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LA TORRE ABANDONADA DE LA CIÉNAGA

El templo: la casa de la mañana

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05/05/2014, 22:04
León

La casa de la mañana, el templo consagrado a la luz y la bondad, era el sitio donde había estado instruido, y mi actual hogar.

Estaba construida en granito, en el centro había una gran fuente, encabezada por una gran estatua, en su día se decía que había estado decorada con partes bañadas en oro, pero ya, por el motivo que fuese, no estaban, las enredaderas crecían por ella libremente, y florecían de forma mas bella que cualquier decoración dorada.

El techo de la sala central cayó tanto de forma física como en el olvido, en vez de eso arboles plantados donde debían haber columnas, sus ramas y follaje formaban el "techo" por el cual resquicios de luz se colaban y llegaban a la fuente, y esta la reflejaba por toda la sala, iluminándola y dando una absoluta sensación de serenidad en la sala.

Había bancos de piedra, las patas de estos parecían manos, el maestro siempre dijo que simbolizaban la hermandad y el apoyo entre las personas.

Finalmente al fondo había el altar, era una gran losa de una piedra casi translucida cubierta por un manto ribeteado, en el centro tenía una estatua pequeña, se podía reconocer en esta lo que el tiempo quitó a la mayor, a los pájaros siempre les gustó jugar allí, seguramente fuera por que el maestro siempre les dejaba bayas para comer.

Apartada en la derecha se encontraba una puerta que daba al corredor, la luz se colaba por una ventana y rebotaba en unas piezas de metal pulidas engastadas en las columnas, costaban bastante de lustrar, en los lados los dormitorios y el baño y al final las escaleras, una de bajada y otra de subida.

En los antiguos tiempos todas las habitaciones habían estado ocupadas, pero hoy en día ni siquiera la mitad, algunas eran inhabitables, los baños eran pequeños, pero estaban bien limpios, era algo en lo que preferíamos poner empeño.

Las escaleras de bajada daban a la cripta, donde descansaban los que antaño dieron su vida para desterrar la oscuridad.

Las escaleras de subida daban al piso de arriba, donde se encontraban el cuarto de meditación donde entrenábamos cuerpo y mente, al otro lado estaba la biblioteca, siempre pensé que había estado mal colocada, pues los de la otra sala solían molestar con el entrenamiento.

Finalmente en el fondo de la biblioteca había una pequeña puerta, y en ella el cuarto del maestro Ethos.

En cuanto a los que allí residíamos, no eramos tantos como antaño fuimos.

Primero estaban las gemelas Frea y Ethna, la maestra Karin las recogió de su aldea, que había estado devastada de forma inmencionable, que habrían visto las pequeñas que durante su primera semana no probaron bocado alguno. Por lo general eran muy trabajadoras aunque se echaban a jugar con facilidad.

Segundo se encontraba Nicolás, quinto hijo de una familia adinerada que ,sin saber que hacer con el, lo mandaron a servir a dios. Era bravucón, y algo desconsiderado, pero al final siempre obedecía,le gustaba pelearse con los pájaros, argumentando que cagaban todo el lugar, pero en el fondo era buen chico, solo algo fuera de lugar.

Siguiente, yo. En sus días solía correr arriba y abajo del templo, me gustaba leer libros, siempre me colaba en el cuarto del maestro para leer con tranquilidad. En estos días me dedicaba a hacer el trabajo que el maestro solía hacer en la ciudad, ya no podía por cosas de la edad.

Después venían Tristán y Will, los veteranos, casi nunca estaban allí, siempre estaban de viaje, a Tristán le gustaba viajar y andar por todas las tierras, y una serie de malentendidos y malos rumores mantenían alejado a Will.

La maestra Karin, una señora ya mayor que siempre me pareció malhumorada, últimamente se ocupaba de dirigir el templo, pues la salud del maestro empeoró con la edad.

El maestro Ethos, la persona que me rescató de pequeño, era una persona extremadamente respetada en la ciudad, era amable con todo el mundo, y solía ayudar a todo el que podía, travajo del cual ahora me encargaba yo. Las malas lenguas decían que sus orígenes eran mas oscuros de en lo que se había convertido, nunca lo creí, y nunca pregunté, en su día fue un gran luchador, con una armadura pulida e inscrita que reflejaba como un espejo de metal pulido, pero en la actualidad era un hombre viejo que ya ni siquiera podía mantenerse bien en pié.