Partida Rol por web

Tan pronto tienes el arma en tus manos, ésta parece despertar y comienza a brillar como cuando el Hombre-cobra la llevaba en sus manos. Unos símbolos parpadean en la pulsera que has arrebatado al demonio caido.  Simultáneamente, tus pasos te llevan junto a la rampa, que vuelve a reaccionar ante la pulsera, abriéndose un par de metros hasta que, por la ligera zozobra de la nave, golpea el suelo rocoso con un fuerte estruendo metálico.

Si hubiera sido tan sencillo convencerlos aquel momento habría sido anticlimático. Suponía que tenía que alegrarse por tener más ocasiones de hablar, por más que su interlocutor no fuera exactamente de su agrado.

—¿Hombres cobra como ellos? ¿Vosotros? Por favor —bufó, con una mueca que no se decidía entre burlona y empática—. Miraos los unos a los otros. Estáis a medio camino. Habéis dejado de parecer humanos, pero jamás llegaréis a ser como ellos, por más que mutiléis vuestro cuerpo. En el fondo lo sabéis. ¿Qué os llevó? ¿Fue miedo? ¿O resentimiento?

Destensó el arco, aunque no lo soltó, ni tampoco la flecha. Empezaba a dolerle el brazo de mantenerlo así.

—Pero pese a todo... nacisteis del vientre de una humana. Pese a lo retorcido que está vuestro cuerpo y pese al peso de vuestros crímenes no es tarde para que hagáis lo correcto. Tú dices que la caída de ellos es una casualidad que no volverá a repetirse. Yo digo que las casualidades tienden a repetirse. Y estoy dispuesto a jugarme la vida en esa creencia.

Dejó caer ligeramente los hombros.

—Sobre todo, porque prefiero perder la vida a la humanidad. Mi decisión está tomada. Tomad la vuestra. Al fin y al cabo, si tan seguros estáis de lo que decís... ¿por qué seguimos aquí, hablando?

Miró de reojo en dirección a la nave. ¿Saldría de ella esa abominación, matando así cualquier tipo de esperanza por dar peso a sus palabras? ¿O quizá...?

Kyora no pudo evitar el esbozar un gesto de asombro ante las palabras de Joshua, era increíble la fortaleza que emanó en su discurso y realmente aquello sí que le gustó a la intérprete. Dadas las condiciones, no tenían pensado ceder en lo más mínimo y esto conlleva a asumir riesgos que sin dudas podrían ser los peores que puedan soportar. Pero se había comprometido en cuerpo y alma a ello, lo daría todo. 

—Eso es conformarse, caer en la ilusión de alguien que tiene el control de ustedes y en cuanto no les sirva, los desechará. 

Una realidad, hecha y derecha. Tenía su lanza en la mano, ya estaba todo más que dicho y deseó profundamente que en la puerta de aquella nave, sea Uren quien estuviera ahí. 

¿Por qué seguimos aquí, hablando?" "Os desechará.."  

Los cultistas dudan, se vuelven a mirar entre ellos.  Pese a ser brutos, duros y crueles, los guerreros encajan pobremente el desafío de Joshua.  Y es que no se trata de una simple bravata cuando, tras los Khytyanos, se puede observar el enorme aparato invencible derribado.  Alguno comienza a dar un paso atrás, pero aguanta temiendo que su propio bando acabe con él.   -Quédatë con tu humanidad, pues, y muere - rie cruelmente el líder. -​​​​​​Y dejä a los demás sërvir a los amös del cielo...

KLONK

Renqueante, con una pierna ensangrentada y entumecida y el cuerpo lleno de sangre, tierra y pequeños cristales, veis bajar a Uren de la máquina voladora. En sus manos, apuntando el cañón hacia los cultista, rodeada de un rosario de luces que parpadean al unísono con la pulsera que antes llevaba el demonio, el arma metálica del Hombre-cobra. El rostro del cazador muestra agotamiento, un cansancio más allá del dolor.  

-¡El Ärma! -el líder cultista da un paso atrás, tan sorprendido que trastabilla. Resulta algo cómico. -El Hombre-Cöbra...- se ensombrece su rostro, sumido en oscuros pensamientos, incrédula rabia e impotencia. Incertidumbre.    

¡Han derramadö la sangre del sagradö! Del cielö vendrá la venganza. ¡Matad, matadlös a tödös! Recuperemös el favör de los diöses!! Matadlös!!!   Pero cuando se gira para comprobar el cumplimiento de sus órdenes, los suyos ya están corriendo hacia el túnel de salida de la meseta.

Uren estaba dolorido y confuso luego del aterrizaje, pero la situación ameritaba ponerse en acción. Silvó a Hayt para que se ponga a su lado y buscó a su compañeros con la mirada. Luego habría tiempo para pedirles disculpas por su impulsividad. Ahora intentaría hacer funcionar el arma del hombre cobra para disparar a los enemigos que habían aparecido.

Atenta a los acontecimientos como estaba, en cuanto pudo ver al líder trastabillar mientras esperaba que sus discípulos sigan su mandato, no lo pensó más. Rápida como nadie, comenzó a correr para lanzar su enorme lanza hacia su único objetivo, aquel ser que era dueño y partícipe de tanta masacre. Si alguien debía recibir el castigo de toda Kythya era justamente él y esa sí que no se la perdonaría al Hombre- cobra. Nunca. 

Sin más y bajo ese impulso fuerte, veloz, capaz de cortar el aire en su andar, esa punta tenía una dirección y claramente era el centro del pecho de aquel ser. Quería matarlo al instante, cegada por la bronca y la impotencia, por todas esas muertes que tuvo que presenciar y la devastación de lo que más amaba: su tierra. 

Joshua sonrió levemente. Uren. Vivo. Magullado, como no podía ser de otra manera, pero vivo al fin y al cabo. Eso descartaba el peor escenario de todos: Que de la nave descendiera la abominación a la que que los villanos habían servido. De hecho, y de no ser por la situación en la que estaban, se habría visto tentado a hacer que su prioridad fuera alcanzar a su compañero y preguntarle cómo demonios había salido de esa con vida.

Pero en lo que esperaba a tener la oportunidad, tenían algún que otro asunto por resolver. Por una parte estaba la estela en el cielo, el supuesto segundo Hombre-Cobra. Pero todavía estaba lejos, así que esa preocupación tampoco era urgente. La única que quedaba eran ellos.

Y de ellos, todos los que habían sido capaces de estrujar un poco sus neuronas habían salido por patas. Solo quedaba él. El líder. El fanático. Pero lo verdaderamente sorprendente era ver cómo Kyora decidía que el momento del pacifismo había terminado

No pensaba que se le fuera a escapar, pero tampoco quería darle la opción. Tensó la cuerda, apuntando en dirección a la rodilla del hombre, y soltó casi con desinterés. No le habían faltado oportunidades y, si hubiera sido por él, seguramente ni se las habría dado en primer lugar. Una vez se hubieran deshecho de ese problema, solo les quedaría uno bastante peor.

El líder del culto se incorpora y rebusca algo entre sus ropajes, pero no le da tiempo a reaccionar.  La lanza de una furiosa Kyora le impacta, derribándole, hiriéndole de gravedad, y la flecha de Joshua acaba rápidamente con su agonía.   Cae al suelo, desmadejado y roto. Apenas un hilo de vida queda en él, que rápidamente se va desvaneciendo.

Uren, entretanto, intenta recordar la manera de conseguir que el poder del Arma del Hombre-cobra pueda liberarse.  Pero incluso su capacidad de atención y su memoria tienen límites y no consigue hacerla funcionar.  O quizá sea su confianza, dañada tras haber creído traer la ruina a los que le rodean.

Afortunadamente, los cultistas no habían llegado a darse cuenta de su incapacidad para disparar esas letales esferas de luz y ahora se enfrentaban al enorme mastín en vez de a vosotros, con resultados que parecían funestos.  Sonoros ladridos y alaridos resonaban a través del túnel, amplificados y espeluznantes, a lo que se sumó el impacto sordo de un par de pesados objetos sobre las chozas, muchos metros más abajo. 

Luego, el silencio. Roto instantes después por una suave brisa que proviene de Khytya.  Desde lo alto, allá en el horizonte, vuestro país es un muro de exuberante e ininterrumpido verdor, cubierto de algodonosas nubes, con un prístino cielo de un azul irreal.  Un paraíso al alcance de la vista, similar al que una vez fueron éstas tierras ahora yermas y agostadas, antes de que los dioses que las protegían se fuesen.  O muriesen.

Al otro lado, hacia el norte, el sol comienza a sumergirse tras el lejano océano.  Una minúscula mota cobriza traza una línea rectilínea allá en lo alto, una inexorable maldad que amenaza con desatar el infierno sobre vosotros.  O quizás no, pues las casualidades tienden a repetirse. Eso es lo que dicen.

—Me alegro de que sigas entre nosotros, Uren —dijo con sinceridad Joshua—. Cuando todo esto haya terminado, te invitaré a algo solo con tal de que nos cuentes cómo con todo lujo de detalles.

Por desgracia, las historias tendrían que esperar. La estela en el cielo era una cuenta atrás, y no era la única cuenta atrás que tenían cerca.

—Kyora, ¿puedes mantenerlo con nosotros? —preguntó, lanzando una mirada a la intérprete. Esa mirada decía «Lo que puedas». Ese tipo estaba condenado, y él no tenía intención de anular la sentencia... pero necesitaba robar los últimos segundos de su vida.

Se agachó junto a él, recogiendo antes del suelo el aparato parpadeante que aparentemente era culpable de la llegada del Hombre-Cobra.

—Responde y se terminará rápido —Empatía en forma de piedad y amenaza, todo en uno. Le enseñó el aparato—. ¿Qué hace cada botón?

Se imaginaba que a ese hombre le costaría hablar, así que se lo puso fácil: Señaló el primer botón, esperando que le explicara su función. Y después pasaría al siguiente, y el siguiente, dando por hecho que decidiera colaborar. Hasta donde sabía, cuando ese ave de metal estuviera lo suficiente cerca podría incinerarlos sin siquiera tener que aterrizar, así que todo lo que pudieran hacer para evitarlo sería cálidamente bienvenido.

Cuando el destino escrito se encontraba, muy difícil era huir de ello. Lo del Hombre-cobra era un claro ejemplo de lo que estaba por venir, de lo que de alguna manera siempre termina. Tanto desastre, tantas muertes conllevan a la suya propia y en esa vorágine de eventos, allí estaba ejerciendo justicia sobre algo que no tenía más lugar en estas tierras. Por esto es que avanzó raudamente hacia donde se encontraba aquel ser y cuando escuchó las palabras de Joshua, asintió conforme. No podía hacer demasiado, pero lo intentaría. 

Revisó sus heridas, no le quitó la lanza para que no se desangre de inmediato y mantuvo la presión sobre lo que emanaba sangre a borbotones. 

—No puedo hacer demasiado, está condenado. 

Y no dijo mucho más, comprendió que su compañero tenía esas dudas, pero quizás las respuestas ahora la tendría Uren que había estado con él. No tienes mucho que sacar de un hombre prácticamente muerto, pero valía el intento y por ello, es que Kyora no le quitó el último aliento. Confiando en Josh y de alguna manera, en toda esta cadena de acontecimientos que los llevaron hacia este final. 

Uren vio con alivio que sus compañeros se encargaban de neutralizar la amenaza, y por fin tuvo un respiro. Agradeció las palabras de Joshua y sintió que su compañero no reprochaba su impulsividad*. Le contaría todo en cuanto pudiera.

Mientras interrogaban al fanático le ofreció el arma a Kyora, ya que seguramente ella la comprendiera más y le daría mejor uso*.

Luego se dirigiría a la nave para tomar la espada que había utilizado el hombre cobra y ver si podía encontrar algo más que le fuera útil, antes de que llegara la otra nave. **

Joshua insiste en arrancar algo útil del moribundo cultista de piel verde, antes de que la muerte se lo lleve. Para Kyora y su conocimiento de lo vivo, no es difícil mantenerle un rato más entre vosotros, trayéndole de vuelta unos instantes a base de dolor.  El viejo líder del culto fija sus ojos en el parpadeante objeto e intenta reir burlonamente, pero solo logra emitir un gorgoteante jadeo. -Sò..lo lö lla..ma. -contesta a la primera pregunta -  y ëse tam..bien, con más ürgencia, llamä sölo a la navë, si él lö permite.. A través de sus ojos brumosos, diría que se burla del Vendhyana. -No nös daría älgo qué le... pudiesë vencër ¿No creés..? 

Agarra la lanza con dos manos, intentando sacarla, pero no tiene fuerzas para hacerlo. Su mirada se gira hacia Kyora y habla, casi en un susurro.. - Intérprete.  La vida es.. adaptarse, y..  sob..sobrevivir..es.. ven..cer..  Y ya no habla más, las heridas se lo llevan para siempre. 

Uren se acerca hacia Kyora, entregándole el Arma del Hombre-cobra, cuyas sincrónicas luces se apagan de inmediato.   Hayt vuelve a su lado ahora que el peligro parece haber hecho un paréntesis y olfatea, con un gesto casi humano de disgusto, el cuerpo del cultista.  La amable, pese a lo difícil del momento, bienvenida de sus compañeros de aventuras parecen haber animado un poco al explorador, que se interna junto a compañero animal en la nave, buscando una forma de enfrentar la inminente amenaza.

Dentro de la nave ligeramente ladeada hay muchas objetos, tubos, paneles y cristales, muchos de ellos rotos, otros aún laten con la luz que exhiben cuando están 'vivos'.  Las puertas se abren a tu paso, excepto un par que parecen abolladas y torcidas.   En tu mano, la espada dorada e imposiblemente afilada del Hombre-cobra vibra imperceptiblemente.  En un almacén con una gruesa puerta que se abre a tu paso,  se disponen, a derecha e izquierda, una docena de urnas similares a esa en la que encontraste el arma de luz del demonio.   Todas parecen vacías menos dos y ninguna de ellas se abre al acercarte o tocarla, sus 'cerraduras' consistente en una gruesa abrazadera de sólido metal con un panel cristalino en el que se adivinan apagados símbolos desconocidos.  En una de las urnas, hay una mano humana flotando un líquido ambarino.  En la otra un hacha de aspecto ridículo.

—Supongo que no. Después de todo... dudo que nunca confiara mucho en vosotros —concedió Joshua, sin miedo de dejar caer la puñalada en los momentos finales de lo que había sido un hombre.

Se levantó, dejando una última mirada sobre el mando y suspirando. Podría haberlo tirado, pero en su lugar se lo guardó. Quizá algún día, si sobrevivían a esa experiencia, podría prestarle más atención a su funcionamiento... o venderlo por un buen precio. Cualquiera de esos dos futuros le parecía de lo más apetecible en comparación al que en esos momentos se mostraba más probable.

—Espera, Uren, voy contigo. Tú también deberías venir, Kyora.

Se acercó al cazador para acompañarlo al interior de la nave. Le daba la sensación de que si podían encontrar algo que les ayudara a enfrentarse a lo que venía, estaría ahí. Si no... quizá la única alternativa sería tomar una posición cubierta, y rezar porque al Hombre-Cobra no le diera por hacer caer muerte desde el aire durante mucho tiempo. Pero fue justo ese pensamiento el que le llevó a decidir probar una cosa.

Volvió a tomar el mando y pulsó el botón que, aparentemente, atraía a la abominación con más urgencia. Había dicho que lo llamaba, pero... ¿Era únicamente una alerta, o por algún tipo de magia permitía hablar con él, incluso a distancia?

Uren observó aquellos extraños prodigios que se encontraban en las urnas. Cada uno llamaba su atención por sus propias particularidades. Le dieron ganas de hacerse con ellas. No sabría que hacer con la mano, pero si estaba guardada allí seguramente tendría una utilidad o valor. Se dispuso a ver si en alguno de los paneles encontraba algo que pudiera ayudarlo a conseguir alguno de los objetos.

Las palabras del hombre- cobra hablaron por sí sola y ella se quedó allí para esperar aquel final inevitable. Una vez muerto, simplemente lo dejó recostado y aceptó lo que le entregaba Uren de buena fe. 

—Me alegro de que estés bien—dijo de corazón y al mirar a Joshua, habló—. Claro, ya no tengo nada más que hacer con él. Vayamos a conocer aquello. 

Y sin más, la mujer sacó la lanza que tenía incrustada en el pecho aquel ser y se preparó para dirigirse a la nave junto a sus compañeros. Por su parte, Joshua jugaba con ese mando que tenía pero la intérprete no quiso hacerlo, no lo vio apropiado así que directamente lo dejó guardado en el bolsillo de su pantalón. 

Entrar en el armatoste volador del Hombre Cobra le produció una sensación similar a la que había tenido hacía lo que parecía una eternidad —y en realidad no era tanto tiempo— frente al Hacedor. Era parte de una historia cuya realidad todavía no comprendía.

Pero todavía había tiempo.

—Cuéntanos, Uren, ¿cómo lo has conseguido? ¿Cúal es la debilidad de estas cosas? —preguntó Joshua mientras también empezaba a curiosear la nave.

Como quería mantener esa conversación con el explorador, él también terminó por entrar al almacén. Una a una ojeó cada una de las urnas, con una respuesta que osciló entre la indiferencia, la curiosidad y el disgusto. Le daba la sensación de que las cosas que había ahí debían ser más importantes de lo que parecían, pero exactamente por qué desde luego no lo entendía. Y pese a todo, cuando se fichó en aquel hacha de aspecto ridículo se sintió extrañamente atraído por ella.

—¿Cómo se abre esto? —preguntó, toqueteando el panel cristalino—. Me gustaría ver cómo se siente  en las manos.

Uren reflexionó sobre la pregunta de Joshua. ¿Cuál era su debilidad? Aún no estaba seguro de cómo lo había vencido. Lo que sabía era que la suerte había estado involucrada de una u otra manera. 

- Son de carne -reflexionó en voz alta. Sangran. Aún no sé como lo vencí. Creo que tuve mucha suerte, y desde luego Hayt ayudó bastante. Tenía una especie de armadura invisible. Dijo algo así como isihlangu. Entendí que ese era su nombre. 

Joshua pulsa el botón rojo y fija su mirada en el trazo rectilíneo que divide el horizonte.  Casi de forma inmediata, el trazo se interrumpe y la pequeña mota resplandeciente cambia bruscamente de dirección.  Unos segundos después, sin embargo, la dirección del vuelo vuelve a su anterior trayectoria, como si su navegante la hubiese rectificado. La luz parpadeante del objeto que el Khytyano lleva en la mano se apaga.  

****************

Aunque parecía haber cedido levemente desde que el navío del Hombre-cobra se estrelló, el calor y la humedad en el interior seguían siendo todavía extenuantes. 

Los tubos y cables se amontonaban como raíces y ramas, pero exentas de la caprichosa armonía natural de éstas.  Un interior inhóspito y austero, desprovisto de concesiones estéticas, de colores y de ventanas. Sería muy difícil, imposible quizás, aguantar más de unos pocos días en ese interior. Puede que el demonio estuviese hecho de carne y sangre, pero no se trataba simplemente de un hombre con el rostro de una serpiente.  Su mente, su alma incluso, eran completamente extrañas e incomprensibles.

Las urnas tenían un aspecto macizo, extremadamente sólido.  Que no se abriesen al acercarse Uren, al contrario que cuando pudo obtener el arma de luz, implicaba que, o bien eran objetos de suma importancia o que éstos no estaban, por extraño que pareciese, a disposición del Hombre-cobra.  El panel de cristal negro respondía al tacto, pero su respuesta era siempre un zumbido desagradable y burlón.   A pesar de estar atento, de inspeccionar las otras urnas para encontrar una correlación, ninguna idea genial le vino a la mente.  Quizás pudiesen romperse, de algún modo, pese de su aspecto imposiblemente sólido.

Mientras los hombres intentaban hacerse con un juguetito más, una sensación opresiva, de origen desconocido, comenzó a crecer en tu interior.  Habíais pasado por delante del cadáver del Hombre-cobra, acuchillado hasta parecer irreconocible, retorcido en un rincón del puente de mando, pero no era ese monstruo caído el origen de tu turbación. Pero al final supiste qué pasaba: En el interior de éste sepulcro volador no podías comunicarte con la Vida, tus dones enterrados y sofocados por el extraño y maligno metal del que estaba construido.  El símbolo sagrado en tu nuca se sentía frío. Desconectado.