Partida Rol por web

El sol emergía por el horizonte, como surgiendo de un calmado y apacible mar que, conforme llegaba hasta el muelle recreativo de Brighton, parecía querer embravecerse justo para terminar chocando contra los blancos maderos que sostenían la gran noria todavía inmóvil a aquellas horas de la mañana. Desde aquella posición se podía ver a un hombre mayor, con una barriga prominente y una barba cana barriendo justo debajo de la caseta que servía de puesto de ventas de tickets para montarse en aquella gigantesca atracción. Aquella noche pasada, el muelle era un hervidero de gente. De familias comiendo algodón de azúcar, de niños gritando cuando la cabina en la que iban comenzaba su lento descenso, de parejas observabando el cielo estrellado y de grupos de amigos que disfrutaban de la brisa marina.

Sin embargo no es allí donde comienza la mañana para los Anómalos de Yorkshire. Ellos se encontraban a unos cuantos kilómetros hacia el interior. Atravesando las concurridas calles de la ciudad y llegando hasta una de las varias zonas residenciales que acogían a una cada vez mayor parte de la población. La calle era como casi todas allí. Dos carriles en una dirección, una zona ajardinada y bien cuidada en medio y otros dos carriles en la otra dirección. A ambos lados una hilera de más de veinte casas todas exactamente iguales. Pequeñas, de una única planta con un tejado que dejaba poco espacio para la buhardilla y un jardín que en la mayoría de los casos parecía bien cuidado.

No obstante, a aquellas tres personas, si es que se les puede llamar a todas personas, solo les interesaba una de ellas. Según la ficha que habían podido encontrar en los archivos de Brighton Express, Ben Bailey vivía en el número 64, y ese es precisamente el número que mostraba la placa sobre la entrada a la propiedad.

Aaron, Naomi y Stephen pudieron ver que tanto la puerta de acceso al jardín como la de la entrada a la casa estaban entreabiertas. Las cortinas de la gran ventana que daba al jardín estaban corridas y no permitían ver nada del interior de la casa. El jardín, aunque no era de los que peor estaban, denotaba que no era una de las prioridades de Ben.

A veces el cerebro parecía una entidad creada específicamente para joder tu vida. Cada vez lo tenía más asimilado y de haber seguido con su vida normal, habría realizado un estudio de ello. Pues esa noche tuvo otra pesadilla, una que le hizo despertar sudorosa en ese apartamento oscuro preguntándose qué demonios pasó. Como las otras veces, ese sueño no tenía nada que ver con sus problemas personales, lo que tendría sentido, sino en alguna otra tontería que no le afectaba en lo más mínimo. En este caso en particular, la pesadilla tenía que ver con un apocalipsis de payazos zombis… se rio un rato largo sentada en su cama, abrazando sus rodillas y maldiciendo a su cerebro. Por suerte ese día tendrían algo que hacer y con más suerte su próxima pesadilla sería más acorde a sus dificultades.

-Ve por ellos- le dijo a su reflejo antes de calzarse un abrigo que le quedaba grande, de color marrón oscuro. La prenda contaba con una oportuna capucha que le permitía mantener sus rasgos a cubierto, no fuera que alguien le reconociese. Era lo único que tenia de su mentor y creía que le acercaba a él. La realidad era bien distinta pero resultaba reconfortante en cierta medida.

El contrato, misión, quest o como quieran llamarlo resultó ser sencillo: recuperar un libro robado. En su experiencia, que no era mucha, un libro podía ser tremendamente peligroso y ya desde un principio tironeó de su abrigo conforme hablaban del objeto perdido. Por eso se encontró parada frente al apartamento del primer sospechoso o pista que tenían, arrugado sus labios y en medio de sus dos enormes, para ella, compañeros.

-No se ve para nada sospechoso- ironizó al ver que la puerta estaba entreabierta y en su imaginativa mente el interior estaría revuelto y quizás con un cadáver en un rincón. Ladeó su cabeza, buscando algún vecino metiche, como si fueran culpables de algo y no quisiera testigos. Lamentablemente el que la puerta este abierta le privaba de ver a Kamisky pateándola al estilo poli norteamericano. Ya habría otra oportunidad-. ¿Entramos?- no pudo evitar mostrar su entusiasmo, aunque seguía reticente a lo del libro.

Era temprano. La calle aún no bullía de gente yendo de aquí para allá; cierto que era una zona residencial, pero los dos carriles por sentido lo dejaban claro: zona de paso. No le gustaba el bullicio, la verdad; en los últimos tiempos se había vuelto un tanto solitario, uraño. Desde que perdiera a los suyos, a los que consideraba su manada, su verdadera familia, no hacía sino vagar, buscarse la vida, vivir día a día, mirnado por encima del hombro y buscando algún indicio, algún rastro, algo que no sabía lo que era, pero ya daría con ello.

Compañeros de ocasión, era lo que eran; un grupo de personajes inadaptados por uno u otro motivo; ni los quería ni los aborrecía; los toleraba, sin más, como asumía que pensaban los otros. Crear lazos era malo. Los lazos se rompen. Los lazos rotos duelen. Y ya tenía demasiado dolor encima.

Arrugó la nariz en un gesto ... extraño, poco adorable, por decirlo de algún modo, ante las palabras de Naomi; echó un vistazo alrededor; ni siquiera se veía todavía al lechero, si es que tenía ronda por ese barrio.

-Sí, entremos, aquí damos demasiado el cante.

Sorbió por la nariz, más por costumbre que por otra cosa; olía como todos los barrios residenciales de viviendas adosadas, con un leve tufo a meado de chucho.

A pesar de haber pasado un tiempo desde aquél caso que cambió por completo su vida, todavía tenía bien presente las consecuencias de su cobardía.

La primera veía el hecho de despertar solo en una incómoda cama. Reconocía que echaba de menos el calor de su esposa por las noches, verla dormir cuando él se levantaba o incluso los ronquidos de los que tanto se quejaba, siendo ahora una necesidad de escuchar. También en su nuevo piso de “soltero”, un estudio pequeño donde el salón, comedor y cocina estaba comprendido en un mismo habitáculo, eso por no contar que tenía que luchar por un poco de agua caliente aunque bueno, eran medidas con las que podía lidiar.

Lo segundo era su vicio al tabaco, o más bien necesidad. Anteriormente era lo que denominaba un “fumador pasivo”, echándose a los labios un cigarro cada par de días simplemente por el regusto de la nicotina. ¿Ahora? Posiblemente la ansiedad le habían hecho dependiente, dejando impregnado en casi todo su ser el aroma del humo.

Por último y lo más evidente, era su estado de ánimo. Antes tampoco se consideraba el hombre más sociable y alegre, pero ahora había descubierto un lado taciturno y oculto a raíz de sus descubrimientos. Pero era vez no iba a cerrar la puerta y correr, tenía que redimirse de alguna forma ya no solo por su propia conciencia, sino por la familia a la que había dejado abandonada.

Y ahí estaba Aaron, caminando hacia la entrada de la casa con un cigarrillo entre sus labios, dejando una estela de humo a su paso. Se detuvo frente a la fachada para echar un leve vistazo mientras escuchaba a sus compañeros, un grupo singular de especímenes que habían cruzado caminos.

No hay ruido.- Había trabajado demasiado tiempo en el apartamento de investigación, saliendo siempre esa vena policial a relucir.- Cubramos los dos flancos.- Tiró el cigarrillo al suelo, pisándolo con el diestro para apagar la ceniza en el asfalto.- Vosotros dos por delante. Yo por detrás.- Si ambas puertas estaban abiertas significa que alguien las había usado posiblemente para huir, aunque todavía podría haber alguien en su interior.- Nada de heroísmos.- A pesar de la peculiaridad de cada uno, a sus ojos seguían siendo dos civiles en mitad de un caso.

Tanto Naomi como Steven dieron un vistazo rápido a los alrededores. Aaron lo había hecho por costumbre minutos antes y aunque no compartieron en voz alta aquella información todos llegaron a la conclusión de que no había nada sospechoso o fuera de lugar a su alrededor. Un hombre que paseaba a un perro se alejaba caminando despacio mientras el animal se detenía unos segundos para marcar aquella zona como propia. El sueño levantó la mano saludando a alguien que recogía el periódico del suelo del jardín.

Aaron, por instinto se llevó la mano a la cartuchera que le colgaba del pecho y en donde guardaba su pistola*. No sabía si la necesitaría, pero era bueno recordar que la tenía allí. Como siempre.

Atravesaron los escasos metros de jardín que separaban la calle de la casa y con cautela terminaron de abrir la puerta para acceder a la vivienda. Desde la entrada de la casa pudieron ver que por dentro era tan pequeña como aparentaba desde fuera. Aunque las luces se encontraban apagadas no tuvieron problemas en ver gracias a la luz que entraba por las ventanas y que dejaban pasar las cortinas. A su derecha había un pequeño dormitorio con una cama deshecha y una mesilla además de un pequeño hueco en la pared que servía de armario. A la izquierda un salón cocina que ocupaba el resto de la casa. La cocina estaba bastante recogida, pero el salón era como una especie de almacén de cuadros. Estaban repartidos por el suelo y apoyados en las paredes. Incluso apilados uno encima del otro. 

En medio de la sala había un hombre que les daba la espalda. Estaba descalzo, con un pantalón corto y sin la parte superior. Parecía concentrado mientras daba pincelada tras pincelada sobre el lienzo que tenía frente a él. Tan concentrado que ni siquiera se percató de vuestra entrada en la casa...

Un tanto desorientado, miró a los otros dos; el tipo ese.., presumiblemente Ben Bailey , no se había movido ni un músculo más allá de lo que estaba haciendo. La verdad... era una situación incómoda, casi violenta. Habían abierto la puerta, entrado, desplegado un poco en abanico, teniendo en cuenta el tamaño del lugar, ojeado para ver si había alguien más... y él... con los pinceles a lo suyo.

No era normal. Era incómodo. Miró de nuevo a los otros, y lanzó la pregunta más obvia... porque a ver quien coño sino el dueño de la casa se ponía con su hobbie en poco más que gayumbos, y a unas horas de la mañana en que lo lógico sería... ¿qué hace la gente "normal" a esas horas de la mañana, por cierto?... desayunar, limpiar, cagar, ¡qué se yo!

-Ben Bailey, supongo

Lo soltó, lo dejó caer como quien deja una bolsa de basura en el suelo de golpe, esperando que el tipo ese hablase, girase la cabeza para ver quien cojones había interrumpido su clímax pictórico o, cuanto menos, quien gaitas se había colado en su casa.

Tensos segundos de espera de respuesta... si hubiese pasado una mosca zumbando, habría acapado la atención de todos y retirado avergonzada por violar el silencio reinante. Así era el ambiente.

El sitio parecía tan tranquilo como cualquier otro barrio de Londres, aunque la presencia de esos tres alteraría a cualquier. No es que lucieran mal, pero ella misma intentaba por todos los medios desaparecer en su abrigo, Kaminsky lucia como alma en pena, con ojeras y todo, Dunstan… Bueno, era muy Dunstan. Por eso, cuando avanzaron hacia la casa, Naomi se giró suavemente para dar un último vistazo a los alrededores, antes de internarse en la casa, detrás de sus compañeros.

No disponía de una sola luz encendida, pero el exterior derramaba la suficiente claridad para que ellos pudieran ver en detalle el interior. No es que tuvieran mucho que ver, pues era lo que era. Pero más allá de eso, el sonido suave de un pincel rosando una tela les centró en una misma dirección.

Aquella visión le dejó en el sitio, mirando a la figura conteniendo la respiración. Al menos no era un cadáver en un rincón. Esperaba un sitio vacío, pero en este caso era un apasionado artista. Acercó sus nudillos a la puerta, para hacerlos sonar y llamar la atención de tipo, pero se detuvo a la mitad, mirando a sus compañeros interrogativamente. Ya vio la película, eso termina en screamer seguro. Alzó su cuello todo lo que pudo, tratando de espiar a la distancia lo que dibujaba con tanta atención. Pero la voz cavernosa de Stephen casi le hizo saltar, interrumpiendo totalmente la “magia” del momento lúgubre.

-La puerta estaba abierta. Tenemos unas preguntas para usted- intentó suavizar la interrupción de la propiedad privada. 

Los músculos de la espalda de aquel hombre se movían al compas de su brazo con cada trazo que daba. La voz grave, casi gutural de Stephen se alzó sobre los roces del pincel sobre el lienzo para después regresar al silencio solo roto por los trazos. No hubo reacción. Ni siquiera un sobresalto como el que sufrió Naomi.

Justo antes de las palabras de Stephen, se había asomado ligeramente para ver que es lo que pintaba y había podido ver que el cuadro estaba casi terminado. En el había representado una mujer de tez pálida sobre un fondo difuso. Sus cabellos eran rubios, sus ojos verdes de una profundidad y un realismo que casi asustaban. Sus facciones eran delicadas y hermosas.

Tampoco reaccionó a las palabras de Naomi, tras las cuales volvió el suave murmullo de los trazos del pincel.

Arrugó el ceño al ver que el tipo no reaccionaba de ninguna forma, enfocado totalmente en terminar su cuadro. La joven se afianzó en el suelo, separando un poco sus pies y relajando su respiración. Su mentor solía decirle que el respirar adecuadamente era de suma importancia durante un hechizo: las palabras salían más claras, tu voluntad mejor enfocada, un golpe recibido era mejor encajado. Nunca estaba de más prepararse, sobre todo si un sospechoso de robar un misterioso libro estaba en trance pintando…

-Wow…- murmuró al ver, casi en puntitas de pie, lo que Bailey estaba terminando. Su conocimiento del arte era anecdótico, pero estaba completamente segura que ese cuadro se salía de la norma. Le resultaba inquietante por algún motivo…

No entendía de cuadros, en realidad el arte era un mundo que no le llamaba especialmente la atención al considerarlo banal y estúpido, ¿quién era capaz de gastarse millones por comprar un par de trazos con diversos colorines sobre un lienzo? Sin embargo sí entendía a las personas, o más bien había tratado tantas veces con tipos de distinta calaña que estaba acostumbrado a cualquier variedad de reacción.

Venimos en nombre de Richard Hedrig.- Aunque precavido y sin querer perder el tiempo, caminó un poco para ponerse en el lateral derecho del pintor, pudiendo cruzar las miradas en caso de que dejara de centrar su atención al cuadro.- Una de las mercancías que usted llevaba desapareció durante el transporte. ¿Sabe algo de eso?

Raro, muy raro, tanto que se le erizaba el pelo de la nuca; no era normal que el tipo siguiese impertérrito ante la presencia de extraños. Tal vez estuviese drogado, o en trance, o tan acojonao que siguiese a lo suyo con la esperanza de pasar desapercibido... cualquier explicación era buena, y cualquier acción, mejor que seguir así de forma indefinida.

Se encogió de hombros; tal vez estuviese sordo...

Le plantó la manaza sobre el hombro del lado que sujetaba la paleta de colores que usaba para pintar, esperando que el contacto, y un suave apretón, sirviesen para que el tipo reaccionase.

-¡Responda! -Dijo acompañando la acción, y un leve zarandeo, tampoco demasiado fuerte.

En cuanto Stephen colocó su mano sobre el hombre del aquel hombre se detuvo, y como saliendo de un trance giró su cabeza hacia el hombre lobo.

— ¿Cómo?, ¿Quien... quienes son ustedes? —

Parecía algo desorientado.

Naomi se había percatado que la velocidad a la que estaba realizando los trazos y la precisión de los mismos no eran normales en absoluto. Eso, acompañado de la pasmosa tranquilidad y aparente ausencia de percepción de lo que lo rodeaba era algo familiar. Aquello eran restos de magia, aquel hombre había debido de estar hechizado, si es que no lo estaba todavía.

Cuando volvieron a preguntarle sobre si era Ben Bailey afirmó, algo confuso, desorientado.

— Ben... si. Ese es... mi nombre. Ben Bailey. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen en... en mi casa? —

La parsimonia que demostraba acompañado de el tamaño de las pupilas dejó poca opción a duda al ex policía Aaron Kaminsky. Aquel hombre se había drogado recientemente. Ben bajó su mirada lentamente hacia la mano de Stephen para enseguida mirarle de nuevo a la cara entrecerrando los ojos.

— ¿Nos conocemos? —

Fue entonces cuando Aaron formuló su pregunta. Ben retiró la mirada del hombre lobo y la fijó en Kaminsky.

— Si, si... recuerdo. Un encargo. Muchos libros, ¿verdad? — El hombre parecía afanarse en hacer memoria.— Pero, no recuerdo. Desperté hace dos días en la playa y... y desde entonces trato de recordar. Pero. —

El hombre mira al cuadro que estaba pintando y frunce sus ojos exhalando un largo suspiro que parece ser el precedente a un nuevo trance. Esta vez solamente parece quedarse observando su obra, solo ladeando la cabeza ligeramente a un lado.

— ¿Otra vez? ¿Porqué otra vez? Necesito otro lienzo.— 

Chasqueó la lengua con malestar al ver los obvios indicios de un hechizo, pues aquello indicaba que un mago estaba involucrado. Lo que indicaba que posiblemente el Consejo estuviera involucrado. Lo que indicaba que podían estar vigilando el sitio. Lo que…

-Traaaanquila- se dijo clavando sus uñas en su pierna, logrando el control que necesitaba a base de un poco de dolor. Abrió la boca para advertir a sus compañeros cuando, luego de un pequeño zamarreo, el sujeto reaccionó-. Alguien le hizo un Hocus Pocus- dijo torciendo el gesto y dando una mirada alrededor con preocupación-. Creo que sigue en eso- con bastante cautela, se acercó a los otros cuadros, casi imaginando que todos serian idénticos a juzgar por su última frase-. ¿Hace dos días que estas pintando?

Se preguntó su podría intentar deshacerse del hechizo, aunque dependiendo del que lo hizo, sería mucho más complicado. Ni siquiera terminó su entrenamiento y el estar huyendo dificultaba su crecimiento.

Yonki.

No le gustaba tratar con adictos. Eran personas mentirosas, desesperantes y volátiles, un verdadero dolor de cabeza a la hora de interrogar al estar sumido en un mundo en cámara lenta de disfrute personal. Siempre me tocan los putos yonkis.- Por el tamaño de su iris ahora mismo Ben debería estar navegando en otra dimensión paralela.

¿Hocus… qué? – A pesar de haber estudiado un poco del Mundo Oculto todavía desconocía los entresijos que se escondían, entre ellos la magia. Era un apartado completamente desconocido para él que no hubiera creído si no viera con sus propios ojos que existe.- Está colocado.- Informó al resto mientras dejaba descansar las manos sobre sus caderas.

No habrá más pinturas hasta que nos digas lo que queremos saber.- Apartó el lienzo para quedar frente a Ben, no dejándole más opción que atenderle.- Dice que despertó en la playa, de acuerdo. ¿Dónde fue eso?

Movió sus hombros de forma circular, agitando su abrigo, relajando sus músculos antes de concentrar toda su atención en el tipo que parecía otra vez enfocado en un nuevo cuadro. Soltó un profundo suspiro, recordando las palabras de su mentor con claridad, usando siempre esa voz grave que parecía darle sueño a veces pero lograra que los conceptos quedaran grabados a fuego. Sabía bien que aquello estaba bastante por encima de sus capacidades, pero desde que se convirtió en una fugitiva, una nueva filosofía fue adoptada por ella en su propio beneficio.

-Al diablo- gruñó intentando desentrañar los hilos de ese hechizo, como si quisiera desarmar un nudo invisible usando sentidos que ningún otro humano tenia-. Fue hechizado- le contestó a Kamisky, sintiendo como una gota de sudor empezaba a bajar por su sien-. Intentaré… - hablar y concentrarse era difícil, no lograba hacerlo como él, quien podía beber un té, mirarle con la ceja enarcada y lanzar un hechizo mientras le decía lo mediocre que era. Extrañaba eso.

El tipo no respondía a estímulos externos... de modo que... a estimularle.

Apartó el liendo, con una cierta delicadeza (o sea, no le soltó un patadón), se plantó ante el tipo, le cogió de los hombros, le levantó en vilo y empezó a zarandearle.

-¡Que respondas, joder!

Le depositó el taburete, y le calzó una hostia de derecha, seguida de otra de revés liftado, ambas estudias para no saltarle los piños, pero sí para sacarle de la tontería. Al menos, es el sistema que usaba con borrachos y con aquellos que estaban más colocados que otra cosa.

-¿Y quién cojones es la tía del cuadro? ¡Responde o te soy otro par de sopapos!!

A pesar de que Naomi pudo sentir las corrientes de la magia fluyendo. A pesar de que realizó los movimientos tal y como le había enseñado su maestro. Aquel hombre no pareció reaccionar a lo que Naomi intentaba realizar. Quizá quien pusiera aquel hechizo era demasiado poderoso, puede que fuera de algún tipo de magia que no se viera afectado por las artes que la hechicera conocía. Fuere como fuere el intento para deshechizar a aquel hombre no tuvo efecto alguno...

Cuando Aaron apartó el cuadro, interponiéndose entre el lienzo y el pintor parece que algo de cordura regresó a sus ojos. Stephen parecía dispuesto a usar métodos más expeditivos, unos que rara vez no le habían funcionado. Sin embargo se contuvo en el último momento, quizá quedando incluso un poco decepcionado.

Ben miró a Stephen, pudo imaginar, casi sentir lo que pasaba por su mente. No obstante fue a Aaron a quien primero respondió.

— Yo... no recuerdo nada. — A pesar de sus palabras, ahora parecía mucho más presente. Se llevó la mano a la cabeza. — Hace dos días que desperté tirado en la playa. Al lado del muelle... ya saben. Cerca de la noria gigante. — Intentó regresar al cuadro con la mirada , pero entre Aaron y Stephen lograban mantenerse en medio.

— Yo... entonces regresé a casa. No, no he sido yo mismo desde que regresé. He estado intentando recuperar la memoria. — Miró los lienzos repartidos por la casa — Pero siempre termino pintando a esa mujer. No se porqué. —

Cuando Stephen amenazó con darle un par de sopapos el hombre dio un par de pasos hacia atrás.

— De... de verdad. No se quien es. Pero necesito saberlo. Yo, por eso. — Se llevó la mano a la nariz y se la miró de nuevo. Se llevó entonces la mano al bolsillo del pantalón, pero pareció decepcionado de no encontrar lo que buscaba. — He intentado todo. De verdad, pero no consigo recordar. —

-¡Bloody hell!- bajó sus manos con rabia, mirándolas con atención, casi esperando ver en ellas el motivo de su fracaso. Pero seguramente necesitaba más práctica, más concentración, más estudio. De su parte no obtendrían mucho más y eso le desanimaba, pero se encogió de hombros, viendo que sus compañeros sí que obtenían algo.

Prestó atención a sus palabras, siendo aún más evidente la presencia de magia en esa aparente pérdida de memoria y gusto por la pintura. Decidió, ya que el interrogatorio estaba en buenas manos, revisar el lugar. ¿En verdad estuvo dos días pintando a la misma mujer? Los otros cuadros le darían la respuesta, aunque suponía que ya de por si ese hombre era un pintor. La obsesión por esa mujer debía tener un sentido.

-Yo le habría hecho pintar penes- pensó con molestia y casi vio en su mente a su mentor revoleando los ojos con malestar. De reojo observó al hombre, preguntándose qué pasaría si ellos jamás hubieran interrumpido su tarea. ¿Pintar hasta morir?

Torció el gesto; le molestaba que la gente hablase antes de "estimularla" adecuadamente para ello... pero en fín, posiblemente ese tipo decía la verdad, o como mínimo, parecía genuinamente aturdido.

Miró a los demás. Y señaló a los cuadros.

-O es un obseso, o la tipa esa, si es la misma en todos los cuadros, tiene que tener algo que ver. -Poca pista era, el retrato sin más, de una persona- Deberíamos quitar un lienzo del marco, y llevárnoslo, para poder enseñarlo si es necesario. Además...

Se acercó al hombre, y sin encontrar resistencia le cacheó rápidamente.

-Buscabas algo en un bolsillo; ¿Que era? -Esperaba que no dijese "un condón usado". Mientras cacheaba al, de momento, dócil pintor, aspiró profundamente, esperando captar algún olor característico, algo que no fuese el tufo de los sobacos del hombre por estar moviendo el brazo hora tras hora, o el de las pinturas.

Soltó un par de gruñidos.. pocas pistas tenían... un tipo sin memoria que pintaba cuadros sin parar; pero algo era algo... la mujer del cuadro y el sitio donde recuperó la consciencia, junto a la noria.

-Nos vas a tener que pintar en un papel un croquis para que vayamos al lugar exacto donde te espabilaste, pintamonas.

Si siguiera en la policía intentaría llevarse uno de esos cuadros a modo retrato robot y buscar en la base de datos a la mujer pintada, pero dudaba bastante que sus antiguos compañeros le dejaran usar la base de datos.

Joder.- Aquello parecía ir para largo, empezando a ganar su impaciencia. Se llevó una mano al bolsillo derecho de su chaqueta para sacar un paquete de tabaco y mirar los cigarrillos que le quedaban. 4. Era poco para pasar el día, posiblemente antes de la hora de comer estaría comprando otro paquete.- Sobre esa mujer.- Llevó un cigarrillo a sus labios, guardando el paquete y sacando ahora el mechero para encenderlo, dando unas pequeñas caladas antes de expulsar el humo.- ¿Puedes hacernos un dibujo en un papel? Paso de llevar a cuestas uno de esos lienzos.- Miró de reojo a Stephen, asintiendo.- Sí, y un mapa. Creo que tendremos que pasarnos por ahí.