Observé de reojo, algo decepcionado, la cobardía del estigio frente a la letal y fanática mirada de Tarek. Esperaba algo más de alguien tan insolente, pero comprendía su reticencia a enfrentarse al picto. Tarek y Zaga ponían nervioso a cualquiera civilizado, pues se reían de las leyes, los reyes y de la misma muerte.
¿Te estás prestando voluntario a pasar la noche conmigo, Huan? - Reí, burlón, el Khitano aceptaba las bromas igual que las hacía - Olvídalo, roncas como una docena de tejones. Además - puse una mirada pícara - La shemita está deseando que le pongas un poco de sabor a su viaje.
Me hinché de estofado y del meado aguado de perro que llamaban cerveza y me fui a dormir. Si puede ser en la habitación al lado de la de Enia y la más cercana a las escaleras.
Yo me retiro a Dormir.
Las chanzas y puyas son un buen compañero de viaje para afianzar la confianza entre compañeros, no así con desconocidos como bien dejaron claro aquellos patanes que se las daban de esquivos; no hice mayor caso de la situación, puesto que no parecía que fuera a ir a más, y tras acabarme el estofado me fui a dormir
- No trasnocheis en exceso, mañana tenemos trabajo y hay que causar buena impresión... nuestra manutención depende de ello- añadí con un guiño cómplice a mis compañeros. Lo cierto es que se les acababa cogiendo cariño pese a sus peculiaridades, o puede que justo por eso
Ya en la habitación, me dediqué a revisar de forma concienzuda cada recoveco de la misma, retirando muebles y palpando paredes, antes de asegurar el pestillo de la pared con una daga clavada en la puerta* a fin de evitar que pudiera ser abierto sin darme cuenta. Como medida extra, colocaría sobre el mismo pestillo varias monedas de forma que si alguien lograba abrirlo, pese a todo, el sonido del tintinear del metal contra el suelo me despertaría
Una daga bajo el cojín completarían mis precauciones antes de desnudarme e irme a dormir. Siempre me había gustado estar ligera de ropa y, durmiendo, era cuando aquello adoptaba su máxima expresión
* No sé si es de lo que van de un lado a otro o de los que suben... si es de los primeros la daga la clavaría de forma que impidiera descorrerse el pestillo; si es del segundo tipo la clavaría por encima para que no pudiera ser levantado
Parecía que el guiso no solo gustaba al grupo, me alegraba ver que tendríamos energías renovadas para afrontar el próximo día. Viendo que no requerían ayuda como era de esperar y empiezan a recogerse cada uno a sus habitaciones, hago lo propio.
- Gracias por vuestra compañía, y me alegra saber que ha sido de vuestro agrado la mejora sobre el guiso. Digo antes de retirarme y seguir los pasos de Enia hacia las habitaciones. Mañana nos veremos digo dirigiéndome la resto de compañeros que aun no habían ido a las habitaciones.
Si nadie necesita nada , Huan Mo se retira también a su habitación.
Huan Mo se retira a su habitación, observa de camino que las habitaciones de Enia y Adil son las únicas que estén ocupadas. Entonces se adentra en la suya y verifica que esta todo en orden cerrando la puerta tras él. *Tras un tiempo prudencial inicia sus ritos protectores que suele realizar cuando por primera vez descansa en un sitio desconocido:
- Detectar fuerzas espirituales o magia en su radio de alcance de seguridad
- Crear protección a su habitación y a las contiguas (si todo el grupo está contiguo ampliaría el efecto del hechizo para qué también quede protegido)
* Cuando Huan Mo esté en la habitación, tras revisar que todo esté en orden y dar un tiempo prudencial para ver que nadie necesita nada. Bloquea la puerta con su cerrojo e inicia una meditación donde intenta contactar con algún espíritu menor cercano a la posada, lo más amistoso posible en caso de detectar varios.
Es decir por defecto salvo que no pueda por algún motivo la idea es descansar seguro, pero esta vez a mayores intentará hablar con algún espíritu amistoso y cercano para sacar información sobre la ciudad, la posada y Aram. Te dejo a tu elección si quieres rolear la interacción con el espíritu o si prefieres decirme que información adicional útil obtiene Huan Mo (sobre todo por no monopolizarte con "cosas menores" jajaja)
Me siento a la mesa a comer con los demás. No sé cómo estaría el guiso antes de que Huan incorporada sus aditivos, pero ahora es excelente.
Aunque me sirvo una buena ración me modero con la cerveza tomando sólo una mas durante la cena. Pobre Huan, Zaga puede que le haya echado a perder el profundizar sus conocimientos en la cultura shemita.
Subo después de Huan cerrando el pestillo nada más entrar. Saco la piedra de afilar y la uso para introducirla como cuña debajo de la puerta. Lo hago de forma que pueda sacarla sin ningún problema por la mañana, pero que no deje abrirse la puerta si alguien logra abrir el pestillo desde fuera.
Me lavo un poco ahorrando toda el agua posible, una costumbre de los que somos nómadas. Justo antes de acostarme dejo mi sable en el suelo al lado de la cama para poder empuñarlo simplemente alargando la mano.
La tormenta tronaba con fuerza. Un necio hubiera podido confundir el incesante repiqueteo contra la madera con una llovizna veraniega. Pero era arena. Los vientos desatados desde la profundidad del desierto elevaban su alma terrosa para arrojarla con desprecio contra la ciudad de Zamboula, igual que un sacrificio menor. La casa de Aram Baksh se estremecía como un barquito en alta mar en mitad de una seca marejada. Su capitán, el alegre posadero, no mostraba preocupación ninguna. Su casa aguantaría, como otras tantas noches.
Fue despidiéndolos uno a uno hasta que la noche cerrada se cernió sobre la casa de Aram Baksh. Y entonces empezaron a aflorar algunos de sus secretos.
Adil había colocado el camastro contra la puerta como medida de seguridad extra. El cerrojo parecía resistente, pero el rufián no poseía la virtud de la confianza. Pensando que aquello le depararía un sueño profundo terminó por arrojarse en los brazos del sueño. El agotamiento más la cena reparadora pronto le sumió en un sueño liviano, propio de aquellos que no tienen del todo limpia la conciencia pero que poco les importa.
Aún preso de su duermevela, escuchó como una pieza de metal se deslizaba con excelso cuidado, lentamente, justo encima de su cabeza. Las redes del sueño quisieron atraerle hacia la profundidad de su reino pero su mente vivaz se retrajo. ¡El cerrojo! La oscuridad de la habitación era total. Ni una ventana, ni una sola luz. Solo la noche encerrada en su cuarto.
Y el cerrojo. De alguna manera, se estaba descorriendo solo.
Adil saltó de la cama. La puerta estaba abierta y una mano negra como la brea trató de empujarla. Escuchó un gruñido molesto. Y otros susurros, pisadas. Había más “seres” en el pasillo. La negra mano, que más parecía una zarpa, volvió a empujar la puerta, pero volvió a topar con el camastro. Pasaron tan solo unos segundos hasta que se desató la violencia. Si hasta ahora la criatura había actuado como una sombra silenciosa, pareció olvidar tal condición para tonarse una bestia.
Un fuerte golpe empujó el camastro lo suficiente para que la puerta se abriera. Adil retrocedió, evitando el envite de la cama. Notó la pared a su espalda, recordando que el cuarto era pequeño. Quizás, demasiado pequeño. Frente a él, aun tratando de que sus ojos se acostumbrasen a la impenetrable oscuridad, observó los pocos retazos de la criatura que le eran revelados.
Era grande, musculosa, ligeramente encovara. Su testa, una masca oscura con forma triangular, una oda siniestra con tres crestas y dos ojillos blancos. Y una sonrisa de dientes afilados como una piraña. ¡Un diablo de Zamboula!
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
El sable de Aytac descansaba bien cerca de él , recordándole que para un hombre como él que había dejado su patria, su ejército, no había lugar seguro sobre la faz de la tierra. Atrás quedaban los días rodeados entre leales compañeros, donde uno podía cerrar los ojos sabiendo que sus hermanos de armas velarían por él. En la habitación, tuvo que conformarse con usar la piedra de afilar como reten y vigía.
El paso por el desierto y la cena calienta hicieron estragos en el soldado, quien pronto cerró los ojos para adentrarse en el mundo onírico. No duro mucho al otro lado del velo. Su sueño se truncó cuando escuchó como alguien trataba de forzar la puerta. Sus ojos, aún sin acostumbrase a la oscuridad, observaron como el cerrojo no estaba en su posición. De alguna manera, alguien había logrado moverlo. Pero no había sido aquel siniestro movimiento lo que le había despertado, sino el empujón que su puerta había recibido.
El segundo empellón terminó por derribar la puerta, haciendo que su piedra de afilar se rebotase por el suelo de la habitación. Una figura grotesca apareció en el umbral. Negro sobre negro. Un diablo, pensó. Encorvado pero musculoso, grande, de ojos blancos. Su cabeza tenía una forma anómala; tres puntas torcidas, como las de una estrella caída. Una criatura de la noche que le mostró una sonrisa repleta de dientes afilados. El diablo había llamado a su puerta
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
El roce grueso de las sábanas irritaba su suave piel allí donde la arena del desierto y el implacable sol no habían podido castigarla durante su travesía. Había comprobado cada pared de la habitación, así como cualquier posible escondrijo que su paranoia, o precaución, pudieran descubrir. Pero no encontró nada.
El regio cerrojo quedó trabado por su daga de tal manera que no se podría descorrer si nadie retiraba el arma primero. Era lo más seguro que podía hacer. La espartana habitación no le daba pie a usar más la imaginación.
Tampoco necesitó más para caer rendida. La ferocidad de la tormenta la turbó durante unos minutos hasta que el agotamiento hizo el resto.
Soñaba con dinero, mucho dinero. Dinero contante y sonante. Un río de monedas de oro y plata que se deslizaban entre sus manos, rebasándolas, cayendo al suelo, tintineando como el cascabel de un gato. Tintineando. ¡Las monedas del cerrojo! Abrió un ojo para encontrarse rodeaba de una insondable oscuridad. Justo a tiempo para ponerse en pie antes de que la puerta fuera abierta por un feroz golpe.
Una figura siniestra apareció en el umbral. Encorvada, grande, de ojos blancos que no se apartaban de su cuerpo desnudo cubierto de sudor. O de su daga, quizás. La sonrisa que le dedicó la bestia tenía los dientes pequeños y afilados. Su testuz era una horrenda construcción triangular, con tres crestas del mismo tono negro que las sombras que la rodeaban. El diablo había saltado de sus pesadillas para llegar a su cuarto.
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
El suelo de la casa de Aram Baksh no era el más regio que Zaga había conocido. El crujir de la madera y el azote de la tormenta no eran el clima más insólito bajo el cual había descansado. Ni siquiera el calor, seco y empalagoso, lograban molestarle demasiado. Bajo la cama había encontrado su refugio, abrazada a su hacha.
Se abandonó al sueño sabiendo que Aram Baksh no era un demonio, tal y como este le había dicho. Suficiente seguridad para una mujer que sonreía a la muerte a diario.
El sueño fue profundo, reparador. Negro. Abrió un ojo cuando escuchó pisadas dentro de su cuarto. Miró a la puerta; el cerrojo se encontraba descorrido y la puerta abierta. Vio dos negras piernas bien formadas encajadas en un torso de coloso. La negra figura que se había colado en su cuarto era un gigante de pies silencioso. Sus ojos blancos destacaban entre tanta negrura, igual que su boca, repleta de pequeños dientes afilados, similares a los de los pequeños mamíferos de las junglas. Un devorador de carne. Una alimaña del desierto con forma de hombre.
O un demonio, pues su testuz poseía una forma triangular que ella nunca había contemplado en ser vivo alguno, con tres cuernos rodeándola.
Era evidente que la criatura sabía que ella se escondía debajo de la cama. O bien la había olido o bien había deducido que esconderse bajo la cama el único escondite posible en un cuarto como aquel.
Los pies descalzados del monstruo se movieron sin emitir sonido alguno, se estaba acercando a ella.
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
Gullah estaba callado aquella noche. Los fantasmas del desierto impedían que pudiera comunicarse con él como era debido. El desierto era calor y muerte, Gullah era la frondosidad de la selva, la fuerza de unos músculos capaz de trepar a los árboles, el rocío mañanero sobre unas hojas de palmera. Gullah era la vida. Apagó las hierbas, insatisfecho con su rezo y, quizás, con el devenir de su camino. Su dios no parecía haberle seguido allí a donde había llegado el picto.
Sus preocupaciones religiosas pronto se vieron opacadas por otras más terrenales. El cerrojo de su puerta se estaba moviendo igual que si una mano invisible estuviera tirando de él. La puerta quedó abierta. Tarek notó como alguien trataba de empujarla pero sus dagas encajadas en el quicio de la puerta lo impidieron. Le pareció escuchar un sonido; un gruñido. Una bestia, un animal.
Al instante, la puerta fue derribada con violencia. El portón se vino abajo entre esquirlas de madera debido a una fuerza arrolladora. Con el camino despejado, una alta figura se coló en su cuarto revelando una sonrisa malvada y hambrienta, repleta de pequeños dientes blancos, terminados en punta. La criatura poseía una testa extraña; tres crestas de oscuro color que lo conferían un aspecto aterrador y exótico. Sus ojos blancos eran lo único que destacaba en aquel mar de oscuridad.
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
Huan Mo poseía sus propios rituales para pasar la noche. Aseguró con firmeza el grueso cerrojo y encendió una vela para poder practicar sus artes más secretas. Esperó un tiempo prudencial para ver si alguno de sus compañeros acudía en busca de consejo o ayuda, pero solo escuchó el silencio. La casa de Aram Baksh, sacudida por fuera por la tormenta, era un remanso de paz en su corazón.
Trató de concentrarse. Una ciudad no era el mejor lugar para tratar con los espíritus. El ruido, la vida mundana, la suciedad y la sociedad; demasiados recuerdos de una vida familiar de la que ya nunca podrían disfrutar. Lo intentó, no obstante. Parecía haber algo turbio y particular en aquella casa; el lugar era un reclamo, un punto de reunión aunque no uno habitual como un templo o un cementerio. Las embestidas de la tormenta pusieron a prueba su concentración. También los espíritus, los cuales parecían querer evitarle aquella noche. Y cuando estuvo a punto de alcanzar a uno…la puerta se abrió.
Tan ensimismado había estado con su conjuro que no había visto como el cerrojo se descorría como por arte de magia, aunque bien sabía él que allí no había nada de mágico. La corriente de aire caliente que llenó su habitación apagó la vela, rodeándole de oscuridad, permitiéndolo ver, no obstante, el rostro negro y siniestro de aquello que ahora se encontraba en el umbral de su cuarto.
Piel negra que parecía una sombra, unos ojos blancos y unos dientes más blancos aún; malignos, afilados y diminutos. Su cabeza formaba un triángulo irregular con lo que parecían ser tres cuernos. Era corpulento, encorvado y sonreía. Ahora que la oscuridad había tomado su cuerpo, y puede que también parte de su alma, no veía gran diferencia entre la piel de aquel ser y las sombras que lo habían tomado todo.
Afuera, el sonido de una refriega. Pasos que ya no ocultaban su presencia. Puertas al romperse o al abrirse de golpe. El grito de una mujer, la shemita, y la alarma de un hombre.
—¡Avisad a la guardia!
Pisadas descalzas, un acero saliendo de su funda y oscuridad. Oscuridad por todos lados.
Al ver las piernas de ébano acercarse a ella, Zaga reaccionó sin pensarlo. No que estuviera acostumbrada reaccionar de otra manera. Contrajo ambas piernas, llevándose las rodillas al pecho y pateó extendiéndolas violentamente, arrojando el camastro en dirección al intruso. Sin desperdiciar un segundo, rodó sobre sí misma y, gritando a voz en cuello, elevó su hacha por sobre un hombro y la descargó brutalmente sobre uno de los tobillos del monstruo invasor.
Motivo: Ataque Hacha
Tirada: 4d6
Resultado: 9(+4)=13 [1, 5, 1, 2]
Estoy haciendo dos suposiciones aquí:
Que la cama es más bien un camastro y los suficientemente liviana para que Zaga pueda empujarla con las piernas y echarla encima del sujeto y que puedo hacer dos acciones de ataque. Aunque la de la cama puede ser simplemente narrativa y no tener un efecto concreto. La idea no es que haga daño si no que distraiga para facilitar el ataque con el hacha.
Tú dirás. Igualmente, voy haciendo la tirada del hacha, para ahorrar tiempo.
Olvídalo. Simplifiqué todo pifiando maravillosamente. XD.
La noche se antojo incómoda, buceando en el mar de ásperas sábanas y viento inmisericorde mientras intentaba conciliar un sueño esquivo que, finalmente, me zambulló en mis sueños más intensos donde el dinero manaba a raudales y yo, como reina de todo, los gastaba a mi antojo sin miedo a quedarme sin, porque siempre había más
Pero una de las enormes pilas de monedas doradas se tambaleó por un soplo de aire y se derrumbó, haciendo que las monedas tintinearan sin cesar... y el sonido me condujo a la realidad donde lo mismo estaba ocurriendo y, tal como había temido, como nos habían advertido, y como me susurraba ese sexto sentido que todo buen superviviente posee, la noche se tornó horror cuando ... eso entró, o más apropiado sería decir irrumpió, en mi habitación topándose con una mujer en paños menores y armada con una daga
- ¿Así que los rumores sobre demonios y desapariciones eran ciertas?- le susurro a la bestia, sobreponiéndome a la impresión por su aspecto, y haciendo caso omiso a los sonidos que se escuchaban por todo el edificio, buscando ganar tiempo mientras reculaba ligeramente, intentando que la criatura entrara por completo a la habitación, pero sin separarme de la cama - Veamos de que pasta estás hecho... ¿no tienes hambre? ¿porqué no vienes y me pruebas?- le azucé mientras le sonreía ligeramente, con superioridad, como si no fuera más que un mocoso armado con un palo y yo un fiero guerrero norteño con un hacha de doble filo
Semi agazapada, con las rodillas flexionadas y la daga en la mano contrario a la que estaba cercana a la cama, esperando a que se me echara encima para, aprovechando su inercia, amagar un movimiento hacia el lado contrario a la cama y, en el último momento, ir hacia la misma para coger la sabana y echársela por encima. Aprovechando la distracción, atacaría a la parte trasera de una de las rodillas buscando cortar los tendones y ganar así la ventaja de la maniobrabilidad al dejarlo lisiado
Iba a ser una danza peligrosa pero, por norma, los tipos grandes son lentos y torpes... aunque muy duros. El truco radicaba en que no te cogieran o estabas lista
Hay veces que da igual lo que uno haga, o las precauciones que tome. Los espíritus a veces son caprichosos y no quieren obedecer. Lamentablemente esa noche tenía que pasar algo , daba igual lo que hiciera Huan Mo, el destino estaba escrito en un lenguaje y poder mayor que el de un arcano mortal.
Aunque el ser que acababa de cruzar la puerta le pilla por sorpresa , a Huan Mo le da tiempo en un acto reflejo a coger su bastón.
- Quieto ahí, o podrías lamentar tus actos. Le dice firmemente al ser que acaba de cruzar por su puerta, tomando además una pose defensiva con el bastón.
- ¡Despertar, nos atacan! - *Grita Huan Mo fuertemente
Obviamente el ser no hizo caso, por lo que Huan Mo lanza un destello cegador cercano a los ojos del enemigo, con el bastón intenta cubrir o parar la posible reacción del ser. Que le intenta golpear fallando por la ceguera, no obstante Huan Mo se ve obligado a casi gatear para alejarse unos metros de su enemigo.
* Editado, sigo dejando a tu criterio si los gritos etc son oídos por los demás.
Te dejo a ti que lo pongas público de ser así , porque no se si realmente el resto puede oir algo o no
Había colocado la piedra en la puerta, más por costumbre que por alguna cosa que me hubiera alertado en este lugar.
El estar adormecido y la oscuridad no hacen que pueda asegurar que realmente sea lo creo estar viendo, un ser como con los que nos amenazan los sacerdotes si nos desviamos de la senda que nos predican.
Desenvaino mi sable colocándome en una posición defensiva mientras grito para alertar a mis compañeros. – ¡ESPADAS SALVAJES EN PÍE, Y A LAS ARMAS!
Aunque la habitación es pequeña intento ir girando hacía la puerta, quedar arrinconado no es una buena opción. Mientras lo hago pestañeo para mejorar la visión de los ojos todavía entelados.
¿Tendría que acabar durmiendo abrazado a mi espada? El fuerte empujón sobre la puerta del cuarto hizo que el camastro me hiciese retroceder. Los pies de la criatura golpearon mi cinto de armas, que había estado en el suelo junto a la cama, hacia algún rincón del cuarto, imposible dedicarle ese tiempo a gatas, tanteando en la oscuridad con ese monstruo detrás. No era una bestia, a pesar de su aspecto era inteligente, me dije a mi mismo recordando cómo había descorrido el cerrojo. También veía en la oscuridad, casi con total seguridad... Todo ésto pasó por mi cabeza en décimas de segundo, Adil.era un tipo que pensaba rápido. Tengo que salir. No puedo con este demonio sin mi acero... Uña contra garra, diente contra colmillo.
-¡¡Maldito gorila demoníaco!!
Lancé las sábanas sobre la cabeza de la criatura, eso no la distraería más que unos segundos, con suerte. Le lancé el camastro a continuación, sin mediar un instante, volcandolo sobre él, una pared móvil y temporal que me diese unas migajas de tiempo. Un par de pasos, un par de segundos para salir de la habitación y saltar escaleras abajo. Era todo lo que necesitaba.
La espada del salón. Era el arma más cercana. Fuego en la cocina. Luz para equilibrar la balanza. También se salía a la calle, no era mala opción salir huyendo, vivir para luchar otro día, eran demonios al fin y al cabo ¿,Quién me culparía?. No sin los demás. No sin Enia.
Gullah estaba silencioso. Siempre lo estaba. Tarek interpretaba que se comunicaba de otra forma, que le indicaba el camino a seguir por medio de señales más sutiles. Consideraba que aquellos rituales que le había enseñado Comadreja, el shaman de su tribu, no servían para él. De todas formas seguiría haciendolo, era la forma en que le habían enseñado, el camino a seguir. Solía observar la luna en el cielo nocturno, allá donde vivía el Dios Gorila, tratando de imaginarlo observando sus pasos, tan lejos de su hogar, allí donde todo era polvo y arena.
Soñó que se encontraba en su selva, a la vera del Río Negro. El agua bajaba fría de las tierras de los demonios pelirrojos, y la sentía en sus dedos. De pronto se hizo de noche, y reparó en unos ojos que lo observaban. Y el árbol que tenía al lado crujió. El crujido se transformó en el masticar. El árbol masticaba una daga. La suya.
Aquello no era un sueño.
Abrió los ojos pero no se movió. Pudo observar cómo el cerrojo de la puerta se movía sin que nadie lo tocara. ¿Era aquello obra de espíritus? Aferró con fuerza su hacha cuando escuchó el gruñido. Él era un cazador, no había bestia a la que temiera. Sólo cabía esperar para ver de cual se trataba. Se puso en cuclillas sobre la cama, dispuesto a cazar.
El animal era más salvaje de lo que esperaba. La puerta fue convertida en pedazos con violencia, ante lo que el picto se cubrió con la mano libre. Una vez develada la amenaza, vio como la bestia era una sombra con apariencia humana, pero seguía siendo una bestia. Aún en la oscuridad, sin tiempo de encender luz alguna, Tarek hizo a aquellos dientes su blanco. Atacaría con violencia a su costado, al cuello de la sombra enemiga, desatando su furia en aquel ser que había irrumpido en su territorio. Haría de los ojos y los dientes su objetivo, aunque el picto no era ajeno a las artes de la lucha con otras partes de su cuerpo. Conocía el efecto del puño en la garganta, del rodillazo en la entrepierna, de las patadas a las rodillas, y no dudaría en utilizarlo. Lejos e inutilizable había quedado su querido arco, pero él no dependía de una sola arma para cazar, y el peligro que representaba aquella presa era muy alto. Si lograba asestar un hachazo lo seguiría otro y otro. Y otro. Y otro. No pararía hasta que uno de los dos derramara toda su sangre en el suelo.
Su garganta gritó el nombre de su dios a todo pulmón mientras atacaba.