Partida Rol por web

Después de departir con todo el mundo y sosegar sus espíritus, me dediqué a ayudar en lo que hiciera menester: empujar algún carro atascado, ir a por agua, preparar el condumio cuando parábamos a descansar... Había gente de toda índole, y si bien la mujer embozada no me daba buena espina, me quedé más con el tipo que parecía ser un alguacil. Estaba todo el rato observando a la gente de la caravana, como buscando a alguna persona en concreto. ¿Habría algún delincuente entre nosotros?

El transitar por la orilla fue una tarea titánica por los carros, que ya no iban por un camino, si no campo a través. Avanzar se hacía muy difícil en algunos tramos. Yo hubiera optado por lo de los tablones; al final, casi estábamos perdiendo el mismo tiempo por aquí. Después de cuatro horas encontramos un vado por el que pasar, pero la noche nos había cogido y pronto la oscuridad nos cubriría por completo. Había que montar un campamento. Me acerqué a Dionisio y le hablé sosegadamente:

-"Si vuesa merced tiene a bien escuchar a un pobre sacerdote, le recomendaría cruzar ahora el vado y hacer campamento arriba de esos montículos. Tan cerca del río probablemente haya más humedad y frío. Además, desde más altura tenemos mejor visión de lo que nos rodea."

Yo haré, Prados, dijo Roderic, si te parece. Miró al cielo. Con esta luz... Pero se encogió de hombros. En realidad le daba igual. Que decidiera el jefe si se cruzaba ahora o por la mañana.

En cambio, se hizo el encontradizo con aquella morisca que venía toda tapada. Discretamente, o sea: a la vista de todos, no fueran a pensar que quería abusar o algo parecido. Así que se le puso a tiro, le dijo alguna cosa y luego siguió a lo suyo.

¿Te hace un trabajito no muy difícil? Vengo buscando cierta cosa que creo que ha birlado uno de por aquí. Y quienes lo buscan estarán muy contentos de recuperarlo.

La no alerta de bandidos en las proximidades daba tranquilidad para proseguir el camino. Ladeando el río encontramos un punto por donde podían cruzar los carros. Era casi de noche y era el momento para descansar. Se empezó a montar un pequeño campamento.

Me acerco a Dionisio y le comento: Puedo ayudar con la guardia. Se me da bien observar. Recordar que las noches son traicioneras y nos pueden asaltar, buen hombre. Mas cuando la luna se eleva en el cielo e ilumina los entresijos del bosque.

Mi experiencia me decía que algo había de suceder esa noche. Si alguien quería atacarnos, sabían bien como retrasarnos derrumbando parte del puente. Ya eran varios los que estarían de guardia, pero mejor ser precavidos y evitar sorpresas. La mercancía debía ser valiosa, aunque solo fueran primeras materias. No dudé en acercarme a los diferentes  carros y examinar que estuviera toda. No fuera a ser que alguien entre nosotros fuera un traidor.

— Lo que había dicho... cruzar el arroyo — pensó en voz alta Zubeldia mientras se desempolvaba los pantalones, resignada por tener que meterse en el agua.

Pero no había de otra, sabía que ese puente tenía alguna intención más, pero no culparía a quienes quisieran hacerlo, pues ella misma lo hubiera hecho si estuviera al otro lado. Pero había que llegar a Toledo y no quedaba otra opción. Todavía tenía en mente la conversación con Dionisio por ese trabajo que quizás le saldría, que unas monedas no se podían rechazar tal como estaba la cosa.

— Hágale caso a este hombre de Dios, señor Dionisio — le dijo al capataz —. Que razón no le falta. Yo puedo hacer guardia si le place, muchas noches en los caminos. Con un poco de sueño estoy lista, que una no sabe cuándo pueden intentar quitarle las posesiones.

Nunca pensaría que dijera eso, pues era ella quien se dedicada a asaltar a los cuatro pobres inútiles que viajaban entre aldeas.

Zubaida miró de reojo al hombre que se le acercó.

— A estas alturas ya lo sabe media caravana — contestó con una sonrisa que solo pudo intuir —. Dime qué y quién es y te diré si me interesa, que llegar a Toledo quiero y no me la juego por cualquiera que me manda a buscar bolsillos así por cuatro perras.

Yo también puedo quedar despierta junto al fuego, para hacer compañía a los guardias. Yo solo no podría hacer mucho pero puedo dar charla para evitar que el sueño nos asalte. Dijo resuelta. Era lo único que podía aportar a la caravana por ahora.

Tenéis razón, hermano -le dijo al clérigo, que no sabía muy bién cómo referirse a él-. Espero que como vos decís, las montañas nos den protección esta noche.

Dionisio escuchó las palabras del fraile, aquel consejo, y bien que hicieron en cruzar pronto el río. También a Abel, Ilariñe y Roderic, ofreciéndose para el trabajo de las guardias, por lo que el jefe de la caravana asintió en señal de aprobación.

Haréis guardias con el resto de soldados, sois bastantes, pues, asi que no habrá mucho problema en ello -dijo-.

La luz comenzaba a marchitarse.

Una vez cruzado el vado y andado lo suficiente por aquella pequeña serranía, encontrásteis un sitio donde hacer un círculo con los carros y encender una hoguera en el centro. En aquella cumbre hacía frío, pero descender aquellas alturas, dado que apenas ya se veía, no era lo más propicio. Mientras todos preparaban la noche (descargando petates de mantas y otros utensilios de pernocta), Abel se encaminó a examinar los carros. Sin embargo, alguien le detuvo, o más bien, se interpuso ante él.

¿Buscáis algo? -le dijo el médico, el de la cabeza quemada-. Se le quedó mirando, con caras de no muy buenos amigos. ¿No seréis un bandido de poca monta..., no? -entonces se llevó la mano a un cuchillo que tenía asido al cinto, como advertencia, apoyando su mano sobre su pequeño mango-.

Mientras ello ocurría, Alejandro hizo llamar a Roderic y a Ilariñe.

Haréis las guardias con el resto de soldados, de dos en dos. Yo también las haré. Cualquier cosa que veáis en vuestro turno avisadme a mi primero. Si es claramente un peligro para esta caravana o alguno de nosotros, vocead todo lo que podáis -era un hombre íntegro, fuerte, y sus palabras resonaban con potencia-. Entendíais ahora porqué Dionisio viajaba con aquel hombre, pues era un buen activo para la seguridad de los viajes. Por otro lado, la mujer de piel oscura, Zubaida, se preparaba también para pasar la noche en aquella fría oscuridad.

—Fernando Jimeno, el contable ese, creo que tiene unas cartas que se robaron a mucha distancia de aquí, y con sangre de por medio. Harás bien en tener cuidado, ojo, porque tiene peligro, pero a los que las robaron estarán muy contentos de que se las den. Ya ves que de discreto tengo poco. Pero ojos tengo, y veo que no quita ojo a su morral. ¿Cómo ves el tema? ¿No tendrás miedo? Haz como que te estoy haciendo alguna proposición, ¿no? —Sonrió. Hizo como que le quería alzar el velo y levantó ligeramente la voz. —Quizá no te tapes por ser fea. —Hecho el paripé volvió a bajar la voz, como si insistiera, aun a pesar de los bofetones.—Vale, vale, no he dicho nada. Las cartas. Creo que ese las tiene, pero podría estar equivocado. Si no, algo de valor tiene ahí, así que eso te será de provecho pase lo que pase. Yo quiero las cartas, ¿entiendes? Si las encuentras, soy tu llave para conseguir una buena recompensa. Busca las cartas.

Cruzamos el vado y avanzamos un poco más para alejarnos del río. Cuando el sol parecía declinar, Dionisio dio la orden de parar y montar campamento. Varias personas se ofrecieron a hacer guardia, pensando, supongo, que lo del puente había sido provocado. Yo me quedé junto a la hoguera una vez que terminé de ayudar a montar el campamento. Miré a mi alrededor para ver cómo se habían dispuesto las demás personas, intentando calibrar si había algún punto débil. Al no ser un experto en dicha cuestión, me di por satisfecho con lo que veía y me dispuse a dormir. Solo esperaba que el frío nocturno no me dejara pegar ojo, si no al día siguiente estaría más cansado.

No, no. Respondí al de la cabeza quemada mientras me giraba hacia él. Solo quería asegurarme que esté toda la mercancía. No me gustaría que entre nosotros hubiera algún traidor y aprovechara para llevarse algo. Disculpe mis sospechas.

Bajé de la carreta con las manos alzadas para hacerle ver que no había cogido nada. Me fui a sentarme unos minutos a la hoguera.

Podía notar el fresco de la noche y estar cerca del fuego me reconfortaba. Estuve unos minutos para calentarme un poco y luego me puse al lado de un árbol apoyado. Miraba hacia el exterior teniendo mis oidos bien atentos. De mientras me entretenía pelando un trozo de madera con mi cuchillo. Hacía que las horas pasaran volando.

De vez en cuando miraba al resto de compañeros para ver sus reacciones. Con el silencio propio de la noche, se podía escuchar algún búho en las proximidades.

— Espera, espera, no tan deprisa que las prisas no son buenas — le dijo la mujer bajando la voz de nuevo ante la privada conversación —. Seré mujer, pero no soy tan estúpida de ponerme a fisgonear en bolsillo ajeno con la de soldados armados que hay aquí. Me vas a mandar a que me apaleen y encima me dejen aquí tirada por unas cartas que sepa Dios qué son. Si tú quieres que los dos ganemos con esto, vienes conmigo. Y si nos muelen a palos tú también te los llevas y no me los llevo yo todos. Esta noche nos vemos en la guardia y damos una vuelta. Eso sí, como me traiciones, te rajo — le dijo levantando levemente la túnica para enseñar discretamente el mango de su cuchillo —. ¿Me entiendes? 

Zubaida volvió de un pequeño paseo a reunirse con los demás, esperando que tocara su turno de guardia o, simplemente, quisiera estirar las piernas. La mujer tenía el sueño ligero, muchos años durmiendo en los caminos en cualquier sitio de mala muerte te hacían dormir con una ojo abierto y otro cerrado. Las caravanas eran llamativas pero seguras. Un grupo de bandidos tendría que ser muy grande para querer asaltar una, pero no era la primera vez que ocurría. Aún así, Zubaida esta atenta a cualquier movimiento extraño, tanto dentro como fuera del grupo.

— Padre — le dijo al que parecía un clérigo —. Bendiga la caravana, que falta nos hace.

Negó. —Si voy yo, nos pillan. Si no te atreves, pues no lo hagas. —Se encogió de hombros. —Te juro por Dios que si te atrapan intentaré sacarte del apuro.

Finalmente la comitiva hubo de descansar. Los carreteros se tumbaron en hilera, cerca de Dionisio Prados. Las caravanas y las bestias hacian un círculo en torno al fuego, hoguera que uno de los guardeses se encargaba de avivar, para que no se apagara en toda la noche. 

Hicieron la primera el mercenario Alejandro y otro soldados. Después le tocó el turno a Ilariñe y a Abel. Ninguno de los cuatro tuvo dificultades, ni observo nada fuera de lo habitual. Posteriormente la hicieron Zubaida y el alguacil Roderic, y finalmente le tocaba el turno a los tres últimos soldados de la caravana. Quedaron así repartidos los turnos, y por suerte no hubo ningún tipo de evento reseñable. La hoguera sobrevivió hasta el amanecer, cuando el sol ya salía recortado por el este sobre la cima de aquellas altas colinas.

El primero en despertar fue el fraile Bernat. "A quien madruga, Dios le ayuda", como solía decirse, se puso a rezar unos instantes. Madrugador también fue Dionisio y los carreteros, pues éstos últimos habrían de poner a punto las monturas. Fue entonces cuando, mientras unos y otros os despertábais, alguien gritó.