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La Cuarta Edad - El confín de Arda

El destino llama a la puerta (Escena 1)

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25/01/2015, 00:42
Director

Minas Tirith

Las trompetas de plata de la Torre de Echtelion tañeron para saludar a la comitiva. Las pesadas puertas de mithril regaladas por los enanos a comienzos de la Cuarta Edad se abrieron, y tras ellas venía el clamor. El clamor de una multitud enfervorecida y feliz por el final de la larga guerra. Los soldados volvían a casa, y para certificar el triunfo y la gloria del Reino, aquel desfile, y la boda en el que iba a terminar.

Los seis niveles de Minas Tirith bullían, atestados de ciudadanos y curiosos que habían acudido para contemplar tan magno evento. Un evento que definiría una época, un evento que marcaba para el rey Gîmlad un periodo glorioso de triunfo para Gondor, tan solo comparable a los reinados de Aragorn y Eldarion. Incapaces de controlar del todo a semejante gentío, soldados, guardias y alguaciles de la ciudad, que formaban un pasillo por el cual pasaba tan solemne comitiva.

Las calles eran fiesta, y en cada plaza y taberna se rustían los lechones y se asaban las aves, regándolas con vino y cerveza. El rey había dispuesto grandes gastos para entretener y animar al pueblo como gesto de agradecimiento por su resistencia durante la larga guerra, las privaciones y los impuestos extaordinarios. Pagados de sus arcas y merced al botín de guerra, se daba comida y bebida gratuitamente, se habían contratado comediantes, músicos y bailarines para entretener a los súbditos. Se harían torneos y combates gladiatorios, exhibiciones de danza, recitales de poesía y demostraciones de trucos mágicos, en un programa de actos que iba a dilatarse varios días.

Pero el plato fuerte comenzaba en aquella radiante mañana. El gran desfile hasta la ciudadela, y la boda que le seguiría, atraían la atención de los gondorianos y los extranjeros. La nobleza del reino estaba allí, los senescales estaban allí, las damas de alcurnia y sus criadas estaban allí. No podían perderse aquella cita, y se dejaban ver.

Al frente del desfile, orgulloso cabalgaba el príncipe Arathorn, heredero del rey. Tras de él, el príncipe Kârbazir y la princesa Arphazel como abanderada, con el pendón del rey. Todos sobre caballos de raza con brillantes jaeces y bardas decoradas con las armas del reino, armas que lucían orgullosamente en torres y murallas a través de su recorrido. Los buenos ciudadanos lanzaban pétalos de rosa a su paso y les vitoreaban. Un espontáneo gritó vivas a la princesa, y muchos le secundaron. Arathorn no pudo disimular un gesto de incomodidad por éste hecho, pero siguió cabalgando con gallardía.

Detrás de los príncipes, el capitán de la guardia de la ciudadela, acompañado por un pelotón de sus hombres, impresionantes en su uniforme ceremonial con casco alado de mithril. Les seguía una selección de los mejores capitanes del reino y un puñado de sus hombres: la guardia de los lobos negros, los mosqueteros de Ithilien, los jinetes de Rohan y los montaraces del rey. Cerrando este desfile militar, que marchaba al son de trompetas, pífanos y tambores, iban encadenados prisioneros y malhechores, la gran mayoría del propio reino (en una hábil maniobra política), que iban a ser ajusticiados en los próximos días, o arrojados a las fosas de gladiadores para luchar por su vida contra los orcos.

Maniatado y mirando a los humanos con un gesto de desprecio, Veremir Tuk arrastraba sus pies peludos. Atrapado cuando pretendía robarle a un noble y oficial del ejército acampado en Umbar, había sido encadenado y llevado allí. Su destino, lo desconocía. La jugada de embarcarse como polizón en la flota le había salido mal, y ahora estaba en manos de la justicia del rey. Justicia contra la que había luchado durante largos años.

A cierta distancia por detrás de ésta comitiva, venían los extranjeros. Eran el plazo fuerte de aquel desfile, embajadores de lejanos reinos que venían para rendir pleitesía al rey, o estar presentes en aquel histórico enlace. Los niños se acercaban para mirar con curiosidad, y sus padres los aupaban por encima de sus hombros.

Al frente, gallardo y regio, sólido como una montaña, el emperador Tal Hatak, montando a lomos de su pantera blanca, alta como un corcel. El animal asustaba a los niños y hacía retroceder a los ancianos, y eso complacía al monarca derrotado. Tras de él, protegiéndole, un pelotón de su guardia de inmortales. Los guerreros perfectos, los soldados sin temor. Marchaban marciales, con mucho ruido de sus armaduras lamelares, su rostro oculto bajo el casco y el pañuelo, armados con arcos, espadas cortas y lanzas. Entre ellos, Gorman, el guardián de la princesa.

Pinaritu venía detrás, entre los inmortales y una pequeña comitiva de damas del este y jinetes variag. Iba subida en lo alto de un lujoso palanquín con cabezas de carnero labradas en refulgente plata, con las cortinas abiertas para que todo el mundo la pudiera ver. Hubo quien enmudeció, y hubo quien se enamoró de aquella exótica belleza. Irradiaba grandeza y bondad, a través de su sonrisa, su porte, su forma de saludar a la muchedumbre. El pueblo la vitoreó, consciente de que aquella, en un futuro no muy lejano, habría de ser su reina y señora.

Una pequeña pero sólida comitiva de enanos venía detrás, encabezada por el príncipe Thrór, que saludaba desde su jabalí agitando su casco. Muchos enanos del ghetto de la capital, al que se permitía abandonarlo con motivo de las fiestas, entonaron vivas hacia él. Esperaban que su presencia se tradujera en una mejora de sus condiciones, o al menos que el rey permitiera que le acompañaran de vuelta a la montaña solitaria aquellos que no deseaban seguir viviendo bajo la ley del reino.

Detrás de los enanos, los walíes y señores del desierto de próximo Harad, elegantes y misteriosos con sus caravanas de camellos, montados en bellísimos caballos de una raza casi próxima a la de los mearas. Señores tributarios del rey, que venían a rendirse homenaje. Les escoltaban sus guerreros y montaraces, entre los que se contaba Kiribanti, el semielfo. Tras ellos, la princesa Nzinga de Monomotapa y un puñado de sus mejores guerreros, cuya apariencia exótica y piel negra generaron no pocos comentarios y admiración.

Tras los haradrim, una elegante y nada guerrera comitiva de elfos. Montaban sus bellos caballos o caminaban con pies ligeros, cubiertos por sus elegantes ropas, ciñendo sus pequeñas coronas. Tocaban instrumentos que sonaban maravillosamente, y las mujeres no pudieron si no aplaudir aquel despliegue de donaire y buen gusto. Los encabezaba Elrohir, señor de Rivendell y aliado tradicional de los reyes, y los elfos que vivían en la capital albergaban con ésta visita esperanzas similares a las de los enanos.

Entonces la gente se agolpó, y los soldados tuvieron que empujar hacia atrás. Jamás se había visto algo así en Minas Tirith. Los exóticos habitantes de Yamato, los aliados de la princesa, marchaban con solemnidad. La comitiva la encabezaba el príncipe Tanaka, joven, atractivo, gallardo y exótico en su armadura de ashigaru, acompañado de sus portaestandartes. Detrás, con paso firme pero seguro, andaba Pallando, el mago azul, apoyándose en su vara. Hacía mucho tiempo que no veía la ciudad blanca, y la encontraba cambiada, aunque en ella se reconociera el esplendor del pasado. A su lado, con pasos elegantes y el rostro vivo, Yuukimo la hechicera miraba todo aquello como quien descubre las maravillas ignotas del ancho mundo. Largo tiempo había escuchado las historias sobre aquel lugar, pero era la primera vez que lo veía.

Detrás de ellos, y cerrando la marcha, los guerreros ashigaru escoltaban a los pensadores, los funcionarios de Yamato y las bailarinas, acompañadas de músicos que tocaban tambores, instrumentos de cuerda y graciosas trompetas que formaban sonidos nunca antes escuchados en Gondor. La gente les aplaudió, entusiasmados por su presencia, atraídos por el exotismo y la novedad.

La cabeza de la comitiva llegó entonces hasta el pasaje que conectaba con la ciudadela, y la guardia cerró temporalmente el acceso. Los prisioneros fueron conducidos hasta las mazmorras, enclavadas en pasadizos lúgubres por debajo de palacio. Los príncipes y la comitiva del reino se dispusieron en el patio del árbol blanco, dejando espacio para los que tenían que llegar. El rey Gîmlad y la reina Lislewind aguardaban al pie de las escaleras del salón del trono. Como signo y motivo de triunfo, el austero rey había trocado aquel día sus ropas pardas por otras un tanto más ostentosas. El senescal de Gondor, Faramir IV, dió la bienvenida a los príncipes y dignatarios extranjeros.

Cuando todo estuvo dispuesto, las trompetas señalaron el avance, y las comitivas extranjeras penetraron a través del túnel, decorado con frisos que hacían referencia a la gloria de los días de Númeror, ascendiendo hasta la claridad del gran patio. Tocaban las trompetas cuando cada comitiva llegaba, y el senescal anunciaba a cada uno de los príncipes y señores.

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25/01/2015, 02:43
Faramir IV

El primero en ser anunciado, fue, como no podía ser de otra manera...

-¡Su alteza imperial Tal Hatak, señor de los variags y emperador de Khand!

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25/01/2015, 02:45
Tal Hatak

El emperador oriental bajó de la pantera casi sin esfuerzo, por que tenía la medida de un gigante de más de dos metros. El impresionante rey-guerrero al que tanto había costado doblegar, dejó las riendas del animal en manos de uno de sus mejores hombres, Gorman, y compartió con él una mirada de circunstancias mientras que acariciaba el pelaje del animal.

Luego se encaminó hacia el rey y la reina, que acudían a su encuentro para situarse justo frente al árbol blanco de Gondor, cogidos de la mano y con un paso muy sereno y mayestático. Los porteadores del palanquín de la princesa dejaron en el suelo el transportín y se hiciero a un lado, agachándose en señal de respeto mientras Pinaruti bajaba los escalones y se encaminaba a la misma escena, unos pasos por detrás de su padre.

El emperador de oriente hizo una breve inclinación de torso ante Gîmlad y su esposa, respetuosa, aunque sin caer en la sumisión de un hombre tan orgulloso.

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25/01/2015, 02:49
Gîmlad II

El rey de Endor habló entonces como solía, con voz firme y majestuosa. Los príncipes herederos estaban a su derecha, rodeando el pasadizo por el cual debían pasar los invitados al presentarse.

-Sed bienvenido, alteza, a Minas Tirith, ciudad y espejo de la gloria de mis antepasados. Graves son las circunstancias de éste encuentro que hubiéramos deseado se produciera en mejores circunstancias. Pero he aquí que ante todo el pueblo de Gondor y su nobleza, aquí congregados, que os hago homenaje. Nunca tuvo ésta tierra adversario más digno, temible y de respetar. Y como ésta es una victoria, no una deshonra, yo, señor, os abrazo como un hermano.

Dicho lo cual, se acercó y abrazó al hombre que le sacaba dos cabezas, y éste respondió al gesto con agradecimiento.

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25/01/2015, 02:53
Tal Hatak

Contrariado por aquel gesto de amistad, el emperador de oriente tardó un momento en recomponerse. Abandonó el abrazo pero mantuvo una mano posada en el hombro del rey de Arnor y Gondor, en señal de buena voluntad y camaradería.

-Me honra éste gesto, majestad. Hubiera deseado que éste día no llegara, pero habiendo llegado, creo que es el momento en el que ambos pueblos vivan unidos y en paz.

Se giró un momento y dió paso a su hija, que se acercó y le dedicó una graciosa reverencia.

-He aquí que os presento a mi hija, cuya mano entrego a vuestra casa para que Khând y el Reino sean, a través de su descendencia, una sola cosa.

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25/01/2015, 02:57
Pinaruti

La princesa se levantó y dedicó una breve sonrisa a los reyes. Estaba nerviosa, y no veía el momento de comenzar su largo aprendizaje en la cultura y las tradiciones de aquella extraña tierra.

-Majestad, es un honor conoceros... -dijo con brevedad y humildad.

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25/01/2015, 02:58
Lislewind

La reina hizo un gesto a una de sus damas hobbit, y ésta se acercó presta llevando un cogín donde había un colgante. Un colgante de factura numeroreana muy antigua, que se había mantenido durante largas generaciones en su linaje.

-Recibid en mi nombre y como presente esta joya, que procede de los tiempos de Númeror, y que me fue legada por mi madre. Como Eru no me ha bendecido con ninguna hija, quiero que lo vistáis con orgullo y lo conservéis como el tesoro que es. Con la esperanza de una madre que desea ganar con éste enlace algo más que una esposa para mi hijo.

Las palabras, medidas al milímetro, se pronunciaron con un tono tan correcto y cortés que no podían evitar reflejar una alta dósis de frialdad, acostumbrada en aquella mujer.

La princesa recibió el colgante, y la comitiva de Khând fue invitada a situarse a la izquierda de los reyes, bordeando la fuente, de modo que podían ver frente a ellos a los príncipes. Arathorn no quitaba ojo a la mujer con la que iba a desposar, encandilado por su belleza.

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25/01/2015, 03:04
Faramir IV

Se recibió entonces al príncipe Thror y a Elrohir, al que el rey dió un abrazo en señal de fraternidad. Fueron pasando luego los príncipes de lejanas naciones de Harad, la princesa Nzinga, que obsequió al rey con unas crías de león, asunto que sería muy celebrado en poemas y romances. Kiribanti el montaraz se mantenía junto al walí de Wadi-Radaw, que era el señor de las tierras donde él servía. Atento a todo aquel protocolo, que en realidad ni le iba ni le venía demasiado.

-Su alteza real el príncipe Tanaka, gobernador de Xian, príncipe heredero del Reino de Yamato. Le acompaña Pallando, el mago azul, gran maestro en la montaña.

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25/01/2015, 03:08
Tanaka

El príncipe oriental se adelantó unos pasos, con energía y decisión. Al situarse frente a los sorprendidos reyes, se detuvo hasta que el mago lo hizo también. Entonces ejecutaron una graciosa reverencia oriental, arrodillándose y juntando las palmas de las manos extendidas, una detrás de la otra, e inclinando el rostro tras ellas. Aquella era una de las enseñanzas del mago, parte de la filosofía de la Tierra de la Seda: el cuerpo refleja el estado de ánimo, y el sometimiento ayudaba a no envanecerse. Recordaban su posición, la de los demás, el orden entre las cosas, y hacía fluir las energías positivas. El saludo era el mismo que ante el mismísimo emperador de Yamato.

-Majestad -dijo en un oestron correcto, aunque con acento- Vengo aquí por órden de su serenísima majestad el emperador Shiaojuong, mi padre, para sellar la amistad y alianza entre nuestros dos pueblos. Es para mi honor ser recibido en ésta ciudad, y pongo a su disposición a mis ashigaru y a aquellos que me acompañan, para mayor honra de mi casa.

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25/01/2015, 03:13
Gîmlad II

El rey se vió sorprendido por aquella muestra de protocolo y buenas maneras. Le complació, y al mismo tiempo, le intrigó. No podía evitar mirar al mago silencioso que acompañaba al príncipe. Mucho se había hablado de los magos, y el sabio Gimrod de Osgiliath lo había escrito: los reyes de Gondor eran avalados por los Valar, a través de sus representantes maiar. Gandalf el blanco coronó a Aragorn de su propia mano, y tras mil años, un mago volvía a pisar Minas Tirith. Estaba algo nervioso, aunque procuraba que no se le notase. ¿Que nuevas traería?, ¿vería con buenos ojos su posición en el trono de Elendil? Muchas cosas dependían de aquello, o al menos así lo veía su mente, que solía sumirse en grandes reflexiones y torturarse con pensamientos que no llevaban a ninguna parte.

-Por favor, alteza. No es necesario que os arrodilléis.

Dicho ésto, le ayudó a levantarse de su propia mano, como gesto de amistad.

-Quedo obligado y honrado por vuestro ofrecimiento, y deseo enviar a vuestro padre mis más sinceras palabras de amistad y apoyo. Mucha y buena ayuda nos brindaron sus guerreros en la última contienda, y Gondor ha de agradecer ésto cumplidamente. Sentios como en vuestra propia casa.

Dicho ésto, se acercó al mago y posando una mano en su propio pecho, inclinó levemente el rostro.

-Mucho tiempo ha que en éstas tierras no se ha visto a uno de los cinco magos. Sed bienvenido, os lo ruego.

Hizo una pausa por si el mago tenía algo que añadir. Ardía en deseos de escucharlo hablar.

Notas de juego

Ya podéis escribir todos.

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25/01/2015, 03:21
Director

Para el hobbit no habrían fiestas ni chanzas. Maldita fuera su suerte y maldita fuera la estampa de aquel rey y los que le servían. Ahora, conducido como un animal a través de las mazmorras, había caído en las garras de aquel que consideraba a los suyos poco más que sirvientes, saltimbanquis y granjeros a su servicio.

El carcelero no tuvo mucho cuidado cuando le empujó dentro de la celda, ni cuando ató los grilletes que había en sus manos al gran aro de acero encastrado en la piedra de la pared. El suelo estaba sucio, y a diez metros había un cadáver de un orco, parcialmente descompuesto y con los gusanos dándose un festín con su fétida carne.

-Espero que sepas manejar un arma, mediano -dijo el carcelero mientras cerraba la puerta.

El hombre escupió luego entre sus muelas de forma bastante asquerosa.

-Por que mañana te vas a jugar la vida en los fosos de los gladiadores.

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25/01/2015, 21:26
Pallando el Azul

Al llegar al oeste, un extraño sentimiento recorría mi alma. Tal vez fuera la inseguridad de encontrarme fuera de mis dominios, o el temor de observar tantos nuevos parajes y espíritus desconocidos.
Hacía mucho tiempo que estas tierras habían sido abandonadas por los Istari, incluso la influencia de los elfos, con su vida inmortal, su prisma de paciencia y eternidad, había sido reducido a simples leyendas y misticismo.
El Humanocentrismo dominaba estas tierras sin un guía que pudiese frenar el impetú de esta raza.
Una raza donde las acciones no se reflexionan, los problemas no se analizan, los resultados se exigen de inmediato y los errores se repiten una y otra vez.
El Don de la Mortalidad era lo que movía sus corazones tan deprisa. Queriendo vivir más rápido de lo que sus mentes le permiten, actuando con temeridad y demasiada violencia. Queriendo abarcar más de lo que sus brazos pueden sostener, actuando con avaricia y envidia.

Sin embargo habían conseguido sobrevivir durante todo este tiempo sin llegar a aniquilarse entre ellos.
Pero eso era un arma de doble filo, que había provocado una nueva consecuencia. Estos seres de alma mortal cuya avaricia era más grande de lo que sus mentes pudieran soportan, se habían decidido conquistar nuevas tierras, en una expedicion sin precedentes.

Observé asombrado las Puertas de mithril y sentí envidia de como estas tierras antaño tuvieron influencia de muchas razas. Sin embargo esos tiempos habían desaparecido ya, y salvo los muros y torres, todo lo que yo allí veía tenía un único color.
Tal vez fuese porque no estaba acostumbrado a tratar con humanos de esa raza, y probablemente hubiera muchas diferencias entre ellos, pero a mi parecer todos eran iguales. Todos estaban vestidos bajo el mismo patrón.

Sin embargo cuando empezó el desfile, mi mente eterna, si pudo empezar a vislumbrar diferencias entre aquellos hombres de distintos lugares. Diferentes carácteres, diferentes ideales y diferentes ímpetus en sus corazones.

Continúe avanzando con la inestimable compañía de mi adorada discípula, Yuukimo. Observa con paciencia esta ciudad. Ni siquiera mis ojos pueden abarcar la historia de estos muros. Le comento para tranquilizarla

Me acerco a Tanaka, joven y prometedor príncipe, para recordarle últimos consejos antes de que hablemos con el Rey de estas tierras. Recuerda Tanaka. Me permitía el derecho de tutearle desde que salimos de nuestras tierras, para hacerle ver que sus títulos allá quedaron. Aquí no somos reyes. Un Rey o Príncipe debe ser capaz de mostrar humildad y respeto por sus semejantes, igual que así querría que hiciesen en su reino. Recuerda también que solo todos unidos podremos llevar al éxito nuestra misión. Nuestro enemigo no está dentro de estos muros.

Finalmente somos nombrados y procedemos al protocolo propio de las Tierras de la Seda. Debemos respetar a nuestros anfitriones, pero siempre estar orgulloso de nuestras tradiciones.
Y tras esto, el rey de estas tierras se dirige a mí.
Debido a mi experiencia, soy capaz de analizar rápidamente a ese hombre, y observo en él todos los fallos ya tantas veces vistos en la raza de los mortales.
Un hombre que intenta abarcar más de lo que su razón puede. Un hombre que quiere vivir más deprisa de lo que sus piernas pueden soportar.
Sin embargo es el hombre que necesito para que la misión no fracase.
Sus palabras muestran miedo y recelo, a la vez que ciertas dudas. El famoso temor que todos los hombres mortales tienen a la muerte.

Una sonrisa enorme se muestra en mi rostro.
Es un honor para mí ser bienvenido en esta ciudad, dónde el más grande de mi Orden consiguió junto con la ayuda de todos vuestros antepasados poner fin a la Sombra. Es un orgullo poder contar con vuestro apoyo y beneplácito en esta nueva hora y espero que la tradición de la llegada de un mago a la Ciudad Blanca siga siendo buen designio en la historia que se escribirá.
Mis palabras se silenciaron para continuar con mi comunicación gestual, al realizar una ligera inclinación y separarme de su mano, en señal de entender la importancia de mis palabras. Abro los brazos intentando abarcar toda la multitud allí presente y en un tono más alto, sin llegar a gritar, pronuncio mis últimas y solemnes palabras. Mirando a los ojos a Gimlad.
Solo la unidad de todas nuestras culturas podrá garantizar el éxito de esta expedición. Concluyo con una risa bondadosa y juntando nuevamente las palmas de mis manos y retrocediendo en señal de respeto.

 

Notas de juego

Me presento con un tocho, pero ya dejaré de hacerlo. Lo prometo :)
 

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25/01/2015, 22:20
Yuukimo

Notas de juego

a mí los tochos me gustan ;) mañana posteo la llegada desde la perspectiva de Yuukimo, que hoy no he encendido el ordena y con el móvil me cuesta mucho escribir bien xD

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25/01/2015, 23:44
Gîmlad II

El rey escuchó atentamente sus palabras y reflexionó mientras se retiraba. "La unidad de todas nuestras culturas". ¿Se refería solo a los humanos o también a otras razas? Estaba claro que tendría que hablar con él, preferentemente en privado. Pero en aquel momento, tenía que continuar el ceremonial y las recepciones.

-Eso esperamos todos, si... -dijo de modo impreciso- Sed bienvenido a ésta ciudad, y no os vayáis muy lejos. Tengo muchas preguntas que haceros, si gustáis responderlas.

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26/01/2015, 00:10
Gorman

La concurrencia de tantas razas llenó el corazón de Gorman de pesar. Sobretodo viendo las grandes razas de hombres y elfos convertidas en mendigos. La forma en que sus ojos miraban a sus señores desde la concurrencia le rompía el corazón. Antaño poderosos reinos reverenciados por sus diferencias, las mismas que ahora son repudiadas.

Gorman cree en la independencia de los pueblos y teme ver a su pueblo en el lugar de esos enanos y semielfos...

Salió de su ensimismamiento cuando recibió las riendas de la pantera albina de su príncipe. Verlo frente al rey que tanto sufrimientos causado lo llenó de rabia. Un furia lo cegó. Poco a poco pusó la mano sobre su espada dispuesto a acabar con esto, su vida vale poco en comparación al honor de su pueblo! Pero una voz angelical le llegó a los oídos, como cruzando una espesa niebla. Pinaruti... no la podía poner en peligro... Eso le recordó la razón por la que había venido a este rincón del mundo. Esa lista de nombres, desde los Lobos Negros, hasta el príncipe. Una lista que escribió con su propia sangre en un trozo de tela en la oscuridad de la prisión.

... Fijó su mirada en Ararhorn, EL SIBILINO. El HOMBRE MUERTO.

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26/01/2015, 00:12
Veremir Tuk

Veremir arrastraba los pies intentando seguir el ritmo junto al rastro de prisioneros, estaba enfadado ¿Cómo pudieron cogerlo? Ese noble estúpido... alguien tuvo que delatarlo, estaba seguro, no era un ladronzuelo de tres al cuarto, era Veremir Tuk, "El Rebelde de la Comarca", docenas de soldados habían intentado atraparlo en vano, había desvalijado a nobles y comerciantes por toda la frontera de la Comarca y sin embargo, lo habían atrapado por una estupidez, tendría que haber dejado las manos quietas, pero la bolsa de ese tipo era tan tentadora... 
Un tomate medio podrido salió volando de la multitud golpeándole en la cara, Veremir se limpió furioso y comenzó a increpar a la multitud que lanzaban mas hortalizas a los prisioneros y los insultaban, un guardia mandó a callar al hobbit con un golpe en la cabeza pero en lugar de hacerlo se encaró contra él ganándose un capón y una patada en el trasero para que continuara andando. Solo podía pensar en que eran todos unos imbéciles, unos imbéciles que se dejaban mangonear por imbéciles.

 

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26/01/2015, 00:13
Veremir Tuk

-¿Quieres ver cómo manejo un arma? Tráeme una y veras como te destripo imbecil- Le respondió al carcelero mientras tironeaba de las cadenas en vano.

Una vez se quedó solo se calmó, o más bien se cansó de protestar, no podía hacer mucho en ese momento así que se sentó en su fría celda intentando ignorar el hedor de su compañero de celda putrefacto. El día siguiente se jugaría la vida, lo había hecho otras veces pero no en ese contexto, lo que más le molestaba no era una muerte inminente sino el hecho de que sería para distraer a imbéciles, se había pasado la vida huyendo de la nobleza y luchando contra la servidumbre que imponían a los suyos y sin embargo ahora acabaría sirviéndoles como distracción, era terriblemente frustrante, pero un Tuk no se daba por vencido así como así, si querían espectáculo lo iban a tener...

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26/01/2015, 00:40
Carcelero

Pasó casi media hora, allí con los ojos cerrados. Entonces escuchó la porra restallando en los barrotes, y el carcelero le miró con una sonrisa, sosteniendo una escudilla de madera sucia con miserables gachas. La suya era una sonrisa desdentada y algo bobalicona.

-Vaya, pero si es el valiente. Espero que estés haciendo buenas migas con Pielgris. Él se pasó aquí mucho tiempo, y se creía muy listo. Muy listo, si, para ser un orco.

Le tiró las gachas por la abertura entre los barrotes.

-Toma, tu comida. Si te portas bien, la próxima vez te la daré en plato. Pero solo si te portas bien.

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26/01/2015, 01:40
Veremir Tuk

El hobbit arrugó la nariz y frunció el cejo cuando escuchó el desagradable sonido del repiqueteo de la porra contra el metal, seguía al carcelero con los ojos entre abiertos como si intentara que rayos salieran de sus ojos para fulminar al desagradable hombre. Las gachas le salpicaron cuando cayeron con un sonido viscoso y repugnante. Miró un  momento la plasta asquerosa que era su cena, lanzó una mirada asesina al carcelero y se levantó de golpe abalanzándose hacia la puerta hasta que las cadenas se tensaron y acabó sentado de golpe en el frío suelo de nuevo. 

-Como te coja te dejo sin los pocos dientes que te quedan humano pelón y asqueroso- Murmuró rojo de ira -Cuando salga te enseñaré lo que es un hobbit puede hacer-

No iba a probar esas gachas, no, prefería morirse de hambre antes que comer esa asquerosidad. Pasó un rato dándole vueltas a las cadenas, intentando una forma de quitárselas, pero parecía que estaban bien seguras y no tenía nada con que intentar abrirlas, al menos no encima, pero quizás... 
Lo pensó varias veces antes de atreverse, pero al final se decidió. Esperó a estar seguro de que no estaba el carcelero husmeando y aguantando la respiración tanto como pudo se acercó al cadáver del orco para buscar cualquier cosa que pudiera tener encima de utilidad, quizás hubiese algo con lo que improvisar una honda, eso le sería muy útil para el día que le esperaba.

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26/01/2015, 01:55
Director

Notas de juego

Cuando te hagas la ficha te digo que tiras xD