Partida Rol por web

Sábado, 17 de Enero de 1925. 8:00

Era una mañana fría y nubosa. Las calles de Nueva York habían vuelto a la vida como cada día, ajenas a la oscuridad que atenazaba los corazones de los investigadores. Los sucesos de la noche anterior les habían mantenido en vela y, si en algún momento conseguía vencer el sueño, horribles pesadillas se encargaban de despertarles.

Brenda, Mina y Ian se encontraron en la entrada del Hotel en el que se hospedaba el párroco, cabizbajos y con los ojos enrojecidos por la falta de sueño o las lágrimas.

-Hola, buenos días. Vaya, no parece que ninguno de nosotros haya podido descansar demasiado. No es de extrañar, claro...

Se arrebujó en su abrigo, intentando que el grueso paño de lana le transmitiera alguna pizca de calor. Tenía frío, a pesar de la ropa, del sombrero de piel, de una bufanda alrededor del cuello, de los guantes, y de que se había calzado botines y gruesas medias.

-Estoy helada... si no les parece mal cojamos un taxi y salgamos ya...

- Buenos días, padre MacColnom - saludó Mina con una suave sonrisa, una vez que ambas jóvenes hubieren logrado dar con aquel hombre enorme.

Luego miró a Brenda, que tiritaba debajo de capas y capas de ropa. Signo inequívoco, para ella, de que tenía problemas... Mina sabía muy bien qué era lo que pasaba con el cuerpo cuando las noticias para digerir son excesivamente grandes. Había tiritado en el arduo calor de los veranos secos durante mucho tiempo, aún en noches templadas, envuelta en los recuerdos.

Sin decirle nada, se acercó más a ella, y la rodeó con un brazo. Su mano frotó uno de sus hombros, sin ninguna esperanza de darle más calor. Sin embargo, el gesto tenía una impresionante calidez, y Mina se disculpó con una sonrisa de no poder ayudarle con el frío, aunque quisiera hacerlo. Miró al padre MacColnom de nuevo, soltó delicadamente a Brenda, y asintió.

- Bien. La parada de taxis, creo, está más en la esquina... Me disculparán de hacer una parada en el camino, pero tengo que enviarle el telegrama al profesor Landgrave.

Les hizo un gesto para que fueran hacia allá. Miraría de parar el primer taxi que cruzara el horizonte. Una vez dentro, si ninguno tuviera problemas, daría la dirección del correo más cercano, se bajaría y en cinco minutos resolvería el tema del telegrama; y luego pediría ir hacia la universidad de Columbia, sería quien primero se bajaría, y se dirigiría derecho a los guardianes de las grandes puertas, que como siempre sonrientes la dejarían pasar en un día no habitual.

El taxi cruzó las transitadas calles de Nueva York mientras sus ocupantes intercambiaban alguna palabra de vez en cuando. En su mayor parte reinó el silencio.

Mina no tuvo problemas para enviar el telegrama y, un rato después, el taxi se detuvo frente a los jardines de la Universidad. Todos ellos habían estado ahí en alguna ocasión por lo que no se sintieron especialmente conmovidos por la singular belleza del campus.

Tras pagarle el trayecto al taxista los investigadores descendieron del vehículo y echaron a andar hacia las enormes dobles puertas que daban acceso al interior, bajo la atenta mirada de los vigilantes que en ningún momento intentaron detenerlos.

Una vez dentro, Mina asumió el papel de guía.

Los pasillos de la universidad los recibieron en una soledad no habitual. El eco de sus pasos los acompañó en el silencio que se había ceñido sobre ellos, sólo roto por el cálido saludo que Mina había dedicado a los vigilantes, correspondido con la cordialidad de los años. Parecía que ninguno tenía nada especial para decir: o al menos, la concentración de estar caminando hacia una posible fuente de pistas, sobre una situación demasiado cruel y de recuerdo nítido y latente en ellos, les hacía ni siquiera pensar en iniciar una charla. O quizás no era que no tenían nada para hablar, si no les faltaba el ánimo para la trivialidad.

La acústica de aquella construcción, en su manificencia, parecía especialmente intimidante. El sonido, el poco sonido de aquel pasillo especialmente intransitado, parecía música clásica acompasada. Finalmente, Mina se detuvo frente a una puerta doble que los otros dos debían conocer, y se quedó un momento mirándola antes de volverse hacia ellos.

- Esta es la biblioteca - dijo, poniendo la mano sobre el picaporte para abrir. - No debería haber problema alguno en que tomen cualquier libro que se les ocurra... Si lo tienen, lo solucionaré.

La puerta se abrió, y la sala de erudición golpeó sus retinas como el más bello paisaje que un intelectual pudiera soñar jamás. Uno o dos muchachos se encontraban, dispersos en mesas muy separadas, tan sumidos en sus lecturas que ni siquiera levantaron los ojos para ver la fuente del único sonido que había osado interrumpirlos. Mina sonrió sin poder evitarlo, y luego les hizo un gesto para que pasaran y se sintieran cómodos.

- Los dejaré un momento aquí. Quiero ver si puedo hablar con alguno de los profesores... pero tengo que buscarlos, y la universidad, como habrán visto, es muy grande. Y algunos son muy... - Mina sonrió más. - Muy celosos de su erudición. Si están de acuerdo, volveré en unos minutos. La bibliotecaria me conoce, y si tienen algún problema, invoquen mi nombre o el del profesor Landgrave.

- Muchas gracias, niña. Vamos a ver si podemos sacar algo en claro de aquí.

Dicho esto, MacConlom comenzó a repasar los lomos de los volúmenes en silencio, sacando de vez en cuando algún tomo para hojearlo y devolverlo después con una expresión decepcionada, pero sin relajarse en su búsqueda por un solo momento.

Los esfuerzos de Mina por encontrar a alguien que les pudiera echar una mano no fueron del todo en balde, aunque hubiera sido mucho más provechoso si no se tratara de un Sábado.

Encontró a los profesores Monroe y Stark pero ambos estaban ocupados con sus investigaciones y se disculparon muy amablemente.

Las horas transcurren rápidamente mientras los tres investigadores intentan encontrar información que pudiera arrojar alguna luz sobre los sucesos de la noche anterior. Brenda y Ian seguían revisando volúmenes y más volúmenes cuando Mina llegó nuevamente con expresión abatida: venía sola y la reducida biblioteca privada del profesor Landgrave tampoco había sido de mucha ayuda.

Entre los tres siguieron buscando alguna pista a la que poder agarrarse, sin tener muy claro qué es lo que esperaban encontrar.

El padre MacConlom ojeaba afanósamente un montón de libros que había reunido encima de la mesa donde estaba sentado, todos ellos con títulos que tenían algo que ver con sectas, rituales y sacrificios humanos.

A duras penas pudo evitar un ligero grito de satisfacción cuando encontró un pasaje en un libro del explorador inglés Richard Burton en el que se describían sacrificios humanos rituales donde las víctimas eran desventradas con unos machetes de origen africano llamados prangas. Según las anotaciones de Burton, restos de estos sacrificios habían sido encontrados al este del Lago Victoria. El libro mencionaba también que a las victimas se les marcaba la frente con signos mágicos pero no incluye descripción alguna.

¿O quizás era solo una coincidencia?

Mina dejó que Brenda y el padre siguieran buscando información y se dedicó a revisar noticias en los periódicos locales. Después de hora y media podía estar satisfecha habiendo encontrado los siguientes titulares:

Cita:

Cita:

Cita:

Cita:

Brenda estaba concentrada, se había colocado las cosas en una mesa de un rincón, y había abierto su eterna libreta de anotaciones sobre la mesa, junto con una estilográfica, un lápiz y una goma de borrar pulcramente ordenados a un lado.

Después se había dirigido al fichero, y había pasado un buen rato saltando de tema a tema, hasta dar con unas cuantas fichas interesantes. Pertrechada con ellas se dirigió entonces a la conquista de la bibliotecaria, y entre susurros le entregó las fichas, y aprovechó para pedirle más información, apelando a sus conocimientos y profesionalidad.

Se centró en pocos puntos de investigación. El símbolo en primer lugar. Luego, la expedición Carlyle, y sus componentes, haciendo hincapié en la Fundación Penhew, en Londres. Y también se documentó sobre La Gran Grieta, en Nairobi, y las excavaciones que allí habían tenido lugar. Pidió también mapas de la zona...

- ¡Loado sea el Señor! - gritó MacConlom, haciendo girar varias cabezas enfurecidas en la biblioteca.

- Brenda, hija, mira esto -dijo, señalando un párrafo de un grueso libro-. Parece que puede haber alguna conexión entre los asesinos de Elias y la región del Lago Victoria. Según dice aquí, a los sacrificados por cierta religión de la zona se les marcaba con un símbolo... Podría tener relación con el dibujo que encontramos en la frente de Elias. ¿No dijisteis que la Expedición Carlyle había podido pasar por Kenia?

-¿Sí...? Déjeme ver... Si, la Expedición partió de Nairobi hacia el Gran Rift...

Susurra la mujer, mucho más silenciosa que su impetuoso compañero.

-Esto cuadraría perfectamente con eso que ha encontrado acerca de esa... costumbre, en esa zona del lago Victoria. ¿Hay algún dibujo del símbolo en cuestión...?

Se entretiene leyendo el párrafo del volumen que el sacerdote le pasa, pero antes añade:

-Ah! Y mire usted de quien estamos buscando la pista, Padre... mire lo que he encontrado yo sobre los... personajes... expedicionarios.

Y le acerca un montón de notas manuscritas en una caligrafía uniforme y leíble, perfectamente alineadas y sistematizadas.