Partida Rol por web

Pasaron los minutos, y ya todos tuvieron en la mesa lo que habían pedido. En general eran platos de aspecto no muy apetitoso y de presentación deficiente, pero de sabor no estaba mal.

Sí que están tardando mis mozos... Les dije que cuidaran de los caballos en los establos, pero ya deberían haber entrado a la posada para cenar...

La puerta de la posada se abrió, mostrando una nueva figura. Una de sus manos portaba un saco cuya parte más baja goteaba algún tipo de líquido rojo. La cara de Rowland Charsky se contrajo en una mueca de terror.

¿Has salido tímido?-dijo la camarera a la figura de más allá del umbral-¿Qué haces ahí fuera, a la lluvia, guapo?

Dulzona avanzó para ir a recibir al nuevo cliente, pero su paso se detuvo cuando su mirada se cruzó con la del recién llegado.

¿No vas a invitarme a pasar...?

¡Placadla! ¡Placad a la camarera!-gritó, alarmado-¡Si no cortamos el contacto visual, el vampiro entrará!

La respuesta del llamado Sapo no le ayudó mucho a comprender la naturaleza de los portales presentes, pero daba igual ya tendría tiempo de investigar.

Un nuevo y anciano parroquiano se unió a los presentes, visiblemente nervioso, uno más añadido al espectáculo, mientras nos sirven los platos que al menos sirven para matar el hambre aunque su aspecto no prometía mucho.

Al entrar una persona hace que entre en pánico el anciano, un vampiro? será verdad o sólo producto de una mente perturbada?

Para ahorrar daños a la pobre camarera, uso el poder de mi mente para lanzar mi hechizo de grasa a sus pies intentando que no este centrada en ella, lo justo para que se caiga y los demás puedan atenderla sin riesgos.

Por fin empezaba a ponerse todo en su sitio. Tan pronto como se limpió y aquel gnomo con su extraño mono se sentaron como personitas, la normalidad llegó al local.

- Yo tomarré carrne. Un costillarr enterro con salsa BBQ y una serrvesa, grrasias. - Pidió la guerrera a la camarera.

La camarera asintió y se retiró a la cocina por los pedidos. Las tripas de la pobre norteña empezaron a sonar como clamando por devorar algún alimento, pero la pobre guardó la compostura esperando a la comida. Tenía que mantener el tipo y la línea, dicho sea de paso.

Atendió a las palabras entre el elfo y la enana, dándole explicaciones sobre esos molestos portales y la Ciudad de las Mil Puertas. - ¿Parra qué querrer alguien mil puerrtas? Ser muchas puerrtas, da... - Pensó interiormente Fedora, mientras miraba pensativa a los que hablaban.

Y tras unos momentos, apareció aquel viejo con aspecto decrépito. La esbelta mujer pensó, al oír que la camarera llamaba guapo al anciano, que, o bien la enana era una pelota con los clientes o el calificativo de guapo en aquella región era, más bien, distinto al suyo propio. Sea como fuera no pudo evitar dejar escapar su bufido de risa.

- Buuurrfff. ¿Guapo? Serr más bellesa distrraída, parra el mío entenderr, da... - Comentó por lo bajo mientras se cruzaba los brazos sobre el pecho, sinriente.

Pero el gesto de la aguerrida mujer cambió al ver entrar al nuevo invitado que cargaba un saco goteando algún líquido color rojizo. Todos en la posada cambiaron el semblante, al parecer. Pero lo que realmente la preocupó fue las palabras que salieron de boca del viejo: Vampiro.

- ¿Strigoi?¹ - Preguntó en voz alta. Pero antes de que nadie pudiese contestar, las palabras y lo que estaba ocurriendo lo hacía. El viejo habló de ajo, mucho ajo, y ahora entendía porqué. Todo el mundo sabía que a los vampiros no les gustaba el ajo, aunque estaba por ver si eso era cierto, pues Fedora nunca se había enfrentado a uno de esos seres, si bien sabía de la maldad y poder que tenían esas criaturas nocturnas y sanguinarias. Así, atendiendo a la petición del anciano, se lanzó a por la enana para tratar de sacarla del trance al que la sumiría el vampiro. No sabía si hacía bien, pero era lo único que podía hacer en aquel momento para ayudar.

- ¡Ya oírr todos! ¡Placarr camarrerra, rrápido! - Pronunció mientras se lanzaba a placar a la enana, que parecía haberse quedado en trance.

Los acontecimientos parecían precipitarse aunque a la mitad de ellos, la joven semiorca no hizo ni caso, tan concentrada como estaba en el olor que salía de la cocina y su fútil intento de controlar el exceso de salivación.

Un viejo que acababa de entrar se había puesto a gritar como loco. No era un bardo pero al menos era entretenido.

Quieres que vaya a ver si los mozos y los caballos están bien? - le espetó a su jefe, ignorando  en un primer momento el revuelo que se había formado cuando apareció aquel encapuchado con una bolsa sanguinolienta. Quizás el vejete y él tenían algún tipo de espectáculo para inaugurar la posada, al fin y al cabo.

No tenía ganas de perdérselo pero también quería cobrar su sueldo al final de la misión. Quizás si les estropease la función, les retrasase lo suficiente como para que le diese tiempo a comprobar que todo estuviese bien y volver con los haraganes de los peones.

Decidida por lo que parecía un planteamiento razonable, se levantó con ímpetu, casi tirando la mesa de las prisas, y se lanzó hacia el portón. Su intención era cerrarle la puerta en las narices al actor de la capucha. Se llevarían unas risas y ella ganaría tiempo para hacer su trabajo.

La irrupción del anciano pilló a Aerendyl rebañando de un plato de madera. (No había vuelto a tocar el caldo salvo para apartarlo despectivamente.) Después de lo del portal, el elfo no había dicho demasiado: no entendía muy bien cómo en una mera posada podía haber portales mágicos a un lugar llamado «la Ciudad de las Mil Puertas», que la gente hablase de ello tan a la ligera, y que nadie le diera mayor importancia; pero no quiso parecer estúpido y no dijo nada. De vez en cuando miraba al techo, alerta ante posibles nuevos portales que pudieran aparecer.

Cuando aquel anciano entró nervioso y asustadizo, Aerendyl lo encontró gratamente divertido y sonrió, buscando entre sus compañeros la mirada de algún cómplice con quien disfrutar de la escena. Sin embargo, los gritos del viejo le hicieron ponerse en movimiento: todo el mundo conocía historias de vampiros. Los portales mágicos podían ser inquietantes, pero la posibilidad de un vampiro realmente entre ellos era terrorífica. Sin pensárselo dos veces, y al ver que Fedora y Quiora se ponían en acción, Aerendyl cogió su plato de madera con restos de comida y de un salto se subió a la mesa. 

—¡Al suelo, señor Wisley! —gritó a su patrón. ¡Él era un profesional!

Entonces, lanzó el plato como un disco hacia el desconocido de la puerta, buscando causar algo de distracción en el vampiro y dar tiempo a los demás.

El pequeño mago tomo un poco del caldo con la cuchara de madera y la levanto a la altura de la nariz, el solo olor le hizo arrugar la cara y devolvió de golpe la cuchara al plato.

Lo mejor era esperar al plato de costillas de jabalí que había ordenado, de solo pensarlo se le hacia agua la boca aunque con tanta clientela entrando y solo la enana para atender tal vez llevaría un buen tiempo hincarle el diente a la carne.

Estaba jugueteando con la cucharilla cuando el grito del viejo lo saco de sus cavilaciones, había recorrido bastantes tabernas y visto tantas cosas que el que cayeran un par de bichos raros de un portal no era sino otro lunes en su mundo, sin embargo la angustia del grito era real así que se puso de pie sobre la mesa para ver mejor al llamado vampiro.

 Pensó en correr a placar a la enana pero dada su complexión solo sería un estorbo a sus compañeros  más fuertes.

Pensó entonces en los conjuros q tenia preparados, saco de su bolsa pequeña un poco de lana, la apretó con su mano derecha mientras murmuraba un par de palabras, al instante la lana se disolvió en motas de polvo mientras se formaba un muro de roca entre la enana y el vampiro

-Esto nos dara algo de tiempo!!!-

Grito mientras volvia buscar entre su bolsa.

Era evidente que la accesibilidad era la última de las preocupaciones de los propietarios de aquella posada. La anciana kóbold tenía que comer directamente desde la mesa. Era su única opción, tras descartar el uso de una caña de pescar. Los kóbolds del desierto desconocían de tales instrumentos.

Se giró completamente cuando el recién llegado apareció en la sala. Enseguida sintió una conexión; los dos eran viejos. Estaba aún descolgándose de la mesa cuando la situación se precipitó hacia lo no muerto. No le desagradaban los vampiros. Siempre tenía unos cuantos encadenados en la guardia. Eran un magnífico tentengarras veraniego; se mantenían frescos sin necesidad de refrigeración, y la energía negativa les daba un regusto picante.

Afortunadamente, aún conservaba algo de instinto de supervivencia, y era consciente de que dejar entrar al vampiro era mala idea. Se lo hubiera pensado dos veces antes de enfrentarse a un titán no muerto cuando era tan grande como un castillo, y la situación era más o menos equivalente.

Tráeme a esa cosa rosada y carnosa, anda, cielín, ordenó con ruda firmeza a Güilian, señalando a la camarera enana con una zarpa.

Era curioso. Güilian miraba la sopa que parecía mocos y al probarla sabía incluso peor. Será que le faltaba la densidad. Bien sabía él que los mocos que se le escurrían de la nariz y lamía cuando le entraban en la boca, no eran tan sabrosos como los que sacaba con la uña.

Intentaba no despistarse entre tanta gente y perder de vista a su ama. Ella era poca cosa y el orco no quería volver a estar solo nunca más. Al parecer todos tenían algo que decir y no sería fácil escucharla.

No le costó responder a la enana cuando le preguntó que quería comer. Obviamente comida. Probó la tierra o corteza de arboles algunos días y no fue buena idea.

El ceño de su amplia frente se frunció cuando el empleador comentó algo sobre los caballos. Güilian sabía que no les iba a gustar la tormenta que había fuera.

Sus preocupaciones fueron interrumpidas por un viejo que empezó a gritar. El orco no se dio cuenta cuando apareció en la posada, pensó que habrá caído del aire como los otros y por alguna razón pedía placas. Güilian miró a su ama, solo ella en su gran sabiduría podía explicarle qué pasaba o qué tenía él que hacer. Y ella por suerte lo hizo.

- Sí, ama, fue su respuesta antes de levantarse y seguir las órdenes.

Sapo se fue calmando y, cual animalillo asustadizo, fue saliendo de su "madriguera" debajo de una de las mesas de la posada. Siguió a Estragón pensando en que al menos sabía a qué atenerse con él, mientras que a los demás no los conocía para nada.

- No es...- Intentaba explicar que el "mono" no era su nuevo amigo, que eso había sido el enano Ulmo, sino que era un peligroso monstruo buscado por las autoridades.-...Es un...- No había manera de que Estragón no le interrumpiese y así Sapo, atormentado por una percepción del mundo llamémosla peculiar no podía explicarse con la claridad que le hubiera gustado. Entonces apareció aquella misteriosa figura en el quicio de la puerta de la taberna. ¿Qué llevaba en la bolsa que pendía de su mano y de la que goteaba algo parecido a la sangre?La palabra vampiro llegó a sus orejas y se quedó helado, casi congelado. Todo el mundo reaccionaba formándose un alboroto en el que el gnomo no se sentía nada cómodo.  Como si pudiera evadirse de todo se sentó en la mesa junto a su "amigo" y pareciera que iba a ponerse a comer de la sopa.

Lo primero que pensó Sapo fue en amasar el éter para contruir una falsa puerta que impidiera a la enana ver al vampiro. Sin embargo la gente reaccionaba mucho más rápido que él por lo que decidió actuar de otra manera. Su privilegiada mente le permitía analizar la situación desde una perspectiva alejada del alboroto reinante en ese momento en la posada. Si lso presentes en la taberna lograban placar a la enana o lograban evitar el contacto visual del vampiro con su presa él debía arreglar otro problema. El problema de su "amigo". No era un amigo sino un peligro que podría poner en riesgo la vida de las personas que estaban en la taberna, sobre todo con un vampiro rondando pro ahí. Si les llevara un buen rato ocuparse del no-muerto puede que el trasgo recuperara la consciencia y acabara con alguno de ellos. Ahora que no estaba ya en la Ciudad de ls Mil Puertas no sería un delito acabar con la mísera vida del pequeñajo. Con la daga le rebanó el cuello y dejó caer la cabeza de nuevo sobre el cuenco de sopa de pescado de Estragón.

La escudilla que Aerendyl lanzó fue curvando su trayectoria hasta chocar contra el techo y caer al suelo. Había demasiada distancia hasta la puerta para que un proyectil tan poco aerodinámico llegase hasta el vampiro, por lo menos con el nivel de maestría actual del elfo. Y mientras el lanzaplatos estaba encima de la mesa, Lornegar estaba debajo, encogido de miedo.

¡Salvadme! ¡Salvadme!

Un moco ectoplásmico se formó en el suelo, bajo la enana. Cuando Fedora y Güilian trataron de atraparla, la enana se escurrió y se dió de bruces contra el suelo, haciendo que la humana y el orco chocasen entre sí y cayesen sobre ella.

Aaaaaay...

Dulzona se quejó un poco más y después se fijó en lo pringosa que tenía la mano por el moco ectoplásmico. Acarició los dedos entre sí tratando de identificar la sustancia pegajosa, y luego vió a las dos figuras atléticas que la estaban aplastando.

No recuerdo cómo terminé así, pero por favor, continuad...

El muro que se creó en mitad del salón dió por finiquitadas las posibilidades de que la enana y el vampiro se mirasen. Entonces actuó Quiora, bordeando el muro para ir hasta la puerta, y exponiéndose a ser ella la víctima del control mental. En el último tramo, el vampiro arrojó a Quiora el saco, obligándola a usar su brazo para protegerse. El saco rebotó y salió volando hasta caer en el suelo. Las cabezas cercenadas de los mozos de Lornegar salieron rodando del interior.

Quiora tuvo que cerrar los ojos para protegerse. Al hacerlo, su carrera llegó al final de la posada. La mestiza se golpeó la cara contra la pared, pero palpando a su izquierda llegó hasta la hoja de la puerta y la cerró.

Una vez pasada la emergencia del exterior, un ruido rompe la armonía: el mono inconsciente que vino por el portal dimensional se inclinó tanto hacia delante que cayó sobre su cuenco. Esta vez ya no burbujeaba, y el líquido azulado y verdoso de la sopa de pescado se empezó a mezclar con el rojo.

El gnomo estaba de pie, junto al trasgo bosquimano, portando una daga ensangrentada que enseguida puso tras la espalda. Sus ojos estrábicos evitaban cruzar la mirada con cualquiera que le quisiese juzgar por lo que acababa de pasar.

No tenían tiempo para aquello. No lo tenían. Un vampiro les rondaba.

¡Bloquead la puerta con las mesas! No hay cortinas. Los que podáis ver por las ventanas en la oscuridad de la noche, bajad la mirada y pegad los ojos al suelo.

Grrr... Viejo, ¿a qué nos estamos enfrentando?

Las explicaciones que dió el anciano coincidieron con lo que sabían Sapo y Qym sobre los vampiros.

Su nombre es Pristius Monterrey, y es un vampiro, un no muerto que habita la noche y rehuye la luz del día durmiendo en un ataúd. Tan solo tenemos que aguardar a que amanezca, y todo habrá pasado. Pero he de advertiros de sus poderes y sus debilidades.

Los vampiros no pueden entrar en una casa si no son invitados. Sí pueden entrar en lugares públicos, como las posadas, pero como rezaba el cartel de la entrada, en este establecimiento "se reserva derecho de admisión". Eso le ha impedido entrar, por ahora... Tampoco pueden atravesar el agua en movimiento: ni ríos ni océanos, pero sí lagos y pantanos de agua estancada. El ajo, el fuego y los símbolos sagrados pueden mantenerles a raya... hasta que sus poderes de control mental te obliguen a exponerte. Se les puede paralizar clavando una estaca en su corazón, para después llenarle la boca de ajo y cercenarle el cuello. También es vulnerable a la magia, y las armas de plata encantadas. La luz del sol les mata en cuestión de segundos...

Pero también tienen fortalezas.

Además de sus poderes de control mental, pueden chupar la sangre y drenarte las energías. También pueden transformarse en murciélagos o lobos, o controlar esos animales con la mente...

¡CRASH!

El sonido de cristales rotos sonó en la planta superior de la posada.

¿Qué ha sido eso?

Por el hueco de las escaleras, un zumbido resonó acercándose. Cientos de murciélagos infestaron la planta baja, revoloteando y enganchándose en el pelo.

¡Aaaaaaaagh!

Menos mal que la información, que para otros pudiera ser obvia, llegaba al cerebro consciente de la bárbara más lento de lo normal.

Así pues se encontraba sin quererlo en una posición ventajosa. Si hubiese entendido que el vampiro era de verdad y no un personaje de una función de taberna, se habría lanzado a por él con su gran hacha sin pensarlo dos veces. Pero no fue así. Su hacha descansaba cómodamente al lado de la silla donde hace nada engullía la poco suculenta sopa de la casa.

Además estaba en pie, ayudando a poner una mesa contra la puerta que acababa de cerrar como habían sugerido. Por lo tanto no tenía su arma a mano cuando atacaron los murciélagos.

Bichos!- pensó contrariada- No se acicalaba ella bien como le había enseñado su papaito para mantenerlos alejados y ahora la atacaban a ella? Estaba empezando a cabrearse. Agarró lo primero que encontró, que por suerte fue el candelabro que acababa de retirar de la mesa, y se puso a dar aspavientos para espantarlos sin control alguno.

- Malditas alimañas!

La situación se había vuelto caótica, su hechizo había trabado a sus compañeros sin querer, la criatura había matado a los mozos y no podía entrar, pero eso no le impedía usar a sus secuaces para atacarles, por suerte el pudo superar los molestos chillidos de la masa informe de murciélagos y preparad su mente para atacar.

Estiró su brazo hacia el punto donde más bestias había y lanzo un rayo de fuego creado con su mente, esperando al menos dispersarlos.