Partida Rol por web

El arbites y el sabio caminaban apoyándose uno en el hombro del otro, sin apenas fuerzas para continuar azuzados por la prisa y el terreno agreste. Con Puerto Ardiente ya a la vista, el terreno se había abierto bajo sus pies enguyéndoles en una grieta con el fondo lleno de lava. El arbites sujetó una de las manos del sabio con todas sus fuerzas, aguantando su peso durante unos segundos eternos. Entonces la pierna herida del arbites le falló y Urtzi se precipitó a la lava y el arbites resbaló tras él. La lava le alcanzó y gritó con todas sus fuerzas. Sólo la rápida respuesta de Heinrich y de Gianna evitaron que tuviera una muerte horrible. Fuera de la grieta el arbites, a punto de perder el conocimiento pudo contemplar su pierna perdida. Bloqueado por el dolor y el trauma apenas comprendió qué había ocurrido o el alcance de sus heridas y por unos segundos sólo pudo mirar el puñado de hojas arrugadas que tenía en el puño. Era librito que Urtzi, aún durante la marcha había estado ojeando hasta el mismo momento de que la grieta acabara con él.

La marcha hasta la nave fue penosa y el arbites fue consciente de ella sólo en parte, perdiendo y recuperando la consciencia cada pocos minutos y siendo arrastrado casi en vilo por sus compañeros.

- Loado sea el Emperador ¡Es un milagro que hayan sobrevivido a ese infierno! - había oido decir al capitán y había respondido de forma refleja en un apenas un susurro - Alabado sea.

- Capitán, tenemos que hablar. Es importante - dijo el arbites elevando el tono de voz para que fuera audible, lo que requirió gran parte de sus escasas energías - Ahora, por favor - rogó. No tenía deseos ni fuerzas para discutir con el capitán, así que confiaba en que dado que se había ganado su confianza o al menos su respeto en su último encuentro, pudiera contar con ello en este momento de necesidad.

Isolda corría de forma torpe, ya que el hecho de no tener uno de sus brazos para equilibrarse hacía que pareciera ir ligeramente borracha; pero conseguía esquivar todo lo que echaban en la cara, y justo cuando llegaban tuvieron el "traspiés".

Un grito la hizo girarse y ver como Urtzi desaparecía del mundo, y por instinto fue a ayudar al viejo que también parecía haber sufrido un percance.

-Vamos viejo -dijo mientras lo enganchaba con su único brazo y ayudaba como podía- da gracias al Emperador de que se te haya cauterizado la herida.

Cuando llegaron al interior de la nave, no pudo más que caer de rodillas y musitar una plegaria al Emperador, ya que durante todo ese caos de misión no le habían dejado realizar ningún tipo de oraciones.

Ella no estaba hecha para trabajar encubierta.

-Como dice nuestro compañero, ni hay "demás" ni que esperar a nadie. Y necesitamos un médico cualificado. Ya -clavó la mirada en el capitán, esperando que no tuviera que hacerse derrogar, por que si era así tendría que hacerse con la nave a la fuerza.

El capitán escuchaba de hito en hito, genuinamente sorprendido y aterrado a partes iguales. - Tenemos a un par de trabajadores rezagados, pero nadie más quiso montar en una nave que no iba a despegar; cuando esta locura comenzó las reparaciones del Mártir Cygnan no estaban completamente terminadas. De algún modo logramos reparar los motores principales a tiempo renunciando al casco y la cubierta, de modo que flotamos, pero no ganaremos ninguna carrera eso desde luego. -

Mientras la conversación se alargaba y la nave os sacaba de allí lo más rápido que era capaz la erupción del volcán estaba en su apogeo. En pocos minutos la isla estaría completamente cubierta de magma.

- Andamos escasos de médicos, lo más importante en una pequeña nave como esta es evitar ser herido en primer lugar. No puedo hacer nada hasta llegar a tierra, pero pueden disponer de lo que necesiten para tratar sus heridas si son capaces de apañárselas por su cuenta. Escojan los camarotes que prefieran, de eso tenemos de sobra. -

A continuación se inclinó sobre Hieronymus, dispuesto a escuchar lo que tal vez creyera que serían sus últimas palabras - ¿De qué se trata, viejo lobo? escúpelo. -

Al observar el volcán y la isla mientras os alejáis, te das cuenta de que durante una de las detonaciones que acompañaban a cada erupción, la más potente de ellas, además de los fragmentos de roca y magma que arrojaba, uno de ellos que no perdía brillo ni potencia salió disparado directamente hacia arriba como un cohete, brillando como una estrella fugaz hasta perderse en la distancia, o tal vez incluso escapar del planeta.

Mi mirada seguía perdida mientras nuestra nave iba surcando el cielo y abandonando este fatídico planeta, esta vez el precio a pagar había sido demasiado elevado, y mientras aparto la mirada de la ventana me doy cuenta en el estado en que esta el viejo, si conseguía sobrevivir no guardaría un buen recuerdo del día de hoy, vuelvo a fijar mi vista en la ventana sumida en mis propios pensamientos cuando algo me llama la atención, mirad, ahí, algo o alguien ha escapado en el ultimo momento del planeta, lo sigo con la vista hasta que se pierde en la distancia.

- Capitán - murmuró el arbites con un hilo de voz - decidme, por favor ¿Diríais que sois un fiel servidor del Divino Emperador?

- ¿Podemos confiar en usted?

El arbites miró al capitán a los ojos, sin pestañear, esperando su respuesta. No tenía más remedio que confiar en aquel hombre y esperaba que aquel estricto veterano de la Guardia fuera el hombre de confianza que esperaba. Cuando el hombre la sostuvo la mirada y asintió gravemente Hieronymus continuó con un hilo de voz.

- Nuestro protegido Lord Uriel Strom, ha muerto. Pero su patrón el comerciante Ezequiel Sunder, no es el nuestro.

- Nuestro patrón es el Trono.

- Le garantizo, Capitán que no haría un mayor servicio al Divino Emperador que llevándonos a donde nos recogió por primera vez, con la mayor celeridad que la seguridad de la nave le permita. Sin detenerse, ni desviarse, ni recoger a ningún otro pasajero.

- ... un servicio al Trono - murmuró de forma casi ininteligible. Notaba como se sumergía en la inconsciencia y un sudor frio le mojaba la frente -

Quizás aquel hombre hiciera todo lo que estuviera en su mano por ayudarles, quizás lo hubiera hecho de todas formas, quizás les traicionara de la forma más abyecta. Pero el arbites no tenía más fuerzas en aquel momento y aquella bien podía ser su última apuesta... Urtzi, Reshi, Stig, Taikel... No comprometería al inquisidor Marr, pero por el Emperador que no le quedaba nada que dar más que la vida y quizás no faltara mucho para eso.

-Mientras que salgamos de este maldito sitio antes de que explote me vale -contestó la Sororita mientras buscaba un sitio en el que sentarse, ya fuera un asiento o le mismo suelo.

Cuando comenzó a hablar el viejo, Isolda no pudo más que apretar la mandíbula y esperar otra traición más ante la que gastar la valiosísima munición de su bolter.

Todo podía ocurrir ya.

Arcturus no sabía, ni probabemente ningún otro miembro del equipo, por qué el arbites tenía tanta confianza en un aventurero como el capitán Shadrak. Se había acercado a Homron para ver de cerca su herida, sin mucho entusiasmo por intervenir ante tan horrenda herida. El viejo aferraba en su mano unas cuantas hojas del libro sin encuadernar de Urtzi. El tecnosacerdote se las guardó para tratar de leerlas después, con más calma. Se mantuvo impertérrito ante aquella especie de confesión parcial, aunque no le era ajeno el peligro que corrían todos.

Lo que sí le llamó la atención fue lo que dijo la soldado Anzerani. Se dirigió rápidamente a ella para mirar por su misma escotilla y preguntarle quedamente:

-¿Qué es? ¿Qué has visto? ¿Una nave, u otra cosa?

- Conque un servicio al trono... - el capitán hablaba pausadamente, como sopesando cada palabra, antes de comenzar a reírse con unas carcajadas profundas, pausadas y emotivas - y yo que creía que ya había dejado atrás aquella vida. - El capitán se levantó junto a Hieronymus y dio unos pasos hacia el exterior de la cubierta, a continuación se detuvo y se encendió unas varillas de lho de olor extremadamente fuerte y les dio una soberana calada antes de continuar - ¿y porqué no? Que diablos, les llevaré adonde quieran mientras esté sobre la superficie de este horrible planeta. A cambio solo prometan que no estoy poniendo en peligro mi pellejo o mi nave. Dos veces en una semana ha sido más que suficiente. -

El capitán había aceptado llevaros, e incluso parecía de buen humor tras haber escapado de la isla antes de que la erupción consumiese su nave y a su tripulación. La misión había terminado, ya solo os esperaba un trayecto tedioso y calmado sobre el mortífero océano; recuperándoos de vuestra fatiga y vuestras heridas antes de reuniros con el Inquisidor que os asignó a aquella misión.