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La Cuarta Edad - El confín de Arda

Off-topic

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25/01/2015, 00:31
Director

¡Bienvenidos a la partida!

Los pocos, los afortunados... los jugadores ;).

Ya estáis dentro, y además con la mitad del trabajo hecho. Faltan las fichas, pero vamos a dar plazo de una semana para irlas haciendo tranquilamente. Ya veréis que son muy fáciles y todo está explicado de forma muy clara en las secciones de Reglas y Creación de Personaje. Cualquier duda, por aquí mismo.

Y como siempre me ha fastidiado que las fichas ralenticen el impulso inicial de una partida... ¡Comenzamos roleando! ¿Que mejor manera de daros la bienvenida a ésta partida?

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25/01/2015, 01:14
Yuukimo

Hola a todos!

Encantada de estar en esta partida y de participar con vosotros ^^

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25/01/2015, 01:15
Yuukimo

Hola especialmente a ti, Avelino, porque mi personaje tiene la historia entrelazada con la de Pallando, así que considero que debo explicarte algunas cosas, si el máster da su permiso claro XD

Por lo pronto, has de saber que Pallando va a tener a Yuukimo pegada a sus talones todo el tiempo que le sea posible y si el máster da permiso, te cuento más cosas^^

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25/01/2015, 01:16
Yuukimo
Sólo para el director

Aún le estoy dando los últimos brochazos a mi historia, máster XD al final he vuelto tarde y no la he podido terminar de arreglar antes, ya te la mando en breves^^ 

Por cierto, se la puedo contar al jugador de Pallando para que lo sepa? :)

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25/01/2015, 01:21
Director

Sin problema

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25/01/2015, 01:45
Yuukimo
Sólo para el director

Perfecto, gracias^^

Notas de juego

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25/01/2015, 02:06
Yuukimo

Yuukimo es una joven de clase baja, del campesinado de Yamato. Campesina soñadora, se ha criado con las historias del Oeste que le contaban sus padres. Siempre ha querido ver esos mundos, esas criaturas, vivir sus sueños y rememorar sus leyendas.

Cuando Pallando se enteró de la existencia de Pallando, siendo apenas una niña, lo primero que hizo fue ir a verlo para que le contase historias. Él tenía siempre mucho ajetreo, recibiendo noticias, buscando a un tal Alatar e investigando sobre sucesos acaecidos acerca de no se sabía qué Piedra y no se sabía qué Anillo. Sin embargo, la insaciable curiosidad y la innegable convicción de la joven hicieron que el mago se abriese a ella. Primero empezó contándole historias, luego trató de enseñarle algunas cosas. Al ver que la joven, pues fue creciendo a lo largo de estos años, absorbía absolutamente todo lo que él le enseñaba como si fuera una esponja sin fondo, finalmente comenzó a contarle cosas relacionadas con su vida, con quién era él, con los sucesos de la Batalla de los Cinco Ejércitos y la Guerra del Anillo que habían sucedido muchos años atrás en el oeste, con sus sospechas sobre Alatar en las Tierras Sombrías… llegó un momento en que la joven se mudó al templo donde Pallando se encontraba retirado para dedicarse a todas estas cosas; finalmente, la muchacha se convirtió en la persona de confianza de Pallando en aquellas lejanas tierras orientales: lo ayudaba en todo lo que era necesario para enseñar a las gentes de Yamato todos los conocimientos que les transmitió, haciendo de algo así como su intermediaria, escuchaba todas sus sospechas y sus deducciones y, muchas veces, lo ayudaba a razonar y a descubrir cosas y, mientras tanto, Pallando comenzó también a enseñarle cosas que él ya sabía. Cuando surgió el tema de esta expedición y Pallando decidió acompañar al príncipe, ella no dudó en acompañarlo también, para seguir aprendiendo de su adorado maestro, para ayudarlo y seguirlo hasta donde fuera necesario y para ver, por fin, todas esas tierras y criaturas que poblaban sus leyendas. 

Notas de juego

Ésta es la idea que le comenté al máster. Por motivos personales no he podido desarrollar la historia narrada hasta hoy. Acabo de terminarla, deprisa y corriendo XD No es de las cosas que he escrito que más me gustan, pero es aceptable XD a estas horas y con todo lo que tengo hoy encima no puedo hacer mucho más... la repaso y la subo :)

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25/01/2015, 02:27
Yuukimo

Empaquetaba sus cosas sin prisa, pero tampoco se demoraba demasiado. Sería un viaje largo, llevaba sólo lo imprescindible. Terminó de hacer su petate, se puso la capa y cogió su bastón. Se miró por última vez al metal pulido de su habitación; tenía la sensación de que aquella sería la última vez que se mirara en mucho tiempo.

Salió de su casa, cerrando con cuidado, vigilando que ninguna salamanquesa se hubiese quedado en el quicio. Corrió por el camino de tierra, subiéndose de un salto a la baranda del puente que cruzaba el río y haciendo equilibrios en él. Saltó al llegar al final y se internó, saltando de zanja en zanja, en los arrozales y demás plantaciones. Llegó hasta donde su madre se afanaba en recoger los primeros brotes de soja y le dio un beso.

-Ten cuidado, hija –le dijo ella al verla llegar; se levantó y, con las manos aún mojadas, sujetó suavemente sus mejillas y la obligó a mirarla-, haz siempre caso al maestro, ayúdalo y sigue aprendiendo lo que te cuente; no comas demasiadas cosas con grasas, bebe mucha agua y prepárate tés todas las mañanas; haz ejercicio todos los días, pero no te canses demasiado, estate siempre atenta a todo, pero no pierdas de vista lo realmente importante…

-Mamá –la interrumpió ella cuando la mujer se detuvo para coger aire-, tranquila, estaré bien. Te escribiré cartas siempre que pueda y volveré. No te preocupes, volveré.

-Lo sé, cielo –respondió; las arrugas de alrededor de sus ojos se acentuaron cuando sonrió-, lo sé. Te quiero, hija.

-Te quiero, mamá.

Entonces, con una extraña sensación en su pecho y mariposas bailando en su estómago, abrazó por última vez a su madre y continuó su camino.

Llegó a la colina y comenzó a subir las largas escaleras a buen ritmo. Cuando llegó arriba, al pequeño templete donde vivía su maestro, encontró el petate de Pallando en la puerta y su báculo apoyado contra una de las columnatas de entrada. Se descalzó, dejó sus cosas al lado y entró, sin hacer ruido. Salió al jardín interior y encontró a su maestro sentado sobre una roca redondeada, en el centro del mismo, meditando. Sus pies pasaron de la pulida madera al suave césped del pequeño jardín. Se acercó a otra roca más pequeña que había al lado, cerca del riachuelito que cruzaba el patio, y se sentó en ella, esperando, sin interrumpir la meditación de su maestro.

Y su mente voló.

 

Tenía siete años. Quería salir a jugar al campo adyacente. Su madre le había dicho a su hermano mayor que la acompañara, pero ella en realidad no quería jugar. Su intención era otra. Así que aceptó. Y cuando su hermano se puso a contar para que ella se escondiese, corrió. Corrió todo lo rápido que se lo permitieron sus pies, su melena oscura ondeando tras ella. Corrió hasta llegar a la base de la colina y entonces miró hacia arriba, jadeando, recuperando la respiración.

En ningún momento había querido salir a jugar, su intención siempre había sido ir allí, a la colina del templo. Había escuchado que alguien especial, alguien que llevaba mucho tiempo enseñando a su pueblo, se había trasladado a aquella colina hacía poco, al templo que sobre ella se elevaba. Miró hacia arriba. Tras unas largas escaleras, arriba del todo, se encontraba el edificio de madera pintado de colores.

Quería entender las historias que le había contado su madre toda su vida. Quería ver a alguien que hubiera visto esas cosas, que conociera aquellas criaturas, aquellos lugares. Quería escuchar, aprender, soñar… Y aquel hombre, a quien decían el “mago Pallando”, era quien iba a contárselas. Sonrió, se subió los pantalones que se le caían y comenzó a correr escaleras arriba.

Después de detenerse varias veces, jadeando por el esfuerzo a causa de la rápida subida que pretendía emprender, logró llegar a la cumbre. Allí, después de mucho deambular, se encontró con él. El hombre al que estaba buscando. De mediana edad, con los mismos rasgos de su pueblo y el porte regio de un rey, frente a ella se erguía solemne Pallando el mago.

-¡Enséñame! –gritó sin poder contenerse, en el momento en que se lo encontró de frente.

El mago se quedó mirándola unos segundos con una enigmática expresión en el rostro, misterioso e inescrutable. Y entones rompió en carcajadas.

-Hola jovencita –le dijo sonriendo-, no sé quién eres, pero eres bienvenida a mi casa, ¿cómo te llamas?

-Yuukimo –respondió ella al instante- ¡enséñame!

El hombre volvió a reírse.

-No sé qué quieres que te enseñe, pequeña Yuukimo, pero no puedo, tengo cosas que hacer, anda, pasa, come algo, ¿quieres galletas?

-¡Enséñame!

El mago continuó observándola unos momentos. La expresión de su rostro se tornó en una de curiosidad. Negó con la cabeza y se dio la vuelta, para continuar preparando el té que estaba haciendo cuando la niña había llegado.

-¿Por qué quieres que te enseñe? –preguntó mientras terminaba.

La niña se encogió de hombros, sin saber muy bien qué contestar. Quería saber, nada más. Pallando la miró con la mirada de cien eras, con la mirada de quien ha visto el mundo entero, con la mirada de quien lo sabe todo pero no dice nada. Ella lo vio. Y sonrió.

-No –fue la sucinta pero ante todo amable respuesta.

Le ofreció una taza de té que la niña aceptó y después le pidió que se fuera, no tenía tiempo en ese momento para enseñar a nadie. El mago se dio la vuelta y comenzó a centrarse de nuevo a sus quehaceres. En un momento dado volvió a ese lugar y ella continuaba ahí.

-¡Enséñame! –volvió a repetir.

El mago ya no se rio. Estaba empezando a exasperarse.

-¡Oh! ¡Por el amor de la Tierra! ¿Por qué yo?

La niña volvió a encogerse de hombros. Quería saber, quería descubrir, quería entender, escuchar, aprender… Y él era quien le podía enseñar. Él era el que había venido de lejos, de más allá de las montañas nevadas. Él era quien sabía, quien enseñaba. Era el maestro. Entonces, ¿por qué no podía ser su maestro?

En ese momento una abeja revoloteó enfrente de su rostro. La pequeña Yuukimo se asustó y gritó, saltando hacia atrás. Entonces el hombre se acercó a ella, despacio.

-Shhhhh… -dijo mientras colocaba una mano sobre la cabeza de la niña y elevaba la otra en dirección al insecto- es una abeja, no te va a hacer daño si no la asustas… -entonces la abeja se posó suavemente en su dedo- ¿ves?

La niña observó la escena, con los ojos como platos.

-¡Enséñame! –volvió a gritar, cada vez más férreamente convencida.

-¡Oh! ¿Por qué?

Entonces, de pronto, como si en su cabeza acabase de salir el sol, a la pequeña se le ocurrió la respuesta. Una sonrisa de oreja a oreja iluminó su rostro, tres palabras que –lo tenía muy claro- habrían de convencer al mago de forma completamente segura; su sonrisa se acrecentó más aún, si cabía, cuando pronunció:

-Es mi cumpleaños.

Y en aquel momento, por segunda vez, le escuchó reír.

 

-Yuuki –la suave y pausada voz de su maestro la sacó de sus ensoñaciones- ¿rememoranzas del pasado o vestigios del futuro? –preguntó, adivinando que su pupila no estaba meditando aquella vez.

-Rememoranzas, maestro –respondió sonriendo, levantándose de la piedra y caminando tras él-, del primer día que subí a este templo, a lo alto de esta colina.

El mago sonrió, recordando también. Juntos, salieron a la entrada del templo, se colgaron sus bultos y cogieron sus cayados. El maestro se dio la vuelta una última vez, mirando con nostalgia el lugar que había sido su hogar aquellos veinte años. Tenía recuerdos de miles de lugares, pero los de aquella colina eran especiales. Yuukimo sonrió tras él.

Por el camino llegaron a la encrucijada del puente que cruzaba el río. Pallando giró hacia el Oeste y emprendió la marcha. La joven que iba a su lado, sin embargo, se quedó un tanto rezagada, mirando en dirección al este, donde su madre, a lo lejos, continuaba en la plantación.

-¿Estás segura de que quieres venir a este viaje, pequeña? –le preguntó entonces, consciente de la mirada de la chica- no estará exento de peligros… y no puedo asegurarte que vayas a volver de la misma manera que te fuiste. Sucederán cosas, verás cosas y tendrás que hacer cosas…

-Mientras no pierda mis ideales, maestro –respondió ella, sonriendo-, mis sueños y mis recuerdos, entonces nada podrá hacer que cambie mi camino; un gran sabio me lo dijo una vez, ¿recordáis?

El mago sonrió. Recordaba perfectamente cuándo le había dicho aquello.

-Aún así…

-Maestro –lo interrumpió ella- ¿recordáis aquella historia que me contasteis una vez? ¿La de la Guerra del Anillo? –ante el asentimiento del hombre, ella continuó, con una expresión decidida y solemne reflejada en su rostro- bien, pues… si hubieseis sido vos quien hubiera tenido que llevarlo, os habría seguido hasta el mismísimo fuego de Mordor. No me importa lo que depare el Destino, os seguiré, maestro, allá donde vayáis. De eso no os quepa la menor duda.

Entonces Pallando sonrió. Fue una sonrisa melancólica, bondadosa, sincera. En su mirada se reflejaba el conocimiento de siglos y el cariño de un instante.

-Bien, ven conmigo pues, joven Yuukimo; emprende conmigo este viaje y descubramos a dónde nos llevarán nuestros pies.

Entonces los dos, caminando uno al lado del otro, comenzaron a andar en dirección al Oeste, a la encrucijada donde el Príncipe y su comitiva estarían ya –seguro- esperándolos.

Yuukimo siguió a Pallando por el camino de tierra; a lo largo del río y más allá. Sin volver a pronunciar palabra, porque no era necesario. Sin correr, porque estaba segura de que llegarían exactamente cuando su maestro se lo hubiera propuesto. Sin mirar atrás, porque, de alguna forma u otra sabía que, algún día, volvería a su hogar.

Y había aprendido que, siempre que en su corazón aún latiera fuerte el hogar al que regresar, sería capaz de caminar por todos los caminos del mundo, sin mirar atrás...

Notas de juego

Epa! Ya la tienes también en mi ficha, máster. Me voy a dormir ya que no puedo más ;)

Mañana leo y empiezo a rolear!

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25/01/2015, 02:41
Gorman

El 28 de diciembre leí en el blog Papel en Blanco que los herederos de Tolkien daban luz verde a una serie de novelas ambientadas en la Cuarta Edad. Obviamente era una broma de los Santos Inocentes... pero ahora tenemos la oportunidad de vivirla!! Gracias Master, un honor y un gustazo compartir esta partida con vosotros.

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25/01/2015, 03:14
Director

Te cambié el avatar por otro del estilo donde se vea un poco más la cara. Espero que no te moleste.

Es del último prince of persia.

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25/01/2015, 05:11
Pallando el Azul

Bienvenidos a todos y a mí mismo!
Espero que disfrutemos de esta partida! Tiene muy buena pinta, así que a disfrutar completamente de ella!
 

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25/01/2015, 05:12
Pallando el Azul

Muy buena historia Yuukimo!
Mañana intento hacerte la réplica, lo que yo opino de Yuukimo y mi relación con ella (si el máster lo ve apropiado), para llevar a cabo un entendimiento total entre los personajes!
 

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25/01/2015, 10:12
Gorman
Sólo para el director

¡Ni mucho menos! Me encanta. Súper bien escogido.

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25/01/2015, 10:21
Yuukimo

Perfecto^^ me alegro de que te guste!
pues en resumidas cuentas, por mi parte eso: adoración totaly te seguiría hasta la misma muerte xD y me tienes que seguir enseñando a lo largo del viaje! Jajaja

Notas de juego

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25/01/2015, 13:34
Gorman

Notas de juego

No se puede escribir... Imagino que el primero en escribir debe ser Pallando.

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25/01/2015, 13:42
Pallando el Azul

Yo tampoco puedo escribir máster :)

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25/01/2015, 16:11
Arphazel

Hola a todos! Es un honor participar de esta aventura con ustedes, espero estar a la altura de tan buenos jugadores. Muy buenas sus historias, espero que la pasemos espectacular!

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25/01/2015, 17:07
Director

Fallo mío, estaba puesta como cerrada. Un segundo y la abro

Ahora debería poderse

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25/01/2015, 18:56
Pallando el Azul
Sólo para el director

Primera duda máster! 

"Entretanto, intentó averiguar el paradero de Alatar. Embarcó junto a unos marineros a un caladero en el extremo norte de las Tierras Sombrías, y allí vió signos de algo preocupante. Un gran mal se estaba gestando allí, un mal que tenía el sello de su amado amigo. El pensamiento de que Alatar, al igual que Saruman, había caído en la oscuridad, le torturaba más que cualquier otra cosa."

 

¿Qué ví exactamente? O ¿me lo saco de mi cosecha? Por no hablar de monstruos o parajes que luego no sean los propios.

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25/01/2015, 19:02
Director

Viste indicios de que habitaban arañas gigantes, además de signos de ocupación humana que habían sido borrados del mapa (una aldea en llamas con esqueletos y algunas flechas perdidas, que te parecieron bien labradas al modo de hombres o elfos, pero no de orcos).