Partida Rol por web

ibamos de camino cuando nos encontramos a una mujer mayor y a un joven mercenario, o eso parece, y la mujer es agradable e intenta vendernos algo, pero yo no veo nada de interés, así que miro a mis compañeros por si veían algo que les llamase la atención, pero yo centro en el mercenario, quien supondría que es el hijo de la señora, ya que esta no parecía ser de las que tenían dinero para una espada de alquiler.

Fârandar miró a la joven damisela estrechando los ojos ligeramente, sopesando sus palabras. - Oh, no me llaméis "señor", por favor. Fârandar servirá igualmente. ¿Puedo llamaros Lenna? - le dijo a la del cabello claro. 

Siguieron su camino, tras recoger todo su equipo y demás enseres, y pronto el viaje se convirtió en un simple poner un pie delante del otro, esquivar ramas y raíces que sobresalían del suelo y vigilar los alrededores. - ¿Os sería de mucho inconveniente compartir la razón por la que vais a Unterbrok? Me ha dado la impresión que tenéis prisa. ¿Alguna urgente cuestión de familia?* - le preguntó con cierto tacto, adentrándose en terreno desconocido con cautela. Ella era la única que parecía ir en una dirección por alguna razón en concreto, y al elfo le asaltó la curiosidad sana. 

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En un momento dado, vieron venir de frente una curiosa pareja. El elfo miró alrededor, suspicaz, pensando en lo valientes o estúpidos que eran aquellas dos personas por viajar solas por un bosque tan peligroso. Pero el ser humano es así, sus vidas cortas, y sus acciones, imprudentes. El joven elfo aún tenía que aprender mucho, entre otras cosas, a dejar de ser tan impulsivo, se parecía demasiado a los humanos, según su familia. 

- Bienhallados. - contestó con su musical y varonil voz el elfo con una inclinación respetuosa, llevándose la mano derecha al pecho, en señal de saludo de paz. La anciana mujer les ofreció la mercancía de su carromato, donde habían diversos cachivaches, cosas que se podrían denominar perfectamente como basura, pero aún y todo, llevaba un par de cosas interesantes. Mientras, el hombre, acostumbrado a las armas, no les quitaba ojo de encima sin decir nada, pero tenso y preparado para el combate. El elfo enseguida le echó el ojo al barril de cerveza. - Vaya, o Isha nos ha bendecido hoy, o alguien se lo está pasando muy bien ahí arriba. - dijo con un tono divertido, gesticulando con el mismo brazo derecho y señalando hacia las alturas. - Maese Kurdrim**, ¿os place éste barril como pago por nuestra apuesta? ¿Qué lleva el barril y cuánto cuesta? ¿Podría catarlo él antes de comprarlo? - preguntó el elfo a la mujer, haciendo el gesto del dinero con los dedos, señalando el barril y luego a Kurdrim, para luego hacer el gesto de beber con la mano derecha. 

Toqueteó la cuerda mientras esperaba la respuesta, pero ya llevaba bastante peso y aunque poco, aquello podría aumentar aún más la carga de sus espaldas, y ya le estaba costando, así que la soltó. - Lástima, quizá nos vendría bien para subir o bajar de un sitio alto, como una torre. - pensó. 

- ¡Que me afeiten si eso no es curioso de ver! Menuda pareja que ha decidido pasear por el bosque- espeté al ver aparecer por el camino a la peculiar pareja con su carromato lleno de mercancía. Al anciana era curiosa, pues pese a su apariencia endeble era quien tiraba del carromato; del hombrecillo, pese a todo el acero que llevaba encima, no me despertó más atención que una mirada para saber que nada me interesaba de él, salvo que hiciera alguna tontería, con lo que me dediqué por entero a inspeccionar el contenido del carro con ojo crítico separándome a los pocos instantes mientras al escuchar que el elfo quería saldar su deuda con el barril

- Mmmm. Un barril lo consideraría pago justo por haber hecho que te tragaras tus palabras, sí- contesté meneando la cabeza una única vez en señal de asentimiento - En cuanto al hacha, déjame verla más de cerca, mujer

–Muy bien... Fârandar –dijo la muchacha con pómulos algo enrojecidos, detalle prácticamente imperceptible en aquellos momentos debido a la escasa luminosidad del espeso bosque.

La melódica voz del extranjero la atraía de alguna forma, nunca había escuchado ese timbre de voz. Por otra parte, la forma en que gesticulaba al hablar le hacía mucha gracia.

–Podéis llamarme Lenna, pues ese es mi nombre –respondió divertida. –Negocios. Allí me espera un contacto para ofrecerme un trabajo. ¿Y vos? Creo que en nuestro primer encuentro habíais mencionado ser algún tipo de protector o... ¿guardaespaldas? Ah, conocí a herr Grosskopf poco antes de partir, no recuerdo haberlo comentado antes. Me acompaña en calidad de guía, puesto que no conozco esta parte del gran bosque, y me dieron buenas referencias suyas.*

La muchacha trató de meter al cazador en la conversación con el objetivo de diluir su participación y evitar así tener que mentir ni entrar en detalles sobre sus actividades o su familia.

Al divisar a la pareja de carreteros, Lenna desaceleró el paso y se posicionó algo por detrás de sus compañeros de viaje. 

Comprobando que no era nadie conocido, se echó la capa algo hacia atrás y saludó con un gesto de cabeza.

–¿Qué os parece la soga, herr Grosskopf? Creo que podría sernos de ayuda. ¿A cuánto la vende, buena señora?

La señora, que se presenta como Ludmilla, os indica con un gesto que os sintáis libres de revisar su mercancía y, mientras lo hacéis os espera pacientemente con las manos cruzadas ante si, en su regazo.

Señor elfo, ese barril atesora auténtica cerveza de maese Göttlieb, famoso cervecero de Ostland y al abrirlo perdería la mitad de su valor, ¿veis ese sello de cera?, garantiza que solo el comprador podrá abrirlo con la seguridad de que no ha sido estafado. Ese comprador podéis ser vos por la insignificante cantidad de una corona de oro, ¿qué es una corona ante la calidad de de esta cerveza? Estoy segura que, sean cuales sean las cuitas que tenéis con aquí el maese enano, con este barril quedarán suficientemente saldadas, podéis estar seguro.

En cuanto al hacha, déjame verla más de cerca, mujer

Por supuesto, mi buen enano, un hacha digna de un guerrero como vos, permítame decirlo. Como podréis comprobar ha sido probada en combate, de ahí esas marcas, lo cual garantiza su buena hechura y disposición a hendir los cráneos de vuestros enemigos. Un arma robusta, fiable y garantizada que será vuestra por el módico precio de diez coronas de oro.

¿Qué os parece la soga, herr Grosskopf? Creo que podría sernos de ayuda. ¿A cuánto la vende, buena señora?

Por ser para vos tan solo una corona de oro. Una soga de calidad, de veinte metros, robusta y resistente como para aguantar de todos ustedes suspendidos a la vez. Creéme, muchacha, esta cuerda es para toda la vida.* 

Tras vuestro encuentro con Ludmilla y su hosco acompañante retomáis la marcha con buen paso y en apenas una hora divisáis la silueta de una torre que guarnece un pequeño puente que cruza el río Lug, camino de Untergard. La torre, vista de lejos, ya denota que necesita un arreglo o dos y que ha visto días mejores pero la inconfundible silueta de dos hombres armados con lanzas destaca por encima de sus almenas. Estáis seguros de que aún no os han visto pues el bosque que cubre vuestras cabezas se aclara más adelante, a unos cincuenta metros del puente, por lo que hasta que no salgáis a terreno abierto sóis prácticamente indetectables por los vigias.

–Permítame verla mas cerca. ¿Le importa si la estiro un poco? –dijo la muchacha mientras obviaba la respuesta y se hacía con la cuerda.

Lenna examinó el material a la escasa luz que permitían las bastas copas de los árboles para ver cuán resistente podría ser, y de haber algún desperfecto ella no fue capaz de encontrarlo.

Bah, qué demonios. El precio parece justo. Seguro que para algo servirá –pensó mientras metía su mano por entre sus ropajes a la altura de sus pechos y sacaba una moneda.

–Aquí tiene, buena señora –dijo Lenna al tiempo que pagaba con una sonrisa–. Oh, si me permite un comentario. Parece usted ir acompañada por un bravo hombre de armas. Y si ha llegado a su edad con ese buen color es porque ha sabido moverse por este oscuro Imperio y porque conoce la zona mejor que mi buen guía. Bueno... sólo quería prevenirles de que hay hombres bestia cerca. Mas allá podrán encontrar los cuerpos de algunos de ellos. Tengan cuidado, todavía les queda un trecho para llegar a un refugio. 

No solía ella hablar de más, ni meterse en asuntos de otros. Y ciertamente después del comentario se extrañó. En esta ocasión, supuso, fue movida tal vez fue la ternura que le transmitió la anciana, o quizás de forma inconsciente para proporcionarle a sus acompañantes una engañosa visión de damisela preocupada por el prójimo.

–¿Podrá alguno de ustedes, mis señores, portar esta cuerda? –preguntó con voz dulce al resto, en especial al elfo y al cazador, puesto que suponía que el enano cargaría el barril.

No era un experto en cuerdas, y si ibamós a una torre, podría ser de mucha ayuda, pero no me fiaba del todo de la señora, ¿objeto de tanta calidad en manos de una mujer con ese aspecto y solo protegida por un guardia de tan buen aspecto?, pero los precios eran algo coherentes, pero la cerveza no me fiaba, pero la chica rubia me estaba llamando "puede sernos útil" le digo a Lenna, pero no iba a gastar dinero, algo que ella ya había hecho, por lo que no me quedaba nada, "Yo llevare la cuerda" le digo a la chica y cogiendo la cuerda, cargandora al hombro, solo quedaba esperar al resto para continuar a la torre.

El elfo contempló el barril mientras la mujer hablaba, e inconscientemente se pasó la lengua por los labios, pues los tenía secos de tanto andar y darle a la sinhueso. Asintió a las afirmaciones de la mujer y sacó la corona de oro que ésta pedía. - Bien, sea pues. Maese Enano, aquí tenéis, nuestra deuda queda saldada. - le dijo, tendiéndole el barril. - Que lo disfrutéis. - 

Despidiéndose de la pareja, siguió a sus acompañantes y no tardaron en llegar a su destino. Allá a lo lejos habían dos guardias al lado de una torre que sin duda había visto mejores tiempos, aunque sus mejores tiempos fueran nada comparadas con las torres para pájaros que los Altos Elfos construían en Ulthuan. 

Se detuvo bajo la cobertura de los árboles y alzó su mano para hacer de visera, estrechando los ojos para intentar vislumbrar a algún otro enemigo oculto. - Quizá haya algún arquero en las zonas altas o ventanas. - 

Tras pegar un buen vistazo, se giró hacia sus compañeros. - Bueno, ¿qué sugerís? Lástima no tener un arco más...maese Burkhard y yo podríamos cubriros desde aquí, pero malo es lamentarse de lo imposible. - tocó el pomo de su espada y dijo - pero con ésto si podemos contar. Sólo habría que correr unas cuantas decenas de metros hasta llegar a ellos. Eso, o ir en sigilo. - 

–Perfecto, herr Grosskopf. Toda suya –respondió la muchacha, agradecida, mientras le tendía la cuerda.

El tramo de camino siguiente ocurrió sin incidentes, hasta que se toparon con el río y el puente con vigilancia.

–Si alguno tiene asuntos pendientes con la justicia, sería buen momento para manifestarlo –dijo segura de que no era su caso.

Hasta ahora, durante su corta carrera criminal Lenna había tenido la habilidad o la fortuna de no haber sido pillada en asuntos turbios. Cierto es que tampoco se había asentado en ningún poblado por mucho tiempo. Por tanto, no tenía ningún problema por vagar a través de cualquier lugar vigilado por guardias imperiales.

–Si no... creo que podemos acercarnos y pedir paso como seres civilizados que somos. ¿No?

La hochlandesa echó una mirada de reojo al enano, que podría ser lo más parecido a una bestia salvaje que se había encontrado hasta ahora. Esperaba que el barbudo se comportase, y que por la gracia de Ranald los guardias no hicieran la estupidez de burlarse de él.

Observé el hacha con ojo crítico, comparándola con la mía, sopesando si realmente valía la pena intentar comprarla o mantener mis posesiones mientras el elfo me ofrecía el barril como pago

-Acepto el pago, orejas picudas; tu deuda queda saldada - respondí con una sonrisa no pudiendo evitar relamerme 

El paseo hasta la torre no pudo ser más deprimente. Árboles por todos lados, el maldito bosque cerrado, haciendo que el humor se me agriara aun más siendo el cúlmen cuando mencionaron el tema de los arcos

- ¿Arcos? Un buen hachazo entre ceja y ceja soluciona cualquier desaveniencia... a ver esos dos que moscas les rondan. Vamos... - gruñí avanzando hacia el puente -¡A los de la torre! ¡Vamos a pasar! - declaré a voz en gritos sin tapujos saliendo de entre los árboles rumbo al puente*

Una vez en la torre, escucho las palabras de mis compañeros, pero lo del matador era directamente una estupidez, "mejor esperar, prefiero hacer un vistazo a los alrededores" le digo al enano, y luego miro al elfo, "por eso quiero hacer un vistazo, no me parece raro que allá al menos uno o dos" para luego mirar a la chica, "Puede ser una opción, pero si de verdad tienen al prisionero, no dirán nada o puede que sea simplemente un puesto de guardia en el camino, pero si vais a acercaros, yo no voy con vosotros, voy a ir revisando los alrededores"

Viendo que el enano avanzaba, rápidamente me puse a su lado, andando con cierta lentitud para acompasar la velocidad. Aunque iba armado, tenía las armas enfundadas, y sólo portaba embrazado el escudo, blanco y azul con una estrella dorada en su centro que se alargsba hacia abajo. 

Os despedís de Ludmilla con la satisfacción de haber hecho un buen trato hasta que llegáis a la torre. 

¡A los de la torre! ¡Vamos a pasar!

Con estas palabras el enano zanja toda discusión y se adelanta con paso decidido hacia el puente guardado por la torre. Fârandar se pone a su vera, con el escudo embrazado por lo que pueda pasar, seguidos ambos por Burkhard y Lenna.*

Desde la torre las siluetas se mueven sobre la torre para encarar a los extraños que osan perturbar la tranquilidad del bosque.

Al acercaros un poco más constatáis que son soldados imperiales los que protegen el puente al igual que los dos que salen de la torre por la puerta de ésta y de un quinto que se encarga de cerrarla desde dentro cuando sus dos colegas salen a interceptaros.

¡¡¡Bienhallados viajeros!!!... En nombre del Emperador, ¿qué os trae a este puente y por qué queréis cruzarlo? La tasa es de diez peniques por cabeza en caso de que nos guste vuestra respuesta.

Los cinco soldados visten los colores de Talabecland, rojo y amarillo y sobre sus uniformes visten un peto de cuero y un casco metálico. Los dos que hay arriba portan arcabuces con los que os apuntan desde la seguridad que dan las almenas mientras que los que os salen al encuentro uno lleva una alabarda y el otro una espada que mantiene en el cinto. Cuando os acercáis notáis que si bien el armamento está en buenas condiciones no se puede decir lo mismo de sus uniformes que están algo ajados. Todos ellos rondarán los cincuenta años y numerosas cicatrices enmarcan sus rostros. Es una práctica habitual destacar a soldados veteranos que ya han dado lo mejor de su vida al servicio de los ejércitos del Emperador a lugares tranquilos, de guarnición, donde poder dedicar los últimos años de su servicio activo y dejar hueco en la vanguardia a soldados más jóvenes.

La joven tenía por costumbre evitar informar de sus intenciones habituales, y en este caso pensaba que no sería prudente hacerlo. Quería concretar un discurso que dar a los guardias que les permitieran pasar sin problemas cuando el enano se afanó y corrió a pedir paso de malas formas.

–Vale, vam... ¡N-no, espera, enano! –murmuró con esa carraspera típica de quien quiere hablar bajo con alguien que se encuentra a distancia.

Lenna quedó con la mano extendida y gesto pesaroso, viendo como el rudo tapón se encaminaba hacia los bien pertrechados guardias

–Maldita sea. Fârandar, sígueme el juego. Maese Grosskopf, por favor acompáñenos –dijo antes de seguir los pasos de Kurdrim con ritmo suave, queriendo dar la impresión de calma.

–Tranquilo, enano. ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes relinchar como un jamelgo viejo y esperar recibir un buen trato? –comentó primero en alto, esperando que los de arriba pudieran escuchar la burla. Luego giró ligeramente la cara hacia abajo y susurró –No se lo tome a mal. Déjeme hablar a mi, señor enano. Y no se enoje por lo que voy a decir.

–Disculpen nuestra rudeza, mis señores. Aquí mi buen señor es un embajador eltharin, y nosotros su comitiva de protectores y guías. Viajamos hacia el norte, mi señor tiene una cita en unos días con homólogos de otras provincias del norte. Nos hemos visto forzados a desviarnos de nuestro camino debido a un ataque de hombres bestia. Abonaremos gustosamente los diez peniques por cabeza, más una compensación por las molestias causadas –dijo la muchacha con una brillante sonrisa.

preferiría haberme quedado, pero al ver que eran humanos, me decido a acompañar a mis contratadores, a los cuales iban a intentar cruzar, pero no me fiaba mucho de estos guardias, algo me decía que estos viejos soldados iban a ser de los que se llevaban una "comisión" por pasar el puente, pero si no daban problemas, yo me quedaba contento, pero prefería estar en la retaguardia del grupo, aunque era consciente de que si había pelea, ellos tenían la posición y le numero, aparte de dos arcabuces, pero dudaba de que mis compañeros fueran tan idiotas, aunque del enano no estaba tan seguro que vaya a evitar las broncas.

Veteranos. Soldados curtidos y hastiados. Apáticos y buscando cómo pasar las horas sin darle un palo al agua pero, pese a todo, sabedores de su oficio y capaces de plantar cara en caso de necesidad; gente de armas

- Voy a matar más bestias ¿desde cuándo se tiene que pagar para eso? Deberíais estarme agradecido al quitaros trabajo, demonios- gruño ceñudo cuando mencionan el pago*

Pero entonces la mujer intenta negociar el paso con una burda mentira que hace que me gire de golpe, estrujando el mango del hacha, mientras clavo en ella una mirada fría y aprieto los dientes cuando menciona que formo parte de la escolta del elfo

- Yo no soy protector de nadie. A mí se me prometió una matanza y allí voy. Que vosotros y el orejas picudas vayáis en la misma dirección me trae sin cuidado- gruñí en un tono bajo - Si tener mi hacha cerca le hace sentirse más protegido allá él

Solo me faltaba añadir mentiras a mi deshonra. Y encima para encubrir a un maldito elgi ¡Jamás!

Por los cuernos de Taal, menudo grupito... Comenta con una sonrisilla el de la espada al cinto mientras os examina detenidamente. Y un embajador elfo, ni más ni menos, aunque vais un poco ligero de escolta y de equipaje, ¿no?. Bueno, es la misma tarifa, seáis quienes seáis, el Emperador no hace distinciones a la hora de cobrar peajes... Aunque no le diremos que no a esa gratificación, señorita. Y extiende la mano, enguantada, esperando que pongáis las monedas sobre su palma.

El de la alabarda se dirige al matador. Tranquilo, maese enano, decidme, ¿qué es eso de la matanza prometida? Suena a una de esas novelas de Guillermo King*

El Elfo miró a la humana y aguantó el gesto de sorpresa, rápidamente adoptando una pose altiva y distante, como había visto hacer a su hermana en múltiples ocasiones al tratar con otros enviados a la casa-embajada donde residían. 

Aguantó estoicamente la cháchara, y ni siquiera se inmutó cuando el enano desvió ligeramente el tema. - Muchacha, si no me equivoco, matar a mis enemigos es sinónimo de protegerme, ¿verdad? - dijo hablando al viento, sin mirar a nadie en particular. 

Cuando el humano tendió la mano, Fârandar desvió la mirada hacia la chica y le hizo un gesto displicente con la mano libre. - Paga y sigamos nuestro camino, en la misma dirección que el Dawi. - *

Allí no había concesiones, típico, pues aquello era algo que había visto demasiadas veces. Cruzar un río a nado o pagar la tasa por emplear un puente... qué remedio quedaba, no pensaba jugársela a ahogarse por diez míseras monedas de latón

- Sea, diez peniques, humano- dije dándole lo estipulado 

Fue entonces cuando mencionó lo de la matanza de bestias, ante lo que enarqué una ceja y lo miré con detenimiento para ver si se mofaba de mí. Viendo que no era tal el caso, le contesté de forma somera

- Hay bestias en el bosque. Ya hemos despachado a unos cuantos ahí atrás... voy a por más. Y a por su líder si lo encuentro. Es simple- rezongué reanudando la marcha con el mismo paso decidido. Si el elfo quería montar el numerito del embajador que se buscara otro público, este enano tenía cosas más interesantes que ver a un orejas picudas regodeándose en falsos halagos y en mentiras.... 

(Típico de elgis, mentirosos hasta la médula. Todos ellos, pensé echando una fugaz mirada por encima del hombro antes de seguir, chasqueando la lengua con desaprobación)