Partida Rol por web

Curiosamente lo que más atrajo la atención de Alek en aquella estancia fue la vela que brillaba, con un fulgor plateado, en el hueco abierto en la pared. Esta no debía de medir más de diez centímetros. A simple vista no había reconocido los surcos que la recorrían, pensando que eran simples formaciones de cera, pero no, eran gravados que trazaban runas o algún otro tipo de escritura arcana. Atendiendo a lo que había entrevisto con relación a la otra vela y su cobertura en la cámara grande, el explorador comenzaba a pensar que aquellos cirios eran contenedores de algún tipo de magia. Puede que no supiese exactamente qué era lo que hacían aquellas piezas, pero de alguna extraña manera creía... Creía que podrían ser útiles para iluminar algo en alguna otra parte.

Hubo algo más que atrajo su atención, notó una ligera corriente de aire proveniente de la pared del fondo, en la que no parecía haber ninguna puerta o ventanuco, pero analizando el movimiento de la corriente con su mano, recorriendo el tabique con los dedos, comprobó que una parte del muro era una alucinación. Atravesó el muro inexistente con el brazo, y al asomarse para ver qué había al otro lado, se encontró con una perfecta reproducción de la propia estancia en la que estaba con sus compañeros, pero invertida, como si fuese un reflejo en un espejo, pero el reflejo era sólido.

Estaba claro que las sombras eran las que habían reinado en aquel lugar durante siglos, pero ¿Había otro poder por encima de estas que se hubiese hecho con las cualidades del lugar recientemente? Alek comenzaba a pensar que sí. Estaba claro que aquel trocalengo al que habían matado accidentalmente no era tal poder, estaba enfermo, era viejo y un simple madero terminó con él, pero ¿Y si estaba obligado a estar allí por algún otro motivo? Posiblemente el mismo poder que manejaba la niebla y se había llevado a los niños manipulaba aquella ciénaga a voluntad y la aparición del Palacio de las Sombras en aquel emplazamiento donde ninguno de los exploradores de Niom lo había encontrado antes, no dejaba de ser una distracción para aquellos que intentaban desvelar sus enigmas.

Pero mientras Alek sopesaba todas todas aquellas ideas, ruidos en la estancia donde habían luchado con el hechicero hicieron que devolviese su atención a la misma: los sonidos de una lluvia de flechas cayendo desde el enrejado que cubría la estancia y que había permanecido silencio, y en las sombras hasta ese momento. Varias figuras menudas se movían por allí arriba, cargando arcos y lanzando sus saetas hacia los ocupantes de la sala.

- Morid... ¡MORID POR DOTU!- Gritaban desgarradas, tratando de vengar al anciano caído.

Alek meditó un momento, pero el ruido de las flechas y los gritos aceleraron su decisión. Tomó la vela y la apagó.

- Creo que ya fue suficiente, ¡tenemos que salir de aquí! - gritó a sus compañeros.

Con saltos y giros, el explorador trató de llegar a la puerta y, desde allí, salir del templo.

Taddeus se sorprendió cuando escuchó las voces, había estado concentrado en el destino del anciano y qué era lo que hacía ahí, su relación con la bestia y la posibilidad de que todo aquello se conectara con lo que sucedía en Niom, cuando vió el ataque.

Reaccionó casi por instinto dejando la estancia e intentando volver a donde estaban antes, no podía hacer nada contra las flechas.

Curiosamente, tan pronto como Alek apagó la vela, la estancia continuó iluminada, pero en un tono rojo, algo inaudito dado que supuestamente se había eliminado la única fuente de luz presente, y mientras el explorador cargaba fuera de la sala, arrastrando a Taddeus tras de sí, quien recibió una saeta en su armadura, que no llegó a causarle daño, escucharon cómo el silbido de las flechas y el griterío a su espalda eran sustituidos por el silencio más absoluto. Ni tan siquiera parecía que, en el caso de que hubiese alguien tras su pista, estuviese tratando de seguirles los pasos.

Stella y Sam abrían el paso fuera del templo, azuzados por la carrera de su compañero y su cánido compañero, tras saltar sobre los restos de aquella peculiar mascota muerta. Colmillo les rebasó, por poca distancia, arrojándose fuera de aquella pesadillesca arquitectura. Fuera les aguardaba un atardecer que casi parecía noche, teñida de púrpuras y pardos, por efecto del follaje sobre sus cabezas.

Al menos pudieron detenerse a respirar un segundo en el exterior, mientras escuchaban con perfecta claridad el sonido de un portón cerrándose a su espalda.

- ¿Qué diablos era todo eso? ¿Os habñeis fijado en cómo cambió todo al apagar una vela y quitar de la otra el paño rojo?- Comentó Stella, como si elucubrase que había algún tipo de magia peculiar relacionada con aquellos cirios, pero sin terminar de saber cómo podían funcionar.

- Que le den a las velas y que le den a todo.- Masculló el mediano, cuyas fuerzas comenzaban a verse superadas tras la cantidad de transformaciones y la lesión que había subido. - Creo que hemos tenido ciénaga de sobra por hoy... ¿Creéis que podremos esquivar la laguna de los ahogadores? Diablos, seguro que podemos, aunque nos lleve un poco más de tiempo llegar a destino. Esas cosas casi nos matan. Tal vez pueda guiaros desde el aire.

- Si todavía te quedan fuerzas, amigo - dijo a Sam - tu habilidad nos será muy útil, pero no te exijas demasiado -

Después miró a Taddeus y Stella y asintió. - Volvamos a Niom con calma. Calculo que tenemos tiempo antes de que caiga la noche -

Taddeus estuvo de acuerdo en que la exploración de aquellas ruinas les estaba llevando demasiado esfuerzo y riesgo. Quedaba mucho por recorrer pero la contrapartida era cuanto menos arriesgada, no sabían cuanto más podían averiguar del verdadero motivo por el que estaban ahí, y los peligros eran grandes.

- Estoy de acuerdo, volvamos -accedió. Sam, guíanos, es preferible tardar más y llegar en una pieza a Niom.

Sam dio un salto en el aire y al momento un halo de plumones, como los que lucen las crías de pájaro cuando sus plumas comienzan a crecer, cayó al suelo, liberando su córvida forma alada, esquivando las retorcidas ramas de los árboles de la ciénaga, que en con la oscuridad incipiente parecían tomar la forma de alargados dedos huesudos, y aleteando y planeando en círculos, tratando de mantenerse dentro del campo de visión de Alek para poder guiarlo por el mejor camino. Sus graznidos también resultaban de gran ayuda, y, atendiendo al camino que les hacía tomar, si que había encontrado una forma de dar un rodeo en torno a la poza donde reposaban los horrores que les habían atacado en el camino de ida, expectantes. Stella había tomado una antorcha para tratar de alumbrar al explorador y a las botazas de Taddeus en su avance.

- Entre los bañitos de antes y el calor que hace cerca de esas llamaradas cenagosas, debes de tener un nuevo hábitat floreciendo dentro de esas barcazas, Taddy.- Bromeó la barda, tratando de distraerse de lo desagradable que le resultaba el caminar con una ropa tan sucia y maloliente.

Sobre la superficie ponzoñosa del lugar comenzaron a parecer las luces sobre las que su abuelo había advertido a Stella: fuegos fatuos, llamas vivientes que solían aparecer en lugares donde se descomponían grandes cantidades de cuerpos, corriendo por doquier, tratando de captar la atención de los caminantes y subyugarlos hasta que se pierdan, siguiendo su rastro.

La maldita ciénaga parecía cambiar a cada paso, confundiendo al explorador. Tenía una idea clara de la dirección que tenían que tomar, pero el terreno era más traicionero de lo que recordaba.

El grupo avanzaba a buen paso, Sam estaba haciendo su trabajo, pero de golpe desapareció de la vista del explorador, justo en el momento en que Colmillo se giró hacia el camino por el que habían venido, apretando los dientes y gruñendo, un poco antes de que todos escuchasen el sonido de voces y pasos avanzando entre el follaje.

Los aventureros estaban en un claro ya casi teñido del todo por el azul cobalto del anochecer, cercado por un círculo de nudosos cipreses calvos, con el olor acre de los lodos llenando sus fosas nasales, las aguas de un lago arrancaban de entre los troncos para perderse hacia el norte, no podían estar seguros de si este sería un hervidero de ahogadores, como los que les habían atacado antes de llegar al palacio.

Una flecha cruzó el aire recalentado de la escena, clavándose en un tronco cercano.

Así que tocaba de nuevo la ciénaga. El barro y demás porquerías que llevaba pegadas se habían secado, y sobre ello el paladín pintaría una nueva capa, como para que no se olvidara dónde estaba y que aquel día no terminaría más.

Afortunadamente seguían al druida que los guiaba desde el cielo, pero su suerte no había mejorado mucho, lo alertó el gruñido de colmillo y la fortuna quiso que aquella flecha no se clavara en él ni en ninguno de sus compañeros.

Todo lo veloz que pudo, sacó su escudo de su espalda y se agachó, protegiéndose del lado desde donde había salido la flecha. También desenvainó su espada y gritó con fuerza:

- ¡Quién va!? - Os lo advierto, estais atacando a un paladín de Ashur. Si seguís atacando, enfrentad las consecuencias.

-No podemos escapar corriendo, tienen la ventaja del terreno y nos darían alcance -

Alek preparó su arco y tensó una flecha. Miró a Taddeus y a Stella, confiando que Sam estuviera a salvo en el aire.

- Esperemos que nos respondan. Si no, soltaré la flecha contra el primer infeliz que asome la cabeza -

Stella, confusa por todo lo que estaba pasando, trató de resguardarse tras el paladín.

Desde las alturas llegó una misma voz, pero que parecía proceder de varios lugares distintos, como un eco mágico o algo similar, tratando de ocultar su origen.

- Habéis matado a nuestro abuelo... ¡¡¡PREPARAOS PARA MORIR!!!

Era una voz que sonaba extrañamente inhumana, peor infantil al mismo tiempo.

Alek vio movimiento entre las ramas de los árboles, pequeños bultos que parecían saltar de rama en rama, si no fuese por colmillo, puede que no alcanzase a localizarlos.

Taddeus apretó con fuerza el mango de su espada, listo para la lucha, pero ahora no tenía claro hacia dónde apuntar su escudo, porque las voces parecían venir de todos lados al mismo tiempo, estaban rodeados.

No deseaba matar a aquellas criaturas, fueran lo que fueran, y desde ya que tampoco deseaba terminar sus días atravesado por flechas en una antigua ciénaga alejada de todo. Debía hacer entrar en razón a sus atacantes.

- Escuchad! -gritó. Nos defendimos contra el ataque de vuestro abuelo! -rugió hacia ellos, observando hacia todos lados, haciendo oir su voz. Fue un combate justo y no fue nuestra intención el desenlace fatal. Por Ashur os pido que os retireis. Estar en contra de quien todo lo observa desde el cielo es acabar de la peor forma. Es vuestra última oportunidad.

- Noble intención amigo, aunque dudo que podamos hacerles cambiar de opinión - dijo Alek. Pero incluso así no quería ser el primero en atacar. Intentó un disparo de advertencia.

No podía ver con precisión a sus objetivos, así que soltó la flecha apuntando a los pies. El explorador esperaba que ese disparo les hiciera entender que Taddeus hablaba muy en serio.

Al escuchar a Taddeus las voces parecieron burlarse de su soflama, con ecos de risas llegando desde todos lados, peor la cosa cambió cuando la flecha de Alek, dirigida con una precisión casi pasmosa, se clavó en una nudosa rama, entre dos pies oscuros que, reaccionando al inesperado susto, perdieron estabilidad. Una pequeña figura cayó desde el árbol a los pies del paladín.

Era un poco más pequeña que Sam, y sus proporciones no eran las de una persona adulta, aun de baja estatura, se trataba de una cría, sin duda, pero como el anciano que encontraran en el interior del palacio, tenía una cobertura olivácea más parecida a una corteza vegetal que a la piel humana. Su rostro casi parecía una máscara, una parodia de un rostro humano.

Había caído con un grito y después parecía haber perdido el sentido. Bajo su cuerpo asomaba un carcaj aplastado con unas pocas flechas muy bastas y a su lado reposaba un arco de aspecto tosco.

- Nara... ¡NO! NO OSEIS TOCARLA, HIJOS DE CROC.- Les increpó otra voz infantil desde las alturas. El poseedor de la voz se asomó entre las ramas, mostrando que se trataba de otro infante que amenazaba a los aventureros con otro arco de apariencia inestable. 

Taddeus soportó con cierta rigidez las burlas, pero intentó no dejar de concentrarse. Mucho mejor resultado dio el tiro del explorador, ya que resultó en una casualidad que potencialmente les daba la victoria del enfrentamiento. Tomó a la chiquilla de la solapa y la amenazó con su espada, a la vista de los demás. Cuando apareció quien tenía la voz cantante se enfrentó a él.

- No des un paso más -amenazó, dando a entender lo que pasaría si lo hacía. No lo dijo, porque hubiera sido una mentira, ni se le cruzaba por la cabeza matar a una niña indefensa, pero ellos no lo sabían.

- Depongan las armas -ordenó. Necesitamos saber dónde están los niños perdidos de Niom. ¿Son ustedes?

Cuando lo dijo reparó en que era una explicación muy plausible. Niños a la orden de un anciano hechicero, en un lugar donde había estatuillas de criaturas que suplantaban a otras. No podía dar aún la explicación completa, pero todo indicaba que aquellos eran los niños perdidos. Y si no eran ellos por dentro, al menos sus cuerpos debían serlo.

La pequeña trocalengo se revolvía entre los brazos del paladín tratando de librarse, incluso propinando patadas a ciegas, de espaldas, contra el pecho de su captor, pero la criatura no suponía una gran amenaza contra el hombretón.

De entre las sombras asomaron otros dos rapaces con la misma apariencia en la que se unían los caracteres de los muchachos humanos y detalles más propios de las plantas, estos descendieron sus armas en signo de buena voluntad, lo que hizo que la muchacha inmovilizada por Taddeus multiplicase sus esfuerzos por librarse o hacer daño a aquel guerrero acorazado.

- No, maldita sea, NO... Vengad al abuelo, imbéciles.

Pero las jóvenes criaturas parecían haber sufrido un duro golpe con la captura de su compañera, uno que había terminado con sus afanes belicosos.

- Soltad a Nara... Por favor... Nosotros, solo queríamos... Nuestro abuelo...- Y tras aquella última frase el chico que hablaba comenzó a verter un líquido blanquecino desde los tizones quemados que parecían servirle como ojos.