Partida Rol por web

Abandonaron la ciudad por la misma puerta por la que entraron. A la luz de la mañana vieron como la gente se afanaba en cambiar los farolillos que colgaban en las calles, sin duda de una fiesta anterior, por otros de un color distinto. Alguna gente iba de un lado a otro portando ramas de mimbre que llevaban a una zona de la plaza central. Picado por la curiosidad Jarvo le preguntó a uno de los aldeanos que, con más cansancio que alegría, le replicó que estaban preparando el Festival del Sol Radiante. Aunque era claro que estaban preparando una fiesta no se veían demasiadas caras alegres entre la gente y las que se veían parecían extrañamente forzadas, casi tensas, exageradas. Los vallakianos eran, sin duda, gente todavía más extraña que el ciudadano medio de Barovia.

Deshicieron parte de su camino para desviarse por la senda que conducía al molino. Dejado el carro en la ciudad cada uno iba ya montado en su caballo. Como era habitual en aquellas tierras el sol casi no se atisbaba a través de las nubes densas y la niebla parecía cubrirlo todo. Las ramas de los árboles amenazaban el camino por el que avanzaban. Ismark había dicho que todo aquello era el bosque de Svalich, que se extendía por todo el valle.

Media hora más tarde giraron por la senda que se dirigía hacia el viejo molino. A medida que se aproximaban podían ver la ruinosa edificación con más claridad. La cúpula con forma de cebolla del edificio estaba inclinada hacia adelante y hacia un lado, como si tratara huir del tormentoso cielo gris. Las paredes estaban formadas por ladrillos mohosos y tenía algunas ventanas roñosas en las plantas superiores. Una decrépita pasarela de roble rodeaba el molino de viento llevando hasta una endeble puerta que conducía al interior. Súbitamente les alertó el graznido de un cuervo que, alzando el vuelo desde un tocón que tenían ante ellos en el embarrado camino. El ave aleteó nerviosamente alrededor del grupo, como advirtiéndolos de algo, antes de encarar su vuelo de forma definitiva hacia la ciudad de Vallaki, que ahora quedaba a sus espaldas.

El sitio, desde esta distancia, parecía abandonado aunque las aspas ruinosas del molino siguieran girando a merced del viento de la madrugadada.

Coates frenó a su caballo mientras observaba a aquel cuervo partir... Al mirar el lugar entendía porqué los habitantes de aquel lugar lo consideraban un lugar al cual uno no debía acercarse...

No obstante, ellos no eran cualquier persona... ya estaban acostumbrados a lugares incluso peores...

El máscara miró a Davdak.

- ¿Quieres adelantarte y echar un vistazo? Sé que eres muy precavido para estas cosas y, desde luego, de todos nosotros eres el más silencioso con diferencia...

Ian frunció el ceño. ¿Era cosa suya o en aquella zona había muchos cuervos? Desechó la idea con un movimiento de cabeza y examinó la zona del molino en busca de signos de vida mientras se bajaba del caballo. Dio un par de pasos en silencio y se acercó a una roca desde la que poder contemplar la zona... Pero no vio mucho.

Davdak asintió y bajó del caballo entregando las riendas a la máscara. Caminó unos pasos y se agachó para observar el suelo. Puso la mano sobre unas briznas de hierba y entornó los ojos.

Seguidamente avanzó sigilosamente hasta la entrada para observar el interior o escuchar movimiento dentro. El pícaro se movía bien por la zona y apenas hacía ruido en sus movimientos.

- Me recuerda a aquella historia sobre el imp que retorcía deseos e hizo que una taberna entera bebiera y bailara hasta que todos sus parroquianos murieron con los pies llenos de yagas y los estomagos explotando... - comentó al grupo cuando aquellos aldeanos le dieron explicaciones.

Durante el camino aprovechó para explayarse en aquella historia, acompañando con acordes suaves cuando correspondía, como tenía costumbre.

- De todas formas, estos lugares tan solitarios hacen que sea complicado acercarse sin ser vistos... - comentó cuando la comitiva se detuvo ante la bienvenida del cuervo*.

Davdak examinó el suelo embarrado. Había marcas de movimiento reciente, de gente que había llegado y marchado probablemente. Después se aproximó sigilosamente a la base del edificio. A medida que se acercaba escuchó el crujir de una muela de piedra en la planta superior¹, aunque las aspas del molino estaban demasiado destrozadas como para captar el viento y girar. Eso quería decir que o bien había algún mecanismo o magia que la hiciese girar o alguien estaba dándole vueltas al torno.

La puerta desvenciajada puerta de madera del molino estaba entornada. Antes de avanzar el pícaro se fijó en que tras el molino, al borde del bosque, había un conjunto de cuatro megalitos tumbados. Pero su interés principal estaba en examinar el interior, por lo que asomó a través de la rendija que dejaba la puerta para echar una ojeada. Pudo vislumbrar una sucia estancia en la que se acumulaban enseres diversos entre los que destacaba un carromato y un gallinero. De hecho ahora escuchaba el cacareo de las gallinas y lo que parecía el croar de ranas. Sin abrir la puerta todavía pudo ver la estructura de una escalera de caracol de madera que ascendía a la segunda planta.

Davdak hizo un gesto a los compañeros para llamarles la atención de los megalitos y también indicó que iba a entrar. En pocos segundos estaba dentro del molino y avanzaba sigilosamente hasta encontrar algo de interés.

Davdak tenía un carácter muy osado. Al máscara no le gustó que se internase sólo en el molino. Se mantuvo alerta, tenso, mientras su mano se posaba en el pomo de su cimitarra....

Aquellos megalitos seguro que tenían algún significado así que Coates los miró con detenimiento, mientras esperaba que su compañero regresase...

Ian desenfundó la espada y empuñó el escudo. -Si chilla, cargo.

La mirada de Jarvo siguió la de Coates hacia los megalitos.

- Recuerdo la historia de un pueblo asalvajado que tenían a las afureas dunas rocas con una disposición parecida y estaban convencidos de que era la mano de un dios enterrado tratando de retornar a la vida... - meneó la cabeza, pensando en la ingenüidad de aquellos aldeanos.

Cuando Ian dispuso las armas, echó mano a la suya pero tampoco se tensó tanto como el guerrero pues la curiosidad por los megalitos era mayor.

Davdak se aproximó a la puerta y la empujó ligeramente, lo suficiente como para colarse por el estrecho hueco sin hacer crujir la vieja madera. Aunque la verdad dudaba que el ruido de la puerta fuera a delatarle. Lo que le recibió fue una cacofonía de cacareos, croar de sapos y el ruido de la muela de piedra del molino dando vueltas de forma lenta pero continua. Y pasos. Encima de su cabeza podía escuchar ruido de taconeo sobre la madera del piso superior y arrastrar de algo ¿una escoba? ¿alguien barriendo quizás? Estaba seguro que ni siquiera Ian embutido en toda su armadura provocaría ruido suficiente como para distinguirlo del barullo reinante.

Lo que había descubierto era que aquella planta baja se había convertido en una improvisada cocina. Una cocina muy sucia, desde luego. Cestas y vajilla antigua se apilaban por todas partes. Por si eso fuera poco también había un carro de venta ambulante, un gallinero, un pesado arcón de madera y un bonito armario con flores pintadas en sus puertas.

El dulce aroma a pasteles se mezclaba con un terrible hedor que hacía arder las fosas nasales. El horrible horror procedía de un barril abierto que se encontraba de pie, en el centro de la estancia. Davdak notaba cierta calidez procedente de un horno de ladrillo ubicado contra un muro; por la pared opuesta ascendía una tambaleante escalera de madera. Gritos y risas procedentes de algún lugar situado más arriba hacían estremecerse el viejo molino.

En el exterior los compañeros del valiente pícaro se aproximaban al edificio pero su atención se centraba más en los viejos megalitos. Parecían tener tallas grabadas en su superficie y había algo en medio de ellos, aunque desde la distancia no podían percibir el qué. Recordaban claramente al estilo de lugares de ritual que Jarvo había mencionado y Lord Coates estaba seguro de que, antiguamente, quizás sirvieran como lugar de poder para druidas o dioses del bosque¹.

Coates se acercó a los megalitos después de atar a su caballo y al de davdak, a uno de los árboles cercanos.

Si como sospechaba el máscara aquellos megalitos eran lo que parecían ser... era posible que estuviesen pisando un lugar de poder, quizá un antiguo túmulo... Podrías ser que esas brujas aprovechasen el lugar para potenciar sus conjuros o su magia.

Coates tocó los megalitos con sus manos mientras sus ojos se detenían en las tallas.

- Cubro a Coates. - dijo Jarvo haciendo un gesto a Ian para que controlase el molino mientras avanzaba detrás del Máscara.

Colocó su caballo junto a los otros y se acercó a los megalitos, repasando mentalmente las distintas historias que los incluían y tratando de separar las partes más fantasiosas de aquellas que podían ser más ciertas.

- ¿Algún símbolo conocido? - le preguntó.

Ian dividió su atención entre los megalitos y la puerta por la que había desaparecido Davdak mirando sucesivamente a ambos puntos. No le parecía nada prudente ir metiendo ruido cuando su colega se había logrado colar sigilosamente en el molino, por lo que no dijo nada y se limitó a señalar a la puerta.

Si Davdak necesitaba ayuda, lo suyo sería estar lo más cerca posible para proporcionársela... Así que tomó posición listo para entrar como una exhalación a reventar cabezas y cortar miembros si el pícaro pedía ayuda. Tiempo habría de reventar piedras cuando no quedara nada vivo o no muerto que pudiera hacerles daño en la zona.

Ian asintió cuando Jarvo se dirigió hacia los megalitos tras la máscara. El guerrero bajó de su caballo y se aproximó a la puerta entreabierta por la que había desaparecido su compañero.

Los que se habían aproximado a los monolitos examinaron con curiosidad aquella formación que, evidentemente, era obra del hombre. Coates le mostró las tallas a Jarvo. El bardo tenía claro que aquellas figuraciones representaban ciudades de algún tipo, cada una dedicada a una época del año. Cuando mencionó las cuatro estaciones la Máscara asintió recordando viejas creencias sobre las urbes del paraíso: una dedicada al Señor de la Mañana (verano), otra a la Madre Noche (invierno), una a favor del propio Nig-Cög (otoño) y la de los Dioses Astados (primavera). Se percataron de la insistente presencia de cuervos volando en círculos sobre su cabeza cuando uno de ellos bajó del cielo para posarse sobre la piedra que representaba el favor de la deidad de la Máscara, la piedra del otoño, para picotear lo que parecían los restos de un pastelillo depositado sobre ella. Fue entonces que Jarvo vio montoncito de piedras blanquecinas esparcidas por el círculo de piedra. Cuando se agachó a examinarlas descubrió, con cierto desagrado, que eran dientes de niños. Decenas de pequeños dientecillos esparcidos en aquel lugar. Quien quiera que los hubiera dejado lo había hecho para profanar el lugar, ofreciendo aquel lugar de poder a una deidad maligna: Ceihlenn el Dios de los Dientes Torcidos, adorado normalmente por criaturas malignas no humanas como podrían ser las sagas o brujas.

Davdak salió hacia afuera de manera descuidada y se acercó a Ian.

—Hay tanto ruido ahí adentro que podríamos entrar borrachos y nadie se enteraría. Se escuchan pasos en alguno de los pisos superiores. Al parecer se lo están pasando muy bien. Ah, y huele mucho a pasteles... Pensaba subir y obtener más detalles, dudo que los de ahí arriba escucharan el entrechocar de las espadas a más de unos centímetros de su nariz... pero no me fio del todo. ¿Dónde están los demás? Será mejor que hagamos lo que tenemos que hacer lo antes posible y nos larguemos de este lugar, ¿no crees?

-Están admirando esas rocas de ahí- dijo Ian señalando hacia los megalito -Que podrían dejarlo para cuando hubiéramos limpiado el molino, vamos digo yo...- añadió mientras les hacía señas para que vinieran.

- ¡Por todos los dioses! - exclamó con repugnancia Jarvo, poniéndose de pie y apartándose cuando se dio cuenta que había estado a punto de tocar dientes de niños.

Se giró hacia el molino y vio que Davdak había salido, por lo que se acercó con paso rápido.

- Han profanado ese lugar con dientes de niños. - explicó a sus compañeros. - Haciendo que la antigua veneración a las estaciones ahora vaya para un dios maligno. Deberíamos quemar este sitio...

El cuervo que picoteaba los restos del pastel pareció sobresaltarse por la reacción de Jarvo y se fue volando. Un vuelo, todo había que decirlo, un tanto irregular y que sólo lo llevó hasta la rama de un árbol cercano en la que se posó casi con peligro de caerse.

Davdak se encogió de hombros.

—Bueno, lo que decía... hay movimiento arriba pero no debemos preocuparnos por que nos detecten. Parecen demasiado entusiasmados con lo que sea que estén haciendo. Una fiesta, diría yo. Propongo subir el primero y tratar de localizar a tu amigo —dijo dirigiéndose a Ian—, una vez lo tenga localizado os doy indicaciones para asegurar la posición. ¿Os parece?

Preparó sus cosas mientras miraba en dirección a los megalitos donde Coates disfrutaba en soledad.