Habitaciones del Castillo, son tan variadas como pueden serlo sus dueños. Desde las pequeñas y parcas habitaciones del servicio, hasta los grandes y lujosos aposentos de la realeza, pasando por las de aspecto marcial de la Guardia Real y las espaciosas y cómodas habitaciones destinadas a los invitados.
El ala del castillo en la que han sido alojados los invitados es una amplia galería repleta de habitaciones similares entre sí, distinguibles únicamente por el equipaje y objetos personales que cada inquilino ha traído consigo. En varias hay criados que han traído con ellos los invitados, todavía organizando las pertenencias de los que han llegado los últimos. La mayoría están vacías y cerradas, pero por suerte encuentras una sin el cerrojo echado. Su interior, aunque no muy grande, es acogedor y está bien amueblada, con una cama doble y armarios y mesitas donde guardar ropajes o lo que se desee. A primera vista no hay nada destacable, pero si el dueño de la habitación es alguien noble, sguro que algo de interés hay en ella.
Me dirijo con paso rápido hacia los aposentos de los príncipes. Mis pasos resuenan por entre las paredes de piedra, aunque la mayoría quedan amortiguados por grandes alfombras del suelo y los pesados tapices que cubren las paredes. La mayoría de los guardias se encuentran custodiando el salón principal, por lo que me cruzo con pocas personas a lo largo de mi recorrido. Con el corazón palpitando, nervioso, en mi pecho, rezo para que siga siendo así cuando tenga que dirigirme hacia la torre del Maestre.
Me dirijo primero a la habitación de la princesa. Es grande, espaciosa, con muebles italianos ricamente tallados y una enorme cama con dosel junto a una chimenea. ¿Dónde guardará los abanicos esta mujer? Siempre con esos ropajes tan modernos, no entiendo qué tienen de malo las sayas normales y corrientes...
Me dirijo al bargueño que se apoya contra una de las paredes, y comienzo a rebuscar hasta encontrar algo con lo que pueda abanicarse. Sin descuidar, por supuesto, mi búsqueda principal. No voy a llevarme nada ahora, pero es de utilidad saber dónde puedo encontrar algo interesante después: por supuesto, nada demasiado suntuoso, nada que pudieran echar en falta en seguida. Pero hasta un simple alfiler dorado para el cabello puede venderse a buen precio en la aldea vecina. Y la princesa tiene tantos, y tan bonitos...
No, debo concentrarme en mi tarea.
Jefe, no sé si debo describir la acción completa o esperar alguna indicación tuya. Si es lo primero, avísame, redacto otro post y vuelvo al salón con todo.
Si por acción completa te refieres a ir también a los aposentos del Maestre, entonces te abro un post incial en el Despacho. Si solo es recoger lo que te han pedido de la habitación de la princesa, puedes proseguir tranquilamente.
También me refería al violín del príncipe xD pero bueno, lo capto.
¿Cuánto tiempo ha pasado on rol? Si no ha pasado mucho, iré a la torre del maestre.
Bueno, como las habitaciones de los principes estan en la misma ala no hay problema. En cuanto al tiempo, unos diez-quince minutos, te conoces bien el castillo, las distancias no son muchas y no te detiene nadie.
Con paso rápido y manos temblorosas y torpes, me dirijo hacia la habitación del príncipe. Anudo una tela a mi cintura, cogiéndola por los picos para que haga forma de saco, y deposito ahí el abanico de la princesa. Necesito tener las manos libres para esto. La alcoba del príncipe. Como si todos los reyes que hayan existido nunca hubiesen vomitado, y el vómito se hubiese convertido en muebles. Hay tanto lujo y excesos por doquier que casi me duelen los ojos.
Dorados, brocados, sedas y ébanos constituyen un lugar de auténtico refinamiento. Aunque todo eso junto, llama a la vulgaridad. Pero qué sabré yo, si duermo en un pequeño almacén junto a la chimenea de la cocina. Me encojo de hombros. Afortunadamente, tengo más familiaridad con este lugar, y sé perfectamente a dónde dirigirme. Un arcón en el suelo, junto a la ventana. Lo abro, y allí está, envuelto en telas que esperan la mano de una modista, el violín. Lo cojo delicadamente y me lo pongo bajo el brazo. Corro hacia la salida, observo que no haya nadie, y recorro el pasillo con pasos rápidos. Creo que aún puedo llegar a las habitaciones del maestre antes de que acabe la velada.
Kurr y el otro guardia cargan con el herido Sir John Moore hasta haberlo conducido a los aposentos de este.
Correteo tras los guardias, hasta llegar a los aposentos de sir John Moore, donde depositan el cuerpo del hombre sobre la cama.
Me apresuro a avivar el fuego de la chimenea, y acerco el aguamanil con agua fresca, para limpiarle la herida.
-¿Qué podemos hacer? -Le pregunto al maestre.
Ibb, Kurr y otro guardia llegan con el conde herido de gravedad. Lo colocan sobre la cama, y le desvisten. La herida tiene mala pinta y es próxima al corazón. Mi aprendiz llega entonces, en el momento justo, con mis útiles de medicina.
- No sé si podemos hacer algo. -respondo seriamente a Ibb.
Me pongo manos a la obra y exploro la herida. El conde se retuerce de dolor. -Kurr, Kraig*, sujetadle. -cuando le sujetan continúo con mi exploración. - Pásame las pinzas, Jarre. -ordeno a mi aprendiz, y resoplo. Veo a Ibb de reojo. - Sois valiente estando aquí.
Un trozo de tela se encontraba dentro de la herida. Hago un gesto a Ibb para que se acerque con el aguamanil y deposito en él el trozo de tela. Luego, con ese mismo agua, empiezo a lavar los bordes de la herida. Tomo un frasco de entre los que me ofrece Jarre. -¿Ves? Esto debe usarse en abundancia. -instruyo a mi aprendiz al mismo tiempo. Vierto el líquido en el agua y remuevo, con una gasa empiezo a limpiar la herida, mientras el conde no deja de retorcerse. Y cae inconsciente a causa del dolor. - Ya despertará, pero no dejéis de sujetarle.
Tras unos instantes, coloco unas hierbas en el interior de la perforación, y coso con hilo y aguja, mientras explico cada detalle a Jarre, que observa entre asustado y atento. Para terminar vendo el torso del herido con una venda y le dejo reposando en su cama.
- Debería alimentarse sólo con líquidos durante algunos días. -indico a Ibb.- No confío en que se recupere, ha sido muy cerca del corazón, pero nunca se sabe.
*me invento el nombre del guardia por la cara.
Dejo la vida de Sir John en manos del DJ.
Teóricamente estoy ya fuera de la partida, pero no podía ni quería dejaros en este vacío narrativo sin Maestre.
Observo escondida tras mi abanico al hombre herido, me produce una mezcla incesante de sentimientos entra angustia, lástima, ansiedad y... ¿curiosidad? peroinetnto mantenerme al margen ya que no soy de utilidad por mis conocimientos, ni es apropiado para una dama.
Me acerco a la criada y le susurro.
A lo mejor seríamos de mayor utilidad si fuéramos a prepararle una sopa caliente, si me acompañáis a la cocina puedo hacerla yo misma.
Unos instantes después de que el úlimo miembro de la comitiva entrase, entra el príncipe.
Entro
Poe favor, el próximo que postee que me ponga en situación de lo que me encuentro
Me arremango hasta los codos, dejando un largo rastro de sangre por mis brazos, mientras el maestre va cosiendo la herida utilizando mejunjes de maestre. Su aprendiz, Jarre, le asiste todo lo que puede, mientras los guardias sujetan a sir John Moore, que ha perdido la consciencia.
Intento ayudarles en todo lo posible, pero me siento un poco inútil. Es entonces cuando entra lady Katherine, que palidece ante la visión del herido, y me susurra algo al oído.
Miro al grupo, inquieta.
-Maestre, ¿necesitáis alguna asistencia más? Voy a la cocina a hervir algunas vendas. Traeré una olla para que podamos hacerlo aquí en adelante. Necesitará que las cambiemos a menudo... -Suspiro, observando la desagradable evolución del sir, y después me vuelvo hacia Lady Katherin- Supongo que no habéis tenido mala idea. Vayamos.
Es entonces, cuando nos dirigimos hacia la puerta, que prácticamente chocamos de bruces con el Príncipe. Ensayo una sorprendida y rápida reverencia, mientras trato de no tocarle con mis manos ensangrentadas.
-Mi señor.
He intentado resumirlo todo lo posible.
- Nada más, Ibb. Gracias. -digo con semblante preocupado.
El príncipe está en la puerta.
- Su Majestad. - saludo - El conde ha perdido el espíritu a causa del dolor y, francamente, no sé si se recuperará. Ahora sólo podemos esperar.
Acto seguido hago una reverencia y me retiro a mi torre. Al pasar junto al príncipe le susurro algo al oído.
- Si tan sólo tuviese esa dichosa gema. -hablo en tono enfermizo, como si no fuese yo. Y de hecho en mi mirada detectas una ira contenida.