Partida Rol por web

- Joder...

Everett está evidentemente molesto, pues el dormir solo hace que uno se acostumbre a un tipo de sueño profundo y ajeno a interrupciones bastante poco frecuente en el resto de las personas.

Se sienta en la cama y trata de encender la luz, a ver que demonios es lo que ocurre.

Everett, en calzoncillos (de esos de franela, calentitos y de cuerpo entero), se calzó las zapatillas, se levantó muerto de sueño y miró a ver qué narices hacía tanto ruido en la sala.

Desde la puerta de su cuarto se encontró con que Don, de la misma guisa (calzonzillos y todo), pero sin zapatillas, apartaba muebles e intentaba atrapar algo escurridizo. Puede que fuera un ratón.

Everett, bosteza ampliamente y, mientras reconfigura poco discretamente y con su mano izquierda la ubicación de sus genitales dentro de su elegante traje de noche, exclama:

- Por el Amor de Dios, Don ¿Se puede saber que demonios estás haciendo?

De repente el guardabosques se despertó y acudió al salón. Antes quería buscar su ayuda, pero al ver su altura y su presencia, tan seria y noble, algo se removió dentro de ella. Esssss enorme...

Su plateado cuerpo se debatía entre huir hacia la oscuridad del Bosque Negro, o entregarse a lo humanos. Recordó la luz de la Luna, que le hacía cosquillas, que le incomodaba, que le hacía sentir sensaciones extrañas, sentimientos de búsqueda urgente. Si embargo, también recordó el frío y la muerte que podía sorprender a los Dioses de Carne ahí fuera.

Continuó avanzando, arrastrándose bajo los pocos muebles de la casa, hacia la puerta. Se detuvo un instante en la última trinchera que le amparaba, mirando hacia la rendija que proyectaba la luz de Luna bajo ella.

¿Quién soy yo? Soy el camino y la guía, la senda de plata. Pensó sin saber por qué. ¿Debo cuidar a los humanos o dejarme llevar? Yo soy libre y nada debo, yo soy la respuesta que tanto anhelas. La Serpiente de Plata no entendía si alguna vez había esperado una respuesta, pero algo dentro de ella le empujó a seguir y descubrirlo.

Abissssssmo.... Siseó por última vez antes de saltar en el aire frente a los ojos de los Cárnicos, arquear toda su longitud en forma de interrogación (aunque no recodaba exactamente cómo sabía aquello), y volver a caer en el suelo, junto a la rendija de la puerta. Se deslizó por la abertura a una velocidad asombrosa, la luz de la luna destelló al impactar en su cuerpo, y escapó hacia el Bosque Negro.

Quiero usar puntos de magia para realizar el espéctaculo de salto, forma, y velocidad necesarias para el último párrafo y salir de la casa. :S

La serpiente de plata jugó durante un rato al gato y al ratón con Don. Se metía bajo los muebles, se escurría por las rendijas. De pronto dio un salto impresionante en dirección a la puerta. Su objetivo estaba claro: meterse bajo la rendija y largarse de ahí a toda pastilla.

No, no puede ser. No puedo dejar que se marche. 

Desde el sitio donde estaba, agachado en el suelo y con absolutamente nada entre las manos, saltó y volvió a hacer un nuevo intento de atrapar a la cadenita y guardarla en un lugar seguro. No sabía por qué, pero le daba miedo que desapareciera, mucho miedo. Necesitaba guardarla a buen recaudo, consigo. Eso lo tenía claro. Hizo su mayor esfuerzo. Esta vez sí, esta vez lo conseguiría... 

Don estaba justo en el lado de la habitación opuesto al lugar por donde se salía. Buscaba debajo de una silla cuando, de pronto, y sin responder a las palabras de Everett, miró y, de seguido, pegó un brinco de antología: se lanzó en plancha carpada atravesando la habitación y fue a dar con sus huesos en el suelo, justo junto a la puerta al exterior, con las manos completamente extendidas y, al parecer, aferrando algo con fuerza.

Se levantó con cuidado, sin separar ambas manos. Las tenía apretadas la una contra la otra con tanta fuerza que se le hinchaba una vena de la frente.

Viste a la serpiente de plata justo cuando intentaba salirse por la puerta. ¡Zas! Obligaste a aquel vehículo tuyo a brincar con sus piernas dando todo lo que podía de si, que era bastante. Atrapaste a la serpiente justo cuando estaba a punto de salir. Te levantaste sujetándola con fuerza.

Entre tanto, Everett miraba todo con los ojos muy abiertos.

Estabas a punto de lograr tu objetivo cuando: ¡Zas! ¡Te atrapó! Lo que tu antiguo cuerpo había hecho te dejó tieso de la sorpresa. Sus manos aferraron tu piel de plata. Te intentaste zafar sin conseguirlo. A través de la piel que te agarraba te llegaban numerosas sensaciones de otra psique que vivía en el interior de Don. Eran sensaciones conocidas. Conocidas, conocidas. ¿De dónde vendría esta sensación de Deja Vù?

Everett alza una ceja y se cruza de brazos.

- Vale, has cazado una ardilla, enhorabuena.

Permanece estático esperando a que acabe el Show de Don.

- Estos artistas bohemios están como para que los encierren...

¡Aghhhhsssss, nooo, déjame, déjame! Notaba sensaciones extrañas al contacto con su antiguo yo, sentimientos conocidos que le llevaron a pensar que dentro de Don habitaba lo que una vez fue la auténtica Serpiente de Plata, pero si aquello era cierto significaba que en el interior del Don de Carne moraba una criatura que debía estar tan sorprendida como ella, él, ya no sabía definirse. Puede que también esté luchando por seguir siendo ella, puede que ya esté perdida, puede incluso que se trate de otro morador. ¿Podía un objeto atrapar un alma? No se sintió cómoda con la idea de ser catalogada como un simple objeto. El Abisssmo, reptar hacia el Abisssmo....

Estaba muy confusa, necesitaba parar de agitarse e intentar concentrarse.

El terror que sentía le arrancó un grito desesperado. ¡¿QUIEN ERES?! Gritó con todas su fuerzas intentando comunicarse con Don de Carne.

¡Bien! Ya la tenía.

Ahora que podía verla con sus ojos, Don la examinó detenidamente desde aquella nueva perspectiva, fijándose en cada detalle, en cada muesca, en cada milimétrico arañazo. No tenía muy claro qué trataba de encontrar, pero la observó a conciencia. Después, rápidamente, la guardó en su bolsillo de la camisa, el que se cerraba con botón, para que no se le volviera a caer. No podía caérsele más, debía conservarla a toda costa... Algo le decía que debía conservarla. Lo que no tenía muy claro era qué hacer a continuación...

-Gracias Everett -le dijo a su amigo sin darse cuenta de la ironía, o ignorándola, no se sabía- ¿cuánto falta para el amanecer?

Don, al parecer, no te hizo ni caso. Te agarró y te metió en su bolsillo. Era fácil salir de ahí, el tío se había limitado a abrochar el botón.

Cuando Don se volvió hacia ti para hablarte estaba guardando eso que parecía haber agarrado con tanto ímpetu. Tu sorpresa fue descubrir que lo que tenía en las manos era tu cadenita de plata. Don movía las manos con tanta habilidad que parecía como si la cadenita tuviera vida. Como si se retorciera como una serpiente. Luego se la guardó en el bolsillo de la camisa.

La cadenita se movía como si estuviera viva, en tu mano. Cuando la guardaste en el bolsillo pareció quedarse tranquila.