Partida Rol por web

Lyra carga con su hacha en alto por la espalda del guardia rezagado.

 Dibujando un arco perfecto, el hacha impacta contra la cabeza del distraído y aturdido guardia, que no tiene ni la menos oportunidad de esquivar el golpe proveniente de su espalda. Una luz dorada parece iluminar a Lyra instantes antes del golpe, y una clama espiritual la acoge.

Con el sonido de una esponja húmeda partiéndose en dos, la cabeza del guardia se separa del cuerpo y aterriza inofensívamente al final del templo. El cuello del difunto se convierte en un surtidero de sangre que riega a todos los presentes y les empapa la cara impidiéndoles ver.

Raivaros consigue ponerse a cubierto tras la columna en el último momento y así evita ser salpicado por la lluvia roja.

Raivaros, viendo que ha surtido efecto su tactica y Lyra a acabado con uno de un golpe, decide aguantar hasta que ella pueda ayudarle, a si que aprovechando la sorpresa de la sangre, rodea la columna por el lado contrario por el que viene el guardia y corre hasta lyra.

El guardia, cegado por la sangre, intenta golpear al nuevo enemigo con la culata de su arma. Lo extraño es que en contra de parecer afectado o aterrado por la cruenta muerte de su camarada, parece feliz, casi en éxtasis. De hecho no para de reir mientras ataca.

Sin embargo, resbala con la sangre de su compañero y cae al suelo. Con él, su arma cae a unos pasos de él.

Lyra, sin una pizca de piedad en sus ojos, se acerca al desgraciado soldado, que no deja de reir. Lentamente levanta el hacha sobre su cabeza y la deja caer sobre la del condenado.

Cuando todo parecía acabado, la sangre que recorre el hacha por el mango hace que este se escape de las manos de Lyra y aterrice a un par de metros, junto a la pared. El hombre se sigue riendo, esta vez a carcajadas.

Raivaros, sorprendido por la actuación de sus enemigos piensa:

Menos mal que yo esoy seco, este hombre parece tener una sangre muy resvaladiza.

Entonces, con su pistola aún en sus manos, dispara al hombre que hay en el suelo.

El hombre, lejos de gritar, suelta otra carcajada.

Desde el suelo y sin dejar de reirse, el soldado comienza a dar patadas a Lyra para quitársela de encima, pero con frustrantes resultados por su parte.

Lyra le patea la cabeza y va a buscar su hacha. La fuerte patada que recibe le hace dejar de reirse por unos instantes, y escupe un par de dientes.

Raivaros continua con su ataque. Apunta al hombre tranquilamente y le dispara, tarde o temprano morirá.

Muere ya cabrón

en cuanto Lyra consiga su hacha, todo estará ganado.

El soldado se retira justo a tiempo para que el láser no le dé de pleno, pero le derrite media boca el disparo de Raivaros.

El guardia se pone en pié, riéndose de manera que pone los pelos de punta, saca su cuchillo y comienza an caminar hacia Raivaros.

A sus espaldas, procedentes de lo alto de la escalera, se escuchan unos pasos que resunenan huecos por la estancia, acompañadas de unos aplausos lentos, irónicos.

Lyra recoge su hacha y saca su rifle, al tiempo que se da media vuelta para ver qué está pasando a sus espaldas.

Raivaros corre a esconderse a la columna que le queda de espaldas, no sin antes disparar al pié del hombre que va a por el con un cuchillo.

Lyra rapido, cargatelo...

Pensava Raivaros mientras corria, ese hombre del que huia le faltaba media cara y parecia con tanta sangre un zombi.

El soldado restante sa lanza tras Raivaros agitando su cuchillo delante de él, mientras intenta decir algo que suena como gorgogeos y gruñidos debido a la herida que le han causado en la cara. Apenas ha recorido unos pasos cuando el potente y característico sonido del disparo de un revólver M55 se escucha desde las escaleras y lo derriba.

A media altura de las escaleras se encuentra un hombre, vestido con las ropas de un oficial de la Guardia Imperial, pero al igual que las armaduras de los dos anteriores estas están cubiertas de sangre. El hombre es calvo, y su porte demuestra que ha sido un soldado toda su vida. En su mano sujeta un enorme revólver que aun humea tras el disparo, y una espada cuelga de su cinturón.

-No se quienes sois, pero tengo que daros las gracias. Y pensar que encargué la protección de la reliquia a semejantes estúpidos...

Avanzó un par de pasos más hasta alcanzar el cuerpo del hombre al que había abatido y cuando estuvo a su altura, le disparó de nuevo reventando su cabeza.

-Parece que los esbirros eficientes son más difíciles de encontrar de lo que creía...

Desenvaina su espada con la mano diestra, mientras levanta el revólver con la zurda.

-Bien, parece que vosotros sois buenos combatientes. Ahora que sabéis de este lugar, no puedo dejaros ir. Veo tras vosotros la sombra de la Inquisición, y no me gusta que se meta en mis asuntos. Os doy una opción: servirme como esclavos, y os daré un gran poder. Más poder del que podáis imaginar...

Raivaros apunta con su arma al hombre que se encuentra enfrente suya, no sabe quien es, pero la da mala espina y mientras apunta con su arma a la cabeza del hombre.

-¿Y como sabemos que podemos confiar en ti?¿acaso no nos matarás cuando bajemos nuestras armas?

Raivaros intenta ganar tiempo para apuntar al hombre y dale tiempo a prepararse a Lyra para acabar con él.

El hombre rió con fuerza, y sus carcajadas resonaron por la fábrica. La maquinaria se había detenido y el eco hacía parecer su risa sobrenatural. Mientras levantaba su pistola y apuntaba a Raivaros, dijo:

-Cierto, no me he presentado. Soy el Sargento Alder, de la Guardia Imperial. Pero es solo es en apariencia. En realidad trabajaba para la Inquisición. Esos idiotas me ordenaron recuperar algo del espacio. Algo tan poderoso que ni ellos sabían a qué me mandaban. Sacrifiqué hasta el último de mis hombres para cumplir sus órdenes, ¿y para qué? ¿Fama, dinero, poder, o solo un mísero "gracias"? No, ellos no me iban a dar nada, así que oculté el artefacto aquí abajo y me centré en estudiarlo. Ahora sé qué es... ¡Y su poder es mío!

Una tanda de carcajadas y sigue charlando:

-Y dices que no sabes si os mataré... ¡Puedo hacerlo cuando desee! ¡Solo os ofrezco alargar un poco más vuestras míseras vidas mortales!

Lyra apunta con su rifle a Alder y le grita:

-¡Baja el arma o seré yo quien acabe con tu mísera vida!

Raivaros vio que Lyra ya estaba preparada, a si que aprovechando que ya tenia al hombre en su punto de mira, le comenzó a disparar.

Muerete cabrón...

Raivaros arieta el gatillo dos veces antes de que Alder tenga tiempo a reaccionar, pero a pesar de haber apuntado ambos haces láser pasan a los lados del objetivo sin impactarle.

Al ver los disparos de su compañero, Lyra reacciona y dispara una ráfaga apuntada a la cabeza del hombre, alcanzándole con el primero de los disparos. Pero a pesar de de la puntería de la mujer, el disparo solo le quema el pelo al sargento.

Sin embargo, la bala de Lyra hace moverse al sargento, que falla su disparo: una bala del calibre suficiente para haber arancado de cuajo la cabeza del tecnosacerdote, y que destroza parte de la columna en la que impacta.

El hombre parece llevarse la mano a la cara y pronunciar unas palabras, antes de señalar a Lyra con su mano. Nadie sabe qué pretende con eso. Posíblemente solo la está maldeciendo.

Raivaros no espera a que el hombre se prepare para el combate, y continua disparando su arma contra el, tiene que matar a ese hombre si quiere sobrevivir.

¡Muerete de una puta vez!

Dos impactos láser hacen salir humo del chaleco antibalas quemado que se oculta bajo sus ropas. Paree que de todas formas le han hecho daño.

Alder vuelve a llevarse la mano a la cabeza, pero esta vez señala a Raivaros. A Lyra le pega un tiro. Y esta vez ocurre algo. Algo muy extraño.

El disparo destroza la pared tras la guerrera, pero Raivaros no tiene tiempo a reaccionar antes de que una fuerza invisible le lance volando contra la pared, y después cae desde media altura.

Toda la fábria parece sufrir un cortacircuito: las máquinas dejan de funcionar, y una descárga eléctrica las recorre durante unos instantes. Pero sea lo que sea eso no afecta solo a las máquinas. A Lyra y Raivaros también los sacude una descarga de energía, aunque menor, y sus armas sufren una sobrecarga, averiándose en el acto. La cosa pinta peor para Raivaros, a quien sus sistemas mecánicos le fallan durante unos instantes, antes de que el sistema se reinicie y vuelvan a funcionar.

El Sargento Alder da un salto sobrenatural con el que asciende hasta la parte superior de las escaleras, y levita un segundo antes de caer al suelo.

-¡MALDITOS ESTÚPIDOS! ¿Os ofrezco el poder de un Dios y me atacáis? Entonces... ¡OS MATARÉ!