Partida Rol por web

Se levantaron a la mañana siguiente dispuestos a partir hacia nuevas aventuras. Cuando estuvieron reunidos en la taberna ya les esperaba un copioso desayuno preparado por Danika, aunque en esta ocasión estaba también su marido Urwin para servirlo. Se aproximó a Davdak con gesto amable pero se reflejó la sorpresa en su rostro al ver lo demacrado que estaba el pícaro esa mañana:

—¡Maese Davdak! Quería presentarle mis disculpas por el altercado del otro día pero... ¿qué os ha sucedido? ¿Acaso os han envenenado durante vuestra batalla?— el hombre parecía sinceramente preocupado —¿Os encontráis bien?

Ian estaba atacando unos huevos con panceta cuando se dio cuenta de que el ladrón, ciertamente, no tenía buen aspecto. -¿Te encuentras bien?

El pícaro sacudió la cabeza para salir de la ensimismación.

—Sí claro, mejor que nunca —dijo mintiendo descaradamente. Ian pudo notarlo. El pícaro sabía mentir mucho mejor y esta vez no se había preocupado de hacerlo —. Deseoso de partir hacia Krekz.

Davdak no había escuchado las palabras de disculpas del tabernero y no respondió.

—¿Tiene algo de hierba para fumar? —le pregunto a Urwin—. Me hace los viajes más amenos.

Urwin asintió y sacó de una pequeña funda que llevaba en el cinto una bolsita marrón llena de hierba. Se la tendió a Davdak.

—Tome amigo. Regalo de la casa. Mi mujer me ha contado que han salvado a esos dos pobres niños de las garras de las brujas.

Lo miró todavía un momento con preocupación pero, respetando su privacidad, asintió para alejarse y dejar al grupo decidir cual sería el próximo viaje a realizar.

Al parecer Rictavio se había levantado temprano aquella mañana y ya había salido, mientras que Ireena e Ismark estarían todavía durmiendo, igual que los niños. Los aventureros, por tanto, estaban a sus anchas en la taberna vacía a excepción del Urwin, que en la barra ordenaba las botellas de vino que empezaban a escasear.

- Ni aquel muchacho regordete de la Posada del Camino Real se habría creído tu respuesta y eso que se creyó que éramos los Reales Reyes de Faerún.... - dijo Jarvo asintiendo a Urwin como agradecimiento por su entendimiento. - Así que cuentanos, ¿qué te ha pasado?

No habían estado de burdeles, por lo que eso distaba mucho de una resaca y le preocupaba realmente el estado de su amigo antes de partir.

El máscara se incorporó a la mesa una vez realizados, en la intimidad de su habitación, sus rituales de purificación y sus rezos matutinos a Nig-Cö.

Como era costumbre en él, ya había desayunado. Algo que ya no era extraño para sus compañeros. Desde que Coates se ordenó máscara, nunca le habían vuelto a ver probar bocado o beber... Era parte de su culto y sus compañeros lo respetaban.

Después de los sucesos con las sagas, Coates estuvo pensando en cómo poder ayudar al grupo. Por la noche, revisó el libro de salmos de Nig-Cö y dio con un pasaje que sin duda les podría ser útil en el futuro. Lo leyó hasta que pudo memorizar sus palabras y los gestos propios para realizar su petición a Nig-Cö.

Una vez en la mesa miró a sus compañeros. Era momento de decidir hacía donde ir. Su mirada se distrajo con el tabernero... A pesar del buen humor y del trato que les había dispensado, se veía con claridad la preocupación que asolaba su alma...

Coates miró a sus compañeros...

- ¿Y bien compañeros? ¿Retomamos nuestro viaje a Krezk? Si vamos hacia ese lugar, no sería mala idea ver que ha pasado con la Hacienda del suegro del tabernero... Son buena gente y se han portado bien con nosotros... Además, el lugar está muy cerca de Krezk y no perdemos nada por desviarnos antes o después de llegar a Krezk...

—Es ese maldito Strahd —dijo elevando la voz y casi pisando las palabras de Coates—. Está en mi cabeza e interfiere en mis sueños.

Davdak se golpeó la cabeza fuertemente y miró fijamente a Jarvo.

—Tengo que sacarlo de ahí y pasarlo por el cuchillo más pronto que tarde. Protegeos vosotros, ahora que todavía estáis a tiempo. Quizá Coates pueda pedirle a su Dios que proteja vuestras cabezas. ¡Nos debe una y ha de pagarla!

Se levantó a coger un poco de hierba y la apretó en la cazoleta de su pipa que prendió de inmediato. Cerró los ojos y dio una larga calada dejando que el humo inundara sus pulmones y, de alguna manera, también su cabeza.

—¿Estáis preparados? Será mejor que nos marchemos cuanto antes. Ardo en deseos de ir a Krekz y averiguar algo más de ese demonio. Os juro por mi vida que mis armas probarán su sangre negra.

Ian frunció el ceño mientras apuraba una jarra de cerveza y unos torrzenos con pan. Lo de la magia y esas cosas se le escapaban, pero el vampiro ese había tomado el control de la chica de Barovia mientras dormía y le había ordenado cosas... -Oid chicos, creo que las guardias deberíamos hacerlas por parejas, ¿no creéis? Si ese maldito bicho es capaz de meterse en los sueños, no solo de Ireena sino también de los de Davdak...

Coates pensó en lo que contaba Davdak. Cuando estudiaba para ordenarse había escuchado historias sobre conjuros que permitían dañar a la gente mientras dormía. Y efectivamente, tal como el pícaro contaba, algunos monstruos realmente poderosos tenían la facultad de usar este tipo de maldiciones. Y tal como argumentaba Davdak un conjuro de protección podría protegerlos durante el sueño¹. Y la cosa no era tan ligera como el ladrón podría pensar: si seguía siendo dañado cada noche podría acabar muriendo de puro desgaste. De hecho era probable que lo que le había sucedido ya no tuviera otra solución más que la mágica², ya que el daño estaba hecho contra su espíritu. Era mucho más grave de lo que pretendía aparentar su compañero.

Precisamente si Kretz era su objetivo y allí los lugareños decían que existía una abadía quizás encontrasen la ayuda adecuada.

Mientras ensillaban sus caballos comprobaron que alguna gente que pasaba por la calle los señalaba, identificándolos como los nuevos héroes del lugar. De hecho una de los jóvenes aldeanas se aproximo para ofrecerles unas guirnaldas de flores. No se les escapó, de cualquier modo, que algunos lugareños no los miraban con el mismo agrado. ¿A cuántos habrían privado de los pastelitos malditos?

Entonces vieron que había un revuelo mayor que se aproximaba por la calle principal.

—¡El burgomaestre en persona viene a felicitar a los héroes!— dijo alguien de la calle.

Y efectivamente una comitiva de media docena de guardias y una docena de plebeyos venía de camino hacia la posada. A la cabeza de la misma iba un hombre alto, de unos cincuenta años, vestido en ropas de seda de apariencia cara, aunque algo anticuadas. Andaba envarado y lucía una sonrisa que no terminaba de resultar agradable. Flanqueándolo avanzaban dos enormes mastines negros de fiero aspecto y tras él iba un individuo enorme, de pelo rapado y aspecto brutal, cuyo brazo derecho, cubierto por una pesada capa de lobo, era desproporcionadamente grande frente al izquierdo.

El burgomaestre se detuvo delante de los aventureros.

—¡Os saludo nobles aventureros! Hasta mis oídos han llegado las noticias de vuestra increíble gesta librándonos de la sombra de las brujas malditas.

Se giró hacia la gente que estaba reunida alrededor de la plaza viendo el espectáculo:

—¿Qué os dije? ¡Todo iría bien! ¡Hay todavía almas puras que luchan contra el mal que asola nuestras tierras!

Luego se volvió nuevamente hacia el grupo:

—¿Pero ya partís? ¡Aún no habréis tenido siquiera tiempo de reponeros de vuestro encuentro con las brujas! ¿Acaso no preferirías quedaros para nuestro Festival del Sol Llameante? Todo está preparado para que dentro de un par de días celebremos una gran fiesta y vosotros seríais unos estupendos invitados de honor.

De primeras, Jarvo se había tensado cuando vio que la gente de Vallaki les señalaba; no es que le importara el reconocimiento - ¡él vivía para ello! - p.ero sabía que era una ventaja que le daban a Strahd.

- Oh, gracias, preciosa. - dijo con falsa modestia mientras lanzaba un guiño a la muchacha y se colocaba la guirnalda en la cabeza.

De lo ojerizos podía encargarse Ian sin problema pero parecía que llegaba un problema mayor, el burgomaestra de la villa...

- ¡Burgomaestre, que honor! - se apresuró a responder antes de que Davdak, con un humor más agrío de lo normal, interviniera y terminaran haciendo compañía al borracho del cepo. - No hacía falta que se tomara las molestias de salir a despedirnos, habríamos acudido prestos a un requerimiento por su parte.

Sonreía y hacía reverencia ante el hombre, asegurándose que todo el mundo viera la deferencia que le tenía.

- No hemos hechos más que escuchar alabanzas sobre los festivales con los que brinda felicidad y jolgorio a sus concidudanos y nos alegramos que alguien dedique su esfuerzo a tal noble tarea pero el mal no descansa y queremos estar seguros de que ningún riesgo importune el Festival.

Se preocupaba de proyectar la voz, como hacía en sus espectáculos, para que todo el mundo incluso más alla de plaza escuchara la conversación.

- Dos días dan para mucho y haremos que le avisen según regresemos.

Ian estaba incómodo con tanta gente alrededor y entonces apareció el tipo aquel con los perros y los guardias. Cuando Jarvo tomó la palabra contuvo el aliento. El bardo podía arreglar aquello y hacer que les dejaran salir del pueblo o meterles en un lío mayor aún. Sin términos medios. Así que se limitó a sonreír y asentir con la cabeza mientras calculaba rutas de escape en dirección oeste...

Estaba claro que las palabras del bardo y, sobre todo, su actitud de deferencia habían complacido al burgomaestre. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del hombre.

—¡Así son los héroes! ¡Siempre atentos al deber!— dijo alzando también la voz mientras palmeaba amistoso un hombro de Jarvo —Agradezco vuestros desvelos y espero que podáis estar de vuelta en un par de días. Y si por vuestras tareas no fuera posible dejo anunciado que el siguiente festival que se celebrará en Vallaki ser 'El Festín de los Héroes'.

La gente aplaudió y lanzó víctores mientras la comitiva del burgomaestre, para alivio de Ian, se hacía a un lado para dejarles pasar. No pasó desapercibido para el bardo, sin embargo, que la alegría de los ciudadanos parecía tensa, como una respuesta exagerada ante la felicidad sincera que parecía irradiar su gobernante.

El pícaro continuaba ausente y casi desconectado del mundo de alrededor. Estuvo a punto de chocar contra el Burgomaestre y de no ser por la rápida actuación de Jarvo, sin duda lo habría hecho.

—No se como pretenden celebrar fiestas si andan tan escasos de vino —balbuceó continuando hacia el camino de salida de Vallaki.

- ¡Y en él presentaré mi próxima tonada en honor del excelente burgomaestre! - exclamó Jarvo haciendo una deferente y marcada reverencia ante aquel hombre.

Había estado a punto de pedir un hurra por él a los allí reunidos pero se dio cuenta que los allí reunidos parecían los alumnos recién llegados que eran reclutados a la fuerza para hacer bulto en la obra de teatro de algún profesor.

- Parece que al burgomaestre no le importa demasiado. - dijo cuando retomaron el paso y se alejaron de la plaza, una vez se elevó sobre su caballo y se despidió de nuevo del respetable. - Pero la gente está siendo forzada a ello y mucho me temo que pueda terminar en disturbios contra el burgoaestre si fuerza la situación...

Ian suspiró aliviado. Parecía una tontería, pero no meterse en líos extras ahora mismo le producía una paz indescriptible. Se encogió de hombros ante las palabras de Jarvo -Que se busque la vida, ¿o es que vamos a tener que hacerlo todo nosotros? Yo creo que con ocuparnos de lo del vino ya tenemos suficiente...*

Sin embargo, el guerrero no pudo evitar fijarse en las bocacalles y posibles lugares de emboscada, no fuera que los de los pastelitos quisieran vengarse o algo...

Coates se fijo en la actitud de Davdak, demasiado taciturno... No había pasado buena noche. Su cuerpo y su actitud lo denotaba...

- Davdak amigo mío, tienes razón, esta gente no tiene suficiente vino. Creo que podríamos dar una visita a esa bodega... Quizá después de visitar el monasterio de Krezk... ¿Qué os parece?

El máscara miró a sus compañeros, esperando ver si aquella idea les seducía o si por el contrario preferían no pasar por aquella hacienda.

Esta vez el grupo abandonó la ciudad por la puerta oeste para seguir nuevamente el sendero que cruzaba el bosque Svalich, en esta ocasión en dirección a Kretz. Empezaban a habituarse al sombrío clima de aquel lugar cuyas nubes impedían que el sol apenas calentase los cuerpos. Pese a todo los árboles crecían grandes y frondosos, con ramas amenazadoras.

En cosa de una hora alcanzaron un viejo puente de piedra que cruzaba por encima de un caudaloso río al que algún lugareño, la noche anterior, se había referido como el río Luna. Al otro lado del mismo el sendero pedregoso se dividía en forma de X con caminos que iban hacia el noroeste, suroeste, sureste aparte del propio ramal del noreste por el que venían ellos. La base de un poste indicador seguía en pie aunque partida como si hubiera caído fulminada por un rayo. La parte superior con los indicadores estaba tirada en el suelo, entre el barro.

Los aventureros se detuvieron un momento para leer las señales tiradas. Era fácil comprobar la orientación de cada indicador tomando como referencia el de Vallaki, que quedaba a sus espaldas, al este. Al parecer si iban por suroeste irían hacia Kretz y un sitio llamado el Paso de Tsolenka. El lago Baratok quedaba hacia el noroeste mientras que Vallaki y Ravenloft estaban a sus espaldas hacia el noreste. Por último hacia el sureste se ubicaba un lugar llamado Belez.

De todos aquellos nombres a los aventureros sólo les sonaba en aquellos momentos el de Kretz. Y hacia allí estaban a punto de dirigirse cuando escucharon los gruñidos procedentes de los matorrales cercanos. Mientras contemplaban las direcciones a seguir una manada de cinco lobos gigantescos¹, negros como la noche, se habían aproximado de forma silenciosa al grupo. Sólo el pifiar de uno de los caballos puso en alerta al grupo de aventureros antes de que los terribles lupinos se lanzasen al ataque.

Davdak cargó su arco con rápidamente y dio unos pasos atrás mientras tensaba la cuerda. Se colocó debajo de uno de los árboles y una de las flechas silbó para impactar en el lomo de una de esas criaturas que comenzó a sangrar profusamente.

Cuando vio a Davdak disparar a aquellos lobos, Jarvo se dio cuenta que, con la bienvenida que habían tenido al acabar con las sagas, se había olvidado completamente de agenciarse un arco.

- Tengo que conseguir un arco. - dijo en voz alta mientras conjuraba unas palabras arcanas y rasgaba el laúd que llevaba a la espalda, haciendo que las vibraciones se convirtieran en magia que dañara al lobo del extremo.

De seguido comenzó a alejarse de la manada mientras sacaba su estoque y se preparaba para defenderse.