Partida Rol por web

La garita del sheriff era simple, sin puertas de atrás. Parece que lo de la puerta de atrás era un muy buen recurso en un tiroteo quizás, pero nada que se usara mucho entonces. Si te pillaban ahí, estabas jodido. Dos habitaciones contiguas, una de recepción, otra con dos celdas y una sola puerta al exterior. Si incluso las ventanas de la habitación con celdas estaban cubiertas de barrotes para evitar que nadie escapara.

Nadie había osado a seguir al nuevo sheriff, ni a contradecirle. Las balas volaban muy fácilmente en aquel lugar, al igual que los dedos acusatorios de culpa. Lo que dijera ahora Douglas se cumpliría y eso era un gran poder que no muchos estaban deseosos de tentar. A veces había sheriffs compasivos y otras implacables, pero mejor no comprobar el primer día de qué pasta estaba hecho este.

Es por eso que la multitud se había dispersado y ahora no había nadie buscando con la mirada a Archer, pero sí saludando a Douglas asomado a la puerta, con un gesto de inclinación de cabeza o tocando el ala del sombrero. Una señal de respeto.

A Jacobi le cayó en gracia la respuesta de aquel hombre con el que ahora conversaba animado.

Ciertamente parecía un tío divertido, que sabia beber y probablemente – muy probablemente -, no desestimaría la oportunidad de revolcarse con las golfas locales llegado el momento de tener que hacerlo.

Dicho de un modo más coloquial, Jacobi quería jugar póker, beber hasta el hartazgo y follarse a todas las putas locales que pudiera follar.

Lo que se dice una orgia en toda ley.

Salvaje como el lejano oeste.

A eso mismo me refiero mon pote, dijo mientras indicaba al tabernero que acercara la botella de güisqui, y estoy dispuesto a pedir con la bebida un par de posaderas calientes y redondas para nuestros muslos que yo mismo pienso invitarle, Qu'est-ce tu penses?.

A menos, claro, indico mientras entrecerraba los ojos, que no tenga lo que hay que tener para apostar. Alors... ¿qué va a ser, mon pote?

Me quedé con la boca abierta cuando vi aquella ropa interior y luego negué con la cabeza.

- Eso es antierótico. - Dije al ver aquello. - Lo del corsé mola, pero no para llevarlo debajo de un vestido...

Negué con la cabeza al ver aquello.

- Creo que tendré que lavarme las bragas todos los días... - Dije echándome a reír por ser tan bruta.

Eché un vistazo a ver qué más había por la tienda y decidí llevarme unos pantalones, un chaleco, una camisa, y un pañuelo, porque estaba viendo que me iba a cansar en seguida de los vestiditos y si en algún momento me daba por montar a caballo, pasaba de hacerlo con una falda.

- Yo me llevo esto, que nunca se sabe.

Ya tenía un arma, aunque no era mi idea usarla con nadie.

- Vale, ¿qué quieres hacer? ¿Te dejo aquí y te apañas con el teléfono a ver si te vienen a recoger? Puedo dejarte las llaves de la comisaría y tú cierras si quieres. Supongo que habrá una copia en la mesa del ayudante.- dijo mientras rebuscaba en los cajones. 

Tras encontrar las llaves se las lanzó a Archer[1]

- Cierra por dentro para que no entre ningún curioso mientras no vengan a recogerte. Si te largas intenta cubrirme un poco y hazlo de forma discreta, como un fugitivo que se escapa de una prisión. Entiendo que tú quieras darte el piro y espero que arreglen tu problema pero yo tengo ganas de divertirme un poco por aquí. Me gusta este sitio, me gusta el papel de sheriff y voy a divertirme. Creo que cuando abran esto al público el pase será demasiado caro incluso para mi bolsillo y habrá colas enormes de gente que querrá probarlo, así que voy a aprovechar esta beta hasta el fondo.

Se quedó un momento en medio de la sala para ver si a Archer le contestaban algo en el teléfono o si quería añadir cualquier cosa antes de que partiera. 

Tenía aun aire enigmático aquel tipo, hablaba raro además, a veces me costaba seguirle las palabras. Pero me caía bien, al menos no era uno de esos ricos estirados a los que parecen haberle metido un palo por el culo.

- Anda ¿Me invita? Como rechazar una oferta tan amable… Acepto – realmente no estaba tan convencido como habían sonado mis palabras. ¡Pero qué demonios! ¿Acaso tenía algo mejor que hacer?

Solté otra risotada – Creo que tengo lo que tengo que tener – Sonó redundante si, pero no estaba como para pensar demasiado – ¡Excepto mucho dinero! – Palmeé mis rodillas y de nuevo carcajadas, esta vez acompañada de alguna lágrima, de reír claro. Estaba claro que necesitaba un desfogue y romper con mi vida real, si, tal vez fuese eso.

Al ver que el hombre me tomaba de la mano cambié el peso de pierna, sin saber muy bien qué decir. Y cuando habló él me quedé casi sin palabras. La verdad, no esperaba que fuera tan comprensivo.

Escuché cada una de sus palabras y me sentí totalmente responsable de lo que había pasado. Más aún, de lo que no había pasado, de que él se quedase sin su viaje. Para mí no era un actor, ni nada de eso, sino que ya estaba tan metida en el juego que para mí el pobre señor Jones se había quedado sin el viaje de su vida. Y cuando me ofreció ir solos, y sin escolta, a punto estuve de decidirme, sólo por él. Una parte de mí sabía que, aún sumergida en la ambientación, no había peligro. Sin embargo sí creía que para él no sería así.

—Señor Jones... —empecé, mientras dentro de mí se libraba una batalla. No tardé en decidirme—. Por favor, no parta solo. Deme dos días —le pedí—. Lleva esperando por esto toda su vida, espere dos días más, por favor. Le prometo que en dos días encontraré a alguien que le acompañe —aunque tenga que pagarle yo misma con lo que nos dieron.

Me tuve que reír con las palabras de Sophie sobre que era antierótico. La verdad que parecía o ropa interior demasiado suelta o demasiado apretada, no había un término medio.

-Yo he cogido algunas cosas, porque no sé qué nos espera, la verdad- le miré con humor cuando dijo que se lavaría las bragas, lo que no estaba mal pensado. A excepción de que debían secar y pasar algún momento sin bragas.

Mientras Sophie cogía algo de ropa más cómoda, yo di otra vuelta. No me veía con muchas ganas de jugar a indios y vaqueros, casi que prefería los vestidos aún con su incomodidad. Además que esto solo iba a ser un par de días máximo, de eso estaba segura.

El tendero cobró a las dos mujeres, con una sonrisa en los labios. Seguramente con lo que había ganado ese día entre ellas y aquel hombre podría vivir casi un mes. Así eran las cosas.

No tendría que escuchar sobre todo las quejas de su mujer, a la que había arrastrado al oeste del país para hacer fortuna y aquí no parecía llegar aún tanta gente pudiente como para hacer gran diferencia sobre sus ganancias. Tener a la mujer contenta era una prioridad, daba igual en qué época y lugar.

Ambas pudieron abandonar la tienda y volver al hotel a dejar sus compras. Alrededor en Sweetwater parecía haber algún tipo de revuelo entre sus gentes, pero solo era una sensación. Es como ver las aguas removidas cuando acaba de pasar un barco. Así es como la tarde pasaba en aquel lugar cuasi inhóspito en el que les habían dejado.

La señora que llevaba el hotel informó a Sophie que tenía preparado todo para su baño si así lo deseaba. Podría quitarse el polvo del lugar, el sudor y prepararse para su reciente cita.

El hombre inclinó levemente su cabeza al escuchar a Sarah pedirle dos días. Él no era que no quisiera esperar, es que no le parecía que dos días fueran a suponer mucho cambio y negó levemente.

-Si encontráis a alguien esta noche para partir mañana en la mañana puedo esperar, sino iré solo hasta el próximo pueblo- informó el señor Jones.

–No os lo toméis a mal, señorita, pero en este lugar las cosas no se mueven tanto como pensáis. Si no habéis encontrado a alguien entre los recién llegados, dudo que aparezca alguien de la nada en un par de días. Yo ya me he hecho a la idea de partir y no quiero que os sintáis obligada a hacerlo conmigo, solo era una proposición- sonrió levemente y cambió su pesada maleta con la cámara de mano. –Ya sabe dónde encontrarme si lo desea, señorita.

Con sus pasitos pequeños y la espalda ligeramente encorvada por el peso de su equipaje, el hombre cruzó la calle y continuó caminando hasta unos metros más allá, donde se encontraba la puerta de su local. Posó la maleta en el suelo para rebuscar entre sus bolsillos y sacar la llave con la que por fin se internó al interior. Cerró tras él, olvidando su maleta con la cámara, que salió a buscar apenas unos segundos después tras darse cuenta del despiste.

Jacobi era un hombre social y bastante agradable – si uno no reparaba en su extraño acento y esa tendencia a tragarse las bebidas que tenia -, y junto a el las horas se pasaban rápidamente.

Tras pedir al tabernero la presencia de dos chicas para que les acompañasen y una botella de bebida pago por un total de 9dls (3dls cada chica mas 3dls por la botella) de su propio bolsillo cumpliendo con su palabra anterior.

Las chicas no eran la gran cosa a decir verdad pero festejaban cada ocurrencia de sus “hombres” (al menos por ese momento), como si estos fueran los putos héroes de alguna canción famosa de vaqueros.

Así, se fue pasando el tiempo y cuando ambos se quisieron dar cuenta afuera había caído la noche y reinaba el silencio.

Bueeeeno, dijo Jacobi entonces a su compañero, a menos que quiera usted seguir apostando cosa a lo que no me negaría, le propongo ir partiendo hacia los cuartos para jugar otro tipo de “juegos”, mais... chaqu'un de son côté!, apostillo lanzando una risotada.

—Ve si quieres, si estás disfrutando, no entiendo por qué iba a molestarte.

Me guardé las llaves mientras esperaba a la contestación. No, no esperé. Bebí del agua a sorbos cortos, porque sabía que si no me atragantaría, y no quería desperdiciar ni una gota. Vaya, al parecer todo el mundo encuentra agua, excepto cuando la pido a una de esas jodidas marionetas.

—Aunque aquí al teléfono no responde nadie, mira, se escuchan sólo putos pitiditos. 

Ahora, después de haber bebido, me dolía la cabeza. Nadie respondía, como suponía que iba a pasar. Nos habían dejado ahí tirados. Con el agua y las llaves, me acerqué a la celda, me metí en ella y la cerré por dentro con las llaves. 

—Voy a esperar aquí, a echarme unas horas y luego a volver a intentarlo. 

Sabía lo que me había dado. Otro episodio. Era obvio, al ver la muerte del tipo aquel, mi compostura, tan entrenada, se había ido a la mierda. Me quité la chaqueta y la limpié de vómito con parte del agua de la garrafa. La dejé a secar en los barrotes. 

Dejé las armas en la mesita y me tumbé a descansar. Normalmente, durmiendo, se me pasaba el dolor de cabeza y los peores recuerdos de los ataques. 

No dejó de asombrarme la tarifa de precios 1 botella = 1 mujer. ¡Juas! A parte de lo denigrante que podía ser en la vida real. Pero esto era una ficción ¿No?

Y el modo de comportarse de ellas. Me recordó a las chicas que pululan en los casinos en busca de un bolsillo rico con el que dormir.

- No, no, no me importa lo de los otros juegos – Aunque eso si, prefería jugar en un reservado si había posibilidad de ello.

Aquel tipo, Jacobi, no se cortó un pelo en comenzar a jugar. Aquí que bueno, de perdidos al río. Creí que podía tener fortuna hoy, ya que en el amor había sido todo un desastre.

Al final tuve que recapitular y coger algo de aquella ropa interior, pero lo hice con otra ristra de protestas sobre que era normal que en aquella época las mujerzuelas tuvieran tanto éxito en los saloones si al llegar a sus casas, sus mujeres les esperaban con combinaciones que parecían el vestido de la niña de "The Ring".

Con las compras hechas ambas volvimos al hotel y la mujer me recordó aquello sobre el baño, lo cual, me hizo sonreír.

- Sí, gracias, tomaré el baño ahora.

Recordé que no cenaría en el hotel, lo cual, imaginaba que también la interesaría.

- Para esta noche no es necesario que me preparen la cena, que voy a cenar fuera.

No añadí nada más, si las mujeres de los hoteles eran como los de mi época, no me apetecía que una chismosa supiera que me habían invitado a cenar. Después pensé en que habíamos estado a voces en la tienda de ropa, lo cual, era lo mismo y que ya habría cotilleo por ahí.

Sí, en el fondo me daba igual lo que dijeran de mí y más en un lugar como este.

Al ver al nombre negar torcí la boca, buscando cómo contraatacar para convencerle. Entendía que le había puesto la miel en los labios y que era mi culpa, y eso era lo que más me fastidiaba. Sin embargo por suerte me dio al menos hasta el día siguiente. La verdad es que antes, cuando hablamos en su tienda, no había esperado que todo fuese tan rápido.

Por costumbre busqué en mí el teléfono para mirar la hora y controlar el tiempo que tenía, pero al dar con la mano en el vestido ya me di cuenta de que estaba siendo una idiota. Busqué alrededor, por si hubiera una iglesia o cualquier cosa que tuviera un buen reloj, mientras seguía oyendo sus palabras, y pasé el peso de una pierna a la otra con cierto fastidio cuando dijo lo de los recién llegados. Vale, una parte de mí entendía que eso era una indirecta por parte de la organización de que esa era una actividad para nosotros, pero no por eso iba a conformarme. Otra parte de mí, la que estaba más metida en esto, seguía viéndole como un pobre hombre a punto de perder su sueño... O algo peor.

Caminé por detrás de él en cuanto empezó a marcharse, pero pronto me desvié hacia donde había visto a Rick. Sin embargo, antes de marcharme del todo, alcé la voz.

—¡No se preocupe, señor Jones! —exclamé alzando una mano para llamarle aún cuando estaba de espaldas a mí—. ¡Lo conseguiré! —Aunque tras esa afirmación no me sentí muy segura de que fuese a ser capaz de hacer algo así. Aunque en el peor de los casos... Siempre estaba el loco ese del saloon. Si se había disparado a sí mismo, seguro que quería la oportunidad de hacer lo mismo con algunos indios. Pero bueno, esa sería la última opción. La primera era Rick, que parecía mucho más cabal, y que además no estaba en el mismo sitio que John Smith... Navarro. Vicente Navarro. La verdad es que me daba un poco de pena que se hubiera cambiado el nombre por miedo a los prejuicios y no por el juego en sí, y siendo de esa manera no podía evitar pensar en él como Navarro.

Aquella sí que fue una buena noche para Vicente o John, como se hacía llamar en estos momentos.

En compañía de un peculiar – aunque agradable – sujeto, en medio de un apasionante juego de póker que le vio por tres veces vencedor y junto a una mujer risueña que le festejaba todas sus ocurrencias.

Tras esquilmar al borrachín de Jacobi y viendo que el viejo ya casi no podía articular una palabra por la cantidad de alcohol que se había embuchado en el vientre llego el momento de irse  a dormir cada uno a su cuarto, pero no en soledad.

Vicente tuvo un “postre” decente aunque nada que no hubiese probado ya antes en otra mujer.

Sin embargo, -y esto no debe ser olvidado -, se fue a dormir con la incertidumbre de quien era aquella que le acompañaba ahora en su lecho puesto que parecía conocer instintivamente cada una de las cosas – intimas – que a él le gustaban. Y digo, todas y cada una, - que no se olvide -.

El tipo no responde.

Es más, se ha dado vuelta de cara a la pared ignorándole y eso le hace preguntarse:

¿A qué coño ha venido aquí?, si hasta parece que se esfuerza por pasarla mal. ¿Tan horrible será su vida afuera que incluso ha arrastrado a este parque de diversiones sus mierdas internas?.

Será mejor no preocuparse por eso, ahora, porque desde afuera llega el rumor de muchas voces.

MUCHAS, en verdad.

Salir afuera es como entrar al infierno.

Si hasta pareciera que alguien ha dejado abiertas todas las puertas de las calderas del averno al mismo tiempo.

Allá arriba en el cielo, orgulloso, cruel e inmenso el puto sol se divierte achicharrando lo que sus rayos tocan.

Tanto, que el reseco suelo de tierra despide columnillas de vapor y cruje bajo los pasos que ahora da.

Solo falta la bendita planta rodante reseca pasando frente a sus ojos pero deben habérsele acabado a la gente de utilería por que por el momento no se ve ninguna.

Lo que si hay, en una pasmosa cantidad, es personas, de pie, frente a la oficina del sheriff.

Una pequeña multitud.

Un muro de rostros.

Déjà vu.

Silenciosos ahora.

Hombres y mujeres de diversas edades, niños incluso, parados como estatuas, taladrándole con sus ojos.

Expectantes.

¿Qué cojones quieren?, ¿a que han venido?, y más importante aún, ¿a qué se debe el miedo que ahora siente?.