Partida Rol por web

Tras hacer un pequeño montículo de tierra y piedras, a modo de altar, desnudo mis pies y me concentro, invocando a un kami de tierra.

- Necesito saber quién ha matado a la reina Shiroi, compañera de Ouyama, espíritu guardián de la senda a Chikushudo -

Espero paciente la respuesta, poniendo todos mis sentidos en lo que me rodea...

Los espíritus son seres impredecibles y sus manifestaciones son el producto de sus caprichos más que de algún orden lógico que los humanos puedan comprender. En este caso el kami de Tierra que responde a la llamada de Noboatsu adopta la forma de un pequeño círculo de piedras flotando en torno a un pequeño núcleo de luz.

La mató un humano con piel de Tierra cálida y que utilizaba una Tierra de esta altura - el kami se eleva flotando hasta la cabeza de Noboatsu - Después utilizó una Tierra pequeña para arrancarle la piel y llevársela, arrastrando consigo a su espíritu...

- ¿Donde está ahora esa piel con el espíritu de la reina? - Contesto rápidamente, sabiendo que más tarde podía pensar en las respuestas enigmáticas del kami de tierra. Mil preguntas más surgen en mi mente como un remolino, pero sé que no dispongo de todas las preguntas que necesitaría para desvelar todo el asunto. Sin embargo, sé que la información, aunque no fuese clara, me daría un hilo por el que empezar a tirar... La verdad es que la primera respuesta apenas me había aclarado nada... salvo que la mató un humano, lo que no era gran cosa. Mientras esperaba la respuesta del kami, me preguntaba si no habría sido una idea estúpida el molestar a un kami, sabiendo por mi experiencia su tipo de respuestas...

Más allá de mi dominio en esta dirección - las piedras que forman el cuerpo del kami se unen para formar una tosca representación de una senda de montaña que se dirige hacia el noroeste - Tus preguntas han sido contestadas, humano. Adiós - el kami apenas le da tiempo a Noboatsu a asimilar sus respuesta. El orbe de luz dorada desaparece y las piedras que orbitaban alrededor caen inertes al suelo...

- Lo suponía - digo para mí, tras la repentina desaparición del kami. Después de bastante tiempo como shugenja, hablando y tratando de comprender a los espíritus, parece que necesito más entrenamiento para comprender completamente los encriptados mensajes de éstos.

No tengo demasiada información, pero al menos tengo un hilo del que tirar. Si logro encontrar esa senda... Intento dibujar en un trozo de pergamino la senda de la montaña representada por el kami. Me dirijo de vuelta al pueblo, preguntándome si habrá algo parecido a una posada... No creo que deba aprovecharme de la anciana y dormir en su casa, pero el bosque no parece de lo más apacible en estos momentos, y en estos momentos necesito descansar...

Al no encontrar posada en el pueblo Noboatsu tuvo que aceptar la hospitalidad de Sae. A la anciana le resultó un inestimable consuelo que un auténtico hablante con los espíritus la acompañara en los rezos por su familia para que siguieran adelante en la otra vida y no se convirtieran en fantasmas vengativos. Pese a la humildad de la morada de la anciana Noboatsu duerme a pierna suelta. Realmente el día de ayer fue agotador.

Noboatsu despierta al alba encontrándose con que la anciana ya no está. Pese a su dolor y su pena aún tiene que cumplir con sus obligaciones. No obstante se ha tomado el tiempo necesario para remendar el kimono de Noboatsu allí donde lo desgarró la princesa San y dejarle un tazón de un guiso de mijo fuertemente especiado que le hace sentir como si hubiera desayunado dos veces.

Mira que eres perezoso - Oki-Chan lo mira burlona desde la entrada. Sin embargo su semblante se pone muy serio antes de seguir - Conseguí hablar con el Gran Ouyama. La situación es mucho peor de lo que sabíamos. Su cólera se está contagiando a los demás habitantes del bosque y a no ser que la aplaquemos todos se convertirán en una legión de espíritus vengativos. No sé qué pasaría entonces con el camino hacia Chikushudo, pero seguro que no será nada bueno. El Gran Ouyama ha accedido a reunirse contigo. Te esperará a la hora del Mono (1) en el mismo lugar en el que hablaste con su hija. He empezado a convencerlo de que te deje ver el cuerpo. Tú tendrás que terminar esa tarea. Vamos, levántate. Aquí hay mucha gente que necesita que la consueles y la ayudes a aplacar a sus propios fantasmas. No te preocupes por llegar tarde. Ya sé que tú tardaste un día entero en recorrer esa distancia pero yo me conozco unos pocos atajos...

Seguidos de cerca por el campesino, los cinco samuráis llegan a Higashidani Mura al final de la hora del Caballo (1). Aquí el río se ha ensanchado hasta los ocho ken (1) y hay varios puentes tendidos sobre él. A ambos lados del río se encuentran las humildes viviendas de los granjeros aún marcadas por el ataque de los animales. A la entrada de la aldea llama la atención el hecho de que los campos de arroz más cercanos al río, que sí disponen del agua necesaria, no están siendo atendidos por ningún granjero como si hubieran sido espantados por un Dorotabo (2). La explicación se encuentra al llegar a la plaza central del pueblo: los granjeros se han reunido en torno a un patíbulo cuyas nueve horcas están ocupadas por hombres, mujeres y niños de diversas edades. Los granjeros mantienen las cabezas gachas y las manos juntas en actitud de rezar, suplicando a las almas de los fallecidos que les perdonen por no haber podido evitar su muerte. El hombre que dirige la ceremonia desde los pies del patíbulo lleva un grueso kimono de viaje con los colores del clan del Zorro (3). Lo acompaña una chica joven vestida con un kimono rojo cuya expresión es de querer estar en cualquier otra parte...

Mientras Noboatsu dirige los rezos de los aldeanos para despedir a los espíritus de sus muertos, no puede parar de pensar en las palabras de Oki-Chan de su última conversación. Están realmente mal las cosas, y el peso de su promesa se yergue sobre el kitsune...

Todo es dolor, rabia y pena en esos momentos, hasta que se hace un silencio incómodo ante la aparición de los samurai. Gestos de miedo entre los aldeanos ante las figuras aparecidas, quizá por recuerdos recientes... Rezo una última oración de despedida y me dirijo despacio hacia los recién llegados, fijándome en todos los detalles posibles: ropas, algún mon bordado en ellas, armas, gestos.. Necesito saber quienes son antes de hablar ante ellos...

Los samurai ven dirijirse hacia ellos a una figura antaño delgada y fibrosa, y ahora algo más dejada en su físico. Ropas de buena calidad, pero desgastadas por el constante uso. Los más observadores incluso pueden ver algún remiendo reciente en el kimono. Los colores de sus ropas le distinguen claramente como un miembro de la familia del zorro, cuyas tierras no se encuentran demasiado lejos...

El desolado paisaje de campos de arros secos los acompañó durante su breve viaje hasta Higashidani Mura, donde fue relevado por fértiles campos de arroz desatendidos.

- ¿Por qué están estos campos desatendidos? Si se echa a perder esta cosecha morirá mucha gente de hambre…- comentó Daijiro con la voz ligeramente quebrada por la vista del lamentable estado en que estaban las casas de las gentes del poblado. Por doquier se veían marcas de animales, tanto en el suelo como en las casas.

Al llegar a la plaza del pueblo la visión no pudo ser más desagradable: 9 personas ajusticiadas, entre ellas niños que no habrían podido cometer ningún crimen que mereciera tal castigo. ¿Quién habría hecho algo así? A los pies del cadalso había un samurai del clan del Zorro oficiando la despedida a los muertos. Los aldeanos lo rodeaban siguiendo las oraciones. Daijiro se dió cuenta entonces que llevaba las manos crispadas sobre las vainas de su daisho. Respiró hondo y trató de serenarse lo suficiente como para prestarle a los muertos el respeto que merecían, detuvo su caminar y siguió los rezos por los difuntos hasta el final.

Una vez concluidas las oraciones, el Zorro se acercó a ellos. La expiesión apenada de su rostro le hizo suponer a Daijiro que ese hombre sentía tanto como él la pérdida de las vidas de los campesinos, por lo que difícilmente habría sido él quien ordenara su ejecución. Cuando el samurai estuvo lo bastante cerca, Daijiro se acercó a él en actitud seria pero claramente no agresiva y le dijo:

- Kitsune-san- hizo una pequeña reverencia.- Mi nombre es Mirumoto Daijiro, bushi del clan Dragón. Mis compañeros y yo venimos enviados por el Daimyo Mirumoto Masayuki-sama para ver qué había de cierto en las historias que han llegado hasta sus oídos sobre los ataques de los animales a la presa, pero no esperábamos encontrarnos con esta masacre: ¿Es obra suya?- Al terminar la pregunta sus ojos se tornaron fríos y duros como el acero y sus manos se relajaron visiblemente sobre las vainas de sus espadas. Todo indicaba que estaba preparado para una respuesta rápida si era necesario, pero esperaba no tener que hacerlo.

La visión de la aldea es algo horrible. Saiki jamás habría esperado tener que contemplar semejante destrucción en lo que se supone una pacífica zona de campesinos. Ni siquiera las anteriores conversaciones con Murai podrían haberla preparado para lo que tiene ahora delante. Murai... la shugenja hace un ademán de girarse para ofrecer su apoyo al campesino, pero en el último momento se lo piensa y abandona la idea. No está segura de que pueda hacer o decir nada que le ayude.

Daijiro ya ha iniciado una conversación y se está dirigiendo al hombre del clan del Zorro. Viendo que hay todavía bastantes campesinos en la aldea y que dan muestras de estar muy tensos Saiki se dirige hacia ellos y con breves palabras se ofrece para seguir con la ofrenda a los antepasados, o para iniciar cualquier rezo que consideren conveniente.

Para todo aquel (como Daijiro o Daiki) con formación militar, sin embargo, está claro que el entrenamiento Tamori ha vuelto a tomar el mando. La situación puede estallar en cualquier momento y si lo hace es mejor no correr riesgos innecesarios. Saiki nunca pierde de vista a sus compañeros bushi y no se permite el lujo de distanciarse de ellos. Se mantiene a un lado, hablando con los campesinos e intentando tranquilizarles pero a su vez protegiendo el flanco ante lo que podría ser una aldea que se lanzase sobre ellos.

En cuanto estoy cerca de ellos se presenta el que quizá sea su líder. Parece un grupo variopinto, y lo suficientemente numeroso como para ayudar a resolver el problema o como para acabar de hundirlo todo.... Veremos, pienso para mí. El grupo no puede ver en el kitsune el daisho habitual de los bushi, por lo que dan por supuesto que se trata de un shugenja. Se mantiene en todo momento con las manos a la vista, quizá ante la invisible amenaza del bushi con las manos prestas en su katana.

- Mirumoto-san - respondo, devolviendo la misma inclinación, tanto para su interlocutor, como para el resto de su comitiva. - Mi nombre es Kitsune Noboatsu, del clan del zorro. Fui enviado a estas tierras por mi señor, Kitsune Daigoro-Sama, para investigar ciertos asuntos espirituales que pueden tener relación con nuestro clan. Me disponía a presentarme al señor local cuando me he encontrado todo esto - Digo dirigiendo la mirada tanto hacia el patíbulo como hacia las cosas en ruinas. - He averiguado algunas cosas en el poco tiempo desde mi llegada, pero no han sido los animales quienes han causado esto... - Una pequeña duda silencia la frase de Noboatsu - no exactamente... - finaliza - Es complicado, pero creo que podría tratar de explicaros lo que sé... Si me hicieseis el favor de contarme antes lo que sabéis o lo que os han contado, y así poder completar la historia. Por cierto - digo casi con sorpresa por el olvido - Esta es Oki-san. Me acompaña en mi investigación. - Hago un gesto a la kitsune para que se incline...

- Por cierto - digo algo ruborizado - No pretendo entrometerme en la justicia realizada por un daimio - continuo con una reverencia amplia - Estos aldeanos han sido condenados por Mirumoto Kobo. Sin pretender dudar del crimen que hayan cometido, creo que sería importante tanto para ellos - hago un gesto a los aldeanos, que aún nos miran con temor desde sus puestos, cerca de sus familiares colgados - como para los espíritus... Que algo tienen que decir en todo este asunto... Darles un entierro digno. Creo que ya han pagado sobradamente su crimen. -

La joven da un respingo de la sorpresa. Después se inclina en una respetuosa reverencia - Perdonadme, señores. No pensé que Noboatsu-sama fuera a tener a bien mencionarme. Como ha dicho mi nombre es Oki. Sólo soy una guía y exploradora forestal, pero estoy a vuestro servicio. Os ruego me disculpéis pero no puedo soportar más esta visión - señala con un gesto de la mano a los cadáveres ya resecos después de estar colgados durante varias semanas - Noboatsu-sama, no olvides tu cita de esta tarde, por favor.

Tras hacer otra reverencia cruza un puente y se pierde de vista entre las casas del otro lado. Los demás campesinos siguen rezando en silencio mientras se apartan para hacer hueco al grupo de samuráis. Ninguno de ellos se atreve a mirar a los Dragón directamente, y sólo Daiki recibe alguna que otra mirada de interés...

Las palabras del Kitsune tranquilizaron al bushi Dragón, que apartó las manos de su daisho y suavizó su mirada. Siempre había sido muy bueno detectando las mentiras y no sentía que el zorro lo estuviera haciendo. Sin embargo Oki... notaba algo extraño en ella, pero no le dio mayor importancia, al menos por ahora.

- Entiendo, Noboatsu-san. Debemos ponernos al día pero no lo haremos ahora. Primero ayudaremos a esta pobre gente con sus difuntos. Noto cierta animadversión hacia mi clan entre esta gente. ¿Puede encargarse usted de hacer llamar a los eta para que entierren los cuerpos? Si pueden indicarme dónde está el camposanto y me dan una pala me encargaré yo mismo de cavar sus tumbas.- Miró a sus compañeros tras decir eso, consciente de que no era lo más adecuado para un samurai.- Los Dragón de Kobo-sama han hecho esto. Los Dragón de Masayuki-sama debemos arreglarlo.- Se volvió a inclinar ante Kitsune Noboatsu-san en señal de agradecimiento por su ayuda, tomó una pala y se dirigió al camposanto para empezar con su duro trabajo.

Al ver que no parece inminente un enfrentamiento Saiki se relaja. Los campesinos no se muestran muy amistosos con los miembros del clan Dragón (y no se les puede reprochar nada) pero tampoco parecen hostiles. Son un grupo de gente asustada y desesperada, muy similares a Murai.

Viendo que no hay peligro se acerca de nuevo al grupo. Las palabras de Daijiro y su intención de ponerse a cavar la pillan por sorpresa, y dado que no es especialmente buena fingiendo, se puede ver reflejado en su cara. Se queda pensando un momento, mirando a la nada, como si estuviese teniendo una conversación con alguien en su cabeza. Al cabo de un rato se agacha y coge un puñado de tierra y lo mira fijamente. Se gira hacia el resto de sus compañeros.

No nos olvidemos de que además del trabajo duro tenemos pendientes otras cosas, Yuya-san.

Dicho esto camina hacia donde está Daijiro, le dedica una sonrisa sincera y sin decir una sola palabra se pone trabajar junto a él.

Noboatsu contempla algo nervioso la partida de Oki-chan, mientras busca en el cielo señales para averiguar cuanto falta para la reunión...

- Ruego me disculpen - digo a los samurai mientras estos empiezan a caminar entre los aldeanos con intención de enterrar a los muertos - pero debo acudir a la reunión que me trajo aquí. Les prometo volver aquí lo antes posible, y así podremos compartir la información que dispongamos. Pueden aprovechar para descansar, después de dar sepultura a los muertos. Intenten hablar con esa anciana, Sae, para cualquier cosa que necesiten. Ha perdido a toda su familia, así que sean amables, por favor. -

Antes de irme me giro por última vez y digo como advertencia - Han sufrido mucho por la mano de su señor - continuo mirando hacia los aldeanos - por lo que no esperen una cara amable hacia cualquier dragón. Al menos, por el momento. Ahora sólo esperan volver a su vida pasada, sabiendo que ésta nunca volverá... -

Y así me dirijo en la dirección que he visto partir a Oki-chan, esperando no llegar tarde a la reunión con...

El Fénix observó la escena desde su poni. No se encontraba a gusto con ese tipo de situaciones, pero quién era él para poner en tela de juicio las decisiones de un Daimio sobre las medidas a tomar o no.

Mirumoto se adelantó tratando el tema con el grueso shugenja Kitsune, pero la postura del Dragón dejó mucho que desear al tratar de intimidar a su interlocutor posando la mano sobre su acero. Una actitud para nada honorable y con la que Daiki no se sentía representado por lo que espoleó su montura más adelante para tratar de sacar sus propias conclusiones al respecto a la escena que se presentaba ante sus ojos.

El Shiba desmontó cerca de la mayoría de los heimin. –“Buenas tardes, mi nombre es Shiba Daiki, ¿Alguien podría decirme qué les ha llevado a esos campesinos a colgar de un árbol hasta morir? No debéis temerme, pues no soy vuestro enemigo. Estoy aquí para ayudar". Dijo con voz suave y calmada, no dejando que ningún tipo de emoción se dibujase en su joven rostro.

Ante el ofrecimiento de los Dragón a cavar ellos mismos las tumbas de los campesinos fallecidos, Daiki arqueó una ceja. Esa no era una tarea adecuada para un samurái, pero él tampoco era nadie para negarle una deshonra más al duelista Mirumoto. No habían sido enviados a ese lugar para hacer el trabajo de los eta de la zona, sino para esclarecer lo sucedido cuanto antes, pues solamente de esa manera ayudarían verdaderamente a los pueblerinos.