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Invasión a Gea.

Capítulo 4. Nueva Cathonia

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12/09/2017, 20:28
Director

Los trabajos de reconstrucción de aquella ciudad comenzaron mientras Ediberto Dolfini Primero de Catán y Señor de Peregasto, era conducido por los siervos de Chcath a la nave que iba a ser su medio de transporte hasta Chnobium para ver cumplida su sentencia. Alguna que otra revuelta más tuvo que ser apaciguada entre las ruinas de lo que hora antes fue la mayor ciudad de todo aquel planeta. No obstante, las bajas entre las tropas invasoras fueron ínfimas.

Si de algo podían alardear los habitantes de Catán era de su valor. No se achantaron ante el invasor ni siquiera probada su apabullante superioridad numérica y de medios. Era evidente que los humanos, así como los miembros de las otras que poblaron aquel enclave eran valerosos y osados, pero quizás pecaban de ilusos al creer que podían tener alguna posibilidad en la victoria ante las fuerzas invasoras.

Allí donde una vez se alzó el palacio real, lugar donde tuvo lugar la última reunión antes del desastre fue el lugar elegido por Chcath para empezar a construir lo que sería su base principal sobre Gea. Los mejores arquitectos enanos ya estaban trabajando en alzar los cimientos de la residencia de su amo y señor. El ser de roca y fuego que había conquistado aquel emplazamiento había pensado una vez destruida la ciudad original, utilizar a los supervivientes para alzar Nueva Cathonia. Pronto descubrió que los que habían sobrevivido estaban heridos, asustados o habían huido así que tuvo que pensar en una segunda opción.

No le faltó mano de obra, pues los kobold, aquellos seres de los cuales se decía que tenían sangre de dragón eran buenos obreros. Era evidente que por sus venas no corría sangre de dragón. Los dragones eran seres mucho más orgullosos, difíciles de doblegar, imposibles de someter.

Trabajaban rápido y sin demasiadas interrupciones. Su capacidad de esfuerzo era innegable y su afán por agradar a su patrón era similar a la de un perro fiel. Habían probado su valía como albañiles en Chnobium, pues gran parte de las nuevas construcciones del imperio que había creado en los últimos veinte años, se debía al esfuerzo y a al trabajo de esa raza.

Aquellos pequeños humanoides tenían sangre de reptil, era indudable por su apariencia física, pero no era sangre de sierpe. De eso estaba seguro cualquiera que observara como se comportaban y de eso estaba seguro Chcath, pues quizás era uno de los pocos seres con vida que había visto un dragón con vida.

Nabudum, la tierra de los que un día fueron sus amos. La tierra de aquellos que le crearon. La tierra de aquellos a los que trató de someter y de aquellos que osaron desafiarle y que le mandaron directo al fuego de Seyran para destruirle sufrirían su ira. Una ira superior a la que habían tenido la desgracia de sufrir los habitantes de Alejandría. Con la ayuda de los geasianos destruiría a aquella primigenia raza de serpientes de una vez por todas.

Pronto los nuevos edificios de aquella otrora majestuosa ciudad empezaron a levantarse imponentes desde sus propias ruinas. Los trabajos de retirada de escombro duraron unas cuantas semanas hasta que por fin la zona más céntrica quedó despejada. Necesitarían años para limpiar de cascotes toda la periferia de la ciudad. No obstante tras aquellas primeras semanas de trabajo se empezó a contemplar lo que aquellos hacendosos arquitectos querían construir.

Era cierto que los kobolds bajo las directrices de los gnomos trabajaban rápido. No obstante, los miles de supervivientes que muy pronto se unieron a las labores de construcción dieron un inesperado impulso al proyecto urbanístico de Chcath. Pese a que inicialmente veían como enemigos a los recién llegados, pronto empezaron a considerarles su única opción de regresar a algo parecido a sus antiguas vidas. Las razas menos longevas, como la humana, la mediana o la de los grandes trasgos, pronto decidieron sumarse al proyecto del gólem.

Si bien los trasgos y los kobolds solían llamarle amo y los gnomos señor, para los alejandrinos aquel ser artificial se había convertido en algo parecido a un rey. Un conquistador de mundos que estaba aglomerando bajo su mandato una gran cantidad de estados y naciones de toda clase. Para los alejandrinos Chcath estaba conformando un gran imperio, por lo que para ellos el gólem de piedra y fuego se había convertido en su Emperador.

Elfos y enanos en cambio fueron más reacios a aceptar la supremacía de aquel ser. Las razas más longevas difícilmente aceptaban los cambios. No eran tan maleables como el resto de razas de Gea. En cierta medida, algunos enanos fueron seducidos por la forma que le estaban dando los recién llegados a Nueva Cathonia. Algunos miembros de aquella raza de arquitectos pronto se rindió ante la evidencia de que los conocimientos sobre materiales, técnicas y la pasión por crear de aquella raza tan similar a la suya. Muchos de aquellos enanos se unieron a las labores de construcción, aunque no todos pues una gran mayoría seguía resentida con lo sucedido y menos, muchos menos fueron los elfos que rindieron pleitesía a Chcath.

Sea como fuera en menos de tres semanas el aspecto de aquella ruinosa ciudad había cambiado de forma radical. Pronto afloraron inmensos edificios con alturas inéditas hasta la fecha sobre Gea. Se trataba de edificaciones austeras construidas enteramente en piedra gris. Construcciones de paredes lisas, sin elementos decorativos innecesarios, aunque si con numerosos ventanales en cada uno de sus pisos. Grandes inmuebles que buscaban por encima de todo el pragmatismo sobre lo ornamental.

La estructura vertical de aquellos gigantes guardaba una simetría total y bajo las inmensas torres que aquellos afanados arquitectos se esforzaban en levantar, discurrían las amplias e interminables calles organizadas alrededor de cuadrículas. Aquella organización del espacio hacía que la luz de Seyran iluminara en todo su esplendor las avenidas y plazas a las que los habitantes de Nueva Cathonia ya empezaban a acostumbrarse y entorno en el cual volvían a basar sus vidas.

Los ciudadanos de Nueva Cathonia pronto asumieron que su nueva realidad no iba a ser tan oscura como en un principio podría haber sido. No amaban a su nuevo líder y probablemente no lo harían nunca. La destrucción que había ocasionado era demasiado para olvidar. Habían muerto muchos seres queridos, habían perdido todo lo que tenían, sus casas, sus objetos personales, todo… Sin embargo, aquel ser y sus subordinados más directos les trataban con respeto. Les habían proporcionado un techo, alimento y ropa.

Tan solo los más orgullosos habían declinado tales ofertas condenándose a sí mismos al exilio o a la muerte por inanición. Quizás tras varias generaciones las afrentas serían olvidadas y el pueblo de Nueva Cathonia adoraría a Chcath como él pretendía. Por el momento debería conformarse con que aquellos a los que ahora protegía trabajasen para él por pudo interés y pura supervivencia. Lo que no podía pretender era que todos ellos acudieran a la plaza central de la ciudad a rendir pleitesía a la nueva estatua erigida en su honor. No lo harían salvo coacción y eso era algo que el gólem de fuego y roca no ejercería sobre aquel pueblo. No ahora que podía instaurar los cimientos de una nueva civilización de la cual sería su estandarte.

 

Notas de juego

Ya me dirás que te parece. 

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