Partida Rol por web

Parpadeo durante un instante, dándome cuenta de que mis compañeros están esperando a que me pronuncie. Sin duda, lo más sensato que podemos hacer ahora mismo es volver a la mansión Coppercreek por el camino más corto posible y enfrentar a la doctora Beckett con nuestros descubrimientos. Es lo que cualquier persona racional haría. Y sin embargo...

Intento imaginarme volviendo a casa, olvidándome de todo lo que ha ocurrido aquí. Desecharlo como una mera fantasía y jamás volver a preguntarme qué pasó realmente con los conductores del coche que se estrelló, o cómo llegó aquella misteriosa foto a nuestras manos, o quién estuvo atormentándonos con sus silbidos...

Miro a mis compañeros, primero a Pierce, y luego, lentamente, a los demás, y comprendo que proseguir con nuestra «búsqueda» no es una opción. El odio que siento hacia los desconocidos artífices de esta trampa mortífera no hace sino aumentar. Por su culpa, es muy posible que me marche de aquí sin todas las piezas del rompecabezas. Si por mí fuese, marcaría mi cara con pinturas de guerra, cogería un hacha bien afilada y me perdería en la espesura para dejar de ser la presa y convertirme en el cazador. Para variar.

Vaya, espero no haber dicho eso último en voz alta. No, parece que no.

—Volvamos a la mansión —me oigo decir al fin—. Es lo más seguro. Después ya veremos.

Echo a andar sin esperar a nadie.

Después de unos momentos de tensa confusión, lográis convencer a Bill de que el camino más corto pasa por la mina, o al menos así lo parece a juzgar por el mapa, pues se ve claramente un camino que conduce directamente desde esta hasta la mansión... lo que no deja de ser algo lógico, por otra parte.

Camináis un trecho más por el bosque, hasta que llega un tramo en el que el camino empieza a desviarse del curso del río. La niebla parece cada vez más pesada, y la tierra bajo vuestros pies está humeda debido a su influencia, hundiéndose bajo vuestro calzado. Permanecéis alerta, para tratar de impedir que cualquier posible ataque por sorpresa no os pille desprevenidos; ya os ha quedado bastante claro que este paseo por el bosque es cualquier cosa menos seguro.

El silencio es absoluto. Ya ni siquiera alcanzáis a oir el rumor de las aguas del río, lo que no deja de ser curioso, dado que tampoco os habéis alejado tanto. No sopla ni una mínima brisa, y las nubes de niebla que flotan a vuestro alrededor parecen suspendidas en una danza eterna, esperando a que vosotros las atraveséis para disiparlas. Todo esto no hace sino reforzar la sensación de que os halláis en un lugar encantado. Eso, y delatar el evidente ruido que hacen vuestros pies al caminar sobre la tierra y su manto de hojas muertas. No dejáis de pensar que cualquiera podría oíros desde varias decenas de metros de distancia.

Finalmente, después de caminar durante aproximadamente un cuarto de hora, los árboles comienzan a abrirse, despejando ligeramente la zona. Y entonces la veis: la entrada a la antigua mina de cobre de los Hillsworth.

En la ladera de un promontorio, rodeada de vegetación, encontráis la que deducís debe de tratarse de la abertura de uno de los accesos de mantenimiento de la mina, pues no veis ni las vías ni los vagones para el mineral que aparecían en las fotografías promocionales de las páginas web turísticas que visitasteis antes de venir. Sea como fuere, el lugar tiene todo el aspecto de estar clausurado. Unos pesados portones de barrotes de metal cierran el túnel, negro como boca de lobo, sobre el que hay un bloque de hormigón con varias palabras grabadas, que el tiempo y los elementos han hecho ilegibles. Un ominoso lugar, cargado de presagio...

Camino hacia la entrada de la mina, absorto. No cabe duda de que es un lugar antiguo. Es difícil determinar la fecha concreta en la que se construyó la mina, por culpa de la erosión, pero es seguro que fue antes del siglo veinte. Me inclino ligeramente mientras trato de escrutar en la oscuridad de la entrada, con escaso éxito. No veo absolutamente nada, más allá de unos ladrillos apilados junto a las paredes, cerca de la abertura...

Elisabeth seguía al grupo escondida aun tras Logan, no le importaba a donde fuesen o por donde. Estaba esperando el momento en que los bosques desapareciesen y se encontrase de nuevo ante una casa de ladrillo en cuyo interior le estaba esperando un fuego que le quitase el frío que empezaba a sentir hasta en el alma.

Cuando la entrada de la mina se puso delante de sus ojos un sentimiento de tranquilidad se apodero de ella, pero duro poco. Estaban avanzando, si, pero la idea de meterse en un lugar tan oscuro le aterraba.

Bill, miras distraidamente a tu alrededor. No te fías ni un pelo de tanta tranquilidad, y quieres estar preparado para lo que sea. Súbitamente, un leve reflejo te llama la atención desde algún lugar entre la vegetación que hay junto al camino. Un brillo metálico. Te acercas disimuladamente a comprobar de qué se trata, y tu sorpresa no podría ser mayor al descubrir... un arma. Un revólver, concretamente, apenas oculto entre la maleza. Parece real. ¿Qué hace un arma tan peligrosa en este lugar?

—¿Eh? ¿Eso es lo que creo que es? —digo de repente, acercándome a unos matorrales y agachándome para mirar mejor. Mi primer impulso es coger el objeto que ha llamado mi atención, pero me lo pienso mejor. Después de la jugada del lanzallamas, prefiero no tocar nada hasta estar completamente seguro de lo que hago. Además, teniendo en cuenta la naturaleza del objeto, tal vez lo mejor sea contar con la opinión de Pierce. De todos, en realidad.

—¿Qué hace un revólver aquí tirado? —digo con voz misteriosa mientras miro de reojo a los demás. Cuando aparto la vegetación, todos puedan ver el arma.

Decidimos ir por el camino más corto y ése se encuentra pasando por la mina, según vemos en el mapa que tenemos. Que esté correcto o no ya es otro tema, pero como aquí nadie conoce el terreno nos tendremos que fiar de lo que nos señala en el mapa.

A medida que nos vamos alejando del río, se masca algo extraño en el ambiente. Algo irreal, algo... incómodo. Al menos es la sensación que tengo. Una densa niebla, como la que recibe a las almas perdidas que no han conseguido llegar a su destino final, nos va rodeando poco a poco, regodeándose en ello, como si se alimentara de nuestros temores y desconfianzas. Crece desmesuradamente, como el silencio que nos invita a permanecer sin habla y sin apenas hacer ruido. Únicamente el sonido de nuestros pasos rompe osadamente con tal invitación forzada.

Tanta caminata debería de ponerme de mal humor y compartir tal emoción gustosamente con mi grupo, pero no puedo evitar mirar a cada momento a mi alrededor. Sea lo que sea lo que nos quiere decir el bosque con su hostilidad me ha quedado claro que, como mínimo, no somos bien recibidos. El artefacto incendiario y el hippie chalado en pelotas también han sido claves para recaer en tan obvia conclusión.

Pensaba que el camino iba a ser eterno y nosotros nos convertiríamos en almas errantes en este bosque etéreo, pero finalmente vislumbramos lo que parece una entrada a la mina. Está cerrada, como era de esperar. ¿Y cómo se supone que vamos a ir por ahí? Antes de seguir con mis preguntas que no comparto con nadie, Bill parece advertir algo en unos matorrales cercanos. Me acerco, como supongo que el resto del grupo hace, y veo que es una pistola.

- Joder, qué buena vista tienes -es lo primero que se me ocurre decir sin pensar, para no variar- No tengo ni idea de qué hace ahí. ¿Parece que lleva tiempo ahí tirado o parece reciente?

Pierce, cuando te aproximas a ver de qué hablan tus compañeros, ves un revólver de tamaño mediano y cañón corto tirado en el suelo, pobremente escondido entre los matorrales. Te sorprende no haberlo visto. Solo te hace falta mirarlo unos momentos para saber que se trata de un Smith & Wesson modelo 36, el «Especial del Sábado Noche», de calibre 38. Esta arma es infame en los Estados Unidos por tratarse, con diferencia, del revólver más utilizado por los criminales, ya que su bajo precio, su fácil adquisición y la ingente cantidad de ellos que hay en las calles hacen que sea muy fácil conseguir uno, perpetrar el crimen y deshacerse de él en cualquier lugar. Incluso aunque el arma sea encontrada por la policía, suele ser tarea imposible hacer un rastreo hasta su propietario.

Su presencia aquí es, sencillamente, alarmante...

Mierda. Mierda. ¡MIERDA!

¿Cómo demonios se me ha escapado eso... A MÍ? ¿En qué demonios estoy pensando? Voy el primero y voy ciego. Sí, lo sé. Podría excusarme en miles de puntos: voy pendiente del grupo, Eli va agarrada a mí como una cría de mono a la espalda de su madre, hay muchos puntos de interés y estoy pendiente de todos ellos...

Pero esos despistes me pueden costar la vida. A mí, y a todos.

Echo un rápido vistazo al arma. Un S&W mod. 36 del calibre .38 Spl, un clásico de toda la vida. Y parece antiguo, a tenor de las cachas, el metal desgastado y que parece carecer del punto rojo sobre la mira que facilita el encare del arma y la alineación de los elementos de puntería.

Un arma así sólo permite dos variantes principales: o un poli o un malo. Pero, en cualquier caso, alguien listo. S&W fabrica buen material. Este elemento, en concreto, es el clásico "hierro" que podrías usar como martillo en casa y acertar cada diana cuando dispares. Tiene un calibre cómodo, no especialmente potente, lo que reduce el retroceso, pero sí lo suficientemente grueso como para poder matar de un solo disparo a un adulto si das en el sitio adecuado. Además, es un dos pulgadas, cañón cómodo de ocultar en cualquier parte por su escasa longitud.

He visto a muchos de la vieja escuela, y algunos no tan viejos, ocultarla en una funda tobillera para servirse de ella si fallaba o les era arrebatada el arma principal. Yo mismo tengo una, pero la tengo bajo llave en comisaría. Y a los malos les encanta. No les da el podería y la importancia tribal que un arma más grande, tanto en volumen como en potencia, ni marca tanto como una semiautomática, especialmente en capacidad de fuego, pero no son pocos los hijos de puta que he mvisto que se sacan una de entre los calzoncillos, acomodada entre los cachetes (lo cual me ha hecho preguntarme siempre cómo cojones se sentarían llevando eso encasquetado en el culo).

Esto no es metahumano. Esto es de los simples mortales. Y, si este es el sentido del humor de Beckett, cada vez me harta más. A priori, parece que este es el trozo de metal que hay que recoger aquí. En slang, a cualquier arma, especialmente a las cortas, se las llama "hierros", y en el mensaje, además, se nos afirmaba que sería fácil de identificar, pero hablaba de un mineral, no de un metal. Bueno, a lo mejor mineral de hierro, que sirva de base al acero...

Sea como fuere, ya hemos pasado por una trampa. No estoy dispuesto a pasar por más. Mi cuerpo se relaja y mi mente queda en blanco. Procuro sentir la presión del arma contra mi cuerpo. Mi instinto hace que sienta los movimientos que tengo que ejecutar para desenfundar con rapidez antes de imaginármelos.

Primero veré si tiene trampas, o si se trata de la maniobra que emplean los francotiradores militares: hacen salir a uno a campo abierto, lo abaten, pero no lo matan, pero los que van en su auxilio van cayendo uno a uno. Incluso una bomba cuya espoleta se active al coger el arma, como una antigua "jumpin' Betty" de la Segunda Guerra Mundial, o alguna "Claymore" De Vietnam, o cualquier maravilla moderna con C4, SEMTEX o PG2.

Segundo, si se trata de un arma real o simulada. Y, si es real, ver si tiene munición y de qué tipo es.

Sería muy curioso que contuviera en el tambor cartuchos dum-dum o de punta hueca...

Pierce, no tardas en darte cuenta de que no hay nada peligroso en el arma, aparte del arma en sí, claro. Nada de trampas ni de artilugios; el revólver simplemente parecía estar ahí tirado, esperando a que vosotros lo encontraseis. Al extraer el tambor, compruebas que, como sospechabas, está cargado. Le quedan cuatro balas, calibre 38 normales y corrientes, de las que se pueden encontrar en cualquier parte sin necesidad de buscar mucho.

Eli muestra su descontento con el arma, nunca le han hecho gracia. Pero no podía negar que ahora mismo era una herramienta que podía salvarles la vida, mas no iba a ser ella quien la llevase. No, nunca.

Elisabeth miro a la puerta de la mina, unos barrotes de metal la estaban cerrando, fue entonces cuando una idea cruzo su mente.

La chica se quedo petrificada mirando a la puerta con los ojos fijos en los barrotes, sin darse cuenta agarro a Pierce de la camisa y tiro un poco de ella.

-¿Y si esa puerta esta cerrada?

Dijo en alto, pero no era del todo consciente de que lo estaba haciendo. Mas bien parecía que el pensamiento había escapado de su mente por culpa del miedo.

Manejo el arma con cuidado, pero con la cleridad propia del uso, de las muchas horas de entrenamiento, mecanización y memorización. Seis alveolos, cuatro capsulas por detonar. Las saco. Son balas de plomo demiblindadas, las de toda la vida. No han sido manipuladas y, por el peso y ruido que hacen cuando las agito junto a mi oído, parece que la carga de propelente está bien.

Vuelvo a cargar el arma y me la guardo. Procuro ceñirla algún sitio en el que pueda recurrir a ella con facilidad en caso de necesidad. Cada vez me gusta menos el cariz que va tomando todo este asunto.

-Si esto es la prueba, me temo que la doctora Beckett tiene un particular sentido del humor y del concepto "mineral".

Entonces oigo la frágil voz de Eli, siento cómo me tira de la camisa y hace mención a la entrada de la mina. No sé si quiere que nos vayamos inmediatamente, sin más (lo cual no sería reprochable, porque la carga negativa que transmite este lugar es innegable), o ha sugerido, muy sutilmente, que inspeccionemos la mina.

Ciertamente, el rugido que me estremece desde el interior me anuncia sus intenciones, quiere saber, conocer, y reclama su alimento. Muy despacio, sin perder nada de vista, analizando cada elemento del entorno, me voy acercando a la puerta para comprobar si está cerrada o no... o si la oscuridad de la gruta oculta algo más indeseable en su interior.

Según me acerco, voy vislumbrando las letras borradas por el paso del tiempo sobre la arcada de hormigón que corona, a modo de morro de lobo, la boca de la mina.

Pierce, cuando te acercas a examinar la entrada de la mina, intentas leer el texto del bloque superior:

«...er Creek Mi...ría de Co...»

Inspeccionas el orificio. Tu linterna ilumina un corredor de hormigón y ladrillo rojo de aspecto húmedo y poco sofisticado, lo que refuerza la idea de que se trata de un túnel secundario. El techo dispone de varios tubos fluorescentes, que ahora están apagados. A lo lejos crees advertir una puerta entreabierta de metal oxidado y, junto a ella, la abertura de un pozo negro como la noche, con una escalerilla roja que desciende a sus profundidades. No distingues más detalles.

Cuando haces ademán de abrir el portón de entrada, ves que apenas tienes que empujar para que este se abra...

—No... —salto de repente—. No me creo que la doctora Beckett haya planeado toda esta locura...

Veo a Pierce entreabrir el portón de entrada a la mina, y mi pulso se acelera.

—No vamos a entrar ahí, ¿verdad? ¿Por qué no nos limitamos a rodear la mina hacia el este hasta que encontremos el camino de vuelta? Esto me parece de lo más innecesario... Anda, Pierce, deja la puerta como está y vámonos.

Espero que los demás estén de acuerdo.

Las puertas se separan ante mí, mostrándome la oscuridad como una inmensa boca me mostrara la garganta hasta perderse en la negrura del esófago. El metal, oxidado, emite un chirrido quejumbroso mientras los goznes permiten el movimiento de las láminas.

Linterna en mano, me adentro en el interior. Supuestamente, tenemos que encontrar un mineral muy característico para esa hija de puta de Beckett, y con esa excusa entro. El haz de luz ilumina las paredes mohosas, los metales chorreantes de sangre de óxido, oliendo el olor a moho y el aire viciado, los relieves fantasmagóricos del techo, procurando no dejar un rincón atrás, por absurdo, improbable o imposible que pueda parecer. He visto escondrijos más increíbles trabajando y sé de lo que es capaz de la inventiva humana.

Busco algún indicio de presencia reciente en el lugar, mientras me voy acercando al pozo primero y a la puerta del fondo después. Necesito saber más de cuanto pueda de esta maldita locura. No sé si podré presentar pruebas para un juicio o si terminaré matándola con mis propias manos, pero tengo que llegar al fondo de todo esto: de Beckett, del Silbón, incluso del doctor Moore.

Es lo que tiene el proceso investigativo: puede convertirse en algo realmente adictivo.

Siento el frío en el estómago y el vello de la nuca erizarse. El tigre se agazapa en la sombra, presto a actuar.

Lo sabía. Al final, Pierce no ha podido resistirse a entrar en la mina. Ahora tendremos que seguirlo. Una extraña euforia se apodera de mí. Miro a los demás con los ojos abiertos como platos y una sonrisa que deja ver mis dientes, me encojo de hombros y sigo al poli a las profundidades del túnel sin decir una palabra.

Tengo que reprimirme para no ir dando saltitos.