Partida Rol por web

—La última vez que estuvimos aquí vimos las marcas de una barca —comento al resto del grupo—. Es posible que esté en la cueva, pero en su momento no investigamos más.

—Yo soy demasiado viejo para nadar por estas aguas. Mirad a ver si está la barca, y así podremos cruzar. Vosotros sois jovenes, y vuestros huesos no se resentirán como los míos...

Tras despojarse de sus armaduras, Néstor y Aetos siguen a Melanctha, junto a dos de los salvajes. Al introducirse poco a poco en las aguas de la laguna, la notan helada. El río que alimentaba a la laguna provenía de las altas y frías montañas.

Mientras, Aristocles permaneció espectante en la playa, junto con los otros tres salvajes, las armaduras, y el bello animal. Se mostraba impaciente por que sus compañeros trajeran de vuelta alguna embarcación. Quién sabe de donde había sacado el anciano aquella peregrina idea.

Los que se alejaban, nadaron sin problemás por la tranquila superficie de la laguna durante apenas un minuto, hasta alcanzar el lugar donde se encontraba la catarata. Melanctha fuñe la primera en desaparecer tars la cortina del agua, y el resto de los que estaban nadando no tardaron en seguirla...

Más allá de la cortina de agua, adentrándose en la roca que formaba parte del risco, se encontraba la boca de entrada de una cueva. La cueva se adentra hacia la oscuridad. Carecía de suelo, puesto que este se encuentra cubierto de agua. El techo natural abovedado se encontraba a gran altura.

Pero había algo aún más interesante. A los lados de la boca de entrada de la caverna, grabadas sobre propia la roca natural, había sendas cariátides. Columnas esculpidas en la roca natural, con forma de mujer. Ambas estaban sumamente deterioradas, como si llevaran aquí incontables años.

Aquellas figuras llevaban allí silenciosas mucho, mucho tiempo.

Por desgracia, la luz del sol iluminaba la apertura y apenas una treintena de metros, pero más allá sólo se veían sombras y oscuridad. La caverna se adentraba profundo bajo las raíces de las montañas.

Los previsores salvajes habían comenzado a nadar llevaban parte de sus pertrechos atados en una especie de macuto sobre la cabeza, para que no se mojara.

Ambos se aceracaron nadando a las bases de las Cariátides para apollarse en ellas. Una vez allí, se ayudaron uno al otro para sacar una serie de manojos, palos y pellejos de estos macutos. Ante los asombrados ojos de Aetos, Néstor y Melanctha, los dos salvajes improvisaron rápidamente unas antorchas, y utilizaron una especie de grasa animal en ellas. Todo ello con gran habilidad, sin mojarlas en el agua.

Lo que tardaron bastante en conseguir fué en encender un fuego. Usaban una especie de pipa terimada en una bola.Tuvieron que esperar un buen rato, pero finálmente consiguieron una chispa, y pronto tuvieron sendas antorchas que iluminarían el camino al interior de la caverna, cada salvaje portando una de ellas.

Gracias a la luz que confiere las antorchas, el grupo puede continúar penetrando hacia el interior de la montaña, siguiendo la caverna. Continuan los cinco. Los tres héroes y los dos salvajes.

Durante un buen rato, siguen nadando hacia el interior de la caverna, los salvajes manteniendo las antorchas en alto, sobre la superficie del agua, para que no se apaguen.

La cueva y la superfie del agua producen un efecto de eco, que hacen que se intensifiquen y se repliquen de forma fantasmagórica los sonidos alrededor: Gotas que caen desde lo alto a la superficie  del agua. Las ondas que producen al nadar revotando contra las paredes de roca, e incluso sus jadeos y respiraciones entrecortadas.

Las llamas de las antorchas también producen una luz danzante, que crea formas fantasmagóricas en las paredes de la caverna. Sombras producidas por los cuerpos de los propios nadadores.

Tras un rato nadando, los tres héroes dejan de nadar y se miran entre sí. Sin duda, los tres han oido sonidos más adelante. Unos metros más delante, la caverna toma una curva hacia la derecha. En las paredes se refleja una luz, y no es causada por las antorchas de los PJs, si no por alguna luz situada más allá de la curva del túnel.

Melanctha, de sentidos más agudos de sus compañeros, distingue una especie de conversación. No parece una discusión furiosa, si no más bien de tono amigable. Por desgracia, no sabe lo que dicen. Aunque distingue bien las palabras, está claro que hablan en una lengua que ella desconoce, y que suena extraña, como el raspar de dos rocas entre sí.

Melanctha distingue claramente tres voces diferentes, todos ellos con ese extraño tono de "voz de roca".

Además, a pesar de la oscuridad, ella que tiene buena vista percibe levemente que poco antes de la curva de la caverna empieza una especie de playa de barro. Aunque sigue estando dentro de la caverna, parece que más adelante, tras nadar un tramo, llegarán a "tierra firme".

También distingue pegado a la pared derecha, a la altura de la playa una especie de muelle o dique hábilmente tallado en la roca.

Los dos salvajes, al ver a los tres héroes dejar de nadar, también se detienen, mirándose confusos entre sí.

Melanctha se llevó un dedo a los labios, en el gesto universal de silencio. Después, señaló hacia adelante y a continuación hizo un gesto con la mano, abriendo y cerrando los dedos como si fuera una boca hablando. Acto seguido, levantó tres dedos.

Esperó a ver si la habían entendido, y giró la cabeza señalando hacia atrás.

Aetos observa los gestos de la cazadora con atención, y asiente cuando esta termina. Interpreta que con su último gesto les pide que retrocedan para poder elaborar un plan, así que comienza a nadar retrocediendo, alejándose de las voces, aunque mirando periódicamente atrás para confirmar que Melantcha se refería a eso.

Una vez se han alejado, se acerca a la cazadora y le habla en susurros.

-¿Viste alguna barca como decía Aristocles? No esperaba que el agua llegase tan dentro, deberíamos volver a por la armadura.

Aquél lugar no era el más adecuado para iniciar una batalla, pese a que Néstor se sentía cómodo en el agua, debido a su origen. Sin embargo, la joven cazadora parecía saber lo que hacía, aunque al noble no le gustaba nada que le diesen ordenes. Pese a todo, se dejó conducir, pues no conocía la zona y tenía cierta confianza en aquella misteriosa mujer, que parecía no tolerarlo demasiado. Siguiendo a su compañero, se acercó a la cazadora.

- Quizás deberíamos apagar las antorchas - susurró.

Melanctha les explicó entre susurros lo que había visto y oído.

- Más adelante, poco antes de la curva de la caverna, empieza una especie de playa de barro. Parece que más adelante llegaremos a tierra firme. Además, pegado a la pared derecha, hay una especie de muelle o dique hábilmente tallado en la roca.

- También he oído tres voces, no he entendido ni una palabra de lo que decían, aunque eran voces extrañas. Como si alguien estuviera raspando rocas entre sí...- dijo la cazadora, y miró directamente a Néstor, esperando órdenes.

Aquella era una aventura digna de ser continuada, la expectación que creaba aquella cueva en el noble se podía casi vislumbrar en el brillo de sus ojos.¿Una cueva en una catarata situada en un lugar idílico, dentro de la cuál se formaba una  especia de playa, donde había desconocidos y quizás una bestia mitológica? La respuesta era clara:

- Continuemos, a ver que descubrimos - dijo susurrando con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Esperaba que aquél lugar no le decepcionase y pudiese encontrar toda la diversión que esperaba.

-Si no has visto a nadie cerca del barro, lo mejor sería volver a por el equipo, transportarlo como los salvajes y aprovechar esa zona para prepararnos, ¿no?

Aetos no está dispuesto a internarse en la cueva sin su armadura; siendo un guerrero experimentado, se encuentra desvalido sin ella. Néstor está ansioso por continuar, pero la aventura ya es en sí lo bastante peligrosa como para añadir complicaciones innecesarias.

Vistas las opciones, parece que lo más lógico es continuar, así que el hoplita accede pese a sus reticencias.

-Bien, continuemos.

- Bien, seguidme. Intentad no sacar la cabeza del agua más que lo justo, iremos pegados a la pared a ver si los podemos ver antes de que nos vean ellos. Por si acaso. - dijo Melanctha, volviendo a sumergirse hasta los ojos y empezando a nadar en silencio.