Partida Rol por web

Nueva York era un pulmón envenenado que aun así era capaz de mantener vivo todo el cuerpo que eran los Estados Unidos de América, la enorme y simbólica ciudad que ni siquiera necesitaba ser su capital para ser, sin lugar a dudas, el foco de atención de todo el planeta. Qué desafortunado, ¿verdad? Un mundo de oportunidades tanto para gente de bien como para aquellos con intenciones infinitamente peores.

También era el hogar de aquellos llamados héroes. No los héroes de verdad: aquellos que apagaban los incendios día tras día, que salvaban vidas en los hospitales (siempre que tuvieras un buen seguro médico, claro) o los que evitaban que el criminal medio se saliera con la suya, no. Los héroes en boca de todos, los que se enfrentaban a todo lo que estaba fuera de lo normal, mortales que habían perdido el norte o que lo habían terminado de encontrar, criaturas y fuerzas más allá de lo imaginable...

Las putas fuerzas más allá de lo imaginable, pensó Judge mientras volaba a toda velocidad contra aquella cabina de teléfono, una de las pocas que quedaban en Queens y que quedó totalmente abollada cuando el superhéroe se estampó contra ella. El ligero mareo que sintió con el golpe no le impidió escuchar el tremendo rugido del gorila de dos metros que tenía unos metros más allá, mirándole con los ojos hinchados de sangre. Aquella desgraciada de la Doctora Bushwell estaba intentando saquear un cargamento de diamantes para subasta de Knox & Co, una famosa empresa de inversiones... otra vez.

Los héroes se encontraban, como podían, tratando de frustrar el ataque. Había un buen puñado de monos de distintos tipos implicados: desde fortachones gorilas encargados de quitarles de en medio de la manera más burda posible a chimpancés superinteligentes que manejaban todo tipo de drones, vehículos e incluso a algunos de sus congéneres. Un dolor en el culo, sin duda, pero todos los medios tenían sus ojos puestos en el suceso y joder si tenían que hacer una actuación digna de un buen samaritano.

¿Qué harán nuestros héroes?

Los ejércitos de la Doctora Bushwell siempre le recordaban a Theo a la película de Tarzán, la de dibujos. Normalmente pensaba en Terk, su personaje preferido de aquella película, y cómo aquellos gorilas no se parecían nada a ella. Pero aquel día en concreto, mientras Theo corría hacia la calle desde el interior del banco en cuya cámara habían estado los diamantes hasta hacía no mucho, no era en Terk en quien pensaba. No, mientras Slider se deslizaba a través del escaparate de cristal blindado, mientras le recibían los gritos y los golpen y los rugidos en la calzada, pensaba en la manada de babuinos que había perseguido a Jane por la selva. Y en lo mucho que se parecían a los que él mismo acababa de dejar atrás y que estaban, en ese momento, estampándose contra el cristal blindado que no se habían dado cuenta de que estaba ahí, como una tormenta de granizo peludo contra la ventana.

Aunque era una cosa muy poco heroica que hacer, Slider se permitió un momento para recuperar el aliento y procesar el abrupto cambio de escenario. No fue buena idea, porque un gorila rugió más cerca de lo que esperaba y ahí estaba él, dando bocanadas de aire con las manos apoyadas en las rodillas. Se volvió justo a tiempo para ver a Judge volando a toda velocidad hacia él, y a través de él, y ya no le vio más pero le escuchó chocarse brutalmente contra algo que probablemente les iba a salir muy caro a los de arriba.

Slider resistió el impulso de volverse hacia Judge. Era indestructible, después de todo. Y mucho más capaz que él de lidiar con simios gigantes y rabiosos. No, su trabajo era encontrar a los de seguridad y a cualquier otro civil que pudiera quedar por la zona y asegurarse de que no les aplastara un mono, así que se quitó de en medio, confiando en al menos haber llamado la atención del gorila lo bastante para que Judge tuviera tiempo de levantarse.

—¡CatWalk! —llamó, aunque tampoco sabía dónde estaba ella—. ¡Ojos en el cielo! ¿Quedan más civiles?

—¡Tienes dos IT a la derecha, detrás del Corolla rojo enfrente del Starbucks! —respondió.

CatWalk había aprendido por las malas que llamar Idiotas con Teléfono a los civiles no resultaba en buena prensa, por mucho que fuesen idiotas y estuviesen al teléfono grabando la situación en vez de ponerse a salvo. «Uno no insulta a quien le da publicidad» había dicho La Jefa. Y no le faltaba razón, pero tampoco le sobraba demasiada. La gente se volvía ridículamente estúpida cuando ellos aparecían en escena, y en el fondo los entendía —que no había perdido ella pocas veces la cabeza delante de sus ídolos musicales—. Pero había una diferencia fundamental: su vida no corría peligro.

Retornó la gravedad a su cuerpo y la moto cayó con peso de pluma de nuevo sobre el asfalto, grácil y ligera como el papel, para rugir de nuevo y acelerar hacia donde Judge había aterrizado malamente.

—¡Control! ¡Necesitamos esos sonidos YA! —exigió CatWalk, haciendo ruido para llamar la atención del simio que andaba tras su compañero.

Si no podían con los simios, habría que apelar a sus instintos primarios, había pensado Cassidy. La llamada del peligro, de un compañero en apuros. Quizás el truco no funcionase con los más aventajados, pero esperaba que los grandullones fuesen tras ella y la moto en vez de estampar a Judge contra más cosas. Para ello le había pedido a Control que buscase sonidos de «monos muriendo ruidosamente», esas habían sido sus palabras textuales, y que los pasase por los altavoces incorporados de su moto.

CatWalk enfiló su moto con un rugido hacia la calle principal, buscando algo que usar como elevación para saltar hacia los aires.

Judge suspiró.

Tardó unos segundos en liberarse del metal abollado, no sin cierta dificultad. La gente solía pensar que alguien capaz de atravesar un muro de piedra y salir indemne bien podría usar los restos como proyectiles, o al menos reventar aquellos que le hubieran sepultado. Lo cierto era que, en su caso, su fuerza no era mayor que la de cualquiera de sus dos compañeros, o de la de aquellos civiles, o de la de cualquier cuarentón con una forma física poco más que aceptable. Y las cabinas de teléfono, bellas reliquias de un tiempo más sencillo, tenían la molesta tendencia a plegarse de maneras tan imaginativas como inconvenientes sobre todo aquel que las golpeaba a gran velocidad. Una categoría que englobaba a Judge, y... Bueno, a pocos más, en realidad. La buena noticia era que la práctica acaba haciendo al maestro, y no era la primera vez que se veía en una situación similar.

Esa semana.

Limpiando su hombro de trozos de cristal, clavó su mirada en aquel inmenso simio, mientras escuchaba a sus compañeros hablar por el pinganillo. Teniendo a Cass como distracción y a Theo con los IT, quedaba implícito que a él le iba a tocar encargarse de su vieja amiga, la Doctora Bushwell. Si es que podía encontrarla, claro.

El gorila, por su parte, no parecía demasiado contento de ver cómo Judge no solo sobrevivía al lanzamiento, sino que salía casi intacto. Si un primate enfurecido ya era suficientemente peligroso, uno enfurecido y confuso era el equivalente gorilesco a juntar mentos y coca cola. Una comparación algo estúpida, pero diablos, a uno no se le ocurren buenas similitudes cuando tiene a un bicharraco de dos metros y pico corriendo hacia él, apartando escombros sin esfuerzo y crujiendo el asfalto a su paso. Por muchos años que uno lleve siendo invulnerable, hay instintos que nunca se llegan a acallar.

Se llevó de forma instintiva la mano a la pistola, antes de recordar que (por supuesto) esta había salido despedida, y que (también por supuesto) de no haber sido así, vete tú a explicar a esas asociaciones animalistas el por qué disparar a un gorila descontrolado en medio de una calle peatonal de Nueva York es algo razonable y no un "atentado inaceptable contra la biodiversidad y las especies protegidas". O algo por el estilo, vete tú a saber. De repente, Judge se sintió algo viejo. Bueno, llevaba sintiéndose viejo ya algo más de un siglo... Pero más aún, si cabe.

-Vale, Maguila -la referencia le hizo sentirse viejo por segunda vez-. Vamos a intentar arreglar esto como primates civilizados, ¿sí? -estaba razonando con un gorila, lo que le hizo sospechar que quizás el golpe le había causado alguna enajenación transitoria-. Solo quiero que me digas dónde está la doctora Moreau -y una tercera vez-, y tú y tus amigos tendréis todos los plátanos que...

El siguiente golpe le clavó contra el suelo, como si fuera una sombrilla en la arena. Cualquier otro sería poco más que un amasijo de carne y huesos, pero él apenas si había sentido un cosquilleo. Por desgracia, parecía que el gorila no tenía muchas ganas de ponerse a negociar con él, lo cual había sido bastante predecible, en retrospectiva. Tras un par de golpes, volvió a lanzarlo, esta vez sobre un coche.

Mientras recibía aquella paliza, Judge se dedicaba a analizar su entorno.

—¡Entendido, Cat! ¡Marchando unos sonidos muy monos!— le dijo Wade al otro lado del pinganillo.

Cassidy vió que un poco más allá había una pequeña grúa aparcada con los raíles bajados, lista para montar encima cualquier vehículos y llevárselo a Dios sabe dónde. Afortunadamente para ella era más que suficiente para saltar con su moto, atravesando el aire como si fuese una bala mientras por los altavoces de la CatBike sonaban los chirridos angustiados de una panda de simios que parecían morir entre terribles sufrimientos. Si alguno hubiese sido biólogo se hubiera percatado que Control había tenido la genialidad de entremezclar distintas especies de primates para hacerlo más realista, pero como no era así aquella muestra de profesionalidad quedaría como tantas otras en el olvido más absoluto.

El gorila grandullón, confuso y ahora más furioso todavía se giró hacia la rubia, cargando hacia ella a una velocidad sorprendentemente rápida que sirvió para recortar distancias y eso puso aún más nerviosa a la superheroína, que vió como de un callejón salían media docena de babuinos agitados que iban en su misma dirección, metiéndola en un grave problema pero con la satisfacción de haber dejado a . Quién pudiera hacerse intangible...

The Judge al fin tuvo un momento de respiro para mirar a su alrededor, lo que le sirvió para ver que había monos pequeños en algunos balcones, ventanas... estaban por todas partes. Estaba claro que si los diamantes salían de ahí dentro iban a tener muchas maneras de huir de allí con el botín.

Slider por su parte se encontró detrás de aquel Corolla a una pareja de jóvenes: ella grababa con el móvil fascinada como un monete arrancaba furioso una máquina expendedora de periódicos mientras su novio se agarraba a ella, llorando de miedo. Nada especialmente grave si no fuera porque vió en el balcón de un tercer piso a cercopiteco verde que usaba dos pistolas y que estaba asomándose, preparado para disparar contra aquellos dos pobres incautos.

Clay, muy a su pesar, sí que se percató de algo importante: algo en el interior del edificio que estaba siendo atracado explotó, provocando una columna de humo desde el interior que se extendía hacia el cielo a través de las ventanas que se habían roto en el primer piso. El antiguo Sheriff había vivido demasiado para saber qué debía estar ocurriendo... los monos que se hubieran podido colar dentro debían haber detonado alguna clase de explosivo en el interior y era cuestión de tiempo que empezaran a sacar la mercancía, posiblemente lo que tardaran en organizarse y coger todo lo posible.

El resto del equipo no tenía mucho aprecio por los ITs, como les llamaban ellos, pero a Theo no le disgustaban. Le daban algo que hacer mientras Judge y CatWalk salvaban el día. Slider miró hacia donde CatWalk le indicaba y al principio no vio nada mas que el mono arrancando la máquina expendedora de periódicos, pero pronto vio el móvil asomando por encima del capó rojo. Empezó a trotar hacia ellos, pero el trote se convirtió en sprint cuando vio dos cañones de pistola apuntados hacia ellos. Y entonces hubo una explosión, y Theo pensó "mierda", y después pensó que antes de perder la cabeza por los monos explosivos mejor se encargaba primero de los ITs.

Tras una última mirada apresurada hacia el balcón de la tercera planta, Slider saltó apresuradamente sobre el coche y se deslizó sobre el capó para intentar abrazarse a la pareja y deslizarles al parking subterráneo que había bajo el Starbucks. Aún le quemaban los pulmones de la carrera contra los babuinos, y se temía no llegar a tiempo.

—¡Bajando! —gritó mientras se abalanzaba sobre ellos—. ¡Agarraos bien!

¿Quién había grabado los chillidos de esos macacos, y cómo? Judge decidió que había cosas que no necesitaba saber. Lo que sí necesitaba saber era dónde estaba la cabeza visible de aquel asalto simiesco, antes de que escapara con el botín. Sin embargo, su cabeza tendría que detenerse a pensar en otro momento: la urgencia de la situación le impelía actuar. La explosión le hizo fruncir el ceño.

-Me cago en... -activó el micro-. Voy para allá. Atentos a Bushwell, puede intentar escapar por cualquier lado.

Acto seguido salió corriendo al edificio.

—Yasss! —gritó Cass al ver que su plan había funcionado. La única pega era que ahora los monos estaban detrás de ella, y muy a su pesar, la inmortalidad no era parte de su set de habilidades. Ni la intangibilidad de Slider.

Tenía que elevarse y dejar el suelo atrás, y ya había localizado cómo. ¿Llegaría? Esa era la pregunta que flotaba en su cabeza mientras aceleraba, inclinándose hacia adelante y vigilando al grandullón por el retrovisor. Estaban cerca. Demasiado. ¿Y si la pillaban?

—Vamos, vamos, vamos... —musitó para sí un instante antes de enfilar la rampa.

Un tirón en el estómago, las siluetas de los babuinos casi encima, y aquella sensación de ingravidez apoderándose de toda ella y su vehículo. En vez de caer, la moto se elevó dejando atrás a los monos... O a casi todos. Uno de ellos, más pequeño y ágil, logró saltar y engancharse haciendo que el salto fuese mucho menos efectivo. CatWalk sabía que con aquel peso extra no iba a llegar hasta los tejados, lo que significaba que seguía a la carrera con un inquilino de más.

El pequeño monete empezó a trepar como pudo por la moto, casi mostrando cierta sorpresa por haber conseguido engancharse a la velocidad a la que iba esa motocicleta. Estaba bien cerca de llegar a la altura de Cassid y quizá intentar derribarla, tirarle del pelo, taparle los ojos o vete tú a saber qué.

Slider llegó sin ninguna clase de problema al parking mientras escuchaba sobre él el sonido del disparo golpear el asfalto: una bala esquivada, nunca mejor dicho, mientras los IT chillaban asustados y se agachaban tras otro coche cuando llegaron al parking. Ahora tenía que decidir cómo salir de allí, ya que tenía claro que justo encima había monos preparados para lo que fuera que saliese de allí y no tenía claro dónde saldría si lo hacía desde otro punto del parking.

El Juez por su parte tuvo que poner cartas en el asunto y salir corriendo en dirección al edificio central del banco. Cuando llegó allí vió que la entrada principal estaba custodiada por dos enormes gorilas y las ventanas estaban lo suficientemente altas como para que hubiera que encontrar una manera de escalar adecuada: ¿cuál sería su manera de abordar aquella situación para entrar dentro?

Aunque solía ser su trabajo poner a civiles a salvo y asegurarles que todo iba a salir bien, a Slider nunca se le había dado bien parecer confiado y tranquilizador. Por lo general, lo compensaba haciendo muy bien la primera parte del trabajo y haciéndose un selfie con ellos si se lo pedían y la situación le permitía arriesgarse a perder unos segundos. No parecía que aquel fuera el caso.

—Todo va a ir bien. Aquí estáis a salvo —les dijo, y se alejó mirando hacia el techo del parking.

Tenían que encontrar a la Doctora Bushwell. Lo que significaba que CatWalk o Judge tenían que encontrar a la Doctora Bushwell. Slider no sabía dónde estaba CatWalk, pero sabía que Judge estaba prácticamente encima suyo... Junto a un montón de monos homicidas con ganas de jaleo. Tendría que esperar que sus reflejos y su concentración fueran suficientes para evitar llevarse un buen mamporrazo, se dijo, mientras flotaba hacia la superficie.

Los había dejado atrás, pero eso no eliminaba el problema. Tan solo significaba que irían a molestar a otra parte, ya fuese sus compañeros u otros civiles. Pero claramente no había pensado en ello lo suficiente, no hasta ese instante. Con una palabra malsonante que resonó por el pinganillo, dio un frenazo repentino haciendo que el monete saliese volando por los aires rasgando su chaqueta y haciendo que jurase otra vez.

—Voy a intentar sacárnoslos de encima —dijo, mirando hacia su alrededor en busca de un salto de esos que te dejaban sin aliento. Tenía que encontrar un punto en alto desde el que poder engañarlos para que saltasen y… Bueno, se partiesen las piernas en una caída muy mala. Igual que pingüinos saltando por un precipicio uno detrás de otro.

Asió los dedos al manillar, acelerando con los chillidos resonando por el altavoz. Localizó un edificio con un salto particularmente complicado, y esperó con los nervios a flor de piel a que la manada asomase por el alfeizar dispuesta a perseguirla hasta el final.

"No me refiero a que dejes de exponerte a situaciones peligrosas", le había dicho ella. "El público valora algo de alivio cómico, para variar, y lo de que te zurren mejora las valoraciones del capítulo. Da una sensación de peligro, de... Riesgo. Pero sin llegar a preocuparles. No sé si me explico". Clay recordaba haber soltado un gruñido como respuesta. "Pero no te pases, ¿Vale? Está empezando a hacerse viejo, hay que espaciarlo un poco".

No había intentado explicarle a esa arpía rubia que él estaría encantado de "dejarse pegar menos", como lo había descrito ella. En un momento como ese, sin embargo, se planteaba si no había algo en él, en el fondo, que sí que buscaba activamente el peligro. Porque su primer impulso había sido disparar a los gorilas (mala idea, ya que había perdido la pistola) o intentar pasar corriendo a través de ellos (peor idea incluso que la de disparar sin pistola). Cualquiera de las dos ideas habría acabado inevitablemente con una paliza, y la audiencia ya había tenido suficiente de eso tras el incidente de la cabina.

Así que, esta vez, optó por la vía de la sutileza. Quizás ese coche era suficientemente alto como para poder colgarse de aquella farola abollada, y esta estaba lo suficientemente cerca de la ventana como para colgarse del alféizar. O quizás se caía de bruces contra el suelo y armaba un escándalo de esos que atraen grupos de monos rabiosos a la posición de uno.

Solo había una forma de averiguarlo.