.

"Ellos te cuidarán, ahora eres una DeWood, vivirás como tal." Y ya está, apenas unas notas en sociedad, a continuación de las necrológicas, y una niña de seis años renace como otra. Mentira. Melancolía.

Pero el dolor se domeña, se guarda en ese bolsillo que nunca se busca, que sólo a veces se encuentra. Los Hansen, su nuevo hogar, miradas de melancolía en sus ojos, en los de los tres, ellos y ella. Hay entendimiento, en el silencio primero, en los gestos. Un abrazo, apenas unas yemas de unos dedos que no son de padre pero que perfilan una caricia en su mejilla infantil, un regazo cálido que no es de madre, pero que la acoge en su tristeza. Y pasan los días, pasan los meses, y la niña cambia, y crece, y sufre... y vive. Vive.

Un deseo constante, el dolor ha de combatirse, la enfermedad de su madre, la que aparece y se lleva a los corazones nobles, o a cualquiera. "¿Quieres ser enfermera? Está bien. Sr.Hansen, encárguese por mi, quiere...?" Y un tumbo en su ruta, en su destino. Melancolía. Un edificio blanco, chicos y chicas como ella, siempre distinta, señalada, miradas de soslayo, comentarios y risitas. No importa. "Es esa, la DeWood..." No importa. Clases, profesores, prácticas, apuntes. Lucha. Notas, exámenes, la dureza de la competencia. Saber que se es distinto, no ser especialmente brillante, pero saber llegar, a donde sea, y seguir, seguir adelante. "Ah, ¿Ya te has graduado...? Enhorabuena. Tengo una clínica que puede venirte al pelo. No la dirigirías inicialmente, claro, pero... ¿qué...? ah... ¿no quieres ejercer en la privada...? ¡Qué tontería!"

El Hospital, el primer día. Un uniforme blanco, una mirada azul. Una mujer. Ya no hay una niña en su cuerpo, aunque sí en su alma, tras sus ojos, escondida, melancolía. Su madre, su padre la contemplan, desde la nada, o quizá no, quizá en su Palacio de Agua, ¿quién sabe?, están orgullosos. Levanta la cabeza, y sonríe, acepta esas actitudes de sus compañeros, de nuevo. "Es esa, la DeWood". No importa de nuevo. Desconfían, "¿qué hará aquí...?" Dinero, bienestar, clase, educación, lujo. esa es la DeWood, pero ella es Isabella... habrá tiempo, lo descubrirán...

Y, de pronto, en un segundo, o quizá en años, se ve reflejada en esas pupilas que se han ensanchado en su mente, ve a ese hombre sentado frente a ella, con su pregunta en los labios, y ella atrapada, prendida en su ensueño, en su melancolía. Y rompe el hechizo, para hechizar por si misma. Su sonrisa florece como se abre un nenúfar en agua de Mayo, sus ojos centellean con la luz de quien sabe quien es, y está bien con la respuesta.

-No es el concepto que tengo de mi. Es el concepto que se tiene de la DeWood. Pero... y ahora su sonrisa se hace maravilla, cálida y cercana, -...pero tú conoces a Isabella.

Cargando editor
11/01/2009, 20:34
John Hunter

Los pómulos de John se tiñeron de un rojo intenso cuando la escuchó pronunciar aquella última frase, pues él había sido uno de tantos en tener esa misma opinión de ella cuando apareció por primera vez en el hospital......ahora se sentía mal sólo de recordarlo, porque había sido seguir el camino fácil....unir su voz a las de la mayoría, pero con gusto se había tenido que tragar sus palabras cuando demostró su valía.
Y era cierto, él conocía a Isabella. A la enfermera que no dudaba en trabajar las horas que fuesen necesarias cuando había un momento de crisis, como ese mismo día. La misma que arrimaba el hombro a quien lo necesitara y que se dejaba la piel.
Pero no había conocido hasta ahora a la mujer que había tras el uniforme, no a la Isabella que se encontraba sentada, en ese mismo instante, ante él........y no dudaba de la cantidad de tiempo perdido por haber tardado tanto en hacerlo.

Se sonrió para sí. Pues si esta cena no había tenido lugar antes, era simplemente porque ella había denegado una y otra vez sus invitaciones. Algo a lo que no estaba acostumbrado pero que, una vez había comenzado a entrever cómo era la joven, no dudaba que se debía a la fama que él mismo se había ganado a pulso como mujeriego.
Estaba claro que ella no era como las demás, y quizá fuese eso lo que la atraía de ella.....y por eso mismo sabía que su forma de actuar también debía ser completamente diferente. Y para empezar debía decirle la verdad, no ocultarse bajo el manto de la muchedumbre. Debía asumir las consecuencias de sus actos, y si ella decidía entonces que se iba, pues bien se lo tendría merecido.

Debo reconocer que - musitó finalmente, enfrentándose a los ojos azules que tenía enfrente. No más vergüenza, únicamente sinceridad - yo mismo te juzgué erroneamente al principio. Bueno, no a tí, sino a la enfermera DeWood. No miré más allá de tu renombre, y.....lo siento. De verdad que lo siento. Estaba equivocado entonces. Y la culpa era mía, porque todo el mundo se merece una oportunidad de demostrar su valía, y sin embargo a tí se te juzgó de antemano.
Supongo que habrá sido muy duro para tí ir a trabajar cada día en esas circunstancias.

Mientras tanto, ya les habían servido el plato solicitado, aunque el de John aún estaba sin tocar. Ahora aprovechó el momento para utilizar el tenedor y llevar un bocado hasta los labios, tomándose así un respiro en el cual podía apartar la mirada de los ojos de Isabella para no tener que ver en ellos la sombra de una acusación. No así....no ahora.

Cargando editor
15/01/2009, 07:53
Isabella DeWood

De nuevo una carcajada breve, suave, sonó argentina. Una risa cristalina y transparente, como las que al parecer soltaba la mujer de vez en cuando, estando en una situación distendida y de agradable confianza. Su interlocutor no lo sabía, aunque empezaba a intuirlo: Isabella, a pesar de los sinsabores sufridos, era alguien alegre, sincero y que rezumaba esperanza y tesón. Alguien con empeño por andar hacia delante,la mirada en alto, y el buen humor colmando su alma.

-¡Eh! ¡No te apures! No quiero parecer una víctima, no más que otros muchos y mucho menos que algunos. Perdí a mis padres de niña, es cierto, y mi adopción por parte de alguien como la heredera de los DeWood me ha supuesto más un handicap que una bendición de cara a mi relación con los demás. Pero, por otro lado, ¡la vida me sonríe! Tengo lo más parecido a una familia real, verás, vivo con los Hansen, mis "cuidadores", pero padres adoptivos en realidad. Ellos son cariñosos y sabios, me quieren, y me lo demuestran a diario. -Había acercado su cuerpo a la mesa, y por tanto estaba más cerca de él. Aunque había empezado a comer, el entusiasmo con que hablaba la había llevado a dejar el tenedor en el plato de nuevo, y enfatizaba sus palabras con gestos que la hacían estremecerse con pequeños movimientos. El cabello se movía a golpes leves con esos estremecimientos, y se empeñaba en caerle frente al rostro, y ella en apartarlo de allí con un gesto gracioso.- He dedicado mi tiempo a la profesión que he tenido en mente desde que conocí lo que era el sufrimiento llevado de la mano de la enfermedad, por causa de la agonía de mi madre. Y de eso... ya ni tengo recuerdo, tan pequeña era. Pero he cumplido mi deseo y mi sueño, y dedico mis esfuerzos y mi tiempo a lo que se ha convertido en una pasión. Reconozco que parte de ese tiempo debería, quizá, pasarlo fuera de ese ambiente, lo que mis queridos Sarah y Paul, los Hansen, me dicen tan a menudo... "diviértete". Pero, ¿quién mejor que tú para entender que eso es precisamente lo que hago...?

Volvió al tenedor, al pescado, a separar su cuerpo de la proximidad que había llevado hasta John su aroma, y su vehemencia. Y a separar también, por tanto, sus ojos de los del hombre, le libró del brillo azul aguamarina, le libró de su lazo, lazo que tendía sin proponérselo, pero lazo al fin y al cabo. Parpadeó, pensativa, mientras degustaba un bocado, y después acercaba su copa a los labios, los ojos entrecerrados, y el pensamiento en algún lugar incierto. Pero pronto lanzó de nuevo su mirada al médico, inconsciente de su carga al llevar implícita una buena dosis de urgencia, y con un cambio en su semblante, que se había vuelto mucho más serio, siguió con una pregunta que traslucía algo que llevaba captando, evidentemente, en el Hospital últimamente.

-Por cierto... hablando de nuestra profesión, y del Hospital. ¿No te han llegado pacientes que hablan de... rumores extraños...? Que.... digamos... dicen cosas que te hayan dado que pensar...?

Notas de juego

Acabado. Se me ha ocurrido que lo del calentamiento del planeta, y sus inconvenientes, debe haber tenido que traslucir de algún modo en un ambiente hospitalario, y por eso el comentario. Si no es así, edito.
:)

Cargando editor
16/01/2009, 23:57
John Hunter

John estaba disfrutando enormemente de la conversación que estaba manteniendo con Isabella. No sabía exactamente el motivo por el cual ambos estaban descubriendo su interior ante el otro, pero era una grata sorpresa el hecho de poder conversar con ella de la forma que lo estaban haciendo.
Puede que de allí no surgiera nada más, pero desde luego no podría volver a mirarla de la misma manera en que lo había hecho hasta el momento.
Pero si ni siquiera podría olvidar el aroma que desprendía y que llegaba hasta él desde el otro lado de la mesa.

Pero cuando ella pronunció aquellas últimas frases, intentó volver a centrar su atención en el momento actual, no en ensoñaciones que no le llevarían a ningún sitio.
Supo exactamente a qué se refería en cuanto escuchó la pregunta. Todavía no era una información que se hubiese extendido demasiado, pero dada la importancia que tenía, no tardaría en dominar los primeros titulares.
Seguramente se estaba manteniendo un cierto control sobre la información, para no dar lugar a la histeria ni a pensamientos apocalípticos.

Sí que he escuchado cosas - respondió - pero no provenientes de los pacientes. Ya sabes que muchos de ellos no están completamente en sus cabales, por lo que no se puede hacer demasiado caso de las habladurías. La pobreza trae consigo determinadas ideas alejadas un tanto de la realidad.

Y era cierto. Normalmente los más desfavorecidos tendían a buscar esperanza o culpabilidad en las cosas más extrañas, llevando la superstición a extremos realmente asombrosos.
Así era con la mayoría de los pacientes que pasaban por las manos de John. Y con el tiempo había aprendido a que la mayoría de las cosas que le contaban no eran otra cosa que burdas exageraciones e incluso invenciones de tal calibre que incluso quien las contaba había llegado a creerlas.

Tengo un amigo - continuó - que trabaja en el instituto oceanográfico. Ha sido él quien me ha contado lo que te voy a decir, pero debes saber de antemanto que aún no tienen respuesta de por qué está ocurriendo.

Dejó un par de segundos de silencio, otorgando cierta teatralidad a la situación antes de responder a la pregunta de Isabella - Al parecer está subiendo la temperatura del agua que rodea la cúpula y están investigando cuales pueden ser los motivos. Además, hay algún tipo de criatura que se ha avalanzado dos veces contra ella, pero tampoco han podido definir qué clase de animal es ni por qué se comporta de esa forma.