Partida Rol por web

El cliente aprieta con torpeza un pecho de Lyashi. No lo bastante fuerte como para ser doloroso, sólo molesto. No está tan borracho como para olvidar lo que les pasa a los que son demasiado brutos con la peonía de sangre. Lyashi se ganó ese apodo después de hacer que un par de clientes con más dinero que respeto les explotase la polla Claro que aquello fue malo para sus ingresos. A fin de cuentas, nadie quería follarse a una puta capaz de matarte sólo con pensarlo ¿Verdad? ¡Al infierno! ¡Ella es un ser humano, no un maldito animal!

Los locales ya no se atrevían a acercarse a ella. Por suerte, Mibu es un importante nudo de tráfico de ferrocarril y no faltaban los tripulantes de hayajiro con ganas de demostrar su hombría "sobreviviendo" a un polvo con ella. No importa mientras paguen.

Y éste, desde luego, va a tener que pagar un extra. Torpe, cuarentón y oliendo a sake barato. Después de darle un puñado de monedas grasientas la arrastró al interior de su choza y allí empezó a follarla casi sin dejarla prepararse. Al menos no es difícil engañarle para que crea que la está haciendo volverse loca de placer. Aunque no todos sus gritos son fingidos: a veces resulta difícil saber qué demonios está haciendo este tipo.

De vez en cuando Lyashi se permite pensar en lo que le dijo Aoi por la mañana: esta noche pasaría por Mibu la Lady Lovibond, la única hayajiro gaijin que circula por Hinomoto. Desde el bloqueo no quedan muchos gaijin en Hinomoto, y los que quedan son extremadamente cuidadosos. Para Lyeshi eso se traduce en que van bastante limpios, son educados y, lo más importante, pagan bien. Mejor que sus paisanos, de hecho.

Una punzada de dolor devuelve a Lyashi al presente. El muy imbécil ha vuelto a sacar la polla y a clavársela en la ingle...

Con los ojos cerrados y gimiendo de forma fingida, pero muy convincente, Lyashi aguantaba de forma estoica, como siempre, la que le había caído encima. Sabía que cuanto más real pareciera, más rápido y satisfecho terminaría su cliente, así que a pesar de la evidente torpeza y estado de embriaguez del sujeto se esforzó por terminar rápido, cogiendo su pene con una mano y moviéndolo con rapidez y gesto experto. Tan borracho iba que probablemente ni se daría cuenta que ya no la tenía dentro de su coño. Tenía que controlar su genio, pues la gente de aquí ya no quería arriesgarse con ella. - Al infierno, eran unos putos animales y no se merecían otra cosa, muchas mujeres, en secreto, me lo agradecerán, aunque seguro que no sus mujeres... - pensó, al recordar los penes de ellos hinchándose y reventando. Lo bueno de acostarse con visitantes era que no tenía que verles el jeto días después y fingir algo que no sentía, por bien que se le diera.

Apenas unos segundos después el cliente se corrió manchándole la parte superior del muslo, el trabajo estaba hecho y él descansaba encima de ella, haciendole daño con su peso. Con un poco de esfuerzo lo hizo rodar a un lado y se apartó ligeramente de él, comenzando a limpiarse y a vestirse. - Espero que te haya gustado, cariño. A mí me ha encantado, ojalá todos fueran tan machos como tú. - se obligó a decir, con una tenue sonrisa en los labios y manteniendo un tono ligeramente admirativo.

Pensó en Aoi y en lo que le había dicho mientras terminaba de vestirse y componerse un poco. Recogió el dinero* y se encaminó a comer y a beber algo, para tratar de olvidar éste último mal trago. - Los gaijin me gustan, son limpios y educados, te tratan con respeto...pues ellos mismos saben lo que es carecer de él. - suspiró, pensando en lo triste y monótona que se había vuelto su vida.

Mientras le servían en la casa de comidas, un recuerdo profúndamente enterrado surgió de repente, dejándola paralizada con la vista en el bol.

Ése fugaz pensamiento percutía una y otra vez en su mente, enviándole sentimientos que creía enterrados. Las sombras de sus padres aparecieron de fondo, acercándose y ayudándola, abrazándola, protegiéndola....justo aquello que echaba tanto de menos.

Dos lágrimas cayeron por sus mejillas, deslizándose por su bello cutis hasta acabar en su fina barbilla, lanzándose al vacío desde ahí. Con un gesto suave, pasó el dorso de su mano por su cara secando las marcas, cogiendo los cubiertos para comer y olvidar de nuevo todo ésta mierda.

- ¿Encontraré alguna vez a alguien que merezca la pena o el mundo está tan podrido como aparenta? - pensó, soplando a un trozo de verdura demasiado caliente para su boca. El problema es que la gente de "bien" con la que pudiera llegar a conocer a alguien decente no quería ni acercarse a ella, por eso ella sólo interactuaba con los estratos más bajos de la sociedad...y entonces las posibilidades de volverse una persona honrada y respetable eran casi nulas.

Ni siquiera sus milagrosos poderes le servían de mucho, y se guardaba bien de usarlos en exceso pues no quería ser quemada por bruja o algo similar, que los campesinos y pobres eran muy palurdos.

El tipo se queda dormido al poco de correrse. Lyashi lo deja estar. Ella no tiene nada que valga la pena robar y él sabe que no debe estar ahí cuando ella vuelva. La joven coge su farol, lo enciende y se dirige hacia la casa de comidas. Si se da prisa, aún puede echarse algo al estómago antes de que llegue la Lady Lovibond y ella pueda trabajar para alguien decente.

¿Qué te pasa, Ly-chan? - le pregunta el Abe-san. No es un mal tipo. Cocina bien a pesar de la mala calidad de los alimentos que puede permitirse comprar y además de vez en cuando añade algún "extra" a la comida de sus clientes habituales sin subir el precio. Hoy, por ejemplo, hay medio lomo de pez ayu importado de Shinshu. La primera vez que Lyashi le preguntó por esa costumbre suya él simplemente se encogió de hombros y le contestó "Tú lo harías por mí". Lyseshi nunca pudo comprobarlo: Abe-san está tan enamorado de su esposa que simplemente no tiene ojos para otras mujeres - ¿No te gusta el udon de esta noche?

¡Los extranjeros nos traicionarán! - dice una voz desde el fondo de la barra. Un anciano con la ropa sucia y el rostro enrojecido por el alcohol que sostiene una botellita de sake con manos artríticas. Abe-san lanza un suspiro

Déjalo estar ya, viejo. Cada vez que la Lady Lovibond viene a la estación empiezas con la misma cantinela.

¡Pero es cierto! Antes de los kabane Hinomoto era un país grande que iba a conquistar el mundo. Pero esos malditos extranjeros nos tenían miedo. Nos echaron encima esta plaga infernal y después nos cerraron las fronteras. Ellos tienen la culpa de lo que pasó en Ryotsu, y después en Nigata, y de...de...después en todas partes - vacía su botella de un trago y lanza un sonoro eructo.

No le hagas caso a ese viejo chiflado - le dice Abe-san a Lyashi

De la cocina llega un estruendo de platos rotos y un grito de mujer.

¡Yumi! - Abe-san se lanza corriendo hacia la cocina en busca de su esposa - ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO!

¡Los extranjeros nos traerán la perdición! - insiste el viejo borracho...

Lyashi niega con la cabeza mientras compone una sonrisa para Abe-san, uno de los pocos decentes que hay en el pueblo. - [l]Maldita sea...¿Porqué no tengo yo tanta suerte como ella?[/l]- se dijo, manteniendo el gesto. - Gracias, te preocupas demasiado por mí, eres un buen hombre. -

Cogió el trozo de pescado y lo masticó con deleite, ignorando al viejo que no hacía más que decir sandeces.

Negó con la cabeza a las palabras de Abe, mientras se metía un buen puñado de fideos en la boca, masticando con hambre.

El sonido de platos rotos interrumpió toda conversación e hizo que se tragara los fideos de golpe, haciéndola toser. El grito de Abe le quitó el hambre de golpe.

-¿Qué... qué pasa?- preguntó con una premonición que no le gustaba nada.

La puerta de la cocina se sale violentamente de sus guías cuando Abe-san cae sobre ella gritando de dolor y miedo. Donde debía estar su mano izquierda ahora sólo hay un muñón sangriento. Sus ojos no dejan de girar en sus órbitas, la cordura ahogada por el pánico. Una figura aparece en el umbral: piel cenicienta, ojos de brillante color rojo y ese maldito bulto brillante donde debería estar el corazón.

¡No! ¡Aparta! - grita Abe-san cuando otra figura tambaleante sale de la cocina: la siempre callada y cálida Yumi, esposa de Abe-san. Su piel aún no ha adquirido el típico color gris de los kabane, pero en su mirada ya se ve el fulgor rojo de la plaga. Cuando estira los brazos hacia su marido Lyashi observa que están llenos de mordiscos.

Yu... Yumi. Ayúdame. Me... me han arrancado el brazo ¡de un mordisco! ¿Puedes creértelo? Yo... ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGH!

Los balbuceos de Abe-san se interrumpen cuando ambos kabane se abalanzan sobre él. El primero le agarra el brazo mutilado y empieza a sorber con gula mientras la mujer le arranca medio cuello de un mordisco.

¡El infierno de los extranjeros ya está aquí! - grita el borracho mientras se levanta y coge su taburete para lanzárselo a los kabane, pero sólo consigue que éste ruede inofensivamente por el suelo...

La escena deja paralizada durante un momento a Lyashi, que con un fogonazo recuerda de repente porqué tuvo que huir, con apenas trece años, de la última estación-ciudad donde estuvo. 

- ¡Mama! - se escuchó gritar a sí misma, totalmente fuera de sí. 

Pero daba igual, nadie le estaba prestando atención a ella, si no a ellos, que estaban devorando a Abe vivo. - Ellos....me han seguido hasta aquí...vienen a por mí. Lo sabía...lo sabía. - pensó, mirando a izquierda y derecha esperando ver aparecer a decenas de aquellos monstruos en aquel momento. Los gritos desesperados de dolor la hicieron regresar de golpe al presente, mientras veía un taburete rodar por el suelo sin causar ningún efecto más que el de darle una sensación de irrealidad a todo. A pesar de lo horrible de la escena, era la única del local que no tenía la cara desencajada por el miedo o el terror. - ¡Salid de aquí, idiotas!¡Corred, coged vuestras cosas e ir a la estación! - gritó, intentando de alguna forma ayudar a reaccionar al resto. 

Viendo como Abe moría delante de sus ojos, supo que si no se daba mucha prisa, la siguiente sería ella. Si habían llegado hasta ahí, la ciudad estaba condenada y sólo quedaba una opción, llegar al tren. - ¡Lo siento Abe! ¡Lo siento! - gritó, corriendo con todas sus fuerzas y atravesando la puerta de salida, en dirección a la habitación donde guardaba sus pocas pertenencias. Estaba a apenas una calle de distancia, por lo que llegó muy rápido. Entró sin preocuparse de que ningún vecino la viera correr como una loca, pronto todos estarían haciendo lo mismo. 

Cogiendo sus escasas pertenencias y todos sus pocos recursos*, que metió en una pequeña bolsa que se colgó del hombro, salió de nuevo corriendo hacia la estación. - La Lady Lovibond es la última oportunidad. -

Lyashi sale corriendo de la casa de comidas seguida por varios de los parroquianos excepto el viejo borracho, que se toma la intrusión de los kabane como algo personal y se lanza contra ellos. En el mejor de los casos sólo ha conseguido algo de tiempo para que los demás escapen.

Al abrir la puerta de su habitación la joven descubre una macabra escena: dos kabane se están alimentando del cuerpo de su último cliente, que tiene las tripas abiertas y sus intestinos en la boca de los engendros. Uno de ellos levanta la vista hacia Lyashi, que se estremece al ver sus afilados dientes y las garras de sus manos. Ya había oído hablar de los kabane llamados "ferales", pero nunca había visto uno.

Olvidándose de su víctima el Feral salta hacia Lyashi...

Con un fuerte movimiento, Lyashi abrió la puerta de su casa y se encontró con una escana macabra, a su cliente siendo comido por dos Kabane. Ambos estaban distraidos con el cadáver, pero al dar un primer paso involuntario hacia dentro, uno de ellos se giró y miró a Lyashi con odio y hambre. Olvidándose del cadáver de su antiguo cliente, el Feral Kabane se incorporó y se lanzó hacia la muchacha con un feroz salto. 

Por un momento, el tiempo se detuvo, yendo todo a cámara muy lenta. - Un feral, son muy territoriales, enemigos de los Wazatori. - pensó ella, con una sangre fría que casi la sorprendió.

El otro Kabane parecía no haberla visto. Un taburete estaba justo cerca de los pies de ella, quizá podría empujarlo hacia él y que resbalara al poner su pie encima. Quizá podía esconderse en un lateral, pues le había parecido que el otro era un Wazatori, si ella no estaba allí, ellos se atacarían mutuamente... - mierda, ¿voy a perder mis pocas cosas? Putos Kabane, no sólo me quieren devorar, quieren hacerlo humillándome quitándomelo todo...sabía que vendríais, cabrones...lo sabía... -

El pie de Lyashi choca casualmente con el taburete que usa cuando va a los baños públicos y por instinto lo lanza a los pies del Feral. El monstruo tropieza y cae con torpeza sobre su compañero, que ruge y lanza un mordisco que se lleva parte del antebrazo derecho del Feral. Éste responde abalanzándose sobre su atacante...

Lyashi se sorprendió que todo sucediera como ella lo había imaginado en apenas un segundo, con los dos Kabane liándose a mordiscos el uno con el otro. Descubrió que no es que no tuviera miedo, si no que podía de alguna forma controlarlo para usarlo en su beneficio, sacando fuerzas y reflejos, tanto físicos como mentales, cuando más lo necesitaba, como ahora. 

Cogió la ballesta que tenía colgada en la pared de un clavo, detrás del único vestido bonito que tenía*. Junto a la ballesta estaba colgando un pequeño carcaj con unos cuantos virotes, pero no se hacía ilusiones de que el arma le valiera contra aquellos dos Kabanes, así que con una maldición, cerró la puerta y salió corriendo a toda pastilla. Quizás el cerrarles el ángulo visual con ella, dado que estaban dándose de mamporros y con una presa sanguinolenta justo debajo de ellos, le comprara algunos segundos extra, muy valiosos para alejarse y poner algo de tierra, edificios o lo que fuera entre ella y aquellos monstruos. 

Cuando quiso darse cuenta, se fijó que el vestido que tanto apreciaba estaba enganchado en el carcaj, y que lo había arrastrado por el suelo varios metros, ensuciándolo sin remisión. Tendría que darle un buen lavado y remendarlo. De un tirón, se lo metió bajo el brazo y corrió todo lo que le daban las piernas en dirección hacia la estación. 

- Allí habrá defensas, los soldados suelen estar cerca, patrullando los almacenes. - pensó, mientras intentaba escuchar sin girarse el estruendo de la puerta de su casa romperse, lo que le indicaría que aquellas bestias, o al menos una de ellas, le estaba siguiendo. 

Algo dentro de ella le decía que se diera la vuelta y se enfrentara a ellos, pero podía más su instinto de supervivencia que esa vocecita. 

_{- ¡Úsalo, usa nuestro poder, podemos hacerlo! -} 

_{- No...sólo tenemos que poner distancia y llegar a los soldados, ellos nos salvarán. -} 

_{- ¿Qué? ¿a unas putas como nosotras? ¡Estás loca!¡Gírate y demuéstrales quienes mandan aquí! -} 

_{- He dicho que no, los soldados harán su trabajo. Siempre lo hacen. -} 

_{- Claro, como cuando mamá... -} 

_{- ¡Calla, calla de una vez! -} 

La habitación de Lyashi no es muy grande, por lo que mientras los dos kabane se lanzan dentelladas y zarpazos le da tiempo a entrar corriendo, coger su arma y su vestido y salir saltando por la ventana. Una figura se abalanza sobre ella nada más salir.

¡Lyashi! - Aoi tiene las mangas y la parte de abajo del kimono desgarradas pero parece encontrarse bien - ¿Qué está pasando? Estaba con un cliente cuando entraron esos monstruos ¿Qué vamos a hacer?...

- ¡JODER QUE SUSTO! - le gritó a Aoi cuando se abalanzó sobre ella con el corazón a punto de salirse de su pecho. - ¿Te han herido? ¿Estás bien? - le preguntó a, posiblemente, su única amiga de verdad. La miró de arriba a abajo con cara de preocupación mientras avanzaban por la calle, intentando llegar a la estación de tren. - ¿Que qué vamos a hacer? Dame la mano y corre. Haz lo que yo diga, y sígueme el juego si quieres tener alguna oportunidad de vivir. ¡Mira a ver si ves alguna caja o bolsa que pueda pasar por maletín de medicinas o algo así! - le dijo.

Ella a su vez, a la par que seguían avanzando, miraba a ver si veía algo similar a pesar de que las gafas le resbalaban de la nariz debido al sudor y no conseguía enfocar bien los objetos*. Al llegar a la estación seguramente se la encontrarían defendida por soldados, necesitaban un argumento medianamente sólido para que las dejaran pasar. Si conseguía hacer pasar a su amiga por médica o al menos por enfermera, sólo quedaría que ella se hiciera pasar por algo útil o por la ayudante de ella, con las manos de su amiga y el poder oculto de Lyashi podrían pasar por una pareja de médicas/enfermeras muy competentes.

Bueno, también estaba la posibilidad de llegar corriendo con varios Kabanes detrás, algo que parecía altamente probable, pero prefería que eso no se produjera, no tenía muy claro si las balas de los soldados se dirigirían sólo hacia los Kabanes o a todo lo que se moviera.

N... no - responde Aoi - Estoy... bien - Pero Lyashi la conoce lo bastante bien como para saber que miente. Sin embargo antes de que ella pueda decirle se escucha el tañido de las campanas de alarma. Un sonido distante, apagado, más dirigido a los defensores de la gruesa muralla que a los ciudadanos de Mibu.

Cerca de aquí está la casa del herbolario al que le compro medicinas de vez en cuando. Podríamos coger su caja.

Lyashi también ha tenido que trabajar para el herbolario en ocasiones a cambio de algún medicamento, así que sabe cómo llegar. No tardan en empezar a verse columnas de humo. Quemar a los kabane hasta que no pueden moverse sigue siendo la estrategia más común para aquellos que no pueden permitirse un arma de vapor. Una táctica muy inconveniente si el que la utiliza está atenazado por el pánico. La gente huye hacia la muralla presa del pánico obligando a Lyashi y a Aoi a apartarse para evitar ser arrolladas.

La pequeña casa del herbolario tiene la puerta arrancada y en su interior huele a matadero. En la estancia central el fuego está apagado y hay manchas de sangre por doquier. Echando un vistazo rápido a su alrededor Lyashi consigue localizar la caja de medicamentos portátil volcada y con parte de su contenido esparcido por el suelo.

Va... vamos - la apremia Aoi - Date prisa

La puerta de papel de arroz que da a la zona privada de la casita es abierta con tanta fuerza que se sale de sus guías. El cadáver reanimado del herbolario mira a las dos prostitutas con ojos de infernal color rojo. Levanta los brazos, ambos con varios mordiscos y deja escapar un babeante gemido mientras salta hacia Lyashi.

¡CORREEEEE! - grita Aoi mientras el engendro salta sobre su amiga

La respuesta de Aoi no le gusta, algo en el tono de ella le dice que su amiga no está siendo sincera, que algo le oculta, y habiendo Kabane involucrados el resultado no será nada bueno, pero prefiere evitar lo inevitable hasta estar en algún sitio algo más tranquilo....si es que le da tiempo. Corren contra corriente, apartándose de la gente que corre despavorida en todas direcciones, sin ton ni son. Aquello era un matadero.

Llegaron a toda prisa a la casa del herbolario con el tañido de las campanas de fondo. - Joder, las tocan demasiado tarde. - pensó, para automaticamente caer en la cuenta que igual los soldados eran estúpidos o lerdos en su mayoría, pero no tan idiotas. Algo más sucedía, algo que ella no podía ver. Una bola de aprensión se fue formando en su estómago.

- Por los dioses.... - murmuró, al ver el interior de la casa. Aquello era una representación a pequeña escala de lo que estaba sucediendo en la ciudad. Hizo de tripas corazón, como casi siempre, y le dio indicaciones a su amiga - Más nos vale darnos prisa, corre, coge aquellas hierbas y ese pote, yo me hago con la caja y ... -

Estaba agachada cogiendo la caja y metiendo los cajones a toda prisa en su interior, intentando que se le cayera lo menos posible cuando escuchó el grito a su espalda. Se giró y vio en el último momento una figura que podía reconocer saltando sobre ella. Con la correa de la caja en sus manos, pues no quería perder aquel tesoro, sólo se le ocurrió zambullirse hacia adelante para pasar por debajo de aquel monstruo que saltaba sobre ella. Si lo conseguía, tenía el camino hacia la puerta libre, sólo se trataba de correr.

El peso de la caja de medicinas lastra a Lyashi ralentizándola lo suficiente como para que el kabane la derribe al suelo con un violento empujón. Gritando de miedo y furia Aoi se adelanta y le pone la zancadilla al engendro haciéndole caer al suelo. Éste reacciona con un torpe intento de morder la pierna de la chica, pero ésta salta hacia atrás y tira de Lyashi para ayudarla a levantarse y salir de la casa antes de que el kabane se levante.

Tenemos... que llegar... a la muralla - dice mientras ambas corren por la calle - Es el... único sitio en el que estaremos a salvo

Un kabane lanza un alarido enloquecido a la espalda de las dos chicas. Mirando por encima de su hombro Lyashi reconoce al Feral que estaba en su casa devorando a su último cliente. Agitando las garras se lanza a correr tras sus presas...

- Oh no - pensó Lyashi al notar como por culpa de la caja que no quería soltar de ninguna de las maneras se enredaba debajo del Kabane y éste le caía encima, chasqueando las mandíbulas de forma frenética en un adelanto de lo que estaba por venir.

Extrañamente, no sintió miedo, si no que veía a cámara lenta como el monstruo se abalanzaba sobre ella mientras pensaba en lo ridícula que era la muerte, lo extraño y fuera de lugar que era verle las arrugas acartonadas, los bordes de las heridas levantados y endurecidos por la exposición al aire...todo era como sacado de una pesadilla, pero no menos fascinante por ello.  

El grito y empujón de Aoi la sacó de ése estado de percepción aumentada, haciendo que retornara a la realidad de golpe. - ¡Corre! - se escuchó gritar al alejarse de allí. Pero el destino quiso que el Feral que había esquivado las hubiera seguido para acabar con ellas. Lyashi se giró por encima de su hombro y miró al monstruo mientras corrían, sopesando si podían esquivarlo el tiempo suficiente como para dejarlo atrás. El corazón en el pecho le bombeaba con fuerza, con toda la emoción contenida que parecía a punto de estallar. No podían seguir huyendo, aquel ser les daría caza...como aquel día...- ¡Se acabó! - gritó, dándose la vuelta y encarándose al Feral. Unos puntitos negros y violetas estaban apareciendo en sus ojos - Aoi, aparta. - dijo bajando la voz a la vez que su cabeza se inclinaba hacia adelante con la barbilla casi tocándole el pecho. 

_{- ¡¿Ahora me llamas?! Eres una puta egoista, cuando quiero divertirme me retienes, me ahogas...y ahora quieres ayuda. ¡Pues apáñatelas tú sola!. -}

_{- No tenemos elección Kosuru. Vamos a morir. -} 

_{- Pffff...-} 

_{- Ése ser nos cogerá, vienen a por nosotros, ellos lo han enviado. -} 

_{- ¿Ellos? No me jodas Lyashi, no debiste esperar tanto tiempo, debiste haber salido de aquí jodidamente antes. -} 

_{- Ahora no importa, somos nosotras o ellos. ¿Elegimos? -} 

_{- Gr......joder....vale, ésta bien. Pero ahora mando yo. Aparta de una vez.... gilipollas. -} 

Lyashi, que ya no era Lyashi, si no Kosuru, adoptó una postura relajada, con la cabeza caída hacia adelante, los brazos colgando apoyados en las piernas de ella y las piernas ligeramente flexinadas. Parecía una marioneta cogida por unos hilos desde arriba. Con movimientos algo espasmódicos, alzó su brazo izquierdo señalando a la criatura. Alrededor de su torso y cabeza empezó a emerger una especie de caparazón de color negro violáceo, del cual surgieron varios tentáculos que se expandieron a su alrededor como si fuese un pulpo gigante. Dos de los tentáculos se lanzaron hacia el Feral, estirándose a gran velocidad, casi como si de dos látigos se trataran, retorciéndose en el aire de forma imposible. Allí donde tocaban, la carne se hinchaba y explotaba. Eso le pasaba a los penes de los clientes que trataban mal a Lyashi, sacando a Kosuru y obligándola a disfrutar con ello. 

Tres de los tentáculos se apoyaron en el suelo como si fueran un trípode y ayudaron a Kosuru a moverse, casi dando una vuelta sobre sí misma mientras esquivaba a aquel ser. 

El Feral deja escapar un gemido ahogado al ser atravesado por los tentáculos de oscuridad de Korusu. Sus piernas se enredan y acaba cayendo aparatosamente al suelo. El tiempo que tarda en levantarse les da a las dos chicas la oportunidad de quitarse de su vista.

Los kabane salen por todas partes. Se puede distinguir a los recién convertidos de los antiguos porque su piel no ha adquirido todavía el característico tonos gris ceniza y porque sus ropas aún están manchadas de sangre fresca. Extienden hacia las chicas manos mutiladas o directamente muñones chorreantes de sangre y lanzan sus gemidos de hambre eterna. No pasa mucho tiempo hasta que Korusu y Aoi son perseguidas por una multitud hambrienta.

Cuando se acercan al distrito de la muralla escuchan sonidos de disparos y el sonido de un motor de vapor. Korusu y Aoi se dirigen hacia el sonido esperando encontrar una patrulla de soldados que las ponga a salvo. Al salir de un callejón son deslumbradas por los faros de un coche militar que se desvía con un sonoro derrape. En la parte posterior viajan cuatro soldados armados con rifles de vapor. Uno de ellos, un joven que no pasará de los veinte años, se cae del coche con el volantazo rompiéndose una pierna. El coche acaba por empotrarse contra la puerta de una casa.

¡Mierda! - grita el conductor levantándose de su asiento - ¡Estúpidas rameras! - les grita a las chicas - ¿Qué demonios os creéis...?

La diatriba es interrumpida cuando cuatro kabane salen de la casa, lo agarran y lo sacan del coche. El pobre desgraciado aún está vivo cuando empiezan a devorarlo.

¡Ponte al volante! - grita uno de los soldados - ¡Rápido, ponte al volante!

¡Yo no sé conducir esta cosa!

El soldado que se había caído intenta arrastrarse hacia el coche, pero cae víctima de un grupo de muertos vivientes que lo devoran mientras chilla enloquecido...

La sensación de poder era muy tentadora, tanto que la invitaba a usarlo una y otra vez para resolver sus problemas, pero ella sabía que no debía ser así, que muy a su pesar, sólo debía usarlo para salir de problemas grandes, como éste que tenían entre manos. Si daba rienda suelta a sus deseos y los conseguía a través del uso de éstas habilidades, sería más que repudiada, sería perseguida, denostada y finalmente, condenada.

El poder que salía de Lyashi en forma de tentáculos consiguió parar al Kabane y a Lyashi no le hacía falta que le dijeran dos veces las cosas...así lo había aprendido en las calles, a las duras. Si no aprendías rápido, normalmente no tenías una segunda oportunidad. Una fea cicatriz de un arañazo en su espalda daba fe de ésto...pero ésta era otra historia.

Cogiendo la mano de Aoi salieron corriendo sin mirar atrás, con su pequeño tesoro recién conseguido en sus manos*. Múltiples Kabane salían de todos lados, rodeándolas y dejándolas casi sin salidas...excepto hacia el distrito de la muralla. Sus pasos resonaban en sus oídos tan fuertes como disparos, con gritos de agonía y peticiones de auxilio de fondo. Ella hizo oídos sordos mientras una lágrima caía por su cara - No, no...¡¡ dejadme en paz !! - se gritó a si misma.

De repente se percató que los disparos no eran sus pasos, si no tiros de verdad, y el inconfundible sonido de un motor a vapor, algo que en una situación tan extrema le trajo una sensación cálida a su corazón, recuerdos de su niñez largo tiempo olvidada. Con paso rápido doblaron una esquina para casi ser atropelladas por un coche.

Ambas contemplan horrorizadas como unos soldados, primero las increpan, luego se ponen a chillar como cerdos cuando los Kabane caen sobre ellos. Apenas tiene unos segundos para decidir qué quiere hacer, si salir corriendo dejando a los soldados como carnaza para ganar tiempo ella y Aoi o qué. Uno de los soldados grita desesperado que alguien coja el volante y conduzca. La muchacha mira al vehículo y si no fuera por la situación, estaría embelesada contemplando una máquina de tal belleza y perfección mecánica. Siempre le han gustado los aparatos a vapor, desde pequeña. Casi sin percatarse, más por instinto que otra cosa, se concentró con los ojos ligeramente cerrados.

Un latido de corazón antes, estaba rodeada de sangre, fuego, gritos y destrucción, un latido después, olía a vapor, lúpulo de cerveza y unas exquisitas salchichas asadas, con música de trombones y acordeones de fondo, en su alemania natal. - ¿Qué...qué sucede? - dijo, con una voz de barítono y gutural impropia de ella. - ¡Mein gott! ¡¿Was ist das?! - miró alrededor y sin saber cómo, Christian sabía de repente qué pasaba, dónde estaba y porqué. Miró al vehículo y se maravilló del modelo tan revolucionario y adelantado, futurista diría él si le preguntaran. Cogió a la amiga de su amiga de la mano y se escuchó decir - ¡Trrrrannnquilos....yo me encarrrgo! -
 

De un salto, se puso a los mandos de aquella joya de la tecnología y comprobó los sistemas - ¡Ajá!¡Ja, ja! ¡Muy ingenioso, muy ingenioso! ¡Han puesto aquí da palanken de vaporrren....! ¡Sublime!¡Así gana en potencien! - dijo, abriendo mucho los ojos y bebiendo como un niño de todo ello. Los gritos a su alrededor se intensificaron, así como las invencciones hacia su persona. Parecía que a la mujer que estaba ayudando* no la apreciaban mucho en ése momento. - ¡Tranquilen...ya va, ya va...VORWÄRTS! - dijo, accionando dos palancas y apretando el acelerador.

Con un salto, el coche chirrió ruedas y salió disparado por las calles, esquivando cuerpos y escombros con una habilidad nunca vista. - ¡SOLDADO! ¡CONDUZCO DE PUTEN MADREN, PERO NO ME SÉ EL CAMINEN! ¡¿POR DONDE?! -  gritó Lyashi-Christian, conteniendo una carcajada de júbilo.

Christian tarda un segundo en orientarse y saber lo que tiene que hacer. Cogiendo la mano de la prostituta que lo acompaña se sube en el coche militar y echa la caja de medicinas (Dios sabrá cómo es que sabe lo que es y lo que contiene) ¿Qué son esos... kabane? ¡Es igual, mejor que se aparten!

El motor arranca con un rugido que le indica a Christian que este coche es mucho más potente que los que él haya podido conducir. Seguramente el tal McRucky consiguió crear el circuito de recirculación de vapor que él quería ¡Muy bien!

¡O... oye! - dice uno de los soldados cuando el coche empieza a moverse - ¿Qué estás haciendo? ¡Este coche es propiedad militar!

¡Nos está sacando de aquí, idiota! - dice el otro soldado mientras se sujeta para evitar caerse - ¿O vas a explicarle tú al capitán por qué dejamos el coche en medio de una zona infestada?

¡P... por ahí! - le señala a Crhistian.

Tal y como el alemán esperaba el coche tiene una gran potencia además de ser más pesado y resistente. Los kabane que se cruzan en su camino salen volando o bien son arrollados por la poderosa máquina. La fräulein que tiene al lado (¿Qué clase de nombre es "Aoi"?) no parece encontrarse muy bien. Está pálida y parece que tiene los ojos inyectados en sangre. Será por los continuos derrapes, frenazos y aceleraciones. O los gritos y los disparos de los dos soldados de atrás. En cualquier caso...

¡MEIN GOTT!

Uno de esos asquerosos kabane se ha aferrado al morro del vehículo y está tratando de encaramarse encima...

- ¿Estarrr bien Fräulein? - le preguntó Christian a la mujer joven que tenía al lado. Los soldados discutían si estaba bien que condujera o no, y al parecer, ganaba el sí - Siento usarrrlo sin perrrmiso, pero errra nesesarrrio. Piensen que nos estoy sacando de éste atolladerrro...¡Háblenle bien al Herr Captain de mí, por favorrr!  - les explicó con autentica flama alemana. - ¡MEIN GOTT! - pensó, mientras uno de esos monstruos se cogía al frontal del vehículo y trataba de subir. 

Christian derrapó ligeramente y frenó, para luego acelerar inmediatamente y pasar por encima de esa cosa. - ¡Agárrense! - gritó de nuevo. Un vistazo a su acompañante, ¿Aoi?, le dijo que se estaba extralimitando con los giros y frenazos, pero no podía hacer nada para evitarlo. Si paraba, estaban muertos...