Partida Rol por web

Hammer que estaba esperando la respuesta de sus amigos por si seguían los gritos, vio como la masa negra se acercaba. Amanda se había quedad parada a su lado, la oscuridad se acercaba...

El tirón de Don hizo volver al detective a la realidad.

Intentó levantar a Amanda en brazos para llevársela, no iba a dejarla ahí.

-¿Por donde? -Le preguntó, o seguían adelante, o se metían por el camino donde surgían los gritos.

La realidad parece extinguirse, junto a la poca cordura que aún le quedaba, como una vela sumergida en un gélido estanque subterráneo, cuando se mira a si mismo y se encuentra que está completamiento cubierto de gusanos, que se retuercen sobre si mismos en un lento pero inexorable avance hacia cualquier orificio corporal que les permita penetrar en su cuerpo para alimentarse de sus fluidos.

Trata de correr, de quitárselos de encima, pero no hay a donde escapar porque algo le retiene en su sitio, la oscuridad es insondable y se encuentra confinado en un espacio mínimo que no le permite el menor movimiento, sus uñas arañan desesperadamente la superficie de madera que le rodea por los 4 costados ¿Podría tratarse de un ataúd?

Grita. Grita como no ha gritado nunca, pero todo es en vano.

Algunos gusanos quedaron prendidos de Amanda y de Mike cuando la masa oscura casi les envolvió. Era pulsante, vibrátil y silenciosa: palpaba ciega a una velocidad horrible, ocupando casi la totalidad del túnel por donde venía. Entre aquella maraña oscura había trozos de algo que no fue posible identificar, ya que los que se volvían para tirar de los retrasados no tenían luz suficiente como para adivinar texturas.

Corrieron, esta vez con sus perseguidores en verdad pisando sus talones. Los gritos lejanos tomaron forma.

Una pensamiento recorrió las mentes de todos, dándose cuenta unos y otros de que este pensamiento era común por el respingo también común:

"¡Everett!" "¡Entidad Everett! Los gritos, ¡entidad Everett! ¡Salvar! ¡Salvar!"

En un rincón olvidado de aquel apestoso dédalo de túneles había una caja, un ataud en el que alguien gritaba y daba golpes. Habían llegado. Ahora se reconocía la voz como masculina, aunque era difícil saber si era Everett quien profería aquellos alaridos, pues nadie nunca había visto dar tales alaridos al guardabosque.

Sientes llena de terror cómo bastantes gusanos se han introducido entre tus ropas, y cómo buscan los orificios naturales de tu cuerpo para entrar...

Sientes lleno de terror cómo bastantes gusanos se han introducido entre tus ropas, y cómo buscan los orificios naturales de tu cuerpo para entrar...

Los gusanos entran y salen a placer por su cuerpo. Son los dueños de la tierra donde yació para descansar. Están en todas partes. Everett se siente como un marinero en alta mar: colgado de un abismo que un día creyó firme. La tierra para estas pequeñas bestias es líquida, y vagan por ella, bajo tus pies, bajo los pies de tu madre, bajo tu casa, tus hijos, tus árboles, bajo tu pueblo. Esperan tranquilamente a que un día, agotadas las fuerzas, te tiendas a descansar en el suelo fresco y sólido, para desmentir tal solidez y devorar tu carne.

Escuchas un frío pensamiento en tu cabeza: "entrégate, entrégate, vivirás para siempre con nosotros, serás el dueño de la tierra, podrás devorar a otros: deliciosa carne, deliciosa sangre"

Casi a la vez, escuchas otro pensamiento lejano y solitario: "¡Everett!" "¡Entidad Everett! Los gritos, ¡entidad Everett! ¡Salvar! ¡Salvar!"

¡Escuchas ruido fuera de tu prisión! ¡Alguien viene!

Everett lucha con todas sus fuerzas contra los miles de gusanos que le rodean.

- ¡Aquííííííí! ¡Ayudaaaaadme!

Finalmente no puedo resistir por más tiempo el miedo y me dejo llevar por los tirones de mis amigos, aunque ya no hacían falta. Corro enloquecida, de forma errática, intentando quitarme aquellos gusanos de encima. Algunos, incluso, se han metido bajo la máscara, la cual he agarrado y he arrancado la tela, dejando que la mitad quemada de la cara quede a la vista.

- ¡QUITÁDMELOS, QUITÁDMELOS!

A la máscara, comienzan a seguirle otras piezas de tela bajo las cuales también siento movimiento, sin tener en cuenta ningún tipo de pudor, pues sólo puedo pensar en encontrarlos y deshacerme de ellos.

Cuando llegaron huyendo a aquel sitio, Jimmy tuvo bastante claro que no les quedaba demasiado tiempo. Amanda estaba nerviosa por los gusanos, y no podía culparla... Pero también se suponía que debían hacer algo con el ataúd, y el marinero no se engañaba. Mike había logrado, de algún modo, cargar con la mujer, pero probablemente allí el más fuerte era él, así que debía ocuparse de abrir aquel ataúd lo más rápido posible para salir de allí, mientras el resto ayudaban a Amanda con los gusanos. 

Así que avanzó hasta la caja de madera e intentó abrirla de algún modo, rezando porque lo que sea que hubiera dentro no intentara matarles a todos o algo peor. 

Mientras Amanda manoteaba y se quitaba ropa, desesperada porque debía haber ALGO correteando por su piel y, por tanto, se retrasaba y se veía más cerca de la inmunda sombra que os seguía los pasos, Jimmy intentó abrir la tapa de aquel ataúd claveteado a conciencia con sus dedos desnudos. La madera, por fortuna, parecía tan podrida que, a pesar de ser de sólido roble, pronto algunas astillas de los bordes dejaron que asomaran de su interior unos dedos húmedos y sucios por cuya piel correteaban unos gusanos asquerosos. Una voz desesperada surgió de su ocupante: ¡Aquiiiiiii! ¡Ayudadmeeeee!

Alguien respondió a tus gritos:

¿Esa era la voz de Amanda?: ¡Quitádmelos! ¡Quitádmelos!

¿Y quién intentaba arrancar astillas de madera podrida de tu ataúd? Por un momento parecieron gusanos asomando por entre la grieta ensanchada a golpes entre dos tablas de madera de roble. Por enésima vez se te pusieron los vellos como escarpias, hasta que distinguiste la forma inconfundible de una uña, y viste que era algo con hueso y articulaciones: ¡dedos! ¡Te estaban ayudando!

La fría voz seguía susurrando en tu pensamiento, pero lejana, como sabiendo que no harías caso ya. Como pensando en la mejor manera de devorar tu alma.

Everett trata de abrirse paso a puñetazos entre la madera putrefacta de la tapa del ataud, gritando incoherencia como un poseso. No siente apenas dolor en sus entumecidos puños, pues lo único que alcanza a sentir ahora mismo es terror puro.

El detective cargó con Amanda hasta que llegaron delante de un ataúd. Amanda no paraba de moverse mientras chillaba que se los quitarán. Mike la bajo y cuando iba a ayudarla, empezó a notar también como unos pequeños gusanos se removían intentando entrar donde podían.

Rápidamente empezó a rascarse e intentar sacárselos de encima mientras chillaba.

-¡Rápido! ¡Sacad a quien sea del ataúd!

Jimmy redobló esfuerzos con aquella maldita tapa. Había que sacar a quien sea que estuviera dentro, y largarse de una condenada vez de aquel lugar. Si no se daban prisa, no quería imaginar lo que les podría pasar... Aunque tenía la seguridad de que no sería bonito. Quizás acabar encerrado en uno de esos ataúdes, o algo peor...

La Serpiente de plata lo consiguió de nuevo, acertó el camino y nos llevó hasta esa voz que me resultaba tan familiar.

Corrí hacia el ataúd abierto y ayudé a salir al que creía ser Everett. ¡Everett, amigo, sal de ahí a la de ya o estamos todos muertos!

De la tumba surgió un vómito de gusanos de una densidad tal que cubrieron a todos los que intentabais abrirla, tanto desde dentro como desde fuera. Pronto, en aquella luz verdosa y tenue provocada por las fosforescencias descubrió una figura humana vestida con las ropas rotas y llenas de tierra de vuestro amigo Everett. Más la cabeza y las manos eran un hervidero de gusanos, gusanos corriendo por entre las cuencas oculares de un cráneo que se adivinaba tras aquellas formas blandas, gusanos produciendo extrañas formas en los huesecillos de las manos descarnadas, en un intento ridículo pero efectivo de emular un cuerpo de carne y sangre, gusanos que hacían que las ropas ondularan, y que, casi en vano, intentaban que los zapatos solamente sujetados por los huesos de los pies se quedaran en su sitio. Gusanos manchados de tierra y babas que seguían un propósito unitario de una manera horrible y siniestra.

Aquella horrorosa figura se abalanzó sobre vosotros.

Everett se lanzó hacia fuera. ¡Había gente, y luz! Una luz verdosa y putrefacta, un aroma asqueroso que hacía desesperar de cualquier posible descripción. Tres personas que le parecieron conocidas arrancaron la tapa y le miraron fijamente, con ojos desorbitados. ¡Don! ¡Jimmy! ¡Mike! Amanda se retorcía, quitándose ropa y buscando gusanos en su cuerpo.

Era un túnel al que se abrían muchas hornacinas como aquella en la que debía haber estado tu caja, todas con un ataúd medio podrido. De una parte de aquel túnel venía, sinuosa, por paredes, techos y suelo, una masa de algo oscuro que se retorcía y casi taponaba todo el espacio.