Partida Rol por web

Jarvo dio un silbido para llamar la atención de Biblings e hizo un gesto hacia las murallas.

- Puedo mantener el hechizo unos minutos, quizá podamos aprovechar la ventaja. - dijo mientras comenzaba a correr hacia la muralla.

Davdak soltó la tensión de la cuerda y corrió hacia la zona detrás de Jarvo.

—¡Joder! ¡Estad alerta! Coates, que den la voz de alarma.

Ian salió corriendo hacia el este flanqueando a Jarvo. -¡Quiere escapar! ¡La maldita quiere escapar!

Coates miró al busgomaestre.

- Señor, dé la voz de alarma.

Después miró a Ian, mientras Coates miraba de un lado a otro, buscando a la saga.

- No creo que quiera huir, esa bestia ha venido a por Davdak, mantén tus ojos sobre él, la bruja buscará separarnos y cuando considere que nuestro amigo esté desprevenido y sin ayuda, le atacará....

Las campanas de la muralla resonaron en la noche de Krezk. Aunque las luces de las casas se encendieron ninguna puerta se abrió, nadie se asomó. Todos sabían que había un peligro en la aldea. Como una burla funesta la campana de la abadía comenzó a repicar en respuesta a las de la muralla.

En medio de aquella cacofonía de alarma Davdak, Ian y Jarvo atravesaban el bosquecillo tras el cual se encontraba la muralla. Estaba oscuro y las sombras jugaban malas pasadas a los aventureros que no disponían de poder alguno para ver en la oscuridad salvo el refulgir brillante que pudiera detectar el bardo con su detectar magia.

Llegaron a los pies de la muralla y encontraron un macabro regalo: colgado de la cuerda de una de las campanas de alarma estaba el cadáver de un miliciano. Tenía el cuello torcido en un ángulo imposible y en su rostro se reflejaba una mueca de terror. Una escalera de piedra estrecha¹, tallada en la propia pared, subía hasta lo alto de la muralla, a unos cuatro metros de altura.

Por su parte Coates, en la entrada de la casa del burgomaestre, observaba los alrededores con cautela². Tres milicianos se aproximaban para proteger a su líder mientras otros cuatro se metían en el bosquecillo en la misma dirección por la que se habían ido los aventureros.

Ian subió por la escalera cubierto por su escudo y con la espada lista, como lo haría si estuviese asaltando la muralla por sorpresa. El soldado iba atento a cualquier posible ataque, sintiendo ese cosquilleo en las manos y en la nuca típicos de los momentos previos a una emboscada o de los de tranquilidad en medio de una batalla.

Aunque intentaba no meter ningún ruido, la tensión de la carrera y el combate contra algo que no podía ver habían hecho mella en sus habilidades. Digamos que había realizado asaltos más sigilosos en su vida...

Jarvo colocó su mano sobre la espalda de Ian y le dio un par de palmadas para que supiera que le seguía dos escalones por detrás.

Apretaba el estoque con fuerza mientrs comprobaba que Davdak les seguía.

Coates no se separó del Burgomaestre mientras seguía mirando en todas direcciones. 

La saga estaba jugando con ellos y lamentablemente para muchas personas de Krezk aquella noche moriría bastante gente... La saga buscaba venganza y no iba a parar hasta lograrla... De una forma u otra...

—Si quiere separarme, eso va a conseguir —dijo mirando a Jarvo que le cedía el paso—. Ve con Ian, Jarvo. Desde arriba tendréis mejor visibilidad.

El rostro de Davdak era rudo pero a la vez confiado. Quizá demasiado.

—¡Confía en mi! —le dijo a Jarvo que dudaba.

Y dicho eso se separó del grupo en dirección a ese bosquecillo dentro de las murallas.

—¡Aquí estoy bruja! —gritó en la noche—. Ven por mi, ¿no es eso lo que quieres?

Davdak retrocedió al bosquecillo mientras que Ian alcanzaba el punto en el que estaba la campana de la que pendía el guardia asesinado. Jarvo, un poco por detrás, se giró hacia su compañero que acababa de separarse llamando la bruja.

El explorador acertó a ver un movimiento de los arbustos a su derecha pero era demasiado tarde¹. De pronto la bruja se materializó sobre él aullando de forma demencial. Eso hizo que los hombres que venían en ayuda de los aventureros se detuvieran aterrados en su carrera. La bruja había lanzado un zarpazo al pícaro atravesando su jubón y salpicando de sangre las plantas cercanas.

—¡Síííííííí!— aulló enfurecida quizás por la bravata del humano —¡Me comeré tu corazón! ¡No lo dudes!

La criatura era ahora visible y estaba sobre Davdak. Ian calculó que necesitaría echar una carrera para alcanzar el punto en el que estaba su amigo pero Jarvo podría pegar un sato y acercarse más rápido si así lo deseaba³. Los milicianos que venían por el bosque estaban demasiado aterrado como para pensar siquiera en acortar distancias hacia la enorme bruja que se alzaba más de dos metros sobre su presa.

Tanto Coates como el burgomaestre escucharon el ruido del combate. Pese a las advertencias del clérigo el hombre salió hacia el bosquecillo enarbolando su hacha. Cuando Coates miró hacia el interior de la casa vio a la mujer que portaba una espada bastarda, también con el filo bañado en plata, en sus manos. Aunque la mayoría de los habitantes del pueblo parecían más bien cobardes pusilánimes estaba claro que sus jefes estaban hechos de otro temple.

Coates salió disparado hacia donde estaban sus compañeros. Parecía que tanto el Burgomaestre como su mujer sabrían cuidar de sí mismos.

Sin embargo sus compañeros necesitarían toda la ayuda posible.

Coates corría por el bosque acompañado del burgomaestre, con la esperanza de llegar a tiempo para ayudar a sus compañeros. Aunque corría en la oscuridad tenía la fortuna de que el bosque en el interior de las murallas no era tan frondoso como los que rodeaban la aldea y estaba cuidado de tal manera que la maleza no fuera un peligro para su carrera.

Jarvo maldecía por la inteligencia de aquella saga al haberse desprendido de cualquier objeto metálico, a la vista de cómo había terminado la otra en el molino.

Habían dejado atrás a Coates, el único que podía sanar sus heridas, y Davdak había sufrido un poderoso impacto por lo que optó por lanzar una pulla arcana a la saga y aproximarse a ayudar a su compañero.

- ¡Davdak ha recibido peores golpes en prostíbulos más viejos que tú! - le gritó mientras se aproximaba, imbuyendo de magia sus palabras.

La burla de Jarvo no parecía afectar a la bruja que seguía enzarzada con Davdak.

—¡Ahora no puedes esconderte de mí! ¡Jajajajaaaa!— aullaba mientras aferraba con sus garras al joven ladrón.

Había tumbado al explorador en el suelo¹ y se ensañaba desgarrando con sus zarpas el pecho del joven.

Ian bajó las escaleras a toda prisa y echó a correr tras el bardo en dirección a la bruja y al pícaro mientras lanzaba insultos y desafíos. -¡Maldita bruja del demonio! ¡Ven a pelear con alguien de tu tamaño!

En la penumbra pudo ver como la bruja tenía a su amigo a su merced y se estaba ensañando con él, así que, sin pensarlo, agarró una de sus hachas y se la lanzó a la cabeza, con aquella oscuridad era un tiro difícil, pero le dio de lleno. -¡Eso es hija de mil perras del infierno! ¡YA LLEGA IAAAAN!

El pícaro aprovechó que tenía a la bruja encima para lanzarle un espadazo al cuello que hizo que la bruja chillara en la oscuridad de la noche. Davdak rodó y se movió hacia los árboles que los rodeaban tratando de perderse de la vista de la bruja. La sangre brotaba agresivamente por los jirones que la bruja había hecho en el jubón de Davdak.

El hacha de Ian impactó en un costado de la bruja. Davdak no desaprovechó la ocasión y rodando por el suelo le clavó su propia espada a Bella Sombra antes de usar una patada para impulsarse hacia atrás. Antes de que la bruja pudiera reaccionar el explorador se había enterrado entre los matorrales, desapareciendo de la vista de todos como si fuera un mago.

La criatura se incorporó maldiciendo buscando al fugitivo, ignorando al parecer a Ian y a Jarvo. Se escuchaba ruido a través del bosque que indicaba que se aproximaban refuerzos¹. Y quizás eso fuera lo mejor porque los guardias de la ciudad retrocedían espantados, sin atraverse a acercarse a la enorme criatura que ahora buscaba, escrutando la oscuridad, una pista de su presa huida.

Jarvo no podía utilizar su hechizo distintivo porque haría a la saga alejarse de nuevo por lo que se lanzó contra ella tratando de golpearla pero la velocidad de la criatura buscando a Davdak y, para qué negarlo, que la lucha cuerpo a cuerpo no era la especialidad del bardo hicieron que solo quedara en un bonito efecto lumínico.

La saga se dio cuenta del patético ataque de Jarvo y decidió encargarse de él. Lanzando un zarpazo ascendente clavó sus afiladas uñas alzándolo en vilo mientras se reía encantada viendo la sangre que manaba del cuerpo del pícaro a borbotones:

—¡Y aquí finaliza la historia del matasagas! ¿Quién se ríe ahora pequeño bribón? ¡Me comeré tu corazón esta noche!

Y acercó su cara a la de su víctima para mostrar sus dientes afilados.

El pícaro tuvo que inspirar profundamente para controlar el dolor y evitar que le molestara a la hora de tensar la cuerda del arco. Apoyó la espalda en uno de los árboles y asomó la cabeza para localizar a la bruja que estaba sobre Jarvo. Apretó los ojos viendo como aquella criatura lanzaba un zarpazo sobre su compañero. Volvió a abrir los ojos y soltó la cuerda haciendo que la flecha volara hasta impactar en la espalda de aquella bruja.

Hizo un empellón con la cabeza reafirmándose en el éxito y se movió a otra zona de aquel bosque, perdiéndose de la vista de la bruja nuevamente.